Cuentos Arturo Ambrogi

18
DON ARTURO AMBROGI 1874 - 1936 Arturo Ambrogi nació en San Salvador  y es el mejor cronista en la historia de la literatura salvadoreña, quizá también el más riguroso estilista. Fué Director de la Biblioteca Nacional, periodista prolífico y censor. Su pluma se forjó en las redacciones de prestigiosos diarios como La Ley de Santiago de Chile y El Nacional de Buenos Aires. Fué amigo de Rubén Darío, de Leopoldo Lugones, de Enrique Gómez Carrillo; por eso se le ha clasificado cómo Modernista. Pero también compartió aventuras con  José Ingenieros y conoció a Paul Groussac (maestro de Darío y de  Jorge Luis Borges). Viajó por Europa, cruzó el Canal de Suez y escribió sus impresiones sobre Japón y China. No es aventurado decir, pues, que Ambrogi fue el primer escritor cosmopolita de El Salvador -y probablemente el más informado de su tiempo. La crítica literaria ha destacado la precisión de Ambrogi para el detalle, su capacidad descriptiva, la elegancia y propiedad de su prosa, pero no ha insistido suficentemente en su virtuosismo como retratista de personalidades, ni en su estilo irónico que a veces llega al sarcasmo (llama a Darío "Sumo Pontífice de la pose" y dice que Francisco Gavidia -en la caricatura de Toño Salazar - aparece "engrifado como chancho de monte"). Algunas crónicas de Ambrogi podrían ser descritas con una frase que él mismo aplicó al francés Octave Mirabeau: "Esa pluma que suele ser un estilete envenenado". Sus evocaciones de la vida en el San Salvador finisecular, de los ambientes intelectuales de Santiago y Buenos Aires, de las figuras cumbres de la literatura europea de su época, están escritas con un lenguaje fresco, mezcla de la nitidez en el trazo y de la acotación puntual. La sugerencia y la seducción son virtudes de esta prosa. Como escritor de cuentos, Ambrogi se ubica en la corriente

Transcript of Cuentos Arturo Ambrogi

Page 1: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 1/18

DON ARTURO AMBROGI1874 - 1936

Arturo Ambrogi nació en San Salvador   y es el mejor cronistaen la historia de la literatura salvadoreña, quizá también el másriguroso estilista. Fué Director de la Biblioteca Nacional, periodistaprolífico y censor. Su pluma se forjó en las redacciones deprestigiosos diarios como La Ley de Santiago de Chile y El Nacional de Buenos Aires. Fué amigo de Rubén Darío, de Leopoldo Lugones, de Enrique Gómez Carrillo; por eso se le haclasificado cómo Modernista. Pero también compartió aventuras con

 José Ingenieros y conoció a Paul Groussac (maestro de Darío y de Jorge Luis Borges). Viajó por Europa, cruzó el Canal de Suez yescribió sus impresiones sobre Japón y China. No es aventurado decir,pues, que Ambrogi fue el primer escritor cosmopolita de El  Salvador -y probablemente el más informado de su tiempo. La críticaliteraria ha destacado la precisión de Ambrogi para el detalle, sucapacidad descriptiva, la elegancia y propiedad de su prosa, pero no

ha insistido suficentemente en su virtuosismo como retratista depersonalidades, ni en su estilo irónico que a veces llega al sarcasmo(llama a Darío "Sumo Pontífice de la pose" y dice que Francisco Gavidia -en la caricatura de Toño Salazar - aparece "engrifado comochancho de monte"). Algunas crónicas de Ambrogi podrían serdescritas con una frase que él mismo aplicó al francés OctaveMirabeau: "Esa pluma que suele ser un estilete envenenado". Susevocaciones de la vida en el San Salvador finisecular, de losambientes intelectuales de Santiago y Buenos Aires, de las figurascumbres de la literatura europea de su época, están escritas con unlenguaje fresco, mezcla de la nitidez en el trazo y de la acotación

puntual. La sugerencia y la seducción son virtudes de esta prosa.Como escritor de cuentos, Ambrogi se ubica en la corriente

Page 2: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 2/18

denominada Costumbrista. Su Libro del Trópico y El Jetón contienen instantáneas de la campiña salvadoreña, de sus hombres ysus paisajes: son el precedente indispensable de la corriente queculmina con Salarrué.

Publicó las siguientes obras: Bibelots (1893), Cuentos y 

Fantasías (1895), Manchas, Máscaras y Sensaciones (1901),Sensaciones Crepusculares (1904), El Libro del Trópico (1907),Marginales de la Vida (1912), El Tiempo Que Pasa (1913),Sensaciones del Japón y de la China (1915), El Segundo Librodel Trópico (1916), Crónicas Marchitas (1916), El Jetón (1936) y Muestrario (1955). 

PAISAJE DEL CAMINOCae perpendicularmente el sol, encendiendo ofuscantes reflejos

en el polvo calizo de la carretera. Es la hora del mediodía, la horapropicia en que los garrobos toman el sol en la cúspide pelada de losárboles, y en que las culebras se enroscan, amodorradas, entre las

requemadas macollas. La naturaleza toda parece aletargada, sumidaen un sopor de plomo, en el que apenas repercute estridente, el agriochirriar de las chicharras y los chiquirines. A ambos lados del caminose enristan, hasta perderse de vista, las cercas de piña, cuyo verdede esmalte, deslustra espesa capa de polvo. Las enredaderas,interpoladas entre las pencas espinosas, se han marchitado; y elentreveramiento de sus bejucos tostados, figura enjambre de víborasen celo. La hora es ardiente. Los pájaros enmudecen, dormitando lasiesta. Sólo unos cuantos pijuyos resisten la temperatura, saltandocon torpezas de tullidos por entre los varejones de las escobillas,armando una batahola de mil diablos. Para los pijuyos la hora del

mediodía, es hora de delicias, y en medio al fuego canicular, ellosestán como en su elemento, felices y satisfechos. En la soledad de unpotrero, unos cuantos bueyes, echados a la sombra enrarecida deunos guachipilines, rumian despaciosos, lentos, entrecerradas laspupilas, la última brizna de hierba ramoneada. Los moscardones laasedian tenazmente, entre zumbidos que repercuten en vibracionesde bronce; pero ellos parecen no darse cuenta, sumidos por completoen la beatitud del momento. El cono de paja de un rancho,resplandece como una colmena de oro. Al abrigo del comedor, sobreel suelo apisoneado, unos perros héticos dormitan, mientras unasgallinas les picotean entre las costillas, persiguiéndoles las pulgas. Enel poyo, el rescoldo humea. La mano descansa en la piedra de moleracabada de lavar. Unos cuantos pollos desplumados revuelven en un

Page 3: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 3/18

rincón un destripado matate de tusas. El rancho duerme, rodeado delas inmóviles matas de plátano, bajo la lluvia de flores rosadas quebotan los caraos.

