Cronicas de La Serpiente Emplumada 4 Regreso Al Principio La Historia de Isabel Balmaceda
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Edgardo Civallero (Buenos Aires, 1973)estudi Bibliotecologa y Documentacinen la Universidad de Crdoba (Argentina).Ha publicado trabajos acadmicos
relacionados con su especial idad(bibliotecas en comunidades indgenas ytradicin oral) y ha incursionado en sus otras
p a s i o n e s : l a m s i c a t r a d i c i o n a lsudamericana y el diseo grfico.Actualmente reside en Espaa, e inicia sutrayectoria literaria con la saga Crnicas dela Serpiente Emplumada.
Civallero, Edgardo Crnicas de la Serpiente Emplumada 4: Regreso al
principio - La historia de Isabel Balmaceda / EdgardoCivallero ; ilustraciones de Sara Plaza Moreno. --Madrid : Edgardo Civallero, 2011. 334 p. 1. Ucrona. 2. Aztecas. 3. Mayas. 4. SerpienteEmplumada. 5. Descubrimiento de Amrica. 6. Tanos.
I. Civallero, Edgardo. II. Ttulo.
Edgardo Civallero, 2011 de la presente edicin digital, 2011, EdgardoCivalleroIlustraciones: Sara Plaza MorenoDiseo de portada e interior: Edgardo Civallero
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No te quedes inmvil / al borde del camino.
No congeles el jbilo. / No quieras con desgana.
No te salves ahora / ni nunca.
No te salves. / No te llenes de calma.
No reserves del mundo / slo un lugar tranquilo.
No dejes caer los prpados / pesados como juicios.
No te quedes sin labios. / No te duermas sin sueo.No te pienses sin sangre. / No te juzgues sin tiempo.
Pero si, pese a todo, / no puedes evitarlo
y congelas el jbilo / y quieres con desgana.
Y te salvas ahora / y te llenas de calma
y reservas del mundo / slo un rincn tranquilo.
Y dejas caer los prpados / pesados como juicios.
Y te secas sin labios / y te duermes sin sueo
y te piensas sin sangre / y te juzgas sin tiempo.
Y te quedas inmvil / al borde del camino
y te salvas.
Entonces / no te quedes conmigo.
Mario Benedetti, No te salves. En Poemas de otros (1973-
1974).
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Introduccin
Toledo, 1972
Llevaba la melena larga y oscura recogida en una trenza, y
media cara protegida por un pauelo atado a la nuca. En cuclillas
frente a una hilera de estantes decrpitos y enmohecidos, con su
delgada silueta cubierta de polvo, la muchacha limpiaba un
volumen de los Viajes por las Tierras del Estede M. Ahuicyani:
una apolillada maravilla editada haca siete ciclos del CalendarioNuevo e ilustrada por un tal Tlacuicani. Haba sido impresa en uno
de los clebres talleres de Segovia afamados por su fino papel,
sus encuadernaciones en piel y su pulcra tipografa y era uno de
los contados trabajos de aquella poca que se haban dignado a
traducir y a publicar en el sabroso y casi incomprensible castellano
medieval.
Sobre el lomo de aquel tomo resaltaba la marca oscurecida de la
casa impresora: un pequeo acueducto, monumento segoviano que
haba sido derribado en el ao juliano 1627, durante alguna de las
tantas guerras que haban sacudido Castilla. Slo algunos grabados
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antiguos y aquel logotipo recordaban su caracterstica silueta,
reducida a un montn informe de escombros y jams reconstruida.
Su compaera acababa de anotar el registro del libro en el
inventario general y volva a entretenerse en la lectura de una
revista. De tanto en tanto alzaba la vista para observar, indolente,
como la otra repasaba con un pao de algodn levemente
humedecido las costillas de los Viajes,unas franjas en relieve cuyo
color apagado delataba los aos y las manos que las haban
acariciado.
Mira, Isabel, lo que pone aqu le coment de improviso en
castellano. Isabel se restreg la frente y los prpados entrecerrados
con el dorso de la mano y le dedic una mirada hastiada. Habla
de la Teora de los Tiempos Paralelos. Y viene a decir que
vivimos en un espacio a travs del cual corren varias lneasparalelas de tiempo. Dependiendo de las decisiones que se tomen,
un mismo acontecimiento puede tener distinto desarrollo en cada
una de esas lneas, de forma simultnea. No te parece un delirio?
Quin escribi eso? pregunt Isabel, terminando de
repasar las guardas del volumen que tena entre manos.
Un filsofo de las Tierras del Oeste. Un tal Musquq.
Ya podran dedicarse a escribir algo de provecho, los
filsofos sentenci, al tiempo que revisaba las costuras de la
encuadernacin de los Viajes. Tienes anotados todos los datos
de ste?
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Me falta el nmero de pginas.
Intentando no desmenuzar aquellas frgiles hojas, abri con
cuidado el ejemplar por su parte final. Quinientas veintids dict
a su compaera, que incluy la referencia y se acerc a ella.
Falta mucho?
La joven ech un vistazo al estante. Quedaban algunos tomos
no demasiado voluminosos y al fondo, oculto tras una cortina de
polvo y telaraas, un enorme paquete medio podrido y atado con
cordeles.
Estos pequeos de aqu y aquel amasijo cubierto de mierda
indic, sealndolos con la barbilla. Vete t a saber de qu se
trata...
Si no te importa, voy a subir un rato. Esto de estar en un
stano todo el bendito da me agobia. En todo caso, luego los
inventaro, te parece?
Bajo el pauelo, Isabel esboz una mueca irnica. Su colega no
era muy dada a las labores duras. Y en el Archivo Central de
Toledo, el quehacer de las estudiantes bibliotecarias o pasantes
era, como en todos lados, extenuante y esclavista: limpieza de
depsitos y anaqueles, inventariado y revisin de volmenes que
nadie pedira jams, reparacin de costuras desvencijadas, raspado
de mohos de encuadernaciones putrefactas... A ella no le
disgustaban esas tareas; de hecho, solan poner a su alcance
verdaderas reliquias. Pero estaba harta del trabajo abusivo y mal
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pagado de las pasantes cada vez ms extendido bajo la ridcula
excusa de ser prctica profesional y, sobre todo, le dola verse
destinada a esos puestos por ser nativa; es decir, por el color quetena su piel, por la forma de sus ojos, por su lengua materna, por
su nombre y por su origen.
Anda, Mara, sube que ya sigo yo respondi, colocando los
Viajes de Ahuicyani de nuevo en su sitio, tras atarle la etiqueta
identificadora con un cordelillo y prometerse que algn da lo
leera.
Quieres que te baje algo de comer?
La joven neg distradamente con la cabeza, mientras miraba el
resto del estante e intentaba decidir por dnde continuar.
Mara se march. Sus pasos resonaron en aquella bveda
situada en los mismsimos cimientos del edificio del Archivo, unaconstruccin con varios ciclos de antigedad segn el Calendario
Nuevo que antao haba sido un convento benedictino, el de San
Pedro de las Dueas, y un hospital de nios, el de la Santa Cruz. El
aire all abajo era prcticamente irrespirable: la humedad que
provocaba la cercana del ro Tajo se colaba a travs de los muros
de piedra y los manchaba con chorros blancos que parecan correr
pared abajo de forma imperceptible. Isabel no entenda cmo
podan guardarse libros, cdices y manuscritos en aquellas
condiciones. Pero as funcionaba el mundo: mucha gente no daba
importancia a su pasado ni estaba interesada en saber que el
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pensamiento, las experiencias, las fantasas y los miedos de quienes
los precedieron se pudran lentamente en stanos como aquel.
Suspir y se mir las manos, negras de mugre. Cuando decidi
ser bibliotecaria lo hizo por el amor que profes siempre a la
memoria. Su pueblo haba intentado preservar lo poco que le
haban dejado tras las invasiones: el idioma propio, la creencia en
un solo dios, las canciones, las costumbres y la historia. De ellos
aprendi lo importante que era recordar. Ella, por su parte, haba
sido y era consciente del valor de las palabras escritas, un fabuloso
repertorio de signos y letras que permita dejar constancia de los
hechos ocurridos y que estos trascendiesen, que sobreviviesen a la
muerte de sus protagonistas, sus testigos o sus voceros para poder
ser conocidos en edades futuras. Por eso estudi lo que estudi,
aunque saba de antemano que, dada su posicin social, su
procedencia y la severa discriminacin que an pesaba sobre su
gente, tendra escasas oportunidades de progresar. Con todo,
cuando obtuvo el puesto de pasante en el Archivo Central de
Toledo, uno de los mayores y ms antiguos de la Repblica, su
alegra fue infinita. Pero le dur poco: lo que tard en constatar lo
que significaba realmente ser nativadentro de la cultura dominantey oficialista.
