Crisis depresiva

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The experiences of an old and almost crazy guy

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Smokin Grandma

Lamento de un vejete loco

Crisis depresiva

Degnis Romero

Hoy amanecí peor, apenas pude medio dormir una hora

anoche a pesar del cóctel medicamentoso tumbacaballo que

me prescribe el psiquiatra: Prozac, Triazolam, Cymbalta,

Tafil, Stilnox y Leptosique. Ya llevo nueve meses en esto y no

mejora nada el enfermo; por el contrario, creo que estoy cerca

de sufrir una intoxicación a causa del pastillero que, además,

ya no me producen otro efecto que la amnesia y un temblor

en las manos que me impide sostener la taza del café.

Soy víctima de una fuerte crisis depresiva, aliñada con

insomnio agudo y severos ataques de ansiedad.

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Como comprenderán, mantengo un sedentarismo físico-

mental absoluto y el resto de las actividades las tengo

completamente limitadas, en especial la intelectual. ¿Y cómo

pues? Es más, me cuesta un mundo bañarme diariamente y

lo hago una o dos veces por semana. Con eso lo digo todo.

Juro que el origen de este cuadro patético no tiene nada

que ver con política, aunque sufrí un shock el año de La

Gran Carmonada (Lagranca) con convulsiones y todo.

Lo mío es demencia senil, de la cual estoy plenamente

consciente y a la que tengo perfectamente identificada sin

necesidad de las consultas médicas a 500 bolos fuertes la

hora, pero de ellas salgo con el vital récipe morado que es

requisito legal para poder comprar la droga ídem.

Para complemento, soy cebada-dependiente y me trago

la lavativa con buches de cerveza, a pesar de que sea

contraindicado y de que me genere alucinaciones.

La última de ellas fue algo realmente cheverito, me veo

como una entidad divina (deidad de ébano) que no sólo hablo

las 6909 lenguas vivas (menos paja) conocidas (según

Ethnologue), sino que (cual Yahvé frente a la Torre de Babel)

los mando a todos palca y todos me entienden al unísono.

Sonará petulante, pero le llevaba una morena a este que

presume de saber decir Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo

en 350 idiomas, incluyendo al sudafricano Xhosa:

Siniqwenelela Ikrisimesi EmnandI Nonyaka Omtsha Ozele

Iintsikelelo Namathamsanqa, y al Zulú: Sinifesela Ukhisimusi

Omuhle Nonyaka Omusha Onempumelelo. Peor la pasan en

este último para decir Hola: Sawubona (sin comentario).

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El problema es cuando regreso del viaje sicótico, ya que

entro en barrena con la nostalgia de la niñez cuando en el

pueblo me mandaban a comprar una locha de ajo, cebolla y

comino, y me daban un cartapacio con la ñapa de papelón.

Era el bordón de doce hermanos y me llamaban El Pagapeo

por razones obvias. Después me acuerdo de mi juventud feliz

en burdeles, garitos y canchas de bolas criollas jugando uña

pa’trás; para luego terminar siendo un vejete decrépito y que

algunos falta ’e respeto me digan maestro. Maestro fue quien

le hizo redondo el c. al burro y lo que bota es cuadrado.

Me veo en una dramática y oscura realidad, como Irma

Acosta en su libro de 1974: ¿Qué carajo hago yo aquí? El

lenguaje salvaje utilizado, lo explica Verónica Laffé así:

Claramente intenta transgredir la literatura formal, rebajar la

dignidad del lenguaje, que, en ocasiones se hace escatológico,

introduciendo temas sin duda poco transitados hasta el

momento, como son los encuentros sexuales anónimos, la furia

contra el acto sexual al servicio del hombre, el aborto, la

bulimia, el suicidio, la locura, y el tratamiento psiquiátrico.

No vayan a creer que no he pensado en suicidarme de

alguna manera. Confieso que lo he intentado varias veces

pero muy tímidamente; en particular, por la vía de la asfixia

auto-erótica que supuestamente acabó con mi ídolo de Kung

Fu, David Carradine. Lo que pasa es que me asusto en el

momento que comienzo a ver la luz brillante al final del túnel

y me devuelvo ipso facto. ¡No estoy tan loco!

Como loco, admito que me pongo cuando veo a las

chamas bailando tambor, za za za, kulikitaca, maraca y dale.