En el promedio de la carretera, entre los troncones macheteados deunos quijinicüiles, y al abrigo de sus tupidos follajes, están, desunidas, hasta

ocho carretas, cuyo cargamento cubren cueros de res sujetos por redes deazos. Los bueyes desenyugados, apersogados a los troncos de los árboles,mascan el huate, desparramados. Las doradas hojas, los tostados tallos,crujen entre los dientes que los trituran. Bajo la cama de las carretas , sobreel caldeado colchón de polvo, con la charra embrocada a la cara, loscarretones duermen a pierna suelta. Por entre la abierta sesgadura de lacamiseta grasienta, el velludo pecho asoma, que ronca como fuelle en acción.Los moscardones zumban, y la monotomía de sus monocordios, arrulla eldescanso de los rudos trabajadores. Por el tupido follaje de los quijinicuiles,cuelan encajes de sol, que se calcan sobre el piso, poniendo en la uniformidadgris de la capa de polvo la alegría de frágiles bordados de oro, como en unafrazada de gigante.

De pronto, una nube de polvo se levanta a lo lejos, al término delcamino. Primeramente aparece fija, como si fuese la humareda deuna quema; luego por momentos, se agranda, al acercarse,ascendiendo en espeso manchón que se dilata ensuciando la límpidezreverberante del cielo en el que el azul es de cobalto. Entre lacloumna de polvo, suena el pisotear de una recua de mulas cargadas,que llega, que pasa, que se aleja, estimulada por los propios pujidos,y por el restallar de los aciales. Y conforme la estruendosa recua sealeja, la espesa nube de polvo se aclara poco a poco, descubriendo

trozos de paisaje, hasta que la última partícula se asienta, y todo,uniformemente, brilla como antes, bajo el sol ardiente e ímpetuoso.

EL CHAPULÍN

La noticia cayó inesperada, brutal. Al mozo, que ño Nacho tenía esa mañana aporcándole unas

tareitas de milpa, se la dio, al paso, el manco Ulalio que corría,

desalado, a llevarla también al huatal de su madrina EscolásticaPeñate, que además de madrina era tía en segundo grado deconsanguinidad, por el lado de su señora madre la finada Macaria deidéntico apellido. El mozo, al oírla, arrojó el azadón al surco y, a suvez, salió disparado en dirección al rancho de ño Nacho Campos. 

Ahogándose, casi, del sofoco de la carrera, apenas pudo gritar: -¡No Nachóoo! 

Del fondo de la cocina salió una voz recia que respondía: -¿Qui'ay? 

El mozo, que había avanzado hasta cerca del rancho, volvió agritar, ya un poco calmado del sofoco, mas no de la alarma que

dentro le palpitaba todavía. -!Ou'el chapulfn está onde ño chele Josí'Angel! 

Page 4: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 4/18

Ño Nacho Campos, que en esos precisos momentos seencontraba almorzando con su mujer y sus cinco hijos en el habitual,rinc6n de la cocina, bastante apropincuados todos al poyo paradisfrutar del tibio y confortable calorcillo de los tizones, lanzó unamaldición, y apartando bruscamente el cuenco de loza vidriada en

que humeaba el sabroso arroz con hueso de tunco y talios de quilite,se puso de pie con la ligereza que sus sesentiocho octubres biencumplidos le permitieran. 

Se asomó a la puerta y, apoyando el codo en el contramarco, yen la mano la sien, se le quedó viendo, fijo, al despavorido mozo. -¿Qué decís? -Nada ño Nacho. Que se pasó de l´asienda. 

Ño Nacho se rascó la cabeza. -¡Mal rayo parta al don Gulyermo'emierdal 

(En la hacienda, cuando el chapulín hacía irrupción, lacostumbre, en lugar de matarlo, como parecía lo natural y hasta lohumanitario, era arrearlo hasta que lograban sacarlo del litoral. Yafuera de ahí, les importaba un ardite que se repasease en lassiembras de los infelices colindantes). 

Ño Nacho se mesaba los cabellos. Imploraba la misericordiadivina, que nunca llega cuando de veras se la necesita, y que, sobretodo, brilla por su ausencia cuando quien la implora es un pobrediablo como lo era ño Nacho. En medio de su congoja, comprendióperfectamente que no había que perder el tiempo en inútileslamentaciones, ni esperar auxilio del cielo, sordo, como siempre, asus reclamos. De cualquier manera había que tratar de salvar la milpa

de la voracidad implacable de la mancha de acridios que laamenazaba. -¡Séya por la voluntá del Señor ! -clamaba, siempre mesándose lascasposas greñas y yendo de arriba abajo sin saber qué determinacióntomar. 

De pronto, deteniéndose, gritó: -¡Canséee! 

El grito se diluyó en la ardiente atmósfera del mediodía. Comonadie le contestara, volvió a repetir el llamado: -¡Conséee! 

En esta vez una voz contestó, a lo lejos:

-¿Qui'ay? -¡Veni apriesa! 

Conse, el primogénito de ño Nacho, andaba en esos momentosocupado por el chiquero, echándole a la mancuerna de tuncos unaguacalada de mondadura de yuca y renovándoles el agua de lacanoa. Llegóse a donde su tata estaba, grandullón, desmadejado, conflacuras de gavilán, salidas las faldas de la camiseta de manta, lospantalones sebosos sujetos a la cintura por un pedazo de lazotostado. -¡Apuráte, Consito! Apuráte. Andá´blale al señor Natividá. Decíle quese venga con todos los muchá lo más apriesa que pueda. Yo guir'aber la milpa. Pero no se movía. 

Page 5: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 5/18

Conse, mientras tanto, descolgaba de una estaca ensartada enla pared su charra de palma y, encasquetándosela, salía debarajustada. 