Al trabajar en el depsito de materiales, tena al menos la
suerte de compartir reproches y anhelos con compaeras de su
mismo origen, con las cuales poda hablar en su idioma materno, el
castellano, evitando el empleo de la Lengua Oficial, nombre que
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reciba el nhuatl en las Tierras del Este. El idioma de los mexicas
haba sido impuesto en la Europa occidental tras los conflictos del
siglo XVI, a la vez que se prohibi el uso de las lenguas nativas,relegadas al mbito familiar. A partir del siglo XVIII, las nuevas
naciones libres que surgieron de las colonias de Tenochtitln
permitieron el empleo de los idiomas originarios en sus territorios.
Sin embargo, acostumbradas al servilismo y la dependencia de la
antigua metrpoli, mantuvieron el nhuatl como su lengua estatal.
Dej de lado sus divagaciones y, tras observar un par de
segundos la estantera con ojo crtico, decidi afrontar la ardua
tarea de adecentar el bulto ms grande. Meti una escobilla de
retama hasta el fondo del compartimento para rasgar la madeja de
telaraas que lo rodeaba y, con no poco esfuerzo, extrajo el
envoltorio del rincn. Pareca que llevara siglos all: las ataduras se
desmenuzaron al primer movimiento, y parte de las cubiertas que
protegan el paquete quedaron pegadas a la madera carcomida y
astillosa del estante. As es como quieren preservar nuestro
patrimonio pens con sorna, recordando uno de los tantos
objetivos que la institucin en la que trabajaba sola proclamar
ampulosamente. Muchas buenas palabras copiadas casiliteralmente de intiles recomendaciones mundiales pero muy
pocos hechos. Lo de siempre.
Como pudo lo arrastr hasta el borde del anaquel, lo alz con
ambas manos y lo deposit en su mesa de trabajo, bajo la dbil
iluminacin del stano. Resoplando, se liber del pao que le
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cubra nariz y boca y esper a recuperar el aliento. Luego termin
de desprender las soguillas de camo que sujetaban aquel amasijo
y apart los gruesos pliegos de papel que an lo envolvan. Anteella aparecieron entonces varios tomos que, a simple vista y por su
deplorable estado de conservacin, evidenciaban una antigedad de
alrededor de una decena de ciclos. Retir el resistente estrato de
polvo que cubra el primero con un trapo e intent separarlo del
siguiente. Como haba supuesto un segundo antes de hacerlo, todos
estaban adheridos entre s por la humedad, y le cost un buen rato
y una larga retahla de maldiciones lograr despegar cada uno
de los ejemplares.
Finalmente, y tras una nueva limpieza, volvi al primer
volumen del conjunto.
Las tapas de madera forradas de fina piel repujada en fro yprovistas de punteras de metal labrado revelaban cuan lujosa haba
debido de ser su encuadernacin. Sin embargo, haca tiempo que el
moho y los insectos haban despojado a aquellos libros de toda su
belleza pretrita. Lo peor era que tanto la portada como el lomo
haban sido cruelmente raspados para rotular un ttulo en Lengua
Oficial; garabateado con una tipografa latina poco pulida, rezabaalgo as como Las trampas del amor. Isabel frunci el gesto. No
conoca ninguna obra al menos de la antigedad que aparentaba
aquella que tuviera semejante nombre, y mucho menos que
contara con tantos volmenes. Todo apuntaba a que ese ttulo poda
ser falso: el dao infringido resultaba una prueba bastante
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concluyente. Su pulso se aceler. Quizs estuviera ante alguna de
esas reliquias desaparecidas que tanto le apasionaban.
La tapa cruji alarmantemente cuando la levant: a primera
vista, el libro pareca un castillo de naipes a punto de desmoronarse
de un soplo. Pas la primera pgina, cubierta de viejos sellos
bibliotecarios, y al enfrentarse a la siguiente, la portadilla, se le
cort la respiracin.
Tuvo que apoyarse en la mesa y cerrar los ojos mientras el
stano, hmedo y opresivo, giraba a su alrededor. Al abrirlos,
incrdula, dirigi su mano temblorosa hacia las letras que aparecan
all y, sin siquiera atreverse a rozar la superficie del papel, desliz
sus dedos por encima de las dos oraciones que componan el ttulo
real, manuscritas entre un par de imponentes dibujos:
El vrtigo la oblig a sentarse. Aquello era un tesoro. Ms an:
era unmito. Un mito que cualquiera con cierta formacin conoca
muy bien. El corazn se le haba desbocado. La emocin la
desbord y, raro en ella, se sinti al borde del llanto. Necesit unos
minutos para tranquilizarse. Sintindose de nuevo duea de s
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misma, se incorpor con rapidez. Mara, su compaera, no volvera
hasta pasado un buen rato: siempre que poda se escapaba durante
horas a otros quehaceres que no significaran enterrarse en aqueldepsito, entre hongos, caros y dems plagas. Eso le daba un
margen relativamente amplio de tiempo, pero haba perdido la
nocin del mismo, de modo que le convena darse prisa. Busc
cordel y una buena cantidad de anchos papeles usados y, poniendo
el mayor cuidado posible, envolvi aquellos tomos, cuyo peso y
tamao tornaban la tarea an ms difcil. Luego los meti a duras
penas dentro de una gran bolsa de tela burda en la que,
ocasionalmente, sola cargar materiales que podan servirle de algo,
una prctica que nadie en aquella institucin impeda.
Acostumbraba a llevar esa especie de talega plegada en el interior
de su bolso, un hermoso ejemplo de artesana castellana elaborado
en cuero y lana de oveja merina, que haba comprado en una feria a
un pastor trashumante y del que pocas veces se separaba.
Una vez que todo estuvo recogido, respir profundamente un
par de veces, tratando de serenarse, y volvi a su trabajo. Para
cuando Mara regres, terminaba de limpiar el ltimo de los
librillos pendientes.Cmo te ha ido? pregunt su compaera, con una
sonrisita que intentaba disimular su culpa.
Bien respondi Isabel, con otra sonrisa de similar
intencin. Slo quedaban estos tomos pequeos y un mazo de
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papeles viejos que me llevo a casa, a ver si puedo hacer algo til
con l.
Perfecto repuso Mara. Ya es hora de salir, as que los
anoto maana en el inventario.
Diciendo eso, recogi su bolso y, tras despedirse, se escabull
nuevamente. Isabel pens que, con colegas como aquella, podra
haberse llevado la mitad de la coleccin que albergaba el depsito.
Pero en aquel momento el resto de los libros existentes en el
universo parecan haberse disuelto en el aire. Todo su inters y toda
su atencin estaban concentrados en el hallazgo que llevaba oculto
en su bolsa de papeles viejos.
Aquella tarde hizo el camino hasta su casa en un suspiro, sin
apenas notar el terrible peso que cargaba sobre sus hombros.
Viva sola en una pensin oscura, una antigua corrala de
vecinos a las afueras de Toledo, en la ribera oriental del Tajo. Pero
Isabel no era toledana: haba nacido en Buitrago, en el valle del ro
Lozoya, all en la sierra del norte de Madrid. La familia de su
padre de la que haba heredado el apellido, Balmaceda era
originaria de la antigua Andaluca, de donde tuvo que huir hacia el
norte, hacia Castilla, tras esas invasiones que otros llamaron
descubrimiento. La de su madre era castellana, y, hasta donde
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tena noticias y recuerdos, siempre haba vivido en Buitrago. El
suyo era un linaje tradicional, y ella haba sido la primera en varias
generaciones que os salir de su pueblo, asistir a clases en una AltaCasa de Estudios, aprender a la perfeccin la Lengua Oficial a la
cual, sin embargo, odiaba con toda su alma y trabajar en una
institucin estatal. Tras conseguir el puesto de pasante en el
Archivo, se haba trasladado a Toledo y haba rentado una
habitacin en aquella pensin de estudiantes, un sitio deprimente en
el que haba hecho lo posible por armar su espacio, su lugar, un
rincn donde refugiarse cada tarde. All tena un puado de sus
libros, algunos recuerdos, sus cuadernos de notas, sus apuntes, su
msica, los retratos de su familia y unas pocas cartas. Y all
intentaba comenzar a redactar el trabajo final la lectura que le
permitira dejar de ser una estudiante y convertirse en una
profesional.
Todo su pequeo gran mundo estaba metido all, en un
diminuto cuarto con una nica ventana que le permita ver, a lo
lejos, las siluetas de los edificios y de los templos del casco
medieval toledano.
No se molest siquiera en comer algo: haba olvidado el hambrevoraz con la que, por lo general, atravesaba el umbral de su
habitacin. Tampoco se dio la ducha habitual que la despojaba del
montn de polvo que sola traer encima a diario. Cerr la puerta
tras de s, despej su mesa de trabajo, dio luz sobre ella y
desempaquet su descubrimiento.
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Eran un total de seis volmenes, de un tamao que se
aproximaba al que los tempranos impresores de las Tierras del Este
llamaron in quarto. Todos exhiban el mismo ttulo falso sobre elcuero raspado de las cubiertas y los lomos, algo que no dej de
intrigarla: las cubiertas de aquella poca no solan llevar rtulos,
sino alguna que otra ilustracin. Las habra habido originalmente?
Qu peligro entraaran para que alguien hubiera puesto tanto
empeo en eliminarlas? Tal vez delataban el contenido de la obra?
