Delirios de progreso y extravagancias bucólicas...

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Delirios de progreso y extravagancias bucólicas (ideología e industrialización en 1950) Enrique Montalvo A como Adorno y Horkheimer se propusie- ron "nada menos que comprender por qué la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, desembocó en un nuevo género de barbarie", 1 cabría preguntar- nos por qué México, en lugar de lograr con su revolución un desarrollo más humano, adoptó el camino que todos conocemos. Existen, res- pecto a este último punto, más preguntas que respuestas. Aún no se ha realizado una re- flexión sobre las condiciones culturales y las determinantes ideológicas que sustentaron el proyecto fallido de modernización mexicana. ¿Cómo cobraron vigencia los mitos universales del progreso y de la evolución en nuestra realidad de caciques y caudillos? ¿De qué ma- nera se conjugó nuestra cultura política premoderna (el cañonazo de 50 mil pesos y el "mátalos en caliente") con el sueño del progre- so y la industrialización capitalista? ¿Cómo se conformó esa curiosa dialéctica mexicana del iluminismo? Llama la atención la manera en que fue recibido el proyecto de modernización mexica- na en sus inicios, pues podemos hablar de un consenso inusual entre políticos e intelectua- les. Ciertamente, muchos cuestionaron la manera en que se distribuían sus resultados, los mecanismos de decisión, su carácter capita- lista, pero muy pocos se contrapusieron a la forma que adoptó: la creación de grandes pro- yectos industriales, el impulso a un mercado nacional, la creciente urbanización, etc. La reacción de aquéllos ante el desarrollo indus- trial se acerca más a un deslumbramiento frente a los prodigios del progreso, a una pers- pectiva evolucionista, que a un enfoque crítico. En 1950 Frank Tannenbaum publicó uno de los rarísimos libros en que se criticaba el mode- lo industrial que comenzaba a implantarse en nuestro país. En dicho texto, titulado México, la lucha por la paz y porel pan, señalaba muchos de los riesgos que implicaba la adopción de la vía del "progreso". Si México iniciaba un proceso de industrialización no sólo no resolvería sus problemas económicos y sociales, sino que los agravaría. Se profundizarían las diferencias entre ricos y pobres, entre campo y ciudad y se crearía una élite privilegiada a costa de una mayoría empobrecida. Se presentaría una enor- me presión demográfica y una grave erosión de los suelos, junto con un desarrollo poco inte- grado, y la destrucción de la vitalidad de nues- tras comunidades rurales. A la vez, el hecho de que el impulso principal a dicho modelo provi- niera del Estado (y que éste actuara también como empresario en muchos casos) originaría un fuerte control estatal de la sociedad. Pretender montar una planta industrial moderna a partir de sobreproteger a los produc- tores nacionales resultaría catastrófico, debi- do al elevadísimo costo que ello implicaría. 121

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Delirios de progreso y extravagancias bucólicas (ideología e industrialización en 1950)

Enrique Montalvo

A sí como Adorno y Horkheimer se propusie­ron "nada menos que comprender por qué la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, desembocó en un nuevo género de barbarie", 1 cabría preguntar­nos por qué México, en lugar de lograr con su revolución un desarrollo más humano, adoptó el camino que todos conocemos. Existen, res­pecto a este último punto, más preguntas que respuestas. Aún no se ha realizado una re­flexión sobre las condiciones culturales y las determinantes ideológicas que sustentaron el proyecto fallido de modernización mexicana. ¿Cómo cobraron vigencia los mitos universales del progreso y de la evolución en nuestra realidad de caciques y caudillos? ¿De qué ma­nera se conjugó nuestra cultura política premoderna (el cañonazo de 50 mil pesos y el "mátalos en caliente") con el sueño del progre­so y la industrialización capitalista? ¿Cómo se conformó esa curiosa dialéctica mexicana del iluminismo?

Llama la atención la manera en que fue recibido el proyecto de modernización mexica­na en sus inicios, pues podemos hablar de un consenso inusual entre políticos e intelectua­les. Ciertamente, muchos cuestionaron la manera en que se distribuían sus resultados, los mecanismos de decisión, su carácter capita­lista, pero muy pocos se contrapusieron a la forma que adoptó: la creación de grandes pro-

yectos industriales, el impulso a un mercado nacional, la creciente urbanización, etc. La reacción de aquéllos ante el desarrollo indus­trial se acerca más a un deslumbramiento frente a los prodigios del progreso, a una pers­pectiva evolucionista, que a un enfoque crítico.

