cuentos cortos de edgar poe,

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De Wikisource, la biblioteca libre. Saltar a navegación , buscar Berenice de Edgar Allan Poe La desdicha es muy variada. La desgracia cunde multiforme en la tierra. Desplegada por el ancho horizonte, como el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste, a la vez tan distintos y tan íntimamente unidos. ¡Desplegada por el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza ha derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil del dolor? Igual que en la ética el mal es consecuencia del bien, en realidad de la alegría nace la tristeza. O la memoria de la dicha pasada es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido. Mi nombre de pila es Egaeus; no diré mi apellido. Sin embargo, no hay en este país torres más venerables que las de mi sombría y lúgubre mansión. Nuestro linaje ha sido llamado raza de visionarios; y en muchos sorprendentes detalles, en el carácter de la mansión familiar, en los frescos del salón principal, en los tapices de las alcobas, en los relieves de algunos pilares de la sala de armas, pero sobre todo en la galería de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca, y, por último, en la naturaleza muy peculiar de los libros, hay elementos suficientes para justificar esta creencia. Los recuerdos de mis primeros años se relacionan con esta mansión y con sus libros, de los que ya no volveré a hablar. Allí murió mi madre. Allí nací yo. Pero es inútil decir que no había vivido antes, que el alma no conoce una existencia previa. ¿Lo negáis? No discutiremos este punto. Yo estoy

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Berenicede Edgar Allan Poe

La desdicha es muy variada. La desgracia cunde multiforme en la tierra. Desplegada por el ancho horizonte, como el arco iris, sus colores son tan variados como los de ste, a la vez tan distintos y tan ntimamente unidos. Desplegada por el ancho horizonte como el arco iris! Cmo es que de la belleza ha derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un smil del dolor? Igual que en la tica el mal es consecuencia del bien, en realidad de la alegra nace la tristeza. O la memoria de la dicha pasada es la angustia de hoy, o las agonas que son se originan en los xtasis que pudieron haber sido.Mi nombre de pila es Egaeus; no dir mi apellido. Sin embargo, no hay en este pas torres ms venerables que las de mi sombra y lgubre mansin. Nuestro linaje ha sido llamado raza de visionarios; y en muchos sorprendentes detalles, en el carcter de la mansin familiar, en los frescos del saln principal, en los tapices de las alcobas, en los relieves de algunos pilares de la sala de armas, pero sobre todo en la galera de cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca, y, por ltimo, en la naturaleza muy peculiar de los libros, hay elementos suficientes para justificar esta creencia.Los recuerdos de mis primeros aos se relacionan con esta mansin y con sus libros, de los que ya no volver a hablar. All muri mi madre. All nac yo. Pero es intil decir que no haba vivido antes, que el alma no conoce una existencia previa. Lo negis? No discutiremos este punto. Yo estoy convencido, pero no intento convencer. Sin embargo, hay un recuerdo de formas etreas, de ojos espirituales y expresivos, de sonidos musicales y tristes, un recuerdo que no puedo marginar; una memoria como una sombra, vaga, variable, indefinida, vacilante; y como una sombra tambin por la imposibilidad de librarme de ella mientras brille la luz de mi razn.En esa mansin nac yo. Al despertar de repente de la larga noche de lo que pareca, sin serlo, la no-existencia, a regiones de hadas, a un palacio de imaginacin, a los extraos dominios del pensamiento y de la erudicin monsticos, no es extrao que mirase a mi alrededor con ojos asombrados y ardientes, que malgastara mi niez entre libros y disipara mi juventud en ensueos; pero s es extrao que pasaran los aos y el apogeo de la madurez me encontrara viviendo aun en la mansin de mis antepasados; es asombrosa la parlisis que cay sobre las fuentes de mi vida, asombrosa la inversin completa en el carcter de mis pensamientos ms comunes. Las realidades del mundo terrestre me afectaron como visiones, slo como visiones, mientras las extraas ideas del mundo de los sueos, por el contrario, se tornaron no en materia de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi cnica y total existencia.

