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Desigualdad y Conflicto Social en España durante los últimos 30 años Pablo Pacheco Ferrer Doctorando en Derecho y Sociedad por la Universidad de Madrid a Distancia (UDIMA) Congreso Español de Sociología 2016: Desigualdad y Estratificación Social ABSTRACT ¿Existe una relación entre la desigualdad de ingresos y el conflicto social en los últimos treinta años en España? Esta investigación aborda esta relación y se propone esclarecer y aportar una nueva perspectiva a un tema de creciente importancia tanto académica, como política e informativa. Se trata de un análisis relacional entre la desigualdad de ingresos (medida por el coeficiente GINI o por los percentiles de acumulación de ingreso) y el conflicto social (en este caso medido en tanto que número de manifestaciones y número de huelgas). Para ser llevado a cabo, la investigación hace uso de un modelo econométrico basado en la técnica de regresiones lineales que permitan sustentar estadísticamente la existencia de tales relaciones entre las variables. Así, los primeros resultados del trabajo empírico parecen refutar que un incremento en el coeficiente GINI o en el porcentaje de ingresos detentado por el 1% (o 0.1% o 0.01%) de la población, se traduzca en una subida del número de manifestaciones o huelgas. Un análisis muy preliminar invita a pensar que las divergencias de ingresos (en base al coeficiente GINI y también al porcentaje de ingresos del 1%, 0.1% y 0.01% de la población sobre el total de ingresos) entre los distintos grupos económicos no tienen un efecto estadístico reseñable sobre la conflictividad social. Estos primeros resultados parecen dirigir la investigación hacia la posibilidad de la existencia de un paso intermedio entre ambas variables; paso que sería el desencadenante del conflicto, y que el modelo econométrico no está reflejando. En definitiva, se trataría de un paso que provocaría (como variada literatura teórica ha argumentado) que un conflicto que está en estado “latente”, termine por cristalizar y desarrollarse. Palabras clave: Conflicto Social, Desigualdad, GINI, Movimientos Sociales, Acción colectiva.

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Desigualdad y Conflicto Social en España durante los últimos 30 años

Pablo Pacheco Ferrer – Doctorando en Derecho y Sociedad por la Universidad de Madrid a Distancia (UDIMA) Congreso Español de Sociología 2016: Desigualdad y Estratificación Social –

ABSTRACT ¿Existe una relación entre la desigualdad de ingresos y el conflicto social en los últimos

treinta años en España?

Esta investigación aborda esta relación y se propone esclarecer y aportar una nueva

perspectiva a un tema de creciente importancia tanto académica, como política e

informativa.

Se trata de un análisis relacional entre la desigualdad de ingresos (medida por el

coeficiente GINI o por los percentiles de acumulación de ingreso) y el conflicto social

(en este caso medido en tanto que número de manifestaciones y número de huelgas).

Para ser llevado a cabo, la investigación hace uso de un modelo econométrico basado en

la técnica de regresiones lineales que permitan sustentar estadísticamente la existencia

de tales relaciones entre las variables.

Así, los primeros resultados del trabajo empírico parecen refutar que un incremento en

el coeficiente GINI o en el porcentaje de ingresos detentado por el 1% (o 0.1% o 0.01%)

de la población, se traduzca en una subida del número de manifestaciones o huelgas.

Un análisis muy preliminar invita a pensar que las divergencias de ingresos (en base al

coeficiente GINI y también al porcentaje de ingresos del 1%, 0.1% y 0.01% de la

población sobre el total de ingresos) entre los distintos grupos económicos no tienen un

efecto estadístico reseñable sobre la conflictividad social.

Estos primeros resultados parecen dirigir la investigación hacia la posibilidad de la

existencia de un paso intermedio entre ambas variables; paso que sería el

desencadenante del conflicto, y que el modelo econométrico no está reflejando.

En definitiva, se trataría de un paso que provocaría (como variada literatura teórica ha

argumentado) que un conflicto que está en estado “latente”, termine por cristalizar y

desarrollarse.

Palabras clave: Conflicto Social, Desigualdad, GINI, Movimientos Sociales, Acción

colectiva.

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Esta investigación busca indagar y explorar la posible existencia de una relación entre la

desigualdad y el conflicto social en España, desde el fin de la Transición hasta el día de

hoy.

Para ello, en un primer momento se procederá a realizar un análisis sobre qué es el

conflicto social, sus raíces, las diferentes explicaciones teóricas, sus formas y

expresiones, para poder así encuadrar el concepto dentro de un marco teórico desde el

que trabajar.

Más tarde, siguiendo con la misma forma de actuar, se buscará desgranar el concepto de

desigualdad, entender su origen, las diferentes interpretaciones del mismo a lo largo de

la historia, llegando por último a establecer una tipología sobre la desigualdad.

En un tercer instante se realizará una recapitulación de la literatura empírica

contemporánea sobre el tema y las conclusiones a las que han llegado los diferentes

autores.

Por lo tanto, el recorrido por los orígenes, explicaciones y relaciones entre conflicto

social y desigualdad ha de posibilitar el razonamiento y la posterior puesta en marcha de

una investigación empírica que permita determinar si existe una relación entre ambos

conceptos.

Orígenes, causas y expresiones del conflicto social ¿Qué es el conflicto social? ¿De dónde surge? ¿Cuáles son sus causas? ¿De qué forma

se expresa y se materializa?

La primera, inspirada en J.J.Rousseau y la idea de Contrato Social, muestra una

sociedad en la que la armonía es el rasgo preponderante, en la cual sus diferentes

componentes se integran gracias al consenso.

El conflicto social sería, por lo tanto, un “error”, un “residuo” dentro del consenso que

domina las relaciones sociales.

La segunda, derivada del pensamiento de T.Hobbes, describe una sociedad en discordia

permanente en la que solo la coacción permite sintetizar los distintos planteamientos.

Esta concepción, conflictualista, asume que la sociedad está en constante cambio, se

compone de elementos antitéticos y necesita de coacción para regular los conflictos.

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Aquí, el conflicto social sería inherente a la sociedad y además funcionaría como el

motor del cambio social que permite integrar las diferentes visiones.

Puede sorprender el uso de dos filósofos a la hora de pretender entender el origen del

conflicto social. Pero ambos tratan una temática de lo social que se encuadra dentro de

uno de los cinco grandes temas que Nisbert (1966) califica de “ideas-elemento” de la

sociología: la comunidad.

Tras centrar las dos definiciones antagónicas del conflicto social, el siguiente paso es

conocer las respuestas aportadas por las diferentes concepciones del conflicto social.

La visión funcionalista aporta diferentes respuestas con más o menos matices en

función del autor. Así, según Mayo los conflictos proceden de causas meta-sociales,

dicho de otro modo, individual patológicas. Aceptando que la visión de Mayo se

quedaba escasa para explicar la realidad social, Merton (1976), intenta crear un nuevo

paradigma que permita explicarla. Así, en el funcionalismo relativista del autor, el

conflicto social tiene su origen en una disfunción social que impide a la sociedad

continuar con su correcto funcionamiento. Pero esa disfunción social puede ser dividida

entre funciones manifiestas y funciones latentes. Es decir, en ciertos momentos, las

estructuras sociales no cumplen con los fines que les presuponía y sí que sirven para

otros fines (funciones latentes).

Por otro lado, en el origen de las teorías conflictualistas están las ideas de Marx y

Engels. Para los autores, el conflicto social es inherente a toda sociedad. Y esa tensión

social tiene dos orígenes: la actitud de las clases antagónicas y la interacción entre

fuerzas productivas y sus relaciones de producción. Es decir, el conflicto social se

derivaría de la estructura de la sociedad, de cómo se establecen las relaciones sociales

de producción entre los poseedores del capital y los trabajadores.

