De dónde venimos... y para dónde vamos

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Ensayo sobre la civilización occidental

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A mi madre, que me enseñó a leer y,

más importante aún, a amar la lectura.

Porque puso en mis manos mi primer

libro sobre mitología griega

y mi primera Biblia.

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Introducción

Desde siempre he sostenido que la historia no es un relato de guerras, de fechas y nombres. La historia es la comprensión de la perspectiva de las personas que habitaron un lugar en un tiempo, y a esa comprensión sólo se llega entendiendo qué era lo que esa gente creía. Hubo muchas guerras de las que ya nadie tiene recuerdo, pero la fuerza que impulsó a nuestros antepasados a construir templos monumentales y la música más enaltecedora del espíritu humano sobrevive largamente a las fronteras de su época y da forma a toda la cosmovisión cultural de los pueblos milenios más tarde.

La herencia que imprime en nuestro espíritu ciertos valores que damos por sentados es un patrimonio muy antiguo y suele haber resistido el embate de cientos de generaciones de jóvenes convencidos de que sus mayores están absolutamente equivocados, de encuentros con otras diversas culturas y de avatares que acarrea la vida. Es por ello bastante sólida y sumamente estable. Es lo que llamamos “sabiduría ancestral” y que de alguna manera atribuimos últimamente sólo a algunas tribus aborígenes perdidas olvidando que llevamos la propia inserta en nuestro más profundo ser interno, que nacimos y crecimos con ella, sobreviviente de mil batallas.

Quisiera dar un vistazo a nuestras fuentes, las que alimentan lo que hemos llegado a ser y que constituyen una cosmovisión poderosa y madura, que ha sobrevivido en el tiempo hasta nuestros días probando con ello que funciona y que es capaz de adaptarse y progresar con la gente en lugar de fijarla en una época determinada para siempre hasta que su inflexibilidad la haga sucumbir como ha ocurrido a tantas otras culturas. Para esto deseo compartir una visión propia, una interpretación personal de lo que nos enseña el pasado y lo que del presente no es realmente más que una nueva versión de una muy vieja mirada.

Colliguay, Agosto de 2013.

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Capítulo 1: El Primer Pilar

Hubo en la antigüedad un pueblo especialmente floreciente en todo aquello que enaltece al ser humano. Descollaron de modo brillante en ciencias, artes, filosofía y política. Hablamos, claro está, de los griegos.

Los griegos no estaban sólo en Grecia. Habitantes de un territorio pobre de suelos, árido y pedregoso, no podrían haber abastecido a su pueblo solamente de su producción agrícola y la pesca, de modo que fueron avezados marinos dedicados activamente al comercio, para lo cual sentaron bases en todas las tierras con las que tenían tratos. Tenían ciudades-estado griegas desperdigadas por todo el Mediterráneo, Asia Menor y el Mar Negro. Diferenciaban claramente entre los ciudadanos de estas ciudades, donde quiera que estuviesen (civilizados) y los habitantes del entorno (bárbaros). Todo esto mucho antes de que Alejandro Magno fundara el Imperio Helénico. Los más conocidos pensadores griegos provenían en realidad de Jonia, en Asia Menor, y muchos de ellos eran nativos de las polis griegas de España, Italia o África.

En realidad los griegos no eran un pueblo, sino la convivencia nada pacífica entre dorios (espartanos) y jonios (atenienses) principalmente, aunque había también otras etnias incorporadas en esta comunidad helénica. Su rasgo común más destacado era el pavor a la tiranía, lo cual les llevó a diseñar buen número de recursos para coartar el poder de cualquier gobernante, desde la división del poder entre dos reyes, ambos bajo rigurosa supervisión de delegados electos por el pueblo y cambiados con frecuencia (Esparta) hasta una forma de democracia senatorial en Atenas, pasando por diversas variantes.

Los griegos y romanos de la época clásica tenían una religión que conocemos bastante bien: tenían miríadas de dioses, cada cual con sus peculiares historias. Por ejemplo Cronos, el Dios del tiempo, que devora a sus hijos al nacer hasta que la madre salva a Zeus entregándole al padre una piedra envuelta en pañales que él se traga en lugar del bebé, de modo que Zeus podrá crecer a salvo y a su tiempo destronarle y tomar el control del Olimpo…

Pero, un momento. Hay algo raro en esta historia… ¿No eran estos tipos los que inventaron la trigonometría, la ética y la democracia entre otras bagatelas?... Algo no cuadra… ¿Cómo es que personas de tan aguda percepción iban a creer tamaña insensatez?

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La respuesta es bien evidente: no la creían. Nunca creyeron eso del modo que nosotros lo asumimos. Somos nosotros los pelmazos a los que nos han contado que creían esto, pero la verdad es impresionantemente diferente para los que quieran asomarse un poco y descubrir cómo es que las creencias de la antigüedad en realidad sí forjaron la democracia, la filosofía clásica y otras bases de nuestra cultura.

Estamos hablando de una cosmovisión cultural que generó unas matemáticas, física, geometría y astronomía que hoy estudian nuestros hijos, una arquitectura monumental que perdura junto a artes llenas de contenido como el teatro o las fábulas, una escultura exquisita, una filosofía que forjó la civilización occidental, un pueblo que fundó los cimientos de las actuales física (concibieron el átomo), química y astronomía, inventó la lógica y la estética, el deporte como tal, el debate argumentado como medio de resolver problemas, la razón como sistema de comprensión del cosmos…Nada de esto tendría base ni sustento de no ser por un concepto que le entregue el necesario cimiento para construir encima: la confianza ilimitada en el ser humano.

De niña me contaron que Cristo hablaba en parábolas porque de esa manera ilustraba mejor lo que quería explicar a gente más bien bobalicona que de otra forma no iba a entender. Con el paso del tiempo me pareció más bien que lo hacía precisamente porque la gente no era nada tonta y podía darse el lujo de ser poético. Sin embargo no dudo que alguien pudiese decir todavía que Cristo era un tipo que iba dando consejos de agricultura y siembras a sus discípulos, y más de alguien podría creérselo.

Vamos a volver sobre la historia anterior desde el punto de vista griego: Cronos, el tiempo (no el Dios del tiempo, sino el tiempo a secas, ya que no es una deidad al modo del Dios cristiano con poder sobre el tiempo, sino que es una representación del tiempo mismo), desposado con Rea, una de las manifestaciones de la Tierra que celebra en particular la fertilidad y la maternidad, procrea hijos a los que devora. Pensemos ahora en el sentido de esto. El tiempo se traga a las criaturas que genera a medida que las produce. En las entrañas del tiempo se pierden las obras del tiempo sobre la tierra (con el tiempo surgen montañas que el tiempo mismo consume). Sin embargo uno de estos hijos nacidos de la tierra y el tiempo, protegido por la tierra misma, no logra ser tragado y dejado atrás por el paso inclemente de las épocas y se levanta para destronar al padre y dominar al cosmos: Zeus, el Hombre.

¡Bingo!... Acá está la clave de todo el asunto: los griegos no eran politeístas, eran antropocentristas de un modo religioso. Sacralizaron al ser humano.

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Más aún: deificaron al hombre. Los grecorromanos no creían en ningún dios, eran absolutamente humanistas. Creían en la ilimitada capacidad del hombre para entender y dominar todo a su alrededor. El hombre está destinado a gobernar sobre todos los elementos y destrona al mismísimo tiempo del poder sobre la naturaleza.

En la cultura helénica, orgullosa de sí misma, el ser humano es el centro de todo. El hombre podría entender todas las cosas con su mente asombrosa (y se dedicaron a ello con el afán del que sabe que puede), el hombre podría dominar a los elementos con su tecnología, iluminar al universo con su arte, perdurar como civilización humana por los siglos y los siglos, mejorando siempre, por encima del tiempo. El Hombre construye ideas y monumentos que permanecen más allá de su propia vida, comprende la esencia misma de las cosas, genera una civilización que perdurará para siempre…

En su honor se celebraron juegos para adorar la belleza y la capacidad del cuerpo humano, se esculpió una y mil veces el cuerpo perfecto de los atletas para representar a los dioses que a su vez representaban al ser humano en cada una de sus facetas, se rindió culto al entrenamiento de la mente y del cuerpo como un todo magnífico y se creyó en el potencial infinito de la persona. El deporte era también un modo de ensalzar al ser humano, su físico, su armonía, su plena capacidad, su hermosura y perfección. Se llevo al límite la capacidad humana para construir edificios, comprender fenómenos, generar obras maestras, siempre intentando superar la última frontera ya alcanzada.

Una vez aclarado este aspecto todo lo demás se hace comprensible.

Por ejemplo desde este punto de vista es fácil comprender que se diera preponderancia a liceos y gimnasios, para que la mente y el cuerpo ampliaran cada vez más sus límites naturales como la tarea más importante que pudiera darse a la sociedad, que todos tuvieran como prioridad el estudio y el deporte como medio de superación y competencia en el contexto de un culto en este sentido. Es evidente que se entendiera a los hombres como potencialmente iguales y la democracia entonces caía por su peso, ya que los hombres eran los artífices de su propia existencia, dignos de todo el respeto, requiriendo entonces de un sistema equitativo de gobierno en que la opinión de cada ciudadano valía tanto como la de cualquier otro.

Sólo que no todos los hombres eran ciudadanos.

Respecto a los cultos en templos diversos también se explican bajo la misma luz. Tomemos por caso a Ares, personificación de la guerra. La guerra era un

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fenómeno real, inevitable en ocasiones, aunque indeseado. Era una faceta del ser humano y por ende tenía su puesto entre sus atributos, negativos o positivos. Nadie en su sano juicio creía que los hombres eran espoleados a la guerra realmente por un patán grandote con armadura brillante y medio descerebrado, pero sí creían que si bien la guerra podía ser eventualmente necesaria el afán guerrero humano debía ser cautelosamente manejado. Los templos (muy pocos) de Ares eran mantenidos clausurados con varias cerraduras, y sus llaves enterradas en lugares secretos que sólo unos pocos sacerdotes conocían. No debían abrirse en tiempos de paz, y abrirlos constituía una complicada ceremonia. El mensaje era claro: la guerra no era un juego, llegar a ella debía ser tan difícil como se pueda, aunque no imposible si se justifica. La representación de la guerra era un soldado tremendo, poderoso, acompañado por el terror y la fobia, pero veleidoso, agresivo, inconstante y estúpido. Su rival permanente era Atenea, representación de la sabiduría y la inteligencia.

Una fábula típica cuenta que los habitantes de una nueva ciudad buscaban un patrón para ella, y llegaron a la vez Poseidón (el océano, que permitía el comercio y el contacto, pacífico o no, con las demás naciones) y Atenea (la razón). Se decidió que la ciudad llevaría el nombre de aquel que aportara lo que fuera más útil para el pueblo. Poseidón hizo nacer un caballo, diciendo que con él serían invencibles en la guerra, Atenea entonces hizo brotar un olivo, explicando que sería el símbolo de la paz. La ciudad se llamó Atenas.

Las relaciones entre los “dioses” son interesantes para la plena comprensión del criterio subyacente. El hombre (Zeus), que domina sobre la tierra y los cielos, es el hijo más joven del tiempo. El océano (Poseidón) es mucho más viejo, pero es hermano del hombre en tanto hijo de la Tierra y del Tiempo, sin embargo es el hombre quién rescata al océano de las entrañas del tiempo para entregarle la gloria. El hombre es quién convierte al mar de una mera masa de agua en una ruta comercial, en interacción entre las naciones, en fuente de riqueza y dinamismo, y también en una vía directa en la guerra y la conquista.

¿Y todos los otros dioses?... Representaciones muy bellas de esto y de lo otro. No pretendían “explicar” nada, sino sólo hacer arte con lo cotidiano. Nadie creía que las Parcas estaban en algún lado tejiendo realmente un tapiz con hilos que se anclaban en las vidas individuales, pero es la más preciosa representación que conozco de la urdimbre de la existencia.

Las miríadas de deidades “inferiores” eran encarnaciones del espíritu de la naturaleza. Es importante mantener claro que por “dios de” lo que se quiere decir es más bien “espíritu de” o “esencia de” como hoy lo entenderíamos, o lisa y llanamente la cosa en sí. La naturaleza es vida y la vida es energía, fecundidad,

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belleza. Las criaturas que poblaban los bosques danzando entre árboles y arroyos eran símbolos de aquella fuente vital hermosa y natural que debía ser respetada y preservada, muy al estilo de nuestros ecologistas actuales. Está representada en el caso de las hamadríades, por ejemplo. Una dríade era una ninfa de los bosques, una hamadríade era una dríade que habitaba dentro de un árbol. Un árbol era una cosa casi sagrada en un país muy soleado y pedregoso en que la necesidad de madera podría haberlos extinguido rápidamente para construir barcos, herramientas o casas por ejemplo. Para talar un árbol era preciso llevar a cabo una ceremonia que duraba siete días, en la cual la hamadríade se buscaría otro retoño con el cuál crecer para no perecer con el árbol a golpes de hacha. Una hermosa tradición muy poética que en síntesis hacía muy engorroso cortar árboles y cada vez que era realmente necesario obligaba a pedir perdón a la vida y a la esencia del árbol, tomando conciencia de que se estaba haciendo algo que no era trivial ni carente de importancia, lo que probablemente salvó los bosquecillos de Grecia.

No estamos frente a una adoración de objetos. No se rendía culto a los árboles, sino que se les respetaba como árboles. El ser humano era entendido como parte de un todo, como un ente de la naturaleza sujeto en mayor o menor medida a los designios de esta, por más que la gobernase.

Afrodita por ejemplo no era la mujer, ni siquiera la mujer bella. Y evidentemente no se trataba simplemente de una señorita ligera de cascos. Afrodita era el irresistible llamado de la naturaleza para perpetuarse. Representada hermosa, atractiva y fecunda era más que la belleza, la fecundidad o la sexualidad en sí, era el ansia de la vida por sí misma, el espíritu de la vitalidad. Sin su influjo la vida simplemente no sería posible. Nacida de la espuma del mar fecundada por los cielos, la delicada energía de la vida está desposada con las fuerzas más antiguas y tremendas de la naturaleza, como la potencia de los volcanes. Cada una de sus historias representa una faz de esta fuerza arrolladora en el quehacer humano. Es de notar la profunda relación psicológica que los griegos ven entre la sexualidad y la agresividad, representada en la de Afrodita (Venus) y Ares (Marte).

Apolo y su hermana gemela, Artemisa, personifican la luz. El intelecto, las artes, las ciencias son parte de la luz, y en este sentido son hijos de Zeus, el hombre. Las musas, que encarnan la inspiración que ilumina la mente de estudiosos y artistas, son el séquito de Apolo. El Sol y la Luna son otra representación de estas fuentes de luz hermanas en las que se entiende lo masculino y lo femenino del ser humano y su potencialidad física y espiritual. Esta luz del saber incluye el conocimiento del futuro y el destino.

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Zeus es la encarnación del varón de la especie humana. Capaz de las más altas cumbres del espíritu, padre de la sabiduría, pero con defectos muy humanos como la infidelidad conyugal o los arranques de furia. La mujer entonces debía estar representada aparte, pero muy próxima. Es obviamente su esposa y compañera, pero a su vez es su hermana. No podría ser de otro modo puesto que son fuerzas distintas pero equivalentes que provienen del mismo génesis.

Perséfone es un caso especialmente notable de poesía. Es la representación de las semillas. Hija de Deméter (la agricultura, que sobrevuela la tierra con un cuerno repleto de riquezas desparramándolas sobre los campos), Perséfone es amada por Hades, que es el reino que se extiende bajo la tierra. Hades, preso de un frenesí que raya en la locura secuestra a su adorada y la lleva a sus dominios, pero su madre clama por ella y la busca hasta encontrarla, aunque para entonces Perséfone ya se habrá nutrido de su nuevo entorno y habrá comenzado a formar parte de él. El resultado es que la joven habitará seis meses bajo la tierra con su esposo y en primavera y verano saldrá a disfrutar del sol junto a su madre, es decir germinará y brotará del suelo, fecundada, hacia la luz.

Hades encarna también el reino de la muerte. La muerte se entiende como el paso a un mundo del que no se puede retornar. En la concepción griega no existen demonios ni entidades que se dediquen a atraer al ser humano al mal, para ello el hombre se basta a sí mismo. Sin embargo sí existe una suerte de justicia que premia o castiga los actos humanos.

Hay un lugar en lo más profundo del Hades, el Tártaro, rodeado por un río de fuego llamado Flegetón, en donde los malvados (los que odiaron a sus hermanos, maltrataron a sus padres, traicionaron a su patria, como líderes llevaron a guerras injustas, engañaron, lastimaron, fueron avaros, desleales o crueles) sufren sus culpas, representado este dolor de varias diferentes formas. Cerca habitan los Remordimientos, la Guerra, la Miseria, la Muerte, las Enfermedades y otras calamidades. Otro espacio muy diferente está reservado a quienes han sido buenos en vida, el Elíseo, o Campos Elíseos. Un jardín bastante parecido al concepto de Edén cristiano, pleno de flores, frutos, cantos de aves de mil colores, siempre verde y perfumado, circundado por el río Leteo, de aguas mansas que ofrecen a quién las beba el don de olvidar todos los malos momentos vividos alguna vez. No tienen cabida acá las ambiciones, las envidias ni los odios, y los moradores gozan de cuerpos saludables y paz de espíritu.

La analogía de las vidas humanas con hilos de mil colores, calidades y texturas, en un entramado que no podemos ver completo, donde cada quién

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concluye su participación en el contexto general cuando el destino y las parcas, hijas de la justicia, lo estiman conveniente, es de un nivel poético jamás superado.

Hermes es la representación de los comerciantes. Con ellos llegaban las noticias de lejanos lugares. Notable y elegante sarcasmo es que también sea la personificación de los ladrones.

Todas estas ideas son parte de un concepto cultural en torno al cual se desarrolla la sociedad en su conjunto, un concepto tan potente y completo que comprende toda una forma de entender la vida y su sentido, todas las obras humanas y todo el entorno natural que les rodea. Tan fuerte es este concepto que aún como súbditos del Imperio Romano los griegos fueron los que determinaron la cultura de todo el Imperio y por ende nunca se sintieron dominados ni lo fueron. En lo tocante a la mitología, las deidades se entienden grecorromanas porque Roma les dio nombres romanos y las impuso como culto oficial del Imperio Romano. El cambio apenas fue nominal. Dijeron Venus por Afrodita o Júpiter por Zeus, Mercurio por Hermes, Proserpina por Perséfone o Ceres por Deméter, pero no se cambió un ápice del contenido, del contexto dentro del cual estas representaciones del espíritu humano y su entorno se mostraban con luminosa simplicidad en toda su gloria. Es preciso entender también que el idioma culto que se hablaba en el Imperio Romano era más el griego que el latín, de modo que las deidades griegas fueron tan conocidas en el Imperio por un nombre como por el otro, por más que el nombre latino fuera el “oficial”.

No pretendo hacer un resumen de la mitología griega, sino apenas un atisbo para explicar que la hemos estado leyendo de modo equivocado. Pero no es culpa nuestra. La interpretación común politeísta la heredamos de una muy mala práctica del cristianismo. Se trata simplemente de que en aras de difundir la verdad cristiana los educadores, mayoritariamente eclesiásticos, tendían a hacer aparecer las creencias ajenas como burdas supersticiones o absurdas tonterías. Sucede que con ello no sólo nos privan de valorar en su justa medida magníficas secciones de la historia de la humanidad y sus esfuerzos por entender el universo y su sentido, sino que además se rebajan a sí mismos al presentarnos una victoria ideológica sobre tan pobre contrincante. Esto sin considerar que impiden que comprendamos nuestra actual posición frente a la vida como un devenir de ideas firmemente arraigadas en la historia de nuestra civilización en lugar de ser conceptos recientes instalados de pronto en medio de la sociedad como fruto prodigioso del trabajo de Copérnico o de Einstein, alumbrados quizás por científicos indefinidos y contestatarios a la ideología feroz de la iglesia, cuando en realidad fue justo al revés. El concepto antropocéntrico tuvo su apogeo en Occidente mucho antes de que la civilización occidental se topara

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con el ideal teocéntrico que respaldó más adelante una iglesia que por entonces no nacía.

Es cierto que la astronomía cultivaba también la astrología, que se creía que el conocimiento del destino era accesible como cualquier otro tipo de conocimiento y que el bajo pueblo mantenía mil supersticiones, sin embargo la mayoría de esas creencias continúan vigentes aún en los pueblos más tecnocráticos del planeta, lo mismo que la tendencia a creer informaciones pseudocientíficas, sensacionalistas o catastrofistas que la prensa amarillista y el activismo político difunden ahora mismo sin cesar.

Más complejo es que pese al ideal democrático y antropocéntrico se siguiera manteniendo la esclavitud. Los helenos lo entendieron como el deber de los individuos cultos de mantener a los inferiores y de estos a cambio de trabajar para que el superior, libre de ejecutar tareas pesadas o simplemente cotidianas y rutinarias, tuviese tiempo de pensar para mejorar la calidad de vida de toda la sociedad.

En palabras de Aristóteles: “Algunos pretenden que la esclavitud no es obra de la justicia sino de la violencia. La familia, para ser completa, debe estar compuesta por esclavos e individuos libres. En efecto, la propiedad es parte integrante de la familia, pues sin los objetos necesarios no es posible vivir bien. Sería imposible concebir el hogar sin ciertos instrumentos. Ahora bien, entre los instrumentos, unos son inanimados y los otros vivos… El esclavo es un instrumento vivo. Si cada instrumento pudiera, mediante una orden dada o presentida, realizar por sí mismo su trabajo, si las lanzaderas tejieran solas, entonces el jefe de familia prescindiría de esclavos. Hay hombres inferiores, así como el alma es superior al cuerpo y el hombre al animal; el uso de la fuerza corporal es lo mejor que puede esperarse de su ser: son esclavos por naturaleza… Útil para los propios esclavos, la esclavitud es justa”.

Existía una ley escrita, pero los castigos frente a las transgresiones dependían de las clases sociales a las que pertenecieran la víctima y el victimario.

La otra cara de esta visión que deifica a la persona es que un individuo “defectuoso” (minusválido, demente, retrasado, etc.) era concebido como un sujeto incapacitado para desarrollar su potencial y por ende carente en general de la valía inherente al ser humano, casi una ofensa herética si se considera que cada hombre es o debe ser una imagen de culto. En Esparta se les asesinaba al nacer.

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Era preciso ser joven, sano, activo y fuerte. Había que asistir al gimnasio a hacer ejercicios, aplicarse cremas y afeites, comer saludable, invertir el tiempo que fuera necesario para combatir la obesidad, el sedentarismo, la vejez. El ideal de belleza se asoció a la juventud, al vigor, al atractivo sexual. Por cierto esos cuerpos que tanto costaba formar debían ser expuestos, admirados, vestidos con ropajes que les hicieran justicia, telas de buena calidad y joyas que los realzaran. Si los kilos de sobra ganaban la partida estaba el recurso de aumentar el lujo en la ropa y las joyas y achacar el sobrepeso al éxito en los negocios. Claro que todo esto no era fácilmente accesible, de modo que los más acomodados podían permitírselo y los más necesitados debían conformarse con engordar, envejecer, vestirse con ropas bastas y sentirse inferiores. Todo esto hacía que hacer fortuna fuera una prioridad para todo el mundo y la competencia por superar al prójimo en algún aspecto una carrera sin cuartel. No era un campo demasiado fértil para la solidaridad. Interesante tarea repensar si la actitud social que hoy se suele achacar al capitalismo no se debe en realidad al “antropocentrismo salvaje”.

El ciudadano griego, merced a su estilo de vida, se volvió más y más individualista. Entre las circunstancias que la historia reconoce como causas de la decadencia de Grecia se encuentra este individualismo egoísta que llevó a los ciudadanos a disminuir la natalidad de un modo alarmante, entre los ricos para no dividir la fortuna, entre los pobres para no tener una boca más que alimentar, entre las mujeres para no alterar sus cuerpos y en general para evitar compromisos estorbosos y responsabilidades. El matrimonio, considerado originalmente un deber sagrado destinado a transmitir y proteger la vida recibida de los antepasados, se va volviendo una mera convención sobre todo en las grandes polis, y se rehúye para no contraer ataduras. El individuo vive para sí mismo, para complacerse y halagarse, cada vez más centrado en su propia persona y desentendiéndose de las demás, incluso de las de su propia familia. Epicuro sostenía que la felicidad se encuentra en la satisfacción de todos los apetitos y placeres en busca de la ataraxia, la completa supresión de sufrimiento físico y moral. El espíritu cívico fue destruido por este individualismo ególatra sin freno (los ciudadanos solían incluso mandar a hacer estatuas de sí mismos) y nadie buscó una reforma social para mejorar las condiciones de vida de las masas explotadas. La democracia degeneró en demagogia y políticos profesionales se hicieron con el poder viviendo de ello y buscando su éxito personal antes que el de la polis.

Entre los sistemas filosóficos más importantes destacan el estoicismo (Zenón solía enseñar bajo un pórtico, stoa, de modo que se les llamaba “las gentes del pórtico”, o estoicos), que despreciaba todo lo mundano en aras de la razón y la moral. Para ellos la felicidad radicaba en la ausencia de toda pasión y anhelo

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(apatheia), y el escepticismo, donde Pirrón concluye que el ser humano no puede alcanzar la certidumbre sobre ninguna cosa mediante la razón ni mediante los sentidos, de modo que la felicidad sólo es alcanzable dejando de lado toda afirmación categórica, inclusive aquellas que hacen referencia al bien y al mal o al sentido de la vida. Ambos planteamientos encierran una crítica profunda al sistema entonces imperante.

Es absolutamente cierto que los filósofos y pensadores griegos introdujeron los conceptos básicos de la ética como objeto de estudio y como método en las relaciones humanas, pero también es claro que no era un tema central para el pueblo llano, como no lo era la geometría de Euclides. El teatro, la música, el gimnasio, la decoración, el lujo o las competencias deportivas tenían mucho más espacio en la vida diaria.

Estas personas estaban embelesadas con la capacidad humana, la belleza humana, la inteligencia, la creatividad, el arte, la ciencia, la arquitectura, las matemáticas, los conceptos abstractos que los humanos podían concebir. Estaban enamorados de sí mismos y convencidos de poder alcanzar todas las respuestas a todas las preguntas… ¿En qué me recuerdan a nuestra propia cultura actual (despojada claro de todo el arte que embellecía a esta otra y por ende bastante más ramplona que aquella)?

Esta ideología cautivó a todo el mundo por muchísimo tiempo. No de balde el sitial de honor era ocupado por la persona humana y su magnificencia. Pero en un remotísimo pueblo del que nadie hubiera tomado noticia de no haber sido porque los habitantes tuvieron la osadía y la arrogancia de desafiar al Imperio Romano se les había ocurrido una idea diferente e inquietante. Estos venían diciendo desde hacía mucho que tal vez el ser humano no es la cumbre de todo, sino que hay una voluntad inconmensurablemente más poderosa e inescrutable que le da sentido y origen. Más encima justo en este momento había resurgido esta ideología porque un nuevo líder muy carismático estaba voceándolo a quién quisiera escucharlo.

Sucede que había un detalle en la concepción humanista: la mayoría de la gente era consciente de su inmenso potencial, pero estaba condenada a no usarlo jamás ya que debía trabajar duramente para subsistir. Sólo unos pocos eran bendecidos con el tiempo de ocio y la educación necesaria para dedicarse a hacer arte, ciencias o filosofía. A esto se le consideraba pura suerte y era algo ineludible. Naciste con alta cuna o mala suerte. Creían en el destino, la casualidad y en bastantes supersticiones (oráculos, astrología, numerología y muchas de las mismas gabelas que creemos nosotros también). Pero el problema social, digamos,

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subyacía. ¿Qué se saca con ser potencialmente el Señor del Cosmos si en tu realidad tienes que deslomarte día a día para alimentar a tu familia haciendo un trabajo brutal, estúpido y rutinario? Y esta frustración de fondo suscita que las personas busquen en este otro punto de vista un sentido distinto para sus existencias, en torno a un plan mucho mayor y con una trascendencia de la que este carece. Hay una igualdad en esta visión teísta que la humanista fue incapaz de ofrecer.

En este punto es que el Cristianismo comienza a ganar adeptos, más encima tocados de un aura de valor y heroísmo, desafiando la visión atea (que no deísta) imperante.

Lo cierto es que, con menos poesía y mucho más pobremente en la presentación aunque con más avances en la ciencia y la tecnología que en los tiempos helénicos el antropocentrismo, el humanismo entendido como culto al potencial humano y sus logros, incluyendo el culto a los cuerpos perfectos según la moda imperante y la fe absoluta en los asertos provenientes de fuentes científicas (o, dicho de otra manera, del progreso esperable inherente a la investigación realizada por personas instruidas en determinadas materias) nunca ha sido desbancado. Muy por el contrario, es uno de los dos pilares de nuestra cultura.

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Capítulo 2: El Segundo Pilar

En el tiempo en que los griegos descollaban entre todos los pueblos por su amor al conocimiento, su racionalidad y sus obras monumentales sólo había un grupo de hombres que pudiera equiparárseles en cultura: los hebreos.

Es notable que en este pueblo la inmensa mayoría de sus gentes supiese leer y escribir y conociese sus leyes, sus derechos y deberes, a la perfección. Su organización se estructuraba de tal modo que fue el primer “Estado de Bienestar” conocido, en el que todos los miembros activos colaboraban para sostener a aquellos de sus integrantes menos favorecidos y para permitir a algunos que tenían los méritos y la voluntad para ello que estudiaran y adquirieran erudición para asesorar a los demás y dirimir en sus conflictos. Descollaron como médicos, y sus reyes, cuando hacía falta alguno, eran escogidos por el pueblo y no determinados por su nacimiento.

A raíz de su obsesión por escribir y documentar la historia de su pueblo y gracias a la arqueología y las sucesiones en los diversos tronos de los distintos imperios de aquel entonces que quedaron registradas en distintos lugares, sumado a la recuperación y traducción de muchos escritos administrativos y legales en Palestina y Siria, podemos seguir con bastante certeza la pista de estos hombres desde más o menos cuatro mil años antes de Cristo, y puede en ocasiones a través de estudios de arqueólogos, historiadores y antropólogos extenderse aun mucho más atrás en el tiempo. La primera ciudad humana conocida por la historia, Jericó, data de hace más de ocho mil años. De hecho son el único pueblo de la actualidad que puede rastrear sus orígenes hasta épocas tan remotas en base a registros históricos. Esto sin considerar que el primer surgimiento incuestionable de Homo Sapiens hallado por la arqueología data de hace unos cien mil años y se halla en Israel.

En este pueblo semita al fondo del Mediterráneo nació una doctrina sumamente novedosa en un tiempo en que casi cada poblado tenía sus propias deidades y era costumbre de buena voluntad en cada sitio participar en la devoción local y sus ritos. Ellos llegaron a una conclusión razonada sobre la existencia del cosmos: la perfección de cada estructura y la armonía del todo no era casual, debía haber una voluntad tras de ello, y esa voluntad no podía estar en los objetos ni repartida entre miríadas de seres sobrenaturales. Tenía que haber una sola inteligencia organizando todo, ordenándolo con un propósito no necesariamente

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accesible al hombre, pero sí orientando al hombre para que pudiese hacer su parte en ello en conformidad con lo que se esperaba de él. Tomar parte activa en el “plan divino” era en realidad lo más trascendente que era dable hacer.

El hombre sí había surgido de la tierra, pero no debido al ciego transcurso del tiempo como postularon los griegos, sino a causa de la voluntad de Dios. La vida misma no podía entenderse sino como un soplo divino sobre la materia inanimada. La existencia tenía un sentido. La historia tenía una razón y cada individuo tenía un papel en ella.

Nacía pues el monoteísmo, la fe en un Dios creador único, inimaginable, eterno, presente a la vez en todos los lugares y en todos los momentos. Un Dios de esta naturaleza era por esencia imposible de plasmar como no fuera en caricatura, de modo que sería irreverente intentar graficar su imagen. Era un Dios sin cara, sin efigies frente a las cuales rendir culto. Era un Dios del todo diferente a cuantas deidades se hubiesen planteado hasta entonces.

Este Dios no es un individuo muy bueno dotado de enormes capacidades, no es Supermán, no es un ser al que alguien más pudiera reemplazar con sólo hacerse con el poder. Es una inteligencia infinita e incomprensible para el ser humano, cuyas decisiones, que no son en absoluto aleatorias pero están tomadas desde una perspectiva de eternidad, no le es dado al hombre juzgar según su limitado criterio. Sin embargo no es un ciego destino en cuyas manos la vida del hombre se agita cual marioneta, sino que cada persona es libre para abrir con sus actos nuevas posibilidades y buscar su felicidad según sus propias habilidades y anhelos, según su única e irrepetible personalidad.

En Egipto en la Edad del Bronce y al final del tercer milenio antes de Cristo se menciona a un grupo numeroso de gentes semitas a las que llamaron habiru, que se desplazaban, pero no eran nómades de hábitos regulares, pastores ni beduinos del desierto. Llegaban en busca de trabajo, como mercaderes o incluso como esclavos. A veces se ocupaban como soldados mercenarios y ocasionalmente trabajaban para el gobierno, o eran comerciantes, o sirvientes. Había casos en que prosperaban, criaban rebaños y formaban clanes, cada uno con su jefe. Si el grupo crecía demasiado era posible que la tierra no alcanzara para mantener al ganado o que el rey los considerase demasiado amenazantes por sus fuerzas propias, de modo que se escindían o se marchaban. La palabra habiru (hebreos) parece haber sido despectiva y usada por los egipcios, o sólo en presencia de egipcios, ya que ellos se denominaban a sí mismos “israelitas” o hijos de Israel. Se menciona a los habiru en las cartas de Amarna, que incluyen muchas de gobernantes cananeos

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vasallos, escritas en acadio (la lengua diplomática de la época) a los faraones egipcios en el siglo XIV a. C.