Ña Chepa, la cónyuge de ño Nacho, había salido al patio juntocon é1, y a su lado, avizoraba el horizonte. Junto a él clamaba, ella

también, la misericordia divina, y se lamentaba del destino que demanera tan despiadada y cruel se ensañaba en ellos. Cuando, al cabode tantos sacrificios, habían logrado sembrar ese año una milpa tanmacanuda, la desgracia, inesperada, les caía encima. Toda la milpa,las cuatro manzanas completitas, habían nacido uniformes, parejitas.Los tallos se alineaban en los surcos hasta perderse de vista demanera simétrica. Daba encanto a los ojos y alegría al alma,contemplar aquel inmenso lienzo cuyo verdor tremaba y resplandecíaa la suave brisa de la mañana y al flechazo del sol de la tarde. ÑoNacho Campos y ña Chepa Vásquez, su cónyuge, se recreabanembelesados, largos y largos ratos en la contemplación de aquelloque, para ellos, lo representaba todo. En el resultado de la cosechacifraban la realización de uno de los grandes proyectos de su vida:comprarle a Benito Pérez una cuchilla de tierra que aquél poesía,encajada en su terrenito, y que les cerraba la salida al camino deNejapa. Muchas veces, ño Nacho había hablado del asuntito de lacompra con Benito; pero éste se negaba siempre, rotundamente, avender. -Ay le guá'bisar, ño Nacho, in cuantito nomás me desida a bender.¿Alóye? 

 Y no hubo más. Pasaba el tiempo; y el pistillo que habían logrado

reunir para la compra, se empleaba, de junto, en otra cosa distinta, ose les iba gastando poco a poco en perentorias necesidades. ÑoNacho tenía aquella cuchilla de tierra zurdida en el alma como unaestaca. Por fin, hacía unos días, el propio Benito había llegado hastael rancho a proponerles la venta. Ño Nacho, que esta vez no contabacon fondos disponibles ni tenía tiempo para juntarlos tan pronto, lehabía dicho: -Por agora no puedo, Benito. Si te asperás unos diyas pa'ber comoresulta la cosechita. 

Benito, que había visto la milpa al pasar, dijo, por todarespuesta: -Ya la bide, ño Nacho. Está mera pencona. 

 Y no quedaron en nada. Pero hasta el día, Benito no habíapodido encontrar comprador. Ni lo encontraría. 

Pero el destino, o más bien su mala suerte quiso que esa milpa,que apuntaba que era un gusto de mera buena, prometedora de loscolones que se necesitaban para mercarle la tierra a Benito, estuvieraen inminente peligro de perderse. Todo el andamiaje de ilusionesforjadas estaba a punto de venirse al suelo. Los ojos de ño Nacho semojaban en lágrimas, y en su alma fermentaba la amargura y elsedimento de la inconformidad. 

Page 6: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 6/18

Los cipotes, que almorzaban con su tata cuandocayó, brusca y aplastante, se habían quedado, quietosmismo sitio. Parecían amedrentados. Se callaban, pegunos a los otros, los cinco, sin atreverse a mover. Secon ojos de congoja, sin saber por qué. Comprendían,

la gravedad de lo que acontecía, y trataban, al ver laatribulación en que andaban sus padres, de pasardesapercibidos más bien; de que su presencia no fuesadvertida, y se ganasen, por estorbosos, algún pescozextraviase algún puntapié. y más que todo mordidoscuriosidad por imponerse de lo que estaba pasando fudecidieron a salir. El primero que lo hizo fue el güis, ude hombre, que corrió, directo, a donde su nana estabagarró, tenaz, a sus naguas. 

Luego, uno a uno, fueron saliendo los cuatro restantes. Sobre el rancho, momentos antes tranquilo, feliz en su humildad,

pesaba ahora la misma ansiedad, la misma angustia que si seesperase lo más tremendo. Lo inaudito. Que la vaca lechera, quetodas las mañanas ordeñaba ña Chepa para sacar de la lechita lacuajada del día, se había embarrancado, desnucándose; oahorcándose uno de los novillos de la yuntita nueva; o fenecida, demala manera, la mancuerna de tuncos que engordaban para lasfiestas patronales. 

Sacudiendo el fardo abrumador de su consternación, surgió enña Chepa el espíritu de lucha, de lucha por la vida, y en contra delinfortunio ensañado. Ña Chepa era "muy mujer". En el matrimonio,

luego ya de veintiocho años, era ella quien llevaba los pantalones".Se sacudió de encima el nudo de cipotes y comenzó a recorrer elrancho y sus aledaños, en busca de todo trasto viejo, o artefactoinutilizado que pudiese hacer bulla, mover estruendo, y espantar conella la horda nauseabunda de invasores. Así fue como encontró unguacalón de hojalata, que sirviera un día para ordeño de la vaca... unpar de baldes defondados, que prestaban ordinariamente, servicio deponedero a las gallinas... un abollado sartén de peltre, con el mangoretorcido. . . una regadera sin pitón, cribado el asiento por el orín y lahumedad... una lata de gasolina, que fue macetero de una mata dealbahaca que se secó... unos retazos de lámina de zinc, chelosa de

titilcuíte de gallina... en fin, un tronco roñoso de cañería, un azadóndesportillado, una varilla de hierro, costrosa de herrumbre. Todoaquello que pudiera producir ruido, armar alboroto, fue arrambiadopor la diligente mujer. Eran todos esos chismes que andan rodandopor los rincones; que se echan de lado, que suelen servir, alguna queotra vez, de juguetes a los cipotes, y los que, muchas veces, nadiesabe ni le importa saber de dónde vienen y cómo llegaron ahí. Losacarreó todos al corredor, y los dejó amontonados contra la pared. 

El mozo, portador de la primera noticia, apareció de nuevo.Venía de la orilla del río y había visto la punta de la manga quecomenzaba a caer del lado de acá, en los terrenos de la sucesión delseñor Leandro Paredes, en los que habían alquilado tierras para

Page 7: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 7/18

sembrar sus milpas Leonardo Cruz y el pishque Felipón Sosa, lamisma fatídica voz de la primera vez, gritó: -Dése apriesa, ño Nacho. Vel chapuJín está pasad'uel riyo y'stá ondeel señor Liandro hartándose la milpa de Lionardo Crus. 

Ño Nacho, sin decir nada, alzó a mirar el horizonte espejeante de

sol. Y bien cercano, casi sobre su cabeza vio que revolaban algunosnudos de insectos, menuda vanguardia de la espesa nube que senotaba avanzar hacia el rumbo oeste. Los insectos, cuyas formas casidiluía la fuerza del resplandor, flotaban, inciertos, vacilantes, sinresolverse, así aislados, a tocar tierra. En tanto, la nube parda,espesa, tramada, se mantenía en equilibrio, seguramente por nohaber viento favorable que la empujara, obligándola a seguir el cursoque traía. Ño Nacho la observaba. No estaba todavía en el meridianode sus terrenos; pero lo estaría muy pronto. No cabía la menor duda.En las milpas de Cruz y de Felipón Sosa, que estaban "riata", y enunas que otras próximas, tendrían ocupación para rato, que ellosdeberían aprovechar en preparar la defensa. -¡El Señor del Rescate nos ayude! 