Berenice y yo ramos primos y crecimos juntos en la mansin de nuestros antepasados. Pero crecimos de modo distinto: yo, enfermizo, envuelto en tristeza; ella, gil, graciosa, llena de fuerza; suyos eran los paseos por la colina; mos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en m mismo, entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditacin; ella, vagando sin preocuparse de la vida, sin pensar en las sombras del camino ni en el silencioso vuelo de las horas de alas negras. Berenice! Invoco su nombre, Berenice! Y ante este sonido se conmueven mil tumultuosos recuerdos de las grises ruinas. Ah, acude vvida su imagen a m, como en sus primeros das de alegra y de dicha! Oh encantadora y fantstica belleza! Oh slfide entre los arbustos de Arnheim! Oh nyade entre sus fuentes! Y entonces..., entonces todo es misterio y terror, y una historia que no se debe contar. La enfermedad una enfermedad mortal cay sobre ella como el simn, y, mientras yo la contemplaba, el espritu del cambio la arras, penetrando en su mente, en sus costumbres y en su carcter, y de la forma ms sutil y terrible lleg a alterar incluso su identidad. Ay! La fuerza destructora iba y vena, y la vctima..., dnde estaba? Yo no la conoca, o, al menos, ya no la reconoca como Berenice.Entre la numerosa serie de enfermedades provocadas por aquella primera y fatal, que desencaden una revolucin tan horrible en el ser moral y fsico de mi prima, hay que mencionar como la ms angustiosa y obstinada una clase de epilepsia que con frecuencia terminaba en catalepsia, estado muy parecido a la extincin de la vida, del cual, en la mayora de los casos, se despertaba de forma brusca y repentina. Mientras tanto, mi propia enfermedad pues me han dicho que no debera darle otro nombre, mi propia enfermedad, digo, creca con extrema rapidez, asumiendo un carcter monomanaco de una especie nueva y extraordinaria, que se haca ms fuerte cada hora que pasaba y, por fin, tuvo sobre m un incomprensible ascendiente. Esta monomana, si as tengo que llamarla, consista en una morbosa irritabilidad de esas propiedades de la mente que la ciencia psicolgica designa con la palabra atencin. Es ms que probable que no me explique; pero temo, en realidad, que no haya forma posible de trasmitir a la inteligencia del lector corriente una idea de esa nerviosa intensidad de inters con que en mi caso las facultades de meditacin (por no hablar en trminos tcnicos) actuaban y se concentraban en la contemplacin de los objetos ms comunes del universo.Reflexionar largas, infatigables horas con la atencin fija en alguna nota trivial, en los mrgenes de un libro o en su tipografa; estar absorto durante buena parte de un da de verano en una sombra extraa que caa oblicuamente sobre el tapiz o sobre la puerta; perderme toda una noche observando la tranquila llama de una lmpara o los rescoldos del fuego; soar das enteros con el perfume de una flor; repetir montonamente una palabra comn hasta que el sonido, gracias a la continua repeticin, dejaba de suscitar en mi mente alguna idea; perder todo sentido del movimiento o de la existencia fsica, mediante una absoluta y obstinada quietud del cuerpo, mucho tiempo mantenida: stas eran algunas de las extravagancias ms comunes y menos perniciosas provocadas por un estado de las facultades mentales, en realidad no nico, pero capaz de desafiar cualquier tipo de anlisis o explicacin.Pero no se me entienda mal. La excesiva, intensa y morbosa atencin, excitada as por objetos triviales en s, no tiene que confundirse con la tendencia a la meditacin, comn en todos los hombres, y a la que se entregan de forma particular las personas de una imaginacin inquieta. Tampoco era, como pudo suponerse al principio, una situacin grave ni la exageracin de esa tendencia, sino primaria y esencialmente distinta, diferente. En un caso, el soador o el fantico, interesado por un objeto normalmente no trivial, lo pierde poco a poco de vista en un bosque de deducciones y sugerencias que surgen de l, hasta que, al final de una ensoacin llena muchas veces de voluptuosidad, el incitamentum o primera causa de sus meditaciones desaparece completamente y queda olvidado. En mi caso, el objeto primario era invariablemente trivial, aunque adquira, mediante mi visin