Existe otra interpretación para la denominación “hebreo”. En la Biblia se llama por primera vez “hebreo” a Abraham. Los israelitas (llamados “judíos” mucho más tarde que “hebreos”, cuando finalizó el exilio en Babilonia) interpretan esta denominación derivando la palabra del verbo LeAVoR, que significa “cruzar”, habiendo Abraham cruzado desde lo que hoy es Irak a lo que actualmente es el estado de Israel, o cruzado desde el mundo del culto a múltiples ídolos a uno en donde se adoraba a un único Dios, convirtiéndose en un “IVRi” (hebreo) (Dr. Eli Lizorkin-Eyzenberg, profesor investigador de estudios judíos).

Es posible, y se ha hecho, interpretar las escrituras hebreas de modo similar al que hemos aplicado recientemente a la lectura de los “mitos” griegos.

Cuando en el Libro del Génesis del Antiguo Testamento se dice que Dios creó al hombre, la palabra “hombre” es la traducción del hebreo adam, que es una expresión muy semejante al concepto “humanidad”. La palabra para el hombre como individuo en hebreo es ish. Tampoco se trata de un nombre propio hasta más adelante, cuando se “personaliza”.

“Edén” bien pudo utilizarse no sólo como un término geográfico específico, sino también en un sentido bastante general para todo el valle del río Éufrates. Esto también es probable, porque si la Biblia hace de Edén el sitio original de la raza humana, la arqueología ha revelado que en las orillas del río Éufrates surgió una de las primeras civilizaciones, si no la más antigua. Podemos leer el Libro del Génesis considerando que “Edén” es un territorio real que merced a la identificación bíblica de los ríos que lo rodean podemos identificar con Sumer, en donde efectivamente nace la civilización.

Podemos entender que en ese lugar nace la agricultura, como de hecho sucedió, de modo que los nómadas cazadores-recolectores se ven obligados de pronto a establecerse y trabajar la tierra para subsistir. Caín (en hebreo Kayin, que significa “herrero”, y los escritos nos dicen que efectivamente trabajaba los metales además de cultivar su tierra) “mata” a su hermano Abel (en hebreo Hebel, “soplo de aire”, algo así como un “respiro de libertad”), que es un criador de ganado más o menos libre de vagar con sus animales en busca de pasturas, dado que la centralización de las actividades hace nacer terrenos privados, cercados, y un nuevo estilo de vida ajeno por completo al nomadismo, que acaba por “morir”.

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Un hijo de Caín se llama Tubalcaín, que significaría “herrero de Tubal”, siendo Tubal una región de Asia Menor en donde nacen las técnicas para elaborar hierro del mineral de fierro y cuyos herreros pasaron a ser famosos por sus excepcionales obras y como iniciadores de la metalurgia.

Asimismo se entiende que entre los hijos de Noé, Sem es el epónimo de los semitas, y como tal “padre” de Asur (asirios), Elam (elamitas), Aram (arameos), Lud (lidios), Arfaxad ( a su vez padre de Heber, hebreos), etc.

Tiene mucho sentido leer la tradición hebrea usando la misma clave usada para comprender la griega. Es coincidente por ejemplo que los griegos se ven a sí mismos como descendientes del gigante Japeto y los hebreos los hacen descender de Jafet, hijo de Noé. Parece claro que estamos hablando de pueblos más que de personas puntuales en ambos casos, o personificando etnias para hacer su estudio más simple.

Cuando la tradición hebrea se refiere en realidad a individuos, como es el caso de Abraham, se nota claramente, por más que se pueda interpretar la historia de que lleno de ira rompiese los ídolos que fabricaba su padre Teraj como un “rompimiento” con la tradición ancestral de adorar ídolos más que con un acontecimiento puntual (esta narración en particular se encuentra en escritos no integrados a la Biblia).

Considerando las escrituras como lo que realmente son, un compendio de historia que antecede al menos en muchos siglos a cualquier otro conocido, esta interpretación es absolutamente válida y puede aplicarse a todos los textos, en muchos casos alumbrando gran parte del devenir histórico de los pueblos del mundo entonces conocido. Todo ello con el distintivo telón de fondo de que toda la historia humana y universal tiene un sentido dado por la voluntad de Dios.

Hay cierto consenso en que estas tribus semíticas instaladas en Egipto durante el reinado de Ramsés II se vieron sometidas a graves presiones para llevar a cabo las obras que este quería construir, además de constituir una minoría extranjera en crecimiento que las autoridades locales comenzaban a ver con malos ojos, y no es extraño que desearan marcharse, aunque es más probable que esto sucediese durante el reinado de su sucesor, Meneptah, ya que hay escritos al respecto en una estela egipcia del 1.200 antes de Cristo, en la que se les denomina Israel.

Este pueblo emigró a reunirse con sus pares en la tierra de Canaán, pero en el trayecto elaboró una ley escrita, cosa que si bien existía en algunos lugares del

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mundo antiguo no era posible en Egipto, donde el rey era un Dios absoluto y arbitrario.

En realidad fue el único caso en la Antigüedad de un pueblo esclavo completo que se haya rebelado contra un imperio y marchado a su casa, fueren cuales fueren las circunstancias. “Era un pueblo servil que se alzaba contra su amo egipcio, la monarquía más antigua y autocrática del mundo. Huían al desierto y recibían sus leyes en una asamblea popular masiva, no en una ciudad creada hacía mucho tiempo, sino en la ladera desnuda de la montaña, de labios de un jefe salvaje que ni siquiera se autodenominaba rey.” (Paul Johnson).

Esta ley contenía además ciertos conceptos diferentes a las otras legislaciones conocidas: El sistema fue el primero en declarar la igualdad ante la ley a la vez que el imperio de esta sobre todos los individuos. Filón lo definió más tarde como una “democracia que honra la igualdad y se somete a la ley y la justicia”.

Les debemos además haber decretado un día de descanso de cada siete, aplicado sagradamente a hombres y bestias de labor.

La vida humana era sagrada, de modo que un asesinato no podía ser compensado con dinero sino que debía pagarse con la propia vida, pero ninguna otra infracción podía pagarse con la vida. La crueldad hacia el cuerpo se restringe al mínimo, explicando por ejemplo que excederse en el número de azotes era una vileza contra el prójimo. Era una ley centrada absolutamente en Dios, y por ello enaltecedora y respetuosa del hombre hecho a Su imagen. Si todo lo que el hombre posee lo tiene prestado de Dios, incluso su cuerpo, el hombre es responsable de lo que hace a este y con este ante Dios, y este cuerpo debe ser tratado con respeto y dignidad. El hombre tiene derechos inalienables, y todos los individuos son iguales ante Dios y ante Su ley.

Los hebreos, antes de establecerse en un territorio, estando en el exilio, se sometieron voluntariamente al imperio de una ley que sólo podía aplicarse por consentimiento. Esto no había sucedido jamás.

En el marco de este contexto ser mejor no era superar a otros, sino superarse a sí mismo y entender al otro como hermano. Este credo incluía características inauditas, como el perdón, la solidaridad, la caridad. No enaltecía sólo la inteligencia del hombre, sino el potencial mucho más amplio de su espíritu: su capacidad de ser una buena persona.

En sus relaciones laborales era una ley bastante dura: el patrón que contrataba a un jornalero debía pagarle su salario antes de la puesta del sol, “porque

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él dona su vida por el sueldo que recibe”, al punto que el contratante que no pagare el salario o lo rebajase por su arbitrio será equiparado a un asesino en el Talmud, considerado robando la vida de su hermano. En tanto afirmaba categóricamente a cualquier explotador que si su obrero agraviado “se quejare de ti ante Dios lo escucharé y tendrás pecado, y me afanaré en hacértelo pagar”.

Pecado grave (abominación) era también entregar pesos o medidas falsas, estafar o robar.

Era una ley que contemplaba por primera vez en la historia la solidaridad: si era menester tomar una prenda por alguna cosa prestada esta prenda no podía ser elegida por el prestador sino por el deudor estando a solas en su casa, y si era alguna cosa necesaria al deudor (como por ejemplo su manta) el acreedor debía entregarla al deudor al anochecer para que pudiese este usarla para dormir y recibirla otra vez por la mañana, para no causarle privación. Obviamente si se trataba de alguna prenda de ropa le sería recibida por la noche y devuelta por la madrugada, para que pudiese vestirla durante el día. No era dable aceptar prendas de huérfanos o viudas para prestarles alguna cosa. Por otra parte todo deudor tiene deber de pagar sus deudas en tanto tenga dinero o bienes para responder por ellas, porque ha hecho promesa de hacerlo, y es su deber procurar no quedarse sin los medios para llevar a cabo el cumplimiento. Si debiese entregar su tierra o sus posesiones familiares en pago de deudas, estas le serán restituidas para el jubileo (el quincuagésimo año) a él o a su descendencia, no importando si el acreedor las hubiere vendido en el intertanto. Está reglamentado para el caso que las tierras valen menos para su venta mientras más próximo se halle el jubileo en que deberán ser restituidas al dueño original.

Asimismo estaba prohibido regresar al campo a buscar haces de espigas olvidados o recoger frutas caídas, sacudir las ramas para hacer caer todas las olivas o rebuscar en las vides en busca de racimos ocultos, ya que era una mezquindad no dejar estos rezagos en el campo por si pasaba algún viajero necesitado o era alimento precisado por huérfanos o viudas pobres, que tenían libre acceso a todos los campos en busca de comida y podrían incluso ir directamente tras los obreros recolectando lo que estos dejasen caer o no tomasen. Es más, un hambriento podía comer de las uvas de su prójimo cuantas necesitara para saciar su apetito (aunque no llevárselas en algún recipiente) y cortar espigas del huerto ajeno con su mano (aunque no con la hoz), sin que esto constituyera una falta en modo alguno.

Así y todo los individuos productivos tenían el deber de mantener dignamente a los desvalidos, los enfermos, los ancianos, los menesterosos, los dementes, los huérfanos, los discapacitados y todos aquellos que por una u otra

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causa no pudieran ver por su propia manutención o la de sus familias (aunque expresamente no por aquellos que pudiendo trabajar no quisiesen hacerlo en labores que considerasen por debajo de su posición social). Aceptar esta caridad no era en absoluto indecoroso, como no es baldón para un enfermo aceptar los cuidados que le prodigue su enfermero en tanto su mal lo haga necesario, aunque es deber sagrado del cesante buscar empleo para no depender de la comunidad más allá de lo preciso.

No apoyaron la castidad ni el vegetarianismo, por ejemplo, porque consideraron a estas una forma de deprecio hacia los bienes que Dios entrega. Nunca privilegiaron la abstinencia, sino la mesura como virtud, en todo ámbito. Sólo escapaba a esta regla lo que expresamente prohibía la Ley de Moisés, y el cerdo era una carne muy peligrosa de comer en ese clima en todo caso.

En tanto a higiene tenían un sinfín de reglas además de la dieta, entre las que se contaba derribar la pared de una casa si presentaba hongos recurrentes y toda la casa si volvían a presentarse, llevando las piedras lejos, a un lugar establecido para desechar esta clase de cosas. Del mismo modo no era posible comer cualquier sustancia que hubiera quedado en un envase destapado en una habitación en que hubiese un cadáver humano o animal o hubiese muerto alguien (persona o animal). Fueron médicos destacados desde los albores de la medicina hasta nuestros días, recordando que todas las cortes de todos los imperios y realezas europeas tuvieron su “médico judío”.

Este pueblo no reconocía un poder en las grandes ciudades, los imperios ni las riquezas del hombre. Ellos percibían un orden moral superior. Esto no existía en ningún otro credo, en los que en general los sacrificios eran la única forma de congraciarse con deidades veleidosas y cambiantes que no ofrecían ningún orden ético al que atenerse.

Con todo, el judaísmo no fomenta la conversión y a lo largo de la historia no se conocen casos en donde el pueblo judío haya sometido a otro a convertirse.

Si la ley prevenía una ofensa contra Dios, el delito era pecado. Se podía pecar contra el hombre y contra Dios, pero no existía para ellos nada parecido a un delito contra el Estado, pues por esencia el Estado no tiene personalidad, derechos ni privilegios legales. La preocupación fundamental era ordenar los asuntos del hombre con su prójimo y con un poder muy superior al temporal. La voluntad de Dios era entonces el centro en torno al cual había de adecuarse el quehacer humano.

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Un concepto no distinto sino que radicalmente opuesto a la interpretación helénica.

Con esto se define nuestra cosmovisión occidental no como evolución lineal sino como fruto de dos muy diferentes fuentes. Nuestra civilización tiene padre y madre digamos, y no ha sido nada fácil llevar el equilibrio sin caer en el fanatismo ni en la esquizofrenia

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Capítulo 3: El Encuentro

Los hebreos habitaban las tierras de Canaán al modo de tribus gobernadas cada una por un jefe. Cuando el pueblo guerrero de los pulasti, que encontramos en los escritos hebreos con el nombre de filisteos, llegó a las costas desde el mar y comenzó a conquistar primero las tierras de los cananeos y luego la de los hebreos a sangre y fuego, estos organizaron sus doce tribus bajo un solo rey para formar un ejército regular y poder defenderse. Para entonces los pulasti se habían apropiado de casi todo el litoral y seguían avanzando sobre el resto del territorio, al que habían dado su nombre (la actual Palestina).

Los hebreos al principio perdieron grandes porciones de sus tierras y muchas vidas, incluso bajo el reinado de Saúl, pero finalmente bajo el gobierno del rey David, que había sido soldado antes de ser rey, vencieron a los pulasti y se mantuvieron en su territorio, y permanecieron unidos bajo el mando de un soberano, manteniendo un ejército regular, cosa nunca antes tolerada (ante una batalla cada tribu enviaba una delegación de voluntarios para el evento, que luego retornarían a sus oficios y no deberían ser mantenidos por la comunidad en tiempos de paz). Tampoco era una monarquía demasiado fuerte ya que sus reyes eran seriamente cuestionados por el pueblo y, si bien Salomón fue admitido como rey después de David, su sucesor no lo fue.

Sin embargo el Imperio Asirio avanzaba, y la costumbre de estos era apropiarse como esclavos de los habitantes del lugar conquistado que no llegaban a huir y reemplazarlos por sus propios colonos. El desenlace fue que muchos hebreos fueron a dar a Asiria y, cuando los babilonios derrotaron a los asirios, a Babilonia. Los demás se desparramaron por el mundo conocido desde Egipto hasta la Isla Elefantina en África y por toda Europa. Sólo un grupo muy reducido logró permanecer en la tierra de Canaán.

Los babilonios fueron conquistados por los persas, pueblo ario indoeuropeo, tal vez procedente de lo que hoy es el centro de Rusia y asentado en el actual Irán (la palabra Irán significa “tierra de los arios”). El reinado persa bajo Ciro el Grande fue benigno, respetuoso y próspero. Incluso el monarca, que profesaba el culto a Zoroastro, sugirió que los exiliados de todos los pueblos y credos antes deportados retornaran a sus hogares, reconstruyeran sus templos y repusieran sus dioses, dado que suponía que todos estos dioses, complacidos por restituirles sus santuarios y su culto, orarían por él. Así quedó registrado en el Cilindro de Ciro

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descubierto entre las ruinas del palacio de Babilonia durante el siglo XIX y que ahora está en el Museo Británico. Los hebreos llamaron a Ciro “el ungido del Señor”. Su hijo Darío mantuvo y apoyó esta política.

Vueltos a Jerusalén, aunque evidentemente no todos (Babilonia continuó siendo un gran centro de población judía), se fueron reasentando en cuatro oleadas de retornados. Para entonces diez de las doce tribus originales se habían perdido en tierras extranjeras.

Los retornados se desarrollaron y prosperaron, en un ambiente en que leer y escribir era una regla imperiosa para todo ciudadano, y en que el conocimiento suponía a su vez un deber hacia la comunidad. La ley de Dios estaba escrita y todos debían poder acceder a ella. Todo texto escrito respecto de la materia que fuese era aprobado por la comunidad antes de ser aceptado y era público por esencia. Produjeron un caudal de escritos, proverbios y narraciones que es el mayor cúmulo de literatura que se haya visto en la Antigüedad en lugar alguno. El Antiguo Testamento es apenas un minúsculo fragmento de esta producción.

Es de señalar que entre estas gentes nace lo que hoy se entiende por “numerología”, la Cábala. Nace de que originalmente los guarismos para las cifras fueron los mismos que se usaron para las letras (las primeras nueve letras equivalen a los numerales del uno al nueve, las siguientes nueve para los que van del diez al noventa y sucesivamente, con algunos símbolos especiales para señalar números mayores). Por lo tanto muchas cifras formaron casualmente palabras y muchas palabras “sagradas” dieron origen a números “sagrados”. No faltaron los buscadores de “claves” en los textos creyendo que Dios habría entregado secretamente cifras “mágicas” para obtener sabiduría arcana, poder o profecías, lo cual fue evidentemente prohibido pero jamás erradicado. Esto también aconteció en Europa, pero cuando en occidente se adoptaron en lugar de los números romanos los signos arábigos (que son en realidad hindúes), que no se parecen en nada a las letras ni hebreas ni griegas, se separaron aguas entre las matemáticas y la literatura, pero las creencias absurdas en lo relativo a los “poderes” de palabras o números por el mero hecho de haber coincidido casualmente los guarismos persistieron en el pueblo, que aparentemente siempre está dispuesto a creer patrañas, incluso (y quizás más) en nuestros días. Los hebreos continúan utilizando actualmente letras como guarismos numéricos en su idioma.

El respeto a una ley que se entendía provenía de Dios hacía que hubiese una respetada casta de escribas, generalmente padres e hijos de una misma familia en muchas familias, dedicada por generaciones a copiar estas leyes establecidas en el Pentateuco sin alterar una palabra aunque no las comprendiesen, dado que

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muchas de las costumbres a las que aludían habían desaparecido hacía siglos. Los pergaminos se hubiesen deteriorado y destruido en el curso de una centuria como máximo si no hubiesen sido preservados una y otra vez mediante este sistema.

Los hebreos tenían claro que Dios creó el Universo. La forma en que lo realizó nunca resultó ser un tema importante, era asunto de Dios. Lo que importaba dejar claro era que lo hizo. Tampoco demostraron interés en las fuerzas impersonales, en las manifestaciones de la naturaleza, contrariamente a la mayoría de las restantes civilizaciones de la Antigüedad, pero en cambio su conciencia histórica y su sentido de la perspectiva histórica era superior al de cualquier otro pueblo, incluidos los helénicos. El telón de fondo es siempre el drama humano y su relación con Dios, y como este último no puede ser descrito o imaginado, en sus escritos las emociones humanas son preponderantes sobre todo lo demás. El sufrimiento, la desolación o la angustia, la resolución, la esperanza, la humildad o la perseverancia son los temas centrales de su obra, algunos de ellos obras maestras literarias sin parangón en su tiempo.

A partir del 332 antes de Cristo comienzan los verdaderos problemas. Alejandro de Macedonia arrasó el Imperio Persa con el que tan bien habían convivido los hebreos y Europa entró en Asia de su mano. La verdad es que tres mil años antes el contacto comercial entre estos pueblos era muy fluido y el trato entre ellos no evidenciaba grandes diferencias culturales, pero tras la anarquía bárbara que imperó durante los siglos XII al XI antes de Cristo de la que surge la Edad de Hierro, hay una clara escisión entre Oriente y Occidente, y la potencia de la cultura griega impregna Europa. Los griegos formaron colonias por todo el Mediterráneo y continuaron con Egipto, Siria, Mesopotamia y Anatolia, formando reinos pujantes. Los hebreos fueron gobernados por nuevos señores que inspiraban terror por su gigantesca maquinaria bélica, sus buques de guerra y sus artefactos de asedio colosales. Los griegos comenzaban a entrenar a sus soldados desde el gimnasio y tenían un ejército irresistible. Sus ciudades–estado exhibían una arquitectura soberbia en que destacaban los estadios, teatros, liceos y ágoras. El fastuosismo de todo esto daba una sensación triunfal del nuevo imperio, que desbordaba de poetas, músicos, filósofos, polemistas, matemáticos y dramaturgos.

Los hebreos percibieron esta nueva situación como una invasión cultural que a la vez traía consigo un florecimiento económico nunca visto. Se dividieron por ende en sectas según el grado de aprobación o desaprobación al nuevo orden. Algunos acumularon fortunas y otros lamentaron que la ambición desmedida fuera la manía que conquistaba a su pueblo de la mano del nuevo estilo de vida. Hubo grupos que se aislaron al desierto para mantener sus tradiciones y se dedicaron a

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predicar, como los esenios (a una de cuyas ramas pertenecía Juan el Bautista), siendo otra la de Qumrán, que se organizó para la guerra al estilo de un moderno movimiento guerrillero. Hubo quienes defendieron la tolerancia con el extranjero y quienes resintieron la prepotencia de este. Hubo quienes alegaron en defensa de los helenos su ignorancia sobre la verdad revelada y otros que opinaron que era imposible explicar a estos individuos una visión diferente de la suya propia.

La mayoría aprendió griego, se adaptó a los nuevos tiempos helenizando incluso sus nombres o manteniendo su nombre en casa y adoptando otro más helénico para los viajes, atendió negocios y comercio con lejanas tierras y tradujo las escrituras al idioma ahora dominante.

Los griegos jamás aprendieron idiomas o dialectos extranjeros, de hecho parece ser que Pitágoras fue el único griego que se interesó en comprender jeroglíficos egipcios. En Alejandría el gimnasio griego se levantó para que los helenos no “degenerasen” por el contacto o el uso de la lengua o las costumbres locales, pero al cabo se abrió a los no griegos (excepto a los egipcios).

Alejandro creía que los griegos dominarían el mundo. Que a su mando se fusionarían las razas bajo su idioma y su cultura, que los griegos debían “considerar al mundo su patria”. Creían en una cultura universalista donde “la ciudadanía sería una cuestión de actitud más que de cuna” (Sócrates). Esta civilización global de cierto modo calzaba bien con la concepción de Dios universal de los hebreos, pero había contradicciones difíciles de tragar. De partida se entendía que este cosmopolitismo sería logrado bajo la lengua y la concepción cultural griega.

Los griegos tenían un concepto muy diferente de lo que era una deidad y con frecuencia declaraban dioses (desde su punto de vista los estaban declarando en realidad modelos a seguir) a sus soberanos o célebres guerreros en reconocimiento a sus méritos sobresalientes, lo que para los israelitas era una herejía intolerable. Para los griegos en tanto el rito de la circuncisión era una barbaridad que atentaba contra la perfección del cuerpo. Los hebreos respetaban el cuerpo humano en tanto obra de Dios, pero los griegos lo adoraban al grado de un culto en sí mismo.

Los helenos construyeron equivalentes a sus polis allí donde fueron, de hecho transformaron Jerusalén y la rebautizaron Antioquía, y su desprecio por culturas locales que ni siquiera se tomaban la molestia de conocer llevó a que en el 171 antes de Cristo decretaron abolida la ley mosaica que llevaba unos dos mil años en ejercicio y reemplazada por la ley secular (mucho menos democrática en realidad), mientras el templo hebreo era rebajado a la categoría de “lugar ecuménico

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de culto”, se incorporó a él una estatua de un dios intercongregacional con el nombre de Zeus Olímpico y se decretaron nuevos sacrificios. Los hebreos rehusaron someterse y estaban dispuestos a morir por ello, y aparecieron los primeros mártires. Las discrepancias religiosas se elevaron al nivel de lucha contra el opresor y comenzó la resistencia, la represión feroz alternada con la concesión de algunos puntos y mientras tanto avanzaba imparable el poder de Roma.

Si bien el Imperio Romano (que sucedió al helénico sin llegar a sustituirlo en el aspecto cultural) tuvo la buena idea de colocar a la cabeza de estas tierras a un hebreo, Herodes el Grande, posteriormente cometió el error de designar jerarcas griegos. El conflicto de fondo era que los israelitas eran un pueblo con una conciencia intelectual que no hacía permisible el dominio extranjero. En el Imperio Romano había tantos hebreos como griegos, pero la cultura y la lengua imperantes eran griegas. Los griegos se sometieron físicamente a Roma, pero dominaron intelectualmente, mientras que los hebreos, que poseían una cultura más antigua, una abrumadora mayor proporción de personas educadas en su población y una literatura superior en muchos aspectos, no vieron reconocida en absoluto ni su lengua ni su filosofía.

La rebelión hebrea contra Roma fue entonces un choque cultural con los griegos. De hecho por entonces había solamente dos grandes literaturas, la griega y la hebrea (porque los latinos apenas comenzaban a formar la suya ateniéndose al modelo griego) y se formaron las primeras grandes bibliotecas, pero la literatura comenzó a mostrar un cada vez más fuerte encono de unos por otros. Los hebreos comenzaron a escribir diatribas antihelénicas incendiarias (Jasón de Cirene, por ejemplo) y los griegos a generar el primer antisemitismo conocido (aunque el término no se acuñara hasta 1879), basado en esta etapa en calumnias y en invenciones que desvirtuaran la historia hebrea, como la invención de que Moisés era en realidad un monje egipcio renegado y su grupo de emigrantes desde Egipto una tropa de leprosos expulsados por el faraón, obra de Manetón, sacerdote egipcio de habla griega, sumamente difundida.

Si bien la oikumene griega era un asunto global, los que rechazaban su esquema se convertían a su juicio no en enemigos suyos, sino en enemigos del hombre mismo. De ello nace que consideraran las leyes mosaicas, otrora consideradas las primeras leyes democráticas, “hostiles a la humanidad”.

A raíz de la dieta especial que mantenían los israelitas, que necesitaban matar a sus animales al modo kosher y no comían cerdo, de su costumbre de circuncidar a los varones y de su insistencia en guardar un día de descanso por semana incluso para sus bestias de carga, los griegos asumieron que era el único

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pueblo de la tierra que rehusaba asociarse con el resto de la humanidad, y se recomendó incluso su aniquilación. Los helenos determinaron que la humanidad es una y los hebreos están aparte, por lo que serían sub humanos. Todo ello derivado de que fueron el único pueblo en que resueltamente los individuos se opusieron a ver el orden del universo al modo griego.

Se elaboraban las fábulas contra los judíos y luego se repetían incansablemente, desde que adoraban a los asnos hasta que realizaban sacrificios humanos secretos, o que tenían propensión a enfermar de lepra. Más allá del rumor del vulgo hubo una instigación intelectual y un activo envenenamiento sistemático de la relación con los gobernantes romanos.

La clase alta en Palestina eran los griegos, generalmente mercaderes o funcionarios, una elite de individuos ricos que eran también los recaudadores de impuestos. El dominio romano era débil y torpe. El año 66 después de Cristo en Cesárea hubo una disputa legal entre griegos y judíos que los griegos ganaron. Para celebrarlo llevaron a cabo una matanza en el barrio hebreo y la guarnición romana (de habla griega) no intervino. Había bandas de asaltantes que asolaban grupos hebreos en la más completa impunidad. En determinado momento de ese mismo año llegaban a Jerusalén refugiados judíos de otras ciudades cuyas casas habían sido incendiadas por mayorías griegas que invadieron los barrios hebreos quemando y destruyendo, justo cuando Gesio Floro decidió incursionar en la tesorería del templo israelita para cobrar impuestos supuestamente impagos. Estalló la que se llamó Gran Revuelta. Los hebreos comenzaron por quemar los registros en que constaban las deudas de los campesinos israelitas, hubo una gran sublevación y mataron a la guarnición romana. Cesio Galo, legado romano en Siria, reunió una importante fuerza y marchó a la ciudad, pero al ver la resistencia hebrea se desalentó y ordenó retroceder, dando paso a una franca huida. Roma entonces concentró al menos cuatro legiones en Judea al mando de Tito Flavio Vespasiano, uno de los generales más destacados del Imperio, quién estuvo asediando Jerusalén hasta el 69 después de Cristo, cuando proclamado emperador partió a Roma y dejó a cargo a su hijo, quién logró tomar Jerusalén al fin del año siguiente.

A partir del 100 después de Cristo los israelitas fueron atacados con mayor fiereza, acusados de subvertir a las clases inferiores e “introducir ideas nuevas y destructivas”. El emperador Adriano introdujo las medidas panhelenísticas, prohibió la circuncisión bajo pena de muerte y ordenó “construir una nueva polis sobre las ruinas de Jerusalén con un templo consagrado a Zeus en el lugar del templo hebreo”, aunque la resistencia hebrea continuó y no fue posible acceder a la ciudad de Betar en la colinas de Judea hasta el 135 después de Cristo.

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Vemos que más que la idea comúnmente sostenida de la visión antropocéntrica defendiéndose del ataque inclemente, bárbaro y fanático de la teología fue esta la que debió padecer el esfuerzo brutal de aquella por aniquilarla, la intolerancia y la persecución desde el poder.

Sin embargo para entonces otra doctrina, nacida del judaísmo, había ido progresando de modo constante entre el pueblo llano del Imperio. El cristianismo había limado las asperezas del judaísmo para los gentiles, había borrado la valla étnica, había eliminado la necesidad de la circuncisión y la dieta, había establecido un nuevo pacto y entregaba una luz muy diferente a los más humildes. Era cierto que el potencial humano era enorme, pero eso no servía de nada a un miserable, a un campesino o a un esclavo atado de por vida al yugo de su labor. El Dios judeocristiano traía esperanza, proponía solidaridad, restaba mérito a la riqueza y enaltecía la humildad. Para estos creyentes no había patricios romanos y ciudadanos de segunda y tercera clase. Frente al logro individual y a la exaltación del hombre, proponía la justicia social y la igualdad ante Dios.

Tal vez la faceta más importante del orden propuesto por los cristianos fue el respeto hacia la mujer, contra lo generalmente difundido.

En la sociedad grecorromana el infanticidio era normal, especialmente el femenino. Entre 600 familias en una ciudad del imperio estudiadas arqueológicamente sólo seis tenían más de una hija. Los bebés de sexo femenino eran asesinados al nacer, junto a los machitos débiles o deformes (se necesitaba una razón para matar a los niños, pero no para hacerlo con las niñas). Platón (República 5) y Aristóteles (Política 2,1) recomendaron el infanticidio como política de Estado y Tácito consideraba una práctica excéntrica “siniestra y perturbadora” de los judíos prohibir el infanticidio. Incluso Hipócrates se refiere con naturalidad a “determinar a cuáles niños corresponde criar” y Soranos define a la puericultura como “el arte de decidir cuáles son los recién nacidos que merecen ser criados”. El aborto era en todo caso prerrogativa del padre, no de la mujer.

La población era desproporcionadamente masculina, razón por la cual se sancionó legalmente a las viudas que en el lapso de dos años no hubiesen contraído nuevamente matrimonio. Un varón podía divorciarse sin darle a la mujer ninguna compensación, simplemente echándola de su casa.

Las niñas sobrevivientes (normalmente una por familia, en general la mayor) eran casadas ya desde los once años (la ley romana contemplaba sanciones para las adúlteras de menos de doce años) y estos matrimonios concertados eran consumados, lo que constituía una violación infantil socialmente aceptada. Es más,

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lo normal era que se permitiera vivir a una hija con el exclusivo propósito de establecer a través de ella una alianza matrimonial con otra familia, es decir casarla era el único motivo para su existencia. En realidad a la mujer ni siquiera se le daba un nombre, los hijos de la casa de Cornelius por ejemplo se llamaban Publius Cornelius o Gaius Cornelius, pero la hija se llamaba simplemente Cornelia, es decir sólo su apellido de familia, sin un nombre personal. No era necesario más dado que sería la única hembra entre la descendencia de esa familia. Las mujeres jamás escogían a sus esposos ni administraban sus bienes y para defender sus derechos dependían de que un varón de su familia aceptara defenderla ante los tribunales. Su estatus social era similar al de un niño de corta edad, aunque en la práctica la mujer era la propiedad de un varón.

La mujer nunca tuvo real participación en los cultos (contra lo que se ha difundido sin base histórica alguna el paganismo nunca fue feminista), pese a que en algunos sitios periféricos haya habido alguna mujer desempeñando algún papel en un santuario. En realidad estaban normalmente subordinadas a sacerdotes y generalmente, como en el mitraísmo, totalmente excluídas.

En el cristianismo en tanto ya en la Epístola a los Romanos Pablo menciona a buen número de mujeres como colaboradoras, Plinio el Joven persiguiendo a los cristianos informa haber torturado a “jóvenes que eran diaconisas”. De hecho en I Timoteo 3, 11 y siguientes, se explica las reglas que deben cumplir las jóvenes aspirantes al diaconado (tema tratado luego en el Concilio de Calcedonia del año 451).

Por otra parte las cristianas tenían la posibilidad de escoger a su cónyuge y determinar el momento en que decidían casarse, siendo que casi la mitad de ellas seguía soltera a los 18 años. Incluso, siendo inaudito, podían decidir libremente no casarse, habiendo muchas mártires entre mujeres que rechazaron al esposo escogido para ellas por su padre (no olvidemos que el padre les permitió vivir y las crió en su familia con este único fin) y con ello la autoridad todopoderosa del pater familias sobre su vida y muerte (patria potestas), lo que socavaba los cimientos mismos de la sociedad en los tiempos del Imperio. Cierto es que algunas mujeres eran escogidas como vírgenes vestales, sacerdotisas del templo de Vesta encargadas de mantener el fuego sagrado, pero esta no era una decisión de la mujer sino de su padre, y es destacable que si a alguna se le apagaba la llama era enterrada viva. En realidad la presión de las mujeres por mantenerse solteras fue una forma de rebelión social en busca de la autonomía y la libertad de la mujer de decidir acerca de su propia vida desembarazándose del gobierno del padre y del esposo, y puntualizar el valor de su existencia en sí misma y no sólo por el vínculo

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matrimonial, lo que para estas mujeres merecía ser conquistado aún cuando les fuera en ello la vida. La primera manifestación feminista de la historia, digamos.

