Cuentos Infantiles Clasicos

283
Cuentos Infantiles Clasicos Los cuentos son casi tan antiguos como la vida misma. Y es que la costumbre de contar cuentos se ha ido trasmitiendo de generación en generación, de abuelos a nietos, de padres a hijos,… La razón es evidente: los numerosos beneficios que aportan los cuentos. Y aquí encontrarás un montón de cuentos para contar y disfrutar con ellos. Los cuentos infantiles poseen una narración clara y tienen una sencilla comprensión. Con ellos no sólo mejoraremos la capacidad de comprensión del niño, sino también le ayudaremos a desarrollar su capacidad de comunicación. Además, aumentará y se desarrollará su vocabulario, su fantasía, su imaginación,… ¡¡y el amor por la lectura!! Recuerda además que los cuentos infantiles hablan de aspectos reales de la vida y de luchas interiores dándoles una forma que las hacen menos aterradoras. Además, le ayudan al niño a situar lo que ellos sienten. Les ofrecen ayuda e ideas para resolver sus problemas. ¿Qué está bien o mal? ¿Es más ventajoso ser bueno o malo? ¿Cómo encontrar el amor al ser adulto? ¿Cómo crecer y ser más independiente? Los cuentos les proporcionan puntos de referencia sobre la conducta que hay que tener en la vida. 1

description

Cuentos Infantiles Clasicos

Transcript of Cuentos Infantiles Clasicos

Cuentos Infantiles Clasicos

Los cuentos son casi tan antiguos como la vida misma. Y es que la costumbre de contar cuentos se ha ido trasmitiendo de generacin en generacin, de abuelos a nietos, de padres a hijos, La razn es evidente: los numerosos beneficios que aportan los cuentos. Y aqu encontrars un montn de cuentos para contar y disfrutar con ellos.

Los cuentos infantiles poseen una narracin clara y tienen una sencilla comprensin. Con ellos no slo mejoraremos la capacidad de comprensin del nio, sino tambin le ayudaremos a desarrollar su capacidad de comunicacin. Adems, aumentar y se desarrollar su vocabulario, su fantasa, su imaginacin, y el amor por la lectura!!

Recuerda adems que los cuentos infantiles hablan de aspectos reales de la vida y de luchas interiores dndoles una forma que las hacen menos aterradoras. Adems, le ayudan al nio a situar lo que ellos sienten. Les ofrecen ayuda e ideas para resolver sus problemas. Qu est bien o mal? Es ms ventajoso ser bueno o malo? Cmo encontrar el amor al ser adulto? Cmo crecer y ser ms independiente? Los cuentos les proporcionan puntos de referencia sobre la conducta que hay que tener en la vida.

Cuentos Infantiles Clasicos INDICE

Bambi 6

Barba Azul 7

Blanca Nieves y Los 7 Enanos 11

Buen Humor16

Caperucita Roja 19

Cuento De Navidad 21

El Acertijo23

El Caracol y El Rosal25

El Duende De La Tienda27

El Enano Saltarn29

El Flautista De Hamelin30

El Gato Con Botas35

El Genio y El Pescador38

El Gigante Egosta40

El Hada Murdago43

El Hombre De Nieve45

El Lobo y Las 7 Cabritillas49

El Mago Merln51

El Patito Feo Version I 52

El Patito Feo Version II59

El Ratoncito Prez60

El Rey Rana61

El Sastrecillo Valiente63

El Soldadito De Plomo Version I 69

El Soldadito De Plomo Version II72

El Tesoro Perdido74

El Traje Del Emperador76

Hansel y Gretel (La Casa De Chocolate) Version I 80

Hansel y Gretel (La Casa De Chocolate) Version I81

Juan Sin Miedo Version I85

Juan Sin Miedo Version II86

La Bella Durmiente95

La Cenicienta97

La Gallina Roja101

La Hucha102

La Liebre y El Erizo104

La Oca De Oro107

La Pastora y El Deshollinador111

La Perla Del Dragn115

La Princesa y El Frijol117

La Ratita Presumida118

La Sirenita119

La Vendedora De Cerillas122

Las Habichuelas Mgicas124

Las Tres Hilanderas125

Los 12 Hermanos127

Los 3 Cerditos Version I 130

Los 3 Cerditos Version II131

Los Cisnes Salvajes132

Los Dos Hermanos138

Los Msicos De Bremen142

Peter Pan144

Piel De Asno145

Pinocho 152

Rapunzel154

Ricitos De Oro156

Simbad El Marino157

Baila, Muequita!159

La Liebre y la Tortuga 167

La Gallina De Los Huevos De Oro168

CUENTOS DEL ABUELO:169

TRILOGA169

I.- EL NIO169

II.- EL ANGEL DE PIEDRA169

III.- EL ANGEL GUARDIAN170

Bambi

rase una vez un bosque donde vivan muchos animales y donde todos eran muy amiguitos. Una maana un pequeo conejo llamado Tambor fue a despertar al bho para ir a ver un pequeo cervatillo que acababa de nacer. Se reunieron todos los animalitos del bosque y fueron a conocer a Bambi, que as se llamaba el nuevo cervatillo. Todos se hicieron muy amigos de l y le fueron enseando todo lo que haba en el bosque: las flores, los ros y los nombres de los distintos animales, pues para Bambi todo era desconocido.

Todos los das se juntaban en un claro del bosque para jugar. Una maana, la mam de Bambi lo llev a ver a su padre que era el jefe de la manada de todos los ciervos y el encargado de vigilar y de cuidar de ellos. Cuando estaban los dos dando un paseo, oyeron ladridos de un perro. Corre, corre Bambi! -dijo el padre- ponte a salvo. Por qu, papi?, pregunt Bambi. Son los hombres y cada vez que vienen al bosque intentan cazarnos, cortan rboles, por eso cuando los oigas debes de huir y buscar refugio.

Pasaron los das y su padre le fue enseando todo lo que deba de saber pues el da que l fuera muy mayor, Bambi sera el encargado de cuidar a la manada. Ms tarde, Bambi conoci a una pequea cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que se enamor enseguida. Un da que estaban jugando las dos oyeron los ladridos de un perro y Bambi pens: Son los hombres!, e intent huir, pero cuando se dio cuenta el perro estaba tan cerca que no le qued ms remedio que enfrentarse a l para defender a Farina. Cuando sta estuvo a salvo, trat de correr pero se encontr con un precipicio que tuvo que saltar, y al saltar, los cazadores le dispararon y Bambi qued herido.

Pronto acudi su pap y todos sus amigos y le ayudaron a pasar el ro, pues slo una vez que lo cruzaran estaran a salvo de los hombres, cuando lo lograron le curaron las heridas y se puso bien muy pronto.

Pasado el tiempo, nuestro protagonista haba crecido mucho. Ya era un adulto. Fue a ver a sus amigos y les cost trabajo reconocerlo pues haba cambiado bastante y tena unos cuernos preciosos. El bho ya estaba viejecito y Tambor se haba casado con una conejita y tenan tres conejitos. Bambi se cas con Farina y tuvieron un pequeo cervatillo al que fueron a conocer todos los animalitos del bosque, igual que pas cuando l naci. Vivieron todos muy felices y Bambi era ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes lo hizo su pap, que ya era muy mayor para hacerlo.

Barba Azul

rase una vez un hombre que tena hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles tapizados de brocado y carrozas completamente doradas; pero, por desgracia, aquel hombre tena la barba azul: aquello le haca tan feo y tan terrible, que no haba mujer ni joven que no huyera de l.

Una distinguida dama, vecina suya, tena dos hijas sumamente hermosas. l le pidi una en matrimonio, y dej a su eleccin que le diera la que quisiera. Ninguna de las dos quera y se lo pasaban la una a la otra, pues no se sentan capaces de tomar por esposo a un hombre que tuviera la barba azul. Lo que tampoco les gustaba era que se haba casado ya con varias mujeres y no se saba qu haba sido de ellas.

Barba Azul, para irse conociendo, las llev con su madre, con tres o cuatro de sus mejores amigas y con algunos jvenes de la localidad a una de sus casas de campo, donde se quedaron ocho das enteros. Todo fueron paseos, partidas de caza y de pesca, bailes y festines, meriendas: nadie dorma, y se pasaban toda la noche gastndose bromas unos a otros. En fin, todo result tan bien, que a la menor de las hermanas empez a parecerle que el dueo de la casa ya no tena la barba tan azul y que era un hombre muy honesto.

En cuanto regresaron a la ciudad se consum el matrimonio.

Al cabo de un mes Barba Azul dijo a su mujer que tena que hacer un viaje a provincias, por lo menos de seis semanas, por un asunto importante; que le rogaba que se divirtiera mucho durante su ausencia, que invitara a sus amigas, que las llevara al campo si quera y que no dejase de comer bien.

-stas son -le dijo- las llaves de los dos grandes guardamuebles; stas, las de la vajilla de oro y plata que no se saca a diario; stas, las de mis cajas fuertes, donde estn el oro y la plata; sta, la de los estuches donde estn las pedreras, y sta, la llave maestra de todos las habitaciones de la casa. En cuanto a esta llavecita, es la del gabinete del fondo de la gran galera del piso de abajo: abrid todo, andad por donde queris, pero os prohibo entrar en ese pequeo gabinete, y os lo prohibo de tal suerte que, si llegis a abrirlo, no habr nada que no podis esperar de mi clera.

Ella prometi observar estrictamente cuanto se le acababa de ordenar, y l, despus de besarla, sube a su carroza y sale de viaje.

Las vecinas y las amigas no esperaron que fuesen a buscarlas para ir a casa de la recin casada, de lo impacientes que estaban por ver todas las riquezas de su casa, pues no se haban atrevido a ir cuando estaba el marido, porque su barba azul les daba miedo.

Y ah las tenemos recorriendo en seguida las habitaciones, los gabinetes, los guardarropas, todos a cual ms bellos y ricos. Despus subieron a los guardamuebles, donde no dejaban de admirar la cantidad y la belleza de las tapiceras, de las camas, de los sofs, de los bargueos, de los veladores, de las mesas y de los espejos, donde se vea uno de cuerpo entero, y cuyos marcos, unos de cristal, otros de plata y otros de plata recamada en oro, eran los ms hermosos y magnficos que se pudo ver jams. No paraban de exagerar y envidiar la suerte de su amiga, que sin embargo no se diverta a la vista de todas aquellas riquezas, debido a la impaciencia que senta por ir a abrir el gabinete del piso de abajo.

Se vio tan dominada por la curiosidad, que, sin considerar que era una descortesa dejarlas solas, baj por una pequea escalera secreta, y con tal precipitacin, que crey romperse la cabeza dos o tres veces.

Al llegar a la puerta del gabinete, se detuvo un rato, pensando en la prohibicin que su marido le haba hecho, y considerando que podra sucederle alguna desgracia por ser desobediente; pero la tentacin era tan fuerte, que no pudo resistirla: cogi la llavecita y, temblando, abri la puerta del gabinete.