perturbada, una importancia refleja e irreal. Pocas deducciones, si haba alguna, surgan, y esas pocas volvan pertinazmente al objeto original como a su centro. Las meditaciones nunca eran agradables, y al final de la ensoacin, la primera causa, lejos de perderse de vista, haba alcanzado ese inters sobrenaturalmente exagerado que constitua el rasgo primordial de la enfermedad. En una palabra, las facultades que ms ejerca la mente en mi caso eran, como ya he dicho, las de la atencin; mientras que en el caso del soador son las de la especulacin.Mis libros, en esa poca, si no servan realmente para aumentar el trastorno, compartan en gran medida, como se ver, por su carcter imaginativo e inconexo, las caractersticas peculiares del trastorno mismo. Puedo recordar, entre otros, el tratado del noble italiano Coelius Secundus Curio, De amplitudine beati regni Dei [La grandeza del reino santo de Dios]; la gran obra de San Agustn, De civitate Dei [La ciudad de Dios], y la de Tertuliano, De carne Christi [La carne de Cristo], cuya sentencia paradjica: Mortuus est Dei filius: credibile est quia ineptum est; et sepultus resurrexit: certum est quia impossibile est, ocup durante muchas semanas de intil y laboriosa investigacin todo mi tiempo.As se ver que, arrancada, de su equilibrio slo por cosas triviales, mi razn se pareca a ese peasco marino del que nos habla Ptolomeo Hefestin, que resista firme los ataques de la violencia humana y la furia ms feroz de las aguas y de los vientos, pero temblaba a simple contacto de la flor llamada asfdelo. Y aunque para un observador desapercibido pudiera parecer fuera de toda duda que la alteracin producida en la condicin moral de Berenice por su desgraciada enfermedad me habra proporcionado muchos temas para el ejercicio de esa meditacin intensa y anormal, cuya naturaleza me ha costado bastante explicar, sin embargo no era ste el caso. En los intervalos lcidos de mi mal, la calamidad de Berenice me daba lstima, y, profundamente conmovido por la ruina total de su hermosa y dulce vida, no dejaba de meditar con frecuencia, amargamente, en los prodigiosos mecanismos por los que haba llegado a producirse una revolucin tan repentina y extraa. Pero estas reflexiones no compartan la idiosincrasia de mi enfermedad, y eran como las que se hubieran presentado, en circunstancias semejantes, al comn de los mortales. Fiel a su propio carcter, mi trastorno se recreaba en los cambios de menor importancia, pero ms llamativos, producidos en la constitucin fsica de Berenice, en la extraa y espantosa deformacin de su identidad personal.En los das ms brillantes de su belleza incomparable no la am. En la extraa anomala de mi existencia, mis sentimientos nunca venan del corazn, y mis pasiones siempre venan de la mente. En los brumosos amaneceres, en las sombras entrelazadas del bosque al medioda y en el silencio de mi biblioteca por la noche ella haba flotado ante mis ojos, y yo la haba visto, no como la Berenice viva y palpitante, sino como la Berenice de un sueo; no como una moradora de la tierra, sino como su abstraccin; no como algo para admirar, sino para analizar; no como un objeto de amor, sino como tema de la ms abstrusa aunque inconexa especulacin. Y ahora, ahora temblaba en su presencia y palideca cuando se acercaba; sin embargo, lamentando amargamente su decadencia y su ruina, record que me haba amado mucho tiempo, y que, en un momento aciago, le habl de matrimonio.Y cuando, por fin, se acercaba la fecha de nuestro matrimonio, una tarde de invierno, en uno de esos das intempestivamente clidos, tranquilos y brumosos, que constituyen la nodriza de la bella Alcone estaba yo sentado (y crea encontrarme solo) en el gabinete interior de la biblioteca y, al levantar los ojos, vi a Berenice ante m.Fue mi imaginacin excitada, la influencia de la atmsfera brumosa, la incierta luz crepuscular del aposento, los vestidos grises que envolvan su figura los que le dieron un contorno tan vacilante e indefinido? No sabra decirlo. Ella no dijo una palabra, y yo por nada del mundo hubiera podido pronunciar una slaba. Un escalofro helado cruz mi cuerpo; me oprimi una sensacin de insufrible ansiedad; una curiosidad devoradora invadi mi alma, y, reclinndome en la silla, me qued un rato sin