Desesperados Por Relacionarnos
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Desesperados por relacionarnos El encuentro con el otro completa una parte esencial de nuestras vidas
Eso no implica olvidar la propia identidad ni tener que estar pensando siempre en agradar
La sociedad de consumo ha creado el imperio de la caducidad. Esto se ha trasladado a
las relaciones. No solo los productos caducan, algunas relaciones también. Han
desaparecido los referentes de nuestras certezas y nos invade la incertidumbre. Hay
quien teme establecer relaciones duraderas. Porque los vínculos son frágiles y parece
que dependen solo de los beneficios que generan. Son relaciones efímeras, sin
compromiso. Satisfacen puntualmente ciertas necesidades. Son relaciones de
desconocimiento mutuo y de uno mismo.
Hombres y mujeres se desesperan para relacionarse, ya que se sienten fácilmente
“descartables” y abandonados a manejarse con sus propios recursos. Estamos ávidos
de encontrar la seguridad que nos ofrece la unión, de encontrar con quien contar en
momentos difíciles y de relacionarnos con alguien para huir de la soledad. Al mismo
tiempo desconfiamos de que la relación dure. O que se convierta en una jaula que
limite nuestra libertad. La idea está cargada de atracción y amenaza al mismo tiempo.
En este espacio podemos sanar traumas pasados y despertar la ligereza y
espontaneidad del ser. Estar atento nos puede ayudar para darnos cuenta de lo que
cobra vida a través del intercambio con los otros. El problema está en que inhibimos
esta chispa por nuestras creencias, normas interiorizadas y temores. Nos domina el
miedo a quedarnos privados de amor, a ser abandonados. Y en ese miedo la
espontaneidad no tiene oportunidad de manifestarse, e incluso uno acaba
convirtiéndose en una marioneta, tratando de quedar siempre bien, por miedo al
rechazo.
Cuando disipamos estas inhibiciones y temores, se da la resonancia, la sintonía, la
armonía, lo que Piaget denomina el élan y para Jung es la corriente. A la indagación
apreciativa la denominamos el núcleo positivo, y para Schellenbaum es la energía
vital. Esta se libera en el espacio relacional, del yo con el otro. Cuando se da, uno siente
una fuerza ascendente, un impulso que le lleva hacia delante. Sin embargo, estas
experiencias de energía vital “no modifican en nada la existencia”, afirma
Schellenbaum, “a menos que no se truequen en una sensación vital nueva y
fundamental, que penetre en todos y cada uno de nuestros pensamientos y acciones”.
Cultivar emociones positivas
Nos abre a los demás y a una vida más plena. Nos enfocamos en lo que funciona y lo hacemos crecer, y nos
centramos en lo que nos da vida. También es necesario saber gestionar el sufrimiento para que no sea
devastador y no permitir que ciertas personas o relaciones tóxicas contaminen nuestros espacios internos.
Cuando esto ocurre, empezamos a hacer suposiciones y a pensar mal, sembrando desconfianza. Se abre la
puerta a la negatividad y al malestar. En esos casos preste atención a no alimentar las suposiciones negativas ni
a sacar conclusiones de todo precipitadamente. Tenga la valentía de preguntar, aclarar y expresar lo que quiere.
Fomente una buena comunicación, así evitará los malentendidos, las tristezas y los dramas.
Para ello es bueno expresar lo mejor de sí mismo. Recuerde cómo se sentía cuando
estuvo en un momento vital pleno. Intente revivirlo. En ese estado, uno es creativo e
intuitivo. Barbara Fredrickson define el florecimiento como el sentirnos plenamente
vivos, ser creativos y resilientes (capaces de sobreponerse a la adversidad), y sentir que
crecemos y tenemos un impacto positivo en nuestro entorno. Cuando estamos abiertos
a recibir,brotan nuestros impulsos creativos y se manifiesta nuestro potencial.
Para lograrlo, Fredrickson recomienda: ser conscientes de que la sinceridad importa en
nuestros intercambios. Encontremos y vivamos el sentido positivo con mayor
frecuencia en la experiencia diaria. La amabilidad cuenta, enfocarse en los demás y en
cómo pueden crear una diferencia. Vivamos con pasión y démonos permiso para jugar.
Desafortunadamente cargamos heridas que nos llevan a establecer relaciones en las
que, en lugar de impulso creador y vitalidad, hay control y estancamiento. Nos
enredamos yendo por senderos en los que el amor resulta un problema sin solución.
Entramos en juegos complejos yendo al encuentro de la otra persona, con la intención
de satisfacer la necesidad de un amor que parece que perdimos o se nos escapó. Juegos
que nos dejan con una insatisfacción constante, frustrados, deprimidos, desesperados,
solos y exhaustos, y nos provocan sentimientos de culpa, de inadecuación y de
impotencia.
