De cuando me andaba quedando orate por los nicknames

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¡Feliz cumpleaños Windows Live Messenger! Un día como antier, pero de hace diez años, nació el MSN Messenger Service. Una aplicación que permitía a los miembros de Hotmail comunicarse entre sí en tiempo real. Entonces había ICQ, que en paz descanse. En la actualidad, el llamado Windows Live Messenger, es el mensajero gratuito más utilizado del mundo. * * * Podríamos hablar de nombres. De esa institución escrita en cualquier parte, como en flyers y otros impresos para dar a conocer esta mesa, por ejemplo, y que goza de la más alta jerarquía en el lenguaje y también dentro de las relaciones sociales. El derecho a tener un nombre es más o menos universal y está estipulado en el principio 3 de la Declaración de los Derechos del Niño de la Asamblea General de la ONU que, no por ser miope, occidentalista y bárbara, deja de ser una buena referencia para sustentar mi arbitraria designación del nombre como una institución. De hecho, en los países adscritos a la ONU el registrar a un niño por su nombre es imperativo y está legislado.

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Este texto fue leido en el marco de la exposicion Radio Global @ MAZ en julio de 2009. Era una mesa sobre redes sociales o algo asi.

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¡Feliz cumpleaños Windows Live Messenger!

Un día como antier, pero de hace diez años, nació el MSN Messenger Service. Una aplicación que permitía a los miembros de Hotmail comunicarse entre sí en tiempo real. Entonces había ICQ, que en paz descanse. En la actualidad, el llamado Windows Live Messenger, es el mensajero gratuito más utilizado del mundo.

* * *

Podríamos hablar de nombres. De esa institución escrita en cualquier parte, como en flyers y otros impresos para dar a conocer esta mesa, por ejemplo, y que goza de la más alta jerarquía en el lenguaje y también dentro de las relaciones sociales. El derecho a tener un nombre es más o menos universal y está estipulado en el principio 3 de la Declaración de los Derechos del Niño de la Asamblea General de la ONU que, no por ser miope, occidentalista y bárbara, deja de ser una buena referencia para sustentar mi arbitraria designación del nombre como una institución. De hecho, en los países adscritos a la ONU el registrar a un niño por su nombre es imperativo y está legislado.

Esta norma ha tenido pequeños extravíos. Tenemos el famoso caso de Albin en Suecia. Sus padres se negaban a registrarlo legalmente pero, tras el fallo de una corte y con una multa de 500 euros por no presentar al bebé en los anales de las actas antes de los cinco años, los progenitores eligieron el nombre de Albin que se escribe con 38 consonantes y cinco cifras (Brfxxccxxmnpcccclllmmnprxvclmnckssqlbb11116), pero la corte lo

rechazó. Entonces, los padres trataron de cambiar el nombre a «A» (también pronunciado «Albin») pero obtuvieron otro no por respuesta, ya que –según Wikipedia- en Suecia está prohibido tener un nombre de una sola letra.

O también tenemos el caso de Ecuador en donde un Registro Civil lanzó un decreto en el que rechaza la inscripción de niños con nombres “estrambóticos”, típicos en la provincia de Manabí, donde hay quienes se llaman Espíritu Santo, Hitler, Coito e incluso Conflicto Internacional.

En Dinamarca existe la Ley sobre Nombres Personales que busca proteger la integridad de sus niños.

Son ejemplos de las artimañas del Estado para conocer al infractor (no así al que acata y obedece, ya que a esos no son conocidos sino reconocidos). Así, portar un nombre es un juego de convención y, por lo tanto, de cierta legalidad. Pero, por el momento, bastará con afirmar que el nombre es una categoría gramatical para designar al sujeto y para diferenciarlo de otros.

Con el messenger encontramos una especie ilícita por su naturaleza caprichosa y radical: el nickname es un agente proscrito. Si bien es una herramienta de cualquier programa virtual de mensajería instantánea que sirve para que cada usuario se identifique dentro de su red de contactos, tiene la característica de ser tan cambiante y ambiguo como 118 caracteres (al menos en la última versión de Windows Live) lo permitan.

Lejos de quedarse como uno de los grandes logros del binomio que abanderó el progreso mexicano durante décadas, o sea, “inglés y computación”, este término vino a reclamar un lugar propio, entre millones de hispanohablantes en la República Mexicana.

