Creerse la participación

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Hecho en la escuela 27 17 de marzo de 2016 ESCUELA Núm. 4.090 (315) Hecho en la escuela es una sección que pretende reflejar el importante trabajo que docentes anónimos realizan diariamente en sus centros. Por eso queremos contar con vuestra aportación y con vuestro conocimiento, de manera que poco a poco podamos, entre todos, tejer una red para conocer prácticas y proyectos interesantes y transformadores. Escríbenos a [email protected] o a la dirección: C/ Collado Mediano, 9. CP. 28231. Las Rozas (Madrid) CARLOS MUñOZ Un chico de una pequeña escuela rural, pongamos que se llama Mario, no se ha portado bien en clase. Ha estado moles- tando toda la mañana, y el nuevo pro- fesor del cole ya no puede más. “Mario, ¡castigado sin recreo!”. Mario se le queda mirando y responde muy serio: “No, no me puedes castigar sin recreo, porque en el artículo 13 de la Constitución escolar de nuestro cole pone que tengo derecho al juego y, además, es uno de los princi- pios básicos de la Declaración Universal de los Derechos del Niño y de la Infancia de la Unesco”. El docente era nuevo en el centro y no sabía que en este colegio sí se creen lo de hacer partícipes a los chavales de su propia educación. Esta escena tiene lugar en el colegio Ramón y Cajal de la localidad zaragozana de Alpartir. Se trata de un pequeño muni- cipio de apenas 600 habitantes, escondi- do entre la meseta y la estepa aragonesa, que puede presumir de contar con una de las escuelas más innovadoras de toda la Comunidad. En total son 35 alumnos y 5 docentes. Su director, Juan Antonio Rodríguez, se está acostumbrando a la fama, y es que este colegio no para de recibir premios y reconocimientos por su labor pedagógica. El origen de esta historia de éxito se remonta a hace nueve años, cuando Juan Antonio llegó al colegio de Alpartir carga- do “con su mochila de experiencias”. Allí se juntó con otros tres docentes recién lle- gados que también tenían las ideas muy claras sobre cómo debía ser la educación y, entre todos, decidieron apostar fuerte por el trabajo colaborativo y la participa- ción activa de toda la comunidad escolar, empezando por los alumnos. La filosofía del centro se basa en princi- pios pedagógicos muy sólidos y extendidos, pero que raramente son puestos en prácti- ca, como la Declaración de los Derechos de la Infancia de Naciones Unidas o las con- clusiones del informe Includ-Ed de la UE. Según estos criterios, es una obligación de los Estados hacer partícipes a los menores de su propia educación, y se concluye que el éxito escolar reside en la participación del alumnado en grupos heterogéneos y la contribución activa de las familias. Convivencia Siguiendo estas directrices, el pri- mer proyecto que se puso en marcha fue el de convivencia. Las características de la población escolar de Alpartir son muy similares a las de su entorno geográfico: hay un 40% de estudiantes inmigrantes y un 10% de jóvenes con necesidades edu- cativas de apoyo. El alumnado que había en el colegio cuando empezó esta aventura pedagógica no era especialmente conflic- tivo, pero faltaba un buen ambiente de trabajo, lo que hacía imposible implantar una educación por proyectos, sin libros de texto y basada en el trabajo colaborativo. Era necesario preparar el terreno. Para eso empezaron con herramien- tas muy conductistas como “el carnet de comportamiento”, que se basa en el cumplimiento de las normas del colegio que los propios alumnos han decidido. Todos los años se establecen las pautas de convivencia del colegio. Los docen- tes les muestras los pros y contras de las posibles decisiones, pero son ellos los que tienen la última palabra en la aprobación de dichas reglas. Todas estas normas se trasladan al carnet de comportamiento, que también recoge reglas como “no faltar al respeto a los maestros” o “que los mayores no pue- den jugar en la zona de Infantil”. Parten con 12 puntos y los alumnos que no han perdido ningún punto hasta junio, son pre- miados. “Estábamos cansados de regañarlos por tonterías, y fue instaurar el carnet y desaparecieron todas esas pequeñas inci- dencias”, explica Rodríguez. Los chavales que pierden puntos pue- den ser castigados a realizar una “compen- sación social”, como