En 1950 Frank Tannenbaum publicó uno de los rarísimos libros en que se criticaba el mode­lo industrial que comenzaba a implantarse en nuestro país. En dicho texto, titulado México, la lucha por la paz y porel pan, señalaba muchos de los riesgos que implicaba la adopción de la vía del "progreso". Si México iniciaba un proceso de industrialización no sólo no resolvería sus problemas económicos y sociales, sino que los agravaría. Se profundizarían las diferencias entre ricos y pobres, entre campo y ciudad y se crearía una élite privilegiada a costa de una mayoría empobrecida. Se presentaría una enor­me presión demográfica y una grave erosión de los suelos, junto con un desarrollo poco inte­grado, y la destrucción de la vitalidad de nues­tras comunidades rurales. A la vez, el hecho de que el impulso principal a dicho modelo provi­niera del Estado (y que éste actuara también como empresario en muchos casos) originaría un fuerte control estatal de la sociedad.

Pretender montar una planta industrial moderna a partir de sobreproteger a los produc­tores nacionales resultaría catastrófico, debi­do al elevadísimo costo que ello implicaría.

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Se nos imagina una política económica dudosa la de elevar el costo de la vida para toda una nación .en beneficio de una es­tructura inicial en la que unos pocos tene­dores de valores constituyen una parte infinitesimal de la producción, especial­mente protegida contra todo riesgo de pérdida por los recursos del Gobierno mismo, y cuyas tenencias, por un decreto de 12 de febrero de 1946, gozan de las mismas inmunidades impositivas, cuan­do se consagran a la promoción de carác­ter industrial, que los bonos emitidos por el Gobierno federal. De hecho esta activi­dad se presenta como una industrializa­ción sui genens a un precio más alto que el que la economía del país puede soste­ner. Por añadidura, estas actividades han venido a justificar la participación directa del Gobierno en insignificantes negocios industriales del país; han extendido con­siderablemente las atribuciones de la bu­rocracia, y han suscitado el problema de las futuras relaciones de estas industrias, respaldadas y controladas por el Gobier­no, con la clase obrera organizada en México, que también reconoce el control y el respaldo del Gobierno. Algún día el Gobierno se verá en el trance de tener que elegir entre sus obligaciones financieras garantizadas, con respecto a los tenedo­res de bonos y acciones, bajo sus auspi­cios, y las demandas de los trabajadores. Queda por ver cómo se resolverá este problema, si no es mediante un aumento de precios. Lo que realmente ha sucedido es que el Gobierno, en corto tiempo, se ha desplazado de la esfera política a la econó­mica, para convertirse en árbitro de la economía mexicana. Ahora bien: este cam­bio acaso haya venido a complicar, más bien que a aligerar, el desarrollo indus­trial de la nación.2

E insistía sobre el tema:

En México las condiciones no son favora­bles para un programa industrial lo sufi-

cientemente amplio para pagar tanto el capital inicial básico necesario para cons­tituir el equipo como para el desarrollo mismo de las fábricas. Los recursos del país son demasiado reducidos y su estruc­tura es defectuosa (oo.). La conclusión es obvia. El programa pro­puesto, de una inversión en gran escala para equipo de capital, como base para el desarrollo de una sociedad industrial, sólo puede realizarse sobre la hipótesis de un gravamen de costo mayor que el que el país puede soportar.3

Incluso, agregaba Tannenbaum, en el caso de que se dieran "las mejores condiciones" y se lograra alcanzar el desarrollo industrial perse­guido,

no podrán o no querrán atender las nece­sidades generales del país si se persigue el logro de un industrialismo en el sentido de crear un gran mercado interno y una gran industria de exportación.4

Es importante aclarar hacia donde apunta­ba la crítica de Tannenbaum. No trataba de cuestionar la necesidad de incorporar mejores técnicas que produjeran mejores condiciones de vida.5 Se oponía a la nueva ideología, funda­da en el progreso, que por aquellos años estaba invadiendo el país, y que en buena medida había sido iniciada durante el callismo y par­cialmente interrumpida durante el gobierno de Cárdenas. La ideología que, imbuida fuer­temente por el sueño del progreso, y fundada en una perspectiva evolucionista habría de ser, finalmente, la bandera con que se legiti­marían todos los gobiernos posrevolucionarios a partir de entonces. Dicha ideología era im­pulsada por "la gente de las ciudades" y "los empleados de gobierno que viven" en la capital del país, donde percibía la aparición de "una tónica de cinismo". Estos nuevos abanderados del "progreso",

pretenden hacer grandes planes, conse­guir enormes sumas de capital extranje-

ro, organizar grandes industrias, descu­brir la fórmula mágica que conduzca a la industrialización, y tener una economía nacional servida por un mercado nacional a cualquier costo, aunque en lo íntimo de sus corazones sospechen que esto es, en lo fundamental, un sueño imposible de rea­lizar por la falta de adecuados recursos. Pero el afán de grandezas les ha invadido, y quieren copiar y hacer planes para lo imposible, aunque el México amado por ellos se sacrifique a su noción de "pro­greso".6