Había una serie de reglamentos entre los cristianos que protegían a las viudas sin apremiarlas a buscar otro esposo y se les otorgaba un estatus muy superior al que tenían en la sociedad laica. El adulterio masculino era tan sancionado como el femenino (lo que causó indignación y estupor en la población), no se aceptaba la poligamia, el divorcio era condenable y tolerado sólo en ciertas condiciones y el asesinato de un bebé era abominado tanto si este era niña como si era varón, considerado el derecho a vivir el mismo para todo ser humano.

San Pablo usa la palabra “persona” para explicar la igualdad ante Dios. Hasta ese entonces persona era el nombre dado en el teatro a la máscara que identificaba a un personaje. Los cristianos le dieron otro sentido para generar un vocablo que identificara a hombres y mujeres como individuos iguales. Incluso se expande, para involucrar como “personas” además de las mujeres a niños y esclavos, y llega a representar también a cada una de las tres Personas de la Trinidad divina.

Las monjas de claustro tenían una intensa actividad intelectual y espiritual, no decretándose el encierro riguroso de monjas sino hasta fines del S XIII. Nobles y siervas se turnaban en las tareas domésticas sin distinciones, estudiaban (Paula aprendió y enseñó hebreo, que hablaba, traducía y cantaba fluidamente) y trabajaban en diversas obras. Varias reinas se recluyeron en conventos después de viudas, a menudo luego de haber regentado naciones.

Muchas cristianas solteras, libres para llevar a cabo sus propios proyectos, actuaron decidida y creativamente, como Fabiola, patricia romana que impresionada por los indigentes que llegaban a Roma creó el primer hospital que ha existido (nosokomium) y más adelante el primer centro de hospedaje para peregrinos, el xenodochion de Ostia. Durante el Medioevo se desarrolló una red importantísima de hospitales y hospederías en todas las rutas de peregrinación, basados en la idea original de Fabiola.

Melania la joven, heredera de inmensos territorios en África, los distribuyó entre más de un millar de esclavos y se retiró a una comunidad de mujeres que su abuela fundó en Jerusalén. Fue la primera liberación masiva y digna de esclavos. La Iglesia fue la ejecutora de la emancipación general de la esclavitud en todo caso. El concilio de Orleáns en el 511 proclama el derecho de asilo en las iglesias para esclavos fugitivos. En el S V San Cesáreo dice: “Quisiera saber qué dirían quienes me critican si estuvieran en el lugar de los cautivos cuyo rescate he pagado. Dios,

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que se dio a sí mismo como precio de la redención de los hombres, no me juzgará mal porque haya pagado el rescate de los cautivos con dinero de su altar”, y todos los fallos de tribunales de los siglos VI y VII que ordenan manumisión de esclavos esgrimen motivos religiosos.

Es curioso que si pensamos en la esclavitud tendemos a visualizar a un esclavo negro dominado y abusado por un hombre blanco. Esto es un tema de educación, y no poco de propaganda. La esclavitud es una de las más antiguas instituciones humanas, siendo costumbre en la antigua Europa vender a los derrotados en batalla (casi siempre blancos) a mercaderes árabes para ser llevados como esclavos al continente africano. De hecho las mujeres blancas eran muy bien cotizadas en África. Las tribus africanas en tanto solían desde los albores del tiempo mantener como esclavos a los individuos capturados de tribus rivales, y fueron estas tribus las que en tiempos posteriores entregaron gustosas a sus rivales a los esclavistas blancos. Las invasiones islámicas posteriores al S VII llevaron miríadas de esclavos europeos cristianos a los mercados de Bagdad.

La civilización occidental judeocristiana no inventó la esclavitud, sino que fue la primera civilización en la historia humana que la prohibió.

Entre los nombres de personalidades destacadas que el diccionario Petit Larousse menciona en los siglos I y II DC hay cuatro varones (Orígenes, Plotino, Aulo Gelio y San Sebastián) y veintiuna mujeres.

El cristianismo fue adoptado por un número masivo de mujeres, lo que más adelante marcó en gran medida el éxito de la difusión de esta religión, que era por ende transmitida a los hijos en el seno familiar y que motivó la conversión de muchos hombres ansiosos de formar pareja con cristianas (las mujeres eran pocas en relación a los varones, no lo olvidemos). En el siglo IV la burgundia Clotilde convierte a su esposo Clovis, rey de los francos. Lo mismo sucede con Teodosia y su esposo Leovigildo, Duque de Toledo en España, en Inglaterra con Berta de Kent y su esposo el rey Etelberto o en Italia con Teodolinda, bávara casada con el rey lombardo Agilulf que hace bautizar en la fe cristiana a su hijo Adaloald. La primera bautizada en Rusia fue Olga, princesa de Kiev, y los países bálticos deben su conversión a Eduviges de Polonia.

La sociedad imperial menospreció la importancia fundamental de la mujer y su capacidad de introducir códigos de conducta en las bases de toda la estructura social, no sólo desde los tronos sino fundamentalmente en la intimidad de los hogares.

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Parece evidente que el cristianismo avanzó sobre occidente del modo que lo hizo gracias, básicamente, a las mujeres.

Este respeto hacia la mujer por parte de la religión se mantuvo por largos siglos, con numerosas pruebas historiográficas. Por ejemplo los copistas muchas veces dejaron colofones, esto es que una vez acabado el arduo trabajo de transcribir un libro anotaban una frase a su arbitrio, como “Este libro está escrito, bendecid al copista”, a veces ingeniosa, a veces reveladora de la satisfacción de haber terminado una ardua labor, seguida de su propia firma. Como dijo uno de ellos, “Quien no sabe escribir no cree que sea un trabajo. Cansa los ojos, rompe los riñones y tuerce los miembros. Así como el marinero desea llegar al puerto, el copista desea llegar a la última palabra”. Casi todos los libros medioevales llevan colofón. Las firmas revelan que una sorprendente cantidad de ellos fue transcrito por mujeres, lo que nos lleva a notar que gran cantidad de mujeres durante el Medioevo sabía leer y escribir con precisión, y no pocas veces en más de una lengua. En los monasterios femeninos las monjas solían estudiar al menos latín, griego, letras, derecho y liturgia, además de medicina natural y cuidado de enfermos. El famoso Hortus deliciarum (Jardín de las Delicias) es una obra enciclopédica compuesta por la abadesa Herrada de Lansberg e ilustrada con una serie de trescientas treinta y seis miniaturas acerca de la vida cotidiana, usos y costumbres de la época, que son fuente fidedigna de estudiosos e historiadores de hoy en día, e incluyen entre muchas otras cosas el herraje de caballos, armas, vestimentas, marionetas o ruedas de lagar.

Hildegarda era objeto de consulta por parte de cantidades de obispos y prelados, además de personajes nada insignificantes, como el papa Eugenio III, San Bernardo de Claraval, Conrado, el emperador de Alemania y su sobrino y sucesor Federico Barbarroja, entre otros, como atestigua su gran cantidad de correspondencia. Las obras de Hildegarda, además de sus elucubraciones en torno a problemas teológicos y su ardiente defensa de la poesía y la música (compuso setenta y cuatro himnos y sinfonías), revelan ideas científicas que no serían consideradas hasta unos quinientos años después de su muerte, como el Sol al centro del universo, el modo como circula la sangre en el cuerpo humano, y probablemente intuyó la acción magnética, la degradación de la energía y la atracción de los cuerpos, entre otras cosas, en tanto la abadesa de Gandersheim, Hrotswitha, es descrita como “tal vez el escritor más original de Alemania en tiempos de los Otón”, habiendo escrito leyendas en verso, comedias teatrales (la primera persona en escribir obras de teatro en latín), obras filosóficas en que elogia la vida monástica tanto como al matrimonio y se opone a la idea de la mujer como ser débil

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y sentimental, obras de educación, de devoción y de distracción, con una notable producción literaria.

Las figuras femeninas de la cristiandad medioeval son incontables.

Las mujeres pudieron descollar en artes y ciencias en la época medioeval más que nada en virtud de la idea igualitaria y la educación que brindaba la iglesia.

Esta igualdad se hace notar en casos como el de Pétronille de Chemillé, la primera abadesa de Fontevraud, nombrada con veintidós años para dirigir el monasterio mixto, donde debía dirigir tanto la comunidad de varones como la de mujeres, y a nadie pareció molestar que el mando lo tuviese una mujer.

Volviendo a la época de los primeros cristianos, estos aborrecieron los

juegos del circo, exigieron que los gladiadores y maestros de gladiadores renunciaran a sus actividades para poder ser aceptados en la congregación, aceptaron a los esclavos otorgándoles la dignidad de seres humanos iguales a sus amos, los inmigrantes fueron tratados como hermanos, rechazaron el uso de las armas en virtud del respeto a la vida, y rechazaron decididamente el infanticidio y el aborto (que era legalmente obligatorio en el Imperio Romano para las mujeres mayores de 40 años y era decisión del varón en los otros casos, el más conocido el impuesto a Julia por su tío Domiciano cuando ella quedó embarazada de él). La Didajé, la primera catequesis cristiana de la que tenemos noticia, cuya fecha de redacción puede incluso ser anterior al año 70 d. C, ya consignaba la siguiente prohibición: “No matarás a un niño recurriendo al aborto ni lo matarás una vez que haya nacido”. Justino menciona con asombro que el cristianismo respeta la vida de los niños “incluso cuando se trata de un recién nacido”. Y este derecho a la vida corría tanto para los varones como hembras y para criaturas nacidas o en estado de gestación. Cierto es que esta era la norma hebrea, pero para los cristianos continuó siendo una pieza clave de su cosmovisión, llevada ahora a toda la sociedad, no sólo como “costumbre judía”. El Pater Familias para los cristianos ya no era dueño de la vida y la muerte de sus hijos, esposa y esclavos. Esto, sobre cualquier otra consideración, hizo que la confrontación con la ética social y legal del imperio fuera frontal.

Durante el reinado de Marco Aurelio sobrevino una plaga que diezmó probablemente un tercio de la población (el mismo Marco Aurelio murió también por esta causa), y poco después otra peste atacó a los sobrevivientes. Ya el célebre médico Galeno ni pensó en quedarse a atender a los enfermos sino que salió a todo correr a sus propiedades de Asia Menor. Los ciudadanos que podían escapaban, y los otros expulsaban de sus casas a los enfermos. Los cristianos destacaron porque

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se dedicaron a cuidar amorosamente a los enfermos, fueran parientes, esclavos o desconocidos, y sus médicos a atenderles con entera dedicación, pareciendo no temer a la muerte y anteponer al prójimo a sí mismos (Cipriano de Cartago). En realidad muchos cristianos murieron por atender voluntariamente a los enfermos. Sin embargo este ejemplo, lejos de mermar el número de cristianos no hizo más que acrecentarlo con nuevos miembros.

Juliano, empeñado en perseguir a los cristianos, adjudicaba motivaciones abyectas a la caridad que estos practicaban pero no podía ignorarla, y exhortó a sus sacerdotes a mostrar similar virtud. En sus cartas se lee: “Creo que cuando los sacerdotes se descuidaron y pasaron por alto a los pobres, los impíos galileos se percataron de ello y se entregaron a la caridad”. “Los impíos galileos no sólo sustentan a sus pobres, sino también a los nuestros, todos pueden ver que nuestra gente carece de ayuda nuestra”.

Lo cierto es que los cristianos mostraban el mismo comportamiento que los hebreos habían propugnado, pero esta vez estaba siendo adoptado por la población no hebrea en un número notoriamente creciente pese a la cruenta persecución.

Como quiera que se viese los israelitas habían logrado mantenerse leales a su convicción durante milenios y si bien su pueblo no había llegado a ostentar la grandiosidad romana eran gentes solidarias y se atenían por igual a su ley, ante la cual hasta su rey debía someterse. Las diferencias que los apartaban de los gentiles podían superarse a través de la nueva alianza que Cristo ofrecía, y esta nueva forma de devoción y la conciencia social que conlleva conquistó a los intelectuales y desbancó al cabo al culto al individuo en todo el mundo civilizado, trepando desde las masas desposeídas hasta los tronos, no por imposición desde el poder sino en sentido contrario y por voluntad de las gentes que por esta causa arriesgaron y perdieron incluso la vida.

Cuando el emperador Constantino se convirtió al cristianismo a comienzos del siglo IV (con seguridad influenciado por su madre, Santa Helena) ya la práctica mitad de la población del imperio se consideraba cristiana. Sin embargo fue precisamente el cristianismo el que preservó la herencia clásica, ya que en ningún momento se dedicó a arrasar la cultura en la que se había desarrollado. En I Tesalonicenses 5, 21 leemos por ejemplo la terminante exhortación a “examinar todo y conservar lo bueno”, mostrando así una tolerancia incomparable en su tiempo. Los monasterios cristianos fueron durante los siglos siguientes lugares de recogimiento en donde se asentaron laboriosos y pacíficos monjes y monjas para practicar la erudición, la caridad, la conservación y difusión de la cultura en bibliotecas y

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escribanías, la experimentación en el cultivo de la tierra y el mantenimiento de hospitales, asilos de indigentes, escuelas y orfanatos.

Cristo no fue el principal difusor de su propuesta, lo fue San Pablo (o realmente Sha'ul de Tarso) unos cincuenta años después de la muerte de Jesús. Judío de familia acomodada, de joven estudió en su ciudad natal, el puerto de Tarso, hoy en Turquía y en aquel tiempo perteneciente a la provincia romana de Cilicia en Asia Menor, con el muy famoso rabino Gamaliel. El abuelo de Gamaliel, el rabino Hillel, había enseñado que hacer misiones difundiendo entre los gentiles la Ley de Moisés era una misión divina.

Tarso por aquel entonces era un centro activo de comercio y de estudios comparable incluso a Atenas, con una influencia helénica clásica indiscutible, donde pululaban filósofos estoicos, matemáticos pitagóricos y reformaban la ciudad arquitectos monumentales. Cualquier joven judío recibía por lo tanto en aquel lugar y época las dos vertientes culturales de su ascendencia y de su entorno.

Los judíos esperaban la llegada del Mesías al fin de los tiempos, pero una secta de gentes de los bajos fondos inició un culto a todas luces herético desde la visión tradicional: el Mesías había estado ya entre los hombres. Por esta blasfemia los judíos los negaban, y por ser teístas y no antropocentristas los helenos y los romanos los perseguían. Filosofar estaba muy bien mientras no se incorporase a Dios en el esquema. Un joven griego, Esteban, fue apedreado hasta morir, y luego Pablo, doblemente acicateado por romanos y judíos, recibió órdenes de arrestar a todos los que estaban con Esteban para arrancar la herejía del lugar. Algo le aconteció por el camino que le hizo cambiar de opinión. La narración describe que tuvo una visión y quedó temporalmente ciego. El caso es que su vida cambió radicalmente al punto de ser el más culto de los evangelistas, dedicándose desde entonces a recorrer incansablemente el mundo conocido difundiendo el cristianismo por los treinta años que le restaban de vida.

Cristo hablaba un dialecto semita considerado de clase baja, el arameo, y no dejó nada escrito, mientras que Pablo, además del hebreo, dominaba el griego culto que se hablaba en todo el Imperio y en griego predicó y escribió. Es importante destacar que los Evangelios y buena parte de los libros del Nuevo Testamento están originalmente escritos en griego, y que en su redacción se usa mucho una forma verbal del idioma griego llamada “aoristo” (literalmente “sin horizonte”), que es un modo de expresar hechos de modo intemporal: ocurrió, ocurre, ocurrirá, todo a la vez. Entre los escritos de Pablo hay numerosas cartas, además del Evangelio. En una de estas cartas, dirigida a los gálatas (gentes de Galacia), se lee: “En Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor”

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(Gal. 5,6) Así como: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3,27).

Fue Pablo de Tarso más que nadie quién supo encantar a la gente con una doctrina renovada que exigía una actitud por sobre toda otra forma de culto, y que prometía igualdad entre todos los seres humanos.

La naciente iglesia cristiana, consecuente con su herencia ética judaica, (los primeros cristianos fueron evidentemente hebreos) consideraría un deber moral acoger a los miserables, a los huérfanos, a los dementes, a los enfermos, a los ancianos y en general a todos los “despojos” de la sociedad en lo que serían los primeros hospitales y asilos siglos antes de que los estados lo entendieran como una responsabilidad. Asimismo dentro de la tradición catedrocrática judía incentivó la erudición entre sus monjes y fue una de las primeras instituciones que permitió a sus hombres ilustrarse y dedicarse por entero al estudio, obteniendo como resultado que descollaran y abrieran caminos en todas las ciencias.

El judaísmo por su parte tuvo un rol fundamental en la génesis de prácticamente todos los grandes movimientos sociales (destacando especialmente el marxismo y el socialismo en varias formas). Es notable que este grupo, los judíos, haya aportado una cantidad de científicos y pensadores sobresalientes tan arrolladoramente superior a su porcentaje total dentro de la población (son judías un 23% del total de las personas a las que se ha concedido el Premio Nobel, por ejemplo, aunque estos comprenden menos del 0,2% de la población mundial), aún teniendo en contra muchas veces las políticas educacionales de las naciones en las que se hallaban, que solían establecer cuotas de judíos que pudiesen estudiar, cuando les permitieron acceder a la educación normal.

El judaísmo asimismo es obviamente el tronco del que arrancan todos los cultos cristianos e islámicos, considerado el cristianismo una forma herética del judaísmo y el islam a su vez una forma herética del cristianismo.

Vamos a detenernos en este punto para analizar someramente la posición del islam dentro del bagaje cultural occidental.

El Islam nace con la interpretación de las escrituras hecha por Mahoma, un árabe de la tribu de los Qurais, en el S VII. Una vez logra imponerla en su propia tribu y no consiguiendo la conversión de cristianos ni judíos, decide que el medio de propagar su verdad sería la conquista de los territorios por medio de la “guerra santa” (yihad). Conquistaron Siria en 635, Palestina en 638 y Persia en 642, el

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mismo año en el que Amr ibn al-As llegó a Egipto, donde llevó a cabo un verdadero genocidio religioso. En lo tocante a tolerancia cultural, el califa Ornar ordenó quemar la Biblioteca de Alejandría, alegando que: “si lo que en ella está custodiado es igual al Corán no es necesario y si discrepa con el libro sagrado no tiene derecho a existir”.

Hubo un momento en que la potencia guerrera del mundo islámico fue enormemente superior a la del occidente cristiano y era más que probable la conquista completa de este por la espada, aunque esto se revirtió posteriormente.

El hecho es que, si bien el islam penetró la cultura en España durante 700 años y estuvo al borde de dominar completamente occidente, no lo consiguió. Fue detenido varias veces en batalla (ya que su expansión sólo se dio por este medio en occidente y las conversiones nunca fueron espontáneas ni logradas por la predicación como con el cristianismo), las poblaciones sometidas en Europa se rebelaron constantemente y su influencia en el plano ético-religioso, derivada como era de la cristiana, no llegó a tomar su lugar.

Dado que estamos estudiando las raíces de la cosmovisión cultural occidental, podemos considerar apenas tangencial el aporte islámico, a excepción de que aportaron un alto grado de erudición en matemáticas y que sus invasiones provocaron un éxodo de intelectuales bizantinos que escaparon hacia occidente generando un gran auge de platónicos y aristotélicos en las universidades europeas, lo que llevó a un renacimiento de la filosofía y la literatura en Europa.

Constantinopla, la capital de Bizancio, fue un próspero enclave de floreciente agricultura y crucial centro y ruta comercial que conectaba Europa con África y Asia, conocida como “Reina de las Ciudades” y “Encrucijada del Mundo”. Durante toda la Edad Media se le consideró la más grande y rica ciudad de Europa, donde coexistían templos paganos y cristianos (la famosa iglesia de Santa Sofía) y la primera Universidad del mundo (que enseñaba gramática, retórica, derecho, filosofía, matemática, astronomía y medicina). Su caída en manos de los otomanos marcó el fin entre otras cosas de las rutas comerciales hacia India y China, lo que llevó a los portugueses a circunnavegar África (Vasco de Gama) y a los españoles a buscar una vía marítima a través del Atlántico que a la postre culminó con el descubrimiento de América (Cristóbal Colón), aunque no son logros atribuibles al islam sino más bien a su belicosidad e intransigencia.

La arquitectura islámica, aunque muy destacable (se desarrolló en realidad como una de las poquísimas formas de hacer arte toleradas), nace de la

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arquitectura bizantina. La cúpula de la Roca, la primera gran mezquita, fue no sólo copiada de modelos bizantinos sino también construida por artesanos bizantinos.

Preciso es resaltar además que el islam prescinde del aporte al pensamiento con que pudiera contribuir la mitad femenina de su población.

Es fundamental además tener claro que toda forma de expresión artística les estaba vedada a los musulmanes a excepción de la caligrafía, en que descollaron ya que vertieron en ello todas las capacidades artísticas que no podían desarrollar de otro modo.

El islam prohibió tajantemente hacer imágenes ya no sólo del ser humano, sino de cualquier ser vivo.

En lo tocante a la música, Mahoma en sus hadices explica: “Alá el todopoderoso y majestuoso me ha enviado como guía y piedad para los fieles, y me ha ordenado abolir los instrumentos musicales, las flautas, las cuerdas y todo lo correspondiente al período preislámico de ignorancia. El Día de la Resurrección Alá verterá plomo en las orejas de quienes se sientan a escuchar canciones. La música hace crecer la hipocresía en el corazón como lo hace el agua con la hierba.” Los islámicos no pueden en muchas naciones aún hoy en día ni siquiera cantar o silbar melodías. Una mujer no tiene permitido “dulcificar la voz” para hablar si pudiese oírla un varón que no fuera su marido, mucho menos cantar. Tampoco puede cantar un varón cuya voz pudiera ser escuchada por una mujer. Sólo se permite la expresión de música o danzas a monjes experimentados en un estricto sentido religioso y bajo supervisión de un superior. También a peregrinos para alabar en La Meca y a los sacerdotes que despiertan el ardor marcial incitando a luchar contra los infieles. En las bodas y nacimientos, así como recibiendo a un viajero y siendo para alabar a Dios, es lícita, pero no en los funerales, donde está prohibido lamentarse o expresar de alguna manera pesar por la muerte de los seres queridos, llorar o vestirse de luto (excepto no engalanarse por cuatro meses y diez días para una viuda). El Ministerio de Awkaf y Asuntos Islámicos del Estado de Kuwait por medio de su Oficina de Cultura y Difusión Islámica ha editado el 2005 un manual sobre lo lícito e ilícito (http://www.nurelislam.com/licito/libro.html) declarando que es permisible el canto y la música que lo acompaña siempre que no se trate de “palabras vanas” ni sea en modo alguno excitante ni en la música ni en los movimientos o ropas del cantante, ni se dedique a ello más tiempo del necesario (toda “entretención vana” está vedada, incluso el ajedrez). Pero esto es hoy y en Kuwait.

Los grandes pensadores fueron en su tiempo perseguidos por el islam y se conocieron en occidente y no en sus tierras, siendo muchos de ellos herejes

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islámicos declarados. La cultura islámica que logró florecer lo hizo a pesar del islam, que consideró que sólo el Corán era digno de estudio y memorización.

Cristianos tradujeron al sirio y al árabe a Aristóteles, Platón, Galeno e Hipócrates. Avicena y Averroés basaron sus planteamientos en las ideas antes vertidas por Aristóteles y preservadas por los cristianos. El primer hospital de Bagdad fue construido por cristianos, así como la primera universidad del mundo (la Escuela Cristiana Asiria de Nisbis). En Mesopotamia, la escuela de Edesa fundada en 363 por San Efrén, enseñaba la doctrina de Aristóteles, Hipócrates y Galeno junto con los escritos de los Santos Padres. Cerrada en 489 sus filósofos se establecieron en Nisibis y Gandisapora en Persia y en Risaina e Hinnesrin en Siria. En estas escuelas se mantuvo viva la enseñanza clásica y se tradujeron las obras clásicas al sirio. En Siria se logró mantener la tradición clásica incluso después de la conquista de los árabes.

Cuando los musulmanes invadieron Persia en el siglo VII eran de un desnivel cultural enorme respecto a sus conquistados. Su desarrollo se basó íntegramente en la cultura local, antigua y reconocida. La inmensa mayoría de matemáticos islámicos, pese a verse obligados a escribir en árabe, eran persas. No fue el islam sino los persas los que aun bajo dominio islámico continuaron desarrollando su cultura anterior.

En matemáticas, ciencia que apareció más o menos conjuntamente con todas las grandes civilizaciones, los principios sobre los cuáles trabajó Al Juarizmi, incluyendo el cero, fueron descubiertos en realidad varios siglos antes, y los numerales arábigos (que no se usan en árabe), incluyendo al cero, se originaron en la India anteriormente a la llegada del Islam, donde hubo matemáticos brillantes.

Omar Jayam era filósofo además de astrónomo y matemático, y su doctrina era esencialmente materialista, escéptica y pesimista. Para él no existe nada más allá de la materia, el cielo está vacío y no atiende a nadie y el mundo está hecho en base a la unión de partículas que funcionan por casualidad. El tipo, digamos, era ateo. Difícilmente podemos achacar su obra al islam.

Los trabajos de los matemáticos (casi todos persas, no árabes) que indiscutiblemente los hubo de gran importancia, fueron en todo caso muy bien recibidos en occidente, pero generalmente no en territorios islámicos, en donde fueron considerados lo mismo que toda obra científica punto menos que aberrantes si no ya derechamente heréticos por “ponerle reglas” a Alá. Al Gazali (cuyo papel en el islam ha sido comparado al de San Agustín en el cristianismo) estimaba obligatorio considerar infieles y matar a los escritores y científicos, lo que hallamos

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en su obra Tahafut al-Falasifa (Destrucción de los filósofos) en la que ataca encarnizadamente a los filósofos en general y a Avicena en particular. El Corán describe a Alá como completamente soberano y no sujeto a ninguna limitación, y la sola idea de que hubiese leyes en la naturaleza resultaba blasfema, una negación de la libertad de Alá.

La reconocida medicina árabe se basó en la obra del belga Vesalio (con dibujos anatómicos detallados que estaban prohibidos por el islam) y de Galeno. Al-Razi, conocido médico persa, era un conocedor de la medicina griega y de Hipócrates. Su aporte en lo tocante a psiquiatría y neurología fue muy importante, pero era un mutakallimun, es decir un racionalista seguidor de Pitágoras, Demócrito y Aristóteles, negando la interpretación literal del Corán y en buena medida proscrito por el Islam. Averroés, seguidor de Aristóteles, fue tan perseguido que su obra sólo se conoce por sus traducciones al hebreo y latín, ya que la censura musulmana destruyó prácticamente todos sus escritos originales en árabe. En realidad tuvo que escapar de Córdoba para ir a esconderse a Fez, pero lo hallaron, quemaron todas sus obras y lo encarcelaron hasta poco antes de su muerte. Avenzoar, hispanoárabe, amigo de Averroés, dejó varias obras de las que la principal se conserva en la Biblioteca Nacional de Paris, la Bodleian Library de Oxford y la Biblioteca Medicea–Laurenziana de Florencia, no en territorios musulmanes.

Si bien hubo un momento histórico en que en el mundo musulmán se alcanzó una alta cota en ciencias, hay razones suficientes para pensar que estos logros fueron un aporte de los pueblos sometidos, y no a causa sino a pesar del islam. Baste pensar que cuando judíos y cristianos escaparon, murieron o quedaron sometidos al islam, la cultura se estancó y decayó persistentemente.

Resumiendo, podemos concluir que el islam en sí mismo no produjo un real aporte cultural, sino más bien hizo todo lo posible por estrangularlo, pese a lo cual algunos intelectuales lograron descollar durante un tiempo en territorios conquistados (o más bien fuera de ellos), basándose por norma en la herencia cultural occidental.

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Capítulo 4: Religión versus ciencias

Este conflicto es uno de los más grandes infundios que han logrado mantenerse vigentes al paso de las décadas.

En la literatura anticlerical anterior al siglo veinte el tema de la religión oponiéndose al estudio científico simplemente no existe, sin embargo de pronto estalla y se vuelve un asunto crucial de nuestro tiempo.

De algún modo se ignora tenazmente la contribución de la Iglesia a las ciencias y se pretende justo el contrario, en ocasiones con lastimoso éxito, en base a torcer los hechos e inventar estereotipos completamente aberrantes.

El Vaticano tenía su propio observatorio y en base a estas observaciones reformó el calendario de Julio César, que estaba desfasado en doce días. Newton, Kepler, Descartes, Volta, Galvani, Pasteur y la inmensa mayoría de científicos eran devotos creyentes y hubo muchos monjes que alcanzaron cimas en el estudio de ciencias tanto exactas como sociales. No podemos descartar el hecho de que la Teoría del Big Bang la debemos al sacerdote belga Georges Lemaitre, la genética moderna a los estudios del fraile Gregorio Mendel, la idea de los “agujeros negros” y la naturaleza ondular de los terremotos al párroco rural de Yorkshire John Michel, la concepción de que el interior de la Tierra era fluido al vicario inglés Osmond Fisher y la comprensión de la naturaleza del átomo al cuáquero John Dalton, entre muchos otros ejemplos de grandes avances científicos provocados por el trabajo de individuos firmemente ligados a la fe o derechamente monjes. Las universidades fueron originalmente casi todas católicas y en ellas no sólo se enseñaba sino que eran centros de investigación y observación florecientes a los que acudían los estudiosos de todas partes. Aún hoy los centros de estudios superiores, universidades y hospitales confesionales suelen marcar la pauta en avances científicos y tecnológicos en el mundo.

En realidad la tónica constante ha sido que los propios científicos se opongan tenazmente a las ideas nuevas con un celo rayano en la manía, al punto que se formen bandos en conflicto por décadas y se rompan definitivamente viejas amistades reemplazadas por odios llameantes ya sea por la posibilidad de que haya habido eras glaciares o por asuntos tan relevantes como la inclusión de un nuevo tipo de musgo, incluso habiendo renombrados hombres que han dedicado el resto de su existencia a hacerle la vida imposible a su rival. En el caso de Copérnico, por ejemplo, no fue la Iglesia la que se opuso a la difusión de su planteamiento (exigió

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apenas que se publicara su punto de vista en calidad de teoría y no de ley y fue bajo la orden papal que se imprimió el libro), como tanto se ha cacareado, sino Tycho Brahe, el más destacado astrónomo de su tiempo, que por cierto era completamente laico.

Es “sabido” por todo el mundo que Copérnico sufrió la persecución de la Iglesia Católica por proponer que el Sol giraba en torno a la Tierra en lugar de al revés. La realidad es que Copérnico, que era canónigo de una catedral católica de Polonia y estudió matemáticas, física y astronomía en la Universidad Católica de Bolonia, en donde se criticaba abiertamente el sistema de Ptolomeo, desarrolló una teoría alternativa y la puso a consideración del Papa León X, quién le otorgó su favor. No fue así con los reformistas, ya que Calvino y Lutero lo rechazaron de plano. Sin embargo Tycho Brahe, el más eminente astrónomo de entonces y reconocido actualmente como el más importante de su tiempo, también la rechazó enfáticamente. Pese a ello el Papa Pablo III ordenó algunos años más tarde imprimir y distribuir el libro “Sobre las revoluciones de las órbitas celestes” de Copérnico, quién a lo largo de su vida jamás sufrió persecución alguna y de hecho puso una dedicatoria al Papa en su obra. El prólogo fue escrito por un ministro luterano que explicaba que las premisas se hallaban de acuerdo con las observaciones astronómicas y que puede tenerse por verdad en general pese a que se trata solamente de teorías, lo cual resultó muy razonable dado que las órbitas no eran circulares ni el Sol se encuentra inmóvil al centro del Universo después de todo.

Setenta años más tarde Galileo publicó sus estudios sobre las lunas de Júpiter y la rotación del Sol en base a las manchas solares, y tuvo problemas graves con los jesuitas no porque no le creyeran sino porque estos alegaban haber descubierto antes estas cosas y reclamaban la primacía. Cuando Galileo insistió en que la teoría de Copérnico se aceptara como hecho irrefutable se le negó, y se le sugirió que presentase sus propias observaciones del mismo modo que lo hizo Copérnico, es decir no como hechos ciertos sino ex suppositione, pero Galileo rechazó la idea y alegó ante el tribunal de la Inquisición, que decretó que sus ideas seguían siendo teorías. En tanto, publicó un escrito en que aseguraba rechazar en el nombre de la ciencia toda objeción que no se basara exclusivamente en la razón y la observación y lo dedicó al papa Urbano VIII, quién autorizó su impresión y aparentemente disfrutó al leerlo.

Su libro “Diálogo sobre los dos importantes sistemas del Universo” defendiendo la postura copernicana se publicó más tarde, también como teoría. El Papa había solicitado explícitamente a Galileo que agregara un inserto, y este en su constante falta de tacto lo puso en boca de un personaje simplón entre argumentos

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pueriles, por lo que se entendió una ofensa y se retiró la obra y Galileo fue citado al tribunal y enviado a la cárcel (a causa de la ofensa al Papa, no de la defensa a la obra de Copérnico que hacía en su libro), aunque la condena se le conmutó a los pocos días y regresó a su villa próxima a Florencia, con la penitencia de recitar siete salmos diarios por tres años, cosa que encargó cumplir por él a su hija, que era monja. Continuó sus estudios, enseñó a sus discípulos y escribió sus libros sin oposición eclesiástica alguna por el resto de sus días.

