Cultura Actual

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32 EN EL MUNDO DESDE DIOS Urgidos por este panorama, una pregunta acude rápidamente a los labios: ¿quién ha provocado ese divorcio?; ¿es la cultura moderna esencialmente refractaria a la fe, o es esa fe la que no ha sabido encamarse dentro de ella, originando así su propio extrañamiento? Esa pregunta no podrá aclararse nunca sin una aproximación a las características de la cultura moderna, sobre todo en relación con la fe cristiana, y sin una seria reflexión, analítica e imaginativa, sobre las virtualidades de la fe cristiana para adentrarse en el corazón de la cultura moderna y evangelizarla desde dentro. 1. CULTURA-FE EN EL PANORAMA ACTUAL ESPAÑOL Desde que se rechazó, por excesivamente estrecha, una definición de cultura como sinónimo de erudición y conocimiento sofisticado, han aparecido más de 200 definiciones del significado de la cultura como concepto abarcante de la vida en su totalidad. En un Informe preparado para el Consejo Mundial de las Iglesias se condensan sus diversos sentidos como sigue: «La cultura es un sistema integrado de creencias (acerca de Dios, o de la realidad, o del sentido último), de valores (de lo que es verdadero bueno, bello y normativo), de costumbres (cómo comportarse, relacionarse con los otros, hablar, rezar, vestir, trabajar, jugar, comerciar, comer, etc.), y de instituciones que expresan dichas creencias, valores y costumbres (gobierno, juzgados, templos o iglesias, familia, escuelas, hospitales, fac- torías, tiendas, sindicatos, etc.) que entrelazan a una sociedad y le dan sentido de 3. Citado en A. TORNOS-R. APARICIO, Teoría y análisis de la cultura e inculturación teológica. Una selección de materiales (Ad instar manuscripti), Madrid, pág. 37.

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Urgidos por este panorama, una pregunta acude rápidamente a los labios: ¿quién ha provocado ese divorcio?; ¿es la cultura moderna esencialmente refractaria a la fe, o es esa fe la que no ha sabido encamarse dentro de ella, originando así su propio extrañamiento? Esa pregunta no podrá aclararse nunca sin una aproximación a las características de la cultura moderna, sobre todo en relación con la fe cristiana, y sin una seria reflexión, analítica e imaginativa, sobre las virtualidades de la fe cristiana para adentrarse en el corazón de la cultura moderna y evangelizarla desde dentro. Aproximarse a esas dos cuestiones —y a una tercera, referida a las actitudes con que habrá que abordar esa evangelización— constituye el objetivo de estas páginas.

1. CULTURA-FE EN EL PANORAMA ACTUAL ESPAÑOL

Desde que se rechazó, por excesivamente estrecha, una definición de cultura como sinónimo de erudición y conocimiento sofisticado, han aparecido más de 200 definiciones del significado de la cultura como concepto abarcante de la vida en su totalidad. En un Informe preparado para el Consejo Mundial de las Iglesias se condensan sus diversos sentidos como sigue: «La cultura es un sistema integrado de creencias (acerca de Dios, o de la realidad, o del sentido último), de valores (de lo que es verdadero bueno, bello y normativo), de costumbres (cómo comportarse, relacionarse con los otros, hablar, rezar, vestir, trabajar, jugar, comerciar, comer, etc.), y de instituciones que expresan dichas creencias, valores y costumbres (gobierno, juzgados, templos o iglesias, familia, escuelas, hospitales, factorías, tiendas, sindicatos, etc.) que entrelazan a una sociedad y le dan sentido de identidad, dignidad, seguridad y continuidad»3.

En tonos muy parecidos, con la ventaja de incluir una cierta estratificación de planos, G. Linwood Bamey propone que «cada

3. Citado en A. TORNOS-R. APARICIO, Teoría y análisis de la cultura e inculturación teológica. Una selección de materiales (Ad instar manuscripti), Madrid, pág. 37.

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cultura es una serie de planos, el más profundo de los cuales se compone de ideología, cosmología, y cosmovisión. Un segundo estrato, estrechamente relacionado y posiblemente derivado del primero, es el de los valores. Superpuesto a ambos estratos hay uno tercero, que es el de las instituciones: el matrimonio, el derecho, la educación... Dichas instituciones son un puente para llegar al cuarto y más superficial estrato de los artilugios materiales y de las costumbres observables. Dicha superficie se describe con facilidad y se cambia con una facilidad todavía mayor. Cada estrato es más complejo y abstracto que el anterior, y resulta difícil definir las relaciones funcionales entre ellos. De manera que la cultura es un todo sistèmico, común, integrador y funcional». Como indica el mismo autor, «todo modelo tiene sus limitaciones, y éste de los estratos superpuestos nos muestra suficientemente la interacción de cada nivel con los demás como un sistema dinámicamente operativo. Quizá sería mejor un modelo esférico, en el cual cada estrato está próximo a los demás; o incluso una pirámide, con la cos-movisión como cimiento invisible y con los valores, instituciones y conductas observables constituyendo las tres caras, cada una en interacción con las otras» .

