Cuando el tiempo es oportunidad

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CUANDO EL TIEMPO ES OPORTUNIDAD © FOTOLIA - Feng Yu

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Este artículo, que fue publicado

originalmente en la revista Sal

Terrae de diciembre de 1993, con-

tiene unas reflexiones sencillas y

profundas sobre la eternidad y el

presente, la tensión que vivimos en

relación al tiempo.

Además de la perspectiva psicoló-

gica contiene el aporte de una espi-

ritualidad para la vida.

Con la lectura quedará un sabor

muy agradable y una música en el

alma que acompañará el crecimien-

to personal.

José Antonio García-Monge, sjPsicólogo Clínico, psicoterapeuta, profesor del Master en Psicoterapia Individual y de Grupo de la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid. Autor de varios libros.

¿Qué nos evoca la palabra “oportunidad”? Impulsados por la sociedad de consumo, hoy llega frecuentemente a nuestros oídos la palabra “oportunidad”. La manipulación del mercado nos ofrece constante mente oportunidades. Se trata de una invitación, una provocación, una llamada de atención para motivar nuestra acción rápida, un decir nos “¡deprisa!”; si no, se te escapa el momento, ahora es el tiempo de tu decisión, etc. Oportunidad es una llamada ante una posi-ble decisión nuestra. Oportunidad, de verdad, es la posibilidad afortunada de hacer algo que nos acarree valores, salvación, dicha, bienaventu-ranza...

1. Espiritualidad y experiencia del tiempoExisten verdaderas y falsas concepciones de la vida cristiana, como consecuencia del tiempo y de la idea de eternidad. La espiritualidad cris-tiana es una espiritualidad histórica, para andar por la historia, para hacernos más conscientes del tiempo y de la vocación del tiempo que lla-mamos “eternidad”.

1.1. El tiempo, con su fugacidad, redimensiona y relativiza todoLa dimensión temporal nos ayuda a encontrar la verdadera dimensión de las cosas. El pulso de la vida nos permite ver y contemplar la realidad con sus límites y fronteras.

Todo pasa... Lo nuestro es pasar. La concien-cia de que todo fluye es una experiencia de lí-mites, de adioses, una experiencia de muerte. El Salmo 144 nos recuerda: “Señor, ¿qué es el hom-bre para que te acuerdes de él, el ser humano para que lo tengas en cuenta?... El hom bre se asemeja a un soplo; sus días, a una sombra que pasa”.

La espiritualidad se configura y cristaliza en actitud por la expe riencia del tiempo. Un espi-ritual de la Compañía de Jesús, el P. Nieremberg, nos habla de la fugacidad invitándonos a no in-tentar apresar el tiempo, a prescindir de la reali-

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dad fugaz, instalándonos en una acti tud de eter-nidad. Nos invita a no hacer obra estable en esta posada donde pasamos una mala (y sola) noche. Esta actitud subrayada por Nieremberg es criti-cada por Ortega, que, precisamente por la fugaci-dad, invita a apresar el momento en toda su vi-veza y su belleza; a no dejarle escapar, ya que se produce en un instante; a poner toda la inten-ción y atención en vivir aquello que por su tem-poralidad, de no hacerlo ahora, no lo haríamos nunca. Nos introduce así en la filosofía del carpe diem. Como dice el Eclesiástico (3,22), el único bien del hom bre es disfrutar de lo que hace.

En la espiritualidad cristiana luchan tensio-nalmente la actitud de anclarse en la eternidad y la de vivir comprometidamente el tiempo, con toda su dimensión y sucesión de instantes. La actitud, por así decir, de eternidad, conlleva el autoengaño de evadirse del tiempo para vivir lo eterno, saltándose la vida. La eternidad se con-vierte en una idea que te sustrae de la vivencia del tiempo, de la realidad tem poral, del verda-dero y único perfil de lo humano.

1.2 Espiritualidad del “adiós” sin “hola”Es típico de nuestro tiempo el consumo, el usar y tirar. Usamos el tiempo y tiramos el tiempo. Sin embargo, gran parte de la humanidad no tiene apenas tiempo de estrenar nada verdadera-mente confortable y humano. El deterioro les sorprende cuando todavía no han abierto una página gozosa del tiempo.

