De La Amistad

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DE LA AMISTAD Variaciones sobre un tema de Maurice Blanchot Amor, libertad Amistad es en Blanchot el nombre de la relación del tercer género, es decir, ni dialéctica ni mística, relación con el otro no en cuanto otro yo, no en cuanto instancia provisoria de una unidad a reconstituir mediata o inmediatamente sino en cuanto simplemente otro, relación con el otro como presencia de lo irreparablemente otro. Amistad es el nombre de la relación en cuanto relación sin relación, es decir, de la relación en cuanto tal. Hay que distinguir a la amistad a la vez del amor y de la ética, esas dos experiencias que también aspiran a designar la relación última o primera con el otro. El amor significa la exclusión del mundo. Los amantes se excluyen del mundo al tiempo que lo excluyen de esa comunidad que forman ellos solos. Indudablemente, la amada promete un mundo, es la promesa de un mundo. En sus ojos, en su sonrisa, se anuncia un mundo posible. Pero en ese mundo no cabe nadie más, ahí sólo se puede estar a solas, es el mundo solitario y ya desolado del amor, menos el mundo que su punto de fuga, la huída que deja tras de sí a la vulgaridad cotidiana, la cotidianeidad intolerablemente vulgar de nuestro único mundo. La amistad, en cambio, pertenece a la trivialidad de cada día. Es una relación excepcional, sin duda, pero sólo porque se exceptúa de todo y vuelve a aseverarlo todo, el mundo todo, como excepción. Por eso en la amistad, esa relación sin evento, cabe toda la sencillez de la vida, porque ella es el evento cada vez singular de la vida en el mundo –la experiencia de la trivialidad en la trivialidad de la experiencia. El amigo no arrebata del mundo, no arrebata al mundo convirtiéndolo en posesión del arrebato mismo. El amigo se exceptúa, se retira, es la retirada o la excepción de la relación, pero ésa es precisamente la discreción de la amistad, la amistosa discreción que deja libres a los amigos para su propia soledad: la libertad en común de la distancia. La

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DE LA AMISTADVariaciones sobre un tema de Maurice Blanchot

Amor, libertad

Amistad es en Blanchot el nombre de la relación del tercer género, es decir, ni dialéctica ni mística, relación con el otro no en cuanto otro yo, no en cuanto instancia provisoria de una unidad a reconstituir mediata o inmediatamente sino en cuanto simplemente otro, relación con el otro como presencia de lo irreparablemente otro. Amistad es el nombre de la relación en cuanto relación sin relación, es decir, de la relación en cuanto tal. Hay que distinguir a la amistad a la vez del amor y de la ética, esas dos experiencias que también aspiran a designar la relación última o primera con el otro. El amor significa la exclusión del mundo. Los amantes se excluyen del mundo al tiempo que lo excluyen de esa comunidad que forman ellos solos. Indudablemente, la amada promete un mundo, es la promesa de un mundo. En sus ojos, en su sonrisa, se anuncia un mundo posible. Pero en ese mundo no cabe nadie más, ahí sólo se puede estar a solas, es el mundo solitario y ya desolado del amor, menos el mundo que su punto de fuga, la huída que deja tras de sí a la vulgaridad cotidiana, la cotidianeidad intolerablemente vulgar de nuestro único mundo. La amistad, en cambio, pertenece a la trivialidad de cada día. Es una relación excepcional, sin duda, pero sólo porque se exceptúa de todo y vuelve a aseverarlo todo, el mundo todo, como excepción. Por eso en la amistad, esa relación sin evento, cabe toda la sencillez de la vida, porque ella es el evento cada vez singular de la vida en el mundo –la experiencia de la trivialidad en la trivialidad de la experiencia. El amigo no arrebata del mundo, no arrebata al mundo convirtiéndolo en posesión del arrebato mismo. El amigo se exceptúa, se retira, es la retirada o la excepción de la relación, pero ésa es precisamente la discreción de la amistad, la amistosa discreción que deja libres a los amigos para su propia soledad: la libertad en común de la distancia. La amistad no es un don ni una promesa. No promete nada del porvenir, no da nada en el presente, no es un presente, no se da ni se presenta, ni se declara ni se ha declarado jamás en un momento del tiempo, no ha tenido que declararse. Amistad es la aceptación de lo excepcional, lo que se exceptúa de cualquier aceptación. Pero la amistad tampoco es una obligación. Es lo que la distingue de la ética. El otro, el amigo, no me obliga; ninguna súplica, reclamo, exigencia viene de él. No nos debemos nada. No dependemos uno del otro ni hay entre ambos algo de lo que pudiésemos depender. No somos responsables de la amistad. La amistad nos libera aun de sí misma, nos hace libres para esa libertad que ella misma es. De allí la proximidad etimológica entre la amistad friendship, y la libertad, freedom. Pero la etimología emparenta también a la amistad, la amitié, con el amor, al menos un cierto amor. Ese amor sin efecto, sin demanda ni comunión, casi sin afecto, es lo que se llama la dulzura. Es la dulzura de la amistad.