Estas dos definiciones, muy cercanas entre sí, podrían ser-vimos de esquema formal aplicable al panorama cultural español. ¿Con qué nos encontramos al hacerlo? Retomando algunos datos que aparecieron ya en el capítulo 1, completándolos con otros nuevos y enfocando todo ello en la dirección concreta del problema de la evangelización, nos encontramos con el cuadro siguiente:

1.1. Un amplio pluralismo cultural. La fe aparece como una posibilidad más al lado de otras, no por encima de ellas

Es tanto como decir que el plano más profundo al que aluden las dos definiciones anteriores (el de las creencias, cos- movisiones o definiciones de la realidad) y su derivado (el de 4

4. Citado en Ai TORNOS-R. APARICIO, op. cit., pág. 20.

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los valores) han dejado de ser uniformes en la cultura de nuestro país. Las interpretaciones de lo real se han multiplicado, y también los valores que van vinculados a cada lectura cosmovisio- nal. Ser creyente en el seno de una cultura plural como la nuestra será ya, cada vez más, una cuestión de opción personal, y cada vez menos una cuestión de mimesis social. En la pre-moder- nidad, el acto de fe y la propia identidad cristiana contaba con una sólida «estructura de plausibilidad» (Peter L. Berger) capaz de generarlos y sostenerlos. Con el advenimiento de la modernidad, la plausibilidad del acto de fe o se ha debilitado mucho o apenas existe.

¿Cómo afecta este pluralismo cultural al hombre en cuanto potencial oyente de la palabra de Dios, en cuanto creyente? Empecemos diciendo que ese pluralismo le afecta primeramente en su modo de autocomprenderse en medio del mundo y ante los demás, y que, a través de esa influencia en su identidad, se ve afectada también su autocomprensión como hombre religioso.

Pues bien, la identidad del hombre moderno, tal como la describe, por ejemplo, Peter L. Berger, se ha hecho, como consecuencia de ese pluralismo cultural, especialmente migratoria,' especialmente subjetivada y especialmente diferenciada e individuada. Que es especialmente migratoria significa que pasa con facilidad de una lectura a otra, de unos valores a otros, porque ninguno aparece con características de unicidad y estabilidad social. Que está especialmente subjetivada es también una consecuencia del pluralismo: al no poder «hacer pie» fuera de uno mismo, porque fuera de uno mismo no existe más que un suelo movedizo, el hombre moderno se ve forzado a buscar dentro de sí, en su psicología, aquellos elementos que comuniquen una cierta consistencia a su proyecto vital. Como consecuencia de esa curvación obligada, la identidad adquirirá fuertes dosis de subjetividad, de gusto por lo psicológico, de inti- mismo, etc. Identidad especialmente diferenciada e individuada significa autodefmición desde el yo —no desde la colectividad, que está fraccionada, rota, plural— y desde la diferencia. En este sentido, el hombre moderno está en las antípodas del hombre tribal, pero a costa de pagar un precio por ello.

La fe y la evangelización de la cultura encuentran, como ya se puede sospechar, en este primer rasgo de la cultura mo-

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dema occidental y española una primera y seria dificultad. Hoy, en medio de esa cultura pluralista y de las identidades que provoca, se hace especialmente difícil el hecho de adquirir la fe y el hecho de mantenerla. Lo primero, porque la fe no es ya la opción social que se impone sin más —la fe es hoy más objeto de elección que nunca. Lo segundo, porque, aunque se la posea, queda siempre expuesta a la posibilidad de pasarse a «otra creencia». Dentro ya de la vivencia de la fe, la marcada subjetivación e individuación de la conciencia moderna hará que el cristianismo vivido se tiña de múltiples elementos subjetivos, un tanto caóticos e intimistas, de una autocentración tal que haga difícil el paso de lo individual a lo comunitario y del nivel celebrativo al del compromiso social.

No todo, ni muchos menos, aparece como negativo, en este ascenso de la modernidad, con respecto a la fe. El pluralismo de culturas ayuda a relativizar sanamente las propias creencias. El avance de la subjetividad puede ayudar a trazar proyectos de vida más personales y menos inducidos. La especial individuación y diferenciación, además de estar en la base del «descubrimiento» de los derechos del hombre, puede ayudar al desarrollo de la propia originalidad, lo mismo que a la afirmación del valor absoluto de la persona, aspecto éste tan central en la afirmación cristiana del hombre como imagen e hijo de Dios.

