Cuento S ólo los re y e s tienen tales p l a c e r e s · Leonardo da Vinci, Armazón para el...

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Como casi ninguna otra cosa en el mundo disfrutamos la compañía de este hombre. Es un anecdotario vivien- te lleno de rarezas. Tiene una inve n t i va prodigiosa. Si está en vena salta de un tema a otro. Por momentos pa- rece entusiasmarse y sus pensamientos lo rebasan; sin embargo a veces cae en mutismos impredecibles y sus frases se convierten en monosílabos. Pero nos divierte su compañía y la preferimos al enfado de perder horas con aduladores cortesanos que mientras comemos pre- tenden entretenernos leyendo fragmentos de autore s antiguos en tono monótono o procuran enterarnos de intrigas palaciegas llenas de maldad. Los asuntos políti- cos nos aburren después del mediodía. Y cruzamos el p a s a d i zo cada vez que nuestras ocupaciones lo permi- ten. La risa se agradece mon Dieu! C l a roque se agrade- ce. Vale la pena dejar nuestras rutinas, llegar hasta Cloux y sentirnos liberados de cargas enfadosas. Jamás nos acompañó a una cacería sin import a r l e los títulos que tomábamos parte en ellas, declinó cada invitación alegando su completo rechazo hacia una di- versión sanguinaria; pero hace todavía meses paseába- mos juntos y recorríamos amplios tramos. Aunque no íbamos a galope tendido, a sus años seguía siendo un exc elente jinete. No dio demasiadas muestras de fatiga y hasta comentaba el armonioso movimiento de la bestia que le habíamos asignado. Sus achaques no le impedían seguirnos el paso o al menos nunca se quejó. Ahora, al Cuento Sólo los reyes tienen tales placeres Beatriz Espejo Leonardo da Vinci, Autorretrato, ca. 1512 78 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

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Como casi ninguna otra cosa en el mundo disfru t a m o sla compañía de este hombre. Es un anecdotario vivien-te lleno de rarezas. Tiene una inve n t i va prodigiosa. Siestá en vena salta de un tema a otro. Por momentos pa-rece entusiasmarse y sus pensamientos lo re b a s a n ; s i nembargo a veces cae en mutismos impredecibles y susfrases se convierten en monosílabos. Pe ro nos diviert esu compañía y la preferimos al enfado de perder horascon aduladores cortesanos que mientras comemos pre-tenden entretenernos leyendo fragmentos de autore santiguos en tono monótono o procuran enterarnos deintrigas palaciegas llenas de maldad. Los asuntos políti-cos nos aburren después del mediodía. Y cruzamos elp a s a d i zo cada vez que nuestras ocupaciones lo permi-ten. La risa se agradece mon Dieu! C l a ro que se agrade-ce. Vale la pena dejar nuestras rutinas, llegar hastaCloux y sentirnos liberados de cargas enfadosas.

Jamás nos acompañó a una cacería sin import a r l elos títulos que tomábamos parte en ellas, declinó cadainvitación alegando su completo re c h a zo hacia una di-versión sanguinaria; pero hace todavía meses paseába-mos juntos y recorríamos amplios tramos. Aunque noíbamos a galope tendido, a sus años seguía siendo une xc elente jinete. No dio demasiadas muestras de fatiga yhasta comentaba el armonioso movimiento de la bestiaq ue le habíamos asignado. Sus achaques no le impedíanseguirnos el paso o al menos nunca se quejó. Ahora, al

Cuento

Sólo los re y e stienen talesp l a c e re s

Beatriz Espejo

Leonardo da Vinci, Autorretrato, ca. 1512

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p resenciar un deterioro rápido, nos preguntamos sidisimulaba sus sufrimientos.

Siente amor por los grandes espacios e identifica losnublados que presagian lluvia. Durante nuestras cabal-gatas, las amenas riberas del Loira, la tranquilidad de sucurso, lo cristalino de sus aguas nos aguardaban para re-velar su belleza ante nosotros. Y prohibimos que alguiennos acompañara ni tratara de seguirnos. Di s f ru t á b a m o sel panorama que al atardecer alcanza su apogeo y trans-mite una ve rde tranquilidad. El maestro de pronto alza-ba la cabeza para observar el vuelo de las aves re m o n t á n-dose hacia lo alto, las rastreaba hasta perderlas como siviera la obra más grande de Dios. Detenía su montura yni siquiera nos atendía. A lo mejor re c o rdaba cuando enlos mercados compraba pájaros enjaulados y los dejabaen libertad. Le pedimos que nos mostrara la paloma delos Sforza diseñada con articulaciones para elevarse agi-tando las alas; pero la extravió en sus múltiples andan-zas. Evitó el asunto. Dijo, por decir algo cambiando eltema, que el ruido del agua viva entre las rocas re s u e n acomo resonaba en sus oídos infantiles.

