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"Derechos y participación social de la mujer en Afganistán
en el Siglo XXI"
Autora: Estefanía Ochoa del Castillo (Alumna del Pre-grado de Ciencia Política y
Gobierno – Pontificia Universidad Católica del Perú)
El 7 de octubre del 2001 los ojos del mundo entero estaban puestos en Afganistán. Los sucesos del
mes anterior le enseñaron una lección a la comunidad global: era hora de dejar de fingir que los
problemas internos de los países del Tercer Mundo eran precisamente eso, internos. El gobierno de
los Estados Unidos, al mando de las fuerzas de la OTAN, estaba decidido a acabar con el régimen
talibán, que se había apoderado del control de Afganistán, debido al descubrimiento de sus vínculos
con la agrupación terrorista Al Qaeda y a la protección que le brindaba. Para que este ataque
cobrara una mayor legitimidad internacional, el discurso de los Estados Unidos se basó en que era
indispensable realizar una invasión para liberar al pueblo afgano, que había sufrido incontables
violaciones a los derechos humanos durante las últimas décadas del siglo XX, y establecer un
sistema de gobierno democrático en el país que revirtiera esta situación.
Así las cosas, la cobertura mediática que recibió el estado en el que se encontraban los hombres y
mujeres bajo el gobierno talibán alcanzó niveles que no se habían visto jamás. El mundo observó
con impacto e indignación las imágenes y declaraciones de lo que se había convertido la vida en
Afganistán; sin embargo, hubo algo en particular que captó la atención con creces y causó un
enorme desconcierto debido a su carácter impactante e inconcebible a estas alturas del siglo XXI:
fueron las figuras de mujeres cubiertas de pies a cabeza con asfixiantes telas negras y azules que
contaban tan sólo con una diminuta redecilla de crochet a la altura de los ojos.
Nunca antes la situación de las mujeres afganas había sido un asunto de tanta relevancia a nivel
internacional; la condición en la que vivía el género femenino en este país era tan deplorable que
numerosas ONG’s, asociaciones feministas, medios de comunicación y la opinión pública en general
demandaron que se realizaran acciones inmediatas para tratar de reparar este daño y otorgarles un
estilo de vida digno. De este modo, Estados Unidos –respaldado por las Naciones Unidas-, mediante
el nuevo gobierno democrático instituido en Afganistán, instauró una serie de políticas y programas
que tendrían como propósito garantizar, social y constitucionalmente, la inserción digna de las
mujeres a la sociedad. Dichas medidas fueron llevadas a cabo y, poco a poco, la sociedad mundial
dejó de prestarle atención a esta situación, probablemente por olvido o –lo que sería peor- porque
se asume que todo ha sido resuelto positivamente.
El siglo XXI recibió a las mujeres en Afganistán en la peor condición en que se han encontrado
desde la segunda mitad de la centuria pasada. Por un momento pareció que esta opresión sería
reivindicada y que la construcción de una vida justa y sin vergüenza sería posible para todas ellas.
Sin embargo, han pasado 10 años y esta situación no ha variado prácticamente en absoluto. Aún
persisten la discriminación y la represión y los intentos de cambio han resultado ser exactamente
solo eso, intentos. Todo esto invita a pensar que puede ser posible que haya factores intrínsecos a la
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propia cultura afgana que no permiten la liberación de las mujeres mediante la igualación de
derechos. No obstante, la intención de este trabajo es demostrar que esto no llega a ser realmente
cierto, que es equivocado pensar que son los valores culturales de la sociedad afgana los que
imposibilitan que la vida de sus mujeres cambie para bien. Lo que esta investigación tiene como
objetivo comprobar es que, si bien entrado el siglo XXI y, una vez erradicado el régimen talibán, se
han fomentado medidas que promuevan una mejor integración de la mujer a la sociedad por parte
del gobierno, de entidades internacionales y de organizaciones femeninas, existen factores políticos,
los cuales manipulan y se enmascaran detrás de elementos de carácter religioso e histórico-social de
la cultura afgana, que dificultan este proceso.
Para poder demostrar todo esto correctamente, este ensayo empezará describiendo la coyuntura en
la que estaban inmersas las mujeres afganas durante el último cuarto del siglo XX; asimismo, se
resaltarán aquellos aspectos del Islam que están relacionados con el rol de la mujer para poder
lograr una comprensión más amplia de la sociedad de este país. Por otro lado se describirán las
medidas tomadas para mejorar la situación femenina y se contrastarán con los resultados
obtenidos, haciéndose mención a las elecciones presidenciales del 2009 para obtener una visión
más precisa de lo que viven actualmente las mujeres en Afganistán.
