De la Juventud Contemporánea

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De la Juventud Contemporánea ¿Qué les queda por probar a los jóvenes en este mundo de paciencia y asco? ¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?, también les queda no decir amén, no dejar que les maten el amor, recuperar el habla y la utopía, ser jóvenes sin prisa y con memoria, situarse en una historia que es la suya no convertirse en viejos prematuros. Mario Benedetti En su memorable visita a la ciudad de Guadalajara, el entonces presidente chileno Salvador Allende, pródigo representante de la transformación social de Latinoamérica y de la reivindicación de su autonomía, señaló a las juventudes mexicanas lo siguiente: existen jóvenes viejos y viejos jóvenes, y en estos me encuentro yo. Dicha proclama, no era sólo una metáfora discursiva, sino la tangible afirmación de que la Juventud, más que un estado cronológico, es un estado espiritual; un estado dialéctico y combativo en su naturaleza. Por ello que Allende afirmaba que ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica. La Juventud es el elemento social que se atreve a cuestionar la realidad, que se atreve a construir utopías y principiar las grandes empresas que hacen trascender al espíritu humano. Somos los jóvenes el motor de la historia, la dialéctica social que permite la realización de mundos posibles; somos la posibilidad del cambio, porque tenemos nada que perder y en cambio un mundo que conquistar. Y ciertamente, no hay más que perder en un país de desempleo, desigualdad, inseguridad y pobreza. Un país donde pocos tienen acceso a la educación mientras más de 7.5 millones de jóvenes no estudian ni traban. Un México donde la juventud emigra y abandona a sus familias en búsqueda de oportunidades. Un país fratricida donde el ejército reprime y asesina a jóvenes, donde el ejército mismo está conformado por jóvenes que el gobierno sacrifica, en una guerra absurda en contra del narcotráfico, cuyas filas se integran irónicamente por jóvenes que, extorsionados, ultrajados y corrompidos por el dinero de la droga, se convierten nuevamente en víctimas del Estado. En una realidad así realmente no hay nada que perder, sino un país que construir, una oportunidad para actuar y una esperanza en que creer. Lamentablemente los jóvenes de nuestro tiempo, son elementos altamente vulnerables ante la pandemia de enajenación e individualismo, que promueven los medios de comunicación y el sistema económico en el cual estamos inmersos. La Juventud se contagia cada vez más de indiferencia, apatía, autismo y una falsa consciencia sobre el mundo, que se convierte en una tremenda carga de pesimismo y desconfianza hacia la humanidad, así como en un efímero impulso por alcanzar éxito, fama y riquezas de manera fácil.

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De la Juventud Contemporánea

¿Qué les queda por probar a los jóvenes en este mundo de paciencia y asco?

¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?, también les queda no decir amén,

no dejar que les maten el amor, recuperar el habla y la utopía,

ser jóvenes sin prisa y con memoria, situarse en una historia que es la suya

no convertirse en viejos prematuros. Mario Benedetti

En su memorable visita a la ciudad de Guadalajara, el entonces presidente chileno Salvador Allende, pródigo

representante de la transformación social de Latinoamérica y de la reivindicación de su autonomía, señaló a

las juventudes mexicanas lo siguiente: existen jóvenes viejos y viejos jóvenes, y en estos me encuentro yo.

Dicha proclama, no era sólo una metáfora discursiva, sino la tangible afirmación de que la Juventud, más que

un estado cronológico, es un estado espiritual; un estado dialéctico y combativo en su naturaleza. Por ello

que Allende afirmaba que ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica.

La Juventud es el elemento social que se atreve a cuestionar la realidad, que se atreve a construir utopías y

principiar las grandes empresas que hacen trascender al espíritu humano. Somos los jóvenes el motor de la

historia, la dialéctica social que permite la realización de mundos posibles; somos la posibilidad del cambio,

porque tenemos nada que perder y en cambio un mundo que conquistar.

Y ciertamente, no hay más que perder en un país de desempleo, desigualdad, inseguridad y pobreza. Un país

donde pocos tienen acceso a la educación mientras más de 7.5 millones de jóvenes no estudian ni traban. Un

México donde la juventud emigra y abandona a sus familias en búsqueda de oportunidades. Un país fratricida

donde el ejército reprime y asesina a jóvenes, donde el ejército mismo está conformado por jóvenes que el

gobierno sacrifica, en una guerra absurda en contra del narcotráfico, cuyas filas se integran irónicamente

por jóvenes que, extorsionados, ultrajados y corrompidos por el dinero de la droga, se convierten

nuevamente en víctimas del Estado.