Si bien hay que matizar que dentro del Marxismo, autores como Gramsci (2011), han

movido el centro de gravedad del análisis del conflicto, centrándolo en el

mantenimiento de relaciones de dominación política y económica (hegemonía en

terminología de Gramsci) que depende también del mantenimiento de una hegemonía

cultural e ideológica1.

1 Althusser. L (1970). Ideology and Ideological State Apparatuses. Lenin and Philosophy and Other Essays. Monthly Review Press 1971.

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Del mismo modo, los trabajos del nuevo marxismo inglés, como el realizado por

E.P.Thompson (1963) sobre la formación de la clase obrera en Inglaterra, inciden en

esta línea, al demostrar que lo cultural ocupa una posición central en el comportamiento

de todo grupo rebelde.

Una evolución de estas teorías, la ofrece Ralf Darhendorf (1974), quién coincide con los

autores precedentes en que los conflictos sociales son indispensables (e inevitables,

debido al desigual reparto del poder) como factor del proceso universal del cambio

social. Es decir, los conflictos sociales mantienen y fomentan la evolución de las

sociedades en sus partes y su conjunto. Pero el autor, en vez de centrar su análisis en la

unidad básica “clase social”, amplía el marco y habla de “grupo social”. De este modo

consigue expander el análisis, al no centrarse exclusivamente en el aspecto

socioeconómico.

Por último, dentro de la vertiente conflictualista, la realidad actual parece que desmiente

la existencia de una clase social como el proletariado en la que se amparaban pretéritos

análisis.

La evolución económica que ha llevado a muchos de los componentes de lo que se

consideraba proletariado a situarse en una buena posición económica, así como la

terciarización de la economía, han vaciado de contenido el concepto. Se imponía por lo

tanto una revisión del concepto de proletario. Este trabajo ha sido llevado a cabo, entre

otros, por Standing (2013, 2014), quien ha acuñado el término “precariado” y ha

definido la precarización como la pérdida de control sobre el propio tiempo y sobre el

uso y desarrollo de las capacidades propias. El precariado, según el autor, tiene

características de clase, que se expresan en tres rasgos de clase: relaciones de

producción (trabajo inestable), relaciones de distribución específicas (solo beneficios

monetarios) y unas relaciones también específicas con el Estado (menos derechos

civiles, culturales, políticos, sociales, etc). Y son estas tres relaciones las que ayudan a

crear en esos individuos una conciencia propia de pérdida y de relativa privación.

Finalmente, al autor hace una división de esta nueva realidad social en base a tres

grupos: atávicos, nostálgicos y progresivos. Estos últimos son individuos a los que se

les prometió que si estudiaban y se esforzaban conseguirían mejorar su nivel de vida,

pero que ahora, altamente cualificados, no ven colmadas sus expectativas. Esto les lleva

a sentir una sensación de privación relativa y de frustración de estatus. Debido a ello son

el grupo con mucho potencial de crecimiento y de influencia.

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Existen además otras corrientes intelectuales que buscaron dar soluciones teóricas a la

realidad social de los años 70 en adelante.

Una de las más influyentes fue “la teoría de la elección racional”, de la que el

exponente más conocido sea seguramente Mancur Olson.

Tomando como base el análisis de los grupos económicos de los EE.UU. (sindicatos,

empresarios, organizaciones colectivas, partidos políticos,…), y dentro de ellos el

individuo, Olson argumenta que un individuo solo se sumará a un movimiento colectivo

en el caso de que, tras un cálculo de los costes/beneficios, este resultado le resultara

favorable. Esta teoría permitió un nuevo enfoque del conflicto social, además de aportar

algo de luz durante los años 80 a las preguntas clave del momento, sobre la situación

novedosa de alta inflación y alto desempleo (estagflación).

Otra de las teorías, que venía a cubrir un hueco epistemológico en la teoría del conflicto

social, y cuyos rasgos podrían encontrarse ya en Marx, es la de la “privación relativa”.

La esencia de la teoría se podría resumir en que el conflicto no estalla cuando se

produce una situación objetiva de injusticia, sino cuando, subjetivamente se percibe

como tal. Dicho de otro modo, el conflicto nace cuando un grupo social ve que las

expectativas que esperaba cumplir, se ven completamente descartadas por la realidad.

Gurr (1970), uno de los más firmes impulsores y defensores de esta teoría, definió la

privación relativa "la discrepancia percibida entre las expectativas de valor y sus

posibilidades”2. Desarrollando la argumentación, Tejerina (1991) arguye que una

situación de conflicto cristaliza cuándo los actores sociales toman conciencia

(percepción de uso objetivo de ciertas prerrogativas) de una determinada explicación de

la situación a la cual van adaptándose y en la que tienen unos intereses objetivos.

El concepto de privación relativa fue desarrollado en los años 70 por varios autores3,

dotándolo de una clasificación en tres apartados que permite entrar más en detalle en las

causas del conflicto: privación de aspiraciones, privación por decrecimiento, privación

progresiva.

2 Gurr, T. (1970). Why men rebel. London. Ed. Routledge 3 Gurr, T. (1970). Why men rebel. London. Ed. Routledge

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Por último, buscando superar las limitaciones de las teorías presentadas en líneas

anteriores (sobre todo las impuestas por las teorías de la “privación relativa” y la

“elección racional”), Charles Tilly presenta una alternativa centrada en el análisis de los

recursos y oportunidades de la acción colectiva permite (sin hacer hincapié en la lucha

de clases, pero usando herramientas marxistas) entender el conflicto siempre como

realidad política y a partir de un modelo de movilización colectiva (intereses,

organización, movilización) y oportunidades políticas.

Por lo tanto, se observa que el modelo de movilización de Tilly (1978) se conforma de

los intereses, la organización (categorías, redes, catnet), la movilización (procesos,

grupos, participantes activos, recursos) y la acción colectiva.

A estos cuatro componentes, se le añade el de oportunidad, que Tilly (1978) describe

como la relación que existe entre los intereses de la población y el estado del mundo

real. Es decir, el concepto de oportunidad se refiere a la comparación entre la

percepción subjetiva de población y la realidad objetiva que impera en el mundo.

Este nuevo concepto completa el modelo, al limitar las posibles ganancias que

derivarían de emprender acciones colectivas en caso de no darse condiciones oportunas.

Por otro lado, definiendo la acción colectiva como toda acción conjunta en persecución

de bienes comunes, un movimiento social se pondrá en marcha cuando perciba que tiene

frente a sí una oportunidad política. Es decir, el nacimiento y puesta en marcha de un

movimiento está influido por las muestras de debilidad que pueda llegar a mostrar las

instituciones de poder, o por lo favorable que se muestren éstas a las demandas del

movimiento. Se trataría por lo tanto de un proceso racional en el que se buscará

emprender una acción colectiva siempre que la percepción y el análisis de las

condiciones objetivas sean favorables. Además, en todo este proceso será vital la

capacidad que tenga el grupo para movilizar los recursos necesarios en la consecución

de su objetivo. Sin esa capacidad de movilización de los recursos, las movilizaciones

tendentes a respaldar y afianzar esa acción conjunta están condenadas al fracaso.

Además Tilly4, influido por sus orígenes estructuralistas y la escuela de los “annales”

francesa, prestó una especial atención a qué factores propician una modificación de los

parámetros en los que opera el modelo presentado más arriba. Y sus estudios le

llevaron a concluir que los grandes cambios en la estructura que se han dado a lo largo

de la historia, han sido impulsados por el desarrollo del capitalismo y de la construcción

4 Máiz, Ramón. (2009). Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta. A proposito de Tilly. p.51. Madrid. Ed.CIS

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del Estado (estos factores asimismo interrelacionados entre sí, si bien, el tema escapa de

la investigación). Y éstos a su vez, modifican los intereses, las oportunidades, la

organización de los grupos populares. Y todo ello termina por fomentar, de forma

evidente, las formas de lucha, el repertorio de lucha, que los diferentes grupos sociales

usan para llevar a cabo sus reivindicaciones.