Era ña Chepa que, parada al lado de su marido, una vezterminada la requisa, alzaba, ella también la cabeza, y fijaba los ojos,húmedos de lágrimas, en el cielo, no se sabe a punto exacto si paraimplorar la misericordia divina, o para seguir las evoluciones de lapavorosa manga, relativamente alta todavía. Un fugaz chispazo deesperanza prendió en el ánimo abatido de ña Chepa. -¿Si se jueran pasando, bos Nachóoo? -Dios ti'oiga, Chepa. 

Pero el Dios invocado tantas veces, el tan lejano Dios, o no oyó,o si oyó se hizo el baboso, como buen viejo lleno de mañas yresabios, estragado ya de escuchar a tanto pedigüeño. 

De pronto, las pobres gentes notaron que la manga descendía,afectando la forma de un embudo en punta. Un sordo rumor deremolino se dejó oír. Crepitó al aire, como si pateasen hojas secas.Contra el sol la manga cabrilleaba. 

Ño Nacho, ña Chepa, el mozo agorero, los tres zanateros que sehabían reconcentrado, hasta los cipotes que, en ello encontrabaninesperada entretención, echaron mano de los trastos amontonadosen el corredor y corrieron desalados hacia la milpa amenazada. Tras

ellos corrieron también los chuchos, saltando y ladrando. La milpa seextendía ancha, larga, ondulante la puntería verdegay de las hojascon cambiantes de prisma en ciertos puntos. Se movía toda,compacta, de una sola vez, con cierto aspecto de mar, a la hora enque no hay oleaje y parece la superficie regada de aceite. El chapulíncaía, como quien dijera, a dos pasos. Caía en la milpa, dosmanzanitas apenas, del pobrecito de Braulio Gumero, un guatal endespojo, apenas, de por medio, y que nadie había querido tomar parasembrarlo. El resto de la manga, que no se había levantado,merodeaba todavía en el linde de los terrenos de la hacienda, a pesarde los esfuerzos que hacían para echarlo al río. Otra sección del aladoejército despedazaba, en esos momentos, acá del río las siembras deCruz y de Felipón Sosa. La ofensiva era formidable. Comenzaron a

Page 8: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 8/18

sonar los trastos. Los golpeaban desaforada, locamente,acompañando el estrepitoso cencerreo con gritos estentóreos,tratando, de tal manera, de intensificar el estruendo. El ruido, depronto, pareció contener el avance de los invasores y detenerse,precisamente, perpendicular al sitio en que la milpa de ño Nacho

apenas acaba, a lo largo de surcos a medio aporcar, su tallerío tierno.Comenzó a revolotear, arremolinándose, y luego, describiendo unadilatada espiral, fue descendiendo de nuevo. A cierta altura ya, sedejó caer, violenta, ruidosa, como una tromba. La manga cayó toda,completa, de una vez. Los tallos tiernos, de hojas verdegay; lospardos surcos, los brunos terrones, la hierba intrusa que estabaaporcándose, todo, todito desapareció bajo el desplome de aquellamasa, que hedía como un infierno y bullía, inquieta, como unagusanera. En los madrecacaos floridos, en los elevados cocos, en losleprosos jocotes, en los chilamates desmedrados, en los guachipilineslustrosos, quedó prendida parte de ella, en racimos, en guirnaldasviscosas, en sucios florones, devorando las hojas, arrasando losretoños, carcomiendo lo frágil de las cortezas. Los árboles así cundidos así arropados de arriba a abajo, semejaban grandeslampadarios de bronce. Se oía el crujir de las antenas, el agrio rozarde las alas, el arañar áspero de los millares de dentadas patas. Seencaramaban unas sobre otros, en un violento forcejeo; se hacíannudos apretados, como si riñesen, con los ojitos saltones y lascabecitas como calavera. 

En lo duro de la lucha, se quebraban patas; se magullaban alasque quedaban pendientes como piltrafas; morían pateados, ahogados

por el peso de los que pasaban por encima en aluvión. Y hervía, comomarmita infernal, todo aquel enjambre devastador. Crujía, a loinfinito, como pataleo sobre alfombras de hoja seca. Los trastossonaban; pero el ruido que producían no daba resultado alguno. Ladesgracia de ño Nacho era abrumadora. Parecía que el furor dedestrucción, que poseía el chapulín, le hubiese hecho perder elsentido del oído. Y en balde la herrumbrosa marmita, la regaderadespistonada, la lata de gasolina, el fragmento de sartén de peltre, elguacalón de hojalata, se acabaron de despedazar sonando, sonandoestruendos, alaraquientos, tumultuosos, sin reposo, sin treguaalguna. Los insectos bullían cada vez más, enredándose los unos a los

otros, como si se acoplasen en capas superpuestas. En esos críticos instantes, llegó el señor Natividad, acompañado

de cinco gentes más que había recogido en el camino. -¡Jesús Mariya! -exclamó, al no más ver aquel espectáculo

desolador.  Y todos ellos se unieron a la banda de defensa encabezada por

ño Nacho. Bajo sus pies, la espesa capa de chapulín crujió, chirriantey glutinosa. Comenzaron a golpear, a diestra y siniestra, con losgarrotes que llevaban preparados, acompañando su rudo aporrear, dedesaforados gritos. Ño Nacho y su mujer se habían detenido y,mudos, con ojos atónitos, contemplaban aquella invasión, peortodavía, más destructora aún, que la del chapulín. No había quehacer. Al principio acariciaron la remota idea de levantarlo, salvando

Page 9: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 9/18

así parte tal vez de su afanosa siembra. Pero ahora, viendo que lasalvación era punto menos que imposible; que todo, por el momento,estaba perdido, la furia hizo presa de ellos. Tiraron a un lado losestorbosos como inútiles trastos, y echando mano de gruesos y biensólidos leños, comenzaron todos a golpear, como fuera de sí.

