De La Corte,L. Blanco, A y Sabucedo M. (2004) Psicología y Derechos Humanos

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  • Lui s de la C orte, A mali o B i anc o y J . M anuel S abucedo ( e d s . )

    Psicologa y derechos humanosPrlogo de Federico Mayor Zaragoza

    Icaria Antrazyt

  • Diseo de la coleccin: Josep BagFotografa de la cub ierta: Ju an C arlos Tom assi

    C oordinacin tcn ica: Icaria ed ito ria l

    Luis de la C orte , A m alio B lanco, Jos M anuel Sabucedo; Jos Joel Vzquez O rtega, Concepcin Fernndez V illanueva, M auric io G aborit, A nayra Santori, Leonor G im eno, Juan C arlos R evilla, F lorentino M oreno M artn , Elizabeth L ira, M an ue l M uoz, Son ia Panadero, Bert K landermans Jos G uillerm o Fouce, M* Angeles Espinosa, Esperanza O chaca, C arlos M artn Beristain, N ora Sveaass, A m paro C aballero G onzlez, Jess M ara de M igu e l Calvo

    de esta edicin:Icaria ed ito ria l, s.a.A usis M arc , 16, 3 o 2a 0 8 0 1 0 Barcelona w w w . i cariaed i to ria l. co m ISB N : 84 -74 26 -69 1 -2 D epsito legal: B -1 .621-2004

    Impreso en Rom any/Valls, s. a.V erdaguer, 1, C apeliades (Barcelona)

    Todos los libros de esca coleccin estn impresos en papel ecolgico.P rin ted in Spain . Impreso en Espaa. P rohib ida la reproduccin to tal o parcia l.

  • NDICE

    Prlogo, Federico M ayor Zaragoza 11

    Introduccin,Psicologa y derechos humanos en el siglo XXI, Luis d e la Corte Ibez, Amalio Blanco y J o s M anuel Sabucedo 13

    CONDICIONES

    1. Valores, identidades y derechos morales en la modernidad tarda. Luis d e la Corte Ibez 25

    11, Relaciones interpersonales y derechos humanos: la desigualdad y los lm ites de la dignidad,Concepcin Fernndez Villanueva 69

    III. Cotidianeidad y poder en la construccin de la subjetividad femenina en CentroamricaM auricio Gaborit y Anayra Santoni 95

    IV. Derechos humanos y la psicologa social de la xenofobia y el racismo, Leonor G im enoy Juan Carlos Revilla 115

  • V. Psicologa de la guerra: causas y efectos,Florentino M oreno, Luis d e la Corte y]o s M anuel Sabucedo 145

    VI. Dimensiones psicosociales del terrorismo, Luis d e la Corte, F lom tino M oreno y J o s M anuel Sabucedo 189

    V il. Consecuencias psicosociales de la represin poltica en, Amrica Latina. Elizabeth Lira 221

    VIII. Personas sin hogar y derechos humanos en las sociedades desarrolladas: los lmites de la exclusin.M anuel M uoz y Sonia Panadero 2 4 7

    LA PROMOCIN DE LOS DERECHOS HUMANOS: DIMENSIONES Y PROCESOS PSICOSOCIALES

    IX. Movimientos sociales y democracia, J o s M anuel Sabucedo, Bert K landermans y Concepcin Fernndez 2 7 7

    X. Dilemas de la reconciliacin poltica, Elizabeth Lira 2 9 7

    XI. Voluntariado y psicologa, J o s Guillermo Fouce 323

    XII. Necesidades y derechos de la infancia y la adolescencia,M a ngeles Espinosa y Esperanza Ochata 3 5 7

    ESTRATEGIAS Y PROPUESTAS DE INTERVENCIN PSICOSOCIAL PARA LA REPARACIN, PREVENCIN

    Y PROMOCIN DE LOS DERECHOS HUMANOS

    XIII. Salud mental y derechos humanos: una perspecciva crtica de la ayuda hum anitaria y la cooperacin,Carlos M artn Beristain 385

    XIV. Reconstruyendo vidas en el exilio: el trabajo psicosocial con refugiados, Nora Sveaass 413

  • XV. Psicologa social y educacin para la convivencia,Amparo Caballero Gonzlez 4 3 9

    XVI. Dimensiones psicosociales del desarrollo local, Jess M ara d e M igu el Calvo 4 5 9

    %

    Declaracin Universal de los Derechos Humanos 495

  • PRLOGO

    Federico Mayor Zaragoza1

    Por un lado, es preciso in ten tar cam biar e l alma d e los individuos para p od er cam biar sus sociedades. Por e l otrot hay qu e in tentar cam biar las sociedades para dar una oportunidad a l alma d e las personas.

    M artn Luther King Jr.

    La consagracin de los derechos humanos en la Declaracin Universal de 1945 y en los diversos instrumentos jurdicos adoptados en la segunda mitad del siglo XX constituyen, a mi juicio, uno de los acontecimientos positivos ms importantes de la historia reciente de la humanidad. El respeto de los derechos humanos garantiza la integridad fsica, psquica y emocional del individuo, pero tambin la solidez de la estructura social y de un modelo de convivencia viable.Y es que dichos derechos fundamentales trascienden la esfera puramente personal, siendo una cuestin de ndole colectiva que es preciso estudiar a la luz de la sociologa, el derecho, la poltica y, tambin, la psicologa.

    Una estructura social como la que est vigente desde hace siglos, construida sobre la cu ltura de la opresin, la fuerza y la im posicin, vulnera los aspectos fundamentales de la dignidad de las personas, incluso cuando no llegan a producirse situaciones de conflicto abierto. La violencia enraizada en el sistema social hace que se desarrolle una tica de la violencia y que los individuos adopten estrategias que perpeten estas conductas, justificando agresiones ms o menos soterradas basadas en aspectos como el gnero, la raza o la edad de las personas. Por eso es necesario es v ita l lograr la transicin de esa cultura de violencia e imposicin a una cultura de paz y no violencia.

    1. P res iden te d e la F u n d ac i n C u ltu ra de Paz, ex d irec to r genera l de la UNESCO.

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  • Los estudios psicolgicos pueden desempear un doble e importante papel en la proteccin y en la restauracin de los derechos humanos. Primero, a escala individual, mejorando las condiciones de vida del individuo, su capacidad de autopercepcin, ayudndole a desarrollar su soberana personal, a elaborar sus propias respuestas y a no actuar al dictado de instancias ajenas, dando a los aspectos afectivos, y no slo a los intelectuales la importancia que merecen, cimentando as uno de los pilares fundamentales para el desarrollo integral del individuo. Pero, tambin, en el plano colectivo, armando al individuo y a la sociedad para reaccionar de forma constructiva ante las situaciones de violencia estructural e identificando los nuevos retos que la m odificacin profunda de las estructuras sociales y cu lturales consecuencia de la mundializacin plantean a la sociedad y, m uy especialmente, la diversidad de culturas, de cdigos ticos y, en definitiva de formas de interpretar la realidad en contacto directo y continuado.

    La salud mental incide sobre la salud fsica del individuo, pero tambin sobre la salud social. Cualquier atentado contra la dignidad rebaja al hombre al privarle de una parte de su esencia humana. Los profesionales de la psicologa han avanzado notablemente en los ltimos aos y estn capacitados para dar una mejor respuesta a las consecuencias de las distintas formas de agresin directa tortura, violencia fsica y psicolgicay de privacin de derechos individuales y colectivos. Esta obra que el lector tiene entre sus manos es, sin duda, una contribucin de gran calidad a este importante y necesario cometido.

    Federico M ayor Zaragoza

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  • INTRODUCCIN: PSICOLOGA Y DERECHOS HUMANOS EN EL SIGLO XXI

    Luis de la Corte Ibez,2 Amalio Blanco3yJosManueI Sabucedo4

    El tema de nuestro tiempoHace ms de un siglo, el gran filsofo espaol Jos Ortega y Gasset se atrevi a vaticinar que el gran reto de nuestro tiempo, aqul que debera suceder a la llamada era moderna, consistira en ordenar el mundo desde el punto de vista de la vida, elevando sta a la categora de principio y convirtindola en fuente de derecho (Ortega, 1988, p. 101). Ortega argument entonces que, antes de alcanzar este momento histrico, los seres humanos haban tratado de ordenar el mundo desde dos perspectivas morales distintas. La primera de ellas dependa estrechamente de alguna de las mltiples confesiones religiosas abrazadas por el hombre a lo largo de todos los tiempos y lugares. La ortodoxia de esas religiones primigenias incitaba a hombres y mujeres a concebir sus vidas terrenas como un mero trnsito hacia alguna forma de existencia ultraterrena, cuyos premios bien merecan el sacrificio de ciertos impulsos vitales o de la propia vida, cuando no la resignacin humana ante toda clase de sufrimientos o carencias.

    La evolucin de las civilizaciones, sobre todo de la occidental, y la recobrada admiracin renacentista por los asuntos humanos transform luego los anteriores sistemas morales hegemnicos, sustituyendo

    2. Universidad Autnoma de M adrid.3 . Universidad Autnoma de M adrid.4 . Universidad de Santiago de Compostela.

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  • uno u otro sentido, el trmino cultura remitira as a ciertas ideas que, como dijo Ortega, casi siempre acababan transformndose en ((ideales o valores sustantivos a cuya realizacin se aplicara el hombre con'tanta entrega y abnegacin como las que durante la poca antigua y medieval dedic a la defensa de sus principios religiosos (no en vano esos ideales fueron concebidos por muchos y durante mucho tiempo como autnticos designios divinos). Para reconocer l relevancia vital _ e histrica de este sentido ideal de la moral, no hay ms que pensar en el fervor con que ha vivido el hombre moderno cualquiera de las grandes revoluciones y movimientos polticos e intelectuales de su poca, incluidos los vinculados a los ideales romnticos de la nacin,el pueblo o la raza.

    Sin el influjo ejercido por estos dos sistemas morales previos es pTD~b"ireq n e in ^ ^ eiriasxavermrs, puertiD4raljriamus descubierto las ventajas que se derivan de someter nuestras mentes y nuest ros cuerpos a alguna clase de disciplina. STo vamos a repasar esas ganancias, pues lo que ahora nos interesa son precisamente sus consecuencias menos positivas. Desde hace tiempo se sospecha que quiz haya sido esta costumbre d poner la vida al ciego y sumiso servicio de unos u otros principios trascendentes a ella m isma lo que explique algunas de las peores tragedias humanitarias de todas las pocas. Todos esos objetos culturales de los que hablamos, la religin, la tradicin, la raza o el pueblo, la ideologa, incluso la razn (generalmente, cientfico-tcnica, pero tambin la racionalidad econmica), han puesto a los seres humanos al borde del abismo, ayer y hoy, en la medida en que se han convertido en principios rectores de sus vidas, revelndonos entonces la dimensin ms"trgica de la condicin humana: su capacidad para gestar en s m isma y en el mundo circundante ciertas actitudes y formas de actuacin evidentemente inhumanas,- como las que remiten a la experiencia de las guerras de religin y las prcticas inquisitoriales medievales, a los totalitarismos modernos o a otras atrocidades diversas cometidas en nombre de alguna que otra abstraccin (sobre esto, v. Trias, 2000). Es de la constatacin ininterrumpida de esta posibilidad a lo largo de todos los tiempos de donde nace y

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  • renace, una y ocra vez, una autntica pero insegura e intermitente conciencia humanitaria que exige la elevacin de la vida al ms alto rango tico y la consiguiente subordinacin de cualquier otro valor moral o creacin humana a las propias exigencias vitales.