La espiritualidad de decir constantemente “adiós” consiste en aprender a renunciar, relati-vizar, despedirse en una abnegación que com-porta una pequeña experiencia de muerte. La ascesis del adiós que nos enseñan las pasividades comporta una pérdida sin retorno. Cuando a la experiencia del adiós no sigue un hola abierto a la vida, se da una falsa vivencia espiritual del tiempo. Es verdad que, para cre cer, el ser tem-poral, el hombre, necesita aprender a decir “adiós”. Es importante saber decir “adiós” sin agarrarse desesperadamente al tiempo, a las co-sas, a las realidades, de las que somos arrancados por la fuerza de la historia. Pero, de la misma manera que el hombre ha de aprender a decir “adiós”, tiene que pronunciar real y esperanza -damente la palabra “hola”: estrenar experiencia, abrirse a la vida, no perderse la realidad que llama a su puerta. Tan importante es decir adiós” como decir “hola”. Una espiritualidad sin “ho -la” es una mutilación de la realidad integral del hombre.

1.3 Espiritualidad del “hola” sin “adiós”Decir constantemente “hola” a la realidad, estar compulsivamente tensos hacia el futuro, com-porta vivir la novedad sin memoria, el pre-sentismo sin pasado ni verdadero futuro. Una espiritualidad de “hola” sin “adiós” adolece de falta de memoria. Está manejada por la pequeña vigencia de las necesidades o la elaboración, con pretensiones de abso luto, del deseo, pero no tiene comprensión de la realidad, del camino que se hace al andar, y del que nos queda un re-cuerdo, tal vez agrade cido, y una esperanza siem-pre viva.

En la perspectiva de Dios, no se trata

de durar mucho, sino de vivir mucho

“Eternidad o tiempo” es una falsa disyuntiva. Existen equivoca das espiritualidades, dependien -do de la adecuada actitud ante el tiem po y ante el mensaje de eternidad. El tiempo no dismi-nuye el valor de la vida ni lo aumenta; sencilla-mente, dimensiona la existencia. La espi ritualidad cristiana alienta al hombre en su realidad de ser temporal. La eternidad no está detrás ni más allá del tiempo, en un para siempre, instante eterno, sino que es la oportunidad de la que está pre-ñado el tiempo. Este parto se hace más claro en la plenitud de los tiempos. La historia gestante de “nueve meses” nos da a luz LA LUZ.

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También esta espiritualidad, como la ante-rior, comporta una falsa vivencia del tiempo. La sucesión temporal es un adiós con un hola; es una memoria y un deseo: una realidad presente en una perspectiva histórica.

1.4 Aprender a decir “adiós” y “hola”Este aprendizaje comporta aprender a ser tem-porales sin olvidarnos de nuestra vocación de eternidad, que en definitiva es una vocación de amor. Decir “adiós” y “hola” es saber relativizar no perdiendo interés por las cosas y las personas, sino dándoles su justa medida, la medida del amor, de la vinculación y el compromiso.

Aprendemos así a vivir el tiempo como salva-ción. Salvación del absurdo, salvación de la pér-dida, salvación de un futuro que sea algo más que lo que viene detrás del presente. Decir “adiós” y abrirse a la realidad que está viniendo es aprender a renunciar, valorar y elegir.

2. El tiempoExisten muchas posibilidades de perder el tiem -po, dependiendo de la óptica con que se miren sus contenidos. Lo dramático de perder el tiempo es perder la oportunidad que nos pre-sentaba el tiempo, o que se nos presentaba en el tiempo. La oportunidad, desde el punto de vista espi ritual, más profunda del tiempo, de nuestro tiempo, es la de actuar nuestra salvación. Ahora es tiempo de salvación. Perder el tiempo sería perder, por nuestra parte, esa posibilidad que se nos ofrece de realizar operativamente nuestra salvación. El tiempo es el momento salvífico del encuentro; encuentro con el Otro que me salva, encuentro con los otros con los cuales verifico mi salvación.

Perder el tiempo es perder la memoria y/o el deseo; y, sobre todo, perder la oportunidad de vivir el tiempo como buena noticia.

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2.1 ¿Cómo podemos perder el tiempo?Perdemos nuestro tiempo no enterándonos, por alienación o escapis mo, de toda la densidad del momento como posibilidad y oportuni dad de Vida. Matándolo en nombre de la eternidad. Como dice Thoreau, “no podemos matar el tiempo sin lesionar la eternidad”. Interpretán-dolo mal. Es decir, llenándolo de quehaceres para no dejarnos hacer por el Espíritu de Dios, para no tener silencio que nos permita escuchar. Para andar de aquí para allá solícitos de muchas cosas, per diendo lo único necesario. Más que llenar el tiempo, la actitud espiri tualmente cris-tiana es dejarnos llenar en el tiempo; ahora es el tiempo de dejarse llenar, de dejarse salvar.