por ejemplo cascar las almendras que se recogen en el huerto escolar, plastificar material escolar o ir a hacer fotocopias. Se habla con las familias y se les explica que un mal comportamien- to debe llevar una retribución para toda la comunidad escolar. Mediadores Acompañando a esta medida se ins- tauraron los ya famosos alumnos media- dores, pero con alguna salvedad con res- pecto a su implantación en otros colegios. Aquí, estos alumnos tienen una autoridad de primer orden. “Un mediador es más importante que un inspector”, afirma el director. “Cuando un alumno mediador entra en una clase solicitando testigos para resolver un conflicto, se paraliza cualquier actividad que se esté llevando a cabo. De lo contrario, si le dijéramos ‘No, ahora no, ven más tarde que ahora estamos en clase’, le estaríamos quitando la importan- cia que se merece. Ellos son conscientes de que tienen un papel protagonista y lo toman encantados”, añade el director del colegio. En el caso de una agresión o un insulto no hay mediación, eso va directamente al carnet de puntos, pero para la mayoría de los pequeños problemas están los mediado- res. Cuando alguien se siente mal por algo que le ha hecho un compañero va a los mediadores, les explica la situación y cómo se siente. Un trabajo que se apoya, a su vez, en un proyecto de habilidades sociales que se desarrolla todos los años, y que les ayuda a detectar los sentimientos y emociones y ponerles nombre. El proyecto de convivencia nace de la propuesta de la Unesco Una cultura de Paz, y se basa en tres grandes líneas: Cuidar las Relaciones, Cuidar las Personas y Cuidar el Entorno. Dentro del primer apartado se inscribe el empoderamiento de los alumnos en la toma de decisiones, como por ejem- plo la presencia de un alumno con voz y voto en el consejo escolar. Constitución escolar “Empezamos con la Constitución Escolar en 2008 con 10 artículos, y ahora tiene ya 20 y una disposición adicional”. El colegio de Alpartir es “Escuela amiga de Unicef” y todos los meses de noviembre se ve en clase la Declaración de Derechos del Niño. “Aquellos derechos que no tene- mos incluidos en la Constitución los vamos añadiendo, y cada dos años la renovamos; vamos al Ayuntamiento y se hace un acto oficial en el que se refrenda la Constitución con la presencia de las familias, los vecinos y las autoridades”, resume Rodríguez. En cuanto al Cuidado del Entorno, también han hecho un trabajo sobresa- liente que les ha llevado a ganar varios premios. Entre las iniciativas que han puesto en marcha destacan los Protectores Planetarios que cuidan del huerto escolar, realizan mediciones del clima y se encar- gan de bajar al mercadillo a comprar la fruta. Eso sí, siempre fruta local y de tem- porada, ya que están metidos “en temas de comercio justo y consumo responsable”, y conocen los costes económicos y medio- ambientales de los productos de fuera de temporada. Currículo El equipo docente recalca que todo lo que hacen está justificado curricularmente. “Tenemos clarísimo que hay una legisla- ción, que nos gustará más o menos, pero que hay que cumplir. También sabemos que estamos en un currículo memorístico, pero nosotros nos hemos centrado más en meto- dología; trabajo colaborativo, inteligencias múltiples…”, explica Rodríguez. El año pasado, Alpartir fue centro de referencia en la inspección educativa y sus alumnos demostraron un dominio de los contenidos curriculares similar a la media de la zona, pero una motivación muy por encima y con desarrollos sobresalientes en expresión oral y trabajo en equipo. Esto se explica porque sus criterios de evaluación están claramente enfocados en términos de competencias; lo que el niño debe ser capaz de hacer una vez superado el curso. Por cierto, Mario no se libró del casti- go. Los profesores más veteranos le recor- daron que en la Constitución escolar tam- bién se recoge la obligación de los alumnos de aprovechar el tiempo en clase y, puesto que no lo había cumplido, se quedó un rato castigado después de las clases. Eso sí, no se perdió el recreo. Creerse la participación FOTO: Carlos Muñoz Los Protectores Planetarios se encargan, entre otras tareas, de cuidar del huerto escolar. FOTO: Carlos Muñoz Alumnos del colegio Ramón y Cajal de Alpartir muestran su carnet de comportamiento.