A Colón nunca se le alegó que la Tierra fuera plana, sino que su diámetro era mayor de lo que él había calculado, lo cual era cierto. De hecho San Agustín y Santo Tomás de Aquino ya tenían conciencia de la Tierra como una esfera hacía mucho y como dice J. B. Russell “Ninguna mente culta perteneciente a la civilización occidental, a partir del siglo tercero antes de Cristo creyó que la Tierra fuera Plana”. Si bien abundan registros históricos de las discusiones mantenidas por Colón en aquel entonces con el clero no existe ninguno que contuviese entre sus temas la redondez del planeta, sino por ejemplo el pequeño tamaño que Colón le asignaba, en lo que los sacerdotes tenían razón. El mito de que se le amenazó con despeñarse por los confines del mundo y que sorprendió a sus contemporáneos demostrando la esfericidad de la Tierra es inventado por el escritor Washington Irving (autor también del clásico cuento de Rip Van Winkle) en su obra fantasiosa “Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón”, que nunca pretendió ser histórica. Aún así el asunto fue retomado por dos escritores americanos, John William Draper y Andrew Dickson White, con el propósito expreso de difamar a la Iglesia en el contexto de la discusión acerca de la Teoría de la Evolución de Darwin. Fueron los principales promotores del “conflicto” entre la religión y la ciencia, creando la idea de que la ciencia luchaba por la libertad y el progreso mientras la religión mantenía la superstición y la represión desde el poder. Estos escritos han servido de base para que muchos escritores hayan creído en un conflicto mantenido a lo largo de los siglos, sin embargo no hay muchos casos reales que contar, de modo que el “affaire Galileo” ha sido repetido ad náuseam.

Si bien la Iglesia Católica tuvo una Inquisición durante el Medioevo, las penas brutales que esta imponía no eran más bárbaras que las penas legales de la época (la crucifixión era una condena civil, lo mismo que el cepo, la jaula y otras atrocidades que más vale abstenerse de detallar), y cabe notar que todas las muertes provocadas por las guerras de todos los fanatismos religiosos en suma no alcanzan a cubrir las ocasionadas por los fanatismos antirreligiosos disfrazados de “científicos”.

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En este punto cabe destacar que la Inquisición fue como tribunal una revolución en su época. Por primera vez se instituyen procedimientos más allá de la voluntad de un juez. De hecho determina un proceso que la hace mucho menos arbitraria y más considerada que la justicia laica. Incluye que exista un jurado compuesto por clérigos y laicos en lugar de un único juez, que el acusado tenga derecho a presentar testigos a su favor, recusar a sus jueces, apelar, recusar al mismo inquisidor y a proporcionar previamente una lista de nombres de personas que podrían tener razones personales para perjudicarle y cuyo testimonio será considerado dudoso o recusado. La Iglesia es hostil a la tortura para lograr confesiones ya que la considera contraria a sus preceptos (el 886, el papa Nicolás I declaraba que este método “no era admitido ni por las leyes humanas ni por las leyes divinas, pues la confesión debe ser espontánea”, lo que se reitera en el S XII en el Decreto de Graciano) y el “Manual de Inquisidores” de Nicolás Eymerich pone en duda su utilidad aún en casos extremos, considerándola “engañosa e ineficaz”, y sólo acaba por introducirla después de que el derecho romano la restablezca en la justicia civil en el S XIII. En cuanto a la cantidad de penas capitales, en un período de gran actividad inquisitorial, entre 1308 a 1323, hubo una media de tres ajusticiamientos por año. Lo que se perseguía era la herejía en un tiempo en que había brotes heréticos cristianos en muchos lugares (como los cátaros, que sostenían una escisión entre lo material/impuro y lo espiritual/puro que les llevaba a creer que Cristo nunca existió materialmente sino sólo como espíritu y proponer la negación de la sexualidad y la concepción de hijos en este mundo impuro, por ejemplo), no el culto a otras religiones. Los fieles de otros credos no son justiciables ante la Inquisición. En 1190, Clemente III prohibió a todo cristiano “bautizar a un judío en contra de su voluntad, impedir las celebraciones judaicas o atentar al respeto debido a los cementerios judíos”, y los que violasen estas prescripciones caerían bajo la pena de excomunión. En 1244, trece años después de la creación de la Inquisición, el Papa Gregorio IX inserta este documento pontificio en el libro V de sus Decretales, lo que le da fuerza de ley. Los historiadores creen que hubo menos de un 1% de juicios que concluyesen en condenas a muerte, siendo la inmensa mayoría absoluciones o condenas menores (tales como ir a rezar a una determinada Iglesia por siete viernes en procesión y vestido con un sanbenito [una casulla amarilla con una cruz], como la que se dictó contra el abuelo de Santa Teresa de Ávila por considerársele converso judaizante) por parte de la Inquisición, la que era considerada por el pueblo en su época menos brutal que la justicia secular.

Es del todo descabellado juzgar hechos históricos separados del entorno en que se dieron. La herejía religiosa era un delito social, se entendía por entonces más o menos como un grupo neonazi sería visualizado hoy en día, y se juzgaba con parámetros menos rigurosos que los usados por la justicia laica, y por más que hoy

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se considerarían obviamente intolerables eran entonces plenamente aceptados por la gente.

La Teoría de la Evolución es probablemente el asunto que más

acaloradas discusiones ha generado. Hoy es la única versión posible, la única alternativa enseñada en las escuelas y la única que tiene cabida en las publicaciones científicas, pero no es la única teoría al respecto ni es tan estable como los evolucionistas desearían, ni tampoco es tan detestada por la iglesia como pretenden hacer suponer.

Olvidando los numerosos fraudes, como las mariposas que oscurecieron en Inglaterra industrial para mimetizar con los troncos de ciertos árboles teñidos por el hollín, probado con fotos (de mariposas muertas, claro, ya que ese tipo de mariposa jamás se posó voluntariamente sobre ese tipo de troncos), y la coacción para “demostrar” el respaldo absoluto de los expertos (ningún científico puede publicar en la revista Science si no apoya la Teoría de la Evolución y el empleo o los fondos de investigación pueden depender de ello), no deja de ser una propuesta bastante consistente en general. Sin embargo no deja de ser una “teoría”, es decir una hipótesis en estado de investigación.

Ciertamente novedosa o revolucionaria no es si comparamos el enunciado “el hombre es fruto de la acumulación de numerosas y sucesivas pequeñas mutaciones acaecidas en el transcurso de millones de años” con el de los griegos dos mil años antes: “el hombre es hijo de la Tierra y del Tiempo”.

El evolucionismo existió mucho antes de Charles Darwin. Su abuelo Erasmus Darwin ya era un evolucionista de quien Charles tomó varias ideas básicas para su propuesta, lo mismo que Jean-Baptiste Lamarck, y se abrazaba esta idea por parte de los filósofos del S XVIII. Lo que aportó Darwin fue el mecanismo que podría posibilitar la evolución. Herbert Spencer resumió esto en la frase “la supervivencia del más apto”.

El problema es entre otras cosas que los defensores de esta teoría esgrimen un fanatismo francamente agresivo y cuasi religioso en considerarla un hecho cierto excluyendo que no es la única teoría (hay varias y bien cimentadas) y, más grave, se contrapone a la observación experimental que confirma el hecho fundamental de que existe un límite a la mutación de los seres vivos tras el cual tienden invariablemente a volver al promedio original en vez de continuar cambiando hacia formas diferentes.

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Por otra parte es destacable que sólo funciona cuando ya está en marcha el proceso de procreación pero no explica el origen de los organismos, por ejemplo. En realidad en el libro “El Origen de las Especies” lo único que no se explica es el origen de especie alguna.

Nunca se ha podido entender tampoco merced a ella la aparición de sistemas bioquímicos complejos, sistemas que no pueden surgir de “numerosas, sucesivas y ligeras modificaciones” como dijo Darwin, sino que deben estar mínimamente estructurados desde el principio para que tengan alguna funcionalidad y puedan representar una ventaja evolutiva, “una formación celular que hace que, en comparación con ella, la complejidad de un vehículo motorizado o de un aparato de televisión resulten una nimiedad” (Michael Behe). En realidad Darwin mismo, en carta a un amigo, reconoce que “el ojo me da hasta hoy escalofríos”, y en “El Origen de las Especies” escribe: “admito libremente que parece absurdo en el más alto grado posible” (que se pudiese producir un instrumento tal en etapas graduales que no representan ventaja alguna hasta no completar una entidad funcional).

En su obra “El Origen del Hombre” Darwin apunta: “si los hombres están en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos, el término medio de las facultades mentales del hombre estará por encima del de la mujer”. Muy científico, sin duda.

Dicho sea de paso, los registros fósiles de homínidos (“homininos”, en realidad, según las nueva taxonomía que incluye entre los Hominidae a todas las especies, extintas o no, más emparentadas con el ser humano que con el chimpancé, y le reservan la subfamilia Homininae dentro de esta al ser humano. En la literatura científica se aceptan en la actualidad unos 20 tipos de homininos, pero casi no hay dos especialistas que acepten los mismos 20. Entre los comúnmente aceptados están habilis, erectus, ergaster, neanderthalensis, rudolfensis, heidelbergensis y antecessor, siendo erectus el Hombre de Java) han sido regularmente sacados de contexto para que coincidan según sus rasgos a la cronología darwiniana, desde “más simiesco” a “más humano”. Lo cierto es que según los estratos en que se han hallado hay homínidos mucho más parecidos al hombre moderno en etapas anteriores y mucho más diferenciados en edades recientes, e incluso se ha dado el caso de que los varones “avanzan” y las mujeres “retroceden” evolutivamente en zonas determinadas, como queda de manifiesto con los de tipo Habilis del mismo período, lo que ha hecho que algunas autoridades en la materia traten de retirar al habilis como categoría válida o considerarla una familia lateral que se extinguió. Primero se dio en simplemente desacreditar cualquier cráneo poco simiesco que se encontrara a edades anteriores, no importando “lo

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buenas que fueran sus credenciales” e incluso el destacado médico y paleontólogo escocés Robert Broom reconoce con franqueza que “los restos tipo Sapiens tempranos han manifestado una extraña tendencia a desaparecer”. Como dice Arthur C. Custance, “si se disponen los restos según su grado de primitivismo el orden contradice los niveles de antigüedad en que han sido encontrados”, pero esto se desdeñó o simplemente los fósiles más conflictivos se desacreditaron o se “guardaron para análisis posterior”. Cuando en 1947 la Srta. Germaine Henri-Martin sacó de una cueva de Fontechevade un fósil bastante “moderno” e indiscutiblemente anterior al del Hombre de Neanderthal, Franz Weindenreich dispuso la siguiente regla: “Al proceder a la determinación del carácter de una forma fósil determinada y de su puesto especial en la línea de la evolución humana, sólo se deberán tener en cuenta sus rasgos morfológicos como base decisoria; ni la situación del emplazamiento en donde fue recuperado, ni la naturaleza geológica del yacimiento en el que estaba sepultado tienen importancia”. Posteriormente los paleontólogos del Comité sobre Biología Evolutiva de la Universidad de Chicago concluyen que “la posición estratigráfica es totalmente irrelevante para la determinación de la filogenia”.

"Desde los tiempos de Darwin, la idea evolucionista ha dominado en gran parte las ambiciones de la antropología física y ha determinado sus hallazgos, a veces en detrimento de la verdad" lamenta el célebre antropólogo Wilson D. Wallis.

Nunca se ha intentado aplicar otras opciones a las diferencias óseas (como el tipo de alimentación, las costumbres, el ambiente, etc.) que no sea la evolutiva. En realidad hay varias teorías alternativas interesantes que no aluden a un hipotético ancestro común con otra especie para explicar las diferencias morfológicas, ni exigen un más alto grado de fe que la teoría darwiniana, como la que explica la forma craneana del Neanderthal en base a la fuerte musculatura maxilar exigida para la masticación de alimentos crudos o semi crudos (los fuertes músculos masticatorios que ascienden por las sienes hasta la cúspide del cráneo pueden comprimir fácilmente la caja craneana en el estado infantil, cuando es más maleable, y las piezas dentales más grandes necesarias para esta faena agrandar a su vez la quijada), y su morfología corporal como adaptación a un ambiente sumamente frío (similar, aunque mucho más acentuada, a la que hoy se aprecia entre los esquimales por ejemplo, que presentan piernas más cortas y cajas torácicas más amplias), o la teoría que considera que los Neanderthal poseerían un hiperpituitarismo funcional (tal vez causado por endogamia) que les daba las características típicas a sus cráneos, arcos superciliares, etc. (un caso moderno es el del Sr. Maurice Tillet). Cabe recordar que el cerebro del Neanderthal era más

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grande incluso que el de su teórico sucesor, aunque en este único caso se alega que aún siendo proporcionalmente mayor habría sido "menos eficiente".

Por cierto, es un dato curioso que la primera aparición indiscutible arqueológicamente de Homo Sapiens se produjo hace unos cien mil años en lo que hoy es Israel.

Thomas Malthus fue un economista que publicó su obra “Essay on the principle of populations” y posteriormente sus “Principios de política económica” cuando Darwin esbozaba su teoría. Afirmaba entre otras cosas que, por una razón matemática, el crecimiento demográfico de una población sería siempre mayor al de los suministros de alimentos, lo que mantendría a esta “presionada” y en lucha permanente por la subsistencia. Tanto Darwin como Alfred Russell Wallace publicaron casi inmediatamente después obras naturalistas con este mismo argumento para ilustrar cómo se tendería a eliminar a los menos aptos en un entorno natural. La supervivencia del más capacitado parece haber sido inspirada más por las bancarrotas, la miseria, la competencia comercial y los deudores presos en Inglaterra que por las observaciones en las Galápagos, en palabras de Tom Bethell.

La cosa se puso realmente grave cuando se hizo el camino en sentido inverso y se llegó al “darwinismo social” a partir de la supervivencia del más apto, es decir designando grupos humanos que merecieran subsistir o dominar por sobre otros en tanto etnia o raza superior o mejor adaptada a su medio según el criterio darwiniano. Es decir la idea surge de la observación sociológica de un economista, pero no llega a convertirse en una “ley” hasta que desde el naturalismo la ciencia le otorga tal estatus, entonces retorna a la sociología convertida en una suerte de “religión científica incuestionable”, en cuyo nombre toda acción es correcta.

Los grandes genocidios que hemos visto desarrollarse en nuestra historia reciente se nutrieron del sustento “científico” que Darwin proveyó. No es que por sí mismo el argumento darwiniano llevara al genocidio (pese a que en “El Origen del Hombre” Darwin declara que prefiere descender de algún tipo de simio que no de un negro), sino que una teoría nacida de la argumentación de un economista puede ser fácilmente incorporada a la de un sociólogo, al punto que sin esta influencia serían estos genocidios difícilmente explicables.

No olvidemos que es la vertiente teológica de nuestra cultura la que tiene por absoluta la igualdad de los hombres entre sí, no la antropocéntrica que como hemos visto distinguía claramente individuos “inferiores” ya en el terreno físico o en el intelectual, lo cuál puede ser comprobado por el método científico de observación

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(incapaz de tener por sí solo en cuenta los valores intangibles de la persona humana) al observar individuos minusválidos por ejemplo.

Lo que conocemos como “Darwinismo Social” fue desarrollado por Herbert Spencer, probablemente el más famoso de los darwinistas. Su propuesta era dejar que los “mecanismos sociales” hagan su trabajo de selección eliminando a los infradotados. En su obra “Estadísticas Sociales” se explica mediante la herencia genética la existencia de clases desfavorecidas, atribuyéndoles una “inferioridad innata” e irremediable.

Otro famoso darwinista, Francis Galton, inglés, teoriza que las capacidades humanas son dadas por la evolución, y la raza blanca, más expuesta a medio ambientes hostiles, sería superior a otras que habitaran climas más favorables y por ende tuvieran que esforzarse menos por sobrevivir, lo que a su entender explicaría la “escasa inteligencia de los negros”. Planteó que tanto las enfermedades como los “desajustes sociales”, entre los que incluye criminalidad y pobreza, son hereditarios. Controlando por lo tanto la reproducción de enfermos y delincuentes se podría manejar este problema. Nace la eugenesia.

En Estados Unidos, ávido de avances de la ciencia, estas propuestas tuvieron gran acogida. En 1898 se aprobaba en Michigan un decreto de esterilización eugenésica en virtud del cual se castró “terapéuticamente” a 26 niños. En 1905 el estado de Pensilvania aprobó el Acta para la prevención de la idiotez, en cuya ley incluye la esterilización. Entre 1909 y 1928 veintiún estados aprobaron leyes eugenésicas para “prevenir la procreación” de “asexuados, criminales, idiotas, débiles mentales, pervertidos sexuales, sifilíticos, epilépticos o degenerados”. Se calcula que en el primer tercio del siglo XX decenas de miles de norteamericanos catalogados como “inferiores” fueron castrados. (Javier Barraycoa)

Hubo una Oficina de Registro Eugenésico en Long Island destinada a “fijar las líneas de sangre más eficaces de América” y se desarrollaron campañas en colegios y Universidades. Los primeros tests de inteligencia en Estados Unidos se desarrollaron para filtrar la inmigración de miles de europeos que arribaban a principios del siglo XX a EEUU. La idea era dejar ingresar sólo a aquellos que pertenecieran a “las razas más inteligentes”. H. H. Goddard, un famoso psicólogo estadounidense, realizó investigaciones para demostrar que judíos, húngaros, italianos y rusos eran “débiles mentales”. Se establecieron cuotas de inmigración según la raza (país) de origen (Acta de Inmigración, aprobada en 1921). Por esta causa posteriormente se denegó el acceso a muchísimos judíos perseguidos por el régimen nazi al superar las cuotas de inmigración destinadas a su raza. No es posible olvidar que el ejército americano que abominó de las leyes racistas de Hitler

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y rescató a los prisioneros sobrevivientes de los campos de concentración nazis estaba compuesto de batallones de hombres blancos y negros que no podían mezclarse, comer ni dormir en mutua compañía ni bajo el mismo techo. De hecho el psicólogo eugenista Carl Brigham, de la Universidad de Princeton, realizó un estudio entre las tropas americanas llegando a concluir que los soldados provenientes de familias inmigrantes polacas, italianas y rusas eran “casi tan poco inteligentes como los soldados negros”.

En 1940 Lothrop Stoddard, director de la Liga Americana Pro Control de la Natalidad, publicó un libro celebrando la limpieza racial nazi y abogando por la búsqueda “científica” de una mejor raza.

Este ambiente científico para justificar el racismo persistió muchos años. Henry E. Garret, director de la Asociación Psicológica Americana, publicaba en 1960 que “la raza negra tiene un retraso de 200.000 años respecto de la raza blanca”, por lo que abogaba por mantener la prohibición de matrimonios mixtos.

En Francia ocurría un fenómeno similar, distinguiendo y segregando claramente entre los ciudadanos franceses y los de las colonias. Tanto Alexis Carrel (premio Nobel de medicina en 1912) antes de convertirse al cristianismo, como Charles Richet (Premio Nobel en 1913) defendían la eugenesia.

Engels, en la revista Neue Rheinische Zeitung, dirigida por Marx, defendió la eliminación de pueblos como los serbios, los bretones, los vascos y los escoceses, “vetustos restos de pueblos moribundos”. En las notas preparatorias del Anti- Dühring, afirma que “la superioridad de la raza blanca es un dato científico”.

Margaret Sanger, conocida activista norteamericana de izquierda y fundadora de la Planned Parenthood, organización de planificación familiar que hoy en día tiene gran ascendiente sobre organismos internacionales, diseñó en 1932 un “Plan por la Paz”, proponiendo la esterilización obligatoria, la segregación y la concentración en campos especiales de las razas “genéticamente inferiores”. En sus publicaciones afirma: “El acto más piadoso que puede hacer una familia numerosa por uno de sus hijos es matarlo” (1920); “La caridad no hace más que prolongar la miseria de los ineptos” (1922); “Ninguna mujer y ningún hombre tendrán derecho a ser madre o padre sin un permiso de procreación” (1934). Todo esto en un país democrático. (Javier Barraycoa)

En Alemania todo este auge eugenésico darwiniano llega a fines del siglo XIX como a todo el mundo. Se habla de que las políticas eugenésicas “mejorarán” la calidad de los obreros, de no depender de los plazos dados por la simple selección

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natural y apoyarla con políticas públicas. En 1905 surgieron las primeras asociaciones de higiene racial y sociobiológica y en 1914 se solicitaba al gobierno leyes eugenésicas que la I Guerra Mundial dejó sin llevar a cabo. Pero en 1920, durante la República de Weimar, fue aprobada en el parlamento la Ley de Asesoramiento Matrimonial que exigía un examen médico previo obligatorio en que el galeno podía desaconsejar el matrimonio en consideración a la salud del pueblo como bien superior a la voluntad individual.

Ese mismo año se debate la conveniencia de eliminar a los pacientes “indignos de vivir”. Un profesor de jurisprudencia de la Universidad de Leipzig (Karl Binding) y un profesor de psiquiatría de la Universidad de Friburgo (Alfred Hoche), defendían esta tesis, alegando incluso que un error de juicio sería un “mal menor”. Con la crisis económica y el consiguiente aumento de la pobreza, sin ayuda social para enfermos y discapacitados, las políticas eugenésicas fueron incluso mejor aceptadas. En 1923 el delegado médico de Zwickan en Sajonia pedía esterilización para sordomudos, ciegos, locos, madres solteras y delincuentes, todos agrupados bajo el rótulo “no aptos para reproducción”, argumentando que era práctica usual en EEUU. El gobierno alemán confirmó en la embajada en Washington que la eugenesia se aplicaba por entonces en 24 estados de EEUU.

Pasado el shock del nazismo la idea recupera terreno.

En los años 80 William Shockley, premio Nobel de Física, propone la esterilización de personas de bajo coeficiente intelectual, y Francis Crick, también Premio Nobel, sugiere realizar pruebas genéticas a los recién nacidos antes de conferirles la calidad de “humano”. En Chile bajo el gobierno de Ricardo Lagos la entonces Ministra de Salud Michelle Bachelet, (socialista, posteriormente Presidente de la República) autoriza por decreto y sin publicidad la castración de enfermos mentales.

La ciencia es una disciplina en desarrollo permanente por definición. No es posible determinar ningún postulado científico como inamovible o absoluto sin destruir con ello la esencia de lo que los griegos entendieron por ciencia. El respeto que hoy la erudición en ámbitos específicos ocasiona en los ciudadanos hace que cada vez más las medidas rotuladas como “científicas” sean aceptadas casi sin ningún reparo por el individuo común y la palabra “expertos” salpique los noticieros para dar credibilidad y objetividad a sus noticias. A lo largo de la historia la ciencia, o más bien el ícono de “lo científico”, ha prestado muchas veces la cara para justificar el crimen.

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En no pocas ocasiones el culto por las ciencias ha transformado los postulados de los científicos en artículos de fe, con lo que se da al traste a la vez con la ciencia y con la fe.

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Capítulo 5: Extraviados por la senda judía con la brújula griega

La religión judía espera la llegada de un Mesías que ha de traer al mundo la paz y la armonía, pero ha habido varias ocasiones en la historia en que este pasaje ha sido interpretado no como un hombre sino como una época, una Edad Mesiánica de prosperidad y justicia. Si bien es una herejía desde el punto de vista del canon religioso no es menos cierto que se trata de una interpretación de las Escrituras y por tanto un concepto, bastardo o no, nacido de ellas.

Karl Marx era un judío. Como muchos otros judíos que deseaban ser incluidos en la cultura nacional local en que estaban inmersos y pese a ello sus ancestros y su apellido le valían discriminación y constantes trabas en su vida, detestaba ser judío, lo cual no lo hacía menos judío. Esta es una buena razón para que muchos judíos de la época se caracterizaran por ser abiertamente antijudíos, logrando con ello lamentablemente no ser ni una cosa ni la otra.

Marx, que como todo judío catedrocrático sentía un respeto ancestral por el estudio, no vio inconveniente en que Engels, un comerciante adinerado, le financiase para dedicar su vida a la erudición, asunto normal entre los judíos.

Su intención era hallar el modo puramente científico de alcanzar la Era Mesiánica por el solo esfuerzo humano.

Su propuesta no fue propiamente científica ya que careció del rigor que la ciencia hubiera impuesto a planteamientos que nunca eran confrontados con paradigmas contrarios sino únicamente apoyados por argumentos favorables buscados ad hoc para sustentar ideas preconcebidas. De hecho jamás quiso visitar una fábrica ni observar in situ a las personas acerca de las que filosofaba, pese a las invitaciones de Engels al respecto.

Uno de los errores más característicos es que Marx consideraba que el valor de los objetos estaba determinado exclusivamente en función del trabajo necesario para elaborarlos, sin tener en cuenta por ejemplo la calidad de ese trabajo, el gusto de los eventuales usuarios, el lugar (una papaya no vale lo mismo en la amazonia que en el Sahara), el material en que se ha fabricado, etc.

El problema con las doctrinas nacidas de esta forma, en el escritorio de un pensador y destinadas a lograr un mundo ideal, llamadas “utópicas”, es que

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funcionan sólo en tanto se mantengan en conceptos, ya que llevadas a la práctica constituyen una aberrante violación de la dignidad humana que pretenden rescatar, dado que pasan por alto el asunto fundamental de que los pueblos están constituidos por personas y no por “masas”, y los individuos humanos tienen requerimientos diferentes a los de las gallinas de las hueverías, para quienes puede estar bien tener una jaula, sus vacunas y su maíz chancado para dedicarse a poner huevos de por vida. Las personas son intrínsecamente diferentes entre sí y su individualidad es precisamente lo que constituye su dignidad, de ello que la libertad sea un valor tan apreciado. Para obviar este engorroso asunto los seguidores de estas ideologías han dado en hacer una separación entre la ideología en sí y la ideología “real”, es decir la que se ha llevado a la práctica con desastrosos resultados que, alegan, son fruto de la incompetencia de quienes lo han manejado.

Una lectura detenida de la postura marxista arroja una luz muy particular, que aporta una perspectiva histórica en lugar de religiosa para una Edad Mesiánica que podría ser construida por los seres humanos ahora mismo merced a los movimientos sociales. Según su idea fundamental, las clases sociales determinadas en función del capital estaban destinadas históricamente a enfrentarse y de ello debería surgir una victoria del grupo más fuerte, es decir el proletariado mayoritario.

Engels, admirativamente, llamaba a Marx “el Darwin de la historia”.

También allí en Alemania y por el mismo tiempo otro punto de vista judío era sacado de su contexto original, esta vez en aras de la naturaleza en lugar de la historia.

Sabemos que los judíos generaron un concepto único: el de Pueblo Escogido por Dios. Es uno de los muchos aspectos en que la religión judía marca una diferencia notable con todas las demás formas de culto existentes.

El nazismo alemán rescató este punto, pero aplicado a la raza aria. No se referían a persas y medos, sino a un teórico pueblo que habría habitado la Atlántida, Thule o el Tibet y dejado descendencia en el norte de Europa. Esta idea era sostenida por entonces por numerosas “sociedades secretas” no demasiado secretas, que se consideraban serios estudiosos de arcanos conocimientos, creían obviamente en la Atlántida y el Continente perdido de Mu con sus habitantes superiores y se dedicaban a dibujar esvásticas y símbolos místicos diversos y dar charlas. La idea de fondo del nazismo era evitar la dilución genética de los descendientes de esta raza superior ya extinta y, por medio de una evolución planificada mediante una metódica endogamia, recuperar la grandeza de los perdidos ancestros y lograr una civilización ideal. Para ello era menester dejar toda

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otra consideración de lado y avocarse de lleno a esta labor sagrada. Los “arios” eran el pueblo escogido por “la naturaleza”, que es otra manera de decir Dios. No podían ser los judíos, a su juicio chicos, negros y feos, tenían que ser los bellos, pálidos y fornidos arios, que intelectual y físicamente estaban tan bien dotados para ser la raza que sobreviva en la lucha que Darwin reveló como la más prístina voluntad de la naturaleza para su superación.

Aquí entronca con el ideal griego de idolatría al ser humano, a su físico perfecto, a su inteligencia poderosa, pero lo supedita a la capacidad para superar y aplastar a los “oponentes”, de modo que ya no eran todos los hombres admirables siendo sanos, sino que además debían pertenecer a la raza correcta. La idea entonces era agilizar el proceso, seleccionar la semilla y preparar la tierra como el labriego para obtener los resultados que evidentemente la naturaleza había designado, sin esperar a que el tránsito de los siglos lo hiciera por simple evolución ni permitir que algún obstáculo se interpusiera en el camino.

De estas dos ideologías nacen, al mismo tiempo y bajo el soplo incendiario del darwinismo social, dos movimientos únicos en su forma y concepto, los dos totalitarismos más perversos que han existido: el nazi alemán bajo Hitler y el comunista ruso bajo Stalin. Uno como supuesto aliado de la naturaleza en tanto razas y el otro de la historia en tanto clases.

Sin embargo Hannah Arendt en su Historia del Totalitarismo expresa muy correctamente que ambos eran en la práctica la misma cosa. Ambos son “movimientos” que sólo se mantienen vigentes en tanto persigan un ideal (Edad Mesiánica) muy lejano en el tiempo y al cual queda supeditado todo lo demás.

Con “la naturaleza” no se hacía referencia a algo estático, sino a un proceso evolutivo en marcha, es decir inserto en la historia dentro de la cual el movimiento nazi podría darle el requerido impulso para alcanzar la perfección humana, que obviamente representa una sociedad perfecta (Edad Mesiánica otra vez).

No de balde Hitler llamaba admirativamente a Stalin “el Genio” y Stalin confiaba casi exclusivamente en Hitler entre todos aquellos a quienes tenía en derredor. No es posible olvidar que nacieron aliados y los primeros campos de concentración de Hitler fueron llevados a cabo con asesoría rusa y comandados por personal de ambas nacionalidades (pavoroso para los prisioneros que fueron maltratados por soldados rusos verlos luego aparecer como sus salvadores). Tampoco es lógico pasar por alto las matanzas y pogromos de judíos en Rusia a la

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vez que en Alemania, y que estos fugitivos de Rusia fueron la segunda gran fuente de refugiados judíos tras la guerra.

Sin embargo todo totalitarismo requiere poder absoluto y global aunque sea en el largo plazo, de modo que no hay enemigo más peligroso ni sistema más opuesto a un totalitarismo que otro equivalente, razón demás para aniquilarse mutuamente.

Básicamente el totalitarismo como tal no sería ni de “izquierdas” ni de “derechas”. No es un partido político, sino un “movimiento”. Este movimiento debe por fuerza mantenerse en marcha tras el objetivo que, por definición, no será alcanzado sino hasta un impreciso futuro. Tampoco centra su accionar en la colectividad que domina, que representa apenas un instante histórico poco trascendente en relación con el objetivo final y debe por ende someterse a las circunstancias que hagan falta para apoyar al movimiento. El objetivo puede hallarse a milenios de distancia, como solía decir Hitler, o el líder podría estar hablando en conceptos de siglos, según Stalin. Es más, si casi la totalidad de la población muere, no es grave. Sólo es grave si ya no queda nadie con quién continuar para el logro de la causa, es decir es mucho peor si se pierde algún personal entrenado para servir al movimiento (personal de las SS o de los cuadros de la NKVD por ejemplo) que si medio país muere en una guerra o por hambre. En realidad la muerte de millones de personas es parte fundamental del concepto, como lo es de un hortelano arrancar las malezas entre las matas de su siembra o simplemente ralear su cultivo.

El totalitarismo no ve al ser humano como una identidad personal. No es un sistema dedicado a favorecer al pueblo, lo que contradice a todo concepto político conocido, sino que está por encima del pueblo, como si se tratara de un dominio extranjero que pretende gobernar a todos los pueblos sin pertenecer a ninguno, con la razón absoluta y en posesión de la única verdad universal. “El Partido” en el gobierno no es un partido, es una creencia fanática en una voluntad superior a la cual servir, superior en todo caso a los intereses humanos presentes y con la meta puesta en un futuro lejano al que transitar por senderos no necesariamente comprendidos por las masas. Lo más parecido posible a Dios, y sus dirigentes son los Profetas encargados y únicos capacitados para interpretar los designios sagrados.

Es preciso comprender que los totalitarismos nazi y marxista nacen en un contexto histórico en que la teoría de la relatividad de Einstein, incomprendida por el grueso público a excepción de una nebulosa en que el universo y el tiempo ya no son lo que parecen, se confunde en la mente popular con el relativismo cultural y social, en donde la incertidumbre se extiende a toda la realidad, a la ética y a los

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conceptos valóricos. A ello contrubuye no poco que Marx considerara al individuo impotente frente a “fuerzas profundas” mientras cree ejercer el libre albedrío sin ser realmente más que una marioneta de su clase, y que Freud negara la culpa. Todo ello sume a la sociedad en una negación de la responsabilidad individual en que se ha desarrollado dentro de la ética judeocristiana, en tanto los sociólogos la diluyen en una suerte de “responsabilidad social”.