A los sueños de los gobernantes (que en realidad se convirtieron finalmente en verda­deras pesadillas), Tannenbaum contraponía un proyecto de desarrollo alternativo,

un programa alternativo, más en conso­nancia con las realidades mexicanas; un programa que pueda llevarse a cabo con mayor libertad y menor dependencia que la exigida por préstamos e inversiones extranjeras. ( ... ) a menos que se ponga en juego un programa alternativo de esa naturaleza, las condiciones en México pueden ser lamentables, de aquí a una generación. Muchos mexicanos, y algu­nos aunque no todos los economistas pro­fesionales, rechazarían esta conclusión. Sería infinitamente mejor para México, sin embargo, que volviera sus ojos a Suiza o Dinamarca, como modelo, más bien que a los Estados Unidos y tratase de hallar la solución, sobre una base local, parroquial, en miles de pequeñas comunidades adap­tando a ellas todo cuanto la ciencia y la técnica moderna pueda ofrecer para que puedan satisfacer las necesidades de una pequeña colectividad, sin hacerlas cada vez más dependientes de un mercado nacional. No constituye ventaja alguna inundar estas pequeñas localidades con productos deficientes, de manufacturas que trabaj an a elevado costo, cuando pue­den hacer la mayor parte de las cosas que necesitan en sus propios pueblos y en los

de las cercanías, con sus propias manos, con sus propias técnicas, y hacer produc­tos sólidos, hermosos y útiles. Nada se consigue destruyendo la comunidad rural mexicana. Es la cosa mejor que México posee; allí está su fortaleza y su resisten­cia. La Revolución probó hasta la sacie­dad dicho aserto.7

Contra el gigantismo de los proyectos guber­namentales que comenzaban a perfilarse en aquella época, Tannenbaum proponía el enriquecimiento de las comunidades, el desa­rrollo sobre la base de una "filosofía de las cosas pequeñas", que suponía la incorporación de los avances científicos a una economía que permitiera el desarrollo integral y sobre todo la autosuficiencia de la comunidad. La propuesta se concretaba aún más: construir pequeñas presas por los mismos pobladores, sin grandes inversiones ni complicados mecanismos de operación, cultivo de peces, molinos de viento eléctricos, pequeñas plantas hidroeléctricas, programas hidropónicos de cultivo, prepara­ción de abonos por las propias colectividades, producción de semillas y muchas otras técni­cas enfocadas a la autosuficiencia.

La propuesta de Tannenbaum, semejante en muchos aspectos a las que hoy se contrapo­nen a los efectos de la industrialización en los países desarrollados,8 halló dos grandes obstá­culos en su momento. El primero lo constituía nuestro iluminismo tardío, plasmado en la ideología de nuestras clases dirigentes, el cual supone la creencia fanática en todos los mitos del progreso. Más aún, la única vía posible para vivir mejor a reserva de ser o considerarse inferiores, es la de la producción industrial, con base en grandes fábricas o unidades pro­ductivas. No seguir el camino señalado por otros países desarrollados -particularmente los Estados Unidos-, sería condenarnos al atraso y a la pobreza.

Pero quizás el segundo obstáculo a una vía alternativa de desarrollo haya sido el de mayor importancia. Este tenía que ver, curiosamen­te, no con la economía, sino con el ejercicio del poder. El modelo económico que se había ini-

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ciado durante el gobierno de Avila Camacho y que hallaba su más fuerte impulso durante el alemanismo se adecuaba perfectamente a los principios de la política del Estado mexicano. La destrucción de las comunidades locales, la ruptura de su autosuficiencia podría ser muy costosa en términos económicos, pero era alta­mente redituable en lo político, permitía a los gobernantes crear y fortalecer esas cadenas de dependencia que producen clientelas políticas, a las que resultan tan afectos. Seguramente si los mexicanos fuésemos, en la mayoría, capa­ces de producir satisfactoriamente los bienes de consumo básicos no dependeríamos del poder central. Probablemente no tendrían ra­zón de ser (al menos en la forma en que se hallan conformadas) ni la CONASUPO, ni los bancos dedicados al campo, ni todo el cúmulo de dependencias gubernamentales encarga­das de otorgar bienes subsidiados a cambio de lealtad política. Desaparecerían los tortibonos, la leche a precios bajos, etc., pero la mayoría de los mexicanos viviríamos mejor. La situación que ha creado el Estado mexicano no puede dejar de recordar a la de la sociedad burguesa, crear pobt"eza para luego poder asumir la ge­nerosa función de la caridad. El Estado mexi­cano, con sus proyectos políticos, ha creado las condiciones ideales para poder presentarse como el filántropo, cuando en realidad ha sido en gran medida el responsable de la miseria.