    La exhortacin orteguiana a ordenar el mundo desde el punto de vista de la vida, haciendo de ella un principio y un derecho, toma un sentido ms preciso si la relacionamos con un acontecimiento moralmente decisivo que tuvo lugar hace ya ms de cincuenta aos en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Fue entonces cuando los integrantes de este organismo, conmovidos por los horrores desatados en todo el mundo a consecuencia de la segunda guerra m undial, decidieron elaborar la ms slida propuesta jams conocida sobre un cdigo tico universal que pudiera regir el futuro de la vida en el planeta T ierra. As, el 10 de diciembre de 1948 los representantes de las Naciones Unidas suscribiran la clebre D eclaracin Universal d e los Derechos Humanos> cuyo prembulo afirmaba sin ambages que el desconocimiento y el menosprecio de la igual dignidad de todos los seres humanos haban sido la causa primera de los ms execrables actos de barbarie cometidos contra la humanidad a lo largo de la historia. En consecuencia, indicaba tambin ese prembulo, slo mediante la aceptacin del valor intrnseco de toda vida humana (pues esto, y no otra cosa significa la palabra dignidad) podra garantizarse un futuro de justicia, libertad y paz mundial.

    Adems, la declaracin de 1948 concretara una serie de derechos fundamentales que deban identificarse como bases o garantas para promover lo que cabra llamar una vida digna (de ser vivida). Entre esos derechos dispuestos en 30 artculos se incluiran los conocidos derechos civiles y polticos o derechos basados en la libertad (derecho a la vida, a la seguridad y la intim idad personal, a la libertad de pensamiento, expresin y asociacin, a un trato jurdico imparcia!, derecho de participacin poltica, derecho a la propiedad, etc.) y los denominados derechos econmicos, sociales y culturales, orientados a una igualacin suficiente de las oportunidades y las condiciones de vida de las personas (derecho al trabajo, a recibir una retribucin justa, a la vivienda, a la educacin y la asistencia sanitaria, al acceso a la cultura, etc .). Por ltim o, aos ms tarde, los expertos com enzaran a hab lar de una tercera d im ensin de los derechos hum anos o derechos basados en la solidaridad, sobre todo con las generaciones futuras, teniendo en cuenta los posibles daos que el hombre pueda causar a travs de la guerra y de la devastacin ecolgica del planeta (derechos a vivir en una sociedad en paz y en un medio ambiente sin deterioros

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  • irreparab les), aunque estos ltim os derechos todava no han sido formalmente recogidos en ninguna declaracin internacional.5 Esto ltimo demuestra que la propuesta tico-poltica de los derechos humanos no naci en 1948 sino que fue surgiendo a travs de un proceso histrico an en marcha, que algunos nos atreveramos a definir como la historia del descubrimiento de aquellas necesidades e intereses que son comunes a toda la humanidad y a su especie y cuya insatisfaccin siempre ha generado y podra seguir fomentando sufrimiento, frustracin, odio y violencia a lo largo de todos los tiempos.

    En la actualidad vivimos el momento de mximo reconocimiento de los derechos humanos, lo cual se demuestra en su amplio reflejo en la mayora de las constituciones del mundo, en la proliferacin de pactos y convenios internacionalmente suscritos en las ltimas dcadas en torno a tales derechos y en la irrupcin pblica de tantos nuevos y diversos movimientos sociales y organizaciones comprometidas con la bsqueda de reconocimiento jurdico y poltico universal de otros tantos derechos especficos (v. De Sousa, 1998). Todos los debates morales y polticos del tiempo presente remiten antes o despus, pero ms pronto que tarde, a la nocin de los derechos humanos y asumen, al menos de forma retrica, la intrnseca dignidad de la vida humana. Los derechos humanos, en suma, se van convirtiendo en una autntica religin civil en expansin m undial, por razones m uy diversas, entre las que no conviene olvidar las siguientes: (1) la creciente preocupacin acerca de ciertas caractersticas propias de nuestra condicin humana, tales como una enorme capacidad de hum illar a nuestros congneres y , por tan to , una m ayor ev idencia respecto a nuestra vulnerabilidad ante el mal; (2) la conciencia tambin progresiva del nexo objetivo que une a las personas y los grupos sociales en todo el mundo y que remite a la nueva dimensin global de las actividades econmicas y polticas; y (3) el gran incremento de informacin disponible sobre toda suerte de acontecimientos, hechos y problemas sociales y humanos (v. De Sebastin, 2000).

    5. Sobre la historia de esta y otras declaraciones sobre los derechos humanos pueden verse los trabajos de Cassese (1993) y Ora y Gmez Isa (1997). Sobre la evolucin del pensamiento moraJ en lnea con la formulacin de estas declaraciones y sus principios, vase el trabajo de Luis de Sebastin, De la esclavitud a los (Urechos humanes (De Sebastin, 2000).

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  • ^ .E n consecuencia, se.tiende a menospreciar ios avances rcanza- en este terreno. De tocias formas, y con la perspectiva que nos

    X* . * . 1 I t ^ -bsi n r-i r\ PIkeden los cambios acontecidos a lo largo de mas de cincuenta aos lele la fecha de aprobacin de la Declaracin Universal de los Dejao s Humanos, hoy podemos afirmar que el p rogfeo en m ateria de |s derechos resulta tan innegable y fructfero como insuficiente y l^eptible de posibles regresiones. Esta im p res i n agridulce se refleja, | ejemplo, en los datos incluidos en el I n fo rm e so b r e D e sa n o lio b d o q b t c i ao elabora el P rogram are Naciones Unidas para Desarrollo y que precisamente en el ao 2 0 0 0 se dedic a analizar fe lucin de los derechos humanos a lo largo del siglo XX (PNTJD, jjjjO). Segn .dicho anlisis, durante el siglo XX se han constatado portantes avances hum anitarios en mbitos tan diversos como la

    _______________________________________ d ^ l a s - p e r s - o f l a s - ( c o i i Q d . e p m c a c i a _ i c f a . c . t o j : e s _

    |s; como el gnero, la religin, la ideologa poltica, la edad o el e n tnico), el desarrollo econmico, la esperanza m edia de vida, la- to ld ad personal y la paz entre las naciones, la extensin de la demo- Ipa y el Estado de derecho, la educacin obligatoria, la asistencia lita r ia o el acceso a un puesto de trabajo digno. No obstante, y

    w kindonos exclusivamente a los datos referentes al ltim o decenio, iP^bartnciasen materias de derechos humanos siguen siendo sangran- gljji.-y abismales, segn nos lo indican las siguientes referencias:

    Entre los aos 1997 y 2000, 150 gobiernos estatales fuerondenunciados por haber ejercido la tortura.Todos los aos dos m illones de jvenes mujeres sufren m utilaciones sexuales. En todo el mundo, como promedio, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia en una relacin intim a. Cada ao, alrededor de 1,2 millones de mujeres y ninas meno- res de 18 aos son vctim as de trata para la prostitucin.

    Fuentes: PNUD (2000); Mayor Zaragoza (2Q01);http://luw,org (Human Rights

    http:/'/ amnistia.orfi; (Amnista Internacional).

  • Durante los aos noventa se ha llegado a registrar hasta 55 conflictos armados que tuvieron lugar al mismo tiempo (actualmente se libran 40 guerras distintas en todo el mundo). Unos cinco millones de personas murieron durante los noventa en conflictos intraestatales.Unos 330 .000 nios actuaron como soldados en el ltimo decenio del s. XX.Hacia 1998 haba en el mundo unos 10 millones de refugiados y cinco millones de personas desplazadas internamente. Anualmente, el mundo gasta entre 700 y 880 billones de dlares en armamento.Entre los aos 1991 y 2001 se registraron 27.808 vctimas mortales por atentados terroristas en todo el mundo, incluidas ms de 3 .000 muertes producidas en un slo da como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre del ao 2001. Unos 40 pases no cuentan con un sistema electoral pluripar- tidista.1.200 millones de personas son pobres y estn obligados a vivir con menos de un dlar diario.Ms de 800 millones de personas sufren hambre y desnutricin.Ms de 1.000 millones de habitantes de pases en desarrollocarecen de acceso a agua potable.A finales de 1999 casi 34 millones de personas estaban contagiadas por el VIH.Aproximadamente 100 millones de nios viven o trabajan en la calle.Unos 90 millones de nios y nias no asisten a la escuela primaria.En la actualidad se estima que 250 millones de personas son objeto de discrim inacin racial y viven en condiciones de opresin (segregacin racial, esclavitud).Segn informes policiales, cada ao se cometen cientos de delitos de odio contra los inmigrantes y las minoras tnicas que viven en pases desarrollados.En todos los pases del mundo las mujeres an perciben retribuciones laborales inferiores a las de los hombres.

    * * *

  • Por qu no se cumplen los derechos humanos incluso all donde estn reconocidos jurdicamente? La respuesta a esta pregunta no es sencilla porque las propias realidades en las que se trata de instaurar esos derechos tampoco lo son. Por ello mismo, el problema de los derechos humanos slo podr ser comprendido y resuelto mediante el recurso a las ciencias sociales y a travs del estudio de las causas y los procesos que en cada situacin concreta inducen a determinadas personas grupos o instituciones a vulnerar o promover esos derechos. Por ejemplo, hace ya tiempo que la relacin entre los derechos humanos y diversos factores de carcter poltico, econmico social y cultural son objeto de investigacin continuada por parte de juristas socilogos economistas politlogos o antroplogos. A partir de esos esfuerzos y de las evidencia empricas generadas partir de ellos, el actual enfoque propuesto por instituciones como las propias Naciones Unidas y sus organismos ms representativos (PNUD UNESCO, etc.) postula una correlacin fuerte entre los derechos humanos, por un lado, y ciertas condiciones sociales objetivas tales como un nivel aceptable de desarrollo, un sistema democrtico consolidado y un contexto social exento de conflictos armados (v. M ayor Zaragoza, 2000). En este mismo sentido, el informe del ao 2000 elaborado por el PNUD indicaba que entre las nuevas amenazas a los derechos humanos a comienzos del siglo XX] deban destacarse especialmente tres: (1) los conflictos que seguirn teniendo lugar en los prximos aos al interior de diversas fronteras nacionales; (2) las transiciones econmicas y polticas que actualmente estn desarrollndose en muchas partes del mundo y cuyo fracaso podra tener consecuencias fatales en trminos de diferentes derechos humanos; y (3) el progresivo incremento de la desigualdad econmica y la marginalizacin, a escala mundial, de lospases y la gente pobre.