De todo esto nace la idea de que la ingeniería social, es decir la toma de decisiones desde un “cerebro central” (Estado) y la redistribución de los individuos y las funciones que ellos desarrollan según una planificación centralizada sería la solución de todos los problemas, al menos desde el punto de vista de las elites intelectuales que se apasionaron con ello. De hecho la política reemplazó a la religión como principal forma de fanatismo a principios del 1900. Una vez puesta en práctica la planificación de este tipo, lo cuál se hizo de modo metódico y reiterativo en muchísimos países durante el siglo XX, costó siempre caos, pobreza y miríadas de muertes, en todos los ejemplos conocidos.

El totalitarismo es la resultante de descontextualizar al Dios judío y reemplazarlo por un andamiaje pseudocientífico (social o natural), descontextualizado a su vez desde la vertiente helénica, para alcanzar por medio de un trabajo planificado y más importante que todo lo demás (incluyendo la vida humana) una Edad Mesiánica también descontextualizada desde el mismo origen hebreo. Un picadillo de melón con mostaza. El ropaje cientificista (que no científico) con que se le viste no logra disfrazar las costuras con las que este monstruo frankensteiniano une partes y piezas inconexas en un armazón a largo plazo insostenible.

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Capítulo 6: Ecologismo y otras hierbas

Nuestra civilización, llamada occidental judeocristiana, ha desarrollado una historia en un precario equilibrio entre estas dos grandes cosmovisiones: Por un lado el antropocentrismo heredado de los griegos y por el otro el teísmo recibido de los judíos. Por más innovadoras que parezcan nuestras modas y actitudes un breve recuento las revela generalmente como la última versión desempolvada de un pensamiento milenario. En la mayoría de las ocasiones un recocido bastante burdo de ideas mucho mejor y más elegantemente expuestas anteriormente.

Llevamos muchísimo tiempo intentando convivir en sociedad y convertirnos en buenas personas. Casi todas las visiones despectivas acerca de cualquiera de los dos fundamentos originales se deben a lecturas defectuosas, propaganda mal intencionada o franca ignorancia.

Un ejemplo clásico es el de los activistas ecologistas, que suelen lanzar diatribas antirreligiosas alegando que la religión judeocristiana ha hecho al hombre actuar irresponsablemente en lo tocante al cuidado del entorno natural.

Una parte de este tema toca a la falacia del argumento y otra a la de los movimientos ecologistas en general.

Empecemos por lo básico: una mirada enteramente racional nos muestra al ser humano como una más de las miríadas de criaturas que pueblan el mundo. Más lista en todo caso, pero la mayoría de los seres tienen alguna virtud destacable también, y la vida no es privilegio de los inteligentes: una mariposa no será muy lista pero lleva muchísimo tiempo habitando el planeta. Dicho de otro modo: no hay nada en el hombre que haga que su vida sea más valiosa que la vida de otra criatura cualquiera. Sin embargo tenemos que vivir en comunidad y es importante que no nos aniquilemos entre nosotros, que matar a una persona no sea lo mismo que matar un pollo o arrancar una lechuga. Existe un instinto relativamente frecuente en algunas especies que lleva a tener un grado de reticencia en matar a sus semejantes, pero en una sociedad humana ciertamente no basta, probablemente debido, como explica Desmond Morris en su libro “El Zoo Humano”, a que hemos perdido a causa de nuestro modo de vivir en “supertribus” las pautas innatas de comportamiento zoológico que teníamos en la pequeña tribu.

Tenemos por ende que sacralizar la vida humana.

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Hay dos vías para ello: por una parte podemos entenderlo al modo hebreo, es decir que el hombre es sagrado para el hombre porque Dios así lo ha determinado otorgándole un espíritu invaluable y único, y por otra parte tenemos el modo helénico de comprender al hombre como un ser objeto de culto por sí mismo, por sus atributos y potencialidades naturales en inteligencia y belleza. Este segundo modo acarrea un problema con el que seguimos lidiando: excluye a algunos que no son lindos ni listos al entender de su tiempo, aunque su espíritu los haga acreedores de sacralidad desde el punto de vista hebreo.

Si sacralizamos al ser humano la cosa es clara: no se mata gente y punto. Si sacralizamos a algunos seres humanos la frontera se vuelve difusa. Los que quedan fuera pueden ser por ejemplo los bebés mal formados, como en la antigua Esparta, los dementes, los idiotas, los delincuentes, los enfermos, los bebés no deseados en el vientre de sus madres, los homosexuales, los alcohólicos, los drogadictos, los adversarios políticos o religiosos, los viejos, los flojos, los feos… no hay modo de detener la lista que se expande según criterios imposibles de precisar, porque la sacralización misma de la vida humana no pertenece a un criterio objetivo sino a un acto voluntario de la sociedad.

Más allá de que enfrentamos estos temas cuando encaramos el asunto al modo griego, ya que el modo hebreo lo resuelve entendiendo sagrada la vida de toda persona independientemente de su edad, costumbres, estado o atributos, el hecho cierto es que todas las sociedades humanas han sacralizado de algún modo la vida de las personas y lo han plasmado así en sus leyes civiles. El asesinato en casi todas sus formas está penalizado en todos los pueblos. Sin embargo hay agrupaciones que van contra corriente, que insisten en que no es realmente más importante salvar vidas humanas que de otro tipo e incluso puede ser válido dejar morir gente para asegurar la subsistencia de otras criaturas. Esta línea de pensamiento es ajena a nuestra cultura, es derivada del orientalismo, la doctrina de la reencarnación y otros conceptos que se popularizaron en occidente después de la Segunda Guerra.

Vamos a analizar la relación que nuestra civilización tiene con la tierra.

Para la doctrina hebrea la tierra no pertenece al hombre. Por simple criterio no puede “pertenecer” algo casi eterno como la tierra a un individuo de tan corta vida como el ser humano, para empezar. En realidad desde la óptica judía al hombre no le pertenece nada, ni siquiera su propio cuerpo, todo lo tiene prestado. Es de Dios. Y no le ha sido prestado sin reglas claras: el hombre tiene el deber de cuidar lo que le ha sido entregado para su uso y rendir cuentas de lo que haga con ello. Su tierra, sus animales, su propio cuerpo, son obras de Dios que fueron puestas

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bajo su cuidado para determinados fines y merecen el respeto debido a lo que es de Dios. Cierto que el hombre puede matar animales por mera diversión, sobreexplotar su tierra hasta convertirla en un desierto, incluso usar sus manos para hacer daño a otras personas, pero tendrá que responder por ello ante Dios porque estará contraviniendo Sus mandamientos.

No es raro que la tierra sea objeto de protección para un pueblo que habita un territorio prácticamente desértico en donde cultivar requiere gran cuidado para que sus hijos puedan comer un día no lejano del producto de esas mismas tierras. Era cosa de vida o muerte mantener cultivables y productivos esos pocos campos fértiles. No olvidemos que la agricultura nace justamente en esas tierras de oriente medio, origen del trigo y la cebada silvestres, donde el ser humano deja por fin de ser nómade cazador recolector para ser un campesino que produce su alimento, siembra sus plantas y cría su ganado. Sólo en Asia meridional a causa del arroz y en Centroamérica por disponer del maíz se da naturalmente este paso evolutivo también, aunque con posterioridad.

Por otra parte los judíos mantenían un concepto básico en que el interés fundamental es el de la comunidad. Tampoco extraña en una época en que los imperios más diversos nacen y aplastan comunidades aledañas y lo único estable es el pequeño grupo humano al que se pertenece en medio de vastos territorios, con el que se comparte el idioma, la tradición, la cultura y la suerte que acaree buenas o malas cosechas, invasiones, pestes o guerras. La lealtad a la comunidad, al futuro del grupo, implica sobre cualquier otra cosa proteger la fertilidad del suelo que les alimenta.

Es interesante señalar que la ley judía contiene las primeras reglas conocidas de cuidado hacia las tierras de labranza: dejar descansar la tierra cada séptimo año, no coger fruta de un árbol hasta que produzca por quinto año (dejando podrir la fruta caída a los pies del arbolito los primeros cuatro años de producción) y dejar en el suelo toda fruta que cae de parras o de árboles en toda temporada (sólo podía ser recogida por viajeros o mendigos, libremente, desde cualquier terreno), no recoger fruta tampoco cada séptimo año de árboles o vides, dejándola caer y podrir en el suelo, por ejemplo. Nada de esto era usual por entonces. Además la ley hebrea prohíbe matar ciertas criaturas como los cisnes (tal vez difíciles de reproducir en tierras tan escasas de cursos de agua) sin tomarse más explicaciones.

Desde el punto de vista hebreo la tierra es sagrada. Mancillar o deteriorar la tierra no es sólo irresponsable: es pecado, contra Dios y contra los hombres.

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Si el uso del suelo se mercantilizó, no ha sido en modo alguno bajo la cosmovisión hebrea.

Los griegos por su parte no habitaban tierras feraces ni invertían poco esfuerzo intentando cultivar esos pedregales caldeados por el sol. No eran de ninguna manera un pueblo que subestimara el valor de la tierra fértil ni de las plantas que pudieran brotar de ella. Todo un mundo de espíritus de la naturaleza puebla su modo de vida. Veneran los bosques, los árboles individuales, los parajes agrestes, los riachuelos, fuentes y vertientes, las criaturas silvestres y toda manifestación de la naturaleza, incluidos los volcanes y el océano. Esta gente siente devoción por el ser humano en tanto obra maestra de la naturaleza, creatura hermana del resto de seres vivos e incluso del ambiente en tanto fruto del tiempo y de la tierra como ellos, inmersa en el entorno natural y en buena medida sujeta a sus reglas.

La falta de respeto por el medio ambiente en provecho del interés económico individual a corto plazo tampoco parece ser ni siquiera un fruto bastardo del pensamiento griego. De hecho si vamos a buscar fundamento a este modo de comportamiento que lleva al hombre a despreciar la naturaleza y al futuro de la tierra que habita con el propósito exclusivo de lograr ganancias inmediatas tendremos que indagar en el anhelo de poder personal, algo que era indiscutiblemente aborrecido por partes iguales por helenos (al menos durante el período en que su estructura cultural se mantuvo sana) y hebreos. Un área bárbara de nuestra civilización, digamos.

El ecologismo como movimiento nace en las clases urbanas altas y por influencia mediática e imposición en las escuelas va siendo acogido por el resto, particularmente en las urbes. No es un movimiento al que se sientan vinculados los campesinos ni la gente que sí tiene hábitos naturales, sino más bien las personas que en las ciudades manejan los presupuestos municipales y cuyos puestos de trabajo están supeditados a lo “políticamente correcto”. Más que el llamado de lo que originalmente fue un intento de retorno a la naturaleza es actualmente una cultura de masas.

El ecologismo fue alguna vez una idea que asimilaba tanto un regreso a lo natural como una mística en torno al valor de la vida y contraria a la escisión entre el hombre y su entorno. Es en la actualidad una moda practicada por jóvenes citadinos que nunca van a pasar el día al campo y no han cultivado jamás algo comestible ni siquiera en maceta, aunque sí suelen cultivar otra clase de plantas con el objeto de fumárselas (una conducta absolutamente antinatural ya no digamos al inhalar humo, sino al intoxicarse voluntariamente con agentes que la planta ha producido con el objeto de defenderse de depredadores más listos), y consiste mayoritariamente en

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hacer “ecoshopping”, leer etiquetas, generar una nueva patología psiquiátrica denominada “ortorexia” (manía obsesiva por comer “sano”) y protestar en Facebook a través de sus celulares ultrainteligentes por cosas que no entienden. Aparentemente la generalidad de los jóvenes activistas no conoce ninguna información biológica real acerca de la modificación genética de semillas, una abrumadora mayoría ignora lo que es una hormona o lo absurdo que resulta suponer que una hormona de una criatura cause efecto alguno en otra diferente y la práctica totalidad tiene ideas bastante extravagantes acerca de los “clones” e ignora por completo que la reproducción clonada suele darse naturalmente. Es sintomático que desde que la educación dejó de ser considerada formativa del ser humano para ser un modo de capacitación laboral destinada al mercado, desechando las materias que enseñan a pensar y reemplazándolas por otras conducentes exclusivamente a la obtención de un certificado que les permita postular a determinados empleos, los individuos han estado recibiendo un mero barniz cultural que no alcanza para que generen una forma asertiva de pensamiento ni cuenten con herramientas para rechazar las ideologías impuestas por los medios. No es extraño que un abuelo que ejerció un oficio cualquiera tenga una cultura general mucho más profunda que un flamante ingeniero actual, pese al constante bombardeo de información en que este último vive, o tal vez precisamente a causa de ello dado que la mayor parte de esa información es uniformante a nivel social, destinada a lograr un individuo anodino y relativista para el que todo es equivalente, se autocensura eficientemente en cualquier forma de pensamiento que se salga de la norma “políticamente correcta” y abraza determinados activismos porque eso cabe hacer como rezan los eslóganes de moda.

En realidad tenemos un grupo cada vez más amplio de personas dispuestas a vestir su capa de superhéroe al menos una vez por semana para mostrarse indignado o beligerante frente a alguna causa precocida para el efecto en los medios y las redes sociales, lo que permite que su conciencia quede tranquila sin necesidad de exigir mucho a su raciocinio ni un esfuerzo invirtiendo su tiempo libre en una investigación realista al respecto. Dar por verdad lo que se presenta en un par de pseudo documentales y se repite con machacona insistencia es mucho más fácil. Estas causas virtuosas light tienen alta demanda y por ello hay gran abundancia y para todos los gustos, sobre todo políticas y ambientalistas.

El ecologista típico es un joven citadino ultradependiente de la alta tecnología con una relación casi nula con lo natural, a excepción de la tienda naturista (que normalmente es mucho más cara y exclusiva que otra cualquiera) y la ingesta de enormes cantidades de pan con alimento para aves adicionado a la harina. Podemos incluir también a vegetarianos de los más variados tipos que de

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alguna manera consideran que los brócolis decapitados, los choclos desollados y las zanahorias arrancadas y expuestas en los almacenes están más “vivas” que las chuletas de cerdo, y que la vida de un apio es menos valiosa que la de un pollo porque no grita ni corre (hay quienes legitiman esto hablando de “descargas de químicos” que el miedo a ser muertos vierte en los animales, pero la verdad es que se ignora realmente las reacciones químicas de los vegetales al respecto, aunque se cree que son paralelas). Del mismo modo suele desconocer que si bien una espinaca contiene altas cantidades de hierro el ser humano no puede asimilar casi nada de él al comérsela, mientras que sí metaboliza prácticamente todo el que aporta un bistec.

Bueno es comprender que en toda su evolución actualmente aceptada el ser humano jamás fue herbívoro. Lo más cercano fue insectívoro en una edad temprana como lemúrido. Y es importante tener en cuenta que su vertiente primate no desarrolló su inteligencia sino su actitud carnívora, que debió pulir su comunicación, su actividad de grupo, su estrategia, su higiene (los monos defecan en sus camas), y su sistema de vida.

El vegetarianismo nunca fue apoyado ni por la vertiente hebrea ni por la griega de nuestra cultura. Ambas líneas de pensamiento prefieren la moderación antes que la abstinencia y consideran igualmente valiosa la vida de todos los seres, sean animales o vegetales, y equivalente el mérito del campesino que cría ganado y del que cultiva su chacra. En realidad la ciencia heredada del racionalismo heleno respalda este concepto abiertamente desde que determina que “la vida es una sola en todas las criaturas” y que las piezas genéticas de todos los seres vivos están escritas en el mismo idioma y son intercambiables y asimilables por todos, animales o vegetales. La idea vegetariana viene una vez más de otra fuente: la orientalista, y arraiga en gran medida en el concepto de que el ser humano es una parte de la divinidad que va reencarnando sucesivamente en criaturas más y más evolucionadas según su desempeño en la vida anterior, hasta volver a fundirse con la divinidad impersonal. En este esquema muchos animales podrían ser encarnaciones de amigos o parientes, o simplemente de personas en su camino hacia la perfección, y es natural evitar comérselos. A las verduras les faltaría mucha evolución y podrían permitirse perder una vida sin gran drama, aunque muchas ideologías orientales tienen como meta que el ser humano alcance un estado en el que simplemente no requiera comer nada nunca más, lo que según el punto de vista occidental equivale sencillamente a no ser capaz de aceptarse a sí mismo, a ser abiertamente irracional desde la mirada griega o intentar nada menos que enmendar la mano a Dios en las reglas de la vida si lo vemos al modo hebreo.

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Si bien hubo desde siempre mercaderes y viajeros al estilo de Marco Polo que tuvieron trato con oriente, la filosofía oriental se mantuvo aparte del desarrollo cultural occidental en líneas generales y con las debidas ocasionales excepciones. Es indiscutible que en cierta época era muy bien visto en las clases acaudaladas viajar a India o Tibet, y regresar cargando decenas de objetos orientales de finas maderas, alfombras, sedas, marfil o jade y algún extraño y adorable gato para luego jactarse al respecto en las conversaciones de sobremesa. Sin embargo el auge del pensamiento y la tradición oriental llegó con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. En realidad se trató más de una interpretación occidental de la filosofía oriental que de una asimilación real de una cultura milenaria completamente ajena, y fue adornada con toda suerte de atributos místicos del agrado de las masas occidentales agregados por los “intérpretes” que formaban diversas sectas en estas nuevas tierras.

De hecho es común hallar en el ecologismo inspiraciones New Age que mezclan ideas budistas, célticas, hinduistas, matriarcales, panteístas, mesiánicas y místicas de varios tipos en un guiso en buen grado incoherente que puede resultar indigesto, pero aparece simplista (en tanto no se profundice demasiado) y eficiente en reclutar adeptos.

Demos un vistazo a los movimientos ecologistas activistas más conocidos a ver qué hay tras ellos y su dedo acusador lleno de autoproclamada virtud moral.

La primera ley de protección a los animales, la Tierschutzgeset, todavía considerada la más completa que jamás se haya realizado y que considera al animal en sí mismo y no en relación con el ser humano, fue promulgada en Alemania en 1933 por Hitler, que era ecologista y vegetariano. En junio de 1935 Hitler amplía esta ley de modo que sirva para proteger toda la naturaleza, con el nombre de Naturschutzgeset.

No nos detendremos demasiado en lo que de fanatismo asesino tienen muchas de las actuales organizaciones, pero vale la pena recordar algunos datos entre muchísimos ejemplos del mismo talante:

Greenpeace intentó boicotear (y de hecho logró que quedara almacenado durante un período de tiempo en que era precisado en condiciones de vida o muerte para dos millones y medio de personas) un envío de 26.000 toneladas de maíz que EEUU despachó con carácter de urgencia a Zambia a causa de una hambruna porque… ¡era transgénico!

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EarthFirst!, comandado por Dave Foreman, se opuso derechamente a la ayuda humanitaria a Etiopía durante la sequía, proponiendo en cambio “dejar que la naturaleza busque su propio equilibrio”. No pocos movimientos ecologistas consideran la muerte de millones de personas una bendición para el planeta (el fundador de WWF confesó que su anhelo era reencarnar en un virus mortal en el Tercer Mundo).

EarthFirst! publicó el 20 de marzo de 1991 que proponía la “reconsideración de la noción de infanticidio selectivo de las niñas” (ninguna organización feminista se refirió nunca al tema).

Miles de personas mueren de malaria cada año a causa de la prohibición del uso de DDT contra el mosquito portador. La principal acusación contra este insecticida es que “debilita la cáscara de los huevos de los pájaros”, aunque jamás pudo ser comprobado.

La primera gran organización ecologista fue World Wildlife Found, la del oso panda, fundada en 1961 por Felipe de Mountbatten, el esposo de la reina Isabel II de Inglaterra, conocido por su pasión por la cacería de animales exóticos. Existe un interesante estudio llamado “Informe Phillipson”, elaborado por John Phillipson en 1989, que narra una serie de hechos que atañen a la WWF de modo poco halagador.

Por décadas negó la WWF que el elefante africano estuviera en peligro y se negó a llevar a cabo cualquier acción para su protección, y en 1975 promocionó una matanza de elefantes en Ruanda, con el fin de abrir espacio a los gorilas. Una ayudante de la famosa experta en gorilas Diane Fossey denunció que en realidad querían usar el territorio ocupado por los elefantes para cultivar piretro, una planta de la que se elabora un insecticida natural. En 1986 la WWF condecoró al ex combatiente rodesiano Clem Coetze por haber supervisado la matanza de 44.000 elefantes. Cuando tres años más tarde cundió la noticia de que el elefante africano se estaba extinguiendo la WWF realizó una campaña enorme para reunir fondos e instaló un campamento en el parque del Monte Virunga, en la frontera con Ruanda, con gran cantidad de pertrechos e incluyendo, curiosamente, buena cantidad de armamento. La ubicación también era extraña, ya que los elefantes que iban a ser salvados en Ruanda estaban a 1.600 kilómetros de allí. Lo que sí parece haber partido de ese lugar son las tropas del Frente Patriótico Ruandés que llevó a cabo una masacre entre sus compatriotas.

El 10 de mayo de 1988 el jefe de los guardabosques de Zambeze y colaborador de la WWF Glen Taham fue condecorado por asesinar a 70 cazadores

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furtivos, y se calcula que 145 teóricos cazadores furtivos más han sido muertos entre 1974 y 1991. Si bien resulta chocante condecorar a alguien por asesinar gente, por muy cazadores furtivos que fueran, más grave aún es que se sospecha que los muertos eran en realidad combatientes del Congreso Nacional Africano luchando entonces contra el apartheid en Sudáfrica.

La WWF a través de la Junta Administrativa de los Parques Naturales de Uganda eliminó a 4.000 hipopótamos con el argumento ecológico de apoyar con ello a otras especies.

Durante 23 años estuvo recaudando fondos para “salvar al oso panda”, pero los fondos nunca se usaron en ninguna obra conservacionista que favoreciera a los pandas. Cuando el panda estuvo en verdadero peligro la WWF intentó sin éxito reproducirlo en cautiverio con una nueva ola de recaudaciones de capital.

Desde sus inicios hasta 1980 recaudaron unos 100 millones de libras esterlinas para salvar al rinoceronte negro, cuya población en ese período se estima descendió en un 95%. Las acciones se basaron principalmente en trasladar rinocerontes de Zimbabue a un área que no era su hábitat natural. Años más tarde se conoció un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) que recomendaba reestructurar la economía de Zimbabue sustituyendo los mamíferos salvajes por ganado vacuno para proveer carne a la Comunidad Económica Europea. Luego de sacar a los rinocerontes (y matar a balazos a los elefantes y a cinco mil búfalos remanentes con escuadras de cazadores) se instalaron potreros con vacas importadas que enfermaron de fiebre aftosa y la Unión Europea prohibió su comercialización. Para entonces la sobrecogedora belleza natural del Valle de Zambese había desaparecido.

Un informe publicado en 1994 por la Executive Intelligence Review detalla estrategias de la WWF en miras a proteger los intereses de los británicos en África. Un 8% del continente africano, unas ocho veces la superficie de Gran Bretaña, ha sido declarada paraje protegido bajo la presión internacional generada por la WWF, y sospechosamente incluye los yacimientos mineros estratégicos más importantes del mundo (especialmente de uranio) y están bajo la administración o control indirecto de la WWF.

La ecología como estandarte ideológico ha sido utilizada para mantener una especie de colonialismo en África. Hay importantes lazos entre las multinacionales y el movimiento ecologista. Un libro al respecto es “Ecoimperialismo”, de Peter Driessen.

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Impedir que haya electricidad con el argumento de que las termoeléctricas contaminan es impedir no sólo que haya producción industrial, sino también que haya refrigeración para vacunas en los remotos centros de atención médica por ejemplo. Lo mismo que al impedir el uso del DDT se vuelve incombatible la malaria.

La misma función cumple la recaudación de ingentes sumas de dinero para combatir el SIDA en África, fondos que debieran estar destinados a combatir la malaria, ya que el SIDA ha sido magnificado artificialmente.

Para ser diagnosticado como víctima del SIDA se determinó que era necesario que en el paciente, dado que el sistema inmunitario disminuye gravemente las células T, el recuento de estas fuera excesivamente bajo, al mismo tiempo que el examen de sangre le revelara como HIV positivo (portador del virus) y presentara alguna de las veintiséis enfermedades “ocasionales” que aprovechan el descenso inmunitario. Sin avisar al público en general la OMS dictaminó en 1985 en África que para diagnosticar SIDA ya no es necesario el recuento de células T, el examen positivo ni presentar una de las enfermedades oportunistas, sino que basta padecer tres de una lista de síntomas “mayores” más uno “menor” (puede verse esta información buscando bangui1985report en Google, o busque “Taller del sida en África Central ”), que pueden ser por ejemplo “diarrea, fiebre, debilidad y tos” (en el caso de los niños basta con pérdida de peso, diarrea y tos), que coinciden con muchos otros padecimientos, o aparecer positivo en un examen que también da positivo frente a malaria, gripe, herpes, hepatitis, parásitos, tuberculosis, transfusiones de sangre e incluso al embarazo. Agregando un preparado que absorbía los anticuerpos de la malaria a la prueba aplicada a pacientes anteriormente testeados como “positivos”, desapareció el 80% de los casos de infección entre ellos. Los laboratorios Abbot, que fabrican la prueba, advierten que es reactiva a setenta condiciones conocidas que resultan en falsos positivos, incluyendo el embarazo.

Se realizaron pruebas en las clínicas prenatales y los casos “positivos” se extrapolaron a todo el país, estratagema con la cual los contagios en África se contabilizaron por millones.

Este encuentro acaba solicitando a los medios de comunicación que “jueguen su papel en la educación sanitaria”, de modo que se publicaron centenares de “informes” y el dinero fluyó en cantidades ingentes. La redefinición del SIDA prácticamente no se publicó.

Uno de los propósitos políticos era además equiparar los contagios de varones y de mujeres y que la enfermedad dejara de considerarse

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fundamentalmente propia de hombres homosexuales y de drogadictos. De este modo se propagaba la sensación de que todos estaban bajo riesgo.

El 2000 Al Gore llevó el tema al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y se vaticinó que la población de Botswana podría desaparecer, hablando de diez millones de huérfanos. Por cierto, la palabra “huérfano” también fue redefinida en África de modo que se refiere a cualquier muchacho/a de menos de 15 años que tiene “desaparecido” (no necesariamente muerto) a uno de sus progenitores. De golpe hubo millones de huérfanos.

Por eso el SIDA se “dispara” en África. Y la malaria también, y la tripanosomiasis (la enfermedad del sueño) resurge, pero de ello no se habla. En cambio se enviaron siete mil millones de preservativos, y muchos miles de millones más desde entonces. El problema es que las catástrofes anunciadas se rehúsan tercamente a ocurrir, dejando en evidencia la falsedad de los enunciados:

Los periodistas presagiaron un desenlace para el sida en África similar al de la peste negra en Europa medioeval, que diezmó en pocos años la tercera parte de la población. En julio de 2000 la oficina de USAID declaró: “En el año 2003 Botswana, Sudáfrica y Zimbabue experimentarán un crecimiento negativo de la población”.

Rian Malan escribe: “En el año 2003, tanto Botswana como Sudáfrica habían realizado censos de población y los resultados fueron mortificantes: la población de ambos países había crecido muy rápidamente. En Sudáfrica, el crecimiento llegó muy pronto al nivel previsto sin que hubiera nada de SIDA; incluso entre las jóvenes adultas, que se suponía estaban muriendo como moscas de infección IHV. Como de costumbre, este desarrollo fue ignorado por el periodismo servil y acobardado del sida. Los “expertos” se permitieron reconducir el apocalipsis anunciado, remitiéndolo ahora al año 2010; y de nuevo volvieron a surcar tranquilamente los mares los buques de ayuda al sida.” (Rian Malan, “Pugwash Hogwash”, Spectator, 2 de octubre, 2004).

La División para la Población de las Naciones Unidas declara que la población subsahariana era de 434 millones de personas en 1985, año en que comenzó la “epidemia” de sida. Para 2004 la cifra era de 733 millones, es decir un incremento de 70%. Desde otro punto de vista: la población de África subsahariana creció durante veinte años de “pandemia catastrófica” en una cifra equivalente a más de la población de Estados Unidos en completo. Esto es terrorífico para individuos que consideran preciso frenar la natalidad africana a como dé lugar.

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La verdad es que existe una gráfica conocida para la natalidad que la relaciona directamente al desarrollo económico. Hay una primera fase en que la salud pública hace decrecer la mortalidad en tanto la natalidad se mantiene y por ende la población crece rápidamente, esto se llama “etapa de transición demográfica”. Entonces viene una segunda fase en que aumenta el nivel de vida y la natalidad comienza a decrecer, más o menos cuando el ingreso per cápita supera la barrera de los 400 dólares (a los valores de 1964). Comprender esto hace que no se caiga en el pánico frente a poblaciones que crecen alarmantemente porque un manejo económico serio las estabilizará a poco andar. La población africana no deja de crecer porque no se permite a su población acceder a una economía estable, no al revés. El subdesarrollo no baja la población como creen muchos teóricos, sino que la hace crecer pese a la enfermedad y a las carencias.

Lo que hace falta realmente en África es permitir la construcción de termoeléctricas que generen energía para respaldar la industria y permitir el desarrollo económico como lo hicieron en su momento los países desarrollados. Es un sistema que puede perfeccionarse con el tiempo, pero es el único accesible ahora para los pueblos africanos. Sin embargo los ecologistas están dispuestos a todo para impedirlo, esgrimiendo como bandera el CO2 resultante.

Urgente es reconstruir los sistemas sanitarios y dotar a las poblaciones de agua potable al menos como estaban durante la época colonial, pero es tabú reconocer la simple verdad de que desde entonces los sistemas sanitarios se han deteriorado escandalosamente a causa de la corrupción imperante. La contaminación y la falta de agua limpia y alcantarillados contribuye como nada al contagio de infecciones de todo tipo. Además es fundamental controlar la enfermedad del sueño, que había sido virtualmente erradicada en la década de los sesenta y ahora aflige a 300.000 víctimas anuales con cifras en crecimiento y que es mortal. Todo esto no se hace porque el dinero para ello se va a las instituciones que “luchan” contra el sida, o que reparten condones, dicho de otro modo.

La malaria es asunto aparte, un problema endémico enorme en tanto no se ataque de modo drástico como se hizo en las naciones del primer mundo que ya no la padecen pero impiden que la solución (DDT) se use para erradicarla de África. Hace mucho que se sostiene que se han puesto en marcha con insignia ecologista medidas destinadas en realidad a controlar demográficamente ciertas poblaciones además de contener su desarrollo económico. Las enfermedades como la malaria servirían magníficamente a este fin, aunque como hemos visto no logran frenar la demografía sino sólo el desarrollo que permitiría a la gente vivir con dignidad.

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El hambre también es una buena herramienta para los que preferirían mantener a ciertos pueblos bajos en población y nivel de desarrollo. La muy bien pagada y enormemente difundida campaña contra las semillas genéticamente modificadas es un ejemplo impresionante de ello. Estas semillas, diseñadas para producir alimento en suelos hoy estériles, a resistir la sequía, las plagas o los hongos con un bajísimo uso de pesticidas, abonos químicos y otros insumos, son combatidas de modo rayano en la histeria con argumentos absolutamente falsos, condenando a cientos de miles de personas a la inanición.

De estas hambrunas siempre se puede culpar a “las potencias imperialistas”.

Desde el fundador de Greenpeace Patrick Moore en adelante, pasando por decenas de organizaciones realmente medioambientalistas, intentan crear conciencia acerca de esta aberración, pero los fondos que financian la campaña contra los transgénicos fluyen con más caudal y virulencia agresiva que los razonamientos y la argumentación racional.

La gente parece creer sinceramente que una coliflor es “natural” como la compran en el mercado, sin considerar que ha sido genéticamente modificada durante siglos por el manejo agrícola, o “selección artificial”, como prefería llamarlo Darwin. La variedad natural es una plantita silvestre pequeñita que ni se le parece. Lo mismo ocurre con cada planta y animal de consumo humano ¿o acaso parece “natural” que el trigo sea virtualmente incapaz de reproducirse sin intervención humana, que una gallina ponga huevos todos los días por meses o que una vaca produzca más de cincuenta litros diarios de leche? La palta Hass es la cuarta generación de su tipo. Las instituciones estatales y privadas dedicadas a ello seleccionan y cruzan sistemáticamente las plantas para lograr variedades mejoradas constantemente y en todas las especies desde hace décadas, pero la manera genética de hacerlo es más rápida, más eficiente y más barata. El ahorro subsiguiente en agroquímicos es también enorme, lo que genera un producto mucho menos contaminado. Más sano, digamos. Y suele producir mucho más por hectárea. Es una bendición para los campesinos pobres, sobre todo aquellos que trabajan suelos magros con poca agua de riego. Significa además alimento para miles de personas que habitan tierras asoladas por sequías o plagas.

En la medida en que los países pobres no logren desarrollarse las multinacionales británicas mantienen asegurada su situación en la región. Unilever por ejemplo es una macroempresa alimentaria con grandes plantaciones e intereses en África. El nieto de Lord Melchett, fundador de la ICI (Imperial Chemical

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Industries), con gran importancia en la producción química mundial, preside Greenpeace en Gran Bretaña.