Vamos al encuentro del otro con ese bagaje y con la esperanza de obtener su energía y
la llave para abrirnos a la vitalidad esencial. Al no satisfacerse nuestras expectativas,
sentimos rechazo, le hacemos sentir culpable y finalmente le abandonamos. Estos
juegos, que Schellenbaum denomina los juegos del amor, nos encierran en un círculo
vicioso que merman nuestra capacidad de dar y recibir y nuestra autoestima. Si
queremos encarnar todo nuestro potencial, es importante no darle vueltas a recuerdos
dolorosos, a revivir heridas pasadas, a seguir pisando nuestras huellas traumáticas. Al
revivir viejos recuerdos determinamos cómo estamos y lo que creamos no nos
revitaliza.
Para lograr vivificar nuestra existencia en todos sus aspectos, mental, emocional,
espiritual y corporal, es importante prestar atención a qué preguntas nos planteamos.
Cuando, por ejemplo, me pregunto: ¿me aman lo suficiente? La respuesta casi siempre
será que no. Al plantear esta pregunta incorrecta entro en respuestas que merman mi
capacidad de ir al encuentro del otro con espontaneidad, revivo recuerdos que abren
mi herida de no haber sido suficientemente amada y entra de nuevo la desesperación,
la sensación de no valer y el rechazo al otro que no me ama bastante. Y para tapar mi
herida lo justifico con que “otra vez es el hombre o la mujer equivocada”.
Sugiero aplicar la indagación apreciativa en la que aprendemos a recuperar recuerdos
de experiencias vitales significativas, vivencias de superación y plenitud, para abrirnos
a ver y vivir lo que realmente anhelamos. Con esa apertura estamos dispuestos a vivir
un presente en el que podemos crear las condiciones para florecer en las relaciones.
Puede preguntarse: ¿qué aprendió de esa situación?, ¿qué le aportó y qué aportó usted
a la relación?, ¿dónde encontró su fuerza para avanzar?, ¿qué hay en su interior que le
impulsa hacia delante? Si la situación ideal estuviera ocurriendo, ¿qué estaría
pasando?, ¿cómo estaría usted?, ¿qué haría diferente? No piense en lo que deberían
hacer los demás. ¿Qué haría usted para crear las condiciones en las que su energía
fluya? ¿Cómo se expresa su personalidad en su mejor forma, cuando se muestra
pletórico y se siente rebosante de vitalidad?
Nuestros procesos vitales se activan en la medida en que establecemos relaciones. De
todas maneras, debemos prestar atención a cómo las realizamos, ya que, a falta de
amor, algunos se lanzan de cabeza al amor al prójimo por su propio placer. Ayudan
desde su necesidad de reconocimiento, renuncian a sí mismos y pretenden librarse de
la presión de una existencia carente de amor propio.
El amor estalla en nuestra vida en cuanto desaparece nuestra resistencia contra él
Peter Schellenbaum
El conocimiento de uno mismo facilita el proceso de pasar del miedoa ir al encuentro
del otro de una forma más abierta, tolerante y relajada. Conocerse implica salir de la
sensación de autoabandono en el que uno se ha alejado de su propio ser. Nos preocupa
tanto la opinión exterior, dedicamos tanta energía a complacer a los otros, que
abandonamos el cultivo del amor propio, curativo y sanador. En la tradición
judeocristiana se ha ido creando un temor al amor propio por no caer en la esclavitud
del yo, del egocentrismo. En cambio en el budismo no existe la liberación por factores
ajenos, sino la autoliberación. Es a través del amor propio y de la compasión como uno
se libera de la esclavitud del yo.
Para conocerse a uno mismo es necesario darse espacios en los que uno no tenga nada
planificado, para estar disponible a lo que emerja de dentro y de fuera. Verse en su
interior exige un esfuerzo de introspección. Comunicarse con uno mismo es el primer
paso para armonizar cualquier malestar. Obsérvese: qué le pasa, cómo se siente, quién
gobierna su mente. Puede preguntarse: ¿qué sucede conmigo cuando no rechazo la
soledad y la pasividad como algo inapropiado, sino que permito un espacio para estar
conmigo? ¿Qué ocurriría en mi vida si me reservo algunas zonas libres de obligaciones,
que permitan un vacío en el cual pueda escucharme y pueda aflorar lo que quiere nacer
en mí? ¿Qué se generaría en mí si me guardo algunos espacios en blanco en la agenda,
para estar disponible? Disponible para mí y para lo que quiera manifestarse en mi vida.
Permitiéndonos esto, “despertamos de la hipnosis social, que nos ha hecho confundir
el tejido de nuestras obligaciones con la vida en sí misma”, como dijo el filósofo
británico Allan Watts.