    Las anteriores condiciones sociales objetivas que impulsan los actuales retrocesos y avances en materia de derechos humanos incluyen tambin una importantsima dimensin subjetiva, es decir, psicolgica o psicosocial, cuyo anlisis y estudio puede resultar igualmente esclarecedor, aunque la mayora de los informes sobre el tema todava no la tengan demasiado en cuenta. Aqu reside, desde luego, la razn de este libro, que va dirigido a los propios expertos psiclogos o no que trabajan en ese campo, as como a cualquier otra audiencia interesada en l.

    Como ciencia bien afianzada tanto en el mbito acadmico como el profesional, la psicologa aporta hoy un amplio nmero de conocimientos y realiza un conjunto muy diverso de servicios a personas,

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  • instituciones y sociedades en buena parte del mundo; aunque no todas esas vertientes tericas y aplicadas sean igualmente conocidas por parte del pblico comn. Este es el caso de la investigacin y la intervencin en el complejo mbito de los derechos humanos. El propsito de este texto es el de ofrecer una muestra mnimamente representativa de lo que la psicologa puede aportar, por un lado, a la comprensin de los procesos y factores psicosociales que median en diversas formas de vulneracin y promocin de los derechos humanos y, por otro, a la intervencin directa en favor de la dignidad humana, ya sea a travs del anlisis crtico, la prevencin, el diseo de estrategias de intervencin sobre problemas concretos, la atencin a las vctimas, la difusin cultural de los derechos humanos, etc.

    Los autores que participan en este libro, y con los que ha sido una gran suerte colaborar, proceden de diversos mbitos y perspectivas tericas y tambin ideolgicas, diferentes contextos sociales y distintos pases, lo cual creemos que enriquece aun ms el propio texto. Como psiclogos, estamos convencidos de que el ejercicio de nuestra profesin ha de justificarse ante el mundo y ha de servir al propsito de la reproduccin y el desarrollo de la vida humana. stas son, de hecho, las razones ltimas por las que decidimos in iciar este hermoso proyecto editorial. Tambin nos gustara pensar que este libro nuestro pudiera servir para que en el futuro otros colegas intensifiquen su inters acerca de la problemtica de los derechos humanos y se im pliquen en nuevas lneas de trabajo a este respecto. Nuestro mundo presente y sus m ltip les v ctim as, las reales y las posibles, merecen reclaman ese esfuerzo.

    Agradecemos a Federico M ayor Zaragoza, a Ana Isabel Prera y a la Fundacin C u ltu ra de Paz su generoso apoyo a este proyecto ed ito ria l.

    BibliografaCASSESE, A. (1993), Los derechos humanos en e l mundo contem porneo ,

    Barcelona, Ariel.DE SEBASTIAN, L. (2000), De la esclavitud a los derechos humanos,

    Barcelona, Ariel.DE SOUSA, B. (1998), La globalizacin le derecho, Bogot, ILSA.GLOVER, J . (2001), H umanidad e inhumanidad. Una historia m oral

    d e l siglo XX, M adrid, Catedra.HOFFMAN, B. (2001), A mano armada . Historia d e l terrorismo , M a

    drid, Espasa-Calpe.

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  • ID (2000), I n fo rm e so b r e d e sa r r o l lo f ium an o u v u , m au im ,

    tm diprensa.i s , E. (2000), tica y con d ic in hum ana , Barcelona, Ariel,

  • LA VULNERACIN DE LOS DERECHOS HUMANOS: CONDICIONES PSICOSOCIALES

  • I. VALORES, IDENTIDADES Y DERECHOS MORALES EN LA MODERNIDAD TARDA

    Luis de la Corte Ibez

    Las tres dimensiones de los derechos humanosCmo es posible que a ll donde los derechos humanos estn reconocidos jurd ica y polticamente se vulneren de forma reiterada? Cmo se explica que an en nuestros das haya personas grupos, instituciones o comunidades que se opongan abiertamente a tales derechos en nombre de alguna religin, tradicin cultural o ideologa poltica? Obviamente, ninguna de estas preguntas tiene una respuesta sencilla o nica desde la psicologa (aunque buena parre de los captulos de este libro se ocupen del asunto), ni desde cualquier otra perspectiva intelectual.

    El problema de los derechos humanos afecta a tres dimensiones constitutivas: la jurdica, la poltica y la moral (Savater, 1998). Desde luego, su aplicacin requiere un reconocimiento jurdico positivo, materia en la que se han hecho los mayores avances. En segundo lugar, y como se viene destacando desde las Naciones Unidas, el estricto cumplim iento de los derechos humanos resulta inviable sin una poltica encaminada a realizar ciertos objetivos prioritarios, como los dela expansin y consolidacin de la democracia, la erradicacin de la pobreza o la supresin de los conflictos armados a lo largo y ancho del planeta. Finalmente, todos los posibles avances en materia de derechos humanos requieren estas condiciones previas, vinculadas a la dimensin moral del fenmeno que aqu tratamos. Precisamente ste ser el tema del presente captulo.

    Adems de prefigurar un cierto sistema jurdico o una serie de objetivos polticos inevitablemente vagos e imprecisos, los derechos

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  • Tabla 1. Valores m nim os de una tica conforme a los derechoshumanos

    Libertad Igualdad Solidaridad

    A utonom a mora l: capacidad para elegir el propio estilo de vida

    Autonoma poltica: capacidad de participar activamente en la comunidad poltica

    Eliminacin de la dominacin

    D erecho a una vida digna

    Igualdad de oportunidades

    Autoestima personal

    Ayuda al dbil Desarrollo personal

    en provecho del conjunto social

    (adaptado de Cortina 1996)

    humanos constituyen una propuesta tica basada en un determinado conjunto de valores morales. T al vez por eso un filsofo moral tan reputado como Ronald Dworkin (1977) prefiera describir los derechos humanos como los derechos morales que preceden y dan legitim idad a los derechos positivos. Segn se suele explicar en los libros de texto sobre educacin moral (ver cuadro l ; Cortina 1996), la base de esta propuesta tica conincidira con el supuesto sobre la igual dignidad de todas las personas. De ella se derivaran tambin aquellos tres mismos principios o valores mediante los que los revolucionarios franceses resumieron su D eclaracin d e los derechos d e l hom bre y e l ciudadano de 1789: libertad igualdad y fraternidad (hoy ms conocida como solidaridad).

    Este captulo tiene dos objetivos: argumentar la importancia de esta dimensin moral o axiolgica de los derechos humanos y examinar algunos de los principales obstculos que actualmente dificultan o imposibilitan la transformacin de esa moral pensada en una autntica moral vivida,7 es decir, en un marco interpretativo y un cdigo de conducta que determine de forma cotidiana la interaccin entre personas, grupos y sociedades.

    7. La aludida distincin entre la moral pensada y la moral vivida proviene de Aranguren (1994).

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  • Derechos y deberes: ias condiciones psicosociales del comportamiento dignoPara reconocer la enorme importancia que tiene la dimensin moral de los derechos humanos hay que preguntarse por las condiciones que pueden garantizar su propio cumplim iento o fomentar su promocin. Tambin, sobre esta misma cuestin debemos recordar que los derechos humanos entraan unos deberes correlativos (v. Kng, 1999; PNUD, 2000). En un informe elaborado en el ao 2000 por el Fondo de Naciones Unidas para el Desarrollo se dice: Cuando un derecho ha sido violado o insuficientemente protegido siempre hay alguien o alguna institucin que ha dejado de cum plir un deber (PNUD, 2000, p. 21). M uy oportunamente, este mismo texto recoge la clsica distincin kantiana entre deberes perfectos e imperfectos para aplicarla a nuestra cuestin. Los deberes perfectos son aquellos que obtienen reconocimiento jurdico positivo y especifican con claridad la forma en que dichos deberes han de cumplirse y quines son los responsables directos de tales obligaciones. Al contrario, la satisfaccin de los deberes imperfectos queda abierta a interpretacin y no resulta garantizada mediante el derecho positivo; aunque puedan y suelan ser contemplados en constituciones nacionales, tratados y pactos como compromisos y objetivos a perseguir en un futuro ms o menos prximo. Precisamente este es el motivo por el que tambin algunos filsofos, entre ellos el ya mencionado Dworkin, han definido estos deberes como deberes morales (Dworkin, 1977; Peces Barba, 1987).

    La distincin entre deberes perfectos e imperfectos permite precisar mejor cules puedan ser las condiciones o factores que podran garantizar la plena implantacin de los derechos humanos en un contexto social determinado, sobre todo si logramos traducirla a trminos psicosociales. Veamos cmo es esto posible y en qu medida puede resultar esclarecedor.

    Los estudios sobre comportamiento normativo8 realizados en el mbito de la psicologa social indican tres grandes variables explicativas de la accin ajustada a norma (v. Tyler, 1991; C iald in 1999; Oceja y Jimnez, 2001). Las personas cumplimos una norma social

    8 . P art im o s de l su p u esto de q u e e l co ncep to d e n o rm a p u ed e y sue le se r em p leado co m o s in n im o de) co ncep to d e d eb e r (v . W r ig h e , 1 9 7 0 ; Laporta , 1 9 9 8 ) . A s im ism o , la c l s ic a d is t in c i n en tre n o rm as fo rm ales y n o rm as in fo rm a les sera ta m b in eq u iv a le n te en m uchos casos a la de deberes perfectos e im perfectos.

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  • cuando anticipamos que su infraccin podra acarrearnos alguna san* cin formal (por ejemplo, una penalizacin por no declarar a Hacienda), cuando tratamos de evitar que otras personas o grupos nos critiquen o recriminen (como cuando preferimos tirar el cigarrillo al entrar en un ascensor lleno de gente, aunque quisiramos fumar) o cuando la norma en cuestin nos parece justa y congruente con nuestros propios principios morales (por ejemplo, la norma moral de no matar). Por supuesto, podemos encontrar muchos casos* como el del ltimo ejemplo, en el que el cumplim iento de una norma o un deber se vea facilitado por la presencia de los tres tipos de factores recin aludidos: posibilidad de recibir una sancin, influencia o presin social para no infringir la norma y reconocimiento de la legitim idad de la norma. No obstante, ahora slo nos interesa pensar en las condiciones mnimas en las que podramos predecir que cierta clase de normas vinculadas a los derechos humanos se cumpliesen, al menos en la mayora de los casos.