Un examen minucioso de las tapas le permiti detectar, entre el
orn rojizo de las punteras oxidadas, las marcas dejadas por
antiguos sellos de cera blanca que probablemente se habran
desmigajado con el paso del tiempo. Sellos monofaciales de placa,
castellanos, del siglo XVI... resolvi mientras acariciaba aquellas
dbiles seales indelebles. El uso de esos sellos implicaba que los
documentos portadores de los mismos haban sido considerados
importantes, siendo por ello sellados o lacrados. Era una lstima
que se hubiesen perdido: hubieran podido contarle cosas muy
interesantes.
En la primera hoja de todos los ejemplares figuraba una mirada
de sellos estampados en tinta, algunos de ellos totalmentedifuminados. Pospuso el anlisis de aquellos detalles para ms
tarde, segura de que le proporcionaran alguna sorpresa, y pas a la
portadilla. All, enmarcando el ttulo verdadero, aparecan dos
dibujos esplndidos: dos cabezas de serpientes emplumadas
idnticas. Lo ms lgico es que tambin estuvieran en la
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cubierta, se dijo. Probablemente los raspones buscaran
eliminarlas. Y vaya si lo hicieron.... Revis las pginas centrales,
las nicas que no estaban demasiado adheridas entre s y permitanun examen rpido. Cada tomo contaba con unas trescientas hojas.
Los seis volmenes, aunque escritos sobre un papel de corteza de
higuera similar al fabricado haca ciclos en las Tierras del Oeste,
tenan el formato de libro, con las hojas perfectamente cosidas.
Not que las carillas estaban numeradas con cifras romanas en las
esquinas inferiores. Sin embargo, la paginacin de los manuscritos
o los textos impresos no era una costumbre tan antigua.
Observando atentamente, Isabel se reafirm en sus sospechas: la
tinta de la numeracin pareca distinta a la usada en el resto del
escrito.
Aqu y all adivinaba rasgos paleogrficos y bibliolgicos que,
bien examinados, podran aportar mucha informacin valiosa.
Escritos e ilustraciones tan numerosas como extraordinarias
haban sido realizados a mano. Tal caracterstica revelaba que el
conjunto era una obra original o una copia manuscrita de la misma.
Aunque, si su memoria no la traicionaba, no existan ni copias de
aquel texto... ni ningn original completo.Se dirigi a las estanteras de su biblioteca y busc un libro
sobre historia de materiales escritos que le haba servido como
manual de referencia durante sus estudios. Era el Registro de
documentos antiguos del oficialista O. Iztlacatini. Enseguida
hall la entrada que buscaba. No sin cierto esfuerzo tradujo el texto
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en Lengua Oficial al castellano y a las fechas julianas con las que
estaba ms familiarizada.
Crnicas de la Serpiente Emplumada (Quetzalctl in
imoxtin)
1510-1560 CJ? Autores varios, annimos.
Coleccin de manuscritos firmados originalmente
por diversos cronistas de la gesta descubridora ycolonizadora de las Tierras del Este durante el siglo
XVI CJ (calendario juliano). De acuerdo a las
investigaciones ms recientes, habran sido redactados
entre los aos 1510 y 1560 CJ aproximadamente,
aunque la mayor parte de los datos sobre esta obra son
vagos y se manejan solamente como hiptesis.
Esbozo histrico
Se cree que las Crnicas fueron compiladas bajo
ese ttulo por vez primera en Sevilla hacia 1560 CJ. Se
especula con que antes de esa fecha compusieron una
coleccin heterognea de narraciones en distintos
idiomas recogidas en bitcoras, memorias, diarios,
anales, testimonios, documentos y probanzas,
vinculadas nicamente por una temtica comn, y
escritas quizs desde 1510 CJ. En los archivos
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administrativos e histricos que se crearon en Sevilla
tras el descubrimiento se habran reunido y ordenado
cronolgicamente los documentos existentes hastaentonces, para luego revisarlos, trascribirlos,
corregirlos, completarlos, ilustrarlos y encuadernarlos
en una versin unificada y definitiva de las Crnicas.
Si bien cada documento original habra tenido un
autor conocido, es probable que al realizarse la
compilacin final fuera eliminada toda mencin de
autora (por lo cual, en la actualidad, se habla de
cronistas annimos). Se sabe que conformaban
cuatro tomos organizados en dos libros: el Libro del
Guerrero(los dos primeros tomos, dedicados a la poca
del descubrimiento) y el Libro del Heredero (los dos
ltimos, dedicados a la poca colonial). Tambin se
sabe que el acceso y la lectura de los cuatro volmenes
estaban terminantemente prohibidos, y que se hallaban
lacrados para impedir su consulta, tratndose de
documentos histricos de gran valor al cuidado de un
reducido y selecto equipo de archivistas y funcionarios.En 1580 CJ, el original de esa recopilacin
elaborada en 1560 CJ desapareci en circunstancias
jams aclaradas. Por su parte, la coleccin heterognea
inicial a partir de la cual se elaboraron las Crnicas
result destruida durante el Gran Alzamiento
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Andaluz de febrero de 1618 CJ, cuando el Archivo
sevillano fue reducido a cenizas en uno de los ejemplos
ms importantes de memoricidioque se recuerdan trasla quema de los miles de manuscritos albergados en la
tristemente clebre Biblioteca de Alejandra.
Desde ese momento, con los documentos originales
incinerados y la compilacin de los mismos perdida, el
mito rodea a las Crnicas.
Isabel alz la vista de su lectura y la dirigi hacia los seis
volmenes que se apilaban en su mesa. Algo no cuadraba en
absoluto. Hasta donde ella quera suponer, tena entre manos un
documento histrico de valor incalculable que se haba perdido
haca ms de siete ciclos del Calendario Nuevo en circunstanciasjams aclaradas.
Pero all haba ms tomos de los que deba haber.
O alguien se haba equivocado al echar la cuenta o, a tenor del
cariz de aquella historia, haba falseado su resultado. Intrigada, y al
tiempo que deshaca la trenza que an aprisionaba sus cabellos,
sigui leyendo.
Versiones en conflicto
En 1660 CJ, basndose en una hasta entonces
silenciada copia de seguridad de la desaparecida
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compilacin de 1560 CJ, se lanz una versin oficial de
las Crnicas de la Serpiente Emplumada, la cual, con
algunas revisiones, se ha conservado hasta laactualidad. Muchos estudiosos nativos de las Tierras
del Este pusieron en duda la existencia de tal copia de
seguridad y argumentaron que aquella edicin era una
farsa.
Ese mismo ao se puso en circulacin, nicamente
en las Tierras del Este, una supuesta copia completa
de la misma compilacin original, que contaba conseis
tomos organizados en tres libros. La obra fue
condenada como apcrifa por los poderes de turno y
todos los ejemplares hallados fueron destruidos. Sin
embargo, algunos fragmentos de ese trabajo en
especial los procedentes del libro de dos tomos que
no constaba en la versin oficial fueron reproducidos
por historiadores, literatos y crticos de la poca en sus
propios escritos.
Una de las caractersticas ms sobresalientes que ha
quedado registrada de esa versin apcrifa es que enella se habran alternado los captulos de los periodos
antiguos con los de los periodos modernos. Este hecho
cuyo motivo se desconoce la habra dotado de un
formato literario inconfundible.
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No es posible precisar en qu lengua estaban
escritas las Crnicasde 1560 CJ. Los dos libros que
componen la versin oficial editada en 1660 CJ ymanejada actualmente estn redactados en Lengua
Oficial. Por su parte, la versin apcrifa alternara,
segn algunos testimonios, textos en Lengua Oficial
con otros en varios idiomas, especialmente el
castellano.
La primera recopilacin exhaustiva de los
fragmentos pertenecientes a las Crnicas apcrifas
fue elaborada en 1895 CJ por el historiador y filsofo
cataln Jaume Puigcard, en su libroLes Crniques de
la Serp Emplomallada: llegenda i realitat (Las
Crnicas de la Serpiente Emplumada: leyenda y
realidad). Su texto ofrece una relacin y anlisis
extensivo de los segmentos apcrifos sobrevivientes,
as como una bibliografa completa de aquellas fuentes
que los citan directamente. Adems, realiza un estudio
profundo de la veracidad de ciertos datos y la
interpretacin errnea que se habra hecho de losmismos por parte de muchos de sus predecesores. El
trabajo fue considerado, desde los mbitos estatales
oficiales, como carente de fundamento y de objetividad
acadmica.
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Presa de una terrible excitacin, Isabel dej aquella obra abierta
sobre la mesa, se acerc de nuevo a su biblioteca y comenz a
recorrer, con la yema del dedo ndice, los lomos de sus libros.Finalmente dio con el que buscaba: Memorias de las Tierras del
Este, de una autora nativa y nativista, C. Deschamps. Y slo
tard un minuto en descalzarse y acurrucarse en su asiento a leer el
siguiente fragmento:
A lo largo de la primera mitad del siglo XX,
numerosos libros y artculos desarrollaron anlisis
crticos algunos de ellos altamente subjetivos
sobre los contenidos conservados de las mticas (y
desaparecidas) Crnicas apcrifas de la Serpiente
Emplumada, la mayora fundamentados en lacompilacin de Puigcard (1895). Algunos de esos
artculos, muy distorsionados, terminaron conformando
la base ideolgica de movimientos independentistas,
subversivos o revolucionarios de las Tierras del Este,
tales como CaLi (Castilla Libre, desde 1941), Terra
Portuguesa (desde 1953), MoLiP (Moviment pr laLiberassion dl Piemont, desde 1967), Frankiz ha
dizalch (Bretaa, desde 1945), y varios grupos
gascones, sardos y calabreses, entre otros.