Acompañaba de truculentas interjecciones cada garrotazo ño Nacho.Cada vez que los garrotes se levantaban para volver a caer, veíaselescompletamente cubiertos de chapulines destripados, de chapulineshechos papilla. La matanza era atroz. Pero acontecía que, cuanto másse destruía, la tierra parecía vomitar nuevos y nuevos nudos,incansable, fecunda. Por momentos, alguna que otra miríada selevantaba, revoloteaba un instante, incierta, y volvía a caer, un pocomás lejos. Los pies estaban ya cansados de despachurrar; los brazos,de esgrimir los garrotes; las gargantas, de gritar tanto y tanto.Ardíanles los ojos; y las narices habíanseles irritado de la acrepestilencia que aquella masacre despedía. 

De pronto, hacia el lado del "cerco de piedra'', camino deMapilapa, se vio aparecer una nueva manga, menos copiosa que laprimera, indudablemente, pero no por eso menos fatídica ydestructora. La manga volaba casi a flor de tierra. Más bien que volar,parecía venir rastreando, salvando, pausada, a saltos, los cercos quedividían las propiedades. Se oían todavía al otro lado del río, hacia ellomerío de La Cruz, gritos desaforados, estruendo de latas, disparosde escopetas, redoble de tablas. Era el resto de la manga, retrasadoen el solar de ño chele Josi'Angel, que después de hacer añicos lassiembras que cubrían una parte de la ladera del cerro de Nejapa, se

levantaba de mutuo propio y no por los cuatro golpes de latas vacíasy unos cuantos gritos desabridos e ineficaces. La intención, ilusoria,de los arreadores era empujarla hacia el río, en dirección a la Junta,para que, si no caía al agua, fuera exterminada por los moradores delrancherío. Pero los condenados invasores, previendo la celada,cambiaron de rumbo inesperadamente, y fueron a caer en la milpa deño Nacho. Se confundieron con los que ahí ya devastaban y formaroncon ellos una sola masa compacta. 

Ño Nacho, en medio de la gente, se mesaba las casposas greñasy con voz sorda, enronquecida por los gritos, ordenaba. -iArréyenle, mucháaa! Arréyenle juerte. 

 Y sonaban los garrotazos; pero flojos, distanciados uno de otros,ya sin el brío de antes, sin el furor del principio. Los defensores de lamilpa habían perdido toda esperanza de salvarla y hacían aquel vanoesfuerzo nada más que porque ño Nacho y su pobre mujer les dabanlástima. 

 Y en ese inútil afán, el crepúsculo se fue avecinando. La mole delcerro de Nejapa ocultó, prematuramente, al sol. Franjeóse de vivísimocarmín, el fondo de desvaído nácar. Fluyó menuda ceniza, opacandola atmósfera. La rodela de la luna, toda fuera, era a esa hora de sordoplatino. Chistó la lechuza. Lloró el pájaro-león. Comenzó a chirriar,persistente, el millar de grillos habituales por aquellos sitios. Todo sepuso triste, con esa tristeza que acompaña la agonía de la tarde. 

Page 10: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 10/18

Los garrotes, impotentes, habían, por fin dejado de aporrear.Humanamente, era imposible proseguir en el esfuerzo. ¡Aquello noacababa nunca! Parecía cosa de brujería No sonaban más, también,los inútiles trastos. Los gritos se habían apagado en las gargantasresecas. No había más remedio que resignarse. Era necesario

abroqueilarse de paciencia, y volver a comenzar. Abandonaron elcampo, y uno tras otro, caminaban en silencio, inclinada la cabeza,caídos los brazos, como siguiendo un funeral, que era el de todos.Regresaban al rancho. Mordiéndose los labios exangües, la miradatorva y rojiza, en livor la faz, marchaba ño Nacho. Tras él, su mujeriba derramando lágrimas. Muequeaban, por mero contagio, loscipotes. Los chuchos, como a la ida, brincaban y ladraban a la vuelta.El hocico les hedía a chilate de chapulín. Ellos también habíanparticipado en la matanza. 

 Y durante todo el curso de la noche, hasta el rancho, bajo latechumbre de caldeadas tejas en que ño Nacho y su mujer rumiabansu desgracia en pleno insomnio, llegaba el estridente crujir de lasantenas, el agrio rozar de las alas, el arañar áspero de los miles ymiles de dentadas patas de los voraces acridios que, en el claroresplandor de la luna llena remataban tranquilamente, su tarea dedestrucción y de ruina. 

LA SIGUANABAA Punto de salir del pueblo y embocar el camino que llevaba al

rancherío del Sitio, comenzó a sopiar un viento de lluvia. Cargado de

nubarrones estaba el cielo, circunstancia que hacía que la obscuridadfuese más intensa, más impenetrable. El tío Hilario regresaba a suvivienda, más tomado, esta vez, de lo que le era habitual. Ibacaballero, desmadejado en su macho retinto. Para no caerse, como enesos trances le acontecía, habíase agarrado fuertemente con ambasmanos a la manzana de la montura, y a ella misma había anudado lasriendas, como medida de precaución. El macho se sabía, de memoria,la costumbre. Al no más sentir flojas las riendas e inseguro al jinete,no se detenía. Seguía caminando, al paso, cauteloso, procurandollevarle a pulso, evitando que su amo, al menor movimiento brusco,pudiera caerse. Además, la querencia le atraía. El macho conocía bien

a su amo. No en balde habíale acompañado luengos años. Estabaacostumbrado ya a "su modo". Diríase que ambos se comprendían,completándose. Sabía el macho que, en ciertas circunstancias, el tíoHilarlo no le abandonaba..y veía y cuidaba de él. Entendía que si bien,con bastante frecuencia, la espera resultaba prolongada y fastidiosa.atado corto a la argolla de hierro clavada a un poste de madera.sembrado frente a la puerta del estanco la peche Chabela, o en eltrascorral de la cervecería billar de la dama del Comandante Local, elamo no 1e olvidaba nunca. Le zafaba el freno. Le aflojaba la cincha. Yluego de picarle cogollo de caña en un cajoncito de candelas, le

pagaba a un cipote para que fuese a la pila pública a traerle un baldede agua y se quedara ahí a su cuidado. Cuando la cosa era mayor,

Page 11: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 11/18

cuando asistía a algún "rezo", a alguna atolada, a algún velorio, loscuidados para con el macho eran más extremosos. El propio tío lodesensillaba, lo conducía al potrero, y lo apersogaba en el mejor sitio.

 Todos esos cuidados habían hecho que entre el patrón y el macho seanudase un especial afecto. 