Greenpeace, creada en 1971 por un grupo de jóvenes idealistas, se ha convertido en una “multinacional ecologista” con una recaudación anual de cientos de millones de dólares. Sus fundadores originales han abandonado el movimiento. Patrick Moore al renunciar declaró que el movimiento había sido “secuestrado” por intereses políticos que estaban luchando por fines completamente ajenos al original y que además abogaban por causas sin fundamento científico en aras de un populismo que redituara dinero. Patrick Moore apoya las centrales atómicas como fuente de energía respetuosa del medio ambiente (está afiliado a la asociación “Ecologistas en Pro de la Energía Nuclear”, con sede en Francia), y tiene una férrea posición a favor de los cultivos genéticamente modificados. Paul Watson en tanto fundó otra organización ecologista, Sea Shepherds Society, abandonando Greenpace por motivos análogos a los de Moore. Atribuye el actual éxito económico de Greenpeace a las inescrupulosas estrategias de David McTaggart, un individuo que escapaba de dos acusaciones legales por fraudes inmobiliarios en Estados Unidos cuando se inscribió en 1972 como voluntario en Greenpeace para protestar contra los experimentos atómicos en Mururoa. La organización le encargó fletar un barco que él se encargó de cargar con relojes suizos de contrabando para “aprovechar el viaje” y que motivaron su detención en Auckland. Sin embargo consiguió llegar a destino y actuar de tal modo que apareció recibiendo una paliza por parte de los agentes franceses, lo que resultó una excelente propaganda para el movimiento ecologista y para él mismo. En 1980 se hizo presidente de Greenpeace Internacional y logró el derecho de usar el nombre de la compañía tras una larga batalla legal contra sus fundadores. Cuando estalla en 1991 el escándalo de que las recaudaciones en Alemania se desvían ilegalmente a cuentas suizas, McTaggart abandona la presidencia sin explicar sus propiedades, fincas en Toscana y diversas posesiones en todo el mundo que no guardan relación con sus ingresos declarados.

La organización central cobra un 25% de los ingresos de las filiales locales en concepto de “royalties” por el uso de la “marca” Greenpeace sin mover un dedo.

Por lo demás su misión, como explican sus dirigentes, es denunciar la contaminación, y no eliminarla. Sus fondos no se ocupan en mejorar el estado del medioambiente, como creen muchos de sus colaboradores, sino sólo en buscar y exponer situaciones antiecologistas, aunque como veremos parece que estos fondos desaparecen casi todos en el camino de conseguir tan loable objetivo.

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En 1993 Stan Gray y Gord Percks, miembros y expertos en campañas, revelaron en una entrevista en Ottawa que el 5% de los fondos recaudados se destina a campañas medioambientalistas y el resto del dinero (95%) se “pierde” en gastos administrativos, mantenimiento y otros. Fueron expulsados inmediatamente, claro está. Una entrevista a Franz Kotte, ex tesorero de Greenpeace, publicada en la revista Forbes en noviembre de 1991 denuncia entre otras cosas la existencia de cuentas privadas multimillonarias con acceso exclusivo de los dirigentes.

Uno de los gastos de Greenpeace es el pago de salarios a científicos que declaren cada cierto tiempo informes que alimenten nuevas campañas y que no necesariamente reúnen los méritos investigativos que se supone que deben poseer ni la seriedad científica necesaria. En ocasiones incluso hay fraudes de por medio, como ocurrió con un informe sobre riesgos de contraer cáncer en la industria papelera que aparecía “elaborado por la Universidad de Exeter”, referente al que esta universidad aclaró que Greenpeace alquiló en el campus una oficina por un corto tiempo y usó papel con el membrete del establecimiento, es decir el informe fue realizado en, aunque no por, la universidad, y esta no se responsabilizaba en absoluto por su contenido.

Los glaciares, como es de general conocimiento entre los geólogos, se descongelan principalmente por presiones geológicas y no por calentamiento. El glaciar de Upsala en Argentina está retrocediendo, como detectaron los científicos de World Monitoring Service, mientras que en la misma zona el glaciar Perito Moreno se mantiene estable y el Pio XI (en territorio chileno) aumenta. Greenpeace ha montado un reportaje en que aparece como si ellos hubiesen descubierto el derretimiento en Upsala, omitiendo todos los datos de los demás glaciares y atribuyendo el fenómeno al “calentamiento global”.

Afirmaciones en slogans del tipo “Ya hemos matado al 94% de las ballenas” no tienen ningún sustento real y sólo están diseñadas para motivar donaciones.

Otros casos sonados de falta de escrúpulos son el haber contratado individuos para matar salvajemente focas y filmar su reportaje de denuncia, así como los cazadores que maltratan canguros en la película “Goodbye Joey!” que por ello debió ser retirada por orden de los tribunales en Australia, aunque ha continuado exhibiéndose en otros países como reportaje real y propaganda de la organización. También saltó a la fama el individuo que reclamó porque no le habían pagado lo prometido por pasear a caballo el collar con GPS que se suponía puesto al cuello de un jaguar. Los donantes de fondos en esa campaña podrían, según la propaganda, seguir las correrías del felino en su computador, pero como en la región nunca había

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habido jaguares no es raro que para el 2004, dos años después de iniciado el proyecto y habiendo recaudado mucho dinero no hubieran conseguido “salvar” a ninguno, de modo que le pusieron el collar a un ternero que por desgracia resultó bastante aburrido. Entonces contrataron por mil dólares al mes al jinete.

Una de las ocupaciones fundamentales de Greenpeace es atacar a los países capitalistas. De la central nuclear de Juraguá en Cuba nunca han dicho una palabra, a pesar de que hubo un colapso en dos reactores. Lanzaron una virulenta campaña que incluyó un espectacular boicot contra Islandia para prohibir el paso de submarinos de la OTAN por esas aguas argumentando que sus sistemas de comunicaciones dañaban a las ballenas, aunque parece ser que estas eran inmunes a los submarinos rusos. Tras la caída del muro de Berlín se ha conocido el financiamiento soviético a muchos movimientos ecologistas y Partidos Verdes (especialmente el alemán).

La causa ecologista en el sentido de responsabilidad de la sociedad humana frente al medioambiente es absolutamente válida. Los activismos actuales son los sospechosos.

Las agrupaciones dedicadas a recaudar fondos que en ocasiones superan el presupuesto anual de países pequeños y que no están debidamente supervisadas, en una administración muy poco transparente, atraen poderosamente a grupos políticos o económicos que acaban financiando intereses muy diferentes a los de los donantes de ese dinero. Se crean holdings y se cambian gobiernos, se financian campañas políticas y actos terroristas, se montan aparatos de presión para obtener poder y se fuerza a naciones a subordinar su desarrollo a los mandatos de algunas organizaciones apoyadas por los medios, se mantiene un “ecocolonialismo” sobre naciones vulnerables que se sostiene sobre la presión internacional manipulada con argumentación sin base pero con apoyo mediático y populista, se desinforma demagógicamente y se usa de un modo inmoral el catastrofismo para generar un pánico permanente en una población que acepta como única salvación posible ante uno u otro desastre inminente rendirse a las exigencias del que esté erigiéndose como profeta “en el nombre de la ciencia”, una “ciencia” normalmente manipulada y pagada que de ciencia no tiene más que el aspecto y la reverencia que le rinden los reportajes financiados por los interesados. Incluso se crea una nueva profesión, la de “periodista ecologista”, dedicado exclusivamente a cubrir noticias dramáticas en el tema y que depende de la existencia ellas para su subsistencia.

Bjorn Lomberg, ex militante de Greenpeace, decidió comprobar científicamente las tesis del ecologismo radical, descubriendo muy a su pesar tras

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años de riguroso trabajo profesional que la gran mayoría de ellas no resiste un análisis científico, dando como fruto un informe que publicó bajo el título de “El ecologista escéptico”. Otro trabajo interesante de leer es “Estado de Miedo”, de Michael Crichton, que entrega argumentos científicos para refutar la teoría del calentamiento global y revela una suerte de conspiración destinada a silenciar y censurar a quienes nieguen el fenómeno (entendido como puesto en marcha por la actividad humana y posible de revertir a través del control de ésta), impidiendo que puedan defender sus argumentos más que profesores jubilados que no requieran ya financiar investigaciones o publicar sus informes.

En 1975 se anunciaba una nueva edad del hielo ad portas, un “enfriamiento planetario”. El “calentamiento global” del 2000 no siguió usándose porque adolecía de contradicciones absurdas, de modo que ahora se habla del “cambio climático”. Entre unos y otros ha habido diversos otros pánicos: las centrales nucleares, la “bomba demográfica”, el agujero en la capa de ozono, el SIDA, la basura, la sequía, las semillas transgénicas… Cada uno recaudando cantidades ingentes de dinero de miríadas de personas y de los presupuestos de naciones, para luego caer paulatinamente en el olvido frente al más reciente drama que es preciso combatir sin saber cómo se invirtió el inmenso fondo anterior, salvo algunas reuniones “cumbres” en lugares lujosos a las que algunos delegados llegaron con numerosos séquitos a pasar varios días entre cenas y paseos y entregar voluminosos informes llenos de, teóricamente, buenas intenciones. Entre líneas hay penosas zancadillas a las naciones que precisan salir del subdesarrollo y han de mantenerse en forzada pobreza (y por ende vulnerables a la propaganda activista que culpa de sus males a las “grandes potencias”) y pruebas de fuerza contra las naciones libres que se ven en la disyuntiva de ceder ante demandas muchas veces absurdas y que rebajarían el nivel de vida de sus pueblos sin razón justificable o aparecer ante el mundo como “irresponsables ambientales” en desmedro de su prestigio y por ende fortaleciendo la imagen moral de la oposición política.

La campaña por el “Agujero” en la capa de ozono, por ejemplo, es un típico ejemplo de campaña de terror. Se ha logrado crear una histeria de masas con el cáncer de piel que sensibiliza a la población por el miedo.

Se atacó a los clorofluorocarbonos denodadamente hasta que no hubo nadie que no supiese que los CFC eran culpables de la catástrofe (evidentemente ocasionada por la actividad humana) a causa de la codicia de los fabricantes de productos en spray y de refrigeradores. No se descansó hasta que los eliminaron (se reemplazaron en realidad por productos mucho más contaminantes y menos eficientes, con el beneplácito de los activistas). La verdad es que los CFC son

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mucho más pesados que el aire, de hecho dos y media veces más pesados que el hierro, por lo cual es imposible que suban a la estratósfera y jamás han podido ser detectados allí interactuando ni con el ozono, ni con los rayos ultravioleta, ni con ninguna otra cosa. Aún así, para poder destruir solamente el ozono que se forma cada año (no el previamente existente), habría que multiplicar un millón de veces la cantidad de CFC producido en todo el mundo. O generar durante 3,7 millones de años la cantidad actual para eliminar el 10% del ozono, efecto que se produce en el Agujero antártico en una semana, inexplicablemente para los defensores de esta tesis.

Un estudio serio publicado en la revista Science del 12 de febrero de 1988 (e ignorado por la prensa en general) demostró que la radiación ultravioleta B que llegó a suelo americano entre 1974 y 1985 no solamente no aumentó con el agujero sino que disminuyó un 7% (después de aparecer esto publicado se cancelaron los fondos para las estaciones de monitoreo y fueron cerradas, y su jefe Joseph Scotto no recibió más subsidios para presentar estudios en conferencias internacionales).

Este agujero es igual al otro en la capa de óxido de nitrógeno que se manifiesta en el mismo lugar al mismo tiempo y por las mismas causas físicas naturales pero del que nadie habla porque es imposible crear pánico con un hoyo que no hay modo de hacer creer a la gente que va a producirle cáncer.

Se trata del “Vórtice Polar Sur”, un fenómeno que se produce cada año desde fines de agosto a fines de septiembre, cuando el polo está todavía sumido en la oscuridad pero los rayos solares alcanzan la alta estratósfera, las moléculas de gases se calientan y esto produce una energía cinética que los lleva a moverse con creciente velocidad hasta formar corrientes de aire verticales y horizontales de gran magnitud, vientos huracanados de 400 km/hora girando en un cono invertido que impide a cualquier gas entrar o salir del vórtice. Estando la temperatura entonces por debajo de los -82°C (las más bajas del planeta), casi todas las reacciones químicas disminuyen a niveles bajísimos, pero el ozono no requiere calor para que sus moléculas se anulen entre sí, sino que lo generan. Dos moléculas de ozono (O3) chocan en este torbellino y al ser inestables se separan en tres moléculas de oxígeno (O2). Alrededor hay cifras elevadísimas de ozono, pero no puede ingresar al vórtice para reemplazar a las moléculas anuladas. Cuando el sol asoma la tropósfera se calienta rápidamente, ello sumado al calor generado por las reacciones químicas del ozono al anularse, lo que produce corrientes ascendentes ricas en oxígeno y pobres en ozono, sin relación alguna con el cloro. Hay tres vórtices polares cada año en la Antártica (de ozono, de óxidos nitrosos y de vapor de agua) y uno de menor duración en el Ártico, porque la zona polar es la única región sobre la Tierra en que

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se dan estas características. No importando los niveles de ozono que se hayan alcanzado, la normalidad retorna cada año en la misma fecha unas cuatro semanas después de haberse iniciado.

Se han forzado “explicaciones” químicas de las formas más extremas para meter a los CFC en el asunto, incluso sabiendo que es del todo incorrecto e ignorando la termodinámica, para poder crear una situación alarmante.

La Antártica tiene dos volcanes, el Terror (3277 mts.) y el Erebus (4023 mts.), descubiertos en 1841 ya en actividad, la que desde entonces no ha mermado. El Erebus genera mil toneladas diarias de gases de cloro, es decir aporta en una semana el cloro que todos los CFC del mundo entero aportarían en un año, y directamente al agujero de ozono. En el supuesto de que el cloro tuviera que ver en ello, sería bastante más lógico suponer que está generado en la columna de gases del volcán de al lado que en los CFC vertidos en el hemisferio norte, pero no es así para los activistas, para quienes las 7.500 toneladas anuales de cloro liberadas en todo el planeta por los CFC son culpables de todo, mientras que los cinco millones de toneladas generadas por la biota oceánica, los 8,4 millones de toneladas producidas por incendios, los 36 millones de toneladas inyectadas por los volcanes y las 600 millones de toneladas anuales que desprenden los océanos no tendrían nada que ver. Todo esto mientras los CFC, sumamente pesados, no suben sino que se filtran por el suelo y el fondo oceánico, donde son “devorados” por bacterias.

Puede decirse grosso modo que la radiación ultravioleta aumenta hacia el ecuador con un incremento de radiación del 10% por cada 100 kilómetros hacia el ecuador y del 1% cada 50 metros de altitud. Una disminución del 1% de la capa de ozono, como profetizaron los ecologistas, equivale a desplazarse 18 kilómetros hacia el ecuador. La más catastrófica de las posibilidades anunciadas, una disminución del 5%, es igual a viajar 40 a 50 kilómetros hacia el trópico. Menos que ir de Santiago a Viña. Unas vacaciones en Brasil aumentan de 100% a 500% la radiación ultravioleta recibida por el turista medio. Los científicos noruegos Arne Dahlback, Thormod Henriksen, Søren H. H. Larsen y Knut Stammes explican que: “una disminución del 50% del ozono sobre Escandinavia le daría a estos países una dosis efectiva de ultravioleta similar a la que se obtiene en California o en los países del Mediterráneo”. Los científicos del Laboratorio de Geofísica de la Universidad de Buenos Aires escriben: “Los niveles de radiación directamente debajo del agujero de ozono no alcanzan a los niveles promedio que se encuentran en Buenos Aires”. La licenciada Victoria Tafuri, del Observatorio Nacional de Villa Ortúzar en Buenos Aires y encargada de medir los niveles de ozono explica: “La historia del Agujero de Ozono sólo beneficia a intereses corporativos e industriales. La falta de ozono no

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produce cáncer a la piel – como se ha repetido con persistencia – aunque el problema puede derivarse de una excesiva exposición al Sol sin la protección de aquellos productos que hemos estado usando los últimos 30 años”. Agrega: “No hemos observado ninguna variación en los niveles de ozono durante los últimos 25 años”.

La Teoría de la Disminución de la Capa de Ozono recibió el Premio Nobel en 1995, pero las observaciones la contradicen escandalosamente. Para empezar no hay indicios de un descenso real en el ozono ni de aumento de incidencia ultravioleta en décadas.

El ozono (en realidad la atmósfera, con todo y ozono) en todo caso filtra exclusivamente los rayos ultravioletas B y C, dejando pasar los UV-A casi en su totalidad. Los UV-B son los causantes del enrojecimiento y las quemaduras, pero los melanomas malignos no se relacionan con estos, sino que en general aparecen en zonas no expuestas al sol (entre los dedos de los pies, en las axilas, en las nalgas) y no se relaciona tampoco con las zonas con mayor radiación ultravioleta del mundo: En Quito hay 200% más de radiación que en Buenos Aires y 60% adicional por la altura, pero no hay mayor incidencia de melanomas malignos que en Buenos Aires, ni que en Suecia de hecho.

Los tumores benignos son frecuentes entre agricultores por ejemplo, porque siempre se deben a excesiva exposición al sol (UV-B), mientras que los melanomas malignos (UV-A) abundan más entre oficinistas. Las personas de piel oscura rara vez padecen tumores benignos de piel, pero tienen el mismo grado de sensibilidad a los malignos que las de piel clara porque estos padecimientos obedecen a orígenes diferentes. Los melanomas malignos, que representan un 4% de los tumores de piel pero representan el 75% de mortalidad, son causados por los rayos UV-A, que no son filtrados por la atmósfera. Las lociones protectoras muchas veces bloquean solamente el remanente de UV-B que logra atravesar, pero no los UV-A que llegan con toda su magnitud, evitando el enrojecimiento de la piel pero no los melanomas. La paradoja es que la gente que se aplica pantallas solares permanece mucho más tiempo al sol porque no se quema, de modo que bloquea los rayos UV-B, que son sanos en su debida medida, y se expone a dosis ingentes de rayos UV-A, que producen cáncer. La hora no importa porque los rayos UV-A están en una actividad equivalente durante todo el día, incluso cuando los UV-B sean bajos (en la mañana o la tarde). Es decir, el aumento de melanomas malignos no tiene nada que ver con el ozono, pero sí está directamente causado por las pantallas solares y lociones bloqueadoras usadas indiscriminadamente como “protección” y

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por los horarios recomendados por las autoridades para tomar sol (evitando el mediodía).

Las radiaciones UV-B son las que sintetizan las vitaminas E (antioxidante que previene el cáncer) y D, la hormona de la vitamina D3, gatillan el sistema inmunitario del organismo, retardan el envejecimiento y reparan células dañadas, no penetran profundamente en la piel y son bloqueadas naturalmente por la melanina de la dermis y son absolutamente necesarias para la salud del organismo. Su baja incidencia produce avitaminosis, osteoporosis y raquitismo, entre otros. La radiación UV-B aumenta a mediodía, pero la UV-A se mantiene estable desde la salida a la puesta del sol. Lo deseable es tomar sol para obtener sus beneficios minimizando sus riesgos, por ende lo ideal es hacerlo 20 minutos por lado a mediodía, cuando la radiación UV-B es más alta, que una hora para alcanzar el mismo efecto entre las nueve y las diez de la mañana, que nos expone al triple de irradiación UV-A que es dañina. Todo esto SIN bloqueador, ya que este no permite la absorción de rayos UV-B y si la de UV-A, e impide que nuestro cuerpo nos indique naturalmente cuando la sesión es excesiva.

Si hay que permanecer obligadamente al sol es preciso usar gorros y ropa protectora, y pantallas solares que expresamente digan que bloquean rayos UV-A. Lo ideal es evitar el sol si excede de 20 a 30 minutos diarios.

Otra extraña característica del movimiento ecologista actual es que adhiriendo a la Teoría de la Evolución rehúsa tercamente a permitirla. Admite que las especies existentes son una fracción minúscula de las que han existido, ahora extintas por las más diversas causas, pero asume que hasta ahí llegó la historia y eso no puede suceder otra vez en modo alguno. De ser por los movimientos activistas los trilobites estarían aún gozando de plena salud al costo que fuera, y si no se ha culpado al hombre por su desaparición es sólo porque no han hallado el modo de hacerlo.

Si llega a haber extinciones, mutaciones o variaciones climáticas se achaca todo a una perniciosa intervención humana, como si jamás hubiese acontecido antes y fuese por defecto intrínsecamente dañino. El cambio, cualquier cambio, es simplemente causa del más espantoso pánico. La evolución sirvió para explicar cómo llegamos aquí hasta hoy, pero tiene que estar irrevocablemente detenida en adelante, otra cosa no es simplemente permisible.

Se llega a extremos, incluso en ocasiones anteponiendo la no alteración del medio a la sobrevivencia de personas que resultan condenadas a la inanición.

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Cualquiera supondría que eliminando al ser humano el clima por ejemplo sería lo más estable que pudiera existir, ignorando que es por su misma naturaleza cambiante y agente de cambio, que una y otra vez selvas han devenido en desiertos y rocas molidas al paso de glaciares han constituido más tarde fértiles suelos de cultivo (loess), que la Antártica pasó varios millones de años cubierta de árboles, que ha habido glaciaciones y períodos cálidos de generosa abundancia relacionados a la actividad solar, a la tectónica de placas y a mil diversas instancias que continuarán aconteciendo independientemente de las acciones de nuestra especie. El activismo es autorreferente y asume para sociedad humana la “culpa” por cualquier desviación del modelo presente, como si realmente tuviese el ser humano tanto poder. Baste reconocer humildemente que llevamos varias decenas de miles de años tratando alevosa y tenazmente de deshacernos de moscas, arañas, pulgas, piojos, zancudos o ratas usando todo lo que tenemos a mano y estamos aún muy lejos de lograrlo.

No sostengo que no haya habido casos en que la acción humana no haya barrido a algunas criaturas del mapa (la WWF ha contribuido bastante a ello, especialmente en lo tocante al rinoceronte negro), pero en general cualquier especie que puede ser fácilmente aniquilada suele ser en realidad una especie remanente que camina hacia la extinción por sus propios pasos. Es bueno saber que la media de extinciones antes de la aparición del hombre era de cuatro especies por año, cuando no sobrevenía una catástrofe que aniquilara varias centenas o varios miles de un paraguazo. La extinción es un fenómeno natural que permite la permanencia de la vida en el planeta y es preciso comprender que en cierta medida va a continuar sucediendo, con o sin la intervención humana, o incluso pese a ella. De cualquier modo, con unas seis honrosas excepciones (paloma pasajera, dodo, moa gigante de Nueva Zelanda quizá demasiado perseguido por tribus maoríes, y alguna otra no del todo segura, como el rinoceronte negro), no es posible atribuir muchas extinciones de modo tajante al ser humano. Incluso Patrick Moore (ex fundador de Greenpeace y su presidente entre 1977 y 1979) al observar un gráfico publicado por National Geographic en que se indicaba un brusco descenso de especies que indicaba una “extinción masiva”(la sexta causada por el hombre, según el artículo), escribió a la revista solicitando le identificaran cualquier familia de la que se supiera que se había extinguido en tiempos recientes, ya que él por su parte desconocía que se hubiese extinguido alguna familia de coleópteros, anfibios, aves o grandes mamíferos, como decía el artículo. La respuesta alegó que el tema estaba siendo estudiado por expertos, que era controvertido en sus “detalles” como la cantidad real de especies que se extinguirán o el período de tiempo en que ocurrirá (contrariamente a lo que el artículo aseguraba como hecho cierto) y, en fin, ninguna especie extinta.

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Una vez más intentó que se le detallara cuando WWF anunció en 1996 en Ginebra que estaban desapareciendo “unas 50.000 especies por año” a causa de la deforestación. No hubo un solo ejemplo tampoco esta vez.

El Ecologista Rowan Martin, hablando del MVP (Mínimo Viable de Población) que se aumenta cada año (empezó siendo de 25 a 50 individuos, pero ya va en diez mil a un millón), explica que si se aplicase a los leones por ejemplo, habría que dejarles un territorio equivalente al de los Estados Unidos, e informa que como experto en fauna africana desconoce que haya alguna especie que se extinguiera en el continente africano en los últimos 35 años y denuncia que ciertos individuos se muestran “deliberadamente alarmistas” en sus estimaciones.

Cuando se afirma que está extinto el Ratón Saltador de Darling Downs en Australia, no se explica que sólo desapareció en Darling Downs, por ejemplo, aunque siga saltando alegremente en el resto de Australia, y eso porque no ha sido avistado aún de regreso en Darling Downs. Es posible que esto suceda cada vez que se designa a una supuesta especie “extinta” con un nombre tan indefinido. No sería tan fácil certificar el deceso de una especie taxonómicamente bien definida con su nombre latino doble.

No se trata de vivir asesinando todo lo que se mueva, sino de no caer en campañas de terror sistematizadas.

En lo tocante a campañas de terror, ni siquiera hay una certeza razonable de cuántas especies hay actualmente en el planeta, ni mucho menos cuántos ejemplares de cada una, con una abismante variación de estimaciones según los resultados que desea obtener el responsable de cada medición, y más encima cada año se encuentran criaturas desconocidas o ejemplares de las que se creía extintas (en realidad se cree que se ignora la mitad de las especies existentes). Los sistemas empleados para determinar la cantidad de especímenes que se desea medir no suelen explicarse al público juntamente a los resultados expuestos, no pocas veces porque son simplemente absurdos o derechamente inexistentes. Las estimaciones de especies que se extinguen por año en la actualidad suelen ser suposiciones, disparates o fraudes. Muchas veces la certificación de “áreas protegidas” que se otorga por presiones ecologistas a extensas áreas generalmente del tercer mundo corresponden a territorios sospechosamente ricos en minerales o codiciados por razones muy diversas a la excusa oficialmente presentada relativa a la “conservación de especies en peligro de extinción”.

La verdad es que en lo que se trata realmente de respetar el medioambiente y no de logros colaterales políticos o económicos impresentables, el

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modo hebreo de cuidar reverentemente la tierra, las creaturas y la obra de Dios y la manera griega de amar y comprender la naturaleza como un todo magnífico del que formamos parte (ambos puntos de vista categóricamente aceptados hace varios milenios) son hoy tan válidos como entonces. Involucran la responsabilidad y la conciencia personal, incluyen el asombro, la estética, la gratitud, la humildad, la solidaridad, el disfrute de la belleza y temas como la mesura, la austeridad y la ética, y no han sido nunca superados por los postulados posteriores. Ese “ecologismo” que acuna la infancia de nuestra cultura y es parte de nuestra identidad e idiosincrasia aparece hoy más vigente que nunca, precisamente cuando se le pretende despreciar, subordinar a concepciones foráneas o simplemente negar que haya existido jamás.

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Capítulo 7: El gran abismo al frente

En la actualidad estamos viviendo tiempos complicados.

Del mismo modo que logramos sobrevivir a dos totalitarismos originados en descontextualizaciones tanto de nuestra herencia religiosa como de la racional (el nazi en tanto proceso natural y el comunista en tanto proceso social) y que podrían haber borrado de una plumada todo lo más caro a nuestra cosmovisión comenzando por la libertad del individuo, ahora enfrentamos dos amenazas fuertes, cada una de las cuales podría llevarnos al mismo despeñadero, y más encima pese a ser absolutamente divergentes van de la mano apoyándose entre sí.

La que nos abofeteó primero fue la Escuela de Frankfurt y su maestro, Antonio Gramsci.

Gramsi, contrariamente al resto de los comunistas de su tiempo, declaró que el régimen soviético era aberrante y precisaba del terror de las masas para lograr obediencia. Sin embargo la culpa no podía ser del comunismo, sino de la cultura judeocristiana que había “infectado” el alma occidental haciéndola “irrecuperable” para el comunismo y la ingeniería social. De Rusia regresó a Italia para dirigir al partido comunista, pero Mussolini parece haber tenido otra idea y lo mandó a la cárcel. Allí escribió sus famosos “cuadernos”. En ellos afirma Gramsci que para implantar el comunismo es imprescindible que previamente se extirpe el sistema de valores imperante en lo tocante a familia, sexualidad, religión, educación y en general a la cultura y los ideales de vida, objetivo que podría con los métodos adecuados lograrse en unas pocas generaciones.

El que realmente logró poner a andar este entramado fue el alemán Willi Münzenberg, un genio de la propaganda. Utilizó la Kommintern, o Internacional Comunista, para propagar las bases de todo lo que luego se llamaría “progresismo”, es decir: que cualquier crítica al sistema comunista debía estar originada en gente inmoral, ambiciosa, fascista o idiota, en tanto que los adeptos eran individuos amantes de la paz, el humanitarismo, la ética y la virtud. No era una tarea sencilla luego de que los intentos de imponer el comunismo en cada ocasión dejaran un saldo de miles de muertos, organismos de represión brutal, miseria y terror. Más aún, debía hacerse de tal modo que llegara a constituir una verdad natural e indesmentible. Para lograrlo contó con el apoyo ferviente de una enorme cantidad de individuos idealistas reconocidos en occidente, como escritores, actores, periodistas, productores de cine o científicos. A todos ellos Münzenberg les llamaba en privado

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“el club de los inocentes”. Controló a través de la Kommintern decenas de periódicos, revistas, radios y producción de películas orientadas a la difusión del modelo.

Mientras tanto, ligado a la Universidad de Frankfurt, surgía el Instituto de Investigación Social, fundado por varios comunistas entre los que se encuentra el húngaro Gregory Lukacs (que había puesto en práctica algunas de estas doctrinas en el corto período que duró la dictadura de Bela Kum con un programa de educación sexual en los colegios en que se denostaba la opresión del sistema familiar y se exaltaban las bondades inenarrables de la promiscuidad), Max Horkheimer, Theodor Adorno, Erich Fromm y Herbert Marcuse. Todos ellos recibidos en Estados Unidos por la Universidad de Columbia en Nueva York cuando escaparon del nazismo, en donde se dedicaron activamente a popularizar su “Teoría Crítica”, es decir criticar exclusivamente a la sociedad occidental, alegando que está oprimida por la moral judeocristiana, que los medios aturden a la gente para mantenerla bajo el yugo de ideas aberrantes como la fidelidad de pareja, la familia, la tradición, el patriotismo, el libre comercio, la propiedad privada, etc, al costo de mantener sometidos a sectores de la población (mujeres, homosexuales, inmigrantes, minorías, etc.) y de cometer genocidios contra las demás civilizaciones, en tanto se fomenta el fascismo. Con esto se esperaba, y contra toda lógica se consiguió, que la sociedad más libre y más próspera de la historia se autoconsiderara indigna, perversa y caduca.

Cuando todo este equipo retornó a Alemania en los años cincuenta, Herbert Marcuse permaneció en Estados Unidos para desde allí proyectar su concepto de “Tolerancia Represiva”. Los más adinerados ya estaban estigmatizados como esclavistas inmorales que no podían haber hecho fortuna sino explotando a otros, de modo que su mira estaba puesta ahora en las clases medias, a las que criminalizó consignando que todo individuo salido de este ambiente era potencialmente un nazi o un fanático religioso, y la libertad de expresión sería en realidad una refinada forma de represión desde estos hacia los demás. Este grupo, al que en adelante se motejó de “pequeño burgués”, sería un patético conjunto de individuos estúpidos atrapados en un sistema deshumanizado con el fin de hacer fortuna, con valores, tradiciones y costumbres del todo despreciables (olvidando que todos los pensadores que han existido han salido de este grupo de personas, que suelen ser los más cultos de su entorno). Lo deseable era una tolerancia hacia toda ideología de izquierda y la absoluta intransigencia hacia todo lo que pareciese conservador. Y en eso estamos.

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En 1943 el Comité Central del Partido Comunista Soviético instruyó: “Nuestros camaradas y los miembros de las organizaciones amigas deben continuamente avergonzar, desacreditar y degradar a nuestros críticos. Cuando los obstruccionistas se vuelvan demasiado irritantes hay que etiquetarlos como fascistas o nazis. Esta asociación de ideas, después de suficientes repeticiones, acabará siendo una realidad en la conciencia de la gente”. Esta táctica contribuye a sentar el precedente de que todo reproche a la visión izquierdista proviene de ideales aviesos o estúpidos, manteniendo la imagen de una alta intelectualidad y virtud moral desde la izquierda, congruente con la propaganda desplegada por Münzenberg y por la Escuela de Frankfurt.

Se repite por ejemplo que la pobreza aumenta sin cesar y todos lo creen, pese a que la ONU afirma que en los últimos cincuenta años se ha reducido la pobreza mucho más que en los quinientos años precedentes en todo el orbe, y la esperanza de vida ha pasado de los treinta años en 1900 a más de setenta como promedio actual. Las bolsas de pobreza extrema que subsisten lo hacen en naciones que no son capitalistas, y generalmente son causadas por los métodos socialistas. Ningún país ha salido del subdesarrollo nunca usando estas herramientas, sino las contrarias: Países sumidos en la miseria como Singapur, Malasia o Sur Corea lograron superar los niveles de vida de naciones europeas en pocas décadas, mientras que aquellos dominados por la intervención estatal, la economía centralizada y la abolición de la propiedad privada subsisten precariamente manteniendo en el lujo a una elite oligárquica del partido en el poder.

Los países del sudeste asiático y en general los democráticos son libres de escoger al socialismo en elecciones libres si el pueblo así lo determina. En los países comunistas los ciudadanos no tienen la opción de intentar con otro sistema y deben continuar siendo masas depauperadas al servicio de sus oligarcas, teniendo normalmente además limitaciones que impiden que se escapen, cual gigantescas prisiones.

Los pavorosos intentos de establecer estados omnipotentes y el trabajo de ingeniería social desarrollado ocasionaron cada vez que los campos colectivizados dejaran de producir comida, que la industria sufriera un descalabro, que la gente debiera ser controlada y vigilada estrechamente por organismos represivos y que en general sobreviniera hambre y miseria. Hay decenas y decenas de ejemplos, pues se realizó una y otra vez el experimento durante todo el S XX con los mismos resultados, está a la vista de cualquiera, pero la gente continúa tragándose el camelo de que la culpa es de alguien más (el imperialismo yanqui, los

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ricos, los judíos o simplemente “los malos” de turno), nunca de los que implementan tamaña utopía que termina cada vez siendo un Apocalipsis en lugar de un Edén.