    Si aplicamos estas ideas a nuestro tema, veremos que podra establecerse una c ierta correspondencia entre las tres condiciones predictoras del comportamiento normativo y las tres dimensiones de los derechos humanos. Esto es especialmente evidente en el caso de las normas cuyo incum plim iento acarrea alguna sancin formal. Por supuesto, esa case de normas reciben toda su fuerza de su reconocimiento jurdico previo, como es el caso de los llamados deberes perfectos, que estn vinculados a la lista de los derechos humanos. Igualmente clara parece la conexin entre la legitim idad percibida respecto a un deber correlativo a derecho y la dimensin moral del derecho mismo, pues tal legitim idad slo existe para aquellas personas o grupos humanos que, con independencia de toda coaccin formal o informal, atribuyen un valor intrnseco a tales derechos, considerndolos buenos por s mismos y no slo por sus consecuencias. Por ltim o, la dimensin poltica de los derechos humanos puede ser vinculada a aquella tercera condicin que frecuentemente promueve la accin conforme a norma (sobre todo, normas informales): la influencia social. Cmo defienden y promueven los derechos humanos ciertos movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales o incluso, m uchas veces, los propios estados u otras instituciones, si no es a travs de la influencia social? Qu medio, si no ste, emplean los ciudadanos cuando exigen a sus propios gobiernos, o a otros, el respeto a los derechos humanos, en uno u otro sentido?

    As como existe un vnculo que entrelaza las tres dimensiones de los derechos humanos (jurdica, poltica y moral), las tres posibles condiciones psicosociales que facilitan el cum plim iento de aqullos

    28

  • Vtrt

    W - ,uentoMili v

    aplicables por transgresin ti omisin

    \ rjciouessociales

    A lta probabilidad percibida de recibir una sancin en caso de incum p lim ien to

    7S7

    criteriosyde- cisiones morales de algn grupo de referencia

    Anticipacin o experiencia de presiones sociales

    morales

    A lta legitim idadpercibida

    ?;e n s i o n ) D H H

    Ju rd ica Poltica M oral

    iri'J "iM"

    Ign formal, in fluencia social norm ativa y leg itim idad percibida) Jan igualm ente conectadas entre s. Primeramente, y en relacin

    denom inados deberes perfectos, la proteccin jurd ica de cier- grechos tiene como condiciones previas; primero, la percepcin gtcimidad respecto a esos derechos-por parte de un.: cierto grupo traeras o de un amplio sector so c ia l;^ . en segundo lugar, el fo lio de determ inadas accioiie-s orientadas a in flu ir sobre aqullas |prsonas, grupos a instituciones que estn capacitados para otor- |form alidad ;kgal. Por otro lado , la legitim idad atribuida a esos

    p o s y los procesos de influencia social normativa orientados a su tjlim iento resultan particularm ente importantes para el caso de |)rrespondientes deberes imperfectos, los cuales, por definicin, ;eden ser garantizados mediante recurso a sanciones formales (ver 2). Por ltim o, h ay que reparar en el hecho de qu cualquier 'ceso de influencia social orientado a promover el cum plim iento de

  • una norma presupone la identificacin con aqulla por parte de las personas que se implicarn en ese proceso. Dicho de otro modo, para que exista la posibilidad de que una mayora o una m inora social presione a otros individuos o grupos con el fin de que estos ltimos no infrinjan los derechos humanos* antes es necesario que los primeros asuman tales derechos como valores morales propios.

    Todos estos argumentos anteriores tratan de demostrar la enorme trascendencia de la dimensin moral de los derechos humanos (v. Prez Luo, 1984; Dworkin, 1977; Muguerza, 1998). Como hemos visto, tal identificacin constituye un requisito indispensable para im pulsar su reconocim iento ju rd ico y estim ular su promocin poltica. No obstante, esta dimensin moral resulta crucial por otras razones que las de su posible in fluencia sobre los m bitos jurd ico y poltico. Ciertamente los rganos judiciales de cada Estado o algn organism o ju rd ico de ndole in ternacional (como el deseable pero an inoperante Tribunal Penal Internacional) pueden o podran tener capacidad para velar por el cumplim iento de los derechos civiles o polticos de las personas. No obstante, resulta dudoso que la funcin dsuasoria de tales instituciones haga completamente imposible la vulneracin de esos derechos mientras estos no sean moralmente asumidos por todos los ciudadanos del mundo. El problema es an ms agudo en el caso de los derechos sociales y econmicos, pues aunque en esta materia puedan reconocerse importantes avances, as comoamplias diferencias entre unos pases y otros, es un hecho incontestable que an no ha existido Estado o sistema poltico alguno que haya solucionado de forma definitiva problemas tales como el desempleo, la pobreza o la desigualdad de oportunidades y de servicios sociales. Por todas estas razones, los derechos humanos no slo rem iten a ciertos deberes jurdicamente reconocibles o a determinadas responsabilidades claramente exigibles a los actores e instituciones polticas convencionales, sino que tambin tratan de especificar una serie de obligaciones o deberes imperfectos que puedan demandarse (moralmente) a todas las personas, grupos e instituciones que estn en condiciones de promoverlos o protegerlos. Lo que nos devuelve al tema de los valores y nos introduce en el problema de la identidad.

    30

  • -1

    8

    I

    ^recursos en beneficio de ios dems y solidarizarnos con su s lemas: Como se ha dicho en otro momento, los avances realiza- ' ',n este sentido a lo largo del pasado siglo XX son tan innegables 6 insuficientes.

    Para explicar por qu los derechos humanos an no han sido pielnte asumidos por muchas personas, grupos e instituciones en el mundo, antes debemos preguntarnos cules puedan ser los

    fjrales elementos psicolgicos ;que definan una autntica con- phum^i'ffia, entendiendo por tal aquella forma de concien- Uti que se correspondiese con el propio ideario de los derechos E os .9 Dichas bases psicolgicas hacen referencia a dos tipos de Snid. En primer lugar, asumir una perspectiva moral basada en gechos humanos implica un compromiso intenso con los mis-

    86-- .Llg-lVV ix\j

    ivi

    tal y como ya planteamos anteriormente. Es de |r que dichos principios Condicionarn los procesos de razona- l y argumentacin moral, la toma d decisiones y el'diseo de ipios proyectos de vida de las personas que los sostengan.10 En

    'M

    m f Obviamente, el sentido en que aqu empico la palabra humanitario/a es ms fio que ei que se le viene concediendo en los ltimos aos por su referencia a cierta |deintervcnciones altruistas de .emergencia que tienen como finalidad aliviar losoS. que causan las guerras ii otras-calamidades en las personas que las padcccn. ;ben, si esta es la tercera acepcin que corresponde al termino, en el Diccionario

    Rjbal Academia Espaola, la primera y la segunda resultan mucho ms adecuados Sificado al que pretendo aludir: Humanitario/a: que mira o se refiere al bien del nimauoff (f. DRAE, 2001).,I Como es bien sabido, el psiclogo Lawrence Kohlberg y .otros, como su

    ||gsor en el estudio del desarrollo moral, Jean Piaget, han defendido que la api- lfr-al razonamiento moral de ciertos principios ticos universales como los que

    ^ J l e i i a los derechos humanos sera consecuencia del propio desarrollo intelectual Ijkrsnas a lo largo de su ciclo vital. No obstante, es conveniente recordar que

    ||gUnos crfdcos desu teora como el propio Kohlberg (1984; v. tambin Gozlvcz, |f:'no han dejado d sealar qiic e ascenso hasta la denominada moralidad givenrionzl, basadaeuprincipiosumversales,no es niraucho menos independiente ;|$eriencia personal de los sujetos y del contexto sociocultural al que pertenecen.

  • segundo lugar, pero no menos importante, es innegable que una conciencia hum anitaria conlleva una perspectiva que, ms que destacar las diferencias entre las personas, resalta las semejanzas entre ellas y fomenta la capacidad de identificarse con el otro (con todos los otros, supuestamente con independencia de factores tales como el gnero la raza, la cultura o la clase social...). Las investigaciones sobre fenmenos tales como el altruismo y la conducta prosocial destacan la importancia de estos dos ingredientes de la conciencia hum anitaria que acabamos de mencionar, o sea: 1) el compromiso personal con valores universales y 2) la capacidad de percibir a cualquiera otras personas como seres semejantes y prximos a uno mismo. As, parece que m uchos de los individuos que muestran una gran disponibilidad a ayudar a los dems o a implicarse en actividades prosociales (por ejemplo, colaborando con una ONG) se identifican ms fcilmente con ciertos valores de tipo universal como la igualdad la responsabilidad social o la cooperacin (Staub, 1975) y mantienen una concepcin altamente positiva de las personas en general (Morales, 1994), lo que contrasta con los valores (vida confortable, ambicin, maquiavelismo) y la imagen (negativa) de los dems que sostienen quienes manifiestan una orientacin menos altruista. Cabe tomar igualmente en cuenta la estrecharelacin que algunas investigaciones muestran entre la comisin de ciertos actos que vulneran los derechos fundamentales de las personas y la escasa o nula capacidad emptica que demuestran sus autores (por ejemplo, violadores, torturadores, delincuentes especialmente agresivos, maridos que maltratan a sus esposas, etc. Ver un resumen en Goleman, 1996).

    He definido los contenidos de una supuesta conciencia humanitaria a partir de dos tipos de fenmenos psicolgicos: valores y procesos de identificacin y autoidentificacin de las personas. Lo cierto es que diversos filsofos morales y cientficos sociales coinciden en reconocer que ambos fenmenos guardan una relacin estrecha (por ejem plo, v. Taylor 1996). M i siguiente tesis es que lo que llamo conciencia hum anitaria conforma una cierta identidad caracterstica. Creo que sta es una manera interesante y fructfera de analizar algunos de los principales obstculos sociales y psicolgicos que frenan la difusin de esa conciencia hum anitaria o que operan en sentido contrario a la difusin moral de los derechos humanos en nuestro mundo presente. Pero antes de ver esos problemas terminemos de definir el fenmeno subjetivo e intersubjetivo de la identidad.