Esa noche, pues, el percibirse de que el tío Hilarlo, se habíaquedado dormido a horcajadas en sus lomos amenguó el pasoque llevara, y, con la mayor cautela, fue, entré la obscuridadcerrada de la noche que apenas aclaraban de vez en cuandolos fogonazos de los relámpagos, sorteando los peligros delcamino, lleno de las zanjas y los hoyancos ocasionados por laslluvia torrenciales. Por entre lo espeso de los zacatales y lomalezales tupidos, se encendían y se apagaban los chispazosefímeros de las luciérnagas. En los rancho escalonados a lolargo del camino, toda luz se había extinguido. Comenzó aescucharse, todavía débil, el rumo de la quebrada que alllegar a ese lugar se despeñaba en cascada entre elamontonamiento 

de unos se despeñaba en cascada entre el amontonamiento de unostalpetates, y formaba ancha poza bajo un chilamatal. El viento habíacalmado. Pero el cielo seguía encapotado, siempre amenazandolluvia. De cuando en vez un relámpago rubricaba la negrura. Al fulgorde ese relámpago, y a la fuerza del instinto, era que el macho seorientaba en aquella negrura. De ahí en adelante el camino se hizomás estrecho, y más obscuro aún. Los follajes de los grandesquebrachos, de los desmedidos conacastes, de los gigantescos

guarumos, de los añosos cedros, tejían tupida nave, entenebreciendoel paso. El frescor nocturno trascendía a lodo podrido, a hojasmachucadas, a savia acre y dulzona de las cortezas rajadas, al álcalidel estiércol y a la acidez de los meados de zorrillo, todo elloformando una amalgama capitosa que se subía a la cabeza, yproducía mareo. Era que iban pasando por el medio de la montaña, yles envolvía el aliento de la naturaleza que dormía despatarrada y

 jadeante.Algún misterioso arrastre paraba, de punta, los pelos al macho.

Un tropezón contra un pedazo de tronco atravesado en el camino,hizo tambalearse al dormido Jinete. Mas éste no cayó. Ni tan siquiera

se despertó. A ese paso iban llegando a los lodazales que enmarcan(y¡ cauce de la quebrada de los Jutes. El paso era, por eso mismo,peligroso, aun durante el curso del día La arboleda raleó. Ya no eranlos grandes quebrachos, ni los desmedidos conacastes, ni losgigantescos guaruinos, ni los añosos cedros,' los que tejían sombrosanave. Libre veíase el cielo. Negro y profundo. Eran los retorcidosmorros, los guayabos deshojados, los tihuilotes varejonudos, loshiguerales, los arbustales de sispino blanco, los tupidos zarzaleshirsutos, los que cubrían aquella tierra chagüitosa. Entre losquequeishcalos frondosos, los helechos arborizantes y los bejucos (le

come mano que se agarraban a las ramas bajeras anudando susguías con apretazón de nudo de culebra manaba el agua entre las

Page 12: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 12/18

piedronas musgosas. entrar al cauce, el macho se detuvo, y bajandola cabeza, se puso a olisquear el agua pútrida. luego se percibió, en elsilencio, el sorber ruidoso de los W sedientos. Una vez aplacada lased, esa sed instintiva que experimentan las bestias a la vista delagua, p siguió su marcha. Los cascos chapoteaban. El agua lodosa,

llena de ligamentos, salpicaba en cuajarones. llegar al medio Mcauce, se sintió correr el agua m libremente. Era que la quebrada,como una vena abierta, corría sin el estorbo del lodo. Se sentíaascender frescura M agua clara. El olor al agua filtrada en raíces. Elmacho, de nuevo, inclinó la cabeza, y bebió unos cuantos tragos.Cuando ya salía a la orilla, uno los bejucos que avanzaban sobre elpaso como un garra, le botó el sombrero al tío Hilario, y el roce á perode las hojas en la cara, le despertó sobresaltado El tío Hilario recorrióde un rápido vistazo, el lugar en donde se encontraba. ¿Pero pordónde demonios andaría? Trató de darse cuenta. la memoria,embotada por el sueño, perturbada por la vahada del alcohol ingeridotan copiosamente, no le dejaba percibir, con claridad, los detalles, nimenos aún darse cabal cuenta d la realidad del momento. 

Súbitamente, el macho relinchó, y al querer saltar fuera, atascóla parte trasera en el lodazal de la orilla, que le llegaba cerca de lacorvas. El tío Hilario comprendió el peligro que corría, ligero, echómano de las riendas que colgaban de¡ pescuezo, y sofrenó la bestia,al mismo tiempo que 1 espueleaba de firme. El macho resopló,forcejeando por salir de aquel pegadero, que parecía querer tragarloEn un supremo esfuerzo, contrayéndose todo en un máximum deenergía, logró saltar fuera. Al sentirse libre, el macho se sacudió.

Sonó la montura entera. Rechinó el cuero de las arganillas. Tintineó elhierro del freno. El tío se reacomodó en el asiento. Se afianzó un losestribos. Y dándole al macho un riendazo en el sitio lo quiso caminar.Al intentarlo, los cuatro cascos -so deslizaron sobre lo liso del barro, yel macho casi se despatarró. El terreno volvíase, de nuevo,montañoso. La sombra de los árboles ensombrecía el caminopadregoso que comenzaba a. ascender recuestándose. n esosmomentos el viento volvió a desencadenarse. ¡Esta vez sí que aquelloiba de veras!-. Azotaba, impetuoso, las copas de los árboles, que sesacudían, haciendo volar las hojas, y produciendo un vasto rumor demarea. El relampagueo era más continuo e intenso. Estalló un trueno,

largo, ensordecedor. Luego otro más distante, pero no menosfragoroso. Emanaciones de, azufre impregnaron la atmósfera.Cayeron las primeras gotas, unos goterones que se aplastaban, alcaer como salivazos en la tierra, al estrellarse contra la corteza de losárboles, al perdigonear las ancas y el pescuezo del macho. Ibanllegando a una bajadita que conducía al cauce seco de una quebrada.El monte se apiñaba de tal manera que parecía caminarse bajo tupidodosel. Súbito, pareció que la tramazón de bejucos se desgajaba. Quealguien, que trataba de abrirse paso, quebraba ramas, tronchabatallos, apachaba hierba. El no Hilario detuvo, en seco, al macho. -¿Qué sería vos?-. Instintivamente llevó la mano al mango de la dagaque llevaba siempre amarrada a un lado del arzón. Pero, de manerainexplicable, le asaltó el miedo. Miedo de qué, por qué-. No se lo

Page 13: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 13/18

explicaba, pero sintió que por todo el cuerpo le corría una comezónnerviosa, y que se le paraba el cabello y la sangre se le helaba en lasvenas. -¿Qué demonches sería aquello?-. ¿Miedo él, quién no loconocía, que había pasado mil veces por aquel paraje y por otros peorafamados que éste sin sentir absolutamente nada? Sin embargo esta

vez, sin explicarse el motivo, lo sentía -¡y de que manera!- Sentía quela cabeza se le hinchaba y lo oídos le zumbaban, aturdiéndole.Espoleó, recio, los ijares del pobre macho. Este, en vez de arrancar alestímulo del acicate, como era lo natural, se encabritó d nuevo,resoplando desesperado, y queriendo volver ancas, como si algo, quele asustara, le cerrase el paso. El pánico del macho, acabó dedesconcertar al tío Hilario. 