La forma peculiar en que se ha concebido el desarrollo mexicano, bajo la égida indiscutida (rectoría se le llama hoy) del Estado, ha forta­lecido la dependencia y supeditación de la so­ciedad civil al Estado y ha contribuido a la creación de un sistema político autoritario.9

En 1951 se publicó en México la traducción del libro de Tannenbaum, junto con catorce comentarios, realizados por Daniel Cosío Villegas, Pablo González Casanova, Eli de Gortari, Alonso Aguilar, Leopoldo Zea, Gilber­to Loyo, Horacio Quiñónez, Manuel Mesa A., Emilio Uranga, Eduardo Facha Gutiérrez, Guillermo Noriega Morales, Manuel Germán Parra, Jorge Carrión y Edmundo Flores.

La lectura de estos comentarios nos mues­tra hasta qué punto la ideología del progreso se

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hallaba presente en la cultura de nuestro país, dominando el pensamiento y la reflexión de las élites políticas e intelectuales. Dicha ideología llevaba a una cerrazón frente a cualquier otro modelo de desarrollo posible, que era descali­ficado con los peores adjetivos.

Según Pablo González Casanova, en su co­mentario que tituló "Un libro más o menos":

. Lo que dice el señor Tannenbaum sobre la industrialización mexicana -tema cen­tral de su análisis económico--, ha sido dicho desde el siglo pasado, en términos más o menos semejantes, por los partida­rios mexicanos y extranjeros del libre­cambismo.lo

Nuestro pueblo, agregaba, ya no tiene un "carácter innato", contrario a la industrializa­ción, lo cual se prueba "viendo la eficacia y el interés con que los empresarios mexicanos organizan las industrias ... y viendo la habili­dad del obrero mexicano y su adaptación a la máquina y la técnica". 11 En su opinión todo desarrollo de las comunidades tendría que supeditarse al proyecto de industrialización, que debería regir nuestro futuro económico. La propuesta de una filosofía de las cosas pequeñas es considerada como una

conclusión bucólica y extravagante de Tannenbaum ( ... ) una prueba más de lo que inicialmente dijimos: que tanto su capítulo relativo a la economía, como los demás, ignoran los elementos integran­tes de la realidad. Se aplica al análisis de uno de tales elementos en detrimento de la geografía, de la política, de la histo­ria, e incluso de la économía contemporá­nea, y de la estructura económica de Méxi­co' que en 1950 -no en el siglo XIX­ostenta ya muchas de las características de la economía capitalista, a la cual no pueden detener ni los buenos deseos, ni los consejos del señor Tannenbaum.l2

Para Eli de Gortari el cuestionamiento a nuestra industrialización escondía la idea de

que sólo ciertos pueblos podrían industriali­zarse y presuponía una inferioridad mexica­na, que favorecía al imperialismo. Este último aspecto era extremado por Alonso Aguilar, quien acusaba a Tannenbaum de no reparar "en la necesidad de defender la industrializa­ción en contra de un imperialismo tan agresivo como el norteamericano".l3 La negativa de Tannenbaum a dirigir los recursos a la crea­ción de un mercado nacional y su propuesta de dirigir el apoyo a las comunidades es conside­rada por Aguilar "tan utópica ( ... ) que no puede ser materia de grandes controversias. No pue­de serlo, porque independientemente de que a unos parezca aceptable y a otros no, es una solución, que en la medida en que implica volver atrás históricamente, resulta imposible y hace innecesaria cualquier discusión en tor­no de ello".14

Manuel Mesa A. se pronuncia también con­tra las propuestas económicas del autor norte­americano. Dice:

la industrialización no puede sustentarse en una "base local parroquial, en miles de pequeñas comunidades", "que hagan las cosas que necesitan en sus propios pue­blos... con sus propias manos, con sus propias técnicas y hacer productos sóli­dos, hermosos y útiles". Al contrario, el progreso exige transformar de modo radi­calla técnica y aumentar la productivi­dad del trabajo en todos sus aspectos. 15

Eduardo Facha, después de cuestionar el maltusianismo en Tannenbaum y de calificar como nada proféticas sus previsiones sobre la "desproporción entre el crecimiento de la po­blación y el desarrollo de las posibilidades económicas", sostiene que "La industrializa­ción de México era y es una tarea que debe emprenderse y continuarse".16

Por su parte Guillermo Noriega afirma que la industrialización vendría a ser la nueva solución para salir de la pobreza, y que el no hacerlo fortalecería nuestra dependencia.