1.2. Una cultura fuertemente secularizada. A Dios le han salido competidores en la legitimación de la vida, tales como las ideologías, las ciencias, el nihilismo o el propio yo

Las ciencias físico-matemáticas y el progreso técnico están en la base del advenimiento del mundo moderno. No es de extrañar que, habiendo supuesto este progreso la liberación de tantas esclavitudes en muchos órdenes de la vida, el hombre moderno, hasta hace bien poco haya elevado la idea clara y distinta que subyaée al pensamiento científico y la demostración empírica que subyace a todo progreso técnico, a la categoría de modelo indiscutible y único de acceso a la verdad de las cosas. De ahí a negar validez a todo planteamiento que se salga de ese marco —por nebuloso y no sometible a la razón instrumental—

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no hay más que un paso, paso que dieron muchos de nuestros contemporáneos. Decimos «hasta hace bien poco», porque será justamente la postmodemidad la que ponga en tela de juicio en nuestros días ese optimismo y reducción racionalista, aunque no para volver a afirmar la idea de Dios.

Los tiempos modernos encontrarán en las ideologías otro aliado para su explicación del mundo y de la vida a partir ex-clusivamente de sus causas inmanentes y para legitimar los valores de un modo absolutamente autónomo. Positivismo y marxismo serán las dos ideologías que jueguen, durante mucho tiempo, un papel determinante en la cultura moderna. Hoy, parte del pensamiento, cansado ya de las grandes palabras y los grandes «metarrelatos» que no terminan nunca de verificarse históricamente, tenderá a instalarse en una cultura del «fragmento», del vacío de los grandes sentidos, del «nihilismo positivo», que consiste en admitir que la vida es así de pequeña, así de vacía, negándose, sin embargo, a entrar por ello en los planteamientos trágicos del existencialismo de postguerra.

Ciencias e ideologías han ido tomando, poco a poco, el lugar de Dios en la tarea de explicar el mundo y legitimar los valores desde una perspectiva de autonomía radical. Para muchos de nuestros contemporáneos, Dios se ha convertido en una hipótesis progresivamente superflua. La cultura tiende a configurarse como una cultura sin Dios.

Si retomamos aquí la teoría de los estratos culturales esbozada más arriba, nos encontraremos con el siguiente panorama: al nivel cosmovisional, el más profundo, Dios tiende a ser sustituido en la cultura moderna, como clave explicativa de todo, por las ciencias, las ideologías o el yo. A nivel de valores, plano derivado seguramente del anterior, lo que es bueno o malo, moral o amoral, normativo o no, tiende a concluirse desde una fundamentación autónoma y no desde su fundamentación última en Dios. En cuanto a las instituciones que expresan las creencias y los valores (matrimonio, familia, gobierno, etc.), el vuelco va en la dirección de una legitimación civil, más allá de todo entroncamiento en una legitimación o fundamentación religiosa.

¿Puede hablarse entonces de una secularización absoluta —o de una tendencia imparable hacia ella— en la cultura moderna española? Ciertamente, no. La religión pervive en más huecos y síntomas de lo que muchos quisieran pensar e incluso

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admitir. En nuestro país, la mayor parte de la gente sigue de-clarándose religiosa, creyente en Alguien o Algo («alto tiene que haber»), y no es cierto que esa creencia no tenga ninguna repercusión en su visión de la vida y en sus costumbres observables, es decir, que no forme parte de la cultura a esa nivel. (La secularización ha afectado mucho más a las instituciones que a las experiencias religiosas. La tesis de la irreversible irrelevancia del hecho religioso en España es totalmente precipitada, y la postura de los partidos políticos —que se debate entre el silencio y la manipulación— torpe. Sociológicamente, la religión sigue siendo en España un potente «capital simbólico». Véase a este respecto el interesante libro de Rafael DIAZ SALAZAR que citamos en la nota 18 del presente capítulo). Es más, mientras la religión se mueva a ese nivel personal y privado, un cierto pensamiento laicista, muy consciente de las libertades personales, no tendría nada que objetar en su contra. Se trataría únicamente de ámbitos de la propia intimidad que a nadie molestan. Lo que se pide a la religión y a la fe es que no jueguen papeles públicos, que se privaticen totalmente. En otro artículo de este mismo número se aborda en directo él tema del catolicismo popular en nuestro país. Su gran reto para la Iglesia consiste en que no se aparte de él ni lo desprecie, sino que, situándose con cercanía y paciencia en sus valencias positivas —que las tiene— y anunciando en ellas el Evangelio de Jesús, tire de él hacia la fe personal y comunitaria en el Dios anunciado por Jesucristo, que ciertamente parece bastante distinto de ese «Alguien-Algo» de un arraigado instinto religioso.