aliento, inmvil, con mis ojos clavados en su persona. Ay! Su delgadez era extrema, y ni la menor huella de su ser anterior se mostraba en una sola lnea del contorno. Mi ardiente mirada cay por fin sobre su rostro.La frente era alta, muy plida, y extraamente serena; lo que en un tiempo fuera cabello negro azabache caa parcialmente sobre la frente y sombreaba las sienes hundidas con innumerables rizos de un color rubio reluciente, que contrastaban discordantes, por su matiz fantstico, con la melancola de su rostro. Sus ojos no tenan brillo y parecan sin pupilas; y esquiv involuntariamente su mirada vidriosa para contemplar sus labios, finos y contrados. Se entreabrieron; y en una sonrisa de expresin peculiar los dientes de la desconocida Berenice se revelaron lentamente a mis ojos. Quiera Dios que nunca los hubiera visto o que, despus de verlos, hubiera muerto!El golpe de una puerta al cerrarse me distrajo, y, al levantar la vista, descubr que mi prima haba salido del aposento. Pero de los desordenados aposentos de mi cerebro, ay!, no haba salido ni se poda apartar el blanco y horrible espectro de los dientes. Ni una mota en su superficie, ni una sombra en el esmalte, ni una mella en sus bordes haba en los dientes de esa sonrisa fugaz que no se grabara en mi memoria. Ahora los vea con ms claridad que un momento antes. Los dientes! Los dientes! Estaban aqu, y all, y en todas partes, visibles y palpables ante m, largos, finos y excesivamente blancos, con los plidos labios contrayndose a su alrededor, como en el mismo instante en que haban empezado a crecer. Entonces lleg toda la furia de mi monomana, y yo luch en vano contra su extraa e irresistible influencia. Entre los muchos objetos del mundo externo slo pensaba en los dientes. Los anhelaba con un deseo frentico. Todos las dems preocupaciones y los dems intereses quedaron supeditados a esa contemplacin. Ellos, ellos eran los nicos que estaban presentes a mi mirada mental, y en su insustituible individualidad llegaron a ser la esencia de mi vida intelectual. Los examin bajo todos los aspectos. Los vi desde todas las perspectivas. Analic sus caractersticas. Estudi sus peculiaridades. Me fij en su conformacin. Pens en los cambios de su naturaleza. Me estremec al atribuirles, en la imaginacin, un poder sensible y consciente y, aun sin la ayuda de los labios, una capacidad de expresin moral. De mademoiselle Sall se ha dicho con razn que tous ses pas taient des sentiments, y de Berenice yo crea seriamente que toutes ses dents taient des des. Des ides! Ah, este absurdo pensamiento me destruy! Des ides!Ah, por eso los codiciaba tan desesperadamente! Sent que slo su posesin me podra devolver la paz, devolvindome la razn.Y la tarde cay sobre m; y vino la oscuridad, dur y se fue, y amaneci el nuevo da, y las brumas de una segunda noche se acumularon alrededor, y yo segua inmvil, sentado, en aquella habitacin solitaria; y segu sumido en la meditacin, y el fantasma de los dientes mantena su terrible dominio, como si, con una claridad viva y horrible, flotara entre las cambiantes luces y sombras de la habitacin. Al fin irrumpi en mis sueos un grito de horror y consternacin; y despus, tras una pausa, el ruido de voces preocupadas, mezcladas con apagados gemidos de dolor y de pena. Me levant de mi asiento y, abriendo las puertas de la biblioteca, vi en la antesala a una criada, deshecha en lgrimas, quien me dijo que Berenice ya no exista. Haba sufrido un ataque de epilepsia por la maana temprano, y ahora, al caer la noche, ya estaba preparada la tumba para recibir a su ocupante, y terminados los preparativos del entierro.Me encontr sentado en la biblioteca, y de nuevo solo. Pareca que haba despertado de un sueo confuso y excitante. Saba que era medianoche y que desde la puesta del sol Berenice estaba enterrada. Pero no tena una idea exacta, o por los menos definida, de ese melanclico perodo intermedio. Sin embargo, el recuerdo de ese intervalo estaba lleno de horror, horror ms horrible por ser vago, terror ms terrible por ser ambiguo. Era una pgina espantosa en la historia de mi existencia, escrita con recuerdos siniestros, horrorosos, ininteligibles. Luch por descifrarlos, pero fue en vano; mientras tanto, como el espritu de un sonido lejano, un agudo y