Nos conquistó con el cuento de los conejos y cadavez que lo re c o rdábamos reíamos juntos a carc a j a d a s .Imaginamos a Lu d ovico el Mo ro pesado de cuerpo, ro j ode vestido, oscuro de tez, nariz ondulada, cabello negrí-simo, ordenando a sus sirvientes amarrar a cada silla desus banquetes una colección de conejos para que susinvitados pudieran limpiarse en el lomo la grasa de lasmanos. Los pobres animales daban un espectáculo re-pugnante tratando de esquivar el contacto pegajoso es-condiéndose mesa adentro con sus ojillos despavo r i d o s .Oh, mon Dieu! Después de la comida los recogían paral l e varlos al lava d e ro donde contaminaban la otra ro p acon sus hedores; además parece que Lu d ovico limpiabasu cuchillo en el traje del comensal más próximo. No sgustaría saber lo que sentía el agraviado. Quizá se hacíael desentendido para no desagradar a su huésped. Elm a e s t ro lo cuenta y una luminiscencia juguetona se des-p rende de sus pálidas mejillas, de sus párpados pesadoscuyas pupilas apenas soportan la luz. Sus arrugas se vuel-ven más hondas y él, tan poco dado a expresar senti-mientos, disfruta recordando como si recuperara aque-llos años en Milán cuando Lorenzo de Médicis lo envióal duque para llevar una lira con forma de cráneo de ca-ballo. Aunque le preguntamos, habla poco sobre suspinturas o sus investigaciones. Nuestra conversación casis i e m p re cae en temas culinarios porque sabe lo muchoque disfrutamos los placeres de la buena mesa y disculpanuestra glotonería. Dice que Beatrice d’Este cuidaba lasmás delicadas costumbres, comía con guantes blancos ylos cambiaba tres veces cada vez. Esto le ganaba la admi-ración del maestro quien la retrató como tributo a susmaneras impecables; en cambio detestaba la bru t a l i d a dde otros comensales y por eso inventó un tenedor de tre s

dientes. Sin embargo estamos seguros de que soport ómucho salvajismo cuando a los veinte años atendía unataberna llamada Los Tres Caracoles en el Ponte Ve c c h i o.Ese trabajo lo distraía, incluso olvidaba las encomien-das que le hacían mientras era aprendiz de Ve r ro c h i o.Abandonaba pinceles y proyectos dejándose llevar porsu disgusto hacia la triste polenta que servían en la ciudadcon salsas malolientes. Intentó sustituirla, propuso pla-tillos novedosos, rodajas de pan negro adornadas conhojas de albahaca dispuestas geométricamente y ocu-r rencias similares. Los clientes casi queman el estableci-miento pidiendo algo más abundante para calmar elh a m b re de sus estómagos huraños. Ese tipo de nuevacocina que trataban de imponerles los dejaba hambrien-tos y malhumorados. El local acabó extinguido por lasllamas, cosa que el maestro tomó como un reto y abriócon Sa n d ro Botticelli, su compañero de aventuras y apre n-dizajes, La Enseña de las Tres Ranas o una taberna nom-brada por el estilo. Su nula experiencia de pasteleros ter-minó también en desastre. La gente despreciaba lasp o rciones raquíticas que pretendían darles a cambio de

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CREACIÓN LITERARIA

Leonardo da Vinci, Armazón para el monumento ecuestre a Francesco Sforza, 1493

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su dinero. Y ningún establecimiento quiso emplearlossiquiera como ayudantes. Lo cuenta dive rtido y sus hom-b ros se mueven al ritmo violento de una risa que le sacalágrimas en el borde de sus ojos azules acuosos. No scontagia y reímos como amigos y como si no fuera nues-t ro protegido y serv i d o r, aunque si esgrimimos la mo-destia en lugar de la espada acabamos aceptando quere yes somos muchos y Leonardos sólo hay uno. Se lodijimos en un rapto de admiración, seguros de que lo to-maría como un inusitado halago; pero lo tomó con na-turalidad conve rtido en un príncipe recibiendo elogiosde su va s a l l o. Incluso le pedimos que nos llamara Fr a n-cisco a secas sin mayo res miramientos o protocolos y seh i zo el desentendido como si no quisiera saltar barre r a sni llegar a una intimidad enfadosa. Eso nos trajo a la me-moria que de joven rehusó un pago en moneditas y quepor algún motivo nunca quiso complacer a la marq u e s ade Mantua que le rogaba encarecidamente por una ma-dona para sus habitaciones. Su arrogancia nos pare c eajena a otros re p resentantes de su gremio, en el fondocomete la blasfemia de creer que el artista es una dei-dad... o un conquistador. Por eso quiso volar y como Ale-j a n d ro Magno soñó con águilas y aves empre n d i e n d ot r a vesías en el lomo de grandes cisnes y como Cr i s t odesearía hacer milagros. El lujo le atrae y le hizo aceptarn u e s t ro ofrecimiento aunque tardamos en conve n c e r l opues permanecía fiel a Julián de Médicis; pero esperamost res años porque amamos a este hombre que se pro t e g ede la injuria con la paciencia.