Fue entonces que recordó, sin ningún esfuerzo de memoria, loque la gente supersticiosa contaba de aquel paraje montañoso y elcauce seco de aquella quebrada. En él se aparecía, con hartafrecuencia, la Siguanaba. Más arribita del paso, en una rinconada quéabrigaban unos cuantos chilamates sarmentosos y hojosos, el aguaescasa que manaba del pie de una gran roca musgosa, formaba poza,entre un amontonamiento de piedras. En esa poza la Siguanaba seponía a lavar. Decía esa misma gente que no era ropa suya ni de suhijo el Cipitío la que lavaba, sino que era con su chiches terrosas yarrugadas, que le caían flojas, como vejigas desinfladas hasta másabajo del ombligo, con las que golpeaba contra la superficie de la lajapara hacer creer, a los incautos, que lavaba. En ese propio sitio decíahaberla visto el señor Magdaleno Urquías una vez que a la oración,pasaba por ahí. La había visto sentada en una piedrona, después de

haberse bañado, peinándose y espulgándose la abundante y undosacabellera completamente canosa, toda alborotada como nido deurraca. A la vez que procuraba domar las indómita cerdas,canturreaba una canción plañidera. El susto del señor Magaleno alverla fue archimorrocotudo. Medio loco, volvió grupas a la yeguatordilla que montaba salió en barajustada, quebrada arriba, gritandodespavorido:

-¡Ave María Santísimal ¡Jesús mi´ampare!  Cuando, a lo lejos, volvió la cabeza, alcanzó a divisar a laSiguanaba que, puesta de pie sobre la piedra en que estaba sentada,le llamaba a gritos jajayándose de manera estentórea al verle huir

como huía.Otra vez fue a ño Jerónimo Chavarriyas a quien se le apareciera.

Los años habían pasado y ño Jerónimo no había podido olvidarlo.Volvía del pueblo el buen hombre, de comprar unas medicinas parasu mujer que estaba enferma, cuando al terminar la bajadita e ir acruzar el cauce pedregoso, se le ocurrió volver la vista hacia el ladode la poza de los chilamates. Más le hubiera valido el no haberlohecho. Hacía un pellizco de luna, y a la difusa claridad queproyectaba, alcanzó a distinguir a una mujer que estaba acabando dedesvestirse para meterse al agua. La mujer, que no era otra que laSiguanaba, al reconocer a ño Jerónimo le gritó:  -¡Venga bañémonos ño Jerónimo! 

Page 14: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 14/18

Ño Jerónimo sintió que el alma se le iba, y después de hacer unchiquero de cruces y clamar, en su auxilio, a la Corte Celestial, salióde estampida. En el ímpetu de su desaforada carrera no pudo dejarde oír que la Siguanaba se habla tirado al agua, y zambulléndose ychapaleando el agua, se tiraba los grandes jajayos, que resonaban

horrorizantes, en la oquedad del monte. El eco de esa carcajadaburlesca, le daba fuerzas a ño Jerónimo para correr, y cuando llegó asu rancho, cayó al suelo tiritando de miedo, calenturiento de pavor,sin tener siquiera la fuerza necesaria para relatar lo que había visto.

Pero el tío Hilario, que frecuentaba ese camino y que por élpasaba a toda hora del día y de la noche. nunca había visto nada. -¿Qué era entonces ese miedo insólito que ahora experimentaba?-.Con ojos encandilados paseó una vacilante mirada por todo elalrededor, explorando, ansioso, las tinieblas. Ningún otro ruido.Ningún bulto. No más que el rumor de marea del viento tempestuososacudiendo el ramaje de los árboles. Y de cuando en vez el fogonazode un relámpago y el fragor de un trueno. No cabía la menor duda. ¡Eltío Hilario, el hombre de pelo en pecho, se estaba cagando en loscalzones! A punta de espuela y riendazos, hizo que el machoavanzara un trecho escaso en el camino. Pero de nuevo sintió que, asu lado, muy cerca, el bejucal prendido a las ramas, y que formabaespeso tejido, se desgajaba, como que si alguien viniese dandoempellones, y a embestidas, franqueárase paso al camino. Un intensorelámpago iluminó en ese instante el sitio, al propio tiempo que unavoz de mujer hueca y fúnebre, le decía:  -¡Señor Hilario! Lléveme al'arica.

   Y a la luz del relámpago el tío Hilario había alcanzado a divisarun bulto negro, que luego se precisó en la-forma de un mujer alta yflaca, de una flacura esquelética, que avanzaba agarrándose de losbejucos con las manos huesudas, y con los pies descalzos, veníaapartando las carnudas hojas de quequeishque y, apachaba con susplantas los helechos rastreros que tapizaban aquel suelo chagüitoso.El pavor hizo al tío Hilario ver más borrosa aún de lo que era laaparición. Fuera de la camisa negra, desgarrada, se le salíancolgándole hasta más abajo del ombligo, las chiches flojas y enjutas,que se le mecían y le golpeaban la barriga hundida, como badajos decampana. La cabellera, abundante y undosa, completamente canosa,

toda alborotada como nido de urraca, le fluía por la espalda, como unmanto de nieve. Los ojos le brillaban como brasas, y la nariz se lecurvaba como pico de guara, sobre los labios chupados, por entre losque se aparecían, a flor de boca, las jachas amarillentos y puyudas. Elcuello, desnudo, era largo y seco, en el que un amago de bocioapuntaba. Sin que el tío Hilarlo tuviese tiempo de nada, sintió que laSiguanaba, ágilmente, se le subía, de un solo salto, en ancas y se loapercollaba a la espalda. Sintió que se aseguraba, anudando sobre supecho las manos huesudas y frías, y que las uñas, unas uñas largas ycurvas, se le hundían, afiladas, en la piel, arañándole ydesangrándole. El aliento de aquella boca apestaba a infierno. El tíoHilario lo sentía caldeándole la nuca. El macho, al sentir aquel pesoextraño, saltó, relinchando, y salió disparado. Tratando, en sus