También podemos perder el tiempo dándole equivocadamente culto. Erigiendo, como hace nuestra cultura tecnológica, un altar a Kronos, en lugar de vivir el Cairos. Comprando y ven-diendo tiempo sin entender que el tiempo es sólo y nada menos que el lugar teológico de cita con el Otro y de la oportunidad de ser cauce histórico de la Misericordia.

2.2 Medida del tiempo según DiosEn la fe bíblica, la bendición de Dios se suele tra-ducir en una larga vida. Existe, sin embargo, una medida del tiempo distinta de la huma na, hecha según el corazón de Dios. Como dice el Salmo 90, “para ti, mil años son como un ayer que pasó, una vela nocturna”. Este mismo Salmo pide: “Enséñanos a llevar buena cuenta de nuestros días para que adquiramos un corazón sensato”.

En la perspectiva de Dios, no se trata de du-rar mucho, sino de vivir mucho. El libro de la Sabiduría (4,13) lo explicita: “Consummatus in brevi, explevit tempora multa”. Al atardecer de la vida no te pre guntarán cuánto has durado en la existencia, sino cuánto has vivido; es decir, cuán -to has amado. En la parábola de los jornaleros de la viña, el Señor, por su buen corazón, paga a los de la última hora como si hubiesen trabajado toda la jornada. La última hora era la gran opor-tunidad de estos jornaleros que se ven gozosa-mente recompensados por la misericordia y bondad del Señor.

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3. El tiempo des-veladoExperimentamos que el tiempo está velado. No acertamos con la sabi duría de vivirlo. Las prisas o la pérdida de tiempo amenazan nuestro ma-nejo de esa realidad fugaz y presente que llama-mos “tiempo”. Podemos transmitirnos consejos para aprovechar el tiempo; pero el tiempo ve-lado nos dificulta ese corazón sensato que sepa calcular nuestros días. Dios nos echa una mano des-velando el tiempo, reve lándose en el tiempo. La Encarnación nos ilumina nuestra manera es-piritual de vivir la historia como Historia de Salvación. Ahora, en ese hoy de Dios hecho his-toria, es tiempo de salvación. Dios se revela en el tiempo para que, viviéndolo con una actitud de eternidad (sólo el amor es eterno), lo convirta-mos en encuentro salvífico. El tiempo no será ya una espera sin esperanza, una larga o corta es-pera, sino una gozosa oportunidad de salvación. En el tiempo somos salvados y, a la vez, somos cauce histórico para otras personas.

3.1 Signos de los tiemposLeer los signos de los tiempos como mensaje de salvación es la opor tunidad de apropiarse esa salvación gratuita. Los signos de los tiem pos nos desvelan que, a través de circunstancias históri-cas, se nos favorece la conversión radical al Evan-gelio.

Sin pretender ser exhaustivos, y solamente a título indicativo, sugiero algunos de los signos de los tiempos que nos invitan a conver tirnos, que nos liberan de situaciones alienantes y nos favorecen la apertura a la salvación.

La irrupción del tercer mundo en nuestra vida y consciencia, pla netarismo vs. atomiza-ción, la comunitariedad, la democratización... También el sin-poder de la iglesia hacia su vo-cación de servicio nos ayuda a adoptar la actitud evangélica que nos indica salvación. En esta mis -ma línea, una posible desclericalización de la Iglesia nos abriría fra ternalmente a una comu-nión liberadora. El ecumenismo, comunión prác-tica en la justicia y en el amor, es también un

signo que nos habla elocuentemente de unidad salvífica. La presencia de los pobres, margi nados e injusticiados de la historia en nuestra vida nos salva de las estructuras de poder y riqueza que, bajo la capa de favorecer un tiempo agradable, nos escamotean la vida verdadera y la salvación auténtica.

Estos y otros muchos signos de los tiempos nos hablan, si los sabemos escuchar con fe, de presencia salvífica de Dios, de progresivo rei-nado de Dios en la historia. Un reinado que no es el poder de la iglesia, sino la cultura y civili-zación de la justicia y el amor.