Dentro del contexto del lenguaje virtual, el nickname se utiliza en México desde hace unos ocho años. Desde entonces ha sido adoptado como una nueva palabra dentro del habla de un gran número de

personas y ha sido despojado de la posibilidad de ser traducido del inglés. Sin embargo, su significado original tiene equivalentes precisos en nuestro idioma que nos dan ciertas inferencias sobre su naturaleza.

Nickname en inglés significa literalmente apodo, que el Diccionario de la Real Academia Española define como "nombre que suele darse a una persona, tomado de sus defectos corporales o de alguna otra circunstancia". Si los apodos se fijan a partir de ciertas características de las personas para hacer una distinción de cariño o desprecio, tal vez esta sea la sustancia que los coloca –en cuanto a efectividad entre los interlocutores- por encima de los nombres de pila. En esta indefinición de los nombres alternos, tal vez gramaticalmente más cortos pero con un significado es en donde se inicia cierta mitología de los furtivos, los huidizos, los que se cambian el nombre.

Por eso suponemos que con los apodos cibernéticos autoinfringidos (léase nickname), estamos frente a una nomenclatura de la incorrección, algo que se designa a partir de un fenómeno, ya que el destinatario del mensaje es el que está notando particularidades propias o ajenas para nombrarse. Dentro de categorías infractoras tenemos entre otros, el seudónimo (que la RAE define como “Dicho de un autor: Que oculta con un nombre falso el suyo verdadero”); el heterónimo (podemos decir, varios seudónimos), y el alias que es un apelativo “alienado” por ciertas circunstancias y para fines de los que el ejecutante no se ufane.

En el caso del nickname estas posibilidades son legión. Aunque nos encontráramos con que uno de nuestros rubicundos monitos del lado izquierdo de la lista de contactos pertenece a una persona modesta que jamás cambia su nickname y que, además, tiene su nombre de pila para mostrarse; en la mayoría de los casos, el hueco que sigue a la indicación “Escriba su nombre como quiera que lo vean

otros usuarios” es llenado con tal regocijo, que el tema del nombrar se queda en un mero ejercicio preescolar.

Para intentar un esbozo sobre esta fauna cibernética, propongo seguir el orden de una lista. Por buscar al menos una referencia pertinente para este texto, y más aún por tener el gusto de volver a hojear el libro, me remito a El libro de la almohada escrito en Japón por Sei Shônagon alrededor de 990, y cuya naturaleza se encuentra en el gusto por escribir listados. De esta manera la autora enumera “Cosas deprimentes”, “Cosas odiosas”, “Cosas que suscitan una profunda memoria del pasado”, “Cosas que no pueden compararse”…

Al igual que Shônagon elaboraba cada imagen a partir de un proceso de agrupación e incluso de contraste, los nicknames se saben parte de una lista y buscan, dentro de ésta, su propio albedrío. En nuestra lista, el denominador común es la función de llamarse, en forma consecutiva. Una y otra y otra vez.

La repetición es una de las prácticas que justifican al lenguaje, y por lo tanto, da sentido al afán humano de distinguir minucias. Por medio de las repeticiones fundamos una fe y tenemos una infancia placentera: las letanías, oraciones o mantras nos absuelven de toda atención que exijan las situaciones intrínsecas a lo ajeno, lo que perturba por ser diferente, no clasificado ni conocido. La repetición de acciones o palabras la usamos para aprender reglas, para acatar el estricto orden de la memoria, para trazar un lugar de coincidencia en las rectas de la ciudad; pero, sobre todo, para acumular. La cantidad se vuelve un tratado de poder.

El Messenger es el juego de acumular identidades. La fallida estampa de otras personas sentadas, con las piernas abiertas o cruzadas, con una foto suya bajo la Torre Eiffel o con cualquier imagen con caducidad de horas tomada de cualquier blog de diseño; se convierte en el mejor alimento para nuestra cifra particular. Los monitos verdes conectados, los rojos ausentes, los amarillos inactivos

son el lauro vertical de cada día. Entre más quepan en la ventana de contactos mejor, más opciones para redactar un saludo o para hablar del clima. Cada uno de ellos es una pulsión que nos invita a acicalarnos para salir al gran espectáculo.

Así es como inicia el convite. Los primeros en llegar son los que obviaron el disfraz y se dirigen a tomar los pasillos. Estos nicks, Jorge, Sol, Ana, Jacobo, ondean su nombre de pila sin más misterio que los motivos de sus padres al registrarlos o motivos extra curriculares que no vienen al tema y que se aplican en toda la clasificación aquí mostrada.