1. LA MUJER AFGANA EN EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XX
Actualmente, hay un intento de reivindicación de la presencia de la mujer en la sociedad afgana y de
sus derechos, los resultados de estas nuevas políticas se analizarán más adelante; sin embargo, es
necesario señalar que el debate que se lleva a cabo hoy en día sobre la opresiva situación de la cual
las mujeres deben ser liberadas no corresponde con exactitud al conjunto de distintas realidades
que ellas vivieron durante el último cuarto del siglo XX. Es decir, a lo largo de las tres décadas de
guerra que ha experimentado Afganistán, la situación de sus mujeres ha variado mucho, desde una
integración parcial al campo laboral y académico hasta convertirse en la completa subyugación y
denigración con la imposición del régimen talibán.
En este capítulo se intentará brindar una imagen descriptiva de estos 30 años y de su significado
para las mujeres afganas. No obstante, es imprescindible que para este propósito se haga mención
de aquel elemento fundamental en la cultura afgana cuya interpretación ha otorgado una
justificación irrefutable para el trato hacia las mujeres en Afganistán: el Islam. Resulta evidente que
un análisis correcto de la coyuntura social de la mujer en este país durante el período señalado es
imposible sin la comprensión de aquellos aspectos en los que esta religión se manifiesta sobre la
mujer, lo más importante de ello es que revelará que el abuso brutal al que llegó a rayar la situación
femenina no fue más que una interpretación deliberada de lo establecido por esta religión.
El Islam y la mujer afgana
Para empezar, es esencial tomar conocimiento de algo muy importante: en principio, según el
Corán, hombre y mujer son esencialmente iguales ante Dios porque ambos han sido creados por El.
Aunque sea falso afirmar que el Corán estipula que entre hombre y mujer exista una igualdad de
derechos y que es cierto que, por lo general, circunscriba el papel de esta a ser esposa, ama de casa y
educadora de los hijos[1], sí reconoce una serie de derechos para la mujer que, durante el último
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cuarto del siglo XX, se fueron perdiendo en Afganistán. Entre estos derechos está la posibilidad de
la mujer de poseer propiedades a su nombre, de heredar hasta un cuarto de las propiedades de su
esposo y, en caso de divorcio, de conservar su dote. Esto quiere decir que muchas de las
restricciones que viven hoy en día las mujeres son producto de estipulaciones introducidas por
varones, quienes dejaron de lado la igualdad jurídica coránica (Küng 2006: 184).
Es así que muchos hombres y mujeres reformistas creen en una vuelta al Corán para la mejora de
esta situación en vista de que hay muchas medidas en nombre del Islam que han tomado los
regímenes fundamentalistas islámicos en muchos países que denigran y dañan a las mujeres pero
que no han sido establecidas en ninguna parte del Corán. Algunas de ellas son: la lapidación a las
mujeres adúlteras, la obligación de contar con compañía de un pariente masculino cada vez que
salen del hogar, la prohibición de conducir y el uso de la burka (Küng 2006: 625).
Sin embargo, como se ha mencionado anteriormente, este estado de cosificación y de gran abuso de
las mujeres, que se convirtió en una cuestión de alcance internacional con la caída del gobierno
talibán debido a la intervención de las fuerzas de la OTAN en el 2001, no fue en absoluto una
constante durante los 30 años previos.
La mujer en la sociedad antes y durante la invasión soviética
Desde el comienzo de la Guerra Fría y debido a los numerosos conflictos comerciales y fronterizos
con Pakistán y al rechazo de ayuda de Estados Unidos, el gobierno de Afganistán se tornó cada vez
más cercano a la Unión Soviética. Esta fue una relación basada inicialmente en beneficios
comerciales para ambos países pero, al poco tiempo, la URSS empezó a tener una injerencia cada
vez mayor militar y políticamente, al punto de que el gobierno afgano pudo ser considerado como
un gobierno títere de los intereses soviéticos (Marsden 2002: 44).
Esto significaba que para lograr un control efectivo de este país, la Unión Soviética debería imponer
el conjunto de su ideología comunista a la población. Y así lo hizo. Todo ello implicó una serie de
reformas cuyo interés principal fue secularizar la sociedad y terminar con cualquier expresión de
fundamentalismo islámico, lo cual trajo consigo una mayor apertura a la participación social para
las mujeres así como la persecución de cualquier grupo religioso extremista (Marsden 2002: 50).
Un antecedente esencial de este cambio fue la Constitución de 1964 según la cual se establecía la
igualdad jurídica entre hombres y mujeres (RAWA 2010). A partir de ese momento y a medida que
aumentaba la intervención soviética, las mujeres gozaron de derechos que antes habrían sido
impensables como la facultad de formar parte del Parlamento, –el primer Parlamento contó con la
participación de 4 mujeres en un total de 216 miembros- la alfabetización y educación, –la cual
estuvo incentivada por la creación de la Universidad de Kabul- la posibilidad de andar por la calle
sin velo si así lo deseaban; en suma, hubo un aumento significativo de los ámbitos sociales en los
que estaban permitidos la participación de la mujer. Es así que era posible escuchar en Radio Kabul
a una presentadora o cantante femenina y que las aerolíneas nacionales empezaron a contratar a
azafatas y recepcionistas (Marsden 2002: 63).