3.2 La revelación bíblicaEl Eclesiastés (3, lss.) nos recuerda que hay un tiempo para cada cosa. Leído así, el tiempo se convierte en providencia, presencia, gracia-oportunidad. El realismo de la sabiduría de vivir el tiempo es, más que una filosofía de la vida, una teología de la existencia.

Isaías (43,19) pone en boca del Señor esa de-cisión salvífica que se va a visibilizar histórica-mente: “voy a realizar algo nuevo”. Ese “algo nuevo”, tiempo de salvación, nace en la “pleni-tud de los tiempos”

(Ga1 4,4) en la persona del Mesías inaugura-dora de un tiempo nuevo, de un tiempo-opor-tunidad gratuita para el hombre. “Ha llegado el tiem po, ahora es la salvación” (Mc 1,15ss.). Ese anuncio de Jesús con el que comienza su predi-cación es la urgencia de la oportunidad de conver tirse para acoger el reinado de Dios, la li-beración, vida del hombre.

3.3 El tiempo como oportunidad de actuar la salvaciónMateo 25,31ss. nos describe la historia como un tiempo de verificar en actitudes y conductas la bendición salvífica del Padre. La historia como tiempo del amor. La salvación se hace historia cuando se hace alimento al hambriento, agua al sediento, acogida al emigrante, vesti do al des-nudo, visita al enfermo o encarcelado. Nosotros

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somos los afortunados que tenemos la oportu-nidad de saber que, cuando reali zamos cual-quiera de estos gestos con los más pequeños de la historia, lo realizamos con el Señor Jesús. Para nosotros, el tiempo es la oportu nidad urgente de encontrar al emigrante, al desnudo, al en-fermo, al encarcelado, al hambriento o al se-diento. Detrás de estos gestos hay vida perpetua. Vivimos un tiempo para la misericordia, que es, por lo tanto, un tiempo, para nosotros, de mise-ricordia. En la parábola del buen samaritano, cuando Jesús aconseja “ve y haz tú lo mismo”, nos está invitando a llenar nuestro tiempo de misericordia, de una miseri cordia actuante, ope-rativa, liberadora.

4. El tiempo como “kairós”Vivir el tiempo como kairós es vivenciarlo como parte de Dios. El que ha de venir está-con-noso-tros. El kairós es luz, sacudida, provocación, cir-cunstancia providencial. Es la hora teologal que Dios nos envía para nuestra elaboración teoló-gica como signo elocuente de salvación. El kairós de Pablo aconteció en el camino de Damasco.

Ignacio de Loyola nos invita en sus Ejercicios Espirituales a pedir al Señor no ser sordos a su divino llamamiento; en términos de kairós, la in-vitación consistiría en escuchar los signos de los tiempos y la palabra interpelante de Dios, que convierte nuestro tiempo en oportunidad de salvación, en posibilidad de respuesta creyente-men te amorosa.

4.1 Despertar del sueñoPablo, en (Rm 13,11), nos dice: “Reconoced el momento en que vivís, que ya es hora de des-pertar del sueño: ahora la salvación está más cer ca que cuando abrazamos la fe”.

El kairós es una invitación a despertar. Vivir despierto equivale a no adormilarse por la tar-danza del Señor, a tener siempre aceite en las lámparas encendidas. Vivir despierto es vivir consciente. Saber qué se juega en nuestro tiempo. Darse cuenta de que nuestro tiempo es el mo-mento providencial, oportuno, para actuar nues-tra salvación.

Nunc coepi. Ahora comienzo. Se suele decir que hoy es el primer día del resto de mi vida, hoy es el pasado del mañana Profundamente reco nocemos que hoy es el día en que actuó el Señor. Es el momento de nacer de nuevo, de empezar a vivir. De pasar, de ser-para-la muer-te, a ser con-la-muerte un hombre, una mujer, vivos para el amor y la mise ricordia. Es cierto que la muerte me desvela mi temporalidad, pero no lo es menos que Dios me revela esa temporalidad como oportunidad del amor eterno. No hay nada que pueda separarme del amor que Dios me tiene en Cristo (cfr Rm. 8,28 ss.).