La educación en la sociedad actual ya no es considerada un medio de formación de individuos que puedan a su vez ser generadores de cultura, sino una capacitación laboral enfocada en el mercado del trabajo y a su vez marcada por un enfoque hacia los ideales sustentados como tales por lo “políticamente correcto”, desarraigando todos aquellos que hayan sido normales anteriormente o al menos igualándolos a sus contrapartes como moralmente equivalentes, lo sean o no.

La gran mayoría de obras artísticas, literarias o cinematográficas muestra una “realidad” falsa, llena de individuos disfuncionales que aparecen como modelos de conducta, y jamás se presenta una imagen realista del porcentaje de individuos que sí respeta los valores tradicionales, ridiculizando opciones como la fidelidad de pareja o la continencia sexual. Lo que se muestra como realidad una y otra vez es que la vida de familia es opresiva, que la continuidad de la pareja es imposible, que es ridículo proponer que los jóvenes no se droguen o que manifiesten una sexualidad responsable, como si se tratase de meras marionetas de sus hormonas sin ningún tipo de ideal que determine sus acciones. En el fondo, que todo el entramado valórico familiar es iluso y absurdo, y que la autoridad paterna es simple opresión por parte de personas retrasadas obsesionadas por ejercer poder sobre sus hijos en un entorno comparable a un reprobable fanatismo fascistoide, contrapuesto a la libertad y modernidad ofrecida nada menos que por el estado.

He usado el término “fascistoide” en relación a su significado más

conocido, y es un ejemplo típico de la manipulación de los conceptos. El fascismo

fue un típico producto socialista (por más que luego se volviera contra los socialistas

y de hecho contra todos los demás para ser un partido único en un poder totalitario),

creado por el socialista Benito Mussolini, quién lo describe así: “El pueblo es el

cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. En la doctrina fascista, el

pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo. Todo en el Estado, nada contra el

Estado, nada fuera del Estado.”

Mussolini provenía de la órbita socialista italiana y gran parte de los

principios del fascismo en el campo de la economía eran adaptaciones marxistas.

Es necesario reconocer que el gobierno fascista de Mussolini fue el

primero en crear leyes contra el trabajo infantil, reducir la jornada laboral, incorporar

obligatoriamente seguros de enfermedad y accidentes para los trabajadores en los

contratos, establecer períodos vacacionales pagados para los trabajadores, obligar a

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las empresas a contar con servicios sanitarios dignos para los empleados, pagar

subsidios a familias numerosas, legalizar la maternidad en el ámbito del trabajo

asegurando la continuidad del cupo laboral para mujeres que se embarazasen,

permisos pre y post natal y permisos de lactancia durante la jornada laboral con

salas cuna habilitadas para ello en las empresas que tuviesen más de 50 operarias.

En todo caso y como todo partido de izquierda de entonces sostenía que no era

deseable el trabajo femenino fuera del hogar y por ende asignó a las mujeres un

sueldo inferior al de los varones para desincentivar en ellas la idea de

desempeñarse asalariadamente.

Stalin inventó el término “ultraderecha” para clasificar a los movimientos

nazi y fascista con el fin de separar aguas de ellos, pese a que comparten el tronco

marxista común y los nazis partieron como aliados con los rusos, que les

construyeron y administraron los primeros campos de concentración.

Merced a su camaleónica capacidad de tomar el aspecto de causas que nunca le han importado un comino, la “progresía” hija de Frankfurt se manifiesta defensora de los derechos de todo el mundo, excluidos los humanos por nacer. Desde los homosexuales (a quienes toda dictadura de izquierda asesinó por millares, metió en cárceles o en trabajos forzados como las UMAP de Cuba) hasta los ecologistas (los países comunistas son los más sucios del planeta y los que menos han usado reciclaje o sistemas alternativos para generar energía. Limpiar la ex DDR le ha costado a Alemania una barbaridad), pasando por la “liberación” de las mujeres (a quienes los partidos de izquierda históricamente siempre se han opuesto a dar derecho a voto). Sin embargo a poco gritar consignas pareciera que toda la vida ha sido la izquierda la que ha estado luchando por ellos, y la malvada sociedad judeocristiana la que los ha atropellado. Merced a ello existen organizaciones de derechos de gays que no tienen otra finalidad que armar escándalo y atacar a la iglesia, organizaciones de apoyo étnico que tienen como única meta implantar el terrorismo (el sistema comunista arrasó con decenas de etnias minoritarias como los judíos y varias de las etnias que habitaban la ex URSS sin gran problema de conciencia), agrupaciones ecologistas que sólo se dedican a sembrar el catastrofismo para recaudar dinero y desacreditar al sistema capitalista en exclusiva (no de balde la ex URRS financiaba a los partidos Verdes de Europa y a no pocos movimientos ecologistas) y movimientos feministas a los que las mujeres les preocupan tanto como las coordenadas de Alfa del Centauro, feministas estas que jamás abren la boca por mujeres asesinadas o atropelladas por organizaciones afines a la izquierda ni se congratulan por el éxito de las mujeres que no son de izquierda.

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Vamos a detenernos un instante a revisar la relación histórica real entre la izquierda y la mujer. En el Manifiesto Comunista el tema simplemente no existe. Los seguidores de Ferdinand de la Salle se opusieron furiosamente a que hubiese igualdad de derechos entre hombres y mujeres y la idea era que la revolución socialista aportara a los trabajadores un sueldo que permitiera a las mujeres abandonar las fábricas y retornar a sus casas. Proudhom con los anarquistas tenía idéntico discurso y su opinión tuvo gran influencia en la Primera Internacional, que evitó encuadrar secciones femeninas en los sindicatos. En la Segunda Internacional Bernstein atacó la organización de mujeres trabajadoras que encabezaba Clara Zetkin y en la Tercera Internacional ya se le acusó de “desviacionismo doctrinal” por sugerir que se incluyese el derecho a voto de la mujer en el programa comunista. En toda Europa los partidos de izquierda rechazaron otorgar el derecho a voto a la mujer por temor a que estas votaran masivamente por los conservadores, lo que realmente a la postre ocurrió. Un caso esclarecedor aconteció en la II República española, cuando Clara Campoamor, feminista, pidió el voto femenino en el Parlamento, con la oposición entre otros de Acción Republicana, Radicales, Radicales Socialistas, Izquierda Republicana (Victoria Kent) y Socialistas (Margarita Nelken). El sufragio femenino se obtuvo merced a los votos de la derecha, que ganó las siguientes elecciones.

En Chile el sufragio femenino también fue combatido por la izquierda y los partidos anticlericales desde 1920 y finalmente otorgado en 1949 por un gobierno de derechas, el de Gabriel González Videla, que también dictó la “Ley de Defensa de la Democracia” que prohibía la existencia del Partido Comunista.

La ley soviética del 26 de Mayo de 1936 regulaba el matrimonio, prohibía el aborto y endurecía los castigos para los abandonos de hogar, premiando además a “las madres heroicas” que tuvieran más de diez hijos.

Gramsci tenía una verdadera obsesión en que se evitara la distracción de los trabajadores revolucionarios con el tema de la liberación de la mujer, que denunció como una de las más dañinas “corrupciones capitalistas”.

El movimiento sufragista tuvo su origen en una agrupación de mujeres metodistas norteamericanas que antes habían luchado por la abolición de la esclavitud de los negros. El primer acto de importancia ocurrió en 1848 cuando estas mujeres proclamaron en una capilla metodista de Nueva York la célebre declaración de Seneca Falls en el estilo de la Declaración de Independencia de Estados Unidos. A ellas se unieron movimientos protestantes como los Unitarios y los Cuáqueros. El asunto era una expresión de fe religiosa que reivindicaba el lugar de la mujer desde

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la óptica judeocristiana del mismo modo y por las mismas razones que les llevaron a luchar por la dignidad humana de los individuos de raza negra.

Era, en todo caso, un asunto de género y no de clase, por lo que la izquierda no tomó posición hasta mucho después y de modo bastante dividido. No era ni remotamente un asunto prioritario. Es más, cuando finalmente algunas mujeres de izquierdas conformaron el “feminismo radical” se defendió la tesis de que no era un asunto económico sino cultural y los líderes políticos de izquierda se opusieron. Para entonces cundieron discusiones acerca de si lo femenino es biológico o cultural, construido o natural, y surgieron feministas de mil diversas corrientes que se atacaron agriamente entre sí.

El movimiento original ni remotamente planteó una especie de conspiración masculina para oprimir a la mujer (del mismo modo que se supone ahora que hacen los padres con sus hijos). La idea era reformar sistemas perfectibles, no arrasar con el concepto de familia, promover el lesbianismo (que se hizo desde numerosos frentes feministas) ni cuestionar la existencia de la identidad de la mujer como tal. Entre las diferencias destacables podemos notar que este primer feminismo consideraba degradante para la mujer la prostitución y la pornografía, mientras que el que esgrime el activismo moderno toma posición a favor de estas y las considera trabajos comunes y equivalentes a cualquier otro oficio. Asimismo el feminismo original condenaba agriamente la discriminación femenina en otras culturas (los misioneros cristianos consiguieron acabar con la práctica de vendar los pies de las mujeres en China), incluyendo la dramática situación de la mujer en los países islámicos, mientras que los actuales activistas consideran que es un respetable rasgo de multiculturalidad en tanto la realicen simpatizantes de la izquierda.

Un importante cambio es que la mujer ya no debe tener como objetivo ser una buena madre, eso es claramente una forma de esclavitud. Los hijos son un asunto terrible que hace pedazos la vida de cualquier mujer y hay que tenerlos a la edad de ser abuela, si acaso. El embarazo de una jovencita se ve como una suerte de enfermedad mortal por la cuál debe ser compadecida por todos si es que no puede abortar al pérfido alien que la invade. Lo que debe ser el único norte de toda mujer es el progreso profesional, como si el trabajo de oficina fuera la cosa más trascendental que imaginarse pueda, y a lo que debe sacrificarse absolutamente todo lo demás. Trabajar asalariada ya no es la pesada obligación de vender el tiempo de vida por dinero dado que el salario de uno solo no alcanza para mantener a la familia, sino que es un logro magnífico para la mujer, y de hecho es uno de los parámetros para evaluar el grado de desarrollo de una nación. Optar por no trabajar,

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dedicarse a sus hijos y vivir a su aire ya no es una opción válida. Una mujer tiene que ganar dinero antes que nada.

Fuera de esto la misma mujer se impone modelos obtenidos de la publicidad y el photoshop que son imposibles de emular porque no existen. Esto hace que la anorexia se convierta en un mal generalizado, y que masivamente las jovencitas en medio de esta “cosificación” del cuerpo femenino en todo o en partes se sientan forzadas a parecerse tanto como se pueda a modelos publicitarias que dictan la pauta no sólo de cómo verse sino cómo ser feliz, cómo ser aceptada y amada. La publicidad vende junto con los productos promocionados los valores, los conceptos de éxito, amor y sexualidad. Venden la imagen de lo que debe ser normal, de cómo debe ser, especialmente, una mujer. Cueste lo que cueste en tiempo, energía y dinero. Pero la imagen es falsa, retocada, inexistente, inalcanzable.

No de balde se ha disparado la depresión patológica entre las mujeres como el mal más frecuente tras la cefalea y la gripe, y con ella el alcoholismo femenino. Nos hemos convertido en la única especie que siente pavor de sus propias crías, y eso mientras adoramos “lo femenino” y el retorno a “lo natural” practicando yoga y comiendo apio.

Tal vez la más importante diferencia entre el feminismo original y el actual es que el moderno ha logrado separar la sociedad en una suerte de maniqueísmo en que la mujer se ve identificada con un ideal espiritual, místico y elevado y el varón se le opone como un ente tiránico, obtuso y ambicioso, y maníaco sexual a más abundancia. La sociedad griega al menos veía hermanos en el hombre y la mujer, y la judeocristiana les consideró individuos de dignidad equivalente, mientras que la sociedad actual les ve como enemigos acérrimos, alienados y casi incompatibles. De ello deriva la impresión de que el matrimonio es en sí mismo una imposibilidad y en cualquier caso una forma de despotismo masculino.

Los homosexuales son alrededor de un uno a tres por ciento de la población en Estados Unidos según estudios fiables como el de Richard G. Howes, y existe un cinco por ciento que reconoce “haber tenido alguna vez una experiencia homosexual” (que no es lo mismo que ser homosexual) en Europa. No vamos a considerar los disparates de Kingsley al determinar que un 47% de la población es homosexual en un trabajo realizado con marginales en que abundaban las prostitutas, homosexuales y pedófilos y en el que intencionadamente excluyó a heterosexuales a los que definió como “homosexuales ocultos”, ni vamos a dar cabida a la cifra que el activista Harry Hay propusiera sin base científica o

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sociológica alguna del 10% a causa de que le “pareció excesivo” el 47% de Kingsley, y que ha sido abrazado hasta hoy como cierto sin más fundamento.

Hasta ahora la homosexualidad había sido tratada como un trastorno de identidad sexual, algo parecido a ser depresivo o tener diabetes, no ideal pero tampoco condenable, y sin duda algo que pertenece a la esfera privada de las personas y que resulta a todas luces disparatado, de mal gusto y fuera de contexto ir pregonando. La sexualidad, cualquiera que sea, ha sido siempre un asunto íntimo.

Hoy la homosexualidad es una de las banderas que la izquierda alega haber defendido siempre contra la intolerancia feroz de cristianos y conservadores, haciendo de ello tal retórica que ser homosexual ha pasado a ser ya no sólo normal sino que preferible para optar a cargos públicos y se recalca en toda entrevista como una especie de ventaja moral. Como consecuencia hay batallones de gays que no están muy seguros de serlo pero les reporta una suerte de prestigio social.

John Boswell, famoso activista homosexual y promotor de la existencia de los Departamentos de Estudios de Gays y Lesbianas en casi todas las universidades de Estados Unidos, escribió en 1984 el libro “Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad”, obra que exculpa al primer cristianismo y a la cristiandad medieval de las acusaciones de persecución a los homosexuales, demostrando que en ese tiempo la gente fue tolerante hacia la homosexualidad, tesis confirmada a su vez por los estudios de Jacques Berlioz y los de Jacques Rossiaud en libros penitenciales de la época medioeval (manuales de confesiones y penitencias), por más que la realidad que así queda expuesta vaya contra toda la propaganda ventilada al respecto.

Lo que se puede afirmar con certeza es que la izquierda persiguió a los homosexuales con furor. En Rusia a principios del siglo veinte toda la generación de “Poetas Campesinos” y una serie de escritores homosexuales fueron asesinados, “suicidados” o metidos al gulag. En Cuba se crearon las UMAP como campos de trabajos forzados destinados a reeducar y “virilizar” o en su defecto eliminar a individuos “débiles” como homosexuales o testigos de Jehová.

La pedofilia es abrumadoramente mayoritaria entre homosexuales en todo caso, por más que se intenta evitar que las estadísticas demuestren la relación. La efebofilia, que es la atracción de un varón por un chico mayorcito que aunque no ha concluido su desarrollo ya no parece una niña, es la variante más frecuente de la pedofilia y hace más patente este vínculo. También es mayoritario entre homosexuales el fetichismo sexual y la promiscuidad, razón por la que originalmente el SIDA se contagió tan de prisa. Todo ello se acalla convertido en tema tabú y se

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tilda de “homofóbico” a cualquiera que se atreva a mencionarlo como asunto serio de estudio y debate. Simplemente no puede ser científicamente abordado.

Respecto a la continencia sexual cabe destacar que la mayor parte de los índices en que han bajado las enfermedades de transmisión sexual (particularmente el SIDA) se basan no en que hayan bajado los casos de contagio (que han aumentado en general), sino en que los mejores tratamientos han contenido el avance de la enfermedad o mejorado a las víctimas haciendo que salgan de los listados de pacientes. El único caso que no se trató a nivel de gobierno con millones de preservativos sino con continencia sexual fue Uganda, y fue el único que realmente disminuyó los contagios. Por este motivo la Organización Mundial de la Salud no premió al gobierno ugandés, sino que lo sancionó. La OMS no aprueba ningún sistema preventivo que no se base en la distribución de condones, y sin duda no porque no funcione sino porque la propaganda afirma que “no puede” funcionar, aún contra la evidencia.

Es interesante saber que el “sexo seguro” vía condones es un mito de lo más absurdo. En primer lugar el preservativo no es una barrera contra las enfermedades venéreas sino un anticonceptivo, y bastante mediocre como tal. Según las cifras de la misma OMS el preservativo como anticonceptivo falla un 12% de las veces que se usa bien, y los jóvenes lo usan mal en infinidad de casos.

El condón usado como prevención frente a enfermedades de transmisión sexual no impide en absoluto el contagio, por ejemplo, del virus del papiloma humano, que mata a muchas más mujeres que el SIDA. En lo tocante al SIDA es preciso recordar que la actividad sexual involucra todo el aparato genital humano, no sólo la punta enfundada del pene, y existen otras secreciones además del semen.

Por otra parte el condón entendido como protección para la promiscuidad transforma enteramente la sexualidad humana, convirtiendo un acto que naturalmente es de intimidad y comunión entre dos personas en una acción de “uso” del otro en la que impera el temor y cada quién se protege de su pareja en lugar de abrirse al otro. Aparte de constituirse de este modo en una de las actividades más egoístas practicables, el temor la coarta hasta convertirla en una sexualidad castrada, impedida de disfrutar libremente la intimidad en pareja. Y esto se hace pasar por “libertad”, esta sexualidad de quinta clase por un placer superior al que podría darse dentro de una pareja estable que no tiene miedo uno del otro y se entrega sin necesidad de defensas ni cortapisas. Y existe un buen número de personas que contra todo criterio cree que es verdad.

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Fuera de esto la incitación a la promiscuidad bajo la bandera de “sexo seguro” que en realidad no es tal ha provocado un alza desmedida en las estadísticas de embarazo adolescente, lo que redunda en una enorme demanda de abortos, otra de las piezas básicas de la destrucción del código de valores judeocristiano que Gramsci y sus seguidores han estado promoviendo tan entusiastamente. En este ámbito cabe señalar que la gran mayoría de adolescentes no abortan por iniciativa propia sino por presión familiar causada por su dependencia económica (de “derecho de la mujer” nada: la madre, la abuela o el padre del bebé exigen el aborto y no hay más que hablar). Del resto de los casos la inmensa mayoría de las mujeres que abortan lo hace por no poder afrontar los gastos que involucra el nacimiento de un niño, siendo que si tuvieran los medios tendrían al bebé. Esto deja claro que al entregar el aborto como “solución” no se soluciona nada, simplemente se vacía el vientre de la mujer y se la abandona en un estado un poco peor a aquel en que se encontraba previamente, es decir es en la práctica la negación del verdadero derecho de una mujer pobre a ser madre. Tiene que ver con que al Estado le cuesta menos un aborto que la educación, salud y mantención de un niño pobre, no con el “derecho de la mujer”. No está pensado para la mujer sino para la conveniencia de las arcas fiscales, pero se impone gracias a las creederas de los que se tragan el pretexto con que se publicita. Dicho sea de paso: los abortos por violación constituyen un 0,02% del total, no son en modo alguno la justificación para su práctica sino la plataforma emocional que se usa para convencer a la gente de que es necesario.

Es interesante saber que el aborto ha sido despenalizado en el mundo desde el emblemático caso Roe versus Wade, en el que en 1973 la Sra. Norma Leah McCorvey en Dallas, Texas, Estados Unidos, usando el pseudónimo “Jane Roe”, obtuvo legalmente la autorización para poner fin a su embarazo. La Sra. McCorvey, asesorada por la abogada Sarah Weddington (que posteriormente dijo en referencia a su conducta que “pudo no haber sido totalmente ética, pero lo hice por lo que pensé eran buenas razones”), adujo falsamente en ese juicio haber sido violada por pandilleros.

La sentencia indicó que el aborto debe ser permitido a la mujer, por cualquier razón, hasta el momento en que el feto se transforme en “viable”, es decir, sea potencialmente capaz de vivir fuera del útero materno sin ayuda artificial. La “viabilidad” se coloca cerca de los siete meses (28 semanas) pero puede ocurrir antes, incluso en las 24 semanas. Tras ese caso legal se despenalizó el aborto en todos los estados de Estados Unidos.

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Hugh Hefner y su conocida revista erótica Playboy financiaron gustosamente los costos judiciales y escribieron el amicus curiae del caso, apoyando también otros casos en defensa del aborto (interesadísimos como estaban en dignificar a la mujer). Es de suponer que el Sr. Hefner tendría que haber costeado numerosos abortos clandestinos de “conejitas” preñadas a las que necesitaba mantener “sexis” mientras su imagen fuera todavía vendible.

A pesar de solicitar y obtener la aprobación para llevar a cabo el aborto, McCorvey nunca realizó el procedimiento. Dio a luz a su primera hija, Melissa, teniendo más adelante dos hijos más. Esto se debió a que los casos judiciales toman, por lo general, más de nueve meses en terminar. La Sra. McCorvey es actualmente una férrea antiabortista, luchando para que el aborto sea ilegal. En 2005 pidió a la Corte Suprema que revisaran el fallo de 1973 argumentando que el caso debería ser visto nuevamente debido a las nuevas evidencias sobre los daños que el procedimiento ocasiona a las mujeres, pero hubo muchísima presión de activistas pro aborto y la petición fue finalmente denegada.

La gran mayoría de organizaciones contra el aborto están formadas por mujeres que lo han sufrido y que han estado siendo acalladas por los grupos de poder interesados en promoverlo.

Una de las razones más aducidas para abortar es que el nacimiento de la criatura puede acarrear “traumas psicológicos” a la madre, lo que resulta bastante anodino como para adaptarse a cualquier caso. Lo que es claro es que las mujeres que han abortado se suicidan entre siete y nueve veces más que las que han parido sus hijos, son dos veces más propensas al alcoholismo y tres veces más a la adicción a drogas, y que el trauma post abortivo existe y es grave, aunque los activistas pro aborto lo nieguen sistemáticamente. Esto, en todo caso, es un tema que no se toca, salvo por organizaciones de mujeres que han abortado y pretenden advertir a otras mujeres de los verdaderos riesgos que conlleva la pretendida solución. Resulta destacable que según las investigaciones psicológicas este síndrome post abortivo también afecta con su carga de culpa y frustración a los padres de las criaturas abortadas sin que ellos tengan la menor oportunidad de opinar respecto de la vida de su propio hijo. Se alega que muchos padres estarían dispuestos a criar a sus hijos si la madre les permitiese nacer, pero se les rehúsa toda participación en esta decisión (aunque se les considera partícipes a la hora de financiar gastos de manutención para la criatura si la madre decide tenerla aunque la haya concebido contra la voluntad del padre). Se relega al padre por ende a mero medio financiador sin derecho alguno a abogar por la vida de su hijo.

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Del mismo modo cualquier explicación seria y detallada destinada a las mujeres de lo que es un aborto en realidad y los procedimientos y los manejos utilizados, del mismo modo que suele hacerse con cualquier otra intervención quirúrgica por ejemplo, se considera absolutamente reaccionaria y se evita a todo costo.

El año 2011 el Gobierno húngaro inició una campaña antiabortista en la que los anuncios mostraban a un feto en el vientre de la madre y el mensaje: “Si tú no estás preparada para mí, dame en adopción. ¡Déjame vivir!”. Como la campaña estaba financiada con fondos de la Unión Europea, ésta obligó a Hungría a retirarla. No era “políticamente correcta” en un mundo en que el gramcismo va llevando la batuta.

La ONU considera que la difusión del aborto es un derecho fundamental. Para ello se basa en que la penalización del aborto violaría los artículos 3, 6 y 7 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, aunque de la lectura de esos artículos pareciera desprenderse justamente lo contrario: la protección a ultranza de la vida y la dignidad del humano por nacer: Art. 3°: Los estados miembros deben asegurar la igualdad de derechos entre hombre y mujer en el cumplimiento de todos los derechos civiles y políticos que se establecen en el presente pacto; Art. 6°: Todo ser humano tiene derecho a la vida. Este derecho debe ser protegido por ley. Nadie puede ser arbitrariamente privado de la vida; Art. 7°: Nadie podrá ser sometido a tortura, ni a prácticas o castigos degradantes, crueles o inhumanos. Nada en estos artículos hace referencia ni siquiera tangencial al derecho de una mujer para asesinar a su cría, en especial mediante procedimientos que racionalmente se ajustan a la definición de “tortura” o al menos “prácticas crueles”, sino justamente pareciera destacar el derecho de esta a seguir viva.

Hay una alternativa al aborto, la adopción. No existen los niños “no deseados”, hay miles de parejas que llevan años esperando junto a una cuna vacía la oportunidad de constituir una familia y rodear de amor a un hijo adoptivo. Pero la adopción se halla en muchos países entrabada por legislaciones aberrantes. En Chile por ejemplo una mujer no puede decidir ya no digamos a quién entregar sino el hecho mismo de dar en adopción a su hijo, es un juez quién tiene que declararla “incapacitada para la maternidad”, y es él y no ella quién determina si el bebé irá con familiares, a una institución o será dado en adopción. En ese orden. Y la madre no puede oponerse al dictamen del juez. Quedar bajo la tutela de un familiar implica que el estado entrega un modesto subsidio de mantenimiento, y no es raro que psicólogos del SENAME hallen a mujeres que viven miserablemente y han solicitado la tuición por hacerse con la mensualidad que gastan en sus propios hijos dejando a

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estos otros en un lamentable estado de abandono. Por esta razón muchas mujeres optan por abortar, lo que no ocurriría si el trámite de adopción fuera llevado con un mínimo de criterio. Las organizaciones cristianas de adopción aseguran que todos los bebés y aún los niños mayores y los que padecen enfermedades son buscados por familias que los adoptan y aman. Es dable suponer que las trabas legales a la adopción se mantienen con el propósito expreso de provocar una presión por la implementación de clínicas abortivas, que dicho sea de paso constituyen un negocio casi tan rentable como la fabricación de preservativos (es curioso constatar que varios políticos proabortistas tienen participación económica en clínicas de este tipo).

La edad que puede tener el feto al momento de practicar un aborto es absolutamente antojadiza ya que no existe ningún momento culminante en el proceso de formación de una criatura, ningún “antes y después” digamos. La vida del ser humano fluye ininterrumpidamente desde el momento de la concepción hasta la vejez, con los cambios que ello conlleva. Un feto no tiene el mismo aspecto de un niño del mismo modo que un bebé no se parece a un viejecito. Se ha fijado el máximo de edad permitida para el aborto arbitrariamente en cierto número de semanas que en la práctica suele excederse en un sinnúmero de casos. Para que de los cientos de miles de abortos practicados anualmente sólo en España no escapen cabecitas, bracitos o piernecitas al basurero entre los restos de gasas y sean macabramente hallados allí, como ha ocurrido, se ha determinado que los restos sean pasados por máquinas picadoras. Vivimos una realidad en que sacamos a las criaturas del vientre de sus madres para pasarlas por la moledora de carne en cantidad de millares y lo aplaudimos como un logro del progreso. Eso es dar vuelta los valores.

Los delincuentes no son ya culpables de delinquir ni los terroristas de matar gente sino la sociedad, es decir uno mismo es culpable de ser asaltado o asesinado y los antaño culpables son ahora las víctimas. La responsabilidad individual por los actos propios que es consustancial a la ética judeocristiana ha sido abolida.

De esta vertiente que sabotea el código valórico nace un relativismo que inunda todas las áreas, en especial la ética, y un doble standard para juzgar cualquier hecho o expresión, además de una férrea discriminación contra la religión cristiana. Cuando nada es bueno o malo, toda afirmación absoluta es entendida como autoritarismo, toda ideología moral es fanatismo, toda idea políticamente incorrecta es autocensurada antes de ver la luz y nada es en sí mismo moral o inmoral, las personas quedan privadas de razonar frente a los acontecimientos.

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La sociedad occidental tiene, como todo sistema, defectos que pueden ser señalados y eventualmente corregidos, pero la intención de estos ideólogos no es corregir el sistema por sus defectos sino barrer con él por sus virtudes. No se puede implantar un totalitarismo fácilmente en un pueblo que ama la libertad, que razona y defiende sus derechos. Es preciso perderlo primero en un marasmo de completa confusión en que reaccionen según les ordene “la voz” que parece provenir de todas partes, y no busquen la verdad, que por lo demás ya no existe porque es relativa, excepto en lo que se les explica que no lo es, como los activismos contra esto o lo otro, eslóganes sin base real o campañas prefritas y entregadas listas para su consumo de alta demanda para tranquilizar conciencias apoyando una noble causa o indignándose por aquel abuso haciendo de superhéroe de fin de semana.

En medio de este desierto sin asideros muchos buscan apoyo en misticismos y doctrinas diversas que con mayor o menor éxito proliferan ingrávidamente y buscan conceptos mágicos o se aferran a una historia reinventada de modo que un pasado atávico e idealizado que nunca existió dé la razón a ideologías pseudo antropológicas ancestrales. Estas personas, idealmente disueltas en un “todo cósmico” o perdidas en su crecimiento individual o en la droga favorita utilizada para “ampliarles la conciencia” no representarán escollos para la imposición de esquemas sociales.

La finalidad de todo esto ya la señaló Gramsci: una vez arrancados los valores judeocristianos de la cultura occidental el totalitarismo es un paso sencillo de dar. Los ciudadanos acostumbrados a la autocensura y al pensamiento único, sin entrenamiento para razonar sino repitiendo los mantras de lo políticamente correcto que coincide obviamente con los fundamentos de la visión progresista como Adorno explicó que debía ser, ya están bajo una dictadura mientras creen ejercer su libertad.

El equipo de Gramsci va ganando por goleada.

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Capítulo 8: La amnesia como guía

En los años setenta hubo una crisis denominada “crisis del petróleo”. Esta crisis obedeció a que en una conferencia celebrada los días 16 y 17 de octubre de 1973 en Kuwait los países integrantes de la OPEP tomaron la decisión de cuadruplicar el precio del petróleo, pasando de cobrar 2,46 a 9,60 dólares el barril de crudo. También decidieron en esa reunión reducir la extracción, embargar a Estados Unidos, Dinamarca y Holanda y anunciar que embargarían también a cualquiera otra nación que rechazara o no apoyara sus exigencias políticas.

En julio de 1974 en Paris el Secretario General de la Liga Árabe y el presidente de la entonces Comunidad Económica Europea (hoy Unión Europea) crearon la “Asociación Parlamentaria para la Cooperación Euro–Árabe”. Al año siguiente en Estrasburgo esta asociación creó un comité permanente con sede en Paris, de más de trescientos funcionarios, y estableció también la Resolución de Estrasburgo. Esta resolución plantea varias exigencias a la CEE, como disponer medidas especiales que salvaguarden el libre movimiento de los árabes que emigrarán a Europa, que reciban estos un trato idéntico al de los ciudadanos de cada país, que se posibilite a los inmigrantes y a sus familias la práctica religiosa y cultural árabe, que se les reconozca el inalienable derecho a “exportar a Europa su cultura, practicar su religión, propagarla y difundirla”. Lo más trascendente: se destacaba “la necesidad de crear por medio de la prensa y demás medios de información un clima favorable a los inmigrantes y a sus familias” y “exaltar a través de la prensa y el mundo académico la contribución dada por la cultura árabe al desarrollo europeo”. En la “Recomendación 1162 Sobre la Contribución Islámica a la Cultura Europea” se pide (entre otras cosas, como introducir el estudio del Corán y la sharia en las facultades europeas de derecho) que sean retirados los textos escolares en los que no se hable de la contribución islámica a la cultura europea (con el único voto en contra del delegado noruego).

Todo esto implicaba simplemente reescribir la historia.

Y se reescribió. Aunque mencionarlo fue tabú, y se inventó la palabra “islamofobia” para denigrar a cualquiera que se atreviese a señalar los problemas que estaban a la vista de todos pero no era correcto comentar.

El petróleo siguió fluyendo, pero las Cruzadas ya no fueron la tardía reacción a cuatro siglos de invasiones y atropellos en toda Europa, sino una agresión gratuita de unos pocos individuos burdos y llenos de codicia que asaltaron

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sin provocación a sus pacíficos y cultos vecinos para robarles sus tesoros. Nuestra civilización los atacó alevosamente causa del hambre de poder y riquezas de los caballeros feudales de occidente y nada más. Los territorios cristianos entonces ocupados por los árabes no fueron sometidos, los cristianos y judíos no fueron dimmíes ni tuvieron que pagar la jizya, o en todo caso era un verdadero placer vivir de ese modo con amos tan nobles que les permitían seguir vivos en su propia tierra en tanto pagaran su impuesto y se raparan la frente, se pusieran su cinturón distintivo, no hablaran de su religión, se levantaran de cualquier lugar en que un musulmán quisiera sentarse, se mantuvieran en su lado de la calle y no usaran el color verde ni vestiduras, turbantes o calzado que usaran los musulmanes. Era una verdadera Edad de Oro.

Palestina fue siempre territorio árabe, desde luego. Y musulmana. Antes no había nada allí. Nadie. De hecho no existió ningún “antes”. Esto es crucial.

El islam no persiguió a sus propios pensadores ni quemó sus obras sino que por el contrario ahora estas deben serle atribuidas. No destruyó las obras de arte y las bibliotecas de las culturas que arrasó sino que fue un “faro de luz” para occidente.