Dicen que precisamente en esa época de las tabernase m p ezó sus famosos cuadernos de notas, dibujaba clien-tes hambrientos, manos aferradas a las tazas, bocas alb o rde de los platos. So b re pasteles re c u e rda una trage-dia gastronómica ocurrida durante los pre p a r a t i vos delas bodas de Lu d ovico con Beatrice. Construyó en el pa-tio una réplica del Castello Sforza incluidos sus baluar-tes y torres, que estaba mejor amurallado hacia la ciu-dad que hacia la campiña, pues el duque temía re b e l i o n e sde sus súbditos más que de sus enemigos. Sesenta metro scon bloques de masa re f o rzados a base de nueces y pasasc u b i e rtas de mazapán multicolor; pero Leonard onunca calculó que semejante prodigio atraería insectosy ro e d o res regionales. Durante la noche libraron una

batalla campal alimañas y criados que terminaron ente-rrados hasta la cintura intentando quitar cadáveres deratas. Lu d ovico no tenía fama de benevolente sin embar-g o mandó limpiar el descomunal desastre, lo pasó desa-p e rcibido hasta donde fue posible y el maestro siguiói n t e rviniendo en celebraciones magníficas. Todavía secomenta la fiesta de las esferas que organizó. Salían arelucir los doce signos zodiacales y se escuchaban melo-días cadenciosas para tapar el ruido de los mecanismosinvisibles. Nada le complace tanto como crear ilusio-nes; además pintaba tableros con episodios inspiradosen la historia antigua y convencía a su patrón para queculminara el espectáculo vestido al estilo oriental paracausar pasmo con su gorda temeridad.

Cuando le pregunté, admitió el derrumbe pastelerocomo uno de sus tantos experimentos fracasados. ¿De s-de dónde lo presenció? Nos preguntamos qué hubierasido de ocurrírsele re p roducir el monstruoso Du o m o ,aunque a veces la monstruosidad raye en lo divino. Lu e-go, para hacerse perdonar tuvo que desempeñarse dise-ñando bordados para Beatrice, tañendo su laúd, com-poniendo sonetos, contando chistes en los banquetes,p reocupado de si favo recían la digestión unas bailarinasd e p r a vadas en lugar de los enanos y saltimbanquis quedesplegaban sus gracias entre plato y plato. Le gustabanlos trucos y prestidigitaciones. De una copa llena conaceite hirviendo sacaba llamaradas multicolores arro-jándole vino tinto. Planteaba acertijos muy aplaudidos,que en el silencio de su estudio conve rtía en profecías. Ycon extraordinaria habilidad anudaba cuerdas. Na d i epodía deshacer esos nudos a menos que conociera elsecreto. ¡Ah, cómo adora este hombre los secretos!Mon D i e u ! Los ejercitaba incluso con nosotros sabiendoc u á n t o nos interesaba una caja negra que siempre lleva-ba consigo. No la desamparaba y jamás la abrió antes ennuestra presencia. Teníamos la impresión de que dentroestaba una máquina para fabricar lo que nombra sp a g o sm a n g i a b i l e s, cuerdas comestibles hechas de harina quenos encantan y queremos conve rtir en platillo nacionalde la Francia. Cargó la caja desde que lo conve n c i m o so f reciéndole una pensión anual de mil escudos sol, estamansión en Cloux con dos fanegas y media de tierrap e rtenecientes a mi hermana Margarita, más una buena

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Hemos visto con curiosidad la cara del maestroy advertimos que en ella se ensamblan otras caras, el viejo encubre al adolescente de épocas pasadas

ostentando su hermosura por las calles.