Los responsables de las Altas Casas de Estudios de
las Tierras del Oeste (y, en consecuencia, sus pares del
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Este), as como los de las Casas Oficiales de Historia y
Lengua, han difundido y promocionado el uso de la
versin oficial del texto de las Crnicas, aparecida porprimera vez en 1660 a partir de una oportuna copia
de seguridad de la compilacin original de 1560 y
posteriormente revisada en 1792 y en 1964. La misma
ofrece una visin de apoyo y sustento a la llamada
Historia Oficial.
No obstante, los pueblos nativosde las Tierras del
Este(la parte de Europa invadida en el s. XVI) desafan
la veracidad histrica de la versin oficial de las
Crnicas, planteando una posicin crtica denominada
la voz de los vencidos. Si bien mucha de la
documentacin escrita de estos pueblos fue destruida
durante los conflictos blicos que siguieron a la
invasin, conquista y dominacin de las Tierras del
Este, algunos textos sobrevivientes y la propia tradicin
oral de esas culturas originarias expresada en un
nmero importante de idiomas del grupo
indoeuropeosuministran datos abundantes paracuestionar la autenticidad de las Crnicas oficiales.
Uno de ellos que se constituye en el argumento
central de la tesis de los vencidos expone que las
Crnicas originales incluan seis tomos que
conformaban tres libros (y no cuatro tomos que
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constituiran doslibros). El libro faltante que sera el
primero de la serie y llevara por ttulo El Libro del
Mensajero habra sido escrito en lengua nativa(concretamente, en castellano antiguo) entre 1493 y
1521 por varios cronistas hoy annimos, y aportara
informacin valiosa que desarmara la postura
sociopoltica e ideolgica oficial, dominante en la
actualidad. Tal postura, por cierto, ha sido perpetuada a
lo largo de cinco siglos y ha cimentado la idea de
superioridad de los pueblos de las Tierras del Oeste y
sus descendientes sobre los nativos de las Tierras del
Este, fomentando, a la vez, polticas de discriminacin,
exclusin y exterminio.
De acuerdo a la tesis defendida por la voz de los
vencidos, la existencia delLibro del Mensajeroque
estara avalada por las Crnicasapcrifas de 1660
se ha negado insistentemente desde el siglo XVII para
poder construir un poder ideolgico y social que diera
una posicin aventajada a los descubridores
(invasores) procedentes de las Tierras del Oeste frente alos nativos. Muchos autores de la poca citaron en sus
propios trabajos varios fragmentos de ese Libro del
Mensajero supuestamente falso, permitiendo, al menos
en cierta forma, su supervivencia. Precisamente fueron
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sos los textos que recuper el citado Puigcard en
1895.
Adems, lasCrnicasapcrifas conservaran, en
su segundo y tercer libro el del Guerrero y el del
Heredero retazos de relatos que habran sido
intencionadamente borrados, adulterados o corregidos
en la versin oficial de las mismas.
Mir los seis tomos in quartoque descansaban sobre su mesa y
sinti un escalofro que le recorri toda la espalda y se le qued en
la base de la nuca. Con lo que acababa de leer, crea comprender el
verdadero alcance que poda tener el encuentro fortuito de aquel
amasijo. Desaparecidos durante siglos, convertidos en un enredo
de cordeles y papeles devorados por los escarabajos y los hongos,esos volmenes haban sido, por algn motivo, disfrazados bajo un
ttulo falso y perdidos en un rincn de un archivo. All, gracias a
la negligencia de muchos de sus colegas pasados y presentes, o
quizs merced al sigilo de alguno de ellos, haban permanecido
ajenos al inters, la curiosidad o la intriga de los ojos humanos. Y
ahora, ah estaban. Esperando a una lectora o un lector quedescubriera sus secretos. Que resolviera una incgnita que haba
ocupado las pginas de muchos libros y las horas de muchos
investigadores durante siglos.
Temblando como las hojas de los chopos de su tierra natal,
Isabel abri nuevamente el primer tomo. Cuando consigui
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despegar la portadilla que exhiba el ttulo de la siguiente pgina, el
techo de su habitacin pareci desplomarse sobre su cabeza. Lo
tena delante:
Entonces era verdad... Aquel libro, el primer segmento de las
Crnicas apcrifas, exista. El hecho de que en su momento
fuera calificado de falso, perseguido y destruido daba mucho que
pensar. Tal vez, lejos de ser una invencin falaz, revelase una seriede sucesos que desmitificaran la Historia Oficial. Tal vez las
Crnicas apcrifas fueran las verdaderas, las reales, la copia
completa de aquella compilacin original de 1560.
Dispuesta a escuchar las voces y las historias de sus personajes,
se arrebuj un poco ms en su silln. No senta ni hambre, ni
suciedad, ni cansancio: slo unas ganas locas de sumergirse en un
universo de palabras que como siempre le sola ocurrir cuando
lea probablemente la envolvera y la arrastrara lejos de las
cuatro paredes de su habitacin.
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Por algn motivo record a su compaera, Mara, y esa Teora
de los Tiempos Paralelos que le haba mencionado en el Archivo.
Y pens que, en otro tiempo, en otra historia, ella no encontrabaese libro y todo segua igual que siempre. Pero en este tiempo, en
esta historia, ella se perda en esos hechos que saltaran de un
tiempo a otro, alternndose para narrar una lnea de
acontecimientos que, a tenor de lo apuntado por Deschamps, se
iniciaba mucho antes de lo que se deca oficialmente.
Volvi a leer la pgina en donde pona El Libro del
Mensajero. Y all comenz su aventura.
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Parte I
El Libro del Mensajero
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I
Toledo, 1972
Desde lejos llegaba el eco de las bocinas de los templos del
casco antiguo.
El tiempo se haba deslizado entre ella y el libro sin apenas ser
sentido. La noche haba avanzado y fuera las estrellas haban
comenzado a girar por encima de Toledo.
Absorta en aquellas hojas, totalmente concentrada, volando a
travs de las palabras de los protagonistas y escribientes de las
Crnicas, admirada ante las ilustraciones y los mapas, Isabel se
haba perdido en un mundo que haba existido haca siglos y ciclos
pero del que nadie, tras tanto tiempo, tantas deformaciones y tantas
mentiras, tena noticias verdaderas. Una historia construida con las
decisiones, las razones, las flaquezas y los errores de un puado de
seres humanos que, sin saberlo siquiera, estaban dibujando, paso a
paso y momento a momento, el futuro de millones de personas.
Una historia silenciada y negada durante aos por la oficialidad,
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por motivos que la muchacha estaba cada vez ms cerca de
entender.
El texto la haba atrapado por completo. Tomando el detallado
relato de las Crnicascomo base, la frtil imaginacin de aquella
veinteaera se las haba arreglado para meterla en la narracin de
forma tal que haba podido verla, sentirla, palparla, olerla y
vivenciarla hasta en sus ms mnimos detalles. Cada palabra escrita
la llevaba un paso ms all, y cuando por fin logr dejar de leer
todava poda sentir sobre su piel el salitre del aire costero cubano,
el olor de la plvora de Cdiz y las miradas de muchos de aquellos
espaoles, de uno y otro lado del ocano. No, mucho de lo que
haba vivido mientras surcaba las pginas de las Crnicasno estaba
sealado con tanta precisin en ellas. Pero sa era la magia de la
lectura: permita revivir mundos muertos haca edades a la medida
del lector.
El viejo reloj de su mesa marcaba la segunda hora de la
madrugada. Slo podra descansar si la excitacin le permita
cerrar los ojos y conciliar el sueo cuatro horas antes de
levantarse y abordar las tareas domsticas de su rutina diaria.
Aunque se pronosticaba muy difcil que en lo sucesivo su vidamantuviera rutina alguna.
Casi por instinto haba comenzado un cuaderno de notas de
tapas duras y papel tosco, en el cual haba ido tomando apuntes; le
costaba abandonar los malos hbitos de estudiante aplicada. De
esa forma, todas sus dudas y todos sus descubrimientos haban ido
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quedando anotados: desde las caractersticas fsicas del documento
a datos paleogrficos bsicos, y desde listas de lugares a palabras
en otras lenguas y hechos histricos. Aqul sera un buen punto departida para posteriores bsquedas, pues si bien ella aprehenda
bastante de aquel denso manuscrito, muchas ideas escapaban
totalmente a su comprensin.
Y no haba cosa que la hiciera sentirse peor que estar delante de
un libro y no entender por completo lo que ste le deca.