Así, se podría concluir que un conflicto social es un proceso, en el que interaccionan de

forma contenciosa, grupos sociales con intereses divergentes y con niveles dispares de

movilización y organización, que se traducen en variedad de acciones (repertorios5) y

tiene por objetivo revertir, mantener o mejorar una situación socioeconómica dada.

Una vez hecho un sintético recorrido por los orígenes del conflicto, sus causas y las

diferentes teorías que buscan interpretarlo, es momento de intentar mostrar qué

expresiones tiene el conflicto social, de qué forma se manifiesta.

Expresiones, manifestaciones del conflicto social Teniendo en cuenta la definición aportada más arriba y entendiendo el conflicto social

como un proceso, una primera pregunta a responder sería: ¿de qué forma se materializa

un conflicto social y cómo se manifiesta?

Para poder responder a estas preguntas, sería necesario volver a uno de los conceptos

citados en el primer apartado: la acción colectiva. Se define ésta (usando la terminología

de Tilly) como toda acción conjunta en persecución de bienes comunes. Se infiere de

ambas definiciones que es mediante el uso de acciones colectivas como se puede llegar

a conseguir presionar a favor de cambiar (hacia un lado u otro) la realidad

socioeconómica. Dicho de otro modo, las partes opuestas en un proceso de conflicto

social, buscando conseguir sus objetivos, se valdrán de diferentes acciones colectivas

para lograrlos. Por lo tanto, el proceso de conflicto social consigue su objetivo de hacer

evolucionar el status quo socioeconómico mediante el uso de acciones colectivas.

5 Entiendo siempre “repertorio” tal y como lo definió Tilly (1986), como un conjunto más o menos

establecido de medios alternativos de acción común a partir de intereses comunes.

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Una vez argumentada la relación entre ambos conceptos, parecería necesario saber

quiénes o mediante qué vehículos u organizaciones se llevan a cabo tales acciones

colectivas.

Y para poder responder, es necesario centrar la mirada en los movimientos sociales.

Serían ellos el nexo de unión entre el conflicto social y el repertorio de acción colectiva.

Lo primero a reseñar sobre los movimientos sociales es que se trata de fenómenos

políticos. Más exactamente Tilly y Wood (2009) los califican de “contienda política”.

Contienda debido a que plantean un catálogo de peticiones que, si se llevasen a cabo,

modificarían las vidas de otras personas (intereses contrapuestos igual a contienda). Y

político, porque, en cualquier caso, los gobiernos están o bien como autores de la

reivindicación o como objetos de la misma.

Así, Tilly (1986) y Tarrow (1994) argumentan que los movimientos sociales

emergieron en respuesta al nacimiento del estado moderno. Y éste, estaba claramente

asociado a un cambio significativo en el lugar y la naturaleza de las acciones colectivas.

Se trata de una relación entre movimientos sociales, acciones colectivas y surgimiento

del estado moderno; siendo este último hecho, el que produjo las condiciones para la

aparición de movimientos sociales, cuyo repertorio de acciones colectivas evolucionó,

adaptándose a las condiciones objetivas de cada instante histórico.

En la misma línea, McAdam y Marks (1996) indican que los movimientos sociales

emergen y se desarrollan como respuesta a los cambios que hacen a los sistemas

políticos institucionalizados cada vez más vulnerables o receptivos los retos o desafíos.

Dicho de otro modo, y en palabras de Tilly:”el auge y caída de los movimientos sociales

marca la expansión y la contracción de las oportunidades democráticas”6.

Además, es importante reseñar el carácter histórico de los movimientos sociales, como

del repertorio de acción colectiva. Esto es debido a que son dinámicos, evolucionan, han

cambiado durante el transcurso de la historia, y se redefinen, como indica González

Calleja (2009) a partir de la transformación de la praxis reivindicativa.

Por lo tanto, parece claro que los movimientos sociales son catalogables de fenómenos

políticos y también históricos, y que tanto su repertorio, como sus reivindicaciones,

responden al tipo de régimen político (entendiendo éste como un conjunto de relaciones

6 Tilly, C., Wood, L. (2009). Los movimientos sociales 1768-2008, p.21. Barcelona. Ed. Crítica.

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entre un gobierno y las personas sujetas a la jurisdicción del mismo7) en el que

desarrollan su actividad. Todo lo cual obliga a pensar en la relación que pueda existir

entre estos movimientos y los distintos regímenes políticos, ya que a cada uno, le

corresponderá un determinado repertorio.

Lo que se quiere explicitar es que, en función del régimen político se darán diferentes

tipos de movimientos sociales que defenderán sus intereses con repertorios que también

variarán dependiendo de las características del régimen.

Así, en primer lugar, los conceptos de movimiento social y de régimen político van

indisolublemente ligados. Y a través de esta relación también existirá una que conecte el

régimen político y los repertorios de acciones colectivas.

De este modo, Tilly y Wood (2009) proponen una clasificación para la cual a cada

estado de democratización le correspondería un estado de desarrollo de los movimientos

sociales.

En una primera etapa de democratización escasa o inexistente, éstos no existirían.

Más adelante, en un contexto de democratización incipiente, empiezan a darse ciertas

campañas, con repertorios parcialmente similares a los de los movimientos sociales,

pero sin una estructura definida.

En el siguiente estado, definido como de más democratización, los movimientos

sociales se alían a otros sectores, pero quedando aún muchos grupos fuera del proceso.

La evolución democrática alcanza un estado de democratización extensiva que se

traduce en una disponibilidad generalizada de programas, repertorios, y demostraciones

del movimiento social.

Y por último, una democratización internacional incipiente se materializa en que las

reivindicaciones del movimiento social traspasan las fronteras nacionales y se

internacionalizan.

Una vez se han fijado las relaciones que unen a los conceptos de conflicto social, acción

colectiva y movimientos sociales, y teniendo en cuenta el ámbito geográfico y temporal

de la investigación, es el momento de centrar la mirada en los movimientos sociales y

en sus repertorios en España una vez recuperada la democracia.

7 Tilly, C., Wood, L. (2009). Los movimientos sociales 1768-2008- p. 248. Barcelona. Ed. Crítica.

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Siguiendo esta línea, habría que averiguar qué movimientos sociales han actuado en

España en los últimos 35 años y preguntarse por los intereses que defendían y por su

repertorio de acciones colectivas.

Apoyándose en la clasificación propuesta por Tilly en la que a cada contexto de

democracia le correspondería un estado de la evolución de los movimientos sociales, el

objetivo es interpretar la evolución de los movimientos sociales en España en función

de los cambios acaecidos en el régimen político español.

Así, durante los años 60, principios de los 70, aún dentro de una dictadura como la

franquista (que se definiría como una etapa de democratización incipiente usando la

terminología anterior de Tilly), existía un cierto desarrollo de la sociedad civil (Pérez-

Díaz 1999) que se tradujo en ciertas acciones llevadas a cabo por asociaciones, de entre

las que destacaron claramente las vecinales. Durante aquellos años también aparecieron

incipientes movimientos que defendían las luchas sociales que eran típicas del

momento: el feminismo, el pacifismo o el ecologismo. Si bien, mientras duró la

dictadura, estos movimientos tenían vertiente social, pero también, y sobre todo, política

al inscribirse todos ellos dentro de una lucha contra el franquismo.