El crítico más prolijo y enconado de Tan­nenbaum fue Manuel Germán Parra, quien en

el peor tono evolucionista trata de demostrar que México podría llegar a ser una gran poten­cia, al igual que los Estados Unidos. Parte del axioma de que "México sí debe ser industrial, porque la industrialización es el único camino histórico conocido para lograr el pleno desarro­llo económico y cultural de un pueblo"17 y afirma que "se está operando en nuestro país la misma evolución histórica que tuvo lugar en los Estados Unidos durante la época de su revolución industrial".18 México cumplía, en opinión de este autor, un proceso de crecimien­to industrial que "es inevitable. Porque lo que el autor (Tannenbaum) ha observado en nues­tra nación no es, otra vez, sino la repetición de lo que ha ocurrido en todos los países que se han industrializado, es decir, la aplicación de una ley que rige, en la esfera demográfica, la transformación económica del mundo".19

Finalmente Parra insiste en sus conclusio­nes en hacer una apología del progreso y de las leyes generales que según él rigen a todos los pueblos. Decía textualmente: "Progresar es in­dustrializarse, industrializarse es urbanizarse ( ... ) y dej ar de ser industrial y urbano equivale a marchar hacia atrás en su historia",20 Méxi­co no "se va a poder dar el lujo de romper el esquema general de la evolución económica del mundo".21 Tannenbaum en opinión de este autor no propone sino una "utopía bucólica".

Jorge Carrión invoca a la dialéctica inevita­ble del progreso para cuestionar la "utopía idí­lica" de Tannenbaum, a quien

habría que pedirle se asomara al "ancho mundo" y viera ahí cómo los rumbos de la evolución económico-social, incluso en el angosto sendero del capitalismo, indican la imposibilidad de retrocesos y la inelu­dible progresión dialéctica de un estado de cosas a una síntesis estructuradora de uno nuevo y la ulterior superación de éste en fatal, progresivo encadenamiento.22

En la perspectiva de este autor, México no enfrentaba entonces un dilema entre indus­trialización y ruralización sino entre pertene-

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cer al "imperialismo capitalista", o al "socia­lismo".

Para Edmundo Flores "el observador realis­ta de la primera parte de la obra se dejó guiar en sus conclusiones por un ideal bucólico ( ... ) cuya aceptación tendería a alejarnos aún más del camino que nos llevará a la resolución de un problema que ya empezamos a conocer".23

De todos los autores que participaron en la polémica, sólo Cosío Villegas y Emilio Uranga adoptan cierta distancia de una posición típi­camente progresivista y evolucionista. El pri­mero prevé el malestar que provocaría el hecho de que un extranjero criticara diversos aspectos de nuestra nacionalidad24 y luego retoma las tesis de Tannenbaum:

Pero ¿tiene razón Tannenbaum cuando afirma que México no puede ser grande industrialmente? En mí no ha cabido duda: hace ya una decena de años (es verdad que bajo la influencia de mi gran maestro Gonzalo Robles, hoy, por desgracia, tam­bién muy cargado hacia el industrialismo), escribi un ensayo en que, usando los mis­mos argumentos de Tannenbaum, llegaba a la conclusión de que México no sobresal­dría económicamente en nada, y que debía fin\!ar su vida en una economía modesta y equilibrada, en un tercio agrícola, en un tercio minera y en otro tercio industrial. 25

Reducir la propuesta, o la idea del bienestar material general a la del progreso industrial, es, en opinión de Cosío, uno de los grandes equívocos en que muchos han caído.

Suiza y los países escandinavos no son singularmente ricos ni menos grandes países industriales; pero son libres, y go­zan de un grado de bienestar y de felicidad que siguen siendo ejemplo para todo el mundo.26

Finalmente, aceptando la tesis central del norteamericano, Cosío trata de matizarla; si la filosofía de lo grande "no hará salir de la pobreza al mexicano",

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¿es, realmente, la filosofía de lo pequeño la adecuada? ¿y por qué no la filosofía de lo mediano, de lo equilibrado? Yo acompa­ño a Tannenbaum en la afirmación grue­sa de que México no tiene recursos físicos, humanos, técnicos y de capital para ser un país industrialmente grande, aun económicamente grande, como lo son Estados Unidos, Rusia, o Alemania e In­glaterra; pero no lo acompañaré en creer que México está tan tirado a la calle en materia de recursos como lo está Costa Rica o Bolivia, como lo afirma en sus capítulos sobre las condiciones del desa­rrollo económico.27

Emilio Uranga toma también partido con­tra el gigantismo y la urbanización:

Nos enorgullecemos de la gran ciudad, pero deberíamos avergonzarnos del pre­cio a que ha sido conseguido su auge. La explotación, el despojo que se hace a la provincia es un crimen.28