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Si bien es cierto, a pesar de los intentos de secularización y homogenización por parte del régimen,
las familias conservaban aún un grado muy alto de conservadurismo y habría sido completamente
inaceptable que una joven afgana tuviera muchos novios, saliera a discotecas o bebiera alcohol; no
obstante, ella hubiera podido estudiar con la esperanza de ir a la universidad, reunirse con sus
amigos y escuchar música en las fiestas de cumpleaños (Russell 2002: 172).
Es muy importante hacer una diferenciación en este punto ya que permitirá comprender el
desarrollo de la coyuntura afgana y, más específicamente, el de las mujeres durante el resto del siglo
XX: aquellos sectores propensos a aceptar y adoptar de buena gana todas las reformas que
promulgaba la Unión Soviética por medio del gobierno eran las minorías urbanas, particularmente
la comprendida por la ciudad de Kabul; había una porción mayoritaria de la población con una
mentalidad considerablemente más tradicional ubicada en las predominantes zonas rurales que no
compartían el entusiasmo de la institución de estos cambios.
Ello implicó que fuera en el ámbito rural donde los grupos nacionalistas en contra del control
soviético y, principalmente, los grupos fundamentalistas islámicos encontraran un ambiente
bastante propicio para instalarse e instigar a la población a alzarse en armas. Fue por este motivo
que estos movimientos, que durante todo este período habían sido perseguidos, empezaron a contar
con un amplio respaldo gracias al cual llegarían a reunir fuerzas que pudieron superar en número al
ejército del gobierno. En vista de la significativa amenaza que se cernía sobre el dominio de
Afganistán, la Unión Soviética decidió intervenir directamente en el conflicto y, así, se produjo la
invasión en el año de 1979. No obstante, era tal la fuerza y el apoyo con el que contaban los grupos
rebeldes y eran tales las bajas del ejército rojo, que pronto se hicieron sentir las protestas sobre el
sinsentido de la guerra por parte de los militares soviéticos. De este modo, para febrero de 1989, la
retirada de la URSS era inminente. Una vez retiradas las fuerzas militares y sumados los factores
que en ese momento contribuían al debilitamiento de la Unión Soviética en su centro mismo, el
gobierno títere de Afganistán de desmoronó y cedió lugar a una encarnizada guerra civil (Marsden
2002: 51).
La esencia detrás de las formas tradicionales y un futuro incierto para las mujeres:
la guerra civil
Puede decirse que la guerra civil que tuvo lugar en Afganistán fue igual o más violenta que la guerra
que la precedió. Después de la derrota de las fuerzas soviéticas y de aquellas que las respaldaban, el
conflicto comprendió a los grupos opositores y fundamentalistas que se peleaban el derecho al
poder. Estos grupos islámicos radicales recibieron el nombre de muyahidines, es decir, defensores
de la fe. El final de esta guerra interna no llegó hasta 1996 con el ascenso al poder de los talibanes,
una facción extremista de losmuyahidines. Los talibanes estaban conformados en su mayoría por
los sectores rurales de la etnia pashtún –etnia predominante en Afganistán- y su régimen
perduraría hasta el año 2001[2].
Como se ha señalado antes, siempre ha habido un fuerte tradicionalismo en la sociedad afgana, esto
implica que, durante gran parte del siglo XX, en la mayoría de la población de las zonas rurales, la
cuestión de la mujer nunca constituyó un problema ya que era bien sabido que su desempeño en la
sociedad se limitaba al trabajo de la tierra y que debían recibir el mínimo de educación necesario
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para cumplir su rol de madres. Aún en las zonas urbanas en las que hubo una mayor aceptación a
las reformas de los gobiernos pro-soviéticos, la inserción de las mujeres al campo laboral se llevó a
cabo en aquellas funciones que desde siempre se habían considerado femeninas: como maestras,
enfermeras o secretarias (RAWA 2010).
El elemento que explica con claridad el porqué de esta aversión a adoptar prácticas de liberalización
femenina es que las mujeres han sido vistas, a lo largo de la historia, por las sociedades musulmanas
como el principal vehículo para transmitir el Islam de generación en generación y han desempeñado
un papel simbólico fundamental en la sociedad, al punto de que el honor de la sociedad depende del
honor de las mujeres. Esto quiere decir que en la raíz de este tradicionalismo se halla el temor de
que, si las mujeres se educan y trabajan, se verán influidas por ideas occidentales y seculares que
luego inculcarán a sus hijos (Marsden 2002: 157).
Sin embargo, a pesar de que a lo largo del siglo XX, estas ideas han variado en su intensidad, es
innegable que el credo de los talibanes se halla en el extremo más conservador y que añadió un
elemento que, hasta ese momento, no había sido la regla sino la excepción: la violencia contra la
mujer.