La vanguardia de la lucha política, económica y social durante aquellos años, y

primeros tras las muerte de Franco, y en un contexto de crisis económica global, estaba

en el sindicalismo (Alonso 1993). Dicho de otro modo, los conflicto laborales,

asociados al movimiento obrero solían terminar en conflictos políticos, en los que no se

podían separar las demandas sociales y económicas de las políticas dentro de un

contexto de oposición al franquismo. Y el repertorio de movimiento estuvo compuesto,

principalmente por huelgas y manifestaciones (Sampere 2012). Los lugares de trabajo,

así como las calles fueron las localizaciones donde se plantó cara al régimen. Y éste,

consciente de la fortaleza del movimiento obrero, puso en marcha todo el arsenal de

medidas represivas y de coacción con las que contaba: cargas policiales, detenciones

sumarias, condenas a muerte… Un ejemplo de todo ello, como indica Casquete (2009)

fue la represión brutal del 3 de Marzo de 1976 en Vitoria, en la Iglesia de San

Francisco, dónde se refugiaron manifestantes obreros y que tras la entrada de la Policía

murieron cinco obreros y hubo 42 heridos de bala.

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Se puede concluir que durante los años en que España estaba en una etapa de

democratización incipiente, durante la cual ambas luchas, la social y la política, no se

podían desligar sin perder sentido la una y la otra. Se podría decir que existía un

carácter de “doble militancia”, ya que mucha gente militaba tanto en un movimiento

social como en un partido político.

Entrados ya en los años 80, y una vez que se han conjurado los peligros del golpe de

Estado del 23-F y que en 1982 un gobierno socialista gana con mayoría absoluta sin que

se produzca ningún conato de regresión institucional ligada a un golpe militar, se podría

decir que España entra en una etapa de más democratización.

Es durante estos primeros años de la década de los 80 cuando se produce la

consolidación de los movimientos sociales, en cierta manera debido a que las reformas

económicas y sociales derivadas de la política democrática no cumplieron son las

expectativas creadas en ciertos grupos sociales.

Además, la entrada en crisis, profunda crisis, del movimiento obrero que había sido la

vanguardia en la lucha contra el franquismo, provoca una debilidad de nacimiento en el

conjunto de los movimientos sociales (Alonso y Rojo 2008). Son unos años que se

caracterizan, en primer lugar, por una fuerte desmovilización social que se inscribe

dentro del proceso más general de desmovilización que se da en todo Occidente. Las

razones de ello hay que buscarlas, según Alonso y Rojo (2008), en la pérdida de un

horizonte ilusionante de transformación social y en la entrada en un período de post

modernidad en la que se impone el culto de lo superfluo y del hedonismo. En un terreno

más prosaico, una de las razones importantes podría haber estado, como afirma Alberich

(1993, 2007), en que quiénes lideraban el activismo social en la época franquista, se

incorporan durante los años 80 a instituciones desde las que defender sus intereses. De

ahí que los movimientos sociales clásicos como el feminismo, ecologismo y pacifismo

se quedarán sin sus cuadros dirigentes y pasaran un período de crisis (Pérez Garzón

2015). Si bien, hay que tener en cuenta la espectacular movilización que se produjo

contra el referéndum de la OTAN en 1986, cuándo, en cierta manera, volvieron a

converger todos los sectores de protesta en busca de un objetivo común.

Así, los años 90, tras la entrada en la Comunidad Económica Europea y en la OTAN,

marcan para España los de la homologación con las democracias occidentales, con todas

las implicaciones que de ello se derivan (democratización extensiva). Y en efecto, ello

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se va a traducir en una convergencia con el resto de países democráticos europeos, que

se visualizará en el surgimiento de un Tercer Sector Social que encerrará las esperanzas

de cambio durante esa década (Alonso y Rojo 2008).

Si bien terminarían decepcionando (Alberich 2007), también surgen las ONG’s como

respuesta al giro neoliberal operado por el Estado (no solo en España, es un fenómeno a

nivel mundial), reduciendo los gastos sociales, y privatizando ciertos servicios. Esta

década marcará un importante punto de inflexión en el futuro de los movimientos

sociales, ya que vería el surgimiento espectacular del movimiento contra la

globalización (o antiglobalización, o también altermundialistas). La importancia del

movimiento antiglobalización ha sido su capacidad para amalgamar e integrar

ideologías diversas, asociaciones, sindicatos, partidos políticos en la defensa de los

derechos humanos, derechos civiles y derechos sociales. Por ejemplo, muchos de los

movimientos clásicos que se citaban más arriba (feminismo, pacifismo y ecologismo)

convergen todos en este movimiento ya que en él confluyen todos los intereses.

Así, en 1998, para preparar la cumbre contra la OMC de Ginebra, se reunieron en esa

misma ciudad más de 300 delegados de movimientos sociales de 71 países diferentes

para fundar la “Peoples’ Global Action”. Como indican Tilly y Wood (2009), el efecto

de la globalización en los movimientos sociales ha sido la de empujar a éstos a

aglutinar, crear y transformar los circuitos políticos.

Se trata de un movimiento lógico si se tiene en cuenta que, al desplazarse parte

importante del poder político desde la esfera de lo nacional, a la esfera global, obliga

también a una adecuación de los objetivos a esta nueva situación.

Así, este activismo que traspasa fronteras, comparte ciertos objetivos se plantea como

un contrapeso a la concentración de poder económico en los principales polos

dominantes en el proceso globalizador, como son las grandes empresas transnacionales,

las organizaciones financieras y comerciales mundiales (FMI, Banco Mundial, OMC).

Si bien se produjeron algunos conatos de movilización anteriores, el punto de inflexión

del incipiente movimiento que impactaría en el mundo entero, fue la “Batalla de

Seattle” acaecida en Noviembre de 1999 durante la tercera ronda de negociaciones de la

OMC. Como argumenta Pastor Verdú (2006), esta fecha marca el inicio de un ciclo de

protestas que tendría su punto álgido con las manifestaciones masivas, en diferentes

países, contra la Segunda Guerra de Irak. Aunque, el estudio realizado por Klandermans

y Van Stekelemburg (2009) sobre las motivaciones de los participantes en aquellas

manifestaciones muestra que éstas eran muy dispares entre países, y que una mayoría lo

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que buscaba era mostrar su desacuerdo con el partido del gobierno. De todos modos, la

profusa participación en la manifestación contra la Guerra de Irak en España (se

mejante a la acontecida en la gran mayoría de países occidentales) confirma la entrada

del país en la última etapa marcada por Tilly y Wood (2009) de democratización

internacional incipiente.

Por lo tanto se podría argumentar que los movimientos globales colectivos que surgen a

finales del siglo XX son la consecuencia del nuevo marco institucional desarrollado por

el proceso globalizador8. Este movimiento trata de denunciar, concienciar y revertir las

consecuencias económicas, políticas, sociales y medioambientales, que el proceso de

globalización lleva aparejadas y también las causas que están en su origen. Es una lucha

contra el dominio, es decir, contra la desigualdad política, que pero que también tiene

otras implicaciones, principalmente económicas.

Por último, su repertorio se compone de elementos novedosos y lúdicos (Pastor Verdú

2006) como pasacalles, boicots, consultas alternativas, etc. Aunque también se valen de

repertorios más tradicionales como las manifestaciones. Pero seguramente, el elemento

de repertorio más característico de este movimiento, sea el “modelo de contra cumbres”

(Iglesias 2005).

Finalmente, ligado indefectiblemente al movimiento contra la globalización y empujado

decisivamente por las consecuencias políticas, económicas y sociales de la mayor crisis

económica desde la Gran Depresión, se desarrollan los movimientos que podrían ser

denominados como de “indignación”(movimiento de los indignados), tomando el

nombre genérico que se dio a los participantes en el 15-M de 2011.