    Como ha indicado elfilsofoysocilogoJrgenH aberm as(1989), hablamos de identidad cada vez que intentamos responder a dos de las

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  • preguntas ms importantes que una persona o grupo de personas pueden plantearse a s mismas: quines somos? y quines queremos ser? En sntesis estas preguntas nos enfrentan con el problema genrico del sentido, es decir, del significado y direccin que procuramos y conseguimos dar a nuestras vidas. Por eso mismo, como dira el psicoanalista Eric Erikson (1968), una crisis de identidad es, sobre todo, un problema relativo a la ausencia o prdida de sentido en trminos existenciales. Para prevenir o resolver dicho problema, los seres humanos intentan responder a esas preguntas (quines somos?, quines queremos ser?), una y otra vez, a lo largo de toda la existencia, atribuyndose para ello una serie de caractersticas o atributos que los definan, formndose lo que los psiclogos llaman su propio auto- concepto y tratando de descubrir y definir tambin todo aquello que para ellos resulte bueno o valioso y que merezca la pena alcanzar, realizar o conservar. Con gran agudeza, y refirindose a este vnculo entre la identidad personal y el mundo de los valores y los fines, el filsofo moral Charles Taylor advierte que las personas tienden a describirse a s mismas tratando de ubicarse dentro de un cierto espacio moral. Dicho de otro modo, saber quin eres es estar orientado en el espacio moral, un espacio en el que se plantean cuestiones acerca del bien o el mal; acerca de lo que merece la pena hacer y lo que no, de lo que tiene significado e importancia y lo que es banal y secundario (Taylor, 1996, p. 44). Podramos suponer entonces que la conciencia hum anitaria (es decir, los valores que la definen as como la potencial capacidad que ella misma comprende para identificarse con otras personas) correspondera con cierta forma de situarse en ese espacio moral.

    Dando por supuesta esta dimensin moral de la identidad individual, lo que desde las ciencia sociales hay que recordar es que tal experiencia psicolgica est determinada a su vez por la natural insercin de las personas en uno u otro contexto social y cultural y por sus relaciones con diferentes individuos y grupos, los cuales configuran el marco de referencia del que proviene la mayora de sus intuiciones morales. Los psiclogos, socilogos y antroplogos que trabajaron enla lnea del interaccionismo simblico (Stryker, 1983 o de la llamada escuela de Cultura y personalidad (Esteva, 1973) han dado pruebas notables sobre la verosim ilitud de esta relacin entre el sentido de la identidad personal y los valores morales asumidos a travs de la interaccin social y de diversos procesos de socializacin. En este sentido, y como siempre recuerdan los llamados filsofos morales comunita- ristas, ninguna tica es realmente posible y efectiva fuera del ethos o

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  • la moralidad de las comunidades a las que los individuos pertenecen.11 En segundo lugar, y como tambin ha sido puesto de manifiesto por la psicologa social (v. Torregrosa, 1983, p. 223 ;T a jfe l, 1984; Berger y Luckm an, 1969; M arkus, K itayam a y H elm an, 1996; Bar-Tal, 2001), parece igualmente evidente que la identidad moral de las personas no suele ser independiente de su identidad social, es decir, de su ubicacin en un cierto espacio social ocupado por otros muchos individuos y grupos humanos. Como consecuencia de ello, los seres humanos tienden a definirse a s mismos, no slo como individuos particulares, sino como miembros de determinados grupos (hombres, mujeres, espaoles, indios, empresarios, obreros, europeos, rabes, catlicos, musulmanes, Garca, Prez, etc., v. Turner, 1991).

    Por ltim o, sabemos que la identificacin con ciertos grupos sociales constituye la base para la reproduccin de los valores vigentes al interior de aqullos y, recprocamente, dichos valores suelen afectar, para bien o para mal, el modo en que las personas se definen a s mismas y a los dems. Dicho toto esto, volvamos ahora al argumento principal que pretendamos desarrollar.

    Identidades problemticas

    El modo en que habitualmente se construyen las experiencias subjetivas de identidad (experiencias que conceden sentido, significado y direccin a la vida de las personas), siempre mediadas por algunas influencias sociales y culturales, puede plantear serias dificultades a la conformacin de una verdadera conciencia humanitaria. En los ltimos tiempos, diversas investigaciones y anlisis han comenzado a advertir sobre la proliferacin a travs de diversos contextos sociocul- turales de ciertos sistemas de valores que favorecen el nacionalismo moral y exaltan las diferencias entre las personas, antes que sus seme~ janzas. Tales valores e identidades (esta es la hiptesis que desarrollar durante el resto del captulo) ponen serias trabas a la expansin de una conciencia humanitaria y pueden dar lugar a la aparicin de diversas pautas de comportamiento, de relacin entre las personas y los grupos

    11. Es importan ce sealar, para evitar confusiones, que en general los filsofos comn i (aristas no dicen que las tradiciones im pidan por completo la evolucin del pensamiento moral sino que, en codo caso, son ellas las que establecen el marco cultural de referencia a partir del cual puede iniciarse cualquier discusin tica (v. Cortina, 1998), argumento difcilmente rebatible.

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  • y a determinados estilos de vida que, o bien son indecentes, es decir, humillantes para quienes los protagonizan o para otros,12 o bien dificultan enormemente la puesta en prctica de las acciones solidariasnecesarias para crear las condiciones sociales de posibilidad que garanticen una vida digna a todos los miembros de la especie humana.

    Puestos a contextualizar el fenmeno de la identidad y sus dimensiones axiolgica y social respecto a nuestra propia poca, creo que es momento de advertir que, aun siendo evidente el carcter eminentemente subjetivo de este fenmeno, conviene no psicologizar en exceso nuestro punto de vista. Los cdigos culturales y las redes sociales que prefiguran el modo en que las personas se definen a s mismas y dan sentido a sus vidas dependen en buena medida de las condiciones sociales objetivas en medio de las cuales brotan tales identidades. De hecho, slo atendiendo a la interaccin entre ambos planos, objetivo y subjetivo, podemos llegar a explicarnos los principales problemas morales que hoy plantea la cuestin de la identidad. As, por ejemplo, los anlisis llevados a cabo en los ltimos aos por diversos cientficos sociales indican que los cambios polticos, tecnolgicos y econmicos acaecidos durante las ltimas dcadas del siglo XX son correlativos a la aparicin de dos nuevas formas de identidad, unas de carcter in~ dividualista y otras de ndole comunal y/o tradicionalista (v. Castells 1998)13. Estas son las identidades problemticas que vamos a estudiar a continuacin.

    Las indicaciones anteriores concuerdan con las evidencias procedentes de la mayora de las investigaciones recientes que han sido realizadas en los mbitos de la psicologa social de los valores y la

    12. Tomo esta acepcin del termino decente del excelente trabajo de Avihsai M argal i t (1997) La sociedad decente. En l M argalit define el comportamiento decente por contraposicin a aquellas otras acciones que im plican un trato hum illante a las personas, por tanto, un crato que no reconoce la intrnseca dignidad de todos los seres humanos.

    13. De forma resumida, los citados cambios sociales podran definirse por referencia a los siguientes fenmenos;

    1) Polticos: declive de las ideologas polticas fuertes y antagnicas, fin de la guerra fra, debilitam iento de los Estados-nacin, desarrollo de nuevas alianzas e instituciones polticas transnacionales.

    2) Tecnolgicos: desarrollo de las nuevas tecnologas de la informacin y la comunicacin e influencia creciente de los medios de comunicacin audiovisuales y de internet.

    3) Econmicos: m undial izad n de la economa, incremento de las desigualdades en trminos de renta y riqueza.

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  • del propio comportamiento a las personas establecidas por elidios grupos. Los valores individualistas fomentan la autonoma, la inde-

    pendencia de criterios y el hedonismo. Los colectivistas favorecen la conformidad y generan una mayor dependencia respecto al grupo y la 'tradicin. Siendo en paite causa y en parte efecto de estos rasgos anteriores, cada uno de estos tipos de valores afectan tambin a la identidad de las personas. Parece que los entornos sociales y los marcos culturales de referencia donde proliferan los valores individualistas (errprincipio y, sobre todo, las sociedades y la cultura occidentales) promueven un tipo de identidad egocntrica, en tanto que las sociedades, culturas y subcultoras colectivistas (las cuales, sin embargo, no son privativas del mundo no occidental) fomentan una identidad- sociocntrica (tomo los trminos de Shweder, Mahapatra y Miiler,

    J^ -O ^ eg^ n -le s^ am s-d isp ^ b -k ^ aq e& s-p erso ta s-q u t-p an itip a ir de una perspectiva individualista seperciben a s mismas como hombres o mujeres diferentes o muy diferentes de los dems. Por su parte, quienes asumen una identidad sociocntrica tambin se interpretan a s mismos como personas diferentes; aunque esta vez el referente de comparacin no sean los otro.s individuos por separado sino ios grupos ajenos, los exogrupos, en tanto que al mismo tiempo se autodefmen como muy semejantes a los miembros de sus propios grupos o comunidades de referencia.

    La dimensin individualismo-colectivismo parece enormemente til para realizar comparaciones entre culturas y subcuituras, as como para constatar y comparar los criterios morales que orientan la vida de las personas (Morales y otros, 1997)- En trminos generales, y segn plantea Schwartz (1994), los valores individualistas y colectivistas estn integrados en la mayora de las concepciones morales existentes; aunque casi siempre con predominio de unos sobre otros,:pues ambos reflejan necesidades orgnicas y motivaciones sociales de carcter universal. Sin embargo, nuestras alusiones a ambos tipos de valores slo ser empleada, aqu para referirnos a determinadas manifestaciones actuales extremas de las identidades egocntricas y sociocntricas que se derivan de aqullos.

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  • pj& qntai, corno lo fueron las primevas declaraciones de derechos |j||sirvieron de referencia. 14 Por .muchas resonancias suyas que ^ encontrar en tradiciones culturales diferentes y en pocas no

    jhs> el estrecho vnculo que la nocin de derechos humanos p ee con la cultura occidental y la poca .moderna es difcilmente 'B;ble (lo cual no significa negar de entrada la posibilidad de

    "4pijbliz3r los' principios inherentes a los derechos humanos con itbtras tradiciones culturales) . 15 Adems, las implicaciones de ese Joxultural e histrico no son en ningn modo irrelevantes, La

    emidad ha aportado los dos ideales y criterios bsicos que dan |M o y coherencia a la idea de los derechos humanos; humanismo

    if'f L ' xt-V' ^ #?!