El régimen del terror talibán y la misoginia
Los talibanes basaron su ideología en la obediencia estricta de los preceptos de la Sharia que es un
código de conducta y moral musulmán, la cual, sin embargo, no es irrefutable como el Corán ya que
su práctica se considera como una cuestión de decisión personal. De este modo, hay cuatro
fundamentos representativos de su política frente a las mujeres: la prohibición del trabajo
femenino, la interrupción de la educación para las mujeres, la imposición de estrictas normas para
la vestimenta que obligaban el uso de la burka y el control del desplazamiento de las mujeres fuera
de sus hogares de manera que estén siempre separadas de los hombres y acompañadas de algún
pariente masculino cercano (Marsden 2002: 140).
El hecho de que la desobediencia de cualquiera de estos elementos por parte de las mujeres trajera
como consecuencia que fueran golpeadas y maltratadas públicamente hizo que las mujeres se
abstuvieran cada vez más de salir de sus hogares lo que significó que una gran cantidad de aquellas
que mantenían a sus familias por medio del salario que recibían por su trabajo perdieran esta
importante fuente de ingresos y se vieran obligadas a enviar a sus niños a mendigar o vivir en la
miseria. Asimismo, muchas escuelas de hombres tuvieron que cerrar al igual que las antiguas
escuelas femeninas debido a la escasez de maestras ya que la enseñanza era una ocupación
desempeñada casi únicamente por mujeres (Russell 2002: 173).
De este modo, si bien antes los refugiados afganos argumentaban que escapaban del país debido al
temor de que sus hijas se vieran corrompidas por la influencia secular occidental, con la llegada del
régimen talibán decían que escapaban porque no querían que sus hijas vivieran adaptadas a una
interpretación tan estricta del Islam.
Como consecuencia de esta dramática situación para la mujer, asociaciones como la Asociación
Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán (RAWA) cobraron cada vez una mayor importancia en
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la defensa de los derechos de la mujer, en la clandestinidad dentro de Afganistán pero con una
fuerte presencia en la comunidad internacional. Si bien esta organización defendía una
reivindicación de la mujer dentro de lo establecido por el Islam, rechazaba todas las formas de
maltrato perpetradas por el régimen talibán y constituyó una de las principales fuerzas opositoras.
Sin embargo, los progresos obtenidos por la RAWA llegaban lentamente y con mucha dificultad
debido a que la pena para las mujeres involucradas que eran descubiertas era la ejecución pública
(RAWA 2010).
Después de los sucesos del 11 de setiembre del 2001 y el descubrimiento de la relación entre Al
Qaeda y el gobierno talibán, la invasión de Estados Unidos a Afganistán se veía como una
posibilidad cada vez más cercana. Una de las justificaciones del gobierno de Bush para el comienzo
de los bombardeos el 7 de Octubre de ese año fue el alto grado de violencia y opresión en el que vivía
la población afgana bajo los talibanes, especialmente las mujeres. Es así que cuatro meses más tarde
la primera dama, Laura Bush, afirmaba en un discurso que en aquellos territorios liberados por las
fuerzas estadounidenses las mujeres ya no vivían más prisioneras en sus hogares y que la lucha
contra el terrorismo era la lucha por los derechos de la mujer (RAWA 2010).
La promesa de una vida mejor: la invasión de Estados Unidos
Tras la derrota de los talibanes y la entrada de Estados Unidos a Kabul se intentó establecer un
orden democrático que velara por los derechos humanos de la población en su conjunto. Esto quiere
decir que era imprescindible llevar a cabo un proceso de reivindicación de las mujeres en la
sociedad. Es así que se pusieron en práctica programas multilaterales –por parte de la OTAN y la
ONU- para lograr este propósito. Era indispensable que estos programas comprendieran una acción
conjunta con el gobierno afgano ya que si se limitaban a convertirse en proyectos asistencialistas
tendrían el mismo papel que tuvieron todas las organizaciones humanitarias en Afganistán a lo
largo de las tres décadas de guerra y no se realizarían los cambios estructurales que se necesitaban.
Uno de los planeamientos más importantes fue The National Action Plan for Women of Afghanistan
(NAPWA). El NAPWA es un plan de 10 años de duración por el cual el gobierno se compromete a
asegurar la continuidad y consistencia de los esfuerzos por proteger los derechos ciudadanos
femeninos mediante la participación y el otorgamiento de poder. La intención de este programa es
que todos estos esfuerzos sean garantizados por la Constitución Afgana y por tratados
internacionales como la Convención de Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la
Mujer (UNDFW 2010), es decir, su intención es contar con un respaldo institucional. Es evidente
que para que esto se logre debe haber una transformación jurídica y constitucional del Estado
afgano y es lo que precisamente se ha hecho.