Al principio no vio nada, porque las ventanas estaban cerradas; despus de algunos momentos empez a ver que el suelo estaba completamente cubierto de sangre coagulada, y que en la sangre se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas que estaban atadas a las paredes (eran todas las mujeres con las que Barba Azul se haba casado y que haba degollado una tras otra). Crey que se mora de miedo, y la llave del gabinete, que acababa de sacar de la cerradura, se le cay de las manos.

Despus de haberse recobrado un poco, recogi la llave, volvi a cerrar la puerta y subi a su habitacin para reponerse un poco; pero no lo consegua, de lo angustiada que estaba.

Habiendo notado que la llave estaba manchada de sangre, la limpi dos o tres veces, pero la sangre no se iba; por ms que la lavaba e incluso la frotaba con arena y estropajo, siempre quedaba sangre, pues la llave estaba encantada y no haba manera de limpiarla del todo: cuando se quitaba la sangre de un sitio, apareca en otro.

Barba Azul volvi aquella misma noche de su viaje y dijo que haba recibido cartas en el camino que le anunciaban que el asunto por el cual se haba ido acababa de soluconarse a su favor. Su mujer hizo todo lo que pudo por demostrarle que estaba encantada de su pronto regreso.

Al da siguiente, l le pidi las llaves, y ella se las dio, pero con una mano tan temblorosa, que l adivin sin esfuerzo lo que haba pasado.

-Cmo es que -le dijo- la llave del gabinete no est con las dems?

-Se me habr quedado arriba en la mesa -contest.

-No dejis de drmela en seguida -dijo Barba Azul.

Despus de aplazarlo varias veces, no tuvo ms remedio que traer la llave.

Barba Azul, habindola mirado, dijo a su mujer:

-Por qu tiene sangre esta llave?

-No lo s -respondi la pobre mujer, ms plida que la muerte.

-No lo sabis -prosigui Barba Azul-; pues yo s lo s: habis querido entrar en el gabinete. Pues bien, seora, entraris en l e iris a ocupar vuestro sitio al lado de las damas que habis visto.

Ella se arroj a los pies de su marido, llorando y pidindole perdn con todas las muestras de un verdadero arrepentimiento por no haber sido obediente. Hermosa y afligida como estaba, hubiera enternecido a una roca; pero Barba Azul tena el corazn ms duro que una roca.

-Seora, debis de morir -le dijo-, y ahora mismo.

-Ya que he de morir -le respondi, mirndole con los ojos baados en lgrimas-, dadme un poco de tiempo para encomendarme a Dios.

-Os doy medio cuarto de hora -prosigui Barba Azul-, pero ni un momento ms.

Cuando se qued sola, llam a su hermana y le dijo:

-Ana, hermana ma (pues as se llamaba), por favor, sube a lo ms alto de la torre para ver si vienen mis hermanos; me prometieron que vendran a verme hoy, y, si los ves, hazles seas para que se den prisa.

La hermana Ana subi a lo alto de la torre y la pobre aflgida le gritaba de cuando en cuando:

-Ana, hermana Ana, no ves venir a nadie?

Y su hermana Ana le responda:

-No veo ms que el sol que polvorea y la hierba que verdea.

Entre tanto Barba Azul, que llevaba un gran cuchillo en la mano, gritaba con todas sus fuerzas a su mujer:

-Baja en seguida o subir yo a por ti!

-Un momento, por favor -le responda su mujer; y en seguida gritaba bajito:

-Ana, hermana Ana, no ves venir a nadie?

Y su hermana Ana responda:

-No veo ms que el sol que polvorea y la hierba que verdea.

-Vamos, baja en seguida -gritaba Barba Azul- o subo yo a por ti!

-Ya voy -responda su mujer, y luego preguntaba a su hermana:

-Ana, hermana Ana, no ves venir a nadie?

-Veo -respondi su hermana- una gran polvareda que viene de aquel lado.

-Son mis hermanos?

-Ay, no, hermana! Es un rebao de ovejas.

-Quieres bajar de una vez? -gritaba Barba Azul.

-Un momento -responda su mujer; y luego volva a preguntar:

-Ana, hermana Ana, no ves venir a nadie?

-Veo -respondi- dos caballeros que se dirigen hacia aqu, pero todava estn muy lejos.

-Alabado sea Dios! -exclam un momento despus-. Son mis hermanos; estoy hacndoles todas las seas que puedo para que se den prisa.

Barba Azul se puso a gritar tan fuerte, que toda la casa tembl.

La pobre mujer baj y fue a arrojarse a sus pies, toda llorosa y desmelenada.

-Es intil -dijo Barba Azul-, tienes que morir.

Luego, cogindola con una mano por los cabellos y levantando el gran cuchillo con la otra, se dispuso a cortarle la cabeza.

La pobre mujer, volvindose hacia l y mirndolo con ojos desfallecientes, le rog que le concediera un minuto para recogerse.

- No, no -dijo-, encomindate a Dios.

Y, levantando el brazo...

En aquel momento llamaron tan fuerte a la puerta, que Barba Azul se detuvo bruscamente; tan pronto como la puerta se abri vieron entrar a dos caballeros que, espada en mano, se lanzaron directos hacia Barba Azul. l reconoci a los hermanos de su mujer, el uno dragn y el otro mosquetero, as que huy en seguida para salvarse; pero los dos hermanos lo persiguieron tan de cerca, que lo atraparon antes de que pudiera alcanzar la salida. Le atravesaron el cuerpo con su espada y lo dejaron muerto.

La pobre mujer estaba casi tan muerta como su marido y no tena fuerzas para levantarse y abrazar a sus hermanos.

Sucedi que Barba Azul no tena herederos, y as su mujer se convirti en la duea de todos sus bienes. Emple una parte en casar a su hermana Ana con un joven gentilhombre que la amaba desde haca mucho tiempo; emple la otra parte en comprar cargos de capitn para sus dos hermanos; y el resto en casarse ella tambin con un hombre muy honesto, que le hizo olvidar los malos ratos que haba pasado con Barba Azul.

Blanca Nieves y Los 7 Enanos

Haba una vez, en pleno invierno, una reina que se dedicaba a la costura sentada cerca de una venta-na con marco de bano negro. Los copos de nieve caan del cielo como plumones. Mirando nevar se pinch un dedo con su aguja y tres gotas de sangre cayeron en la nieve. Como el efecto que haca el rojo sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se dijo.

-Ojal tuviera una nia tan blanca como la nie-ve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de bano!

Poco despus tuvo una niita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la sangre y cuyos cabellos eran tan negros como el bano.

Por todo eso fue llamada Blancanieves. Y al na-cer la nia, la reina muri.

Un ao ms tarde el rey tom otra esposa. Era una mujer bella pero orgullosa y arrogante, y no po-da soportar que nadie la superara en belleza. Tena un espejo maravilloso y cuando se pona frente a l, mirndose le preguntaba:

Espejito, espejito de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?

Entonces el espejo responda:

La Reina es la ms hermosa de esta regin.

Ella quedaba satisfecha pues saba que su espejo siempre deca la verdad.

Pero Blancanieves creca y embelleca cada vez ms; cuando alcanz los siete aos era tan bella co-mo la clara luz del da y an ms linda que la reina.

Ocurri que un da cuando le pregunt al espejo:

Espejito, espejito de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?

el espejo respondi:

La Reina es la hermosa de este lugar,

pero la linda Blancanieves lo es mucho ms.

Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de envidia. A partir de ese momento, cuando vea a Blancanieves el corazn le daba un vuelco en el pecho, tal era el odio que senta por la nia. Y su envidia y su orgullo crecan cada da ms, como una mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni de da ni de noche.

Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo:

-Lleva esa nia al bosque; no quiero que aparez-ca ms ante mis ojos. La matars y me traers sus pulmones y su hgado como prueba.

El cazador obedeci y se la llev, pero cuando quiso atravesar el corazn de Blancanieves, la nia se puso a llorar y exclam:

-Mi buen cazador, no me mates!; correr hacia el bosque espeso y no volver nunca ms.

Como era tan linda el cazador tuvo piedad y di-jo:

-Corre, pues, mi pobre nia!

Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devoraran. No obstante, no tener que matarla fue para l como si le quitaran un peso del corazn. Un cerdito vena saltando; el cazador lo mat, extrajo sus pulmones y su hgado y los llev a la reina como prueba de que haba cumplido su misin. El cocine-ro los cocin con sal y la mala mujer los comi cre-yendo comer los pulmones y el hgado de Blancanieves.

Por su parte, la pobre nia se encontraba en medio de los grandes bosques, abandonada por todos y con tal miedo que todas las hojas de los rbo-les la asustaban. No tena idea de cmo arreglrselas y entonces corri y corri sobre guijarros filosos y a travs de las zarzas. Los animales salvajes se cruza-ban con ella pero no le hacan ningn dao. Corri hasta la cada de la tarde; entonces vio una casita a la que entr para descansar. En la cabaita todo era pequeo, pero tan lindo y limpio como se pueda imaginar. Haba una mesita pequea con un mantel blanco y sobre l siete platitos, cada uno con su pe-quea cuchara, ms siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeos. A lo largo de la pared estaban dispuestas, una junto a la otra, siete camitas cubiertas con sbanas blancas como la nieve. Como tena mucha hambre y mucha sed, Blancanieves co-mi trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebi una gota de vino de cada vasito. Luego se sin-ti muy cansada y se quiso acostar en una de las ca-mas. Pero ninguna era de su medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que fi-nalmente la sptima le vino bien. Se acost, se en-comend a Dios y se durmi.

Cuando cay la noche volvieron los dueos de casa; eran siete enanos que excavaban y extraan metal en las montaas. Encendieron sus siete faro-litos y vieron que alguien haba venido, pues las co-sas no estaban en el orden en que las haban dejado. El primero dijo:

-Quin se sent en mi sillita?

El segundo:

-Quin comi en mi platito?

El tercero:

-Quin comi de mi pan?

El cuarto:

-Quin comi de mis legumbres?

El quinto.

-Quin pinch con mi tenedor?

El sexto:

-Quin cort con mi cuchillo?

El sptimo:

-Quin bebi en mi vaso?

Luego el primero pas su vista alrededor y vio una pequea arruga en su cama y dijo:

-Quin anduvo en mi lecho?

Los otros acudieron y exclamaron:

-Alguien se ha acostado en el mo tambin! Mi-rando en el suyo, el sptimo descubri a Blancanie-ves, acostada y dormida. Llam a los otros, que se precipitaron con exclamaciones de asombro. Enton-ces fueron a buscar sus siete farolitos para alumbrar a Blancanieves.

-Oh, mi Dios -exclamaron- qu bella es esta ni-a!

Y sintieron una alegra tan grande que no la des-pertaron y la dejaron proseguir su sueo. El sptimo enano se acost una hora con cada uno de sus com-paeros y as pas la noche.

Al amanecer, Blancanieves despert y viendo a los siete enanos tuvo miedo. Pero ellos se mostraron amables y le preguntaron.

-Cmo te llamas?

-Me llamo Blancanieves -respondi ella.

-Como llegaste hasta nuestra casa?