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Artículo en la sección 'Hecho en la escuela' que refleja la participación del alumnado en el Proyecto Educativo del CEIP 'Ramón y Cajal' de Alpartir (Zaragoza) - Periódico ESCUELA, 17 de marzo de 2016

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Hecho en la escuela 2717 de marzo de 2016ESCUELA Núm. 4.090 (315)

Hecho en la escuela es una sección que pretende reflejar el importante trabajo que docentes anónimos realizan diariamente en sus centros.

Por eso queremos contar con vuestra aportación y con vuestro conocimiento, de manera que poco a poco podamos, entre todos, tejer una red para

conocer prácticas y proyectos interesantes y transformadores.Escríbenos a [email protected] o a la dirección:

C/ Collado Mediano, 9. CP. 28231. Las Rozas (Madrid)

Carlos Muñoz

Un chico de una pequeña escuela rural, pongamos que se llama Mario, no se ha portado bien en clase. Ha estado moles-tando toda la mañana, y el nuevo pro-fesor del cole ya no puede más. “Mario, ¡castigado sin recreo!”. Mario se le queda mirando y responde muy serio: “No, no me puedes castigar sin recreo, porque en el artículo 13 de la Constitución escolar de nuestro cole pone que tengo derecho al juego y, además, es uno de los princi-pios básicos de la Declaración Universal de los Derechos del Niño y de la Infancia de la Unesco”. El docente era nuevo en el centro y no sabía que en este colegio sí se creen lo de hacer partícipes a los chavales de su propia educación.

Esta escena tiene lugar en el colegio Ramón y Cajal de la localidad zaragozana de Alpartir. Se trata de un pequeño muni-cipio de apenas 600 habitantes, escondi-do entre la meseta y la estepa aragonesa, que puede presumir de contar con una de las escuelas más innovadoras de toda la Comunidad. En total son 35 alumnos y 5 docentes. Su director, Juan Antonio Rodríguez, se está acostumbrando a la fama, y es que este colegio no para de recibir premios y reconocimientos por su labor pedagógica.

El origen de esta historia de éxito se remonta a hace nueve años, cuando Juan Antonio llegó al colegio de Alpartir carga-do “con su mochila de experiencias”. Allí se juntó con otros tres docentes recién lle-gados que también tenían las ideas muy claras sobre cómo debía ser la educación y, entre todos, decidieron apostar fuerte por el trabajo colaborativo y la participa-ción activa de toda la comunidad escolar, empezando por los alumnos.

La filosofía del centro se basa en princi-pios pedagógicos muy sólidos y extendidos, pero que raramente son puestos en prácti-ca, como la Declaración de los Derechos de la Infancia de Naciones Unidas o las con-clusiones del informe Includ-Ed de la UE. Según estos criterios, es una obligación de los Estados hacer partícipes a los menores de su propia educación, y se concluye que el éxito escolar reside en la participación del alumnado en grupos heterogéneos y la contribución activa de las familias.

Convivencia

Siguiendo estas directrices, el pri-mer proyecto que se puso en marcha fue el de convivencia. Las características de la población escolar de Alpartir son muy similares a las de su entorno geográfico: hay un 40% de estudiantes inmigrantes y un 10% de jóvenes con necesidades edu-cativas de apoyo. El alumnado que había en el colegio cuando empezó esta aventura pedagógica no era especialmente conflic-tivo, pero faltaba un buen ambiente de trabajo, lo que hacía imposible implantar una educación por proyectos, sin libros de texto y basada en el trabajo colaborativo. Era necesario preparar el terreno.

Para eso empezaron con herramien-tas muy conductistas como “el carnet de comportamiento”, que se basa en el cumplimiento de las normas del colegio que los propios alumnos han decidido. Todos los años se establecen las pautas de convivencia del colegio. Los docen-tes les muestras los pros y contras de las posibles decisiones, pero son ellos los que tienen la última palabra en la aprobación de dichas reglas.

Todas estas normas se trasladan al carnet de comportamiento, que también recoge reglas como “no faltar al respeto a los maestros” o “que los mayores no pue-den jugar en la zona de Infantil”. Parten con 12 puntos y los alumnos que no han perdido ningún punto hasta junio, son pre-miados. “Estábamos cansados de regañarlos por tonterías, y fue instaurar el carnet y desaparecieron todas esas pequeñas inci-dencias”, explica Rodríguez.