Para lograr su objetivo último de integración de la mujer a la sociedad, el NAPWA le brinda
atención especial a seis puntos fundamentales para lograr este cambio: la seguridad; la protección
legal y los derechos humanos; el liderazgo y la participación política; la economía, el trabajo y la
pobreza; la salud y, por último, la educación (UNDFW 2010).
En este capítulo se ha tratado de ofrecer una perspectiva clara del panorama vivido por la sociedad
afgana y, en especial, por las mujeres durante el último cuarto del siglo XX para poder comprender
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la situación en la que estas atravesaron el cambio de siglo. Asimismo se ha intentado analizar la
postura real del Islam sobre el sexo femenino para poder entender en qué medida esta situación
puede ser considerada como una consecuencia inevitable de dicha religión o como una
manipulación de los grupos radicales en el poder.
Al final del capítulo se han descrito algunos de los intentos de algunas organizaciones y de las
potencias aliadas para revertir la penosa condición en la que se encontraban las mujeres a finales de
la centuria pasada. A primera vista, parecen esfuerzos muy bien estructurados y con grandes
posibilidades de traer resultados óptimos; sin embargo, en el siguiente capítulo se analizará por qué
no es tan fácil hacer esta afirmación y se señalarán con precisión aquellos avances que sí se han
logrado y aquellos que, lamentablemente, están muy lejos de estarlo.
2. NUEVO GOBIERNO… ¿NUEVA SOCIEDAD?
En la primera parte de este ensayo se ha intentado dar una detallada explicación del entorno social
en el que estaba inmersa la mujer afgana durante el último cuarto del siglo XX. Asimismo, se trató
de comprender el papel que el Islam tenía con respecto a la situación femenina en el imaginario del
país. Se concluyó afirmando que, a lo largo de todo el período señalado, la condición de las mujeres
se fue deteriorando hasta llegar a su punto más crítico con el régimen talibán pero que, tras la
derrota de estos, hubo una serie de esfuerzos por parte del gobierno afgano en coordinación con la
comunidad internacional para revertir esta penosa situación y brindar a las mujeres una vida segura
y digna.
Sin embargo, en este capítulo se contrastarán dichas medidas con los logros reales obtenidos,
demostrándose que los resultados están muy lejos de ser los que se esperaban, lo cual ha amenazado
con deslegitimar la intervención estadounidense dentro de Afganistán a los ojos de la sociedad
mundial –aunque, como se verá más adelante, el gobierno estadounidense ha procedido de manera
bastante cuestionable para evitar a ultranza esta situación-; de este modo se revelará el rol crucial
de ciertos elementos histórico-sociales y políticos que contribuyen a que estos intentos de desarrollo
se vean frustrados.
La institución de un gobierno democrático y sus consecuencias reales en la vida de
las mujeres
A finales del mes de noviembre del 2001, Afganistán se encontraba en la hora cero, era un país
devastado por la guerra y traumatizado por una ideología destructiva que se enfrentaba a la tarea de
reconstruir una nación en ruinas. Los talibanes se habían visto obligados a huir, acorralados por el
ataque simultáneo de las fuerzas aéreas de Estados Unidos y por el avance de los combatientes de la
Alianza del Norte. Esta última estaba conformada por facciones étnicas e islamistas que, después de
la retirada de la invasión soviética hasta la toma del gobierno por parte de los talibanes, habían
estado en una guerra que redujo a escombros a la mayoría de ciudades del país (Holmes 2002: 205).
Una vez más se vivía un clima de anarquía en Afganistán y la comunidad internacional intentaba
construir un plan para establecer un gobierno de amplia base entre las múltiples facciones y grupos
étnicos armados del país para poder guiarlo hacia la democracia.
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Dos factores jugaron a favor del entendimiento entre la Alianza del Norte y la comunidad
internacional. En primer lugar, una nueva generación de políticos más jóvenes había logrado
protagonismo en las fuerzas del Norte, ellos se convirtieron en el rostro público del nuevo orden e
insistieron en que este conjunto de facciones no tenía intención de monopolizar el poder. En
segundo lugar, la comunidad internacional prometía millones de dólares para apoyar la
recuperación del país y este gran aporte económico fue utilizado como un medio de persuasión. De
este modo, dos semanas después de que los talibanes huyeran de Kabul, la Alianza del Norte
participó en conversaciones patrocinadas por las Naciones Unidas (Holmes 2002: 207).