Entre esos apuntes preliminares haba incluido una
caracterstica peculiar del texto: as como los captulos saltaban
alternadamente de un periodo histrico a otro, tambin el idioma en
el que estaban escritos variaba del castellano a la Lengua Oficial.
En las secciones escritas en esta ltima, Isabel encontr insertos
largos fragmentos en espaol, as como extensas glosas quetraducan determinadas partes de una a otra lengua. Curiosamente,
a pesar de lo artificioso del recurso, la historia no perda ningn
sentido: por el contrario, pareca completarse.
Avanzando en su lectura, not que el color de la tinta de esas
traducciones al margen era similar al de los nmeros de las pginas,
y se pregunt si no habran sido realizadas por el mismo puo.Como esas, muchas otras cuestiones quedaron plasmadas en
aquella libreta, que acabara siendo la primera de una larga serie.
Mientras se daba una ducha rpida, la joven iba programando
sus prximos pasos. Para comprender y recomponer aquel
rompecabezas de textos, documentos, fechas y lugares, iba a
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necesitar con cierta urgencia un mapa de las antiguas Tierras del
Oeste en el ciclo I antes del Calendario Nuevo. Eso era el siglo XV
del calendario juliano europeo, aos ms, aos menos. Aunque elmanuscrito ya contara, entre sus dibujos, con algunas cartas de
navegacin, Isabel haba tenido problemas para seguir la ruta
navegada por los expedicionarios del Fuerte de la Natividad. Por
otro lado, era imprescindible que consultara una enciclopedia de las
culturas de las Tierras del Oeste, en especial la tana y la itz. Y
quizs algunos diccionarios de idiomas le fuesen de utilidad, pues
all haba muchsimas palabras ininteligibles en lenguas nativas
como el portugus y el genovs, o como el hermtico euskera.
Quizs ms adelante necesitara un libro de historia de Castilla y
Aragn durante los siglos XV-XVI, y algo sobre la antigua ciudad
de Cdiz... y... y...
Pero, por sobre todas las cosas, un nombre demandara su
atencin: Coln. Hasta donde ella llegaba a entrever, era una de las
piezas fundamentales de todo aquel entramado. Cristforo
Colombo era un personaje casi mtico, del que no se saba casi
nada, y su viaje explorador el ltimo realizado por la Corona de
Castilla y Aragn antes de las invasiones se haba convertido,con el paso de las edades, en sinnimo de locura y suicidio para la
Historia Oficial. Aun as, se haba gastado mucha tinta en torno a
l y a sus aventuras, especialmente por parte de plumas nativasque
recuperaban la escasa documentacin antigua existente y cierta
tradicin oral castellana, y que sugeran una interpretacin muy
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distinta del papel jugado por aquel marino. Un rol de autntico
visionario. Isabel tendra que revisar un poco, e incluso retomar los
hilos de una vieja historia familiar que haba odo contar a suabuelo cuando era una nia...
Pero eso sera en otro momento. Tras la ducha, su entusiasmo
haba dejado lugar a un cansancio profundo, un agotamiento de
todas sus fuerzas. An con el estmago vaco, se tendi en su
pequeo catre, soando con los ojos abiertos con las extensas
playas de Kosom Luumil.
Sin saber muy bien porqu, record un poema que haba
encontrado haca aos en una flaca y pobreAntologa de literatura
nativa de los ciclos I al IV, una edicin bilinge y comentada que
rescataba, entre otras cosas, parte del acervo tradicional de la
antigua tierra de Castilla. Era una de las pocas poesas conservadasdel literato Francisco de Quevedo: unos versos que, dos siglos
despus de escritos, haban servido de bandera a algunos
movimientos revolucionarios castellanos. Con ellos en mente se
durmi.
Mir los muros de la patria ma / si un tiempo fuertes, ya
desmoronados...
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Al da siguiente, Isabel emple el descanso de media maana
para dirigirse al espacio de lectura comunitario del Archivo y
hundirse en un ejemplar de una obra histrica crtica muyrecomendada por los investigadores nativos:Historia de los reinos
de Espaa.Era un trabajo que haba causado un gran revuelo por
haber sido publicado solamente en lengua nativa, sin traduccin a
la Lengua Oficial, lo que provocaba mucho malestar en ciertos
crculos de lectores y acadmicos. Adems, a diferencia de otras
Historias de Espaa, sta haba sido escrita por una nativadesde
una perspectiva nativista. No se trataba del habitual ensayo de
algn historiador de la dominante clase oficialista, ridculamente
empeado en contar su versin de los hechos a los propios
protagonistas de los acontecimientos.
El libro se basaba en una recopilacin exhaustiva de la antigua
documentacin sobreviviente a la destruccin tras las invasiones
que no eran llamadas, en ningn momento, descubrimiento y
en un anlisis profundo realizado desde el punto de vista local.
Haba muchas reivindicaciones en esas pginas. Empleaba el
calendario juliano sin equivalencias al Calendario Nuevo ni
siglas definitorias, los nombres originales de todas las Tierras delEste y muchos conceptos y trminos que la historiografa oficial
negaba, olvidaba o no aceptaba como vlidos, acadmicos o
polticamente correctos.
Isabel encontr abundante informacin til referente a su tierra
a finales del siglo XV y principios del XVI. Para su deleite, lo que
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lea confirmaba algunos aspectos que haba entrevisto en la
inmensa historia contada en las Crnicas. Otros le resultaron
completamente nuevos, y sobre ellos tom las siguientes notas:
Espaa acaba de salir, hace menos de tres dcadas,
de un dilatado conflicto blico contra los ltimos
ocupantes rabes de la pennsula (1492). Las propias
tensiones internas son muy fuertes y se notan
especialmente en Navarra (incorporada a la Corona de
Castilla tras una larga guerra civil, en 1512) y en
Catalua (incorporada a la Corona de Aragn en 1469,
tras una lucha semejante). Es un pas agotado,
empobrecido, mayoritariamente analfabeto, con
diferencias sociales muy marcadas y una presencia muysignificativa del cristianismo en cada aspecto de la vida
diaria. La fe catlica es la ideologa del reino y la
intolerancia llega a niveles abrumadores. El tremendo
odio hacia los semitas conduce a la creacin del
Tribunal del Santo Oficio (Inquisicin), a la expulsin
de judos (lossefardes) en 1492 incluyendo entre 50y 150 mil conversos en Catalua y Baleares, muchos de
ellos banqueros y al alzamiento de los moriscos en
1500 por las duras polticas de conversin, que llevara
a su expulsin en 1502. Aun as, 400 mil moriscos
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conversos quedaron dentro de las fronteras de
Castilla y volveran a rebelarse a lo largo del siglo XVI.
El bajo clero europeo es ignorante y ambicioso.
Vende bautismos, sacramentos e indulgencias. Tal es
as, que el Obispo de Basilea suplica a los sacerdotes de
su dicesis que no ricen sus cabellos, no se dediquen
al comercio en la Iglesia, no vendan bebidas o caballos,
no adquieran objetos robados.... Las bulas pontificias
ofrecen el perdn eterno de todos los pecados y las
Puertas del Paraso a quienes cuentan con el suficiente
dinero para comprarlas. Precisamente el comercio de
indulgencias y de reliquias de santos es una de las
razones que motivan la rebelin del monje Martn
Lutero en los estados germanos. El pueblo, entretanto,
cree en santos y supersticiones catlicas. Los obispados
y dicesis se compran a un Papa que viste armadura y
dirige ejrcitos (Julio II, 1510).
Espaa es un pas atrasadsimo en comparacin con
Flandes o Italia en la misma poca. Cuando el reino
recin despierta culturalmente, Leonardo da Vinci yRaffaello Sanzio ya han muerto, dejando un legado
inmortal, y Michelangelo Buonarroti pinta y trabaja
para los Medici. Algo similar sucede con figuras de la
talla de Albrecht Drer y Lucas Cranach en el norte
europeo.
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Devolvi el libro a la responsable de la sala y regres a los
depsitos subterrneos de reliquias y antiguallas con su cuaderno
en la mano y un sabor amargo en la boca. Las ltimas frases de sulectura le haban trado a la memoria las imgenes de las obras
maestras de Leonardo y Rafael. Eran una parte valiosa de su
cultura, pero se exhiban desde haca ciclos en los ms importantes
museos capitalinos de las Tierras del Oeste, a miles de leguas de
los lugares en los que haban sido creadas, pintadas o esculpidas.
Estaban lejos de las manos de sus herederos, de las personas a las
cuales perteneca ese legado y esa memoria por derecho propio.
Todo ello, por supuesto, estaba avalado por el discurso de que
dichas obras eran patrimonio de todos.
Haba das en los que el mundo le dola y en los que su piel y su
origen eran una enorme cicatriz abierta que la cubra toda. Mientras
se ataba su pauelo sobre el rostro presenta que esos das, de all
en ms, se multiplicaran hasta volverse insoportablemente
habituales.
Durante el almuerzo se busc un par de tortillas. Le
desagradaba comer tlazcla, comida rpida extranjera, pero en aquel
momento era lo ms prctico. En el mostrador de la Coleccin
Principal pidi uno de los tomos de laEnciclopedia de los Pueblos
y Culturas de las Tierras del Oeste, un ambicioso tratado sobre las
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historias antiguas y recientes de las etnias del otro lado del mundo.