Próximo

El amigo es el ser más próximo, el próximo por excelencia, aquél que no necesita estar cerca para permanecer en la proximidad, de manera tal que en él la lejanía es únicamente la discreción inconmensurable de la proximidad y la proximidad, la

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desmesura sin presencia de la discreción. La amistad es una relación sin medida; en ella lo inconmensurable se convierte en relación. Entre los amigos se tiende –sin tensión, extensión ni distensión, sólo con una dulce intensidad, la intensidad de la dulzura– la excepción de la amistad. La amistad exceptúa a los amigos de todo querer, todo poder, todo deber de amistad, y se exceptúa a sí misma de todo testimonio, de todos sus testigos. Si la amistad resulta excepcional es precisamente por esto: porque es una relación sin términos en la que los términos están sin relación. Amistad sin amigos, amigos sin amistad. En el momento en que los amigos más próximos creen reconocerla, la amistad se retira; pero cuando en la lejanía se sienten libres de ella, ella todavía se afirma como la soledad en común de su ausencia. La amistad dice finalmente la imposibilidad de la amistad. La amistad es en Blanchot amistad con lo imposible. Lo imposible no viene a designar el límite del poder, a significar el triunfo de la impotencia, sino a abrir el espacio ilimitado de una relación sin poder, a hacer lugar a la afirmación sin medida del no-poder. Es también por ello, sobre todo por ello, que la amistad no constituye una relación de conocimiento. No conozco a aquél que es mi amigo, es mi amigo precisamente en cuanto no lo conozco ni puedo conocerlo, en cuanto permanece para mí desconocido, llega hasta mí como lo desconocido, el desconocido que trae lo desconocido de todo conocimiento. La amistad es para Blanchot conocimiento de lo desconocido –relación tanto más íntima en la medida en que afirma la común extrañeza de los amigos. Pues no sólo el amigo es el inobjetivable, el inaprensible, el desconocido cuya lejanía mide solamente la discreción de la amistad, sino que también yo soy en su amistad el extraño, el desconocido aceptado y recibido como tal en la lejanía que lo constituye. Los amigos lo son en virtud de lo desconocido. La amistad, relación con lo desconocido, es lo desconocido convertido en relación. La amistad permanece ella misma desconocida: no la conocemos, no se conoce a sí misma. Ella solamente expone, o mejor, es la exposición en común de los amigos a la dulzura de lo desconocido.

Conversar

Estamos juntos. Hablamos. De esto y de aquello, de ésta y aquél, de nosotros mismos. Las palabras sobran y siempre están a mano, al alcance de los labios. Resulta admirable que haya tanto que decir y tanta voluntad de decir algo. Lo que falta en esa charla es el silencio. Pero falta en la medida en que le es inherente, constitutivo. ¿Qué es la vanidad de la charla siempre destinada a pasar sin ser oída, oída siempre como la vanidad destinada a pasar sino el silencio mismo en movimiento, el estrépito ahogado del silencio? Charlar no es conversar. Conversar es volverse juntas dos palabras hacia el silencio, dos silencios hacia la palabra en común de su diferencia. Ello sólo es posible en la amistad. La amistad es la posibilidad de permanecer en silencio –sin palabras en medio de las palabras. Habitar el silencio es conversar. La amistad es una conversación infinita. La obra de Blanchot está escrita en el espacio curvo, diferido, roto de la amistad. La amistad es la dulzura de la interrupción, esa interrupción a partir de la cual conversar es posible.

Escribir

Escribir es renunciar a tomarse de la mano. Nada más alejado de la amistad que la escritura. Al menos en apariencia. Pues si llamamos amistad a la experiencia de aquello