Puede decirse que la revocación de ciertas leyes impuestas por los talibanes beneficiaron en alguna
medida a las mujeres afganas. Medios de comunicación como la televisión volvieron a aparecer en
Kabul después de cinco años y la emisión fue presentada por Mariam Shakebar, quien había perdido
su puesto cuando los talibanes prohibieron que las mujeres realizasen ningún tipo de trabajo (BBC
Mundo 2009). Dentro del ambiente expectante y extático que siguió a la entrada de la Alianza del
Norte en Kabul, muchas mujeres se atrevieron a quitarse la burka y andar por las calles con el rostro
descubierto debido a que ya no era una obligación que lo llevaran puesto. No obstante, después del
entusiasmo inicial, la gran mayoría de la población femenina la volvió a usar pues, a pesar de que
losmuyahidines de la Alianza del Norte, en general, no defendían abiertamente el extremismo
religioso que los talibanes enarbolaban, compartían con estos su poco respeto hacia las mujeres y
tuvieron un historial bastante triste por el trato dispensado a las mujeres durante la toma de las
ciudades. A pesar de que casi todas las mujeres continuaban llevando la burka por salvaguardar su
seguridad, habían vuelto a salir a las calles sin la compañía de un pariente varón. Las Naciones
Unidas y otras organizaciones de ayuda humanitaria abrieron nuevamente sus oficinas (que habían
cerrado tras los ataques del 11 de setiembre) y volvieron a emplear a las mujeres que los talibanes
habían obligado a despedir (Russell 2002: 145).
Hamid Karzai consolidó su mandato saliendo elegido presidente mediante las elecciones realizadas
el año 2004. Ese mismo año, la creación de una nueva Constitución estableció que los ciudadanos
hombres y mujeres tenían igualdad de derechos y deberes ante la ley. De este modo, por lo menos
en el papel, se estaban cumpliendo las esperanzas de construir un Afganistán en el que las mujeres
fueran libres (BBC Mundo 2009).
Sin embargo, una vez que la situación del país llegó a un cierto grado de estabilidad, se pudo
observar que esta igualdad constitucional distaba mucho de cumplirse en la práctica. El 60% de las
mujeres aún eran -y son- obligadas a casarse siendo niñas y todavía se mantienen los altos índices
de violaciones y violencia doméstica contra las mujeres. A lo largo de estos años, algunas mujeres
tomaron un papel activo en la sociedad afgana pero la mayoría de ellas se enfrentaron a la
discriminación y a amenazas violentas hacia ellas y sus familias (BBC Mundo 2009). A pesar de que
está respaldada por la ley la capacidad de las mujeres a pertenecer al Parlamento, muchas de ellas
han sido imposibilitadas de ir a sus escaños debido a que han sido expulsadas, pese a que la ley no
contempla esa posibilidad. Es así que puede decirse que, a pesar de que el régimen talibán ha sido
abolido, no ha ocurrido lo mismo con el fundamentalismo religioso (Lobo 2009).
No obstante, es fundamental resaltar que, aun cuando los factores culturales y tradicionales tienen
un peso importante en hacer más compleja y accidentada la transformación de la situación de las
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mujeres en una más humana y menos discriminatoria, son los factores políticos los que evitan que
los primeros puedan acomodarse a una coyuntura más democrática e igualitaria. Todo esto se
explicará más adelante.
Factores que evitan el cambio: las elecciones del 2009 una fotografía de la sociedad
afgana actual
Con el objetivo de lograr una mejor ilustración de aquellos aspectos que obstaculizan la integración
plena de la mujer a la sociedad afgana se tomarán las elecciones presidenciales de Afganistán del 20
de agosto del 2009 como un marco referencial que servirá para otorgar una visión clara de la
dinámica actual del país.
Hoy en día, los intereses militares y políticos de los Estados Unidos en Afganistán y en la región
requieren que el gobierno afgano sea afín a los propósitos norteamericanos. De este modo, era
indispensable que Hamid Karzai, el candidato favorecido por Occidente, fuera reelegido por
segunda vez. Sin embargo, para evitar enfrentamientos con la oposición y una eventual victoria de
esta en los comicios electorales, Karzai ha tenido que ceder en muchos aspectos a las demandas de
las distintas facciones de la Alianza del Norte –muchas de las cuales están compuestas por
renovados extremistas religiosos- y de ciertos grupos denominados “talibanes moderados”, sectores
que en los últimos años han contado cada vez más con el respaldo de la población debido a que
traen consigo elementos de la cultura tradicional afgana que un grupo creciente del pueblo afgano
se ve presionado a defender debido a que hay una desconfianza en aumento con respecto a la
intervención extranjera a causa de la amenaza que ha implicado a los valores del país[3]. Estos
acuerdos tácitos del gobierno afgano con dichos grupos –los cuales han sido respaldados por los
Estados Unidos- han provocado que, a pesar de que se hayan hecho modificaciones en el aspecto
jurídico y legal para defender la igualdad democrática de las mujeres, en realidad las cosas no hayan
cambiado sustancialmente (RAWA 2010).