Entonces ella les cont que su madrastra haba querido matarla pero el cazador haba tenido piedad de ella permitindole correr durante todo el da hasta encontrar la casita.

Los enanos le dijeron:

-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, ha-cer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltar nada.

-S -respondi Blancanieves- acepto de todo co-razn. Y se qued con ellos.

Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las ma-anas los enanos partan hacia las montaas, donde buscaban los minerales y el oro, y regresaban por la noche. Para ese entonces la comida estaba lista.

Durante todo el da la nia permaneca sola; los buenos enanos la previnieron:

-Cudate de tu madrastra; pronto sabr que ests aqu! No dejes entrar a nadie!

La reina, una vez que comi los que crea que eran los pulmones y el hgado de Blancanieves, se crey de nuevo la principal y la ms bella de todas las mujeres. Se puso ante el espejo y dijo:

Espejito, espejito de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?

Entonces el espejo respondi.

Pero, pasando los bosques,

en la casa de los enanos,

la linda Blancanieves lo es mucho ms.

La Reina es la ms hermosa de este lugar

La reina qued aterrorizada pues saba que el es-pejo no menta nunca. Se dio cuenta de que el caza-dor la haba engaado y de que Blancanieves viva. Reflexion y busc un nuevo modo de deshacerse de ella pues hasta que no fuera la ms bella de la re-gin la envidia no le dara tregua ni reposo. Cuando finalmente urdi un plan se pint la cara, se visti como una vieja buhonera y qued totalmente irre-conocible.

As disfrazada atraves las siete montaas y lleg a la casa de los siete enanos, golpe a la puerta y grit:

-Vendo buena mercadera! Vendo! Vendo!

Blancanieves mir por la ventana y dijo:

-Buen da, buena mujer. Qu vende usted?

-Una excelente mercadera -respondi-; cintas de todos colores.

La vieja sac una trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pens:

-Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer.

Corri el cerrojo para permitirle el paso y poder comprar esa linda cinta.

-Nia -dijo la vieja- qu mal te has puesto esa cinta! Acrcate que te la arreglo como se debe.

Blancanieves, que no desconfiaba, se coloc delante de ella para que le arreglara el lazo. Pero rpi-damente la vieja lo oprimi tan fuerte que Blancanieves perdi el aliento y cay como muerta.

-Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la ms bella. Y se fue.

Poco despus, a la noche, los siete enanos regre-saron a la casa y se asustaron mucho al ver a Blanca-nieves en el suelo, inmvil. La levantaron y descubrieron el lazo que la oprima. Lo cortaron y Blancanieves comenz a respirar y a reanimarse po-co a poco.

Cuando los enanos supieron lo que haba pasado dijeron:

-La vieja vendedora no era otra que la malvada reina. Ten mucho cuidado y no dejes entrar a nadie cuando no estamos cerca!

Cuando la reina volvi a su casa se puso frente al espejo y pregunt:

Espejito, espejito, de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?

Entonces, como la vez anterior, respondi:

La Reina es la ms hermosa de este lugar,

Pero pasando los bosques,

en la casa de los enanos,

la linda Blancanieves lo es mucho ms.

Cuando oy estas palabras toda la sangre le aflu-y al corazn. El terror la invadi, pues era claro que Blancanieves haba recobrado la vida.

-Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te har perecer.

Y con la ayuda de sortilegios, en los que era ex-perta, fabric un peine envenenado. Luego se disfra-z tomando el aspecto de otra vieja. As vestida atraves las siete montaas y lleg a la casa de los siete enanos. Golpe a la puerta y grit:

-Vendo buena mercadera! Vendo! Vendo!

Blancanieves mir desde adentro y dijo:

-Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie.

-Al menos podrs mirar -dijo la vieja, sacando el peine envenenado y levantndolo en el aire.

Tanto le gust a la nia que se dej seducir y abri la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo so-bre la compra la vieja le dilo:

-Ahora te voy a peinar como corresponde.

La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal, dej hacer a la vieja pero apenas sta le haba puesto el peine en los cabellos el veneno hizo su efecto y la pequea cay sin conocimiento.

-Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujer-ahora s que acab contigo!

Por suerte la noche lleg pronto trayendo a los enanos con ella. Cuando vieron a Blancanieves en el suelo, como muerta, sospecharon enseguida de la madrastra. Examinaron a la nia y encontraron el peine envenenado. Apenas lo retiraron, Blancanieves volvi en s y les cont lo que haba sucedido. En-tonces le advirtieron una vez ms que debera cui-darse y no abrir la puerta a nadie.

En cuanto lleg a su casa la reina se coloc frente al espejo y dijo:

Espejito, espejito de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?

Y el espejito, respondi nuevamente:

La Reina es la ms hermosa de este lugar.

Pero pasando los bosques,

en la casa de los enanos,

la linda Blancanieves lo es mucho ms.

La reina al or hablar al espejo de ese modo, se estremeci y tembl de clera.

-Es necesario que Blancanieves muera -exclam-aunque me cueste la vida a m misma.

Se dirigi entonces a una habitacin escondida y solitaria a la que nadie poda entrar y fabric una manzana envenenada. Exteriormente pareca buena, blanca y roja y tan bien hecha que tentaba a quien la vea; pero apenas se coma un trocito sobrevena la muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se pint la cara, se disfraz de campesina y atraves las siete montaas hasta llegar a la casa de los siete enanos.

Golpe. Blancanieves sac la cabeza por la ven-tana y dijo:

-No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han prohibido.

-No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis manzanas. Toma, te voy a dar una.

-No-dijo Blancanieves -tampoco debo aceptar nada.

-Ternes que est envenenada? -dijo la vieja-; mi-ra, corto la manzana en dos partes; t comers la parte roja y yo la blanca.

La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja contena veneno. La be-lla manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la campesina comer no pudo resistir ms, estir la ma-no y tom la mitad envenenada. Apenas tuvo un trozo en la boca, cay muerta.

Entonces la vieja la examin con mirada horri-ble, ri muy fuerte y dijo.

-Blanca como la nieve, roja como la sangre, ne-gra como el bano. Esta vez los enanos no podrn reanimarte!

Vuelta a su casa interrog al espejo:

Espejito, espejito de mi habitacin!

Quin es la ms hermosa de esta regin? Y el espejo finalmente respondi. La Reina es la ms hermosa de esta regin.

Entonces su corazn envidioso encontr repo-so, si es que los corazones envidiosos pueden en-contrar alguna vez reposo.

A la noche, al volver a la casa, los enanitos en-contraron a Blancanieves tendida en el suelo sin que un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta. La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la lava-ron con agua y con vino pelo todo esto no sirvi de nada: la querida nia estaba muerta y sigui estn-dolo.

La pusieron en una parihuela. se sentaron junto a ella y durante tres das lloraron. Luego quisieron enterrarla pero ella estaba tan fresca como una per-sona viva y mantena an sus mejillas sonrosadas.

Los enanos se dijeron:

-No podemos ponerla bajo la negra tierra. E hi-cieron un atad de vidrio para que se la pudiera ver desde todos los ngulos, la pusieron adentro e inscribieron su nombre en letras de oro proclamando que era hija de un rey. Luego expusieron el atad en la montaa. Uno de ellos permanecera siempre a su lado para cuidarla. Los animales tambin vinieron a llorarla: primero un mochuelo, luego un cuervo y ms tarde una palomita.

Blancanieves permaneci mucho tiempo en el atad sin descomponerse; al contrario, pareca dor-mir, ya que siempre estaba blanca como la nieve, roja como la sangre y sus cabellos eran negros como el bano.

Ocurri una vez que el hijo de un rey lleg, por azar, al bosque y fue a casa de los enanos a pasar la noche. En la montaa vio el atad con la hermosa Blancanieves en su interior y ley lo que estaba es-crito en letras de oro.

Entonces dijo a los enanos:

-Dnme ese atad; les dar lo que quieran a cambio.

-No lo daramos por todo el oro del mundo -respondieron los enanos.

-En ese caso -replic el prncipe- reglenmelo pues no puedo vivir sin ver a Blancanieves. La hon-rar, la estimar como a lo que ms quiero en el mundo.

Al orlo hablar de este modo los enanos tuvieron piedad de l y le dieron el atad. El prncipe lo hizo llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero su-cedi que stos tropezaron contra un arbusto y co-mo consecuencia del sacudn el trozo de manzana envenenada que Blancanieves an conservaba en su garganta fue despedido hacia afuera. Poco despus abri los ojos, levant la tapa del atad y se irgui, resucitada.

-Oh, Dios!, dnde estoy? -exclam.

-Ests a mi lado -le dijo el prncipe lleno de ale-gra.

Le cont lo que haba pasado y le dijo:

-Te amo como a nadie en el mundo; ven conmi-go al castillo de mi padre; sers mi mujer.

Entonces Blancanieves comenz a sentir cario por l y se prepar la boda con gran pompa y mag-nificencia.

Tambin fue invitada a la fiesta la madrastra criminal de Blancanieves. Despus de vestirse con sus hermosos trajes fue ante el espejo y pregunt:

Espejito, espejito de mi habitacin! Quin es la ms hermosa de esta regin?

El espejo respondi:

La Reina es la ms hermosa de este lugar. Pero la joven Reina lo es mucho ms.

Entonces la mala mujer lanz un juramento y tuvo tanto, tanto miedo, que no supo qu hacer. Al principio no quera ir de ningn modo a la boda. Pero no encontr reposo hasta no ver a la joven reina.

Al entrar reconoci a Blancanieves y la angustia y el espanto que le produjo el descubrimiento la de-jaron clavada al piso sin poder moverse.

Pero ya haban puesto zapatos de hierro sobre carbones encendidos y luego los colocaron delante de ella con tenazas. Se oblig a la bruja a entrar en esos zapatos incandescentes y a bailar hasta que le llegara la muerte.

Buen Humor

Mi padre me dej en herencia el mejor bien que se pueda imaginar: el buen humor. Y, quin era mi padre? Claro que nada tiene esto que ver con el humor. Era vivaracho y corpulento, gordo y rechoncho, y tanto su exterior como su interior estaban en total contradiccin con su oficio. Y, cul era su oficio, su posicin en la sociedad? Si esto tuviera que escribirse e imprimirse al principio de un libro, es probable que muchos lectores lo dejaran de lado, diciendo: Todo esto parece muy penoso; son temas de los que prefiero no or hablar. Y, sin embargo, mi padre no fue verdugo ni ejecutor de la justicia, antes al contrario, su profesin lo situ a la cabeza de los personajes ms conspicuos de la ciudad, y all estaba en su pleno derecho, pues aqul era su verdadero puesto. Tena que ir siempre delante: del obispo, de los prncipes de la sangre...; s, seor, iba siempre delante, pues era cochero de las pompas fnebres.

Bueno, pues ya lo saben. Y una cosa puedo decir en toda verdad: cuando vean a mi padre sentado all arriba en el carruaje de la muerte, envuelto en su larga capa blanquinegra, cubierta la cabeza con el tricornio ribeteado de negro, por debajo del cual asomaba su cara rolliza, redonda y sonriente como aquella con la que representan al sol, no haba manera de pensar en el luto ni en la tumba. Aquella cara deca: No se preocupen. A lo mejor no es tan malo como lo pintan.