Luego vienen los que usan antifaz. Éstos son nicks que pueden ser una palabra o varias, en cualquier idioma, que son arbitrarios, ya que los usuarios que los portan son los únicos que saben por qué se hacen llamar así y no buscan comunicar nada, más que, como los que usan sus nombres de pila; se buscan un apelativo y ya. Éstos sirven generalmente de los signos de puntuación para acicalar o patentar su marca, así tenemos que .crane., .nadaporaquí. o .souvernirs. (todos estos entre puntos) jamás han cambiado su nickname o lo han cambiado por otro que dura varios meses. Otros entusiastas echan mano de guiones largos, cortos, diagonales, signos de interrogación, de exclamación, comas, series de dos puntos, puntos suspensivos y/o todas las anteriores.

El resto son frases que, por el espacio, tienden a ser citas, máximas o aforismos propios y ajenos. Es en este plano el Messenger funge como un epíteto (es decir, adjetiva o caracteriza al sujeto a quien nombra); más que como un llano vocativo: no soy mi nombre sino lo que mi nombre dice que soy. Por ejemplo: “La realidad es un chiste que ya me está poniendo nervioso…”, un verso de Ricardo Castillo que en este caso designaba la perturbada condición de cierto contacto.

Otro ejercicio frecuentado es la deconstrucción y los juegos de palabras, es decir, tomar un concepto o una frase y deformar su sentido con un mero objetivo lúdico: “sobras selectas”, “nickcionario”, “bislexia”, “complemento circunstancial de moda”, “Los wikipedistas franceses”… Los hay de jergas. De colores. Hasta mecanismos publicitarios o fechas cercanas a un acontecimiento. Cualquier tópico participa.

Después vienen los referenciales: “Se renta”, “No estacionarse”, “Prohibido anunciar”, “Salida de Emergencia”; los hay con un guiño reflexivo: “Se traspasa nickname”, “Este nickname no tiene erratas”, etcétera.

Por último viene la función más recurrente: contar los acontecimientos trágicos en la maquila de lo cotidiano. En este espacio se logra hacer visible cualquier mínimo contratiempo, es la perfecta ejecución en las asignaturas del fracaso. “No me entiendo”, “Se me está saliendo el chamuco”, “Esperando ecos que no hay”, “En la 46 sin saber bien qué onda”, “no dio tiempo para decirle”, tienen como común denominador un interlocutor tácito que no está por el momento o una carencia de cualquier índole. Mostrar los estados de ánimo como una forma de nombrarse es una “solución final”, un exterminio sustentable y renovado; el autoescarnio en su más alta valía. Éste es finalmente la sentencia que exige esta épica; a cambio da un patíbulo alto y vistoso a los participantes. El concilio de esta tragedia es el pacto de retroceder, pero sólo un poco. Así pues, toda flagelación será el dios portentoso un día, y al siguiente a penas y llenará los espacios grises de abajo, esa sombra debilucha que acompaña al nickname como una especie de semidios con rabo de cabra.

Como en todo acontecimiento trágico, los días gloriosos y sus once treinta de la mañana también tienen su espacio en la caracterización. Así como la miseria se muestra en una inhóspita

economía del lenguaje, los atisbos de esperanza, la belleza de algo breve y perecedero, se postulan como premisas seguir participando en el juego de identificación dentro de las redes sociales.

Es gracias a esta especulación que existen usuarios, usureros y usurpadores del lenguaje. En este caso el nombre va y viene, se desenvuelve, rehace lo que borró y no navega en otro sitio. Es a través de esta maraña que recreamos el gusto por vandalizar la identidad, vandalizarse a sí mismo, esgrimirse de las instituciones convocadas en cada quién.

Para terminar, debo añadir que como una coloquial ejecutante del Messenger mi herramienta favorita es la más sucia, cobarde, tramposa y fácil de pronunciar: la opción de “Agregar un alias”, aplicable a cualquiera de mis contactos, me arroja a una indigencia de la identidad. Una gran bacanal del sobrenombre en la comodidad de mi oficina (de gobierno).

Esta burla es el evasor capital de la criptografía de nuestro tiempo: usamos un password que ocultamos en la más rancia vasija de nuestra memoria para lucir un nombre hilarante, modelar las ridículas deficiencias propias y ajenas, pero sobre todo, para comprobar que el nickname no es más que otro eslabón del minucioso compendio de la épica y de nuestros dioses que no son más que nombres propios comunes.