El islam no es ya más un totalitarismo en que es herejía separar el culto religioso de la ley secular y del gobierno, sino una religión como cualquier otra. La yihad no es un asunto consustancial al islam sino una reacción a los ataques que han sufrido por parte de occidente. Mahoma nunca dijo: “Participar en la yihad es la causa de Alá. Un día dedicado a la yihad, una tarde o una mañana, merece una recompensa mayor que el mundo entero y todo lo que existe en él”. “Sabed que el Paraíso se encuentra a la sombra de las espadas”. “Existe otro acto (además de creer y someterse al islam) que eleva la posición del hombre en el Paraíso a un grado cien veces superior, y la elevación de un grado al siguiente es la distancia entre el cielo y la tierra: ¡La yihad por Alá!”. Jamás ocurrió que cuando se le preguntó por algún acto tan valioso como la yihad, respondiese: “No conozco tal acto”. El hecho de que tras la casi totalidad de las actividades terroristas en el mundo haya agrupaciones islámicas se convirtió en un desagradable asunto de fanáticos en medio de un culto amante de la paz.

El hecho de que Hajj Amín Husseini (tío de Arafat), el Gran Muftí de Jerusalén, o sea el jefe máximo del islam, fue asesor de Eichmann y dirigió escuadrones de veintiún mil soldados islámicos serbios de las SS hitlerianas (SS Handzar Trennung) no se menciona, lo mismo que el hecho de que el movimiento Fatah palestino deriva del formado por este mismo Husseini y que fue originalmente armado por Hitler. El hecho de que el nazismo continúa vigente en la mayoría de los

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países islámicos es tabú, aunque pueden oírse consignas y verse letreros en las manifestaciones aún entre los inmigrantes en Europa. Hay varios autores que consideran que los nuevos “neonazis” son realmente los fundamentalistas musulmanes. El nazismo de los apologistas islámicos como Sigrid Hunke (“El Sol de Alá brilla sobre Occidente” y “Alá es completamente otra cosa”), que decía también que Hitler era “el mejor modelo que la historia haya ofrecido jamás al pueblo alemán” y que la limpieza racial y la eliminación de los hebreos era urgente, se pasa por alto.

La situación de la mujer musulmana ya no fue un sometimiento aberrante sino un rasgo de multiculturalidad equivalente al de cualquier otra sociedad. El que en Holanda hayan debido generar una ley especial que obliga a los inmigrantes musulmanes a llevar cada año a sus hijas a control ginecológico para evitar que las infibulen o que en Francia se vea cada año asesinatos de mujeres por sus familiares a causa de usar jeans o tener un romance con un ciudadano local es un asunto amarillista. Golpear a la esposa se considera legítimo. Un portavoz del Ministerio de Justicia turco, el profesor Dogan Soyasian, manifestó no hace mucho que sólo los hombres hipócritas niegan que desean casarse con una mujer virgen y una mujer violada hará bien casándose con su violador si este le da la oportunidad ya que podrá llegar a amarlo con el tiempo, aunque en casos de violación múltiple habría menos posibilidades de éxito porque él la vería siempre como una mujer deshonrada (no se le pasó por la mente al representante del gobierno turco que ella podría verlo a él como parte de la turba de infames que la violó). Es costumbre que una chica violada sea rápidamente casada con su agresor o con cualquiera que la acepte “en ese estado”, lo que generalmente lleva a desposarla con tarados, ancianos o dementes. En cualquier caso el flamante esposo entenderá que ella no llegó virgen al matrimonio, ergo es una puta, y así la va a tratar. La violación no es nunca un motivo de culpa para el varón, sino de la mujer que se ha expuesto a ello, incluso en el incesto forzado dentro de su propia casa.

Miríadas de intelectuales occidentales declaman bajo ovaciones que la civilización occidental no inventó nada que no hayan generado antes los musulmanes (pese a que estos aparecen recién en el S VII). De hecho tampoco la oriental, ya que los símbolos numéricos que los árabes no usan pero dejaron como herencia en occidente no fueron tomados de los hindúes que hace tres mil años ya manejaban el concepto de pi. Avicena inició el estudio de la circulación sanguínea sin tomar en cuenta para nada el trabajo muy anterior de Hipócrates al respecto y, más extraño aún, se explica que las telas de algodón son una creación musulmana aunque los antiguos romanos y griegos las vistieran siglos antes de que existiera el islam y los egipcios desde antes del tiempo de los faraones.

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Es importante que manejemos algunos datos históricos para que no nos perdamos al hacer uso de este nuevo y mareador mapa de ruta: El judaísmo nace hace cuatro mil años en la tribu semita hebrea que habitaba en lo que hoy llamamos Palestina y jamás ha promovido conversiones de personas de otros cultos (de hecho era en su origen una religión ligada a una etnia definida). El cristianismo aparece hace dos mil años, derivado del judaísmo, y se extiende por Europa (entonces practicante del culto grecorromano) merced al Imperio Romano, que unifica bajo su mando las tierras europeas y de Oriente Medio. Su difusión se realizó por medio de la prédica. El islam nace siete siglos más tarde en la tribu de los Qurais de arabia como una derivación del cristianismo y se extiende mediante la yihad (guerra santa), de modo que este pueblo se levanta en armas y comienza a conquistar territorios hasta entonces cristianos, dando a los conquistados tres opciones: conversión, dimmitud o muerte.

Ser dimmí no era precisamente ser tolerado. La palabra significa “protegido”, pero significa en realidad que su vida estará a salvo sólo en tanto cumplan cada una de las reglas de que ello depende. Si se rompe la dimma se les puede matar o vender como esclavos. Los judíos fueron tratados en general peor que los cristianos, pero ambos eran considerados en conjunto “gente del Libro”, o sea a medio camino de la revelación, de modo que fueron más tolerados que budistas, hinduistas o zoroástricos, que en general padecieron un genocidio. Hubo casos aislados en que el islam convivió más o menos pacíficamente con cristianos y judíos, pero esto no constituyó en modo alguno la regla. En no pocas ocasiones estos impuestos especiales para infieles residentes (jizya) fueron tan altos que los dimmíes mantuvieron con sus tributos al imperio al que estaban sometidos. Esta era una razón bastante fuerte como para mantenerlos vivos e incluso para mantener una relación pacífica con ellos, aunque lo que se ordenaba literalmente era que la jizya debía ser cobrada “con menosprecio y humillación” para que el dimmí sintiera al momento de pagar que era un individuo inferior. El jurista An Nawawi explica: “el recaudador debe permanecer sentado y el infiel de pie frente a él con la cabeza gacha, y debe poner personalmente el oro en la balanza, mientras el recaudador lo sostiene por la barba y lo golpea en ambas mejillas”.

Los musulmanes invadieron en primer término Siria y Palestina, entonces cristianas y minoritariamente judías, y en donde nunca antes había habido población árabe. Más tarde se apoderaron de Jerusalén y del Santo Sepulcro y luego conquistaron la culta Persia, Armenia e Irak, Egipto, Túnez, Argelia y Marruecos. Todos territorios cristianos. El 711 desde Gibraltar atacaron y se apoderaron de España y Portugal y continuaron por toda Europa hasta que la nieve les hizo dar marcha atrás en Suiza.

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Cierto es que hubo varias oleadas de distintas etnias árabes y musulmanas en España, una tras otra, y que fueron sucesivamente más brutales.

Cuando se produjeron las cruzadas los musulmanes llevaban cuatro siglos invadiendo occidente de modo sangriento, y después de las cruzadas el Imperio Otomano (turco) volvió a arrasar el territorio cristiano. Desde Constantinopla (hoy Estambul) pasando por Atenas, Venecia, Hungría (tres millones de esclavos húngaros partieron a los mercados de Damasco, Bagdad, El Cairo y Argel) y Austria (donde Solimán masacró a treinta mil campesinos porque el precio de los esclavos había bajado a causa de los húngaros). Pese a que los venecianos, aliados con España, Génova, Florencia, Roma, Torino, Parma, Mantua, Ferrara, Lucca, Urbino y Malta, derrotaron a los musulmanes en Lepanto, los siguientes sultanes otomanos continuaron el asedio llegando a Polonia en 1621.

En 1683 el Gran Visir Kara Mustafá con medio millón de soldados, mil cañones, cuarenta mil caballos, veinte mil camellos, veinte mil elefantes, veinte mil búfalos, veinte mil mulos, veinte mil vacas y toros, diez mil ovejas y cabras, cien mil sacos de maíz, cincuenta mil sacos de café y cien esposas y concubinas levantó un campamento de veinticinco mil tiendas más la suya (adornada con fuentes y plumas de avestruz) y puso cerco a Viena. Pero Viena era considerado para entonces un baluarte del cristianismo y en esta ocasión los ingleses, españoles, alemanes, ucranianos, polacos, genoveses, venecianos, toscanos, piamonteses y papalinos, es decir todos excepto los franceses (cuyo rey atemorizado había firmado un tratado de alianza con el enemigo), consiguieron el 12 de septiembre una extraordinaria victoria que hizo a Kara Mustafá escapar abandonando a sus bestias vivas y a sus concubinas degolladas.

Todo esto para dejar claro que no es tan certero alegar que la civilización occidental fue en las cruzadas a buscar riquezas a tierras musulmanas invadiendo a un pueblo pacífico sin ninguna otra razón que la codicia. Diríase más bien que los pueblos occidentales reaccionaron incluso tardíamente a las agresiones islámicas en un intento por repeler el avance y por recuperar territorios que eran sagrados para los europeos y los árabes se empeñaban en emporcar, metiendo camellos en las iglesias más preciadas de la cristiandad por ejemplo. Y puede decirse que la confrontación, así como venía desde siglos antes en tierras europeas, continuó en ellas siglos después de las cruzadas, aunque en el mundo musulmán la tecnología y las ciencias parecieron estancarse en ese punto mientras occidente continuó su desarrollo.

Estas fueron las circunstancias en que el Imperio Otomano, que mantuvo el poder cuatro siglos, fue derrotado por las potencias occidentales recién en la

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Primera Guerra Mundial, quedando gran parte del territorio en manos de los ingleses como “Mandato de Palestina” (en realidad este nombre se aplicó al territorio que quedó sin asignar luego de que los ingleses y franceses habían creado las fronteras de las actuales Siria, Líbano e Irak). El 80% del Mandato se convertiría en la actual Jordania y del resto se separarían dos partes aproximadamente iguales, una para los judíos y otra para los árabes palestinos, aunque esta última fue rechazada por la Liga Árabe, que declaró la guerra al naciente estado de Israel exclusivamente porque la existencia de judíos era intolerable para los musulmanes (que confiaban generar un imperio árabe en ese territorio) y la convivencia con un estado judío equivalente en derechos a sus propias naciones era simplemente blasfema. Conviene en este punto tener claro que no sólo Israel (cuya gente habitaba la región desde varios milenios antes que los árabes) sino todos los países árabes a excepción de Arabia Saudita y Yemen corresponden a fronteras fijadas por las potencias coloniales más o menos en el mismo tiempo en un territorio al que a Israel, la única nación democrática en la región, correspondió el 0,16%.

Y a partir de los setenta los inmigrantes musulmanes llegaron y llegaron a Europa hasta sobrepasar en países como Alemania, Francia, Italia, Holanda o Suiza el 10% de la población. A causa de que además se les exhorta a tener numerosa descendencia son el grupo más prolífico del mundo, con un crecimiento de cuatro veces el de los sectores cristianos. La tasa de natalidad de los musulmanes, incentivada desde las mezquitas, es mayor a la de cualquier otro grupo religioso, incluidos cristianos, judíos, budistas e hindúes, de modo que superarán el 50% de la población mundial para fin de siglo. En numerosas ocasiones importantes líderes musulmanes han declarado que “occidente caerá merced al vientre de nuestras mujeres”.

En el mundo islámico rige con mayor o menor dureza la sharia (según se trate de musulmanes chiítas o sunnitas, fundamentalmente), en un estado gobernado teocráticamente según las mismas reglas dictadas por Mahoma en el S VII.

El problema con el Islam es que es por su naturaleza no puede aceptar un estado laico. Todo musulmán está obligado a respetar la sharia, la ley islámica, y no las leyes de las naciones que habite. Incluso existen organizaciones (en Inglaterra el “Parlamento Musulmán”) que explican a los inmigrantes nada más llegar que para ellos la única ley que deben respetar es la sharia, no importando si se contrapone a la legislación de la nación que les recibe, que no están obligados a acatar. Y es verdad. En guetos islámicos en Francia los tribunales franceses ni siquiera actúan.

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Suelen exigir escuelas especiales en donde se enseñe a sus niños exclusivamente el Corán, y normalmente no se integran a la población local, siendo el caso que muchos de ellos, en especial mujeres, no lleguen nunca a aprender el idioma del país en que habitan.

Contrariamente a budistas, hinduistas, judíos, confucianistas, bahais o cualquier otro culto, los musulmanes han luchado en las sociedades de acogida para erradicar símbolos religiosos tradicionales cristianos de hospitales, escuelas y sitios públicos porque les resultan “ofensivos” (en Francia un campesino fue conminado a retirar una cruz de su propio sembrado porque se veía desde el camino y molestaba a los musulmanes). Han comenzado a solicitar bajo el amparo del libre ejercicio de culto en varios países la segregación por sexos en las fábricas, los transportes y los ascensores, y el reconocimiento del “matrimonio” islámico, aunque este puede ser con hasta cuatro mujeres, por tiempo determinado (incluso por unas horas), y para revertirlo baste al hombre echar a la mujer fuera y decirle “te repudio” sin tener que darle compensación alguna, y se realiza sin contar necesariamente con el consentimiento de la mujer, lo cual choca frontalmente con todos los cuerpos legales de las naciones occidentales.

El islam no es una religión en el sentido que occidente considera tal cosa. Es un sistema de vida que involucra componentes religiosos, pero también políticos, legales, económicos, sociales y militares. Lo religioso sustenta todo lo demás. En palabras del párroco Roberto Tassi de Santa María de Ricci de Florencia: “El Islam es teocracia. La teocracia niega la democracia. Ergo, el Islam está contra la democracia”.

La misma palabra “islam” significa “sumisión”. Sumisión del hombre a Alá y a Mahoma, sumisión de la mujer al hombre, sumisión del infiel al creyente, siempre la actitud del esclavo ante el amo, sin razonar, sin discutir, la obediencia ciega lo es todo. Sumisión y miedo. Desobedecer es pecado, y el pecado se castiga sin piedad. La obediencia sin cuestionamiento lleva al paraíso. Y al terrorismo, a los suicidios por Alá, a la yihad.

La izquierda internacional en general ha apoyado alegremente todo este movimiento de inmigración y “nueva visión histórica” bajo la bandera de la multiculturalidad, un asunto que los individuos provenientes del mundo árabe que pretenden mejorar las condiciones de vida de su gente ven como una barrera insalvable para sus esfuerzos, dado que aumenta la segregación voluntaria y desincentiva la integración.

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Theo van Gogh fue asesinado en Holanda por producir un documental artístico sobre la mujer bajo el islam en colaboración con la diputada holandesa Ayaan Hirsi Ali, mujer somalí nacida en el seno de una familia musulmana, infibulada en la infancia y fugada en el viaje en que fue enviada a Canadá a contraer matrimonio concertado con un primo que no conocía, llegando a obtener con el tiempo una posición política importante en Holanda y ahora protegida en Estados Unidos ya que una fatwa pesa sobre su vida. Ella explica: “Otra de las desventajas de esta política errónea es la facilidad con la que se pueden conseguir prestaciones sociales, lo que conlleva que muchos emigrantes vivan en una situación de permanente subsidio. Así, como para sobrevivir no es en absoluto necesario adaptarse a la sociedad holandesa, el proceso de modernización de grandes colectivos de musulmanes se puede paralizar en una situación de subsidio en que uno se queda al margen de la sociedad aferrándose a unos valores y a unas normas que impiden la propia emancipación”.

Sin embargo los gobiernos, empujados por una política multiculturalista absolutamente errada, financian incluso escuelas islámicas en que los niños aprenderán a memorizar el Corán, renegarán de los textos “blasfemos” de Voltaire, de la biología como una materia impúdica que se ocupa del cuerpo humano y del sexo, del deporte o la natación que las niñas no podrían practicar sin burkah o chador, permite que a temprana edad las niñas dejen la enseñanza para casarse en matrimonios pactados (95% con individuos traídos desde sus países de origen y generalmente parientes y apenas 5% con naturales del país de residencia) en fin, aísla, refuerza el grupo cerrado, evita la integración.

En realidad el islam hace que la sociedad musulmana vaya quedando más y más atrasada respecto de las demás. En el mundo moderno prácticamente no hay musulmanes que destaquen en ciencias, arte o tecnología, pero están implicados en la práctica totalidad de conflictos armados. La violencia, la agresividad islámica es un tema real, mensurable. Otra vez en palabras de Ayaan Hirsi Ali: “Los musulmanes fueron los responsables de once o tal vez doce de los dieciséis grandes actos terroristas que se cometieron entre 1983 y 2000. Cinco de los siete Estados que apoyan a los terroristas y que como tal aparecen en la lista del Departamento de Estado estadounidense son países musulmanes, y la mayoría de organizaciones extranjeras de dicha lista son también organizaciones musulmanas. Según el International Institute of Strategic Studies en dos tercios de los treinta y dos conflictos armados en el año 2000 hay implicados musulmanes, mientras que sólo una quinta parte de la población mundial es musulmana”.

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La mayoría vive en sus países de origen en la miseria, el analfabetismo y soporta regímenes autoritarios y en general el reinado de una “inquisición” frente a la que el mundo moderno hace la vista gorda.

Todo esto nos lleva a enfrentar el hecho de que este grupo nos retrotrae al S VII y al totalitarismo religioso. No se trata de segregación ni de intolerancia en los países occidentales hacia los inmigrantes (aunque sí podemos hablar de ambas en los territorios islámicos, en donde en general por ley se mata a apóstatas, judíos u homosexuales, se lapida a mujeres que se pinten las uñas y se encarcela a turistas que lleven a la vista cruces o símbolos religiosos), sino en sentido contrario: los musulmanes son profundamente intolerantes con los habitantes de las naciones occidentales y sus costumbres y cultura, y en general rehúsan la integración defendiendo su identidad, cosa que no tiene una contrapartida real por parte de los europeos, que no hacen nada por defender la suya.

Todo esto se está relativizando visto a través del multicolor cristal de la “tolerancia cultural” que permite que en naciones que han conseguido tras siglos de historia vivir en una democracia plena se formen guetos en que los tribunales no imparten la ley del derecho constitucional sino que lo hace la sharia con reglas similares a las de la Inquisición medioeval.

Ayaan Hirsi Ali: “Por experiencia propia puedo afirmar que el mundo islámico está fuertemente jerarquizado. Alá es todopoderoso y el ser humano es su esclavo, que debe someterse a sus leyes. Aquellos que creen en las palabras del Corán, en Alá y que reconocen en Mahoma a su profeta, están por encima de los cristianos y de los judíos; éstos, a su vez, en su calidad de «pueblos de las Escrituras», están por encima de renegados e infieles. El hombre está por encima de la mujer, los niños deben obediencia a sus padres. Aquellos que no se atengan a las reglas recibirán humillación o muerte en nombre de Dios”. “Halal (lo que está permitido) y haram (lo que está prohibido) son los conceptos centrales en la práctica diaria, aplicables a cualquier musulmán en cualquier parte del mundo. Estas reglas determinan, tanto en la vida privada como en las relaciones sociales, el cómo, qué y sobre qué debes o no pensar, sentir y actuar. La sharia -la ley islámica- está por encima de todas las leyes promulgadas por los seres humanos, y es obligación de cada musulmán cumplirla de la manera más escrupulosa posible”. “El odio irracional a los judíos y la aversión hacia los infieles se enseña en varias escuelas coránicas y es un mantra que se repite a diario en las mezquitas. Y aún más: en libros y artículos, en casetes y en los medios de comunicación se presenta a los judíos como instigadores del mal. Cuanto más avanza esa doctrina, más me compadezco: la primera vez que vi a un judío estaba sorprendida de que pareciera una persona

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normal de carne y hueso” “«Judío» es el peor insulto en somalí y en árabe. Más tarde, en la pubertad, desde la segunda mitad de los años ochenta, en Kenia y en Somalia rezábamos para que se produjera el exterminio de los judíos. Imagínenlo: cinco veces al día. Nosotros rogábamos encarecidamente por su exterminio habida cuenta de que jamás habíamos conocido a un solo judío”. “De los diez primeros países que más asilo solicitan en Holanda, nueve son países bajo un régimen islámico. ¿Por qué venimos a Occidente si al mismo tiempo lo condenamos? ¿Qué tiene Occidente que no tengamos nosotros? ¿Por qué es tan nefasta la posición de la mujer en los países musulmanes? Si los musulmanes fuéramos tan tolerantes y pacíficos, ¿por qué hay en los países musulmanes tanta división étnica, religiosa, política y cultural, y tanta violencia? ¿Por qué no podemos o no queremos ver que nos precipitamos solos hacia una situación catastrófica?” “Por lo que respecta al sufrimiento de la mujer la comunidad musulmana calla y las 753 organizaciones musulmanas subsidiadas en Holanda guardan silencio sepulcral. Sólo instancias de ayuda como RIAGG (Instituto regional de Psiquiatría ambulante), el Consejo para la Defensa de los Niños o el Punto Informativo de Niños Víctimas de Abuso -adonde acude una importante cifra de musulmanes- conocen ese sufrimiento. Pero tampoco éstas y otras organizaciones sociales pueden decir nada debido a la obligación de guardar silencio”.

En palabras de la doctora Irshad Manji: “Necesitamos políticos que se atrevan a hablar, que no tengan miedo a la controversia o a ser tildados de racistas. Así como el Corán no se puede seguir en sentido literal, la sociedad multicultural tampoco es un dogma. Todavía ocurre que la gente, sea o no musulmana, tiene derecho a ser respetada, si a la vez respeta a los otros. Así es que no se deben utilizar dos criterios distintos cuando se trata de derechos humanos. ¿Por qué tenéis tanto miedo?, les pregunto a mis amigos occidentales. ¿Por qué no os manifestáis contra las violaciones de los derechos humanos en los países islámicos y sí cuando suceden en Israel? El racismo que sufren los árabes en el mundo occidental no es nada comparado con el trato que pueden llegar a recibir los no árabes en el mundo árabe”.

Al menos en occidente algunos musulmanes pueden intentar generar cambios ya que la libertad y los derechos civiles les permiten exponer ideas y publicar libros que por lo general no se conocen en sus países de origen y muchas veces deben firmar bajo pseudónimo porque no se sienten seguros ni siquiera en occidente (el caso del filósofo paquistaní Ibn-Warraq). Pero hay más: Afshin Ellian, Taslima Nasreen, Irshad Manji, Mohammed Abu-Zeid, la iraní Chahdortt Djavann o Samira Bellil. Estas personas no van a ser encarceladas ni condenadas a muerte por el estado de los países no musulmanes que habitan, porque allí se respeta su

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libertad de expresión. Salvo que los grupos políticamente correctos los silencien para satisfacer las demandas de agrupaciones islámicas ofendidas.

Esto es un tema que abarca todos los logros que la sociedad occidental ha alcanzado a alto costo: la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, la separación entre la iglesia y el estado, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la libertad del individuo para escoger su modo de vida, la libertad de expresión, la tolerancia religiosa, la no discriminación étnica ni de orientación sexual, la censura al terrorismo.

Básicamente el tema es que esta vez lo “políticamente correcto” puede ser una opción demasiado cara. O comenzamos a valorar realmente la identidad cultural occidental como para defender sus logros o simplemente vamos a continuar ninguneándola y dejaremos que sea arrollada por la irrupción de estos otros códigos valóricos.

Es tiempo de decidir en qué tipo de sociedad deseamos vivir, porque no es verdad que toda cosmovisión cultural sea igual a los demás. Tenemos una que honra la democracia, la igualdad de derechos y la libertad del individuo. Nos ha dado nuestras bases éticas y nos representa. Si la queremos, es el momento de rayar la cancha.

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Epílogo

He intentado en estas páginas explicar brevemente la cosmovisión que yo entiendo como fundamento de nuestra cultura, o más bien las dos cosmovisiones contrapuestas que probablemente hacen a nuestra civilización tan adaptable en el curso de la historia.

Por una parte nuestro espíritu cabalga parado a la vez sobre el lomo de dos caballos briosos que nos ponen constantemente en riesgo de caer, pero por otra nos convierte en una cultura que difícilmente se estanca y que es capaz de innovar constantemente, lo que constituye una de nuestras mayores fortalezas. La clave está en el equilibrio, tanto para que el jinete no deje caer todo su peso sobre un solo pie como para que no permita que ninguno de los dos corceles se encabrite ni se adelante a su compañero. La historia nos ha dejado cicatrices allí donde uno u otro ha dominado sin contrapeso. Ni fue bueno que los papas eligieran reyes ni que la autoidolatría nos arrastrase a la decadencia como llevó en su tiempo a los griegos. Ambos caballos deben ir en armonía. Lo malo parece ser que tenemos la manía de dejar pendularmente que uno u otro tome la delantera.

Cada tópico de la vida moderna puede examinarse a la luz de estas dos antiguas visiones y obtener de ello rutas absolutamente válidas y plenamente vigentes, congruentes con nuestro código ético y racional cultural ancestral. No es que estemos divididos entre lo racional y lo emocional, o entre el laicismo y la fe, o entre lo innovador y lo conservador, sino que somos ambas cosas y podemos usarlas como usamos ambas manos, porque son nuestra herencia interna. Y tenemos mucha suerte de que así sea.

Lo que es para mí relevante y quiero poner de manifiesto es que poseemos una cultura milenaria, única, propia, que ha probado ser exitosa y capaz de sobrevivir a los más diversos avatares, y que merece todo nuestro respeto, pese a que hemos padecido una especie de tendencia suicida a la depresión, con una alarmante predisposición a tenernos por inferiores casi a cualquier otra cultura o concepción, siendo este fenómeno en realidad producto de una manipulación que debe ser desechada de raíz simplemente porque es falsa.

Las culturas, así como las especies, se extinguen. La mayoría de las veces por simple incapacidad de adaptación. Otras veces porque son fagocitadas o barridas por otras más fuertes. La nuestra está siendo carcomida desde dentro, aquejada de un mal sembrado en ella de modo intencional y que de alguna manera

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inexplicable ha logrado su propósito de convencer a buena parte de nuestra gente vulnerable, jóvenes en especial, de estar viviendo en una cultura simplemente maligna, sin más argumentos que falacias, verdades retorcidas y mucha repetición. En parte pueden conseguirlo porque hemos olvidado mucho de nuestro patrimonio y porque una de nuestras características es que el futuro nos atrae como a polillas la luz y no solemos estudiar con mucho detenimiento el pasado. El pasado falseado puede pasar entonces por verdad. Podemos avergonzarnos de crímenes de los que nunca fuimos culpables y responsabilizarnos por catástrofes que se deben justamente a causas contrarias a las que nos achacan.

Nuestro acerbo cultural milenario está siendo vapuleado y desdeñado desde la más prístina ignorancia vestida con el ropaje de la prepotencia moralista, violencia instigada y financiada por totalitarismos y falsos profetas en busca de poder.

Todo sistema requiere reformas de cuando en cuando. Todas las reformas se deben a defectos que se hacen notar al correr del tiempo y son generalmente resistidas desde el poder y exigidas desde las bases, surgiendo líderes que representan a los grupos de presión. El problema que hay que tener claro es que entre estos líderes siempre hay algunos que no buscan perfeccionar, reformar, enderezar el sistema en los puntos en que flaquea, sino que su motivación es el odio profundo al sistema en sí y su anhelo es quebrarlo, arrasarlo del todo, e instaurar en su lugar alguna personal utopía. Un sistema cultural que ha probado funcionar por milenios y adaptarse una y otra vez a las necesidades de su gente a través de las generaciones no es algo que podamos quitarnos de encima como un abrigo viejo, es nuestra propia piel. Puede y debe seguir evolucionando con nosotros porque somos parte de esta concepción vital.

En la pasión que sentimos por la libertad radica precisamente nuestra fuerza y nuestra vulnerabilidad.

Es nuestro patrimonio cultural el que ahora peligra extinguirse a manos de irresponsables y justo enfrente de nuestra nariz, y es preciso abrir los ojos y contemplar la magnífica concepción que nos ha generado, que no tiene nada que envidiar a otras culturas, que no es en modo alguno menos antigua y que ha sido menos dada al anquilosamiento que la mayoría de ellas. Es una de las cosmovisiones más abiertas a la libertad social e individual y a la vez a la creatividad y a la innovación que hayan existido jamás. De allí que haya sido tan asombrosamente prolífica en corrientes de pensamiento, en investigación, en la generación de teorías sociales y científicas, en arte, en filosofía, en tecnología y hasta en diversión. De allí también que sea la sociedad más dada a experimentar

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consigo misma, a emprender aventuras, a autocriticarse, a solidarizar con causas nobles y a aceptar desafíos. Hay que reconocer que pese a ser una de las culturas vivas y exitosas más antiguas del mundo mantenemos la curiosidad, la capacidad de admiración y la energía propias de la infancia.

A la vista de nuestros pasados errores y de nuestras peores caídas, ya sabemos qué piedras evitar en el camino, pero también sabemos dónde reside nuestra fuerza. Tenemos todas las razones para continuar adelante con todo el ánimo de un sobreviviente milenario que sabe que ha acumulado mucha experiencia en su trayecto.

Tenemos por herencia, cada uno de nosotros, un tesoro que aprender a valorar a tiempo y del que somos los únicos guardianes.

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Bibliografía

- Los Orígenes del Totalitarismo , Hanna Arendt

- La Historia de los Judíos , Paul Johnson

- Antiguo y Nuevo Testamento , Biblia

- Mitología Griega y Romana , J. Humbert

- Las Grandes Herejías, Hilaire Belloc

- Los Mitos Actuales al Descubierto , Javier de Barraycoa

- Filosofía Clásica , Pablo Huneeus

- Historia Universal, Francisco Frías Valenzuela

- JewishEncyclopaedia, estadísticas

- Guía de la Biblia. Antiguo Testamento, Isaac Asimov

- LleisSocials (Leyes Sociales), Rabino Nissan Ben Avraham

- El Zoo Humano, Desmond Morris

- Una Breve Historia de Casi Todo, Bill Bryson

- La Supuesta Evolución del Cráneo Humano, Arthur C.

Custance

- Guía Políticamente Incorrecta de la Ciencia, Tom Bethell

- Diccionario Políticamente Incorrecto, Carlos Rodríguez

Braun

- ECOLOGÍA: Mitos y Fraudes, Eduardo Ferreyra

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- Guía Políticamente Incorrecta del Islam (y de Las C ruzadas),

Robert Spencer

- El Legado del Cristianismo en la Cultura Occidental , César

Vidal

- Enciclopedia Salvat Diccionario

- Entrevista, Irshad Manji

- Yo Acuso, Ayaan Hirsi Ali

- La Fuerza de la Razón, Oriana Fallaci

- La Guerra de los Seis Dias, R. J. Donovan

- Tiempos Modernos, Paul Johnson

- La Mujer en el Tiempo de las Catedrales, Regine Pernoud

- Diversos, Wikipedia

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Agradecimientos Este escrito ve la luz gracias a la paciencia de mi familia y algunos amigos

que accedieron a leer, criticar, corregir el original y alentarme a seguir adelante. Gracias en primer lugar a mi amadísimo esposo, Christoph Moritz, que me

apoyó en todo momento y de mil maneras para escribir este ensayo desde que tuvo conocimiento del proyecto, y aún antes, para motivarme a comenzar.

Gracias a mi amiga Nuria G. Arnaiz, que me incitó a intentarlo con su

ejemplo inimitable y sus oportunos consejos. Gracias a mis entrañables amigos Anahí Igounet, Marlene Araya, Vicente

Olazarán, Elías Selame, José Vásquez y Mauricio Pacheco que, estuvieran de acuerdo o no con mis ideas me regalaron alegremente su tiempo y su apoyo para criticar el original en todo o en parte, me asesoraron con sus conocimientos y creyeron firmemente que valía la pena llevarlo a cabo.

Gracias a mis padres Carlos y Nancy, que me enseñaron que un hogar no

está nunca completo sin libros y que me inculcaron que todo tiempo dedicado a intentar algo nuevo es tiempo de vida plena y lo único digno de temer es una vida sin sueños.

Gracias a mi adorada madrina Gisèlle Horn T. y a tantos queridos amigos

como Lorena Gómez, Marcela León, Silvanna Miranda, Amparo Fernández, Karim Robinson, que creyeron siempre que debía escribir y metieron la idea en mi cabeza.

Gracias a un empleo odioso en el que vendí mi tiempo a quién sólo

requería activas mis manos, permitiendo que pensara en otra cosa de mayor interés (más por imperiosa necesidad que por simple deseo) durante mi tediosamente activa jornada laboral.

Gracias a mis hijos Ian y Karen, cuya existencia me impulsó a dejar por

escrito algunas de las cosas que creo que importa recordar.

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Índice

Introducción ........................................................................................................................... 3

Capítulo 1: El Primer Pilar ................................................................................................... 4

Capítulo 2: El Segundo Pilar .............................................................................................. 15

Capítulo 3: El Encuentro..................................................................................................... 23

Capítulo 4: Religión versus ciencias ................................................................................... 42

Capítulo 5: Extraviados por la senda judía con la brújula griega .................................. 54

Capítulo 6: Ecologismo y otras hierbas ............................................................................. 59

Capítulo 7: El gran abismo al frente .................................................................................. 83

Capítulo 8: La amnesia como guía ..................................................................................... 98

Epílogo ................................................................................................................................ 109

Bibliografía ......................................................................................................................... 112

Agradecimientos ................................................................................................................. 114

Índice ................................................................................................................................... 115

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