Pues bien, de l he heredado mi buen humor y la costumbre de visitar con frecuencia el cementerio. Esto resulta muy agradable, con tal de ir all con un espritu alegre, y otra cosa, todava: me llevo siempre el peridico, como l haca tambin.

Ya no soy tan joven como antes, no tengo mujer ni hijos, ni tampoco biblioteca, pero, como ya he dicho, compro el peridico, y con l me basta; es el mejor de los peridicos, el que lea tambin mi padre. Resulta muy til para muchas cosas, y adems trae todo lo que hay que saber: quin predica en las iglesias, y quin lo hace en los libros nuevos; dnde se encuentran casas, criados, ropas y alimentos; quin efecta liquidaciones, y quin se marcha. Y luego, uno se entera de tantos actos caritativos y de tantos versos ingenuos que no hacen dao a nadie, anuncios matrimoniales, citas que uno acepta o no, y todo de manera tan sencilla y natural. Se puede vivir muy bien y muy felizmente, y dejar que lo entierren a uno, cuando se tiene el Noticiero; al llegar al final de la vida se tiene tantsimo papel, que uno puede tenderse encima si no le parece apropiado descansar sobre virutas y aserrn.

El Noticiero y el cementerio son y han sido siempre las formas de ejercicio que ms han hablado a mi espritu, mis balnearios preferidos para conservar el buen humor.

Ahora bien, por el peridico puede pasear cualquiera; pero vengan conmigo al cementerio. Vamos all cuando el sol brilla y los rboles estn verdes; pasemonos entonces por entre las tumbas, Cada una de ellas es como un libro cerrado con el lomo hacia arriba; puede leerse el ttulo, que dice lo que la obra contiene, y, sin embargo, nada dice; pero yo conozco el intrngulis, lo s por mi padre y por m mismo. Lo tengo en mi libro funerario, un libro que me he compuesto yo mismo para mi servicio y gusto. En l estn todos juntos y an algunos ms.

Ya estamos en el cementerio.

Detrs de una reja pintada de blanco, donde antao creca un rosal -hoy no est, pero unos tallos de siempreviva de la sepultura contigua han extendido hasta aqu sus dedos, y ms vale esto que nada-, reposa un hombre muy desgraciado, y, no obstante, en vida tuvo un buen pasar, como suele decirse, o sea, que no le faltaba su buena rentecita y an algo ms, pero se tomaba el mundo, en todo caso, el Arte, demasiado a pecho. Si una noche iba al teatro dispuesto a disfrutar con toda su alma, se pona frentico slo porque el tramoyista iluminaba demasiado la cara de la luna, o porque las bambalinas colgaban delante de los bastidores en vez de hacerlo por detrs, o porque sala una palmera en un paisaje de Dinamarca, un cacto en el Tirol o hayas en el norte de Noruega. Acaso tiene eso la menor importancia? Quin repara en estas cosas? Es la comedia lo que debe causaros placer. Tan pronto el pblico aplauda demasiado, como no aplauda bastante.

-Esta lea est hmeda -deca-, no quemar esta noche.

Y luego se volva a ver qu gente haba, y notaba que se rean a deshora, en ocasiones en que la risa no vena a cuento, y el hombre se encolerizaba y sufra. No poda soportarlo, y era un desgraciado. Y helo aqu: hoy reposa en su tumba.

Aqu yace un hombre feliz, o sea, un hombre muy distinguido, de alta cuna; y sta fue su dicha, ya que, por lo dems, nunca habra sido nadie; pero en la Naturaleza est todo tan bien dispuesto y ordenado, que da gusto pensar en ello. Iba siempre con bordados por delante y por detrs, y ocupaba su sitio en los salones, como se coloca un costoso cordn de campanilla bordado en perlas, que tiene siempre detrs otro cordn bueno y recio que hace el servicio. Tambin l llevaba detrs un buen cordn, un hombre de paja encargado de efectuar el servicio. Todo est tan bien dispuesto, que a uno no pueden por menos que alegrrsele las pajarillas.

Descansa aqu -esto s que es triste!-, descansa aqu un hombre que se pas sesenta y siete aos reflexionando sobre la manera de tener una buena ocurrencia. Vivi slo para esto, y al cabo le vino la idea, verdaderamente buena a su juicio, y le dio una alegra tal, que se muri de ella, con lo que nadie pudo aprovecharse, pues a nadie la comunic. Y mucho me temo que por causa de aquella buena idea no encuentre reposo en la tumba; pues suponiendo que no se trate de una ocurrencia de esas que slo pueden decirse a la hora del desayuno - pues de otro modo no producen efecto -, y de que l, como buen difunto, y segn es general creencia, slo puede aparecerse a medianoche, resulta que no siendo la ocurrencia adecuada para dicha hora, nadie se re, y el hombre tiene que volverse a la sepultura con su buena idea. Es una tumba realmente triste.

Aqu reposa una mujer codiciosa. En vida se levantaba por la noche a maullar para hacer creer a los vecinos que tena gatos; hasta tanto llegaba su avaricia!

Aqu yace una seorita de buena familia; se mora por lucir la voz en las veladas de sociedad, y entonces cantaba una cancin italiana que deca: Mi manca la voce! (Me falta la voz!). Es la nica verdad que dijo en su vida.

Yace aqu una doncella de otro cuo. Cuando el canario del corazn empieza a cantar, la razn se tapa los odos con los dedos. La hermosa doncella entr en la gloria del matrimonio... Es sta una historia de todos los das, y muy bien contada adems. Dejemos en paz a los muertos!

Aqu reposa una viuda, que tena miel en los labios y bilis en el corazn. Visitaba las familias a la caza de los defectos del prjimo, de igual manera que en das pretritos el amigo polica iba de un lado a otro en busca de una placa de cloaca que no estaba en su sitio.

Tenemos aqu un panten de familia. Todos los miembros de ella estaban tan concordes en sus opiniones, que aun cuando el mundo entero y el peridico dijesen: Es as, si el benjamn de la casa deca, al llegar de la escuela: Pues yo lo he odo de otro modo, su afirmacin era la nica fidedigna, pues el chico era miembro de la familia. Y no haba duda: si el gallo del corral acertaba a cantar a media noche, era seal de que rompa el alba, por ms que el vigilante y todos los relojes de la ciudad se empeasen en decir que era medianoche.

El gran Goethe cierra su Fausto con estas palabras: Puede continuarse, Lo mismo podramos decir de nuestro paseo por el cementerio. Yo voy all con frecuencia; cuando alguno de mis amigos, o de mis no amigos se pasa de la raya conmigo, me voy all, busco un buen trozo de csped y se lo consagro, a l o a ella, a quien sea que quiero enterrar, y lo entierro enseguida; y all se estn muertitos e impotentes hasta que resucitan, nuevitos y mejores. Su vida y sus acciones, miradas desde mi atalaya, las escribo en mi libro funerario. Y as debieran proceder todas las personas; no tendran que encolerizarse cuando alguien les juega una mala pasada, sino enterrarlo enseguida, conservar el buen humor y el Noticiero, este peridico escrito por el pueblo mismo, aunque a veces inspirado por otros.

Cuando suene la hora de encuadernarme con la historia de mi vida y depositarme en la tumba, poned esta inscripcin: Un hombre de buen humor.

Caperucita Roja

Haba una vez una adorable nia que era querida por todo aqul que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la nia. Una vez le regal una pequea caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quera usar otra cosa, as que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un da su madre le dijo: Ven, Caperucita Roja, aqu tengo un pastel y una botella de vino, llvaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y dbil y esto le ayudar. Vete ahora temprano, antes de que caliente el da, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, Buenos das, ah, y no andes curioseando por todo el aposento.

No te preocupes, har bien todo, dijo Caperucita Roja, y tom las cosas y se despidi cariosamente. La abuelita viva en el bosque, como a un kilmetro de su casa. Y no ms haba entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontr con un lobo. Caperucita Roja no saba que esa criatura pudiera hacer algn dao, y no tuvo ningn temor hacia l. Buenos das, Caperucita Roja, dijo el lobo. Buenos das, amable lobo. - Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja? - A casa de mi abuelita. - Y qu llevas en esa canasta? - Pastel y vino. Ayer fue da de hornear, as que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse. - Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja? - Como a medio kilmetro ms adentro en el bosque. Su casa est bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrs visto, contest inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a s mismo: Qu criatura tan tierna! qu buen bocadito - y ser ms sabroso que esa viejita. As que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fcilmente. Entonces acompa a Caperucita Roja un pequeo tramo del camino y luego le dijo: Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por all, por qu no vas y recoges algunas? Y yo creo tambin que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque est lleno de maravillas.

Caperucita Roja levant sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aqu y all entre los rboles, y vio las bellas flores y el canto de los pjaros, pens: Supongo que podra llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarn. Adems, an es muy temprano y no habr problema si me atraso un poquito, siempre llegar a buena hora. Y as, ella se sali del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, vea otra ms bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovech el tiempo y corri directo a la casa de la abuelita y toc a la puerta. Quin es? pregunt la abuelita. Caperucita Roja, contest el lobo. Traigo pastel y vino. breme, por favor. - Mueve la cerradura y abre t, grit la abuelita, estoy muy dbil y no me puedo levantar. El lobo movi la cerradura, abri la puerta, y sin decir una palabra ms, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la trag. Y enseguida se puso ropa de ella, se coloc un gorro, se meti en la cama y cerr las cortinas.

Mientras tanto, Caperucita Roja se haba quedado colectando flores, y cuando vio que tena tantas que ya no poda llevar ms, se acord de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando lleg, se sorprendi al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sinti tan extrao presentimiento que se dijo para s misma: Oh Dios! que incmoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita. Entonces grit: Buenos das!, pero no hubo respuesta, as que fue al dormitorio y abri las cortinas. All pareca estar la abuelita con su gorro cubrindole toda la cara, y con una apariencia muy extraa. !Oh, abuelita! dijo, qu orejas tan grandes que tienes. - Es para orte mejor, mi nia, fue la respuesta. Pero abuelita, qu ojos tan grandes que tienes. - Son para verte mejor, querida. - Pero abuelita, qu brazos tan grandes que tienes. - Para abrazarte mejor. - Y qu boca tan grande que tienes. - Para comerte mejor. Y no haba terminado de decir lo anterior, cuando de un salto sali de la cama y se trag tambin a Caperucita Roja.

Entonces el lobo decidi hacer una siesta y se volvi a tirar en la cama, y una vez dormido empez a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por all, escuch los fuertes ronquidos y pens, Cmo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingres al dormitorio, y cuando se acerc a la cama vio al lobo tirado all. As que te encuentro aqu, viejo pecador! dijo l.Haca tiempo que te buscaba! Y ya se dispona a disparar su arma contra l, cuando pens que el lobo podra haber devorado a la viejita y que an podra ser salvada, por lo que decidi no disparar. En su lugar tom unas tijeras y empez a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto haba hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes ms y la pequea Caperucita Roja sali rapidsimo, gritando: Qu asustada que estuve, qu oscuro que est ah dentro del lobo!, y enseguida sali tambin la abuelita, vivita, pero que casi no poda respirar. Rpidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despert, quizo correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soport el esfuerzo y cay muerto.

Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quit la piel al lobo y se la llev a su casa. La abuelita comi el pastel y bebi el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanim. Pero Caperucita Roja solamente pens: Mientras viva, nunca me retirar del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me haba ya prohibido hacer.

Cuento De Navidad

El hermano Longinos de Santa Mara era la perla del convento. Perla es decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en sus copias, distinguindose en ornar de maysculas los manuscritos, como en la cocina haca exhalar suaves olores a la fritanga permitida despus del tiempo de ayuno; as serva de sacristn, como cultivaba las legumbres del huerto; y en maitines o vsperas, su hermosa voz de sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla. Mas su mayor mrito consista en su maravilloso don musical; en sus manos, en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad conoca como l aquel sonoro instrumento del cual haca brotar las notas como bandadas de aves melodiosas; ninguno como l acompaaba, como posedo por un celestial espritu, las prosas y los himnos, y las voces sagradas del canto llano. Su eminencia el cardenal que haba visitado el convento en un da inolvidable haba bendecido al hermano, primero, abrazdole enseguida, y por ltimo dchole una elogiosa frase latina, despus de orle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba, estaba iluminado por la ms amable sencillez y por la ms inocente alegra. Cuando estaba en alguna labor, tena siempre un himno en los labios, como sus hermanos los pjaritos de Dios. Y cuando volva, con su alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el sol, en su cara se vea un tan dulce resplandor de jovialidad, que los campesinos salan a las puertas de sus casas, saludndole, llamndole hacia ellos: "Eh!, venid ac, hermano Longinos, y tomaris un buen vaso..." Su cara la podis ver en una tabla que se conserva en la abada; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz un tantico levantada, en una ingenua expresin de picarda infantil, y en la boca entreabierta, la ms bondadosa de las sonrisas.

Avino, pues, que un da de navidad, Longinos fuese a la prxima aldea...; pero no os he dicho nada del convento? El cual estaba situado cerca de una aldea de labradores, no muy distante de una vasta floresta, en donde, antes de la fundacin del monasterio, haba cenculos de hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras tantas cosas que favorece el poder del Bajsimo, de quien Dios nos guarde. Los vientos del cielo llevaban desde el santo edificio monacal, en la quietud de las noches o en los serenos crepsculos, ecos misteriosos, grandes temblores sonoros..., era el rgano de Longinos que acompaando la voz de sus hermanos en Cristo, lanzaba sus clamores benditos. Fue, pues, en un da de navidad, y en la aldea, cuando el buen hermano se dio una palmada en la frente y exclam, lleno de susto, impulsando a su caballera paciente y filosfica:

Desgraciado de m! Si merecer triplicar los cilicios y ponerme por toda la viada a pan y agua! Cmo estarn aguardndome en el monasterio!

Era ya entrada la noche, y el religioso, despus de santiguarse, se encamin por la va de su convento. Las sombras invadieron la Tierra. No se vea ya el villorrio; y la montaa, negra en medio de la noche, se vea semejante a una titnica fortaleza en que habitasen gigantes y demonios.

Y fue el caso que Longinos, anda que te anda, pater y ave tras pater y ave, advirti con sorpresa que la senda que segua la pollina, no era la misma de siempre. Con lgrimas en los ojos alz stos al cielo, pidindole misericordia al Todopoderoso, cuando percibi en la oscuridad del firmamento una hermosa estrella, una hermosa estrella de color de oro, que caminaba junto con l, enviando a la tierra un delicado chorro de luz que serva de gua y de antorcha. Diole gracias al Seor por aquella maravilla, y a poco trecho, como en otro tiempo la del profeta Balaam, su cabalgadura se resisti a seguir adelante, y le dijo con clara voz de hombre mortal: 'Considrate feliz, hermano Longinos, pues por tus virtudes has sido sealado para un premio portentoso.' No bien haba acabado de or esto, cuando sinti un ruido, y una oleada de exquisitos aromas. Y vio venir por el mismo camino que l segua, y guiados por la estrella que l acababa de admirar, a tres seores esplndidamente ataviados. Todos tres tenan porte e insignias reales. El delantero era rubio como el ngel Azrael; su cabellera larga se esparca sobre sus hombros, bajo una mitra de oro constelada de piedras preciosas; su barba entretejida con perlas e hilos de oro resplandeca sobre su pecho; iba cubierto con un manto en donde estaban bordados, de riqusima manera, aves peregrinas y signos del zodiaco. Era el rey Gaspar, caballero en un bello caballo blanco. El otro, de cabellera negra, ojos tambin negros y profundamente brillantes, rostro semejante a los que se ven en los bajos relieves asirios, cea su frente con una magnfica diadema, vesta vestidos de incalculable precio, era un tanto viejo, y hubirase dicho de l, con slo mirarle, ser el monarca de un pas misterioso y opulento, del centro de la tierra de Asia. Era el rey Baltasar y llevaba un collar de gemas cabalstico que terminaba en un sol de fuegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y adornado al modo de Oriente. El tercero era de rostro negro y miraba con singular aire de majestad; formbanle un resplandor los rubes y esmeraldas de su turbante. Como el ms soberbio prncipe de un cuento, iba en una labrada silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el rey Melchor. Pasaron sus majestades y tras el elefante del rey Melchor, con un no usado trotecito, la borrica del hermano Longinos, quien, lleno de mstica complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario.

Y sucedi que tal como en los das del cruel Herodes los tres coronados magos, guiados por la estrella divina, llegaron a un pesebre, en donde, como lo pintan los pintores, estaba la reina Mara, el santo seor Jos y el Dios recin nacido. Y cerca, la mula y el buey, que entibian con el calor sano de su aliento el aire fro de la noche. Baltasar, postrado, descorri junto al nio un saco de perlas y de piedras preciosas y de polvo de oro; Gaspar en jarras doradas ofreci los ms raros ungentos; Melchor hizo su ofrenda de incienso, de marfiles y de diamantes...

Entonces, desde el fondo de su corazn, Longinos, el buen hermano Longinos, dijo al nio que sonrea:

Seor, yo soy un pobre siervo tuyo que en su covento te sirve como puede. Qu te voy a ofrecer yo, triste de m? Qu riquezas tengo, qu perfumes, qu perlas y qu diamantes? Toma, seor, mis lgrimas y mis oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte.

Y he aqu que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo olor superaba a todos los ungentos y resinas; y caer de sus ojos copiossimas lgrimas que se convertan en los ms radiosos diamantes por obra de la superior magia del amor y de la fe; todo esto en tanto que se oa el eco de un coro de pastores en la tierra y la meloda de un coro de ngeles sobre el techo del pesebre.

Entre tanto, en el convento haba la mayor desolacin. Era llegada la hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las llamas de los cirios. El abad estaba en su sitial, afligido, con su capa de ceremonia. Los frailes, la comunidad entera, se miraban con sorprendida tristeza. Qu desgracia habr acontecido al buen hermano?

Por qu no ha vuelto de la aldea? Y es ya la hora del oficio, y todos estn en su puesto, menos quien es gloria de su monasterio, el sencillo y sublime organista... Quin se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe los secretos del teclado, ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y como ordena el prior que se proceda a la ceremonia, sin msica, todos empiezan el canto dirigindose a Dios llenos de una vaga tristeza... De repente, en los momentos del himno, en que el rgano deba resonar... reson, reson como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus trompetas, excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por una vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonas del rgano conventual, de aquel rgano que pareca tocado por manos anglicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia...

l hermano Longinos de Santa Mara entreg su alma a Dios poco tiempo despus; muri en olor de santidad. Su cuerpo se conserva an incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial, labrada en mrmol.

El Acertijo

rase una vez el hijo de un rey, a quien entraron deseos de correr mundo, y se parti sin ms compaa que la de un fiel criado. Lleg un da a un extenso bosque, y al anochecer, no encontrando ningn albergue, no saba dnde pasar la noche. Vio entonces a una muchacha que se diriga a una casita, y, al acercarse, se dio cuenta de que era joven y hermosa. Dirigise a ella y le dijo:

- Mi buena nia, no nos acogeras por una noche en la casita, a m y al criado?

- De buen grado lo hara -respondi la muchacha con voz triste-; pero no os lo aconsejo. Mejor es que os busquis otro alojamiento.

- Por qu? -pregunt el prncipe.

- Mi madrastra tiene malas tretas y odia a los forasteros contest la nia suspirando.

Bien se dio cuenta el prncipe de que aquella era la casa de una bruja; pero como no era posible seguir andando en la noche cerrada, y, por otra parte, no era miedoso, entr. La vieja, que estaba sentada en un silln junto al fuego, mir a los viajeros con sus ojos rojizos:

- Buenas noches! -dijo con voz gangosa, que quera ser amable-. Sentaos a descansar-. Y sopl los carbones, en los que se coca algo en un puchero.

La hija advirti a los dos hombres que no comiesen ni bebiesen nada, pues la vieja estaba confeccionando brebajes nocivos. Ellos durmieron apaciblemente hasta la madrugada, y cuando se dispusieron a reemprender la ruta, estando ya el prncipe montado en su caballo, dijo la vieja:

- Aguarda un momento, que tomars un trago, como despedida.

Mientras entraba a buscar la bebida, el prncipe se alej a toda prisa, y cuando volvi a salir la bruja con la bebida, slo hall al criado, que se haba entretenido arreglando la silla.

- Lleva esto a tu seor! -le dijo. Pero en el mismo momento se rompi la vasija, y el veneno salpic al caballo; tan virulento era, que el animal se desplom muerto, como herido por un rayo. El criado ech a correr para dar cuenta a su amo de lo sucedido, pero, no queriendo perder la silla, volvi a buscarla. Al llegar junto al cadver del caballo, encontr que un cuervo lo estaba devorando.

Quin sabe si cazar hoy algo mejor?, se dijo el criado; mat, pues, el cuervo y se lo meti en el zurrn.

Durante toda la jornada estuvieron errando por el bosque, sin encontrar la salida. Al anochecer dieron con una hospedera y entraron en ella. El criado dio el cuervo al posadero, a fin de que se lo guisara para cenar. Pero result que haba ido a parar a una guarida de ladrones, y ya entrada la noche presentronse doce bandidos, que concibieron el propsito de asesinar y robar a los forasteros. Sin embargo, antes de llevarlo a la prctica se sentaron a la mesa, junto con el posadero y la bruja, y se comieron una sopa hecha con la carne del cuervo. Pero apenas hubieron tomado un par de cucharadas, cayeron todos muertos, pues el cuervo estaba contaminado con el veneno del caballo.

Ya no qued en la casa sino la hija del posadero, que era una buena muchacha, inocente por completo de los crmenes de aquellos hombres. Abri a los forasteros todas las puertas y les mostr los tesoros acumulados. Pero el prncipe le dijo que poda quedarse con todo, pues l nada quera de aquello, y sigui su camino con su criado.