penetrante grito de mujer pareca sonar en mis odos. Yo haba hecho algo. Pero, qu era? Me hice la pregunta en voz alta y los susurrantes ecos de la habitacin me contestaron: Qu era?En la mesa, a mi lado, brillaba una lmpara y cerca de ella haba una pequea caja. No tena un aspecto llamativo, y yo la haba visto antes, pues perteneca al mdico de la familia. Pero, cmo haba llegado all, a mi mesa y por qu me estremec al fijarme en ella? No mereca la pena tener en cuenta estas cosas, y por fin mis ojos cayeron sobre las pginas abiertas de un libro y sobre una frase subrayada. Eran las extraas pero sencillas palabras del poeta Ebn Zaiat: Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas. Por qu, al leerlas, se me pusieron los pelos de punta y se me hel la sangre en las venas?Son un suave golpe en la puerta de la biblioteca y, plido como habitante de una tumba, un criado entr de puntillas. Haba en sus ojos un espantoso terror y me habl con una voz quebrada, ronca y muy baja. Qu dijo? O unas frases entrecortadas. Hablaba de un grito salvaje que haba turbado el silencio de la noche, y de la servidumbre reunida para averiguar de dnde proceda, y su voz recobr un tono espeluznante, claro, cuando me habl, susurrando, de una tumba profanada, de un cadver envuelto en la mortaja y desfigurado, pero que an respiraba, an palpitaba, an viva!Seal mis ropas: estaban manchadas de barro y de sangre. No contest nada; me tom suavemente la mano: tena huellas de uas humanas. Dirigi mi atencin a un objeto que haba en la pared; lo mir durante unos minutos: era una pala. Con un grito corr hacia la mesa y agarr la caja. Pero no pude abrirla, y por mi temblor se me escap de las manos, y se cay al suelo, y se rompi en pedazos; y entre stos, entrechocando, rodaron unos instrumentos de ciruga dental, mezclados con treinta y dos diminutos objetos blancos, de marfil, que se desparramaron por el suelo.

El retrato oval[Cuento. Texto completo] Edgar Allan Poe

El castillo en el cual mi criado se le haba ocurrido penetrar a la fuerza en vez de permitirme, malhadadamente herido como estaba, de pasar una noche al ras, era uno de esos edificios mezcla de grandeza y de melancola que durante tanto tiempo levantaron sus altivas frentes en medio de los Apeninos, tanto en la realidad como en la imaginacin de Mistress Radcliffe. Segn toda apariencia, el castillo haba sido recientemente abandonado, aunque temporariamente. Nos instalamos en una de las habitaciones ms pequeas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba situada en una torre aislada del resto del edificio. Su decorado era rico, pero antiguo y sumamente deteriorado. Los muros estaban cubiertos de tapiceras y adornados con numerosos trofeos herldicos de toda clase, y de ellos pendan un nmero verdaderamente prodigioso de pinturas modernas, ricas de estilo, encerradas en sendos marcos dorados, de gusto arabesco. Me produjeron profundo inters, y quiz mi incipiente delirio fue la causa, aquellos cuadros colgados no solamente en las paredes principales, sino tambin en una porcin de rincones que la arquitectura caprichosa del castillo haca inevitable; hice a Pedro cerrar los pesados postigos del saln, pues ya era hora avanzada, encender un gran candelabro de muchos brazos colocado al lado de mi cabecera, y abrir completamente las cortinas de negro terciopelo, guarnecidas de festones, que rodeaban el lecho. Quselo as para poder, al menos, si no reconciliaba el sueo, distraerme alternativamente entre la contemplacin de estas pinturas y la lectura de un pequeo volumen que haba encontrado sobre la almohada, en que se criticaban y analizaban. Le largo tiempo; contempl las pinturas religiosas devotamente; las horas huyeron, rpidas y silenciosas, y lleg la media noche. La posicin del candelabro me molestaba, y extendiendo la mano con dificultad para no turbar el sueo de mi criado, lo coloqu de modo que arrojase la luz de lleno sobre el libro.Pero este movimiento produjo un efecto completamente inesperado. La luz de sus numerosas bujas dio de pleno en un nicho del saln que una de las columnas del lecho haba hasta entonces cubierto con una sombra profunda. Vi envuelto en viva luz un cuadro que hasta entonces no advirtiera. Era el retrato de una joven ya formada, casi mujer. Lo