Cinco días antes de las elecciones, el presidente afgano aprobó la Ley de la Familia Chii, para contar
con el voto de la etnia chiíta que representa el 20% del país. Esta ley autoriza a los maridos chiítas a
privar de alimentación a sus mujeres si no los satisfacen sexualmente por lo menos una vez cada
cuatro días. A pesar de que Karzai era el favorito en las encuestas, la corrupción y la violencia –el
año 2008 fue el más violento desde la ocupación de Estado Unidos- habían afectado negativamente
su popularidad. Es así que se puede considerar que Karzai estaba vendiendo a las mujeres a cambio
del apoyo de los grupos fundamentalistas en las elecciones del 2009 (BBC Mundo 2009).
La aprobación de la ley señalada fue muy discreta y pasó casi desapercibida ya que Estados Unidos
no podía permitir en ese momento ninguna protesta pública que pudiera alterar las elecciones en su
contra (BBC Mundo 2009). Era de suma importancia que las elecciones fueran declaradas un éxito
democrático, sin importar las circunstancias reales que se encontraban detrás, debido a que de eso
dependía la legitimidad de las políticas estadounidenses para con Afganistán.
Por otro lado, la participación de las mujeres en las elecciones fue apenas existente, a pesar de que
está establecido en la Constitución que la participación política es un derecho también de las
mujeres. Muchas de ellas fueron amenazadas de muerte, presionadas por sus familias o temían a la
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humillación pública; sin embargo, el hecho de que en la práctica todavía estén restringidas en
muchos otros ámbitos políticos y legales hace que aún no asimilen como suyo este derecho (Lobo
2009).
Es evidente que un cambio de la mujer afgana en una persona que goce con la totalidad de sus
derechos políticos y sociales y que se sienta en la capacidad de hacerlos valer es un proceso lento y
complicado, pero es verdaderamente preocupante pensar qué ocurriría si siguen adelante en
cantidad e intensidad las negociaciones entre el gobierno y los “talibanes moderados” y los sectores
fundamentalistas, sobretodo si es que aquellas relaciones cuentan con el respaldo de los Estados
Unidos como lo han venido haciendo.
A pesar de todo esto se debe señalar que las acciones de asociaciones femeninas como la RAWA,
que fue presentada en el capítulo anterior, son cada vez más reconocidas a nivel internacional y, lo
que es más importante, también dentro de su propio país. Esta asociación ha contribuido mucho en
que no pase desapercibida la situación que viven día a día las mujeres en Afganistán a la luz de la
prensa internacional y, asimismo, que tampoco describa una situación plenamente positiva y
distinta cuando no lo es.
Este capítulo ha intentado aclarar lo que realmente ha ocurrido con las mujeres afganas con la
llegada del siglo XXI, después de la ocupación de Estados Unidos y de que se haya querido construir
un gobierno democrático que garantice libertades y derechos tanto para hombres como para
mujeres. Así, se ha podido constatar que, de la condición en la que vivían las mujeres durante el
gobierno talibán a la que se encuentran ahora, no ha habido diferencias fundamentales que hagan
que las mujeres puedan llevar una calidad de vida plena. Es muy importante tener esto en cuenta ya
que, debido a que es una situación que perjudica en buena medida los intereses de Estados Unidos
en la región, no siempre se le da la importancia que se le debería dar en la prensa internacional.
Asimismo, se ha explicado que esta situación no es en su totalidad responsabilidad de elementos
tradicionales arraigados en la cultura afgana sino que ha sido en gran medida provocada por
intereses políticos que se han aprovechado de una coyuntura en la que la identidad de la cultura
afgana se siente amenazada debido a la intervención y control de un país que es ajeno.
3. CONCLUSIONES
Es evidente, en vista de todo lo mencionado anteriormente, que la lucha por los derechos y la
integración social de las mujeres en Afganistán aún tiene un largo camino por recorrer que
demandará el esfuerzo conjunto del gobierno pero también de las fuerzas internacionales. Esto no
quiere decir que no se hayan llevado a cabo políticas y estrategias que promuevan este proceso, pero
no es correcto afirmar que los resultados han sido los ideales para lograr revertir esta situación;
lamentablemente, la realidad es que no están ni cerca de serlo, la condición de las mujeres afganas
ha variado de manera considerable únicamente en el plano constituyente y teórico, sin embargo, en
la práctica el cambio ha sido casi imperceptible, dejando a las mujeres en un estado prácticamente
tan deplorable como en el que se encontraban antes de la intervención estadounidense en
Afganistán.
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No obstante, es fundamental resaltar un hecho muy importante para comprender correctamente la
causa de que esta situación se haya desarrollado de esta manera. Como se mencionó en el primer
capítulo, no hay en los preceptos del Islam ninguna alusión al grado de denigración al que llegó la
mujer afgana con el régimen talibán en nombre de esta religión; por otro lado, también se ha
señalado que, durante los años de influencia soviética en este país, las mujeres gozaron de una
integración al ámbito social y académico como no se había visto antes. Todo esto quiere decir que es
errado pensar que la cultura afgana por sí misma es la culpable de la extrema opresión en la que se
encuentran las mujeres; es cuando los gobiernos de turno manipulan estos elementos religiosos-
culturales para lograr su legitimidad que se llega a tales grados de fundamentalismo y represión.