Despus de vagar mucho tiempo sin rumbo fijo, llegaron a una ciudad donde resida una orgullosa princesa, hija del Rey, que haba mandado pregonar su decisin de casarse con el hombre que fuera capaz de plantearle un acertijo que ella no supiera descifrar, con la condicin de que, si lo adivinaba, el pretendiente sera decapitado. Tena tres das de tiempo para resolverlo; pero eran tan inteligente, que siempre lo haba resuelto antes de aquel plazo. Eran ya nueve los pretendientes que haban sucumbido de aquel modo, cuando lleg el prncipe y, deslumbrado por su belleza, quiso poner en juego su vida. Se present a la doncella y le plante su enigma:

- Qu es -le dijo- una cosa que no mat a ninguno y, sin embargo, mat a doce?

En vano la princesa daba mil y mil vueltas a la cabeza, no acertaba a resolver el acertijo. Consult su libro de enigmas, pero no encontr nada; haba terminado sus recursos. No sabiendo ya qu hacer, mand a su doncella que se introdujese de escondidas en el dormitorio del prncipe y se pusiera al acecho, pensando que tal vez hablara en sueos y revelara la respuesta del enigma. Pero el criado, que era muy listo, se meti en la cama en vez de su seor, y cuando se acerc la doncella, arrebatndole de un tirn el manto en que vena envuelta, la ech del aposento a palos. A la segunda noche, la princesa envi a su camarera a ver si tena mejor suerte. Pero el criado le quit tambin el manto y la ech a palos.

Crey entonces el prncipe que la tercera noche estara seguro, y se acost en el lecho. Pero fue la propia princesa la que acudi, envuelta en una capa de color gris, y se sent a su lado. Cuando crey que dorma y soaba, psose a hablarle en voz queda, con la esperanza de que respondera en sueos, como muchos hacen. Pero l estaba despierto y lo oa todo perfectamente.

Pregunt ella:

- Uno mat a ninguno, qu es esto?

Respondi l:

- Un cuervo que comi de un caballo envenenado y muri a su vez.

Sigui ella preguntando:

- Y mat, sin embargo, a doce, qu es esto?

- Son doce bandidos, que se comieron el cuervo y murieron envenenados.

Sabiendo ya lo que quera, la princesa trat de escabullirse, pero el prncipe la sujet por la capa, que ella hubo de abandonar. A la maana, la hija del Rey anunci que haba descifrado el enigma y, mandando venir a los doce jueces, dio la solucin ante ellos. Pero el joven solicit ser escuchado y dijo:

- Durante la noche, la princesa se desliz hasta mi lecho y me lo pregunt; sin esto, nunca habra acertado.

Dijeron los jueces:

- Danos una prueba.

Entonces el criado entr con los tres mantos, y cuando los jueces vieron el gris que sola llevar la princesa, fallaron la sentencia siguiente:

- Que este manto se borde en oro y plata; ser el de vuestra boda.

El Caracol y El Rosal

Haba una vez...

... Una amplia llanura donde pastaban las ovejas y las vacas. Y del otro lado de la extensa pradera, se hallaba el hermoso jardn rodeado de avellanos.

El centro del jardn era dominado por un rosal totalmente cubierto de flores durante todo el ao. Y all, en ese aromtico mundo de color, viva un caracol, con todo lo que representaba su mundo, a cuestas, pues sobre sus espaldas llevaba su casa y sus pertenencias.

Y se hablaba a s mismo sobre su momento de ser til en la vida: Paciencia! deca el caracol. Ya llegar mi hora. Har mucho ms que dar rosas o avellanas, muchsimo ms que dar leche como las vacas y las ovejas.

Esperamos mucho de ti dijo el rosal. Podra saberse cundo me ensears lo que eres capaz de hacer?

Necesito tiempo para pensar dijo el caracol; ustedes siempre estn de prisa. No, as no se preparan las sorpresas.

Un ao ms tarde el caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio que antes, mientras el rosal se afanaba en echar capullos y mantener la lozana de sus rosas, siempre frescas, siempre nuevas. El caracol sac medio cuerpo afuera, estir sus cuernecillos y los encogi de nuevo.

Nada ha cambiado dijo. No se advierte el ms insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y eso es todo lo que hace.

Pas el verano y vino el otoo, y el rosal continu dando capullos y rosas hasta que lleg la nieve. El tiempo se hizo hmedo y hosco. El rosal se inclin hacia la tierra; el caracol se escondi bajo el suelo.

Luego comenz una nueva estacin, y las rosas salieron al aire y el caracol hizo lo mismo.

Ahora ya eres un rosal viejo dijo el caracol. Pronto tendrs que ir pensando en morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenas dentro de ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido tiempo de pensar con calma. Pero est claro que no has hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso tendras frutos muy distintos que ofrecernos. Qu dices a esto? Pronto no sers ms que un palo seco... Te das cuenta de lo que quiero decirte?

Me asustas dijo el rosal. Nunca he pensado en ello.

Claro, nunca te has molestado en pensar en nada. Te preguntaste alguna vez por qu florecas y cmo florecas, por qu lo hacas de esa manera y de no de otra?

No contest el caracol. Floreca de puro contento, porque no poda evitarlo. El sol era tan clido, el aire tan refrescante!... Me beba el lmpido roco y la lluvia generosa; respiraba, estaba vivo. De la tierra, all abajo, me suba la fuerza, que descenda tambin sobre m desde lo alto. Senta una felicidad que era siempre nueva, profunda siempre, y as tena que florecer sin remedio. Esa era mi vida; no poda hacer otra cosa.

Tu vida fue demasiado fcil dijo el caracol (Sin detenerse a observarse a s mismo).

Cierto dijo el rosal. Me lo daban todo. Pero t tuviste ms suerte an. T eres una de esas criaturas que piensan mucho, uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen asombrar al mundo algn da... algn da.... Pero, ... de qu te sirve el pasar los aos pensando sin hacer nada til por el mundo?

No, no, de ningn modo dijo el caracol. El mundo no existe para m. Qu tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe de m mismo y en m mismo.

Pero no deberamos todos dar a los dems lo mejor de nosotros, no deberamos ofrecerles cuanto pudiramos? Es cierto que no te he dado sino rosas; pero t, en cambio, que posees tantos dones, qu has dado t al mundo? Qu puedes darle?

Darle? Darle yo al mundo? Yo lo escupo. Para qu sirve el mundo? No significa nada para m. Anda, sigue cultivando tus rosas; es para lo nico que sirves. Deja que los avellanos produzcan sus frutos, deja que las vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su pblico, y yo tambin tengo el mo dentro de m mismo. Me recojo en mi interior, y en l voy a quedarme! El mundo no me interesa.

Y con estas palabras, el caracol se meti dentro de su casa y la sell.

Qu pena! dijo el rosal. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de mostrarme otra vez en mis rosas. Sus ptalos caen y los arrastra el viento, aunque cierta vez vi cmo una madre guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y cmo una bonita muchacha se prenda otra al pecho, y cmo un nio besaba otra en la primera alegra de su vida. Aquello me hizo bien, fue una verdadera bendicin. Tales son mis recuerdos, mi vida.

Y el rosal continu floreciendo en toda su inocencia, mientras el caracol dorma all dentro de su casa. El mundo nada significaba para l.

Y pasaron los aos.

El caracol se haba vuelto tierra en la tierra, y el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del libro de oraciones haba desaparecido... Pero en el jardn brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles seguan con la misma filosofa que aqul, se arrastraban dentro de sus casas y escupan al mundo, que no significaba nada para ellos.

Y a travs del tiempo, la misma historia se continu repitiendo..

El Duende De La Tienda

rase una vez un estudiante, un estudiante de verdad, que viva en una buhardilla y nada posea; y rase tambin un tendero, un tendero de verdad, que habitaba en la trastienda y era dueo de toda la casa; y en su habitacin moraba un duendecillo, al que todos los aos, por Nochebuena, obsequiaba aqul con un tazn de papas y un buen trozo de mantequilla dentro. Bien poda hacerlo; y el duende continuaba en la tienda, y esto explica muchas cosas. Un atardecer entr el estudiante por la puerta trasera, a comprarse una vela y el queso para su cena; no tena a quien enviar, por lo que iba l mismo. Le dieron lo que peda, lo pag, y el tendero y su mujer le desearon las buenas noches con un gesto de la cabeza. La mujer saba hacer algo ms que gesticular con la cabeza; era un pico de oro.

El estudiante les correspondi de la misma manera y luego se qued parado, leyendo la hoja de papel que envolva el queso. Era una hoja arrancada de un libro viejo, que jams hubiera pensado que lo tratasen as, pues era un libro de poesa.

-Todava nos queda ms -dijo el tendero-; lo compr a una vieja por unos granos de caf; por ocho chelines se lo cedo entero.

-Muchas gracias -repuso el estudiante-. Dmelo a cambio del queso. Puedo comer pan solo; pero sera pecado destrozar este libro. Es usted un hombre esplndido, un hombre prctico, pero lo que es de poesa, entiende menos que esa cuba.

La verdad es que fue un tanto descorts al decirlo, especialmente por la cuba; pero tendero y estudiante se echaron a rer, pues el segundo haba hablado en broma. Con todo, el duende se pic al or semejante comparacin, aplicada a un tendero que era dueo de una casa y encima venda una mantequilla excelente.

Cerrado que hubo la noche, y con ella la tienda, y cuando todo el mundo estaba acostado, excepto el estudiante, entr el duende en busca del pico de la duea, pues no lo utilizaba mientras dorma; fue aplicndolo a todos los objetos de la tienda, con lo cual stos adquiran voz y habla. Y podan expresar sus pensamientos y sentimientos tan bien como la propia seora de la casa; pero, claro est, slo poda aplicarlo a un solo objeto a la vez; y era una suerte, pues de otro modo, menudo barullo!

El duende puso el pico en la cuba que contena los diarios viejos.

-Es verdad que usted no sabe lo que es la poesa?

-Claro que lo s -respondi la cuba-. Es una cosa que ponen en la parte inferior de los peridicos y que la gente recorta; tengo motivos para creer que hay ms en m que en el estudiante, y esto que comparado con el tendero no soy sino una cuba de poco ms o menos.

Luego el duende coloc el pico en el molinillo de caf. Dios mo, y cmo se solt ste! Y despus lo aplic al barrilito de manteca y al cajn del dinero; y todos compartieron la opinin de la cuba. Y cuando la mayora coincide en una cosa, no queda ms remedio que respetarla y darla por buena.

-Y ahora, al estudiante! -pens; y subi calladito a la buhardilla, por la escalera de la cocina. Haba luz en el cuarto, y el duendecillo mir por el ojo de la cerradura y vio al estudiante que estaba leyendo el libro roto adquirido en la tienda. Pero, qu claridad irradiaba de l!