Estaba escrito en Lengua Oficial: all no haba espacios para el tan
mentado bilingismo o para el pluriculturalismo. Con el pesadoejemplar y su tentempi en la mano, baj al depsito para pasar la
siguiente hora inmersa en su lectura y sus notas. De la entrada
Tanos, bajo la sub-seccin Historia antigua, tradujo al
castellano un prrafo que describa un hbito ya universal.
La costumbre de fumar tabacofue adquirida por las
gentes de las Tierras del Este a travs de los tanos,
aunque tal prctica fuera comn en muchas reas de las
Tierras del Oeste, en especial en contextos religiosos:
dosis altamente concentradas de infusin de tabaco
componen un alucingeno muy fuerte. Originalmente,los tanos enrollaban las hojas del tabaco secas y
curadas formando macizos atados (que llamaban
cohiba) que bien fumaban directamente o mediante
tubos de madera conocidos como tobago otabago. De
ah procedera la palabra actualmente vigente a nivel
internacional para designar tales hojas, aunque otrasteoras afirman que el origen de dicho trmino es rabe
y se referira a ciertas hierbas medicinales.
Aquella entrada particular contena numerosos trminos de la
lengua tana que haban quedado incluidos para siempre en otros
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idiomas del mundo: huracn, tiburn, barbacoa, macuto, maz,
colibr, caimn... Por la propia naturaleza del texto, all se recoga
con mucha ms claridad parte de lo descrito en las Crnicas. Noobstante, Isabel segua prefiriendo las aventuras de los
expedicionarios hispanos por tierras de Hait y Cuba a las
definiciones de una enciclopedia.
Qu lees? la interrumpi Mara, que volva inusualmente
temprano de su hora de comida.
Un par de cosas sobre los tanos contest Isabel,
terminando de tomar apuntes.
Hmmm, tanos... suspir su compaera, como si la palabra
le evocara sensaciones insospechadas. Tengo una amiga que
piensa casarse con un chico tano.
Ella es de aqu? inquiri Isabel.
Aj... De Madrid. El muchacho tiene mucho dinero.
Imagnate! Su padre es uno de los mayores productores de tabaco
del mundo. Y ya sabes que en aquel lado del mar es donde estn el
poder y la riqueza. No es mal partido el de mi amiga, no...
Isabel no respondi. Pero se dijo a s misma que no, que no era
mal partido, sobre todo para alguien que haba nacido en el lado
equivocado, el histricamenteperdedor. Se arrepinti de la idea
apenas la hubo formulado: haba cado, sin quererlo, en el tpico
maniqueo de buenos y malos, vencedores y vencidos,
sociedad dominada y dominante, nativos y no nativos. Y,
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sobre todo, haba recado en otro tpico, uno que positivamente le
repugnaba: el tan trillado desdichados de nosotros, los nativos,las
pobres vctimas.
En verdad an pesaba una discriminacin muy notoria sobre su
pueblo. A ello contribua, en cierta forma, la existencia de un
montn de estereotipos, de otras tantas percepciones errneas, de
diferencias culturales profundas y de no pocos intereses creados.
Un nmero alarmante de injusticias se cometan casi a diario,
atropellos que no eran subsanados en absoluto y se sumaban a las
cuentas que quedaban pendientes con el pasado. Pero tambin era
necesario reconocer que tras tantos siglos de convivencia y a
pesar de las decenas de conflictos violentos vividos durante ese
periodo muchas personas ya no paraban mientes en colores de
piel, lenguas, costumbres u orgenes. Por otro lado, era preciso
sealar que algunos nativos, aprovechndose de su situacin social
claramente desfavorable la cual, si bien era la usual, no era la
obligatoria se colocaban hipcritamente el disfraz de vencidos
para hacerse las vctimas, atormentar conciencias ajenas,
reclamar deudas histricas y conseguir as notoriedad poltica,
beneficios econmicos o, al menos, alguna portada en los mediosde comunicacin ms sensacionalistas. Todas esas actitudes, lejos
de perseguir el inters colectivo de su pueblo, solamente buscaban
el provecho propio.
No, el mundo no era tan sencillo como para andar emitiendo
juicios a la ligera. Isabel se avergonz ntimamente de su
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pensamiento inicial. A modo de autodisculpa, pens que su propia
historia familiar y personal en el lado nativo una cadena
desafortunada de malas experiencias la llevaba a veces areaccionar de forma radical, con mucha rabia y mucho odio. Slo el
que se haba encontrado en esa posicin de debilidad, de
impotencia y de desigualdad ante el dominio ajeno poda llegar a
entender que la razn no siempre se atiende, y que la pasin a veces
inflama las acciones y las hincha de arbitrariedad.
Antes de volver a su corrala a ella le gustaba llamarla as,
usando el vocablo antiguo se puso en contacto con su familia en
Buitrago para avisarles que pasara con ellos los dos das libres quele correspondan cada semana. Haba algunas cosas que quera
preguntarles, aprovechando su excelente memoria. Luego,
cruzando el puente de Alcntara, corri hasta su rincn a las
afueras de Toledo, se dio la ducha de rigor y, mientras se preparaba
unas migasese socorrido plato tradicional tpico de pastores y
una sopa caliente, ech una ojeada superficial a los libros que haba
pedido en prstamo en el Archivo. Por un lado, haba un Atlas
con diseos coloreados que le permitiran seguir los avatares de los
protagonistas de las Crnicas sobre un horizonte mucho ms
detallado que el que apareca bosquejado en las cartas del
manuscrito; por el otro, una Gua histrica de Cdiz que le
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facilitara la labor de entender si ello era posible la antigua
estructura de la ciudad portuaria. Ambos estaban escritos en
Lengua Oficial, pero aquello no era ms que un pequeoinconveniente para ella: haban dejado de importarle los medios
para preocuparse slo por los fines.
Al tiempo que cenaba, revisaba los mapas y tomaba notas.
Gracias a que era ambidiestra, alternaba fcilmente pluma y
cuchara, una costumbre que en su casa natal hubieran condenado a
gritos pero que all, en su habitacin, era tan vlida como cualquier
otra. Dibujaba las siluetas de islas y puertos, de ciudades y
continentes, y haca marcas provisorias sobre accidentes
geogrficos destacados que crea haber encontrado en los
manuscritos de las Crnicas. Masticando an el ltimo bocado,
dej los platos y cacharros sobre el fregadero de loza del que
dispona su cuarto y se dedic a completar algunos apuntes sobre la
Cdiz antigua.
Mucho de lo ojeado corroboraba la informacin que apareca en
las Crnicas. A decir verdad, en ocasiones la repeta casi
literalmente. Antes de continuar con ellas dedicara toda la
noche, hasta que se le cerraran los ojos, a aquella tarea que lehurtara el sueo a medida que transcurrieran los das consult
los volmenes de una modesta enciclopedia en castellano que tena
en sus anaqueles. Con ella en mano se quit una duda, y acto
seguido copi en su libreta:
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Horas cannicas
Se trata de una divisin del tiempo empleada en la
Europa del medioevo, en la mayora de las regiones
cristianas, que segua el ritmo de los rezos religiosos en
los monasterios. Eran maitines (medianoche), laudes
(tres de la maana), prima (primera hora tras la salida
del sol, aproximadamente las seis de la maana), tercia
(las nueve de la maana), sexta (medioda), nona (las
tres de la tarde), vsperas (las seis de la tarde) y
completas (las nueve de la noche).
Solucionado ese pequeo detalle, Isabel se enfrasc de nuevo
en las historias de las Crnicas, las cuales, imitando el movimiento
de la lanzadera en un telar, tejan un relato que zigzagueaba atravs de dos pocas. De esa manera complicada y fascinante
haban sido compilados el Libro del Mensajero y sus dos
compaeros.
El reloj marcaba la novena hora de la noche. En su cabeza,
atnita por tantas novedades, eran ms las preguntas e incgnitas
que bullan sin descanso que las respuestas.
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II
Toledo, 1972
Apenas haba soltado la pluma, imbuida en la lectura de los
primeros captulos de El Libro del Mensajero. Una palabra
destacaba entre todas las que haba anotado esa noche, rayada en
negro varias veces, envuelta en un crculo y escrita en maysculas
en su libreta.
Era un apellido. Balmaceda.
Coincida con el suyo y perteneca a uno de los actores de ese
drama que se desarrollaba en su poderosa imaginacin mucho ms
rpido que lo que dictaban las letras del manuscrito. Sus
pensamientos volaron a algn momento de su infancia, a alguna
noche de tertulia con su familia alrededor de la mesa: chuscos de
pan, olivas, lonchas de jamn y queso curado sobre los platos,
viejas memorias y autnticas historias de antao suspendidas en el
aire... Su abuelo paterno haba contado, oculto tras el humo de su
pipa, que su abuelo le haba contado que su abuelo contaba que, en
los tiempos antiguos, poco antes de las invasiones, un Balmaceda
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de las tierras andaluzas de la zona de Medina Sidonia, de la cual
provendra ese apellido originalmente se haba embarcado en un
viaje por mar hacia el oeste a las rdenes de un tal Coln. Isabeltrat de atar cabos: ah estaba de nuevo aquel marinero audaz que
quiso probar suerte y desafiar las convenciones de su poca para
descubrir una ruta occidental hacia las entonces llamadas Indias.