En su opinión México ha adoptado

un modelo desmesurado, de un arquetipo monstruoso e imposible de ajustar a un cuerpo pequeño. ( .. . ) La irresponsabilidad parece ser el carril por el que corre desbri­dado el corcel de la equivocación. Ese pro­yecto de industrialización, ese alimentar la ciudad a costa criminal de los poblados semeja la mejor de las maneras de ejecutar la irresponsabilidad, el cifrado más sucu­lento de desconsideración y de abuso, el producto en que la falta de escrúpulos se ejerce con mayor medida. Lo mismo po­dríamos decir que el cinismo encuentra aquí su cauce adecuado, el atajo en que más fácilmente se expande y amplía. Pero las consecuencias de este movimiento, más al fondo, parecen preparar, por decirlo así, el correspondiente cataclismo, formar­lo, elegirlo, propiciarlo ( ... ) nos hace jugar a salvarnos cuando en verdad buscamos la frustración, la catástrofe, el desastre.29

La revisión de los comentarios a la crítica de la industrialización emprendida por Tan­nenbaum permite percibir el tono predomi­nante en la época, caracterizado por la convic­ción de que un desarrollo industrial era la única vía posible para salir de la pobreza, se reducía la búsqueda del bienestar general al logro de la industrialización. Lo advertía Cosío Villegas:

Entre pretender que toda la población obtenga un bienestar material general por cuanto medio sea posible, y sostener el progreso industrial a secas, hay una dife­rencia colosal: una tesis grande se trans­forma en pequeña; una tesis indudable se transforma en controvertible y aun en falsa; una tesis fascinadora por su contenido de evidente justicia social, se transforma en una tesis económicamen­te discutible y social y políticamente re­pugnante. 30

La sola mención de que no deberíamos seguir el camino de la industrialización levan­tó, como si se tratara de una cuestión de honor, la indignación de muchos. Se hallaba sólida­mente arraigada la idea de que las socie­dades recorren etapas ascendentes, la más alta correspondía, en la mentalidad evolucio­nista, a la industrial. Por eso habría que sacri­ficar a ella todo y destinar nuestras mejores energlas.

Se partía también del presupuesto de que los recursos eran prácticamente ilimitados y casi nadie consideraba a la sobrepoblación como un peligro. Anclados en su momento, incapaces de prospectar tendencias futuras, nuestra élite política y cultural se aferraba a un racionalismo decimonónico.

En lo político no se contaba con una pers­pectiva mejor. Predominaba el nacionalismo y la creencia ciega en el Estado. Era este el medio fundamental para nuestro desarrollo. No importaba que con base en los grandes proyectos y en el manejo arbitrario de los recursos se conformara un sistema casi dicta­torial.

El tan decantado progreso material y no sólo el minúsculo industrial, es usado como chorro de luz que se arroja a los ojos del pueblo para cegarlo deslumbrándolo, e impedirle ver así sus propias llagas ... ¡sus llagas políticas! Es más, el gobernan­te cuyo programa es exclusivamente de progreso material, declara que es tan esencial a la dicha del pueblo, de que mide y reflej a tan esplendorosamente la puj an­za de la patria, que, para dárselo, princi­pia por pedir orden, trabajo, disciplina, y acaba por exigir acatamiento ciego y ser­vil, la sumisión abyecta de todo el país.31

En nombre de la defensa del país ante el imperialismo se justificaba cualquier abuso estatal. El presidente, llegaban a decir los ideólogos nacionalistas, debe tener atribucio­nes extraordinarias, para defender la sobe­ranía nacional. Se postulaba una forma de socialización enajenada, la estatización, en lugar de la socialización, y para ello los proyec­tos megalómanos del Estado venían como anillo al dedo, instrumentos perfectos para despojar a la sociedad de toda fuerza y fortale­cer el ejercicio vertical del poder.

Casi habría que pensar en el alemanismo como en un proceso de embriaguez colectiva que condensó lo peor de las tendencias de la época y del cual muy pocos pudieron escapar. La ideología del progreso tenía una oferta para todos, a algunos se las entregaba ya en pago al contado, a otros les prometía un futuro de riqueza nacional que algún día les llegaría. Los grandes proyectos y programas estatales permitían a los altos funcionarios hacer gigan­tescos negocios y amasar increíbles fortunas, que eran compartidas por muchos miembros de la burguesía. Ascendían las clases medias a niveles dirigentes y disfrutaban de un poder que ejercían sin freno, el saber devenía cla­ramente instrumento de poder, se iniciaba entonces la tecnocracia. Las clas.es medias urbanas se fascinaban con los signos del pro­greso, el automóvil, las vías rápidas, los elec­trodomésticos, etc., nuestra conversión en gran metrópoli. El indiscutido arribo al progreso.