Como se indicaba antes, el factor decisivo y desencadenante de estas movilizaciones

hay que buscarlo en la crisis económica que estalla a finales de 2008 y cuyas

consecuencias, en términos sociales y político-institucionales así como económicos, se

ceban en los grupos sociales más desfavorecidos, que se quedan sin ingresos (paro), a

los que se les reducen las prestaciones sociales, además de ser los más afectados por los

posteriores recortes en dos de los pilares básicos del

Estado del Bienestar, la sanidad y la educación. En efecto, la lucha estaba centrada tanto 8 Arias Maldonado, M. (2008). La globalización de los movimientos sociales y el orden liberal. Acción política, resistencia cívica, democracia. Revista Española de Investigaciones Sociológicas (Reis) N.º 124, 2008, pp. 11-44 http://www.reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_124_011222872911219.pdf

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en la desigualdad política como en la económica y también la social, siendo difícil

distinguirlas en el proceso de reivindicaciones. Tal y como se indicaba anteriormente, el

movimiento de los indignados, se nutría para su base de esa nueva clase social, que nace

al amparado de la globalización, “el precariado”. Es más, podría decirse que dentro de

la clasificación de precarios que hacía Standing (2013, 2014), en la cual se encuadran

atávicos, nostálgicos y progresivos, son estos últimos los que sobresalían. Ello se debe a

que, como se indicaba más arriba, son los individuos a los que el “sistema” les prometió

un contrato social según el cual si ellos cumplían son su parte de estudiar y esforzarse,

el sistema se encargaría de recompensarles por ello. Pero la realidad se impone, y estos

individuos, altamente cualificados, ven que, a pesar de haber cumplido con su parte, no

están siendo retribuidos, sino más bien lo contrario. Esto les lleva a sentir una sensación

de privación relativa y de frustración de estatus. O dicho de otro modo, el 15-M es un

movimiento de indignación que supera el ámbito de las fronteras nacionales para

convertirse en un movimiento transnacional (Pérez Garzón 2015).

Este argumento se ve respaldado por la aparición a los pocos meses de un movimiento

muy similar en EE.UU., Occupy Wall Street, con origen en Nueva York, que bajo el

lema “Somos el 99%” tenía los mismos intereses y una movilización similar a la

defendida en la Puerta del Sol. Otro ejemplo ilustrativo se produjo a los cinco meses del

15-M con una movilización a nivel mundial programada por los indignados de Madrid9,

alcanzando 80 países y más de 650 ciudades repartidas por todo el mundo. Y por

último, para resaltar la actualidad del movimiento de indignados después de 5 años, y su

capacidad de continuar siendo una referencia a nivel internacional, quedan los

indignados franceses de la “Nuit debout”10.

Para finalizar, el movimiento de los indignados, tal y como sostiene Aguado Hernández

(2013) se vale de un repertorio compuesto por acciones de tipo convencional

(manifestaciones y huelgas), acciones de no cooperación (ocupación de lugares

públicos, huelgas, etc.) y actos directos de intervención (los más controvertidos, ya que

algunas acciones como los escraches presuponen violencia. Si bien, la mayoría del

repertorio es no violentos como lo son las iniciativas legislativas populares, encierros en

centros sanitarios y educativos públicos, etc.).

9 Agencias (16 de Octubre de 2011). Los indignados se hacen oír en Europa y América. El Mundo. Recuperado de http://www.elmundo.es/elmundo/2011/10/14/internacional/1318610830.html 10 Redacción (16 de Abril de 2016). “Nuit debout s’inscrit dans le sillage de son aîné espagnol”. Le Monde. Recuperado dehttp://www.lemonde.fr/idees/article/2016/04/10/nuit-debout-aussi-indignes-qu-en-espagne_4899455_3232.html

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Orígenes, causas y expresiones de la desigualdad El estudio sobre el conflicto social, se va a pasar a proceder del mismo modo pero con

el concepto de desigualdad.

¿Qué es la desigualdad? ¿Cuáles son sus causas? ¿Qué ideas aportan sobre el tema

diferentes autores? ¿De qué forma se manifiestan y materializan las desigualdades?

Las preguntas sobre el origen de la desigualdad, sus formas y sus consecuencias

sociales, han estado presentes en la historia del pensamiento occidental desde los

primeros filósofos griegos.

El mismo Platón en La República abogaba por una sociedad sin propiedad privada, a la

que achacaba ser “esa basura mortal que ha sido fuente de tantas desgracias”11. Al igual

que abogaba por una distribución de la riqueza con una proporción máxima de uno a

cuatro entre el más pudiente y el más desfavorecido.

J.J. Rousseau y Marx también buscaron respuestas a esta disquisición. Ambos coinciden

en que en el estado “natural” del hombre, las desigualdades no existían, debido a la gran

abundancia que se traducía en una propiedad colectiva de los limitados medios de

producción, por un bajo estado de desarrollo económico y una distribución igualitaria de

la producción. Con la aparición de excedentes y el deber de gestionarlos, empezaría la

historia de la desigualdad. El propio Rousseau argumentaba que “el primero que, tras

haber cercado un terreno, decidió decir: Esto es mío, y encontró personas lo bastante

simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”.

De las ideas expuestas en el párrafo anterior, se infiere que el origen de la desigualdad

estaría ligado, no solo a la creación de la propiedad privada sino también a la creación

de instituciones cuyo objetivo fuese la preservación de privilegios (que en un principio

estarían ligados a la protección de la propiedad privada).

Una vez asentadas ciertas ideas sobre cuál es el origen de las desigualdades, parece

interesante hacer un recorrido por las diferentes ideas expresadas por diferentes

pensadores.

11 Maceri, S. (2009). El concepto de riqueza en Platón. Energeia v.5 nº 1 pp.165-184

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Así, uno de los fundadores de la economía política a finales del siglo XVIII, Adam

Smith, hacía una aproximación al concepto de desigualdad desde sus convicciones

moralistas compasivas, que le posicionaban como un firme defensor de la igualdad

como principio normativo de su filosofía

Este posicionamiento lleva al pensador a plantearse cómo se puede argumentar que sus

ideales de igualdad convivan con un mundo en el que las desigualdades materiales son

evidentes12. Su respuesta se divide en tres pilares; primero, quita importancia a las

desigualdades materiales; segundo, la falta de importancia se debe a que esas carencias

se ven compensadas por otros bienes suministrados por la sociedad y el Estado; y

tercero, incide a favor de una mayor igualdad entre los seres humanos.

Lo que se desprende del pensamiento del autor es que se refiere, sobre todo, a la

igualdad política. Una vez conseguida esta igualdad en el plano político, las

desigualdades económicas que se derivarán serían en cierta medida “justas”.

Así, Smith estimaba que un cierto grado de desigualdad era necesario para incentivar la

productividad, la creación de riqueza.

Unos decenios más tarde, a finales del siglo XIX y principios del XX, Vilfredo Pareto

expone una teoría sobre la desigualdad (centrada sobre todo en el reparto de las rentas)

que trasciende a ésta y tiene repercusiones en el ámbito político, en la forma en que

políticamente se organiza la sociedad.

Así, sus investigaciones13 le llevaron a concluir que el 20% de la población recibía el

80% de las rentas y por lo tanto el 80% restante solo recibía el 20% de las rentas. Según

él, este reparto era constante y dio lugar a una famosa función de distribución.