    : As, el B ill ofR ights ingls de 1.689, la declaracin de! Buen Pueblo de Virginia, i la Declaracin de la Asamblea Nacional francesa de 1789, la Constitucin

    lo r ie s de Cdiz 1812 la Declaracin d e Derechos d e l Pueblo Trabajador de S i Sovitica 1919 . Conviene subrayar, no obstante, que k Declaracinda en 1948 en la Asamblea General dlas Naciones Unidas del 10 de diciembreh fl* 'pi su punto de inflexin histrico a partir del cual la nocin de derechos los comeiu a adquirir su verdadera difusin universal y universalista. Precisamente esta cuestin parece dividir a los filsofos morales coraunitaris-

    |r enfoque, como hemos indicado ms arriba, procura destacar la fuerte depen- ggue.los contextos socioculturales ejercen sobre cualquier perspectiva tica. As,

    mnjtaristas estn divididos entre quienes niegan la posibilidad de consensuar a. ^universal unos principios f in im o s de justicia y aquellos otros que, por el con- |;creea factible dicho consenso. En este ltimo caso, las razones para ser oprimis-9vendrfa_n del hecho de la coincidencia a travs de las diferentes culturas y condes,religiosas respecto a ciertos valores, normas y conceptos morales, ms o menos ajenies a los que se reflejan en las declaraciones de los derechos humanos, segn

    n.autores como Michael 'Walzer (1984) o el telogo Hans Kng (1990; 1999).^sentido muy parecido, y durante los ltimos anos el filsofo John Rawls viene

    hiendo desde supropia posicin liberal (en principio opuesta a la de los comunas) la posibilidad de fundar ios principios de una teora de la justicia y del

    {Vho de gentes sobre la base.de un consenso por superposicin de las distintas ||jciones morales existentes en ulna sociedad (v. Rawls, 1998a, 1998b.; Vallespn,

  • y racionalismo.16 El humanismo fundamenta la idea de la igual dignidad de codos los seres humanos as como otros valores asociados (tolerancia, solidaridad, etc.), y alimenta el sentimiento de fraternidad que es correlativo a aquel supuesto y sobre cuya importancia ya hemos dicho alguna palabra. El racionalismo, aplicado a las cuestiones morales, jurdicas y polticas, inspira el universalismo consustancial a la perspectiva de los derechos humanos, pues funda la esperanza de organizar la vida social por referencia a ciertos princip ios o leyes que no proviniesen de una u otra tradicin cultural o religiosa sino de ciertas razones potencialmente vlidas para todos los hombres (el pensamiento moderno, como explica Anthony Giddens, es antitradicio- nalista y enfatiza la reflexividad, es decir exige y promueve la justificacin y la crtica de los productos de la tradicin y se opone a su mera asimilacin irreflexiva; Giddens, 1990).

    Por qu era importante recordar el carcter moderno de la no- cin de los derechos humanos? Dicho en pocas palabras, porque las mismas identidades egocntricas y sociocntricas de las que venimos hablando, y cuyos riesgos en relacin a los derechos humanos van a ser descritos a continuacin se oponen a algn que otro aspecto fundamental de la cultura moderna, siendo expresin ellas mismas de la propia crisis en la que segn numerosos anlisis (por ejemplo, v.Touraine, 1995), ha entrado el ideal de la modernidad y las formas de vida y organizacin poltica por l inspiradas. En efecto podra decirse que en la actualidad muchas personas grupos o comunidades no se definen a s mismas segn los parmetros modernos, no se consideran modernas, pues han perdido la fe en las promesas modernas de progreso, veracidad, moralidad, belleza o simplemente interpretan el discurso moderno y sus apelaciones a la razn y a principios ticos universales como un discurso de dominacin.17 En otros casos que slo afectan a ciertos contextos sociales y perspectivas culturales donde predominan los valores colectivistas, podra hablarse incluso de determinados grupos o comunidades que, en realidad nunca llegaron a

    16. S igo aq u , casi litera l menee, e l m agn f ico anlis is realizado po r S tephen T o u lm in (2 0 0 1 a ) , c u y a tesis p r in c ip a l , en efecto , es la de q u e la c u ltu ra m o d ern a atraves dos e tapas : u n a , la h u m an is ta y o tra , poster io r a sta , la rac iona lis ta .

    17 . Esta c lase de sospechas so n las q u e h an serv ido a a lgun o s p a r t id a r io s del l iam ad o m u lt icu ltu ra l ism o p a ra c r it ic a r e l un ive rsa lism o in h e ren te a la n o c i n de los derechos h u m an o s co m o una h e rram ien ta d e d o m in a c i n cu ltu ra l y p o lt ic a d e la q ue v ien en h ac ien d o uso los pases o cc iden ta les desde hace v ar ias d cad as (sobre e l d ebate de l m u lc icu ltu ra l ism o p u ed e verse D e Lucas, 1994 ).

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  • asumir los criterios y el estilo de vida modernos. Como consecuencia de todo ello, las nuevas y viejas identidades que corresponden a esos sujetos, grupos y sociedades fom entan estilos de v ida, modos de organizacin social y poltica y concepciones morales resueltamente antimodernas. Repitiendo mi principal argumento, lo que ambas identidades antimodernas tendran en comn son dos facetas suyas:

    1. La inspiracin de una actitud antirreflexiva o antirracionalista, la cual implica un rechazo a justificar racionalmente los criterios y normas morales (por ejemplo, los propios derechos humanos) que orientan y dan sentido a la vida de las personas, bien porque se haya perdido la confianza en poder hacerlo (como piensan los filsofos posmodernos que proponen prescindir de la idea de una razn universal), bien porque se considere que los contenidos morales slo pueden justificarse por referencia a una tradicin o unas creencias religiosas que, asimismo, han sido asumidas de forma esencia- lista o dogmtica.2. La exaltacin de las diferencias entre las personas o entre los grupos humanos y categoras sociales (diferencias de gnero, rasgos fsicos, nacionalidad, confesin religiosa, clase social, cultura o ideologa, etc.), lo cual acta en sentido contrario al esfuerzo humanista por subrayar lo que es comn a todos los miembros de la especie humana (v. Savater, 1998).

    Veamos los contenidos y co nsecuencias concretas que se derivan de estas identidades antimodernas.

    Individualism o posmoral

    Existe un amplio acuerdo en reconocer que el individualismo, es decir, la afirmacin e incluso la exaltacin de la autonoma moral de las personas, ha constituido uno de los rasgos ms caractersticos de la cultura poltica occidental y moderna y un supuesto subyacente a la mayora de las declaraciones sobre los derechos humanos. No obstante, este hbito mental que logr transformar en virtud lo que antes del Renacimiento se consideraba vicio el amor al individuo, el amor propio (v. Gracia, 1989), y que ha promovido de forma paulatina la obligacin de subordinar las morales y la poltica tradicionales a la libertad y el bienestar de los ciudadanos, ha ido evolucionado con el paso de los siglos, adquiriendo muchos rostros diferentes. Paradjicamente, uno de esos rostros entraa severas contradicciones respecto

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  • a los ideales modernos del hum anism o y la racionalidad . En este sentido, los filsofos morales y los cientficos sociales de ayer y hoy han llegado a dos conclusiones respecto a esa misma evolucin del individualismo en las sociedades occidentales, conclusiones con apoyo en mltiples investigaciones empricas (Schwartz, 1994; Morales y otros, 1997). Primera, que es necesario distinguir al menos entre dos tipos de individualismo, o sea, dos concepciones morales que hacen del individuo y de sus intereses y preferencias su principal referente: un individualismo responsable, ligado a reglas y principios morales de pretensiones universales (principios racionales, por tanto) que favorecen la convivencia y que no entra en contradiccin con actitudes solidarias y de cooperacin y ayuda; y un individualismo irresponsable, egosta y cnico que, al menos desde los anlisis de Toqueville y Durkheim, es asociado al posible declive de todas las formas de solidaridad social y al consiguiente riesgo de desestructuracin social o anoma (v. Lipovetski, 1994; Gil V illa, 2001). La segunda conclusin es la de que, si bien se tiende a suponer que lo que se denomina individualismo irresponsable es siempre un hecho social posterior a la aparicin del otro individualism o positivo, se considera tambin que ambas formas de individualismo tienen un mismo origen: el proceso de modernizacin y complejizacin progresiva de las sociedades occidentales, basado en la adopcin de una economa de mercado, la industrializacin, la urbanizacin, la progresiva secularizacin y des- tradicionalizacin de la cultura, el liberalismo poltico y la democracia, etc. De aqu puede deducirse fcilmente que, en tanto en cuanto haya estados, fuerzas polticas y otros actores sociales que sigan interesados en realizar o completar la modernizacin de sus sociedades o del mundo en su conjunto, el ascenso de un cierto individualismo irresponsable constituir un riesgo cada vez ms digno de consideracin.

    Las anteriores conclusiones nos obligan a preguntarnos si actualmente existe un proceso de modernizacin que avance de manera imparable, modificando valores, actitudes y formas de vida y anulando el valor de las tradiciones a travs de las distintas sociedades y culturas, como quisieron ver sus ms entusiastas idelogos de los aossesenta y setenta (v. Sol, 1976). Haciendo un mnimo inciso podemos afirmar a este respecto que, si bien existen pruebas elocuentes de que ciertos acontecimientos y procesos sociales objetivos de las ltimas dcadas (muchos de ellos resumidos en el complejo fenmeno de la denominada globalizacin) han servido para alterar instituciones, planteamientos polticos y estilos de vida, casi siempre en sentido

    40

  • t VA V A Vcrnte; sino, ; > u u c w u v , u . u . ...I-individualistas en sus propios contextos sociales de origen, es

    ffen los pases occidentales. 18 .% vo lum inosa b ib lio grafa referid a a este tem a cabe deducirIp o s ib ie perversin del individualism o reflexivo > soaalm en telo ab le al que apelaba el ideal m oderno en un individualism oIn sab le 7 socialm ente desestructurante (ya detallarem os luegorectos ms negativos) podra verse estim ulada por dos tendenciasfes-caractersticas dlas propiasseeiedades occidentales: el avance.^p tic isn io m oral e intelectual 7 su propia transform acin enIfedes de consumo. Repasemos brevemente estos dos aigum en-W m e r o d e ellos debe recordarnos, sin duda, k tesis w ebenana% ndo desencantado, slo que W eber no pudo tener en cuenta% h istoria del siglo XX, h istoria de guerras crueles, matanzas,l s cientficos que degeneran en tecnologas de destruccin hu-ffccolgica, sistem as polticos que prom eten la em ancipacin dea n id a d pero generan m iseria 7 terror, etc. A la vista de todo lo| r , 7 tam bin partiendo de una posicin epistem olgica que |n crisis la propia nocin de verdad, la cual pasa entonces a f s e como su propsito irrealizable o como una m era estrategia t e r c e r el poder, el denom inado m ovim iento filosfico posmo- Idefiende que el nuestro es un tiempo de recelo ante la idea del Jso (una constante del pensamiento moderno) y ante todos los J e s relatos que intentaron sostenerla (ideologas polticas ma-

    ffistas como;el m arxism o, religiones como el cristianism o, prome- U n o la de la propia m odernizacin a travs de la ciencia 7 elW."

    % * o b a b le m e n te habra que ampliar ci mbito de desarroll de los W orcs b a l is t a s a aquellas personas y segmentos de poblacin que actualm ente habitan S asce lls denom ina el espacio atempera! de los nuevos flujos y redes globales,

    ^ a q u e l la s cuyos recursos econmicos les perm iten o cuyas profesiones les obll- ^ b ilita r los vnculos que unen a la m ayora de la gente a su cultura y a sus pases

    os fsicos originarios (v. Castells, 2001).