La expedicin nunca haba regresado: de hecho, haba sido el
ltimo intento de los reyes hispanos por cimentar su poder en los
ocanos, en abierta competencia con el antiguo reino de Portugal,
tal y como ella haba podido averiguar al consultar las pginas de la
Historia de los reinos de Espaa.
No era de extraar que aquel viaje hubiera adquirido tintes
mticos. Nadie saba qu haba sido realmente de las naves y la
tripulacin. En el imaginario popular an flotaban muchas
incgnitas. Encontraron las Tierras del Oeste? Se quedaron all?
O murieron todos sin alcanzar la otra orilla? Y si as ocurri,
cmo fue? Una tormenta? Un hundimiento? El hambre y la
sed? Lo nico cierto es que hacia el ao juliano 1502 al menos
esa era la fecha que ofreca la autora de la Historia de los reinos de
Espaa la Corona hispana pag a las familias de los marinerosperdidos los haberes adeudados a stos, dineros que evidentemente
ya no iban a ser cobrados por los interesados tras diez aos de
ausencia y silencio. Isabel hurg en el pasado para rescatar la
narracin de su abuelo. Segn l, la cdula real que conceda dicha
renta a los familiares de aquel Balmaceda unos once mil
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maravedes, piezas ms, piezas menos pas de generacin en
generacin, rememorando el valor de ese muchacho que haba
saltado hacia el vaco de lo imposible, buscando quizs un nuevohorizonte de posibilidades. Con el paso del tiempo el documento se
extravi, pero la historia una de las pocas curiosidades familiares
dignas de ser recordadas se convirti en una especie de leyenda
para el clan de los Balmaceda.
Quizs en su casa de Buitrago alguien pudiera evocar para ella
ese relato. No poda ser una simple casualidad: aquel antecesor
familiar tena demasiado en comn con el hombre que aprenda
palabras itzes en una isla perdida del Mar Central, o Caribe, o
como se llamase. Cerr el pesado volumen y fue a cepillarse los
dientes en su diminuto cuarto de bao. Al terminar de enjuagarse,
esboz una tmida sonrisa. Bien pensado, las curiosidades
familiares no eran tan pocas: uno de sus tos, el nico hermano de
su padre, tena buenos conocimientos sobre el movimiento
etiquetado por la oficialidad como la voz de los vencidos. l
deca que haba ledo mucho sobre el tema, pero ella estaba segura
de que saba ms que los libros. Con un poco de suerte podra
sacarle algo sobre las bases histricas y tericas que sustentaban losreclamos de tal movimiento nativo.
Isabel sigui absorta en sus propias cavilaciones. Haba cosas
que no le cuadraban en absoluto cuando comparaba la Historia
Oficial con la que se narraba en elLibro del Mensajero. Si Coln
haba llegado a las Tierras del Oeste, si haba encontrado e
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incluso nombrado un buen puado de las islas que se hallaban en
aquel lado del mundo, y si haba dejado gente all, en el Fuerte de
la Natividad... entonces sus barcos haban tenido que perdersedurante el viaje de retorno. Aunque semejante expedicin hubiera
sido una locura, aquel navegante no habra sido un insensato sino
todo un visionario, un verdadero emprendedor arriesgado. Haba
encontrado tierras al otro lado del mar. De haber regresado a
Espaa, se hubiera convertido en un hroe para su gente, recordado
por ellos a travs de los ciclos y siglos. Pero no lo hizo, y fue
relativamente sencillo relegarle al panten de los fracasados y dejar
que su aventura cayera en el olvido. Pese a todo, algunos autores,
en su afn por sacar a la luz los numerosos captulos que faltaban
de una historia inacabada, ya haban sealado basndose en las
tan mentadas Crnicas apcrifas que Coln habra dado con la
ruta hacia las Indias. Isabel ya no albergaba dudas sobre porqu
ese dato se haba ocultado persistentemente: desde esa perspectiva,
la fantstica Historia Oficial del descubrimiento de Europa se
caa a pedazos.
Por otro lado, si los relatos de Escobedo y de esos otros
cronistas cuyos nombres segua sin conocer haban llegado aSevilla para ser compilados en los tomos de las Crnicasen 1560,
debieron existir contactos, informacin y acontecimientos que
luego se ocultaron por motivos nada claros. A esas alturas, y
aunque de momento no albergara ms que sospechas, no le
extraaba que la Historia Oficial negase la existencia del Libro
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del Mensajero, y que las voces disonantes nativaslo reivindicasen.
Haba muchos misterios e intereses contrapuestos detrs de las
palabras que estaba leyendo en aquel manuscrito. Pero esperaba darcon alguna verdad a lo largo de su lectura.
Vencida por el cansancio, la joven se mir al espejo y
descubri, en el rostro reflejado enfrente suyo, dos profundas ojeras
bajo un par de ojos castaos, enrojecidos por la escasa luz y la
excesiva lectura. Estaba realmente agotada y sopes la idea de no ir
a trabajar al da siguiente y avisar de que no se senta bien. Nunca
haba hecho aquello antes y consideraba que en el Archivo nadie le
pondra objeciones, sobre todo porque no estaba mintiendo. Quizs
podra levantarse temprano, hacer llegar la noticia al Archivo y
seguir descansando hasta tarde. Luego de un sueo reparador, tal
vez se despertara con mejores nimos... y una cara ms presentable.
Si consegua recuperar fuerzas debidamente, hasta podra ir al
Museo de Armas que estaba ubicado en el antiguo Alczar, un
edificio memorable aunque no imponente todava en pie a
pesar de las muchas batallas y los numerosos cambios que se
haban sucedido a su alrededor. En su interior podra recabar
suficientes datos sobre arcabuces, espadas, cuchillos, caones yotras hierbas, algo que no le vendra mal para cuando volviese al
escenario de combates en el que haba detenido su lectura.
Con esos proyectos en mente, se derrumb en su catre y se
durmi profundamente.
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En sus sueos, una voz masculina susurraba ez dok
hamahiru. Y una niita de oscuros ojos rasgados, con una
caracola roja pendiendo de sus cabellos, le preguntaba cmo sellamaba.
Las cosas haban salido mejor de lo planeado. Pudo faltar altrabajo aquel ltimo da laboral de la semana sin mayores
consecuencias que un regao de su jefa por cuidar poco de su salud
y un sinfn de recomendaciones bienintencionadas y a primeras
horas de la tarde se dirigi al Museo de Armas del Alczar.
Nunca antes haba entrado all. A decir verdad, aquellas
herramientas concebidas para sembrar muerte y cosechar vidas nole provocaban la ms mnima curiosidad. Contraria a la guerra y a
toda clase de violencia, al ver esos instrumentos exhibidos en
vitrinas Isabel no pudo evitar pensar en cuntos latidos habran
apagado cuando an se utilizaban. Pero se dijo que en aquel
momento la suya era una tarea de investigacin, y que deba poner
a un lado sus sentimientos e intentar recaudar la mayor cantidad
posible de informacin prctica. El museo contaba con salas
amplias, una pequea biblioteca especializada en temas blicos y
un mirador precioso, situado en una de las torres del Alczar.
Desde l podan atisbarse los tejados de Toledo, el campanario de
una de las pocas iglesias que haban perdurado despus de las
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invasiones, las cspides de la media docena de templos de dioses
extranjeros erigidos en el mismo periodo sobre los restos de
valiosos edificios medievales, y la curva del ro Tajo rodeando porcompleto aquel sector del casco antiguo de la villa.
Si bien se haba preparado una lista de elementos sobre los que
deba indagar, su mayor inters se enfocaba en el arcabuz. Haba
odo hablar de l, pero hasta que se le apareci en las Crnicasni
siquiera poda imaginarse cmo funcionaba. Incluso despus de
leer el manuscrito, todava le resultaba difcil entender el accionar
de aquel endemoniado artilugio. Dej el resto para ms tarde y
busc la sala de armas de fuego primitivas. Un extenso sector de la
pared estaba ocupado por vitrinas que alojaban arcabuces y
mosquetes de todos los tamaos y estilos. Isabel se pase ante
ellos, observando detenidamente el perfil de los tubos de hierro, los
detalles de los serpentines y cazoletas, el desgaste de los mochos de
madera, la curva de los gatillos... Trat de imaginar el ruido, el
humo y el olor que debieron desprender esas armas al ser
disparadas, y record las situaciones de caos y muerte en Cdiz que
haba revivido a travs del Libro del Mensajero, donde los
arcabuces desempearon un papel nada despreciable. Sac elcuaderno y comenz a tomar apuntes mientras mascullaba por lo
bajo algn comentario desdeoso sobre el hecho de que los paneles
explicativos, como de costumbre, estuviesen redactados slo en
Lengua Oficial.