En una realidad así realmente no hay nada que perder, sino un país que construir, una oportunidad para

actuar y una esperanza en que creer. Lamentablemente los jóvenes de nuestro tiempo, son elementos

altamente vulnerables ante la pandemia de enajenación e individualismo, que promueven los medios de

comunicación y el sistema económico en el cual estamos inmersos. La Juventud se contagia cada vez más de

indiferencia, apatía, autismo y una falsa consciencia sobre el mundo, que se convierte en una tremenda carga

de pesimismo y desconfianza hacia la humanidad, así como en un efímero impulso por alcanzar éxito, fama y

riquezas de manera fácil.

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Somos héroes pero no nos atrevemos a salvar nuestro mundo, somos Prometeo y tenemos miedo a desafiar

a los dioses, somos Faetón y dudamos en conducir los carros solares, somos Ícaro y tememos a volar por el

miedo a caernos. Somos rebeldía y parecemos conformismo, somos la promesa del cambio y preferimos

pasar inadvertidos, camuflajeados entre el conformismo del resto de la sociedad. Somos fantasmas de

nuestro propio tiempo, simples espectadores de una realidad que cada vez se convierte más ajena a

nosotros.

Pero cómo se puede explicar que siendo la juventud el motor de la sociedad, no se atreva a luchar por un

cambio. ¿Cómo explicar la deprimente situación de desosiego y hastío que impera en los jóvenes de nuestro

tiempo? ¿Podemos acaso, justificar nuestra falta de trayecto a una situación generacional derivada de

nuestros predecesores? Si es así, ¿a quién debiéramos culpar entonces…?

¿Al posmodernismo caduco que no supo superar su propio discurso?, ¿a las democracias modernas que no

cumplieron la panacea de un mundo mejor?, ¿a la voracidad del capital que hipotecó nuestro futuro, para

comprar un sueño de bienes y mercancías?, ¿a la clase política que luchaba contra el sistema, la burguesía y

el gobierno, hasta convertirse en parte de lo que tanto aborrecía?, ¿a los jóvenes del 68, que ya no recuerdan

sus consignas, porque se conforman con ser profesores, senadores o diputados?, ¿a nuestros padres que

tantas veces titubearon en alzar la voz y luchar por defender nuestro presente?, ¿a las masas que

inadvertidamente confiaron su destino en manos de demagogos y proxenetas? ¿o a un pueblo envilecido que

no supo defender lo que por derecho poseía, ni luchar por conquistar un mundo nuevo?

Sea quien fuere el responsable, hoy es lo que menos importa… Jamás podremos asegurar si somos resultado

de la era del vacío o de la insatisfacción material y el decaimiento moral de los pueblos. Si somos la

condecoración que embelese el triunfo del neoliberalismo y la globalización o si fuimos los hijos bastardos

(algunos quizás nietos) de la Guerra Fría. Cómo saber si somos naturalmente consecuencia del pasado o si

somos un ciclo más de aquella historia que, se divierte tanto en repetirse cíclicamente en un eterno retorno.

Jamás podremos estar seguros de lo que define nuestra facticidad como generación, pero sí podemos

atrevernos a inventarnos a nosotros mismos, a construir nuestra propia utopía generacional y moldear el

zeitgeist de nuestro siglo. Jamás podremos estar seguros de los resultados de nuestra empresa, pero sí

podemos atrevernos a soñar, a tener convicciones propias y construir la ideología nuestra. Jamás podremos

asegurar que atestiguaremos los frutos de nuestra lucha, pero no podemos dudar de que la historia la hacen

los hombres, guiados por su insolencia de retar el destino fatuo de los dioses.

Podremos perecer e incluso fracasar en el intento, pero tendremos el legítimo derecho de mirar a nuestros

hijos a la cara y decirles, “hijo mío, al menos no me quedé con los brazos cruzados”. Hoy comienza el

despertar de nuestra generación y la responsabilidad de lo que hagamos de nuestras vidas y lo que dejemos

como legado a las futuras generaciones, será de nadie pero nuestra. El tiempo ha llegado.

José Luis Gallegos Quezada