En la espiritualidad cristiana luchan

la actitud de anclarse en la eternidad

y la de vivir comprometidamente el

tiempo

Ahora podemos ver el tiempo y contemplar la eternidad: lo deci sivo del tiempo, lo “eterno” del tiempo. ¿Qué es lo eterno del tiempo? Sencillamente, el amor. En (1 Cor 13,8), Pablo nos desvela el misterio del tiempo. El tiempo eliminará las profecías, hará cesar a las lenguas, superará el conocimiento, pero “el amor nunca acabará”. Éste es el secreto y la oportunidad del tiempo: un tiempo para el amor. “Ahora nos quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande de todas es el amor”. Nos introduce así Pablo en la dimensión eterna del tiempo. El tiempo otorga a la realidad la provisionalidad de lo defini tivo. Se inaugura “la civilización del amor”. Ahora conocemos el tiem po y lo valora-mos como lugar del encuentro interpersonal que nos revela la presencia actuante y miseri-cordiosa de Dios.

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El tiempo como oportunidad nos sugiere una teología de la pala bra segunda; la palabra primera es la praxis de la fe y el amor. Por eso la respuesta creyente, antes de expresarse en un yo creo, experimenta un yo gozo, yo vivo el tiempo como oportunidad de salvación.

5. El “kairós” de Dios es el ReinoCuando el evangelio recoge el anuncio de Jesús –“Está cerca el reina do de Dios”–, nos está ha-blando de un tiempo de salvación. Salvación, porque la justicia, la fidelidad, la paz y la libertad crecen en la historia de los hombres como una subversión liberadora de otros “valores” cultura-les. Se inaugura una tensión fecunda en la hu-manidad históri ca, reinada por poderes que no son Dios, hacia el reinado liberador de Dios. Pero este kairós, como dice muy bien Pedro Casaldáliga, es un kairós kenótico; en él se verifica el descenso hacia la cruz y el ascenso hacia la li-beración-gloria. Es un kairós encarnacional y unificador. No hay dos historias, dos planos (na-tural-sobrenatural, profano-sacro); no hay dos dioses (Dios creador y Dios redentor), sino que el Dios Padre nuestro es el Dios del pan nuestro. La historia es el lugar de salvación, un tiempo para salvarnos salvando, gracias al Dios-con-nosotros. Sal vando del hambre, del dolor, de la injusticia, de la esclavitud, estoy actuando, reve-lando mi propia salvación, nuestra propia comu-nitaria salvación.

En este tiempo, la verdadera trascendencia es la trascendencia de y hacia la misericordia. Más que la distancia creatura-creador o impu ro-puro o sacro-profano, la verdadera trascendencia

ético-política se verifica cuando se transciende un mundo configurado por la injusticia hacia un mundo configurado por la misericordia. Que-remos vivir el tiempo como si fuéramos dioses, en lugar de vivir la eternidad como si fuera tiempo: el hoy de Dios es ahora.

6. Del “creer” lo que no vimos al ver lo que creemosLa espiritualidad cristiana ha revestido muchas formas, más o menos afortunadas, de vivir la eternidad en el tiempo.

Unos creen en un Dios sin historia. Se trata de una espiritualidad atemporal, con el cielo por vocación y el paso apresurado por la tierra, des-preciable comparada con la belleza del cielo: “¡qué sórdida me parece la tierra cuando miro el cielo...!”

Otros creen en un Dios entronizado “por la historia” y en la his toria. Es el Dios de la cris-tiandad. Confunde esta espiritualidad el tiempo de la iglesia con la oportunidad de vivir, en la historia, el rei nado de Dios.

Otros creen en la historia de Dios. En el reino ya-todavía-no. La historia es nuestra, so-mos responsables de la historia, nosotros de Cristo, Cristo de Dios. Esta espiritualidad cris-tiana acentúa la responsabilidad, la justicia, la fe liberadora con la urgencia del momento his-tórico, que tiene especial importancia o signifi-cación y que genera una esperanza amorosa.

Se suele decir que fe es creer lo que no vi-mos. En realidad, vivir el tiempo como oportu-nidad es arriesgarse a ver lo que creemos. A vi-sibilizar, plasmar en la historia aquello en lo que creemos, en seguimiento de Aquel a quien cree-mos. Fe es crear, dejar pasar por noso tros la ener-gía creadora-liberadora de Dios en Jesús para hacer del tiempo, no un sinsentido amenazado por la muerte, sino un encuentro gozosamente transformante. Ahora es nuestra salvación. Gra-cias. “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).

Hacer del tiempo, no un sinsentido

amenazado por la muerte, sino un

encuentro gozosamente

transformante

Tomado de la revista Sal Terrae