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El que tena ms cerca mostraba algunas ilustraciones que
pertenecan, con toda seguridad, a antiguos tratados blicos
castellano-aragoneses de principios del siglo XV juliano. Lo msprobable es que fueran grabados, xilografas tal vez. Continu
desplazndose por aquella habitacin hasta dar con el siguiente
panel, mientras miraba los caos de los arcabuces expuestos.
Alguno de esos habra sido alzado en Cdiz? Quizs despus, en
aquella etapa histrica en la que el infierno pareca haberse
desatado con todos sus horrores? Ensimismada en sus
pensamientos, se detuvo ante otra plancha informativa.
La carga del arcabuz
El proceso de carga del arcabuz era lento y
necesitaba de un accionar mecnico por parte delsoldado. En primer lugar se fijaba la mecha que
deba tenerse encendida previamente en elserpentn.
Luego se colocaba el arma en posicin vertical y se
dejaba caer por la boca del can la cantidad justa de
plvora. Tras ella iba un trozo de papel o de trapo,
llamado taco. Despus, el conjunto era fuertementeatacado con golpes de baqueta. Tras el taco se
introduca la bala. Unos firmes golpes de baqueta
dejaban compacto el conjunto de plvora, tacoy bala.
Hecho esto, el arcabucero realizaba la operacin de
cebado. sta consista en llenar con plvora fina el
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odoy la cazoleta. Una vez concluido este ltimo paso,
el arcabuz estaba listo para ser disparado, por lo que, si
no se lo iba a usar de inmediato, era conveniente taparla cazoleta con la cobija o teja. Antes de emplear el
arma, el arcabucero buscaba su objetivo entre las lneas
enemigas. Soplaba la mecha para avivarla, retiraba la
teja que tapaba la cazoleta y apretaba el largo
disparadorogatillo.
Adems de sacarse varias dudas sobre el castellano antiguo
empleado en elLibro del Mensajero, Isabel ya tena las claves para
reconstruir algunas de sus escenas: el primer fogonazo de la
cazoleta, el segundo saliendo del can, la bala disparada y las dos
volutas espesas flotando ante el rostro tiznado del arcabucero. Unnuevo panel aclaratorio agregara algunos elementos con los que
completar el cuadro de forma ms realista.
El arcabuz en el campo de batalla
A principios del ciclo I CN (siglo XVI CJ) el
arcabuz era un elemento imperfecto usado
especficamente para derribar caballera e infantera
dotada de corazas y armaduras, una tarea complicada
para armas como la ballesta o el arco. Su manejo
presentaba una serie de inconvenientes. Orificios como
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el odosolan obturarse, y los residuos que quedaban en
el canpodan inutilizar el arma. El humo provocado
por los disparos dificultaban la visin y el retroceso delarma, brutal, poda dislocar un hombro. El arcabuz
fallaba uno de cada cuatro disparos. Escritos de la
poca sealaban que para matar a un enemigo era
necesario dispararlesiete veces su peso en plomo. En la
prctica, no permita ms de dos o tres disparos por
minuto. No slo la trayectoria de la balaera imprecisa
sino que apuntar bien era prcticamente imposible. El
alcance efectivo de los proyectiles era de noventa
pasos: disparar a mayor distancia equivala a
desperdiciar municin. Por ello la tctica ms comn
entre los batallones de arcabuceros era la de tirar a corta
distancia desde y hacia formaciones cerradas.
Isabel fue entonces capaz de comprender mucho de lo que haba
ledo en los libros de historia de su infancia y juventud. Durante las
invasiones del siglo XVI, numerosos combates se haban dirimido
empleando armas de fuego para destrozos masivos y saetas paradecidir la batalla. Definitivamente, aquellas bestias asesinas del
Oeste haban sacado el mejor de los partidos a todos sus recursos
armamentsticos.
La muchacha continu caminando distradamente por las salas
en las que se exponan las armas blancas: deslumbrantes espadas
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roperas con cruces de gavilanes finos y guarniciones de cazoleta,
concha o lazo; espadas bastardas o de mano y media; dagas de
riones, montantes de cruceta de Garca de Paredes, mandoblesdescomunales, estoques, puales, cuchillos, picas, lanzas, hachas,
mazas, alabardas... Toledo haba sido la enorme fragua en la que se
haban forjado los mejores aceros de los reinos castellanos de
antao. Su fama lleg a tal extremo que muchas espadas eran
llamadas toledanas, sin ms, como si se tratara de una identidad
que daba el propio metal, blanco y filoso.
Opt por aplazar para ms adelante la visita a la otra mitad de la
exposicin, ocupada por los caones, y ech a andar hacia la
biblioteca. Por el camino se cruz con un grupo de visitantes
liderados por un joven gua que enumeraba algunos detalles sobre
las espadas y su empleo. Isabel aminor su paso para poder
escuchar un poco.
No eran armas pesadas, como se cree popularmente
comentaba el muchacho ni estaban llenas de adornos y joyas, al
menos las que se utilizaban en combate, aunque haba ejemplos de
espadas muy lujosas, que lucan los nobles en recepciones y
desfiles, como sta de aqu deca, sealando una vitrina.Adems, no todos los soldados o combatientes tenan espada, ya
que era un arma cara. No eran indestructibles, ni podan cortar
cualquier cosa, como cree mucha gente: tenan el filo obtuso y
grueso, para no perderlo al primer golpe, y estaban diseadas para
cortar la carne, pero pocas podan abrir brecha en una cota de
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mallas remachada, y eran escasas las que mellaban una coraza de
placas.
Los combates seran largos, no es cierto? pregunt un
visitante.
En absoluto respondi el joven. Eso es un mito ms. En
una batalla, no duraban sino unos pocos segundos, los que se
tardaba en lanzar uno o dos golpes. Si stos resultaban insuficientes
para derrotar al enemigo, era probable que los del adversario
tuvieran mejor fortuna. nicamente en los duelos, por una cuestin
de vanidad de los combatientes, la lucha se prolongaba ms.
Dej aquella voz atrs y, tras atravesar una estancia en la que
podan admirarse las armas usadas por los invasores en el siglo
XVI, entr en la biblioteca. Catalogando su coleccin trabajaba
como pasante una amiga suya, a la que salud con un guiocmplice. Revis algunos armarios y encontr un puado de viejos
tratados sobre cmo blandir las hojas de metal que acababa de ver
de manera que hicieran su trabajo de forma pulcra y, si era posible
llamarlo as, artstica. Eso se deca de la esgrima. Se la calificaba
de arte. El arte de acuchillar al prjimo con estilo, de manera
eximia y delicada defini Isabel para s. All estaban De laPhilosophia de las Armasde Don Jernimo de Carranza, el tratado
de Maestro Pedro de la Torre, el de Francisco Romn... Todos ellos
eran ejemplares que se haban dado por perdidos, pero que
terminaron siendo hallados en los depsitos del Archivo en donde
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ella trabajaba. Sonri. Cuntos tesoros quedaran an por
descubrir?
Recordando su propio manuscrito, decidi que era hora de
volver a la corrala. Necesitaba ordenar sus notas y apuntes. Pero
adems tena algunas faenas domsticas pendientes que requeran
de su atencin inmediata. Al menos, si no quera ver su cuarto
convertido en una porqueriza.
Sobre el Alczar caa la noche. All abajo, el Tajo lama el
borde de la ciudad como haca siglos, con su enorme curva de agua
oscura murmurando secretos.
Los dos pedazos esquinados de pared en los que se apoyaba su
mesa de trabajo haban quedado convertidos en un verdadero
collagede recortes de papel, dibujos, mapas y anotaciones. Sobre
la propia mesa descansaban su tercer cuaderno de apuntes ya
haba dejado dos sin hojas limpias y los seis tomos de las
Crnicas. Haba organizado todas sus herramientas de trabajo en
aquel rincn y se senta satisfecha, a pesar de que la noche ya haba
avanzado y todava no se haba preparado la cena, ni se haba
duchado, ni haba limpiado un poco su cuarto, ni fregado los
cacharros del da anterior, ni lavado su ropa sucia. Definitivamente
era hora de dedicar un poco de tiempo al descanso y a las tareas
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ms apremiantes, lo cual, para su disgusto, significaba que debera
retrasar su visita a Buitrago.
Un rato ms tarde, refrescada por un bao rpido y con un
cuenco de patatas y habichuelas guisadas humeando entre sus
manos, se sent a su escritorio y perdi la mirada en la pared que
tena delante de sus ojos. De ella colgaban un pequeo mapa de la
isla de Kosom Luumil, otro de Cuba, y un esquema de la regin de
Andaluca, sus puertos, ros y ciudades en el siglo XVI. Adems,
una mirada de papeles pegados con adhesivo al muro mostraban
palabras en lengua maya-itz-yucateca, listados de animales y
plantas poco familiares, un catlogo cada vez ms extenso de
vocablos que tenan que ver con la navegacin y los barcos,
relaciones de productos vegetales y minerales valiosos originarios
de las Tierras del Oeste, una cronologa de la historia de la antigua