Los chavales que pierden puntos pue-den ser castigados a realizar una “compen-sación social”, como por ejemplo cascar las almendras que se recogen en el huerto escolar, plastificar material escolar o ir a hacer fotocopias. Se habla con las familias y se les explica que un mal comportamien-to debe llevar una retribución para toda la comunidad escolar.

Mediadores

Acompañando a esta medida se ins-tauraron los ya famosos alumnos media-dores, pero con alguna salvedad con res-

pecto a su implantación en otros colegios. Aquí, estos alumnos tienen una autoridad de primer orden. “Un mediador es más importante que un inspector”, afirma el director.

“Cuando un alumno mediador entra en una clase solicitando testigos para resolver un conflicto, se paraliza cualquier actividad que se esté llevando a cabo. De lo contrario, si le dijéramos ‘No, ahora no, ven más tarde que ahora estamos en clase’, le estaríamos quitando la importan-cia que se merece. Ellos son conscientes de que tienen un papel protagonista y lo toman encantados”, añade el director del colegio.

En el caso de una agresión o un insulto no hay mediación, eso va directamente al carnet de puntos, pero para la mayoría de los pequeños problemas están los mediado-res. Cuando alguien se siente mal por algo que le ha hecho un compañero va a los mediadores, les explica la situación y cómo se siente. Un trabajo que se apoya, a su vez, en un proyecto de habilidades sociales que se desarrolla todos los años, y que les ayuda a detectar los sentimientos y emociones y ponerles nombre.

El proyecto de convivencia nace de la propuesta de la Unesco Una cultura de Paz, y se basa en tres grandes líneas: Cuidar las Relaciones, Cuidar las Personas y Cuidar el Entorno. Dentro del primer apartado se inscribe el empoderamiento de los alumnos en la toma de decisiones, como por ejem-plo la presencia de un alumno con voz y voto en el consejo escolar.

Constitución escolar

“Empezamos con la Constitución Escolar en 2008 con 10 artículos, y ahora tiene ya 20 y una disposición adicional”. El colegio de Alpartir es “Escuela amiga de Unicef” y todos los meses de noviembre se ve en clase la Declaración de Derechos del Niño. “Aquellos derechos que no tene-mos incluidos en la Constitución los vamos añadiendo, y cada dos años la renovamos;

vamos al Ayuntamiento y se hace un acto oficial en el que se refrenda la Constitución con la presencia de las familias, los vecinos y las autoridades”, resume Rodríguez.

En cuanto al Cuidado del Entorno, también han hecho un trabajo sobresa-liente que les ha llevado a ganar varios premios. Entre las iniciativas que han puesto en marcha destacan los Protectores Planetarios que cuidan del huerto escolar, realizan mediciones del clima y se encar-gan de bajar al mercadillo a comprar la fruta. Eso sí, siempre fruta local y de tem-porada, ya que están metidos “en temas de comercio justo y consumo responsable”, y conocen los costes económicos y medio-ambientales de los productos de fuera de temporada.

Currículo

El equipo docente recalca que todo lo que hacen está justificado curricularmente. “Tenemos clarísimo que hay una legisla-ción, que nos gustará más o menos, pero que hay que cumplir. También sabemos que estamos en un currículo memorístico, pero nosotros nos hemos centrado más en meto-dología; trabajo colaborativo, inteligencias múltiples…”, explica Rodríguez.

El año pasado, Alpartir fue centro de referencia en la inspección educativa y sus alumnos demostraron un dominio de los contenidos curriculares similar a la media de la zona, pero una motivación muy por encima y con desarrollos sobresalientes en expresión oral y trabajo en equipo. Esto se explica porque sus criterios de evaluación están claramente enfocados en términos de competencias; lo que el niño debe ser capaz de hacer una vez superado el curso.

Por cierto, Mario no se libró del casti-go. Los profesores más veteranos le recor-daron que en la Constitución escolar tam-bién se recoge la obligación de los alumnos de aprovechar el tiempo en clase y, puesto que no lo había cumplido, se quedó un rato castigado después de las clases. Eso sí, no se perdió el recreo. •

Creerse la participación

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Los Protectores Planetarios se encargan, entre otras tareas, de cuidar del huerto escolar.

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Alumnos del colegio Ramón y Cajal de Alpartir muestran su carnet de comportamiento.