Sus investigaciones le llevaron a defender la existencia de una élite con altas rentas, que

terminaría por asentarse también como élite política. Este grupo, gobierna atendiendo a

sus propios intereses, pero para no enfrentarse a la sociedad, articula sus objetivos y los

de la sociedad buscando convencerles con argumentos nacionalistas, religiosos,…

12 Fleischacker, S. (2006). Adam Smith y la igualdad. Estudios, 104, p.26-49. http://www.cepchile.cl/dms/archivo_3866_2027/r104_fleischacker_smith2.pdf 13 Barbut, M. (2003). Ideología, Matemáticas, y Ciencias Sociales: V. Pareto y G. Sorel, y la ambigüedad en la comparación de la desigualdad. EMPIRIA nº6, 2003, pp. 11-28 Recuperado de http://revistas.uned.es/index.php/empiria/article/viewFile/932/853

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Para Pareto las élites no son permanentes (pero el fenómeno sí), pues su decadencia y

degeneración incesante les termina conduciendo a un situación en la cual aparecen

nuevos elementos que acabarán formando una nueva élite que sustituirá a la anterior.

Este pensamiento es el precursor de “la ley de hierro de la oligarquía” desarrollada y

argumentado por Robert Michels. En palabras del autor: “la organización implica la

tendencia a la oligarquía. En toda organización, ya sea un partido político, un gremio

profesional u otra asociación de ese tipo, se manifiesta la tendencia aristocrática con

toda claridad”.

Es imposible no pararse en Simon Kuznets cuando se está analizando el tema de la

desigualdad, ya que su teoría y la curva que se deriva de la misma, han constituido,

desde su publicación, motivo de amplia controversia entre académicos, ya mientras

unos se afanaban en validarla, otros no le veían traslación empírica en el mundo real.

Así, Kuznets (1955) argumentaba que el crecimiento económico derivado de mejoras

en la tecnología o en los procesos productivos, se traducía, en un primer momento, en

un aumento de la desigualdad de rentas debido al movimiento de parte de la mano de

obra desde actividades de baja productividad (bajo salario, normalmente asociado a un

trabajo en el sector primario) a actividades de alta productividad (salario más alto,

trabajos asociados al sector industrial). Este movimiento provoca un aumento de las

rentas totales, pero a la vez también incrementa la distancia entre los favorecidos de este

proceso y los que no. Entre los que refutan esta teoría se encuentra Piketty (2013),

cuyos resultados arrojan la existencia de una curva en sentido contrario a la de Kuznets.

Alvaredo y Saez (2007) adoptan la misma postura para el caso Español. En oposición a

esta visión, Prados de la Escosura (2007), argumenta que evolución de la desigualdad en

España se ajusta a una curva de Kuznets.

Un repaso sobre las ideas de desigualdad no puede evitar adentrarse en el pensamiento

de Amartya Sen. El pensador bengalí ofrece una nueva aproximación al concepto,

dándole un nuevo significado14. En efecto, Sen (1999) advierte del riesgo de centrar

demasiado la mirada sobre desigualdad en el aspecto de los ingresos y su reparto. Y

14Sen, A. (1978). Nuevo examen de la desigualdad. Madrid. Ed. Alianza economía. http://www.fder.edu.uy/contenido/rrll/contenido/licenciatura/documentos/sen-amartya_prefacio-e-iguadad-de-que.pdf

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añade que sería necesario añadir más aspectos al análisis para entender a fondo la

problemática.

Por ello, Sen amplía el horizonte del pensamiento al centrar su mirada en las

capacidades, es decir, en la posibilidad de las personas de desarrollarse, de progresar, y

todo ello está ligado al concepto de libertad, sin el cual, nada de lo anterior podría darse.

Es decir, se inclina por una libertad “para” (positiva), en vez de una libertad “de”

(negativa, siempre siguiendo la terminología usada por Isaiah Berlin) que es la tiende a

dominar el modo de pensamiento de la economía moderna.

Su razonamiento supera la interpretación material de la desigualdad, al argumentar que

por mucho que una persona disponga de un atributo (renta, acceso a sanidad-educación,

derechos políticos,…) sino tiene la capacidad de poder usarlo, sino tiene la libertad

“para” poder hacer uso del mismo.

Finalmente, en los últimos años, el estudio de la desigualdad vuelve a estar en una

posición relevante dentro del mundo académico y a ser un tema recurrente de estudio.

Así, parece inevitable citar las ideas de uno de los pensadores más citados en el último

lustro: Thomas Piketty. Su principal trabajo se centra en el estudio de la evolución de la

desigualdad (tanto de rentas como de riqueza) en los principales países de la OCDE

(EE.UU., Reino Unido, Francia, Alemania,…) durante el último siglo. Para ello se

sirve, como Kuznets, de los datos fiscales, a los que aplica una distribución de Pareto y

así clasificar los diferentes niveles de renta en base a percentiles de renta. Esta

metodología le permite constatar la parte de los ingresos/riqueza que detentan un cierto

porcentaje de la población.

Este estudio permite a Piketty (2013) llegar a una conclusión que sintetiza en una

sencilla fórmula: cuando la tasa de rendimiento del capital es superior a la tasa de

crecimiento de la economía, aumentan las desigualdades de renta/riqueza.

Dicho de otro modo, la desigualdad es una tendencia estructural del capitalismo15

Si bien esta conclusión ha provocado reacciones positivas16 en el mundo académico,

otros muchos intelectuales han aportado críticas17 a su formulación.

15 Estefanía, J. (2014). Desigualdades en U. El País DOMINGO. 23 de noviembre de 2014 16 Milanovic (2015) The Return of “Patrimonial Capitalism”: A Review of Thomas Piketty’s Capital in

the Twenty-First Century. Journal of Economic Literature 2014, 52(2), 519–534 https://milescorak.files.wordpress.com/2014/06/milanovic-review-of-piketty-capital-in-the-21st-century.pdf

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Tras este breve recorrido por las ideas y los autores que han marcado el desarrollo del

concepto de desigualdad, parece un buen momento para enunciar una definición de

desigualdad.

No es tarea fácil ya que existen multitud de aproximaciones; algunas tienden a ser

excesivamente concretas, otras demasiado vagas, y bastantes incorporan una idea

política o de justicia.

Así, se ha optado por una definición sintética, clara y abierta. Es la enunciada por

Lomba (2006), en la cual define la desigualdad como “la dispersión de un atributo

dentro de una sociedad” tanto si se trata de la renta, la salud, el consumo, los derechos

políticos,… Este mismo autor advierte de la dificultad que entraña la medición de la

desigualdad. Pero este es un problema que se analizará un poco más adelante.

Este es el momento de componer una tipología de la desigualdad. Es decir, dotar al

concepto de un listado de formas en las que se manifiesta dentro de las sociedades.

¿Qué tipos de desigualdad hay? ¿De qué forma puede llegar a clasificarse?

En base a los autores que se han analizado, se puede esbozar una clasificación de los

diferentes tipos de desigualdad que permite hacer el concepto aprehensible para poder

operacionalizar en el modelo econométrico posterior.

Recapitulando, se observa que tanto Pareto, como Kuznets y también Piketty basan sus

investigaciones sobre desigualdad económica.

Se podría definir, prosiguiendo con la definición de desigualdad ofrecida antes, como la

diferencia o la disparidad en la distribución de atributos económicos18, normalmente la

renta.

Por otro lado, del pensamiento de Adam Smith se desprende la existencia de una

desigualdad vinculada a la participación política. Según él, una vez solventadas el

desigual acceso a la toma de decisiones políticas, el resto de desigualdades eran justas,

ya que eran consecuencia de un proceso justo. 17Blume, L., Durlauf, S.(2015). Capital in the Twenty-First Century: A Review Essay. Journal of Political Economy, Vol. 123, No. 4 (August 2015), pp. 749-777https://bfi.uchicago.edu/sites/default/files/Blume%20Durlauf%20-%20Capital%20Review.pdf 18 Gradín, C. Del Río, C. (2001). La medición de la desigualdad. Universidad de Vigo.