Hoy en día, es lamentable comprobar que son los intereses de los Estados Unidos, país que justificó
la invasión como medio de salvaguardar la democracia y los derechos de la población afgana, los
que van en contra de que se pueda dar un avance significativo en la reivindicación de la condición de
las mujeres. Debido a que la población ve cada vez más vulnerables y desdeñados sus valores
culturales a causa de la intervención occidental en aumento, las protestas y demandas adquieren
tintes cada vez más conservadores y fundamentalistas; de este modo, para que Estados Unidos
pueda seguir legitimando su intervención mediante un gobierno afín, es necesario que se hagan
ciertas concesiones a estos grupos descontentos y muchas de estas son en detrimento de las
mujeres.
Es así que no es que la denigración de las mujeres sea algo inherente a la mentalidad de la cultura
afgana, sino que son los regímenes los que han llevado a la situación femenina a un punto tan
crítico. Es incorrecto considerar que cambiar este estado es algo inalcanzable debido a la
cosmovisión de la población, la historia de Afganistán ha demostrado que es posible llegar a una
situación en que las mujeres sean tratadas dignamente; en ninguna medida se debe considerar que
esta realidad sea un caso perdido, la comunidad internacional debe encargarse de no permitir que el
gobierno le dé un campo de acción a aquellos sectores fundamentalistas que de ninguna manera
representan el conjunto de los intereses de la nación afgana y que simplemente son sintomáticos de
una realidad en la que occidente subestima –algunas veces sin querer- todo lo que le es diferente,
sin darse cuenta del arma de doble filo que eso representa.
4. BIBLIOGRAFÍA:
- BBC MUNDO. Afganistán: las mujeres todavía esperan (en línea). BBC Mundo. Consulta: 15
de abril del 2010.http://www.bbc.com.uk/mundo/internacional/2009/08.shtml/.
- HOLMES, Paul. Un cauto amanecer. En: Afganistán, alzando el vuelo. Reuters. Madrid:
Pearson Educación, 2002.
- KÜNG, Hans. El Islam: historia, presente y futuro. Madrid: Trotta, 2006.
- LE MONDE. Dans un enfer très connu (en línea). Le Monde. Consulta : 20 de abril del
2010.http://www.lemonde.com.fr/internationnal/Afg.09.html/.
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- LOBO, Ramón. Afganistán se olvida de las mujeres (en línea). El País. Consulta: 14 de abril
del 2010.http://www.elpais.com/articulo/internacional/afganistan.
- MARSDEN, Peter. Los Talibanes: guerra y religión en Afganistán. Barcelona: Grijalbo,
2002.
- REVOLUTIONARY ASSOCIATION OF WOMEN OF AFGHANISTAN (RAWA). Consulta: 15
de abril del 2010. http://www.rawa.org/
- RUSSELL, Rosalind. Detrás del burka. En: Afganistán, alzando el vuelo. Reuters. Madrid:
Pearson Educación, 2002.
- UNITED NATIONS DEVELOPMENT FUND FOR WOMEN (UNIFEM). Consulta: 20 de abril
del 2010. http://www.unifem.org
- ZOYA. Historia de Zoya: la lucha de una mujer afgana por la libertad. Barcelona: Cirse,
2002.
[1] Esta concepción de la mujer tampoco difiere con la que concibe el cristianismo tradicional, con
esto se quiere rechazar cualquier intento de caracterizar al Cristianismo, en oposición al Islam,
como una religión superior en lo que se refiere a derechos y liberalización femenina. Por otro lado el
Islam, a diferencia del Cristianismo, no posee el concepto de un pecado original con el cual se
supone que cuenta toda mujer y que transmitirá a sus hijos al nacer (Küng 2006: 630).
[2] El hecho de que una ideología tan radical como la talibán haya nacido en el seno de la etnia
pashtún está relacionado con que dentro de Afganistán hay una disputa histórica entre cuál de las
etnias debe ser la dominante (la rivalidad clásica es entre los pashtún y los hazara), los pashtún
acusan al resto de las etnias de no ser afganos auténticos y de haber colaborado con los regímenes
extranjeros que oprimieron al país; los talibanes apelan a aquel sentimiento y se hacen considerar
los verdaderos reivindicadores de la cultura afgana (Zoya 2002: 23).
[3] Es interesante señalar que el fundamentalismo termina siendo una reacción ante lo ‘otro’, una
respuesta consistente en intensificar los rasgos culturales derivándolos a algo que pierde su razón de
ser inicial: un elemento de unión e identificación con las circunstancias de quien comparte ese
elemento con uno.
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