Diario del Combate
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A comienzos de 1813, en la isla de
Martín García, fortificada por las
autoridades de Montevideo, se concen-
traba un importante número de sol-
dados, al mando del capitán artillero
Antonio Zabala, quien, según Bartolo-
mé Mitre es un “vizcaíno testarudo, de
rubia cabellera, que a una estatura co-
losal reunía un valor probado”. Allí se
preparaba una expedición fluvial, que
dirigiría el corsario Rafael Ruiz, con el
propósito de destruir las defensas del
Paraná y abrir el camino del Paraguay.
En Buenos Aires, por consejo de una
Junta de Guerra, se decide desarmar
las baterías del Rosario y reforzar las
de Punta Gorda, además de ordenar-
se al coronel José de San Martín que
proteja con sus Granaderos la cos-
ta desde Zárate hasta San Nicolás.
Los atacantes se ponen en marcha ya
avanzado el mes de Enero. Por el Gua-
zú penetran tres naves de guerra de la
escuadrilla montevideana y once em-
barcaciones armadas, con 350 hombres
a bordo, entre tripulantes y soldados. El
28 de enero pasan frente a San Nicolás y
dos días después fondean a la vista del
Rosario. Para impedir un eventual des-
embarco, el comandante militar de la vi-
lla, el oriental Celedonio Escalada, reúne
una cincuentena de milicianos a los que
dará apoyo un cañoncito de montaña.
Por la noche siguen hacia el Norte y en la
madrugada del 31, tras recorrer cinco le-
guas, llegan frente a San Lorenzo, donde
anclan a unos doscientos metros de la
orilla. Según Mitre, “este es el punto en
el que el río Paraná mide su mayor an-
chura. Sus altas barrancas por la parte
del oeste, escarpadas como una muralla
cuya apariencia presentan, sólo son ac-
cesibles por los puntos en que la mano
del hombre ha abierto sendas practi-
cando cortaduras. Frente al lugar ocu-
pado por la escuadrilla se divisaba uno
de esos estrechos caminos inclinados
en forma de escalera. Más arriba, sobre
la alta planicie que coronaba la barran-
ca, festoneada de arbustos, se levantaba
solitario y majestuoso el monasterio de
San Carlos con sus grandes claustros
de sencilla arquitectura y el humilde
campanario que entonces lo coronaba”.
Un centenar de soldados de Zaba-
la desembarca en las primeras horas
de la mañana, llega hasta el convento
y se conforma con tomar unas pocas
gallinas y melones, dado que el gana-
do vacuno había sido llevado al inte-
rior. Y como se acercan los milicianos
de Escalada, la hueste montevideana
volvió a sus barcos. La jornada conclu-
yó con un cañoneo sin consecuencias.
En la noche del 31 de enero, logra fu-
gar de la escuadrilla un preso para-
guayo quien avisa a los milicianos que
Zabala, quien según él no dispone de
más de 350 hombres, se apresta a des-
embarcar para apoderarse de los cau-
dales que cree escondidos en el con-
vento y después, seguir viaje al Norte.
Estas novedades son participadas por Es-
calada al coronel San Martín, quien las re-
cibe sobre la marcha que ha iniciado el 28.
Ese día, cumpliendo órdenes, partió
de Buenos Aires al frente de sus gra-
naderos para marchar por el derrotero
de postas que existían camino de San-
ta Fe: Santos Lugares, Conchas, Arroyo
Pinazo, Pilar, Cañada de la Cruz, Areco,
Cañada Honda Arrecifes, San Pedro, San
Nicolás, Arroyo Seco, Arroyo del Medio,
Rosario, Espinillo y San Lorenzo, ubi-
cada a una legua del convento y a la
que llega el 2 de febrero por la noche.
Se cuenta que fue en una de esas noches
memorables que se vio por primera vez
a este militar, tan austero como apega-
do a la rigidez del uniforme europeo,
desprenderse de su casaca y su falucho,
y cambiarlo por un humilde chambergo
de paja americano, para observar, así
disfrazado, los pausados movimientos
de naves españolas que seguía paso
a paso, hasta llegar a San Lorenzo.
El histórico Combate de
San Lorenzo:datos para
repasar,valorar y
recordar
“Más arriba, sobre la alta planicie que coronaba la barranca, festoneada de arbustos,
se levantaba solitario y majestuoso el monasterio de San Carlos con sus grandes
claustros de sencilla arquitectura y el humilde campanario que entonces lo coronaba.”
iario del CombatD E3 d e f e b r e r o 1 8 1 3 - 2 0 1 3
Acciones previas
aparición de los granaderos sorprende a
Zabala, en una acción que fue redactada
por Rafael Ruiz, integrante de la expe-
dición realista: “Por derecha e izquierda
del referido monasterio salían dos grue-
sos trozos de caballería formados