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La tecnología, lo sabemos hoy, no es un ins­trumento neutral, su uso produce efectos políti­cos. Por ejemplo, la implantación de una gran agroindustria (aun cuando ésta perteneciera al Estado) no produce el mismo efecto en las rela­ciones de poder y en la distribución del ingreso, que la instalación de 30 a 50 pequeñas, con capacidad equivalente. En el primer caso se fortalece el poder de los propietarios (o del Estado en su caso) en la región, se crea una pléyade de asalariados, y se genera una serie de gastos extraordinarios, como el transpor­te de los productos a los centros de distribución y comercialización, etc. En el segundo caso podrían resultar beneficiadas muchísimas co­munidades, distribuirse mejor las ganancias y ahorrarse gastos de operación, a la vez que la misma dimensión de las unidades productivas se prestaría mucho más a formas de gestión democrática.

La adopción del modelo industrial que hoy sufrimos los mexicanos respondía en gran par­te a las necesidades de las nuevas clases que gobernaban y usufructuaban el desarrollo. La burocracia intuía que el mantenimiento de su poder político dependía de su capacidad para crear gigantescas redes institucionales de de­pendencia económica del Estado en la sociedad y de deslumbrar a ésta con las apariencias de progreso. La burguesía perseguía afanosa­mente incrementar sus ganancias a costa de lo que fuera y el modelo industrial le ofrecía grandes oportunidades.

En esta particular trama de intereses polí­ticos y económicos los intelectuales permane­cieron atrapados, víctimas de la ideología del progreso, incapaces de apuntar proyectos dis­tintos. Es cierto que por entonces existían pocos elementos para vislumbrar alternativas diferentes, pero también lo es que, como lo decía el mismo Tannenbaum, el propio proceso nacional, la Revolución Mexicana, había mos­trado que existían vías propias, una de ellas ciertamente, la fortaleza de las comunidades rurales y su potencialidad creativa.

Hoy podemos constatar que el pesimismo

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de Tannenbaum se quedó corto. Nada le piden los tugurios de nuestras ciudades perdidas a los "tugurios de la primera época industria­lista", que el profesor norteamericano temía que invadieran a nuestro país; el crecimiento demográfico y nuestros problemas de abasto rebasaron a la peor predicción maltusiana de los cincuenta. El Distrito Federal compendia ejemplarmente el resultado de los sueños de nuestros modernizadores.

Durante casi medio siglo se ha mantenido a las fuerzas del país tras de la zanahoria de la industrialización que traería el bienestar de las mayorías. Ahora, cuando nadie cree en la añeja promesa ni está dispuesto a seguir per­siguiéndola, los herederos del alemanismo in­tentan sustituir la zanahoria, que ahora se llama cambio estructural, reconversión indus­trial, transformación de México en exportador de bienes industriales.

Más que nunca es necesario reflexionar críticamente sobre los resultados de nuestra modernización, constatar no sólo su fracaso económico sino las cadenas políticas que aún hoy arrastramos. Si algún sentido tiene este trabajo es el de sugerir, o si se quiere provocar una nueva forma de mirar nuestro pasado y de construir el porvenir. Decía Bachelard que sólo se conoce contra lo conocido, desechando las verdades establecidas como tales. Para cons­truir alternativas nuevas y transformadoras hay que derrumbar los mitos del "progreso" y de la evolución que tanto daño han hecho al pensamiento crítico. Es muy probable que más allá de los mitos en que México ha girado circularmente por estos años, se encuentren las propuestas que puedan contribuir a la construcción de un país nuevo, resultado de una voluntad colectiva y no del designio de un conjunto de tecnócratas iluminados.

La democracia política aparece entonces co­mo un instrumento indispensable, pero tiene que conjugarse con un cuestionamiento radical de las formas de producción y de relación con la naturaleza en que se desenvuelve. Quizás este sea el mayor reto para los años futuros.

Notas

1 M. Horkheimer y T. W. Adorno, Dialéctica del Iluminismo, Buenos Aires, Sur, 1970, p. 7.

2 Frank Tannenbaum, MLa lucha por la paz y por el pan", Problemas agrícolas e industriales de Mé:tico, México, octubre-diciembre de 1951, vol. III, núm. 4, p.l30.

3 ¡bid., p. 13l. 4 ¡bid., p. 133. 6 Lo que proponía era lograr "la colectividad del

campo en su plena extensión, vigorizándola con la técnica y la destreza de la ciencia moderna en su aplicación a pequeños sectores". Ibid. , p. 133.