Aparece ya suficientemente, creo yo, esta segunda fuente de dificultad para el acto de fe y para la evangelización en la cultura moderna. Es cierto que una fe cristiana ilustrada y adulta sabe conjugar perfectamente la fe en el Dios de Jesús con la afirmación de la autonomía de los procesos físico-históricos y de la libertad personal —Dios no es rival de la Ciencia ni de la libertad—, pero una visión creyente así de elaborada no ha pasado a formar parte de la cultura. Se mantiene en unas pocas cabezas y en unos libros de teología que sólo los iniciados leen. También por este capítulo se ha hecho verdad que en estos tiempos es más difícil adquirir la fe, y más difícil también conservarla.

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1.3. Un fuerte materialismo y hedonismo narcisista, muy presente en la cultura actual, produce un corrimiento de la pregunta religiosa en el hombre hacia cuestiones consumistas y preocupaciones «psi»

Por moderno, el hombre actual está anclado en otros dos principios, además de la razón instrumental: la acción, que tiende a reprimir la actividad contemplativa, y el infinito cuantitativo (tener), que excluye la búsqueda del infinito cualitativo (ser). Por pósmodema, la joven generación ascendente —de espaldas a todo planteamiento utópico por una parte, y con las posibilidades de vivir «a la carta» que le ofrece el consumo de masas por otra— vive fuertemente colgada de su propio yo, sobrein- virtiendo preocupaciones en cuestiones que no van más allá de la propia realidad en cuanto experiencia del presente —presen- tismo esteticista-— o en cuanto futuro personal amenazado —instalación en una cierta desesperanza.

En ambos casos, por moderna y posmodema (que una mezcla de ambas cosas parece ser la cultura española del momento), lo que sí aparece claro es que el pathos de nuestra sociedad no es apto para canalizar de una manera connatural la pregunta religiosa del hombre actual, al dirigir sus preocupaciones vitales hacia la acumulación, el consumo o las preocupaciones «psi». He aquí una tercera fuente de dificultad para la fe en medio de esta cultura y para la evangelización de esa misma cultura, en la que. será necesario crear primero demanda, para hacer después oferta. «Esta es la paradoja del sacerdote: hacer al mundo una oferta que él considera suprema y esencial, para la cual, sin embargo, no existe demanda aparente. Y ésta es, por consiguiente, una de las primeras condiciones de nuestra perduración gozosa y de nuestra eficacia apostólica a largo plazo: ser conscientes de que no venimos a responder a necesidades explícitamente sentidas, sino a descubrirlas y a crearlas primero, y sólo después a responderlas y saciarlas»5.

* !¡í *

5. COMISION EPISCOPAL DEL CLERO, Sacerdotes para evangelizar, Edice, Madrid 1987, págs. 38-39.

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No es sano ni bueno consideramos más pecadores y menos aptos de lo que ya somos. Guando se enfoca el problema de la evangelización del mundo moderno, lo mismo que el del alejamiento de la juventud con respecto a la Iglesia, o el problema de la escasez de vocaciones, está claro que una parte de culpa está en nosotros, hombres y mujeres de Iglesia, en nuestra baja calidad sacramental y profética, pero aún está más claro que ésa no es hoy la razón más fuerte y principal. La razón más fuerte y principal está fuera de nosotros, en la cultura ambiental, con su poderosa fuerza configuradora, que, hoy por hoy, no induce ni a la fe en Dios ni al seguimiento de Jesús ni a la consagración total de la vida al Reino de Dios. Mejor que echarnos encima más culpa de la que ya tenemos, será reflexionar sobre las actitudes con las que tendremos que salir al encuentro de este mundo (un mundo que es de Dios y al que queremos amar con su mismo amor) y las posibilidades que tiene el Evangelio de hacerse presente en él a través de nuestra imaginación y creatividad como religiosos y de la resistencia cultural que sea preciso generar. Eso es lo que vamos a intentar a continuación.

2. ACTITUDES ANTE LA NUEVA EVANGELIZACION

Quisiera referirme, concisamente, a las siguientes:

2.1. Romper el círculo ideológico

Lo queramos o no, pensemos así o no, hay una estrecha dependencia entre nuestro modo de pensar y nuestro modo de vivir y actuar. Tal como sea el uno, tiende a ser el otro, y viceversa: un determinado modo de vivir y de hacer configura un determinado modo de pensar, y éste, a su vez, refuerza a aquél. Ya se lo recordó un ilustre ministro socialista a sus colegas de la jet society: «vivid como pensáis, para que no terminéis pensando como vivís». Pues bien, una primera actitud al afrontar el problema de la evangelización del mundo y la cultura actual española es romper en nosotros ese círculo ideológico que nos saque de nuestras maneras «habituales» y repetitivas de vivir y de pensar. ¿Cómo?;Vamos a necesitar, en primer lugar, el shock de una experiencia que

vaya más allá de una simple captación intelectual.