  • so aa l. Mis perspectivas morales estn afectadas por la sospeca de que los estados o son capaces de solucionar los problemas de justic ia , paz y prosperidad, de que ios polticos sucumben fcilmente-a la corrupcin y por la certeza de que los discursos de aqullos estn ms condicionados por la necesidad de desacreditar a sus rivales que por objetivos claros y precisos (v, Castells, 1998). Las religiones no parecenevolucionar al ritmo de las mentalidades, pues ss postulados son dudosos para una civilizacin cuyo referente intelectual bsico es el de la ciencia, al tiempo que siguen promoviendo conflictos} predican: el sacrificio pero no el placer y tratan de lim itar en muchos casos la autonom a moral de las personas. M s en general, el escepticismo m oral es resultado de la prdida de este y otros marcos tradicionales de referencia para orientar la propia conducta, pues la destradiciona- lT-arinn irme es consecuencia evidente de la modernidad) no slo poneen tela de juicio nuestras creencias religiosas sino que atenta contra otros conceptos que habitualm ente haban sostenido el orden social moderno (que todava lo sostienen, pese a todo, con fragilidad): la nacin, la clase, la cultura, la fam ilia tradicional, etc. En este sentido, cuando hablo de lo posmderno me estoy refiriendo fundam entalmente a un conjunto de crticas sobre los diferentes aspectos de la modernidad (entre los que vuelvo a destacar en el plano intelectual lasnociones de progreso, verdad-y razn; v. Lyon, 1999 o G il V illa, 2001).

    La evolucin de la economa de mercado es el segundo factor antes mencionado que indudablem ente incide en la consolidacin del individualism o y que tam bin puede ayudar a corromperlo. Es un lugar com n, aunque no por ello una falsedad, que las sociedades capitalistas han fomentado la exportacin de la lgica mercantil a todos' los mbitos de la v ida y de las relaciones humanas, ms all de los intercambios econmicos. Las propias ciencias sociales han favorecido la interpretacin de los mviles del comportamiento humano en trminos de una racionalidad econmica, una nocin estrecha de lo racionaldefin ida segn el criterio .de la maximizacin de los beneficios y la m inim izacinde los costos personales de cada accin (v. Gracia, 1989).

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    p ienestar y el disfrute del ocio. Por tanto, del puritanismo se ha ia l hedonismo que los medios de comunicacin y los especia- & m ark eting ayudan a promover, con el fin de dar salida a una ion que no deja de crecer (v. Aranguren, 1994). loablem ente se ha exagerado respecto a la expansin del escep-o.moral e intelectual en nuestro tiempo, as como sobre el influ- t -sociedad del consumo sobre la5 formas de vida y las actitudes * *

    ^..-a-obstante,. el efecto de estas dos realidades no parece irre- |e a juzgar por los estudios sobre la conformacin de la identidad M e los individuos occidentales. Ah estn las investigaciones de Mi Sennet (1977) y Christopher Lasch (1980) sobre el narcisis- os famosos trabajos llevados a cabo por Robert Bellah (Bellah y

    1:989) acerca de las costumbres de los ciudadanos corrientes

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    ^|aericanps o las especulaciones de GtD^sTipovetsa. (195b) so- ||icrepdsculo dei deber, trabajos de investigacin social todos j p i t se han convertido en lecturas de referencia de los actuales fes sobre filosofa moral. En todos esos anlisis, y en otros muchos J j podemos mencionar, el.diagnstico sobre las actitudes y valon e orientan la vida de la mayora o de un nmero importante de p itan tes de las sociedades occidentales es convergente. La lgica ^tointers fomenta el repliegue a la vida ntima, como por otra jy a haba vaticinado Alexis de Toqueville a finales del siglo XIX, Ip to al deseo y al propio cuerpo. Como apimta Ulrich Beck

    la vida es concebida por muchas personas como radicalmente fe e de la de los otros individuos y vivirla a fondo, con indepen

    da de convenciones y pautas tradicionales, es lo que ms se desea. y (a parte, Alain Touraine (1995) describe esta tendencia en trmi- r distancia miento reflexivo del yo respecto a sus papeles sociales,

    || :en ltimo trmino no significa sino la intensificacin de las fdcaciones modernas de la subjetividad. Sin embargo, ya hemos

    fgj.padq que lo que aqu nos preocupay lo que inquieta a la mayora |'analistas es uno de los'caminos que siguen esas reivindicaciones, fp iv idualism o posmoderno poderosamente afectado, por el escep

  • ticismo moral y el hedonismo de nuestro tiempo. En estos casos, lo que se anticipa con inquietud es la disociacin definitiva entre las preferencias personales y cualquier otro criterio moral que no acabe remitiendo a los propios intereses individuales. Esta es la postura ms acorde con lo que Lipovetski (1994 ) llam a un ind iv idualism o posm oral y con el innegable declive de los valores sacrificiales, dos rasgos que casan perfectamente tanto con las sospechas y el escepticismo moral posmodernos como con los principios del neoliberalismo econmico, santificado res del inters individual por encima de cualquier bien pblico.19

    Los riesgos hum anitarios del individualism o posmoral

    El tipo de individualismo que acabamos de describir puede generar dos efectos sociales opuestos, como son la desviacin y la conformidad social, los cuales a su vez pueden resultar negativos desde el punto de vista de los derechos humanos. La desviacin social, es decir, el incumplimiento frecuente o sistemtico de la legalidad vigente en una sociedad , puede afectar a los derechos hum anos en la m edida en que las leyes y normas establecidas traten de proteger tales derechos. Por el contrario, la conformidad con las normas y el orden establecidos puede implicar, en ocasiones, la reproduccin de un sistema social que, en cierto modo, vulnere la dignidad humana o no garantice la satisfaccin de ciertas necesidades y derechos fundamentales de las personas.

    D esviacin socia l

    Si el individualismo posmoderno implica el divorcio definitivo entre la moral personal y el bien social o el inters pblico (Touraine, 1995), es evidente que el cumplim iento de las normas y los valores sociales que hacen posible la vida en comn se torna incierto. Como ya hemos recordado ms arriba, esta inquietud sera compartida por algunos autores clsicos, por ejemplo, el ya mencionado Durkheim o incluso el propio Freud, quien destac el necesario efecto represivo que las normas sociales ejercen sobre los deseos y pulsiones egostas del individuo. No obstante, el hedonismo liberado y explotado por el actual

    19. No es casual que algn crtico haya definido a l posmodernismo como la lgica cultural del capitalismo tardo (Jameson, 1991).

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  • sistema econmico y la influencia de una cultura posmoderna que racionaliza el rechazo a las morales del deber podran incrementar el riesgo de la desviacin social en varios sentidos o, cuando menos, en dos formas concretas: las del fraude y la corrupcin, por un lado, la de la delincuencia profesional, por otro.

    Refirindonos al fraude y la corrupcin, actividades que pueden daar gravemente los sistemas de solidaridad que procuran compensar o paliar las desigualdades sociales existentes, hay pruebas sobradas de que tales desviaciones suelen verse favorecidas por el predom inio de la lgica del inters individual sobre otro tipo de consideraciones morales referentes al inters general. 1 individualista tender a interpretar las normas y valores inherentes a la moral pblica como meras convenciones que carecern de todo valor ms all del de su utilidad para la consecucin de sus propios fines (v. Cortina, 1999). En consecuencia, la observacin de tales convenciones se convierte en una cuestin de pura fachada, de mantenimiento de las formas y apariencias. Desde tal perspectiva, cualquier acto transgresor de la moral pblica que pudiera cometerse con plena impunidad y que proporcionase algn valioso beneficio personal sera prcticamente irresistible. El economista M ancur Olson (1992) analiz este tipo de comportamiento fraudulento formulando el denominado dilema del gorrn y demostrando que, desde la lgica del inters exclusivamente personal, la opcin ms racional de actuacin es, en efecto, la del gorrn que evita los costos vinculados al cumplim iento de ciertas normas y a la participacin en determinadas acciones orientadas al inters general (por ejemplo, el pago de impuestos), al tiempo que se aprovecha de los beneficios colectivos que se derivan de unas y otras. Naturalmente, el mayor riesgo que entraa este tipo de actitudes y comportamientos es que, en caso de extenderse, la cooperacin social y las ventajas obtenidas a partir de lla acabaran por desaparecer, lo que perjudicara por igual a todos los miembros de la sociedad. En una sociedad en la que se sabe que gran parte de sus miembros incumplen las normas de la moral pblica y evitan cualquier sacrificio que no lesgenere alguna generosa contraprestacin personal, la motivacin y las razones para cooperar y ser solidarios se vuelven escasas.

    El otro efecto de desviacin social al que el individualismo posmoral podra ser ms proclive fue estudiado por Robert Merton (1970), el cual intent redefinir el concepto de anoma. En su opinin, aqulla deba ser definida no como un vaco regulativo sino como la consecuencia de ciertas contradicciones norm ativas que con tan ta frecuencia se ponen de m anifiesto en las sociedades cap italistas

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  • favorecidas. Esta falta de adecuacin entre los objetivos personales socialmente inculcados y los medios aportados por la sociedad para alcanzar aqullos desembocara en muchas ocasiones, 'segn Merton, en la frustracin, el inconformismo y la desviacin social. De aqu se deduca igualmente que la delincuencia, incluida la que implica o consiste en el ejercicio de la violencia 0^ sera mucha ms frecuente entre las clases sociales ms bajas, cuyos miembros podran acabar, optando por emplear medios socialmente ilegtimos para cumplir las metas que la sociedad habra inculcado en ellos. En realidad, las investigaciones criminolgicas posteriores no han hecho sino confirmar estas sospechas. En relacin al narcisismo caracterstico de nuestro tiempo y d las sociedades desarrolladas, el psiquiatraLuis Rojas Marcos (1995) ha advertido de su efecto reforzante sobre estas relacionessealiidas-pur-Meit&vpti:es-fes'tha-mfrega:bk-qt3e-el-deal-de-sa-fS'fee=-cin permanente de todos los deseos artificialmente estimulados por la publicidad y los medios de comunicacin queda fuera del alcance de muchos ciudadanos, tanto ms en aquellas sociedades donde las desigualdades sociales y econmicas son'patentes y agudas (v. tambin Gil Villa, 2001). Ensente mismo sentido, los expertos indican, por ejemplo, que en algunos ambientes que se caracterizan por su empobrecimiento y por su desorganizacin social prolifera confrecuencia una valoracin socialmente positiva del delito, el cual llega a ser concebido como un medio til e incluso legtimo para superar las propias carencias. Adems, esa actitud favorable al delito suele coexistir con una concepcin drwinista de la vida social, entendida como competicin agresiva entre sus miembros (v. Sobral, 1996). Por aadir un solo dato, ms parece que las diferencias entre ricos y pobres, y en trminos de nivel de ingresos y.segn indicadores de salud fsica constituyan uno de los predictores ms fiables de la tasa de homicidios en

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    20. Merron apel a la famosa hiptesis iniriaJmente planteada por los psiclogos Dollard y Mller sobre la relacin enere frustracin y agresin; v. Merton, 1957.