De las pginas emerga un vivsimo rayo de luz, que iba transformndose en un tronco, en un poderoso rbol, que desplegaba sus ramas y cobijaba al estudiante. Cada una de sus hojas era tierna y de un verde jugoso, y cada flor, una hermosa cabeza de doncella, de ojos ya oscuros y llameantes, ya azules y maravillosamente lmpidos. Los frutos eran otras tantas rutilantes estrellas, y un canto y una msica deliciosos resonaban en la destartalada habitacin.

Jams haba imaginado el duendecillo una magnificencia como aqulla, jams haba odo hablar de cosa semejante. Por eso permaneci de puntillas, mirando hasta que se apag la luz. Seguramente el estudiante haba soplado la vela para acostarse; pero el duende segua en su sitio, pues continuaba oyndose el canto, dulce y solemne, una deliciosa cancin de cuna para el estudiante, que se entregaba al descanso.

-Asombroso! -se dijo el duende-. Nunca lo hubiera pensado! A lo mejor me quedo con el estudiante... -

Y se lo estuvo rumiando buen rato, hasta que, al fin, venci la sensatez y suspir. -Pero el estudiante no tiene papillas, ni mantequilla!-. Y se volvi; se volvi abajo, a casa del tendero. Fue una suerte que no tardase ms, pues la cuba haba gastado casi todo el pico de la duea, a fuerza de pregonar todo lo que encerraba en su interior, echada siempre de un lado; y se dispona justamente a volverse para empezar a contar por el lado opuesto, cuando entr el duende y le quit el pico; pero en adelante toda la tienda, desde el cajn del dinero hasta la lea de abajo, formaron sus opiniones calcndolas sobre las de la cuba; todos la ponan tan alta y le otorgaban tal confianza, que cuando el tendero lea en el peridico de la tarde las noticias de arte y teatrales, ellos crean firmemente que procedan de la cuba.

En cambio, el duendecillo ya no poda estarse quieto como antes, escuchando toda aquella erudicin y sabihondura de la planta baja, sino que en cuanto vea brillar la luz en la buhardilla, era como si sus rayos fuesen unos potentes cables que lo remontaban a las alturas; tena que subir a mirar por el ojo de la cerradura, y siempre se senta rodeado de una grandiosidad como la que experimentamos en el mar tempestuoso, cuando Dios levanta sus olas; y rompa a llorar, sin saber l mismo por qu, pero las lgrimas le hacan un gran bien. Qu magnfico deba de ser estarse sentado bajo el rbol, junto al estudiante! Pero no haba que pensar en ello, y se daba por satisfecho contemplndolo desde el ojo de la cerradura. Y all segua, en el fro rellano, cuando ya el viento otoal se filtraba por los tragaluces, y el fro iba arreciando. Slo que el duendecillo no lo notaba hasta que se apagaba la luz de la buhardilla, y los melodiosos sones eran dominados por el silbar del viento. Uj, cmo temblaba entonces, y bajaba corriendo las escaleras para refugiarse en su caliente rincn, donde tan bien se estaba! Y cuando volvi la Nochebuena, con sus papillas y su buena bola de manteca, se declar resueltamente en favor del tendero.

Pero a media noche despert al duendecillo un alboroto horrible, un gran estrpito en los escaparates, y gentes que iban y venan agitadas, mientras el sereno no cesaba de tocar el pito. Haba estallado un incendio, y toda la calle apareca iluminada. Sera su casa o la del vecino? Dnde? Haba una alarma espantosa, una confusin terrible! La mujer del tendero estaba tan consternada, que se quit los pendientes de oro de las orejas y se los guard en el bolsillo, para salvar algo. El tendero recogi sus lminas de fondos pblicos, y la criada, su mantilla de seda, que se haba podido comprar a fuerza de ahorros. Cada cual quera salvar lo mejor, y tambin el duendecillo; y de un salto subi las escaleras y se meti en la habitacin del estudiante, quien, de pie junto a la ventana, contemplaba tranquilamente el fuego, que arda en la casa de enfrente. El duendecillo cogi el libro maravilloso que estaba sobre la mesa y, metindoselo en el gorro rojo lo sujet convulsivamente con ambas manos: el ms precioso tesoro de la casa estaba a salvo. Luego se dirigi, corriendo por el tejado, a la punta de la chimenea, y all se estuvo, iluminado por la casa en llamas, apretando con ambas manos el gorro que contena el tesoro. Slo entonces se dio cuenta de dnde tena puesto su corazn; comprendi a quin perteneca en realidad. Pero cuando el incendio estuvo apagado y el duendecillo hubo vuelto a sus ideas normales, dijo:

-Me he de repartir entre los dos. No puedo separarme del todo del tendero, por causa de las papillas.

Y en esto se comport como un autntico ser humano. Todos procuramos estar bien con el tendero... por las papillas.

El Enano Saltarn

Cuentan que en un tiempo muy lejano el rey decidi pasear por sus dominios, que incluan una pequea aldea en la que viva un molinero junto con su bella hija. Al interesarse el rey por ella, el molinero minti para darse importancia: - Adems de bonita, es capaz de convertir la paja en oro hilndola con una rueca. El rey, francamente contento con dicha cualidad de la muchacha, no lo dud un instante y la llev con l a palacio.

Una vez en el castillo, el rey orden que condujesen a la hija del molinero a una habitacin repleta de paja, donde haba tambin una rueca: - Tienes hasta el alba para demostrarme que tu padre deca la verdad y convertir esta paja en oro. De lo contrario, sers desterrada. La pobre nia llor desconsolada, pero he aqu que apareci un estrafalario enano que le ofreci hilar la paja en oro a cambio de su collar.

La hija del molinero le entreg la joya y... zis-zas, zis-zas, el enano hilaba la paja que se iba convirtiendo en oro en las canillas, hasta que no qued ni una brizna de paja y la habitacin refulga por el oro. Cuando el rey vio la proeza, guiado por la avaricia, espet: - Veremos si puedes hacer lo mismo en esta habitacin. - Y le seal una estancia ms grande y ms repleta de oro que la del da anterior.

La muchacha estaba desesperada, pues crea imposible cumplir la tarea pero, como el da anterior, apareci el enano saltarn: - Qu me das si hilo la paja para convertirla en oro? - pregunt al hacerse visible. - Slo tengo esta sortija - Dijo la doncella tendindole el anillo. - Empecemos pues, - respondi el enano. Y zis-zas, zis-zas, toda la paja se convirti en oro hilado.

Pero la codicia del rey no tena fin, y cuando comprob que se haban cumplido sus rdenes, anunci: - Repetirs la hazaa una vez ms, si lo consigues, te har mi esposa - Pues pensaba que, a pesar de ser hija de un molinero, nunca encontrara mujer con dote mejor. Una noche ms llor la muchacha, y de nuevo apareci el grotesco enano: - Qu me dars a cambio de solucionar tu problema? - Pregunt, saltando, a la chica.

- No tengo ms joyas que ofrecerte - y pensando que esta vez estaba perdida, gimi desconsolada. - Bien, en ese caso, me dars tu primer hijo - demand el enanillo. Acept la muchacha: Quin sabe cmo irn las cosas en el futuro - Dijo para sus adentros. Y como ya haba ocurrido antes, la paja se iba convirtiendo en oro a medida que el extrao ser la hilaba.

Cuando el rey entr en la habitacin, sus ojos brillaron ms an que el oro que estaba contemplando, y convoc a sus sbditos para la celebracin de los esponsales. Vivieron ambos felices y al cabo de una ao, tuvieron un precioso retoo. La ahora reina haba olvidado el incidente con la rueca, la paja, el oro y el enano, y por eso se asust enormemente cuando una noche apareci el duende saltarn reclamando su recompensa.

- Por favor, enano, por favor, ahora poseo riqueza, te dar todo lo que quieras. - Cmo puedes comparar el valor de una vida con algo material? Quiero a tu hijo - exigi el desaliado enano. Pero tanto rog y suplic la mujer, que conmovi al enano: - Tienes tres das para averiguar cul es mi nombre, si lo aciertas, dejar que te quedes con el nio.

Por ms que pens y se devan los sesos la molinerita para buscar el nombre del enano, nunca acertaba la respuesta correcta. Al tercer da, envi a sus exploradores a buscar nombres diferentes por todos los confines del mundo. De vuelta, uno de ellos cont la ancdota de un duende al que haba visto saltar a la puerta de una pequea cabaa cantando: - Yo slo tejo, a nadie amo y Rumpelstilzchen me llamo

Cuando volvi el enano la tercera noche, y pregunt su propio nombre a la reina, sta le contest: - Te llamas Rumpelstilzchen! - No puede ser! - grit l - No lo puedes saber! Te lo ha dicho el diablo! - Y tanto y tan grande fue su enfado, que dio una patada en el suelo que le dej la pierna enterrada hasta la mitad, y cuando intent sacarla, el enano se parti por la mitad.

El Flautista De Hamelin

Haba una vez

Una pequea ciudad al norte de Alemania, llamada Hamelin. Su paisaje era placentero y su belleza era exaltada por las riberas de un ro ancho y profundo que surcaba por all. Y sus habitantes se enorgullecan de vivir en un lugar tan apacible y pintoresco.

Pero un da, la ciudad se vio atacada por una terrible plaga: Hamelin estaba lleno de ratas!

Haba tantas y tantas que se atrevan a desafiar a los perros, perseguan a los gatos, sus enemigos de toda la vida; se suban a las cunas para morder a los nios all dormidos y hasta robaban enteros los quesos de las despensas para luego comrselos, sin dejar una miguita. Ah!, y adems Metan los hocicos en todas las comidas, husmeaban en los cucharones de los guisos que estaban preparando los cocineros, roan las ropas domingueras de la gente, practicaban agujeros en los costales de harina y en los barriles de sardinas saladas, y hasta pretendan trepas por las anchas faldas de las charlatanas mujeres reunidas en la plaza, ahogando las voces de las pobres asustadas con sus agudos y desafinados chillidos.

La vida en Hamelin se estaba tornando insoportable!

Pero lleg un da en que el pueblo se hart de esta situacin. Y todos, en masa, fueron a congregarse frente al Ayuntamiento.

Qu exaltados estaban todos!

No hubo manera de calmar los nimos de los all reunidos.

-Abajo el alcalde! - gritaban unos.

-Ese hombre es un pelele! - decan otros.

-Que los del Ayuntamiento nos den una solucin! - exigan los de ms all.

Con las mujeres la cosa era peor.

- Pero, qu se creen? - vociferaban -. Busquen el modo de librarnos de la plaga de las ratas! O hallan el remedio de terminar con esta situacin o los arrastraremos por las calles! As lo haremos, como hay Dios!

Al or tales amenazas, el alcalde y los concejales quedaron consternados y temblando de miedo.

Qu hacer?

Una larga hora estuvieron sentados en el saln de la alcalda discurriendo en la forma de lograr atacar a las ratas. Se sentan tan preocupados, que no encontraban ideas para lograr una buena solucin contra la plaga.

Por fin, el alcalde se puso de pie para exclamar:

-Lo que yo dara por una buena ratonera!