Page 15: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 15/18

corcovos, de deshacerse de aquella odiosa carga. El tío Hilario,instintivamente, apretó los muslos a los flancos de la bestia y seafianzó en los estribos con todas las fuerzas que su angustioso estadodejábale sin amenguar. También la Siguanaba temiendo caerse en elímpetu de la carrera loca de la bestia espantada, agarraba con mayor

fuerza al jinete. Aquel contacto estrecho empavorecía más y más altío Hilorio. Contra su carne, caldeada por la fiebre, sacudido por losnervios, sentía la marea helada de aquel cuerpo momificado, que seadhería, tenaz, al suyo. Las uñas se le incrustaban cada vez máshondo en el pecho. La Siguanaba, como si tratase de estimular almacho en su carrera desalada, gritaba, desgañitándose:

-¡Upa! ¡Upa!  O bien:  -¡Andele, macho viejo!   Y taloneábale en la barriga con los calcañales huesudos. En suspies, como en sus manos, las uñas le habían crecido duras ycostrosas. Eran como garras de buitre. Aquel grito, rasgando, tétrico,pavoroso, el silencio cargado de la noche, era como un chicote queazotase las ancas de la bestia. Al estímulo de tal acicate, corría másdesalada y veloz, atropellándolo todo, ciega de espanto y jadeante decansancio. El tío Hilario llegó en ese punto, a perder conciencia detodo. Y así, milagrosamente sostenido, en aquel desmadejamiento delcuerpo que te producía, a la vez que el agotamiento de los nervios,por lo agudo de la impresión, la velocidad de la carrera, cabalgó hastael instante en que el macho, al tropezar en las raíces resaltantes deun amate que cruzaban el camino, le hizo embrocarse. Ambos jinetes

saltaron, el uno, disparado por el pescuezo de la bestia, y la otra,resbalando por las ancas, quedó sentada en el suelo. La Siguanaba, alcaer, permaneció tal cual, despatarrada, riéndose a carcajada limpiadel percance ocurrido; mientras que el tío Hilario, había ido a caer, debruces, a unos cuantos pasos de distancia, y metido la cabeza entreun zarzal. La fuerza del golpe, le hizo perder, por completo, el sentido,y ahí quedó desamparado. Mientras tanto la Siguanaba se habíaincorporado, sacudiéndose las harapientas faldas negras, y sin dejarun solo instante en sus jajayos, se alejó, adentrando en la espesurade la arboleda; deslizándose, cauta, como una sombra más oscuraaún que la sombra de la noche. Y al perderse, por fin, su forma entre

el tronconal y los matorrales fueron sus jajayos incesantes, los que,disminuidos por la distancia, denunciaban su paso.

Transcurrió e1 resto de la noche amenazando tempestad, que nollegó a desatarse . Sopló viento huracanado, que levantó torbellino dehojas secas. Rubrica el tenebroso espacio, repetidas veces, elacialazo de relámpago. Retumbó el trueno. Y hasta volvieron a caer, aintervalos, golpes de goterones de lluvia que se aplastaban contra elsuelo, con el mismo chasquido sonoro de los salivazos.

Page 16: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 16/18

Los primeros albores del alba, iluminaron al tío Hilario, tendidode bruces en el zarzal. A esa hora matinal acertó a pasar la primeracarreta, que se dirigía al Sitio sobre la cama de la carreta, tendidoen un cuero de res, iba dormitando, el carretero, mientras el hijo,un cipote desastrado, guiaba, ayudado de la puya, la tarda yunta.

Cuando iban pasando frente al zarzal, uno de los bueyes seespantó, parando una oreja y sacudiendo el escobillón de la cola. Elcipote volvió la vista y alcanzó a divisar, saliendo de entre el zarzal,unos pies calzados con unos zapatones de polvillo.

-¡Táta!- gritó, asustado.El carretero se despertó, sobresaltado:-¿Qui'hay?El cipote, con el cabo de la puya, señalaba hacia donde

asomaban los pies.

 

-¡Véya, táta!

La carreta seguía caminando, al tardo paso de los bueyes.  -Detené la carreta- ordenó el carretero. El cipote, golpeando con la puya en el yugo, detuvo los

animales. La carreta se paró, y el carretero saltó a tierra.Iba a aproximarse al zarzal, cuando se detuvo. Tuvo recelos. ¿Y si

aquél que estaba ahí tendido, fuese alguien que hubiesen matado enla noche, y tirado así a la orilla del camino? ¿Si llegase la autoridad, yte sorprendiese?... Ya se alejaba, prudente, tratando así de evitarulteriores complicaciones con la justicia, cuando el cipote, en quien lacuriosidad pudo más que la prudencia, y que se había aproximado alzarzal y

había reconocido al que estaba tendido, le gritó, espantado:  -¡Táta! Venga. Si'es el tiyo Hilario.  De tres zancadas el carretero estuvo a su lado.  -¿Oué decís?

-Que'-s el tiyo Hilario, el qu'está aquí!  El carretero se acurrucó, y con la ayuda del muchacho, le diovuelta al cuerpo. El que estaba ahí tendido, y al que si no fuese por elresuello que le alzaba, el pecho se le hubiera creído difunto, era elpropio tío Hilarlo.  -¿Qué le habrá pasado? -se preguntó el carretero.

Lo registraron para ver si tenía alguna herida. Solamente la carapresentaba los rasguños que las zarzas le habían producido al caer, ypor entre la camisa desgarrada veíase la piel del pecho llena dearaños, unos araños largos y entrecruzados como los araños delcoyote. El cipote le había puesto la mano en la frente.  -Tóquelo, táta. Está qui' arde.  Ardía. Ardía en fiebre. Su solo contacto quemaba. Apretados losdientes. Cerrados, con fuerza de los párpados, como si quisiese, porel gesto, alejar alguna horrorosa visión. En los labios, congelada, unamueca de espanto.  -Tiene fiebre. Ayudáme a levantarlo

   Y entre ambos lo alzaron en vilo, Y lo colocaron1 lo mejor que lesfue dable, sobre el cuero de res extendido en la cama de la carreta. El

Page 17: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 17/18

carretero se encaramó de nuevo, sentándose al lado del tío Hilario, yel cipote, echando mano a la puya, prosiguió el camino. 

Page 18: Cuentos Arturo Ambrogi

7/27/2019 Cuentos Arturo Ambrogi

http://slidepdf.com/reader/full/cuentos-arturo-ambrogi 18/18