contempl rpidamente y cerr los ojos. Por qu? No me lo expliqu al principio; pero, en tanto que mis ojos permanecieron cerrados, analic rpidamente el motivo que me los haca cerrar. Era un movimiento involuntario para ganar tiempo y recapacitar, para asegurarme de que mi vista no me haba engaado, para calmar y preparar mi espritu a una contemplacin ms fra y ms serena. Al cabo de algunos momentos, mir de nuevo el lienzo fijamente.No era posible dudar, aun cuando lo hubiese querido; porque el primer rayo de luz al caer sobre el lienzo, haba desvanecido el estupor delirante de que mis sentidos se hallaban posedos, hacindome volver repentinamente a la realidad de la vida.El cuadro representaba, como ya he dicho, a una joven. se trataba sencillamente de un retrato de medio cuerpo, todo en este estilo que se llama, en lenguaje tcnico, estilo de vieta; haba en l mucho de la manera de pintar de Sully en sus cabezas favoritas. Los brazos, el seno y las puntas de sus radiantes cabellos, pendanse en la sombra vaga, pero profunda, que serva de fondo a la imagen. El marco era oval, magnficamente dorado, y de un bello estilo morisco. Tal vez no fuese ni la ejecucin de la obra, ni la excepcional belleza de su fisonoma lo que me impresion tan repentina y profundamente. No poda creer que mi imaginacin, al salir de su delirio, hubiese tomado la cabeza por la de una persona viva. Empero, los detalles del dibujo, el estilo de vieta y el aspecto del marco, no me permitieron dudar ni un solo instante. Abismado en estas reflexiones, permanec una hora entera con los ojos fijos en el retrato. Aquella inexplicable expresin de realidad y vida que al principio me hiciera estremecer, acab por subyugarme. Lleno de terror y respeto, volv el candelabro a su primera posicin, y habiendo as apartado de mi vista la causa de mi profunda agitacin, me apoder ansiosamente del volumen que contena la historia y descripcin de los cuadros. Busqu inmediatamente el nmero correspondiente al que marcaba el retrato oval, y le la extraa y singular historia siguiente:"Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora am al pintor y se despos con l. l tena un carcter apasionado, estudioso y austero, y haba puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarsima belleza, toda luz y sonrisas, con la alegra de un cervatillo, amndolo todo, no odiando ms que el arte, que era su rival, no temiendo ms que la paleta, los pinceles y dems instrumentos importunos que le arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresin caus a la dama or al pintor hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentse pacientemente, durante largas semanas, en la sombra y alta habitacin de la torre, donde la luz se filtraba sobre el plido lienzo solamente por el cielo raso. El artista cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de da en da. Y era un hombre vehemente, extrao, pensativo y que se perda en mil ensueos; tanto que no vea que la luz que penetraba tan lgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer, que se consuma para todos excepto para l. Ella, no obstante, sonrea ms y ms, porque vea que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y da para trasladar al lienzo la imagen de la que tanto amaba, la cual de da en da tornbase ms dbil y desanimada. Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza maravillosa, prueba palpable del genio del pintor, y del profundo amor que su modelo le inspiraba. Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su trmino, no se permiti a nadie entrar en la torre; porque el pintor haba llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no poda ver que los colores que extenda sobre el lienzo borrbanse de las mejillas de la que tena sentada a su lado. Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer ms que una cosa muy pequea, slo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpit an, como la llama de una lmpara que est prxima a extinguirse. Y entonces el pintor dio los toques, y durante un instante qued en xtasis ante el trabajo que haba ejecutado. Pero un minuto despus, estremecindose, palideci intensamente herido por el terror, y grit con voz terrible: "En verdad, esta es la vida misma!" Se volvi bruscamente para mirar a su bien amada: Estaba muerta!"