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Resumiendo, parece que la desigualdad política se funda en la capacidad de

participación en el proceso político. Y ésta se plasma, en las democracias liberales, en la

posibilidad de ejercer el derecho a voto. Pero, dado que en este tipo de regímenes, todo

ciudadano (con contadas excepciones) tiene reconocido ese derecho, esta desigualdad

debería darse por extinguida. Aunque la realidad contemporánea desmiente estos

hechos.

Por ejemplo, Bartels (2009), argumenta que (tomando el caso de EE.UU.) un

representante político va a prestar más atención a las ideas de los electores ricos que a

las de los votantes pobres. Esta visión de la desigualdad política permite observar la

relación dialéctica existente entre desigualdad política y económica.

Desarrolla también este argumento el Premio Nobel Joseph Stiglitz19, “cuando la

desigualdad económica se traduce en desigualdad política – como ha sucedido en

muchas regiones de EE.UU -, los gobiernos prestan poca atención a las necesidades de

aquellos estratos inferiores.”

Así que se puede llegar a afirmar que la desigualdad política forma parte de la tipología

de desigualdades y parece estar ligada de alguna manera a la desigualdad económica, si

bien ese nexo relacional sigue pendiente de mayor y mejor explicación.

Por último, volviendo la mirada hacia el pensamiento de Sen, se encuentra una visión de

la desigualdad más amplia que la de los autores anteriores, ya que expande el concepto

hasta abarcar nuevos ámbitos.

Así, Sen, como se analizaba líneas más arriba, crítica la excesiva atención que prestan

los estudios sobre desigualdad al aspecto más material de la misma

(político/económico). De sus ideas se extrae que la desigualdad ámbitos que van más

allá del meramente monetario y participativo. Es decir, existiría una dimensión social de

la desigualdad. Dentro de este tipo de desigualdad, se podrían incluir las desigualdades

de tipo religioso, sanitario, educativo, de género, de raza,…

Por lo tanto, se puede concluir indicando que, a efectos de esta investigación, se

establece una clasificación en tres apartados para el concepto de desigualdad:

desigualdad económica, desigualdad política y desigualdad social.

19 Stiglitz, J. (2014). La era de la vulnerabilidad. El País Negocios. 26 octubre 2014.

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Expresiones de la desigualdad Este apartado busca responder a la pregunta de en qué medida es la desigualdad

económica una buena aproximación del concepto de desigualdad

Así, dentro de la sociología clásica, Simmel y Tönnies20, en su estudio sobre el dinero,

llegan a la conclusión de que éste es un símbolo de la conversión de los valores

cualitativos en valores cuantitativos. Dicho de otro modo, los valores de individualidad

y monetarismo inherentes al capitalismo, han logrado reducir todas las diferencias entre

los individuos a la categoría monetaria.

Más actual, Lomba (2006), sostiene que la renta que perciben las personas no es solo un

mecanismo por el cual adquirir bienes y servicios, sino que también es un instrumento

de valoración social. Como se decía en el párrafo anterior, la renta que una persona

recibe es la expresión social del valor y del reconocimiento de la persona.

Tras poner las bases de la justificación del uso de la desigualdad de rentas como

aproximación a la problemática de la desigualdad, las siguientes preguntas a responder

son: ¿dentro de las formas de medir la desigualdad de rentas, por cuál de ellas optar?

Para poder argumentar respuestas a estas preguntas, lo primero que se ha de tener claro

es que, como argumentan Wilkinson y Pickett (2009), Piketty (2013) Milanovic (2013),

Atkinson (2015), existen múltiples formas de medir la desigualdad, y todas están

relacionadas entre sí. Por lo que concluyen que, es indiferente el uso de una u otra.

Si bien sugieren, que para no ser acusados de sesgo a la hora de elegir los indicadores

más respaldan sus argumentos, proponen el uso de dos indicadores de desigualdad de

renta para probar su teoría (de que rara vez el cambio de indicador cambia los

resultados).

Dentro de las medidas de desigualdad de rentas existen multitud de indicadores. Cada

autor (Gradín y Del Río 2001, Milanovic 2013, Atkinson 2015) propone una tipología

más o menos extensa. Así, se pueden encontrar en estas clasificaciones índices muy

conocidos y utilizados como GINI, Theil, el uso de percentiles (como el S80S20 o el

20 Nisbert, R. (1966). La formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires. Ed. Amorrortu.

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porcentaje de acumulación de ingresos por parte del 1% de la población) y otros menos

usados como el índice Robin Hood, el ratio de Palma, etc.

El repaso anterior a los trabajos empíricos indica que la mayoría de ellos se decantaron

por el uso del Índice GINI como variable independiente en los modelos. Los mismos

Wilkinson y Pickett (2009), al igual que Tilly y Wood (2009) sostienen que el

coeficiente GINI es el medidor más común21, tal y como defienden también los

economistas y la Oficina del Censo de EE.UU.

Por lo tanto, parece interesante que la investigación haga uso del índice GINI como

aproximación a la desigualdad de renta dentro de una población. Pero, para no caer en la

arbitrariedad de usar el indicador que más se adapta a los resultados buscados, se tendrá

que utilizar otro indicador, que permita hacer un contraste.

Así, debido a la dificultad para encontrar series largas de datos homogéneas de distintos

indicadores de desigualdad de renta, el único que parece estar disponible (gracias a la

base de datos dirigida por Atkinson, Piketty y sus colaboradores http://www.wid.world/

) desde principios de los años 80 (además de GINI), es el de los percentiles de renta

acumulada.

Finalmente, para posicionar el trabajo en su contexto histórico, solo faltaría responder a

una pregunta: ¿cuál ha sido la evolución de ambos indicadores en España desde finales

de los años 70 hasta el momento actual?

En el contexto mundial, durante las pasadas tres décadas, el aumento de la desigualdad

de ingresos (a partir de ahora todas las medidas serán presentadas en base al coeficiente

GINI y a los percentiles de ingreso acumulado) se instala como una de las tendencias

dentro de las economías desarrolladas, entre las cuales se encuentra España.

Tanto Milanovic (2005) que centra su análisis en GINI, como Piketty (2013) que basa el

suyo en el análisis de los percentiles, demuestran la existencia de tal tendencia al alza.

Análisis que también respalda Garicano (2015).

Para España, Alvaredo y Saez (2007) muestran, en base al análisis de percentiles, como

la parte de los ingresos controlados por el 0,01%, el 0,1% o el 1% de los españoles con

21 Tilly (2009) afirma al respecto que `[…] el coeficiente GINI, la medida estándar para evaluar las desigualdades […]”.

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mayores ingresos ha aumentado desde 1981 hasta 2005, si bien este ascenso se produce

de forma discontinuada (ver gráficos 1-2-3).