Apenas se hubo extinguido el eco de la ltima palabra, cuando todos los reunidos oyeron algo inesperado. En la puerta del Concejo Municipal sonaba un ligero repiqueteo.

-Dios nos ampare! - grit el alcalde, lleno de pnico -. Parece que se oye el roer de una rata. Me habrn odo?

Los ediles no respondieron, pero el repiqueteo sigui oyndose.

-Pase adelante el que llama! - vocifer el alcalde, con voz temblorosa y dominando su terror.

Y entonces entr en la sala el ms extrao personaje que se puedan imaginar.

Llevaba una rara capa que le cubra del cuello a los pies y que estaba formada por recuadros negros, rojos y amarillos. Su portador era un hombre alto, delgado y con agudos ojos azules, pequeos como cabezas de alfiler. El pelo le caa lacio y era de un amarillo claro, en contraste con la piel del rostro que apareca tostada, ennegrecida por las inclemencias del tiempo. Su cara era lisa, sin bigotes ni barbas; sus labios se contraan en una sonrisa que diriga a unos y otros, como si se hallara entre grandes amigos.

Alcalde y concejales le contemplaron boquiabiertos, pasmados ante su alta figura y cautivados, a la vez, por su estrambtico atractivo.

El desconocido avanz con gran simpata y dijo:

- Perdonen, seores, que me haya atrevido a interrumpir su importante reunin, pero es que he venido a ayudarlos. Yo soy capaz, mediante un encanto secreto que poseo, de atraer hacia mi persona a todos los seres que viven bajo el sol. Lo mismo da si se arrastran sobre el suelo que si nadan en el agua, que si vuelan por el aire o corran sobre la tierra. Todos ellos me siguen, como ustedes no pueden imaginrselo.

Principalmente, uso de mi poder mgico con los animales que ms dao hacen en los pueblos, ya sean topos o sapos, vboras o lagartijas. Las gentes me conocen como el Flautista Mgico.

En tanto lo escuchaban, el alcalde y los concejales se dieron cuenta que en torno al cuello luca una corbata roja con rayas amarillas, de la que penda una flauta.

Tambin observaron que los dedos del extrao visitante se movan inquietos, al comps de sus palabras, como si sintieran impaciencia por alcanzar y taer el instrumento que colgaba sobre sus raras vestiduras.

El flautista continu hablando as:

- Tengan en cuenta, sin embargo, que soy hombre pobre. Por eso cobro por mi trabajo. El ao pasado libr a los habitantes de una aldea inglesa, de una monstruosa invasin de murcilagos, y a una ciudad asitica le saqu una plaga de mosquitos que los mantena a todos enloquecidos por las picaduras.

Ahora bien, si los libro de la preocupacin que los molesta, me daran un millar de florines?

-Un millar de florines? Cincuenta millares!- respondieron a una el asombrado alcalde y el concejo entero.

Poco despus bajaba el flautista por la calle principal de Hamelin. Llevaba una fina sonrisa en sus labios, pues estaba seguro del gran poder que dorma en el alma de su mgico instrumento.

De pronto se par. Tom la flauta y se puso a soplarla, al mismo tiempo que guiaba sus ojos de color azul verdoso. Chispeaban como cuando se espolvorea sal sobre una llama.

Arranc tres vivsimas notas de la flauta.

Al momento se oy un rumor. Pareci a todas las gentes de Hamelin como si lo hubiese producido todo un ejrcito que despertase a un tiempo. Luego el murmullo se transform en ruido y, finalmente, ste creci hasta convertirse en algo estruendoso.

Y saben lo que pasaba? Pues que de todas las casas empezaron a salir ratas.

Salan a torrentes. Lo mismo las ratas grandes que los ratones chiquitos; igual los roedores flacuchos que los gordinflones. Padres, madres, tas y primos ratoniles, con sus tiesas colas y sus punzantes bigotes. Familias enteras de tales bichos se lanzaron en pos del flautista, sin reparar en charcos ni hoyos.

Y el flautista segua tocando sin cesar, mientras recorra calle tras calle. Y en pos iba todo el ejrcito ratonil danzando sin poder contenerse. Y as bailando, bailando llegaron las ratas al ro, en donde fueron cayendo todas, ahogndose por completo.

Slo una rata logr escapar. Era una rata muy fuerte que nad contra la corriente y pudo llegar a la otra orilla. Corriendo sin parar fue a llevar la triste nueva de lo sucedido a su pas natal, Ratilandia.

Una vez all cont lo que haba sucedido.

- Igual les hubiera sucedido a todas ustedes. En cuanto llegaron a mis odos las primeras notas de aquella flauta no pude resistir el deseo de seguir su msica. Era como si ofreciesen todas las golosinas que encandilan a una rata. Imaginaba tener al alcance todos los mejores bocados; me pareca una voz que me invitaba a comer a dos carrillos, a roer cuanto quera, a pasarme noche y da en eterno banquete, y que me incitaba dulcemente, dicindome: Anda, atrvete! Cuando recuper la nocin de la realidad estaba en el ro y a punto de ahogarme como las dems.

Gracias a mi fortaleza me he salvado!

Esto asust mucho a las ratas que se apresuraron a esconderse en sus agujeros.

Y, desde luego, no volvieron ms a Hamelin.

Haba que ver a las gentes de Hamelin!

Cuando comprobaron que se haban librado de la plaga que tanto les haba molestado, echaron al vuelo las campanas de todas las iglesias, hasta el punto de hacer retemblar los campanarios.

El alcalde, que ya no tema que le arrastraran, pareca un jefe dando rdenes a los vecinos:

-Vamos! Busquen palos y ramas! Hurguen en los nidos de las ratas y cierren luego las entradas! Llamen a carpinteros y albailes y procuren entre todos que no quede el menor rastro de las ratas!

As estaba hablando el alcalde, muy ufano y satisfecho. Hasta que, de pronto, al volver la cabeza, se encontr cara a cara con el flautista mgico, cuya arrogante y extraa figura se destacaba en la plaza-mercado de Hamelin.

El flautista interrumpi sus rdenes al decirle:

- Creo, seor alcalde, que ha llegado el momento de darme mis mil florines.

Mil florines! Qu se pensaba! Mil florines!

El alcalde mir hoscamente al tipo extravagante que se los peda. Y lo mismo hicieron sus compaeros de corporacin, que le haban estado rodeando mientras mandoteaba.

Quin pensaba en pagar a semejante vagabundo de la capa coloreada?

-Mil florines ?- dijo el alcalde -. Por qu?

- Por haber ahogado las ratas - respondi el flautista.

-Que t has ahogado las ratas? - exclam con fingido asombro la primera autoridad de Hamelin, haciendo un guio a sus concejales -. Ten muy en cuenta que nosotros trabajamos siempre a la orilla del ro, y all hemos visto, con nuestros propios ojos, cmo se ahogaba aquella plaga. Y, segn creo, lo que est bien muerto no vuelve a la vida. No vamos a regatearte un trago de vino para celebrar lo ocurrido y tambin te daremos algn dinero para rellenar tu bolsa. Pero eso de los mil florines, como te puedes figurar, lo dijimos en broma. Adems, con la plaga hemos sufrido muchas prdidas Mil florines! Vamos, vamos! Toma cincuenta.

El flautista, a medida que iba escuchando las palabras del alcalde, iba poniendo un rostro muy serio. No le gustaba que lo engaaran con palabras ms o menos melosas y menos con que se cambiase el sentido de las cosas.

-No diga ms tonteras, alcalde! exclam -. No me gusta discutir. Hizo un pacto conmigo, cmplalo!

-Yo? Yo, un pacto contigo? - dijo el alcalde, fingiendo sorpresa y actuando sin ningn remordimiento pese a que haba engaado y estafado al flautista.

Sus compaeros de corporacin declararon tambin que tal cosa no era cierta.

El flautista advirti muy serio:

-Cuidado! No sigan excitando mi clera porque darn lugar a que toque mi flauta de modo muy diferente.

Tales palabras enfurecieron al alcalde.

-Cmo se entiende? bram -. Piensas que voy a tolerar tus amenazas? Que voy a consentir en ser tratado peor que un cocinero? Te olvidas que soy el alcalde de Hamelin? Qu te has credo?

El hombre quera ocultar su falta de formalidad a fuerza de gritos, como siempre ocurre con los que obran de este modo.

As que sigui vociferando:

-A m no me insulta ningn vago como t, aunque tenga una flauta mgica y unos ropajes como los que t luces!

-Se arrepentirn!

-Aun sigues amenazando, pcaro vagabundo?- aull el alcalde, mostrando el puo a su interlocutor -. Haz lo que te parezca, y sopla la flauta hasta que revientes!

El flautista dio media vuelta y se march de la plaza.

Empez a andar por una calle abajo y entonces se llev a los labios la larga y bruida caa de su instrumento, del que sac tres notas. Tres notas tan dulces, tan melodiosas, como jams msico alguno, ni el ms hbil, haba conseguido hacer sonar.

Eran arrebatadoras, encandilaban al que las oa.

Se despert un murmullo en Hamelin. Un susurro que pronto pareci un alboroto y que era producido por alegres grupos que se precipitaban hacia el flautista, atropellndose en su apresuramiento.

Numerosos piececitos corran batiendo el suelo, menudos zuecos repiqueteaban sobre las losas, muchas manitas palmoteaban y el bullicio iba en aumento. Y como pollos en un gran gallinero, cuando ven llegar al que les trae su racin de cebada, as salieron corriendo de casas y palacios, todos los nios, todos los muchachos y las jovencitas que los habitaban, con sus rosadas mejillas y sus rizos de oro, sus chispeantes ojitos y sus dientecitos semejantes a perlas. Iban tropezando y saltando, corriendo gozosamente tras del maravilloso msico, al que acompaaban con su vocero y sus carcajadas.

El alcalde enmudeci de asombro y los concejales tambin.

Quedaron inmviles como tarugos, sin saber qu hacer ante lo que estaban viendo. Es ms, se sentan incapaces de dar un solo paso ni de lanzar el menor grito que impidiese aquella escapatoria de los nios.

No se les ocurri otra cosa que seguir con la mirada, es decir, contemplar con muda estupidez, la gozosa multitud que se iba en pos del flautista.

Sin embargo, el alcalde sali de su pasmo y lo mismo les pas a los concejales cuando vieron que el mgico msico se internaba por la calle Alta camino del ro.

Precisamente por la calle donde vivan sus propios hijos e hijas!

Por fortuna, el flautista no pareca querer ahogar a los nios. En vez de ir hacia el ro, se encamin hacia el sur, dirigiendo sus pasos hacia la alta montaa, que se alzaba prxima. Tras l sigui, cada vez ms presurosa, la menuda tropa.

Semejante ruta hizo que la esperanza levantara los oprimidos pechos de los padres.

-Nunca podr cruzar esa intrincada cumbre! - se dijeron las personas mayores -.

Adems, el cansancio le har soltar la flauta y nuestros hijos dejarn de seguirlo.

Mas he aqu que, apenas empez el flautista a subir la falda de la montaa, las tierras se agrietaron y se abri un ancho y marav