6 ¡bid., p. 133. 7 Ibid., p. 132. 8 Resulta sorprendente la semejanza de algunos de

los planteamientos de Tannenbaum Con los de quienes hoy, teniendo a la luz los resultados de la industrializa­ción y los cada vez más evidentes límites al crecimiento económico, han cuestionado su desarrollo, tanto en el sistema capitalista como en el socialista. Dice Schumacher: MLa sabiduría convencional de lo que aho­ra se enseña como economía pasa por encima de los pobres,. precisamente' aquellos que necesitan el desarro­llo. La economía del gigantismo y de la automatización es un remanente de las condiciones y del pensamiento del siglo XIX, totalmente incapaz de resolver ninguno de los problemas de hoy. Se necesita un sistema totalmente nuevo de pensamiento, un sistema basado en la atención a la gente y no a las mercancías ( ... ). Debemos aprender a pensar en términos de una estructura articulada que pueda dar cabida a una variada multiplicidad de unida­des de pequeña escala". Lo pequeño es hermoso, Madrid, Hermann Blume, 1978, pp. 62 Y 63. Y agrega más adelante: MLas unidades de producción descentraliza­das, de relativamente pequeña escala, que faciliten a un gran número de gente el obtener trabajos más produc­tivos, pueden maximizar la autosuficiencia local (y nacional) y abrir el camino para el desarrollo futuro de las capacidades locales". ¡bid., p. 305. Andre Gorz, por su parte escribe: "¿Por qué, por otra parte, nadie se preocupa de evaluar el costo real del gigantismo indus­trial del que generalmente se asegura que permite 'eco­nomías de escala', mientras que también es cierto que engendra enormes costos indirectos? Como señala Jean Marie Chevalier, el gran tamaño, que evidentemente obstaculiza la autogestión, responde ante todo a la vo­luntad de una empresa de centralizar y de monopolizar una producción. El tamaño óptimo, desde el punto de vista de los precios de costo, es frecuentemente inferior al tamaño real." Adiós al proletariado, Barcelona, El Viejo Topo, 1981, p. 139. Desde las más diversas pers­pectivas se ha comenzado a reconocer la necesidad de modificar los patrones de crecimiento y de romper la dinámica de los modelos de industrialización tradicio­nales, ante el agotamiento de los recursos y la depreda­ción de la naturaleza que producen. Una de las bases de

este sistema ha residido en la apropiación estatal de empresas.

9 Respecto a este punto escribía Tannenbaum: "Las inversiones en acciones y bonos de treinta y una empre­sas revelan que apenas existe un campo de actividad económica en que el Gobierno no esté participando. Estas inversiones se han hecho en empresas que inclu­yen la producción cinematográfica, la manufactura de películas, una compañía de teatro, una empresa deshidratadora, distribución de aguas, molinería, artes gráficas, un semariario, una fábrica de cerveza y un consorcio marítimo. Las inversiones mayores han sido en acero, cobre, fertilizantes, azúcar, cemento, electrici­dad y artisela". Op. cit., p. 129.

10 ¡bid., p. 166. 11 Ibid., p. 168. 12 Ibid.,' p. 169. 13 Ibid., p. 178. 14 Ibid., p. 182. ID [bid., pp. 212 Y 213. 16 ¡bid., p. 225. 17 ¡bid., p. 23l. 18 Ibid., p. 232. 19 Ibid., p. 267. 2Il ¡bid., p. 280. 21 Idem. 22 ¡bid., p. 298. 23 ¡bid., p. 310. 24 Dice al respecto: MEI mexicano de hoy, a quien poco

le falta para condenar ál patíbulo a todo aquel que se permita disentir, no del credo político, jamás expuesto, sino del autobombo de eso que se llama, entre misterio y amenaza, 'el régimen', tiene que hallar fatal el libro de Tannenbaum: viene a decirle, con palabra ceñida, y, a veces, vívida y brillante ( .. . ) Ja historia,despué$ de todo conocida, de cuando y por qué este país sin ventura ha vagado como alma en pena antes de haHar su camino; por qué lo encontró con la Revolución; y por qué, falto de hombría, abandonó la solución penosa, ,pero firme y segura, cambiándola por la brillante yfáéil, a pesar de la falsedad que denunciaba a leguas su propio oropel. No sólo dice el libro de Tannenbaum que México ha errado el camino, sino algo más grave y que tiene que revolver y rebelar al mexicano, y hacerlo saltar, como de muerte herido. La tesis principal de Tannenbaum es que México no puede jugar con éxito la carta del grande, del fuerte y del rumboso, sino la del alerta, del modesto y del equilibrado; que jugar a aquélla lo ha metido ya en una ratonera sin salida". Ibid., p. 157.

26 Ibid., p. 158. ID Ibid., p. 159. 27 ¡bid., p. 161. 28 Ibid., p. 220. 29 ¡bid., pp. 220 y 221. ao ¡bid., p. 158. 31 ¡bid., p. 158.

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