Gráfico 1: porcentaje de renta acumulada por el 1% con mayores ingresos

Porcentaje de renta acumulada por el 1% con mayores ingresos en España entre 1985 y 2012

7

7,5

8

8,5

9

9,5

1985

1988

1991

1994

1997

2000

2003

2006

2009

2012

Año

% d

e re

nta

acum

ulad

a po

r el 1

% c

on m

ayor

es

ingr

esos Top 1% income

share

Fuente: elaboración propia (datos obtenidos de World Wealth and Income Database

www.wid.world)

Gráfico 2: porcentaje de renta acumulada por el 0.1% con mayores ingresos

Porcentaje de renta acumulada por el 0.1% con mayores ingresos en España entre 1985 y 2012

00,5

11,5

22,5

33,5

1985

1988

1991

1994

1997

2000

2003

2006

2009

2012

Año

% d

e re

nta

acum

ulad

a po

r el 0

.1%

con

may

ores

in

gres

os

Top 0.1% incomeshare

Fuente: elaboración propia (datos obtenidos de World Wealth and Income Database

www.wid.world)

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Gráfico 3: porcentaje de renta acumulada por el 0.01% con mayores ingresos

Porcentaje de renta acumulada por el 0.01% con mayores ingresos en España entre 1985 y 2012

00,20,40,60,8

11,2

1985

1988

1991

1994

1997

2000

2003

2006

2009

2012

Año

% d

e re

nta

acum

ulad

a po

r el 0

.01%

con

m

ayor

es in

gres

os

Top 0.01% incomeshare

Fuente: elaboración propia (datos obtenidos de World Wealth and Income Database

www.wid.world)

Siguiendo la misma línea, haciendo el análisis de la desigualdad de ingresos en base al

coeficiente GINI, Prados de la Escosura (2007) muestra un aumento de la desigualdad

entre 1981 y el año 2000, si bien ésta crece fuertemente hasta 1996 para decrecer

durante los años posteriores y finalizar un poco por encima de la del año inicial (gráfico

4). Este último análisis se ve corroborado por Pascual y Sarabia (2004) que estudiaron

la evolución del coeficiente GINI entre los años 1993 y 2000.

Por su parte, Ruiz Huerta (1996) también concluye que existió un aumento de la

desigualdad de ingresos durante la primera mitad de los años 90, y lo achaca,

principalmente, a un crecimiento intenso de la tasa de paro durante los años de crisis

entre 1992-1994, acompañado de un descenso de la tasa de cobertura de los

desempleados lo que provocó que muchos parados se encontraron sin ingresos

compensatorios.

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Gráfico 4: Evolución del índice GINI para España entre 1980 y 2011

Evolución del índice GINI en España desde 1980 hasta 2011

26

28

30

32

34

36

1980

1983

1986

1989

1992

1995

1998

2001

2004

2007

2010

Año

Coef

icie

nte

GIN

I

GINI

Fuente: elaboración propia (datos obtenidos de The Standardized World Income Inequality

Database22)

Por lo tanto, parece que los distintos estudios muestran un aumento de la desigualdad de

ingresos en España durante el período comprendido entre el fin de la Transición y

mediados de la primera década del siglo XXI. Si bien este aumento no se da de forma

lineal y sufre altibajos durante el periodo.

Relación entre desigualdad y conflicto social Finalmente, en este último apartado, se realizará un repaso de la literatura empírica y de

sus resultados con respecto a esta disyuntiva: ¿es la desigualdad un factor influyente en

el desarrollo de conflictos sociales?

Así, Rusett fue el primero en publicar, en el año 1964, un análisis en el que demostraba

la existencia de una relación lineal entre el coeficiente GINI y el número de muertes

violentas entre 1950-1962. Pero los resultados de las diferentes investigaciones

posteriores han arrojado resultados divergentes.

22 Solt, F. (2009). Standardizing the world income inequality database. Social Science Quarterly, 90(2), 231-242.

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Ciertos estudios basados en métodos econométricos, como el de Alesina y Perotti

(1996), han logrado demostrar que tener una clase media pudiente reduce el nivel de

inestabilidad socio-política. Por el contrario, usando los métodos similares, Collier y

Hoeffler (1999) llegaron a la conclusión de que no se puede establecer una relación

estadísticamente significativa entre ambas variables.

Si bien Milanovic (2013) advierte de que un aumento de la desigualdad de ingresos

puede conllevar una ruptura, una disociación del binomio capitalismo-democracia23

(asentado en la existencia de una importante clase media que se erige como baluarte

contra formas de gobierno alejadas de la democracia), poniendo esta última en peligro al

estar estancándose los ingresos de la clase media en comparación con los ingresos de las

clases más pudientes24. Esta idea la toma de Bartels (2009), que defendía que una

sociedad con unos ingresos mal repartidos provoca una potenciación política de los

ricos en un grado mucho mayor que en el caso de la clase media y los pobres.

Asimismo, Wilkinson y Pickett (2013) defienden que las sociedades con menores

diferencias de ingresos disfrutan de una vida social y comunitaria más intensa, de mayor

confianza entre sus miembros que se acaba traduciendo en un menor índice de

violencia. De este modo, concluyen que las tasas de homicidios son habitualmente más

elevadas en sociedades con mayor dispersión del ingreso.

En otro estudio, Fajnzylber et al. (1999) se centran en determinar cómo afecta la

desigualdad en la distribución de los ingresos en las tasas de robos y homicidios,

llegando a la conclusión de la existencia de una correlación positiva y significativa entre

ambas variables. En la misma línea, Jacobs y Helms (2001) encuentran, de nuevo, una

correlación positiva y significativa entre la desigualdad de ingresos y la tasa de

encarcelamiento para el período comprendido entre 1953 y 1998.

Sin embargo, matizando lo anterior, Galbraith (2013) indica que, en EE.UU. durante la

Gran Recesión, se produjo una subida de la desigualdad de ingresos que no se ha

traducido en un crecimiento de los índices de delincuencia (matizando que ahora la

violencia tiene lugar dentro del propio hogar y no en la calle).

23 Tortella, G .(2016). Reformar la democracia y el capital. El Mundo. 19 de Abril de 2016. http://www.elmundo.es/opinion/2016/04/19/57151443468aeb1f4f8b4577.html 24 Vives, X. (2015). Desigualdad y política económica. La Vanguardia. 17 de Septiembre de 2015

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Por otro lado, a nivel conflictos entre países, Galbraith et al. (2007) han demostrado

que entre los años 1963 y 1999, aquél país que sea más igualitario en el momento de

declararse el conflicto, tiene más posibilidades de salir victorioso. En cierta medida

opuestos a esta tesis, Collier y Hoeffler (1999) desmienten que los conflictos internos

estén determinados por las formas objetivas de medir la injusticia social como pueden

ser la desigualdad de ingresos, los défícits democráticos o la falta de una justicia

imparcial. Los autores defienden la tesis (enunciada en el primer apartado) de que es el

ánimo de lucro, es decir, la probabilidad de lucrarse con y tras el conflicto, lo que

determina el incentivo para comenzarlo.

La literatura existente sobre el tema nos indica, si bien no es unánime en sus

conclusiones, que parece existir una cierta correlación positiva y estadísticamente

significativa entre la desigualdad y el conflicto social.

Por lo tanto, se podría concluir que el conflicto social es un proceso social y político,

articulado en democracia en base a los movimientos sociales y (Tilly 1982, Tarrow

1994, McAdam y Marks 1996) que tiene expresiones (que, al igual que el conflicto

social, son dinámicas, históricas y políticas, González Calleja 2009, Tilly 1986, Tilly y

Wood 2009) que incluyen desde las huelgas, las manifestaciones y los boicots, hasta las

acampadas, la organización de cumbres alternativas, los escraches, las ocupaciones de

espacios públicos, los rodeos a instituciones públicas, los boicots, las sentadas, etc. Y

puede ser puede ser analizado en relación con la desigualdad de renta, ya que siendo

ésta la dispersión del ingreso dentro de una sociedad (Terceiro 2006), una excesiva

dispersión llevaría a los grupos sociales a distanciarse y por ello, terminarían

defendiendo intereses cada vez divergentes (Bartels 2009), y en caso de darse las

condiciones objetivas oportunas (Tilly 1978), terminaría por incitar a los grupos a

organizarse y movilizarse (Tilly y Wood 2009) para defender sus intereses por medio de

repertorios de acciones colectivas.

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