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  • las comparaciones entre pases y ciudades (Hsieh y Pugh, 1993; Smith y Zahn, 1999).21

    Conformismo socia l

    De lo anterior podra inferirse que el conformismo tiene poco que ver con el individualismo. El individualista tiende ciertamente al inconformismo respecto a los valores tradicionales y las convenciones morales, pues trata de ser independiente y de disear y ejecutar su propio plan de vida. No obstante, la prioridad que el individualista concedea los intereses individuales sobre los colectivos y, sobre todo, su propia manera de interpretar la realidad social como un mundo de personas independientes le vuelven conformista en un sentido ms amplio del que corresponde a la definicin habitual del termino el cual suele emplearse para indicar una alta disposicin al cumplimiento de las normas solciales. Tambin puede hablarse de conformismo o conformidad con el orden social establecido. Esta otra dimensin del conformismo, que incluye a la anterior pero remite tambin a una actitud genrica de resignacin, pasividad o indiferencia ante la vida social, se traduce en fenmenos tales como el descenso de la participacin poltica y la disminucin de los movimientos sociales reivindicativos o la in- solidaridad ante los problemas ajenos. Diferentes estudios dan pruebas sobradas de la realidad de estas tendencias. Su relacin con el individualismo imperante parece igualmente plausible (Bejar, 1995). As, por ejemplo, el individualismo genera conformismo e insolidari- dad en la medida en que implica una determinada concepcin de la justicia y ciertos sesgos sobre los juicios morales precisamente derivados de aqulla y de un nfasis excesivo en la idea de la responsabilidad individual. Expliquemos esto tratando de poner en relacin ciertas evidencias empricas que proceden de diversas lneas de estudio.

    La importancia de las intuiciones o conceptos naturales que las personas tienen sobre la idea de justicia radica en que son las percepciones de in justicia las que activan la motivacin de justicia (el concepto proviene del psiclogo Melvin Lerner, 1980) que subyace a cualquier reivindicacin individual o colectiva (por ejemplo, ante los

    21. Las cifras sobre los Estados Unidos son especialmente ilustrativas. Este pas el ms rico del mundo, aunque tambin el que arroja mayores ndices de desigualdad entre los pases ricos, registra una tasa de homicidios cinco veces superior al de otras naciones del mundo desarrollado (G illtgan, 2001).

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  • tribunales de justicia o ante los gobernantes) y a todo movimiento o proceso de cambio social. En buena medida las nociones de justicia y de derecho son intercambiables puesto que los derechos, ya sean morales o positivos* constituyen siempre un intento de especificar lo que es justo o justificable con relacin a las condiciones de vida de las personas y a lo que stas se merecen por el hecho de ser ciudadanos (derechos civiles y/o positivos) o por ser simplemente miembros de la especie humana (derechos humanos). No obstante, aunque existan estas y otras especificaciones formales (por ejemplo, las reglas morales propias de las religiones o los cdigos deontolgicos profesionales), los estudios sobre la motivacin y las percepciones de justicia sugieren que la mayora de los juicios morales cotidianos sobre la realidad social remiten a una nocin mucho ms simplificada de justicia sobre la cual lo siguiente que cabe decires que presenta diferencias considerables en funcin de los marcos culturales de referencia y los sistemas de valores de las personas. Algunas investigaciones sobre la dimensin individua* lismo-colectivismo sugieren que la concepcin de justicia de los individualistas remite a un concepto de equidad (proporcionalidad o equilibrio entre lo que cada individuo aporta a la sociedad y lo que recibe de ella) en tanto que los colectivistas realizan sus juicios sobre la justicia basndose en un criterio de igualdad en la distribucin de los recursos sociales o de asignacin de stos en funcin de las necesidades particulares de cada indiyiduo (Pez y otros, 1997).22

    Probablemente, la idea de los derechos humanos implicara los tres criterios de justicia (equidad, igualdad y necesidad) a los que acaba* mos de hacer referencia. Por ejemplo, tales derechos podran ser interpretados como un catlogo de necesidades mnimas que, en principio, deberan quedar cubiertas para todas las personas (Savater, 1988). Asimismo, el criterio de equidad tambin subyace a principios incluidos en las declaraciones sobre los derechos humanos, por ejemplo, el principio de igualdad ante la ley (ver artculo 7 de la declaracin de 1948). No obstante, la primaca del criterio de equidad en la perspectiva de los individuos y las culturas individualistas parece ir asociada, como ya adelantbamos hace un momento, a ciertas distorsiones

    22. Esta afirmacin slo resulta vlida en el caso en que las percepciones de justicia/injusticia sean referidas a miembros del endogrupo. Por el contrario, cuando los colectivistas juzgan sobre situaciones que afectan a personas ajenas a lo que consideran sus grupos aplican un crirerio de equidad, como generalmente hacen los indvi- dualistas (Pez y otros, 1997).

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    |es la actitud contraria, el inconformismo social, no slo se ia a travs de la accin reivindicativa y desde abajo, sino Mjor.medio de la accin solidaria o de las polticas de compend ia s desigualdades que puedan ser emprendidas o activadas ipes ocupan una posicin social elevada (vinculada al control s econmicos o al poder poltico). Tambin la psicologa

    jgumentos en este sentido. Por ejemplo, y volviendo al tema lein entre estatus social y autoestima, cabe considerar que, jV, j j *

    tent, quien disfruta de un alto estatus y u.e as ventajas aso- Jto , y al mismo tiempo es consciente de las desigualdades que

    |an a su sociedad, puede sentirse obligado a buscar una jus- ^ d e tales ventajas. Una vez ms hay que reconocer que la

    ilten un mundo justo tambin resulta muy adecuada para resl- . K A ^.s^D g4^4l^d^n-& s-sm dios demu.esr.iaiL_que.el . .

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    gnoscitivo que tal creencia promueve, el denominado error Itital de athbucin, es decir, la tendencia a subestima! las xtcrnas que pueden afectar a las acciones humanas y explicar |$n vital de las personas, se da con mucha ms frecuencia entre |'que ocupan una posicin ventajosa en la estructura social 3inps y Beauvois, 1994). Asimismo, los estudiosas del altruis- | :nducta proso'cal han encontrado pruebas empricas de que |encia tpicamente individualista y occidental a explicar los as y las condiciones de vida de las personas por referencia te a causas personales o internas reduce notablemente el sen- l|'!reSponsabilidad social o de la obligacin moral a prestar f e personas m e n o s favorecidas. En palabras deWeiner(1980), |feuye a la vctima la responsabilidad de su problema, en vez de fcimstancias, la posibilidad de ayudarla se ve drsticamente

    anteriores ya dimos algn otro dato vinculado-a los i p b r e altruismo que refuerza la vieja tesis de que el individua- ||$bre todo ciertas/orinas concretas suyas, fomenta la insolida- iJirece-bastante comprobado que una de las condiciones que tfn las acciones prosociales es" la capacidad de los posiblesU'jV.Y ?

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  • ayudantes para ponerse en el iugar de la persona que necesita ayuda, es decir, identificarse con ella o reconocerse en ella,24 tanto en un sentido cognoscitivo, como planteaban las teoras de Piaget y Kohlberg sobre razonamiento moral, como en trminos afectivos (es la hiptesis de la empatia; v. Batson, 1999). De hecho, esta capacidad se da por sentada cuando se habla o reflexiona sobre la concienc ia y los llam ados sentimientos humanitarios que ya sabemos que se vinculan a un compromiso efectivo con los derechos humanos. No es descabellado suponer que tal operacin mental o estado emocional podra ser ms difcil de experimentar para aquellas personas que, siempre pendientes de sus propios asuntos, rara vez hacen el esfuerzo de ponerse en la piel o en la perspectiva de los dems. Finalmente, incluso en muchos casos en los que la adhesin a valores individualistas no impide esta identificacin cognitiva o afectiva con las personas o grupos que sufren o que necesitan recibir ayuda, la primaca de los intereses personales sobre los ajenos puede impedir la accin proso- cial. Glover (2001) seala los casos extremos de ciertas situaciones polticas, como las que se dieron en la persecucin a los judos en la Alemania nazi o a los reaccionarios en la China de Mao, en las que la previsin de los posibles costos que hubieran acarreado la ayuda a algunas vctimas de tales humillaciones disuadi a muchas personas de ejercer esa labor de auxilio, aun reconociendo stas haber sentido compasin por aquellas vctimas e indignacin por el trato degradante al que se las someta. Los intereses individuales primaron, como en tantas ocasiones, sobre las necesidades ajenas.

    * * *

    Acabo de pasar revista a algunas de las potenciales o reales consecuencias nocivas del individualismo, por lo que concierne a los derechos humanos. La insolidaridad y el conformismo con el orden social y/o o el orden internacional han sido las ms destacadas. De forma deliberada, he procurado hacer hincapi en las manifestaciones ms extremas y peligrosas del individualismo. Como siempre sucede en materia de valores, los valores del individualismo son ambivalentes; fomentan

    24. No est de ms recordar que algunos filsofos morales, como Emmanuel Levnas (1987), han asegurado que el principio de la moral radica en esta posibilidad de identificarse con el otro, de responsabilizarse de l (para una argumentacin de esta idea en trminos cientfico sociales puede verse Bauman, 1993).

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    u is ; Bellah y otros, 1989, Lipovetski, 1996, 2003). Como | t t Ulricli Beck (2001), lo que nos preocupa no es el indivi- l| f)la afirmacin del individuo, sino el esgo de la atomiza- g b n , como dice Alipio Snchez Vidal (1999), la erosinp lilad , es decir, el stanciamiento o k despreocupacin ^ o t r o . Pero para que el individualismos vuelva egosta,

    |ta y tramposo e impida que ios individuos reconozcan sus jidades sociales y el nexo objetivo que une a todos los seres |(ins aun a los. miembros de una o otra sociedad) ha sido | u combinacin con ciertas dosis de nihilismQmei^egn Rentado ms arriba, o de un economicismo ingenuo o chulos casos, que volva a insistir en la ilusin o en la mentira

    [rindo donde el egosmo y la ley de k selva/mercado traeran f e a prosperidad y k felicidad con las que los seres humanos l im o s de soar (v. Camps, 1999). El individualismo que fcmado posnoderno no es ni el nico ni probablemente el ||[os problemas morales vinculado al fenmeno de la identi- Ocasiones, los derechos humanos resultan mucho ms vulnrete a la lgica comunal que ante la lgica del nteres. Por

    siguiente y ltimo apartado volveremos a ocuparnos de las *s colectivistas, si bien he de advertir que la exposicin del j|;mucho ms breve pues ste tambin ser objeto de anlisis " [pitillos del presente texto, como los dedicados al racismo o

    poltica.m

    illtidades comunales*mt

    | c i n sociocntrica que toma la experiencia de la identidad ^ta q u e d a vinculada a valores de tipo colectivista (v. Tnandis J p 2) tambin puede promover actit