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que uno no puede experimentar solo, es decir, precisamente, la propia soledad, en la medida en que no es propia, no es el recogimiento o el encierro de uno consigo mismo sino la exposición sin refugio ni reservas a lo otro, a lo desconocido que cada uno es para sí mismo, ¿cómo no decir que la escritura lleva la amistad, afirma la amistad, es la amistad, precisamente en la medida en que la excluye?, ¿cómo no reconocer que es en la escritura, en cuanto en ella llega a compartirse lo que no se comparte, llegan a tomarse locamente de la mano los que han renunciado a ello, tomándose de la mano justamente a través de la renuncia, que es en la escritura, decía, donde la amistad se hace real en su irrealizable imposibilidad? Porque finalmente, en lo que hace a la locura de escribir, es también esto la amistad: amistad de la escritura con lo que no puede escribirse, de la lectura con lo que no se puede leer, de la lectura y la escritura con lo que las relaciona en su diferencia y por la diferencia, es decir, lo que permanece afuera de la obra, como su afuera más íntimo, la pasividad que no se deja poner en obra, deshace la obra y la expone a lo irreparable, esto es, lo que Blanchot llama la desobra. La amistad es el nombre de la desobra: amistad de la obra por ella misma en cuanto la obra es siempre otra que sí misma, siempre diferente y diferida en sí misma. La desobra no es dulce, pero hay una dulzura de la desobra. Esa dulzura es la amistad.

Blanchot sobre la amistad

“Debemos renunciar a conocer a aquéllos a quienes algo esencial nos une; quiero decir, debemos aceptarlos en la relación con lo desconocido en que nos aceptan, a nosotros también, en nuestro alejamiento. La amistad, esa relación sin dependencia, sin episodio, y donde, no obstante, cabe toda la sencillez de la vida, pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de nuestros amigos, sino sólo hablarles, no hacer de ellos un tema de conversación (o de artículos), sino el movimiento del convenio de que, hablándonos, reservan, aun en la mayor familiaridad, la distancia infinita, esa separación fundamental a partir de la cual lo que separa se convierte en relación. Aquí, la discreción no consiste en la sencilla negativa a tener en cuenta confidencias (qué burdo sería, soñar siquiera con ello), sino que es el intervalo, el puro intervalo que, de mí a ese otro que es un amigo, mide todo lo que hay entre nosotros, la interrupción de ser que no me autoriza nunca a disponer de él, ni de mi saber sobre él (aunque fuera para alabarle) y que, lejos de impedir toda comunicación, nos relaciona mutuamente en la diferencia y a veces el silencio de la palabra” (RD, 258). “Amistad: amistad por lo desconocido sin amigos. O más aún, si la amistad apela a la comunidad por medio de la escritura, no puede menos que exceptuarse ella misma (amistad por la exigencia de escribir que excluye toda amistad) (CI, 36). “Y esta ausencia de los otros debe ser reencontrada en la vida misma; es con ella –su presencia insólita, siempre bajo la amenaza previa de una desaparición– que la amistad se juega y a cada instante se pierde, relación sin relación o sin otra relación que lo inconmensurable (para la cual no hay modo de preguntarse si hay que ser sincero o no, puesto que representa por adelantado la ausencia de lazos o el infinito del abandono). Así es, así será la amistad que descubra lo desconocido que somos nosotros mismos, y el encuentro de nuestra propia soledad que precisamente no podemos ser los únicos en experimentar” (CI, 37-8). “… por la amistad es como puedo responder a la proximidad de lo más remoto, a la presión de lo más liviano, al contacto de lo que no se alcanza; amistad tan exclusiva

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como no recíproca, amistad por lo que pasó sin dejar huellas, respuesta de la pasividad a la no presencia de lo desconocido” (ED, 30). “Cuando lo otro se refiere a mí de tal modo que lo desconocido en mí le responda en su sitio, esta respuesta es la amistad inmemorial que no me deja elegir, no se deja vivir en lo actual: la parte de la pasividad sin sujeto que se brinda, el morir fuera de sí, el cuerpo que no pertenece a nadie, en el sufrimiento, el goce no narcisistas” (ED, 31). “La amistad no es un don, una promesa, la generosidad genérica. Relación inconmensurable de uno con otro, ella es unión con lo exterior dentro de su ruptura e inaccesibilidad. El deseo, puro deseo impuro, es el llamado a franquear la distancia, a morir en común por la separación. La muerte de repente impotente, si la amistad es la respuesta que sólo puede oírse y hacerse oír muriendo incesantemente” (ED, 31). “… lo desconocido de la amistad que nunca se declara” (ED, 32). “Conversar no sólo sería apartarse del decir lo que es mediante el habla –el presente de una presencia–, sino que, manteniendo el habla fuera de toda unidad, incluso la unidad de lo que es, sería apartarla de sí misma dejándola diferir, respondiendo mediante un siempre ya a un nunca todavía” (ED, 36). (Cabría citar, y no sólo por razones temáticas, DI y PMA, escritos íntegramente en amistosa respuesta a la vocación de la amistad).

Referencias

CI La comunidad inconfesable, México, Vuelta, 1992DI El diálogo inconcluso, Caracas, Monta Ávila, 1970ED La escritura del desastre, Caracas, Monte Ávila, 1987PMA El paso (no) más allá, Barcelona, Paidós, 1994RD La risa de los dioses, Madrid, Taurus, 1976

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