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renta para sus discípulos y sobre todo una amplia cocinadonde experimentamos recetas con ayuda de Ma rt h i n e ,cada vez más diestra en la elaboración de suculencias. Yano dudó mucho y cruzó los Alpes a mediados del otoño.At r a vesó el valle de Mo n t - Ge n è v re, Grenoble y Lyo n .El viaje le tomó tres meses. Vino trayendo a lomo demulas sus pertenencias en cajones y baúles, cuadros, di-seños y manuscritos, custodiado por su consentidoSalaino, Francesco Melzi y un nuevo serv i d o r, Ba t t i s t ade Villanis. Trajo así dos prodigios que lo han acompa-ñ a d o. Se negaba a perderlos. El retrato de una mujerideal, Lisa del Giocondo cuya mirada parece seguirnosy que mantiene las manos sobre el re g a zo. Reúne todaslas cualidades y virtudes que alguien esperaría, dulzura,c o m p rensión, inmutabilidad, aunque su belleza sea másdel alma que del rostro. Atrás surge un paisaje que noes de este mundo. No hay luz solar y las sombras se difu-minan en una claridad decadente, demuestra que el díase extingue sin aspavientos. Las formaciones calcáre a sdan la impresión de ser cartílagos como si entre la tierray la modelo hubiera analogías; sin embargo luego todose abre hacia el infinito. Y un san Juan andrógino con loscabellos rubios rizados sobre los hombros y el dedo índiceen alto. Es quizá la actitud característica de los judíosmilaneses. Algo gira en torno de ese dedo leva ntado queesconde una enseñanza, otro de los secretos del m a e s t ro.¿ Hacia dónde apunta? ¿Qué intenta explicarnos? ¿No shabla de algo superior sólo comprendido por los inicia-

dos? Ambas imágenes sonríen extrañamente, burlonasy entendidas, como si atravesaran las edades para de-jarnos entre ver su misterio y quisieran compart i r l o. So nlas pinturas más hermosas que hemos visto. Crean lailusión del sueño. Ninguna otra las supera. Cuando lastenemos cerca no dejamos de disfrutar sus colores trans-p a rentes. En t re ambas existe una unión y se pre c i s a nhilos conductores si se desea adentrarse en algo pro f u n-do que plantean. Son el prototipo de lo perfecto y lehicimos al maestro ofertas considerables para que for-maran parte de las colecciones reales; pero nunca acep-tó venderlas. Las guardaba como trofeo o para mante-nerle vivas algunas lecciones. Se limitaba a observa r n o squeriendo desentrañar nuestros pensamientos. Algunavez nos preguntó, por qué le inquietan tanto, m a j e s t é;p e ro somos soldados y nuestra elocuencia es torpe, per-feccionamos la estrategia política en lugar de la pluma.Lo que le repusimos a pesar de nuestras reflexiones nodebió impresionarlo en el momento pues evitó comen-tarios. Afirmó que jamás lograría la perfección y queúnicamente los inve n t o res valen la pena porque soni n t é r p retes directos de la realidad y miró hacia la cajanegra. Entonces nos preguntó por qué nos intrigaba.Repusimos que la creíamos receptáculo de un inve n t ovalioso. Se limitó a sonreír con el mismo embrujo, lamisma sonrisa de sus modelos. Ese sortilegio duró se-gundos. Casi de inmediato fue reemplazado por un gestode c a n s a n c i o. Curiosamente entonces adve rtimos que

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CREACIÓN LITERARIA

Leonardo da Vinci, estudio para el peinado de Leda, 1510 Leonardo da Vinci, estudio para la cabeza del ángel de la Virgen de las rocas, 1480

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entra al declinar de su existencia. Está convencido deque nada transcurre tan rápido como los años hijos delt i e m p o. Teme la ve j ez pero se ha entregado a ella. Po rdesgracia no hace nada para combatirla ni ha encontradoen sus mapas dónde queda la fuente de la eterna juve n-tud. Ya no cuida sus vestidos, nunca se pone su túnicarosa hasta las rodillas, rechazó una pesada cadena de oroque quisimos darle y está muy acabado para su edad. Subarba y sus cejas sin peinar casi le tapan un ro s t ro cam-biante en el transcurso de una tarde. Acepta muchas caras,espigas de cuarzo que se yuxtaponen y ensamblan; sinembargo, la descripción es tan pobre como los versos quecomponemos para nuestras queridas o las odas a nuestramagnanimidad escritas por panegiristas necios, inclusoa nosotros nos cuestan esfuerzo escucharlas.

Hemos visto con curiosidad la cara del maestro ya d ve rtimos que en ella se ensamblan otras caras, el viejoe n c u b re al adolescente de épocas pasadas ostentandos u hermosura por las calles y despertando envidias con supelo ensortijado re voloteando al viento, parecido a unángel de la Anunciación. Disimula al hombre que abríauna herradura con las manos; el de ahora vela un ro s t roque se deslava, lo mantiene escondido como una dulceañoranza bajo capas de pinceladas y por eso re s u l t aimposible re c o n o c e r l o.

Nos dijo a manera de consejo, cuanto mayor es la sen-sibilidad mayor es el martirio; lo dijo como una máxi-ma aprendida que a fuerza de repetirla hubiera perd i d o

significación. Sentimos que nos encontrábamos anteun mentor que según decía en los banquetes de Lu d o-vico enseñaba a base de acertijos. Está rodeado de unaatmósfera mágica, la misma atmósfera de sus trabajos y,h e c h i c e ro o alquimista, la lleva consigo por todos lados.Su proximidad hace que los demás desaparezcan, pier-dan va l o r. Eso nos atrae y explica la asiduidad de nuestrasvisitas. Junto a él creemos internarnos hacia la inmensi-dad del Un i ve r s o.

Tenemos la impresión de que su mente no descansani deja de juzgar el entorno. En cuanto lo rodea encuen-tra estímulos. Cuando el Mo ro le dio carta abierta pararemodelar sus cocinas, derribó muros o los levantó alcapricho de sus planos, instaló una varilla para ensart a rc e rdos que giraba más rápido o lentamente según laintensidad del fuego, una rebanadora de pan y de berro sy una picadora de carne, que por cierto él no come argu-yendo su absoluta oposición a perturbar el ciclo de lan a t u r a l eza. Le parece infame sacrificar animales a losque exalta; sin embargo inventó esa picadora, art e f a c t odescomunal adicionado a un pequeño ejército de hom-b res y bestias. Estimulaba las labores con música de tam-b o res y con un i n s t rumento que llama órgano de boca.Además agregó un sistema de lluvia artificial, para casosde incendio, y trampas esperando batracios que trata-ran de entrar a los barriles de agua potable. Pe ro el día dele s t reno se oye ron estruendos y los gritos angustiosos lle-gaban hasta la fiesta. Todo estaba inundado, la máqui-na proveedora de leña se descompuso y lanzaba tro n c o ssin parar. Los fuelles del techo alentaban la pira, las fla-mas comenzaron a vo l verse peligrosas y unos bueyes quearrastraban cepillos rodantes destinados a limpiar el pisoiban asustados de aquí para allá. ¿Qué hacía él mientrastanto? ¿Lamentaba el desastre desde una esquina o lesplanteaba a los convidados sus difíciles adivinanzas?Nadie sabe lo que pensó Lu d ovico al ver aquella heca-tombe; pero no se indignó ni despidió a un servidor taningenioso aunque su ingenio sembrara la ruina con másf recuencia que la prosperidad. Pe rdonó estropicios acambio de que retratara a Cecilia Gallerani, su antiguaamante confinada en el campo. No deseaba despertar loscelos de la refinada Beatrice. Leonardo consiguió el in-dulto de su mecenas pintando a la dama con un armiño.Nos han dicho que el retrato de modestas pro p o rc i o n e stiene un atractivo inusitado. Alguien comentó que detan viva, Cecilia parece escuchar. Nunca hemos visto estaobra pero así debe ser porque Lu d ovico siguió buscán-dole encomiendas rara vez terminadas. Lo recomendócon el primado de Santa Maria delle Grazie para decoraruna pared desnuda. Leonardo propuso un Cenáculo; sinembargo pasaba horas en compañía de Matteo Ba n d e l l o ,sobrino del prior, que cada vez se sentía más entusias-mado de tener quien lo escuchara con tanta atención, yal cabo de varios meses el maestro desconcertó al abad

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Leonardo da Vinci, estudios de expresión para la Batalla de Anghiari, 1503-1506

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por su comportamiento y el de su cuadrilla. Solicita-ban manjares y vinos, los ponían sobre una mesa fre n t eal muro. Observaban las disposiciones y los devoraban.Así se la pasaron durante un año trazando bocetos y losapóstoles no aparecían. Después terminó en tres mesescon algunos contratiempos porque la parte baja estabamal preparada para recibir figuras que empezaron ad e s p renderse. Las re c o m p u s i e ron, nos lleva ron a verlas yquedamos admirados. Supera todas sus leyendas. Leo-n a rdo dijo que aquellos dominicos inconformes no cono-cían los diez principios pictóricos entre los cuales se cuen-tan la colocación, la distancia y el re p o s o. Pre t e n d í a queentendieran una poesía muda plasmada en el re f e c t o r i o ;al rato, como si sufriera un cambio de humor re p e n t i n o ,confesó animado que el retraso culinario era una ve n-ganza porque Lu d ovico llevaba mucho tiempo sin pa-garle sueldos y él no podía alimentar a sus ayudantes.

Además de notas lleva un diario, aunque ni siquieran o s o t ros lo sabemos con cert eza y no sabemos tampocosi allí consigna estas confidencias. Acaso lo sabrá Me l z ique lo adora y le organiza la vida. El otro día Leonard onos dijo que ya no quiere aumentar sus abultados apun-tes y que sólo intentará ordenarlos; sin embargo re m e-mora historias para entretenernos o quizás añora su mo-cedad en Milán. Conserva buena voz, pronuncia lasoraciones como si recitara y se toma ratos pro l o n g a d o sal re c o n s t ruir re c u e rdos. Deducimos entonces que sed i v i e rte y enorgullece de re velarlos, como si re veses tancomentados en el momento, se justificaran al demos-trar su firme propósito de no rehacer lo hecho anterior-mente. Por eso no explota las mismas fórmulas aunquelo pague con dolorosas experiencias.

Asegura que Venecia es un lugar privilegiado paralos golosos y que en pocas partes se come mejor. Cono-ce varios tratados gastronómicos y también los trajoconsigo en la mudanza. A veces parte de ellos paraexperimentar en la cocina pero emplea su imaginaciónbuscando sabores. Se alimenta a base de hongos, sopas,frutas y verduras. Utiliza agua de rosas en su receta desomormujo, un ave que dicho sea de paso nos repugnay prohibimos servirla a nuestra maîtresse de cuisine. Hai n ventado una o m e l e t t e hecha con huevos podridos bati-dos con miel rancia y semillas de comino que los burro s

almuerzan revuelta en forraje. Le fascinan las flores desaúco y nos ha confiado la receta de los huevos a la Sa l a i-no, de una simpleza digna de su asistente cuyo talento notiene par en ninguna parte. Lo consideramos un copistaque sólo puede enorgullecerse de su propia galanura re a l-zada por las camisas, calzas y gorras que el maestro le com-pra; sin embargo dicho sea de paso le exige sacrificios.

L e o n a rdo razonó un día que si las vacas y las ove j a scomen únicamente hierbas y sobre v i ven, los humanospodrían hacer lo mismo. Se aplicó a experimentar sobreel asunto alegando la salvación de la Tierra. Elegía plan-tas. Excursionaba en el monte como su abuelo le enseñó,aunque nunca habla de su familia. Se considera hijo desí mismo y del tiempo demoledor. Durante horas se em-belesaba observando a la araña tejiendo su tela, a la oru g asaliendo de su envoltura disponiéndose a volar. Pres-taba oído a las voces enemigas y fraternas de los insectos,cosechaba hojas que le parecían interesantes, las olía,consideraba su forma y se las daba a Salaino hervidas oc rudas exigiéndole comerlas a fin de comprobar susp ropiedades; pero el mozalbete se quejaba de re t o rt i j o-nes y de que no podía digerirlas. Y luego se enfure c i ócuando encontró al maestro poniéndole en la comidapequeñas cantidades de estricnina y belladona. Se negóa probar y por ningún motivo aceptó que se trataba deaumentar su resistencia contra sustancias que pudieranenfermarlo tomando en cuenta la mala fama de los ha-bitantes de la casa Sforza; sin embargo, las ve rd a d e r a sr a zones eran experimentar sobre los venenos que cau-san estornudos, convulsiones, rigidez, delirios, vómitos,hormigueos o incluso la muerte. El maestro escribió unarelación completa en la que aparecen el ruibarbo, la ser-pentaria, el muérdago, la hierba de san Cristóbal y hastac i e rtos ingredientes de algunos quesos de Mantua. Lalista es asombrosa. Y después de tantos años todavía sequeja amargamente de no haber comprobado ciert o sefectos por el egoísmo de Salai que con berrinches y za-patetas se negó a que continuara administrándoselos. Locuenta, esgrime propósitos meramente altruistas y con-fiesa que los venenos deben administrarse en dosis pe-queñas, con el estómago va c í o. Así actuarán pronto y laagonía del envenenado no interrumpirá las dive r s i o n e sque el anfitrión preparó para otros. A pesar de los años

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Han muerto la mayor parte de sus amigos y conocidos y aguarda

su turno en la fila hacia la nada.

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transcurridos sigue afirmando que su pupilo fue un ma-terialista incapaz de sacrificarse por un tratado y, él quele perdona a esa irritante persona mentiras, robos, ladesaparición de sus punzones favoritos y de otras baga-telas, y que a pesar de todo lo mantuvo siempre cerc a ,quizá porque comandados por él se pavoneaban en elestudio gallardos aprendices; él que disimulaba pésimosmodales y le retocaba lienzos, no le perdona haberse re h u-sado a ser víctima propiciatoria. Hay una solapada mez-cla de emociones, como si Da Vinci hubiera hecho enSalai una inversión sentimental importante y se preo-cupara por su lozanía y su humor siempre voluble. Loescuchamos sorprendidos sin ahondar en reflexionesgozando una conversación que toca temas importantespor sus muchas experiencias. Apenas nos atrevemos ai n t e r rumpirlo cuando quiere platicar. Nos instru ye sobrelas cualidades de un buen confitero que a su juicio debegraduarse de arquitecto para que sus creaciones no sederrumben. Seguro lo dice rememorando el catastró-fico pastel de bodas. Di s e rta sobre las cualidades de pepi-n o s , hinojos y cardos. Afirma que las uvas prolongan lavida. Se pregunta cómo se llamaría el platillo en el que

colocaran un tro zo de carne entre dos rebanadas de pan.Y hemos discutido el nombre sin encontrarlo. Ti e n eremedios casi para todo, incluso sobre la manera de esti-mular la fantasía. Aconseja que se contemplen manchass o b re un lienzo o las nubes del cielo cuando cambianformas lentamente y sus jirones tapan el fulgor de losa s t ros. Echó un poco de tinta sobre un papel pidiéndo-nos que identificáramos trompas de elefantes y joro b a sde camellos. Nos reímos y siguiéndole la corriente inve n-tamos un barco con su velamen completo. Nos quitó elpapel de las manos, lo miró frunciendo el ceño, le diovueltas por los cuatro costados y cayó en una trampac re yendo que lo tomábamos en serio. Al cabo comparóesos ejercicios con el repique sonoro de las campanas,cada uno escucha a su manera.

Hace poco hubo una noche estrellada tan magníficaque nos asomamos a los balcones de nuestros aposen-tos. Leonardo había salido también, caminaba sin apo-yo de bastones ni de algún acompañante, caminaba tra-bajosamente por los prados que rodean Cloux, plateadaen la oscuridad. No llevaba libretas ni lápices o al menosno los distinguimos. De cualquier manera no se podíaa p oyar en ninguna parte y conoce la bóveda celeste tanbien que hasta la tomó de motivo para aquellas celebra-ciones de Lu d ov i c o. Desde lejos lo vislumbramos peque-ño como si hubiera perdido estatura, encogido, abrigadocon un chaleco de pieles que proteje su reumatismo,embebido en el espectáculo de las constelaciones, sini m p o rtarle el aire húmedo que había pasado sobre el ríoy calaba los huesos. Si e m p re le encantaron los cataclis-mos y se ha desvelado por regularizar las corrientes deagua; pero sucumbe ante la magnificencia del firma-mento y quizás ésa sería la última ocasión de observa r l oa sus anchas. Estuvimos mirándolo un buen rato; peroalgo nos distrajo, abandonamos nuestro puesto y al re g re-sar no estaba. Debió tomar la pendiente del jardín. No sp reguntamos si había entrado en la casa o llegado a unpunto donde era imposible distinguirlo. De cualquierm o d o d e s a p a reció disuelto en el aire y nosotros abando-namos la vigilancia.

Nos ha leído recetas curiosas que nos acercan al la-boratorio de un nigromante. Toma aceite de ciprés des-t i l a d o. Ten a mano un vaso donde pondrás la esencia conagua para darle un aspecto ambarino..., y cosas que senos escapan. Ad e reza su lectura con proverbios y leye n-das de la campiña en las que es muy ve r s a d o. No deja deatrapar ideas inquietantes aunque nunca coincidimoscon su temperamento florentino tan distinto al galo. Sedefine enemigo de la violencia; sin embargo a veces susojos marchitos descubren el fuego impávido de la cru e l-dad. Revivió, sin preocuparse porque el relato nos re s u l-tara chocante, que su podadora de berros fue un armaeficaz contra las huestes de nuestro suegro Luis X I I y causóinnumerables muertos y heridos en nuestros arqueros.

Leonardo da Vinci, Madonna del gato, 1478

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Page 8: Cuento S ólo los re y e s tienen tales p l a c e r e s · Leonardo da Vinci, Armazón para el monumento ecuestre a Francesco Sforza, 1493. su dinero. Y ningún establecimiento quiso

Lo dijo sin cuidar lo que pensáramos, como si nada leperturbara.

A veces se interrumpe para examinar con dificultadlos reflejos de la luz y sus efectos sobre los objetos. En t o n-ces suspende diálogos. Nos responde con va g u e d a d e scuando intentamos esclarecer sus opiniones sobre otro sa rtistas a quienes ha tratado como Domenico Gi r l a n d a i o ,L o re n zo di Credi, Filippino Lippi o Miguel Ángel. Ev i t ahablar de ellos y evita también enjuiciar sus pro p i a sobras. Se enmascara en la ironía de que su arte lo llevóal desaliento. Dice que el humano no evalúa en ord e nexacto el mecanismo de la memoria porque las cosashan ocurrido en periodos diferentes, acontecimientosremotos parecen tocar el presente y en cambio sucesosc e rcanos dan la impresión de remontarse a la época denuestra mocedad. Luego rectifica y afirma melancólicoque al menos esto les sucede a los viejos cuando se haentrado a la dolorosa época en que no oyen hablar sinode fallecimientos. Dijo también que nunca lo compre n-d e remos a nuestros veintiséis años y con la corpulenciaque nos caracteriza. Dijo que nuestra armadura doradap rodujo en los italianos el efecto de un héroe caballere s-co emprendiendo batallas con el penacho al viento. Norepusimos nada porque ése fue su único cumplido.

Han muerto la mayor parte de sus amigos y conoci-dos y aguarda su turno en la fila hacia la nada. Nos toca-rá esperar que le suceda algo bajo nuestra tutela lo cualserá pro n t o. Te n d remos que atestiguarlo y asistirlo. Sa c aa relucir su decrepitud cuando le pedimos que retrate anuestra amiga Babou de la Bourd a i s i è re. Aduce doloren sus articulaciones, parálisis de su brazo izquierdo yachaques que lo obligan a pasar horas en su alcoba sen-tado frente a la chimenea acariciando su mano entumidacomo si tuviera entre las piernas un corderillo asustado;p e ro con dolores o sin ellos traza triángulos subdividosen otros triángulos y en otros hasta anotar con su cali-grafía inconmovible la palabra etcétera, y nos mostró eldibujo esperando una opinión. Se trataba de un pro b l e-ma de altas matemáticas reducido a imágenes. Y nossentimos como niños ante nuestros pre c e p t o res. In s i s t i-mos en la solicitud del retrato, bosquejó un primer apun-t e , le pasó a Melzi la encomienda y, a lo mejor porque lap e t i t e Babou no lo entusiasma aunque deje sus muchosadornos y coqueterías, se vista con sencillez y pro m e t aposar sin abrir la boca, Leonardo se limita, estampaalgunos retoques mientras permanecemos en su com-pañía. Nos asombra tal actitud en nuestro Primer Pin-t o r, In g e n i e ro y Arquitecto; pero nos preguntamos si asímanifiesta independencia o si realmente se deja lleva rpor el desencanto o lo atraen más la astronomía y losp royectos hidráulicos o si todavía insiste en sus estudiosanatómicos y en diseccionar cuerpos. No hay huellasde ello en la casa ni tenemos noticias de que se abrantumbas de manera clandestina; pero con él todo se

v u e l ve enigmas, interrogaciones y sorpresas. Hace unosdías sin ablandarse por las protestas le ordenó a Salainoregresar a Italia.

Y hoy nos dejó mudos. Cuando llegamos a visitarlonos dio un vuelco el corazón. Cerca de la escalera de ca-racol que conduce a la planta superior aguardaban losdos cuadros admirables. Mandó colocarlos allí para entre-gárnoslos. Eran el regalo de un camarada a otro. Di j oque nadie los estimaría tanto. Cerca, sobre una arq u i l l a ,estaba la caja negra como dulce promesa. También nosla ofreció. La abrimos a vec ra p i d i t é, con dedos temblo-rosos. No había nada dentro. Bajo los párpados caídosdel maestro descubrí un guiño cómplice como si hubié-ramos entendido lo que no entendimos. Pidió leva n t a rlas telas que cubrían los óleos y estuvo viéndolos buenrato, un rato largo. Se despedía de ellos, olvidaba a quie-nes lo rodeábamos re ve rentes. Cuando volteó, nos lla-m a ron la atención su piel cerúlea y las ojeras que abri-llantaban su mirada de réquiem. Supimos que es ve rd a dlo que se dice, quien contempla la belleza ya se entre g aa la muert e .

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CREACIÓN LITERARIA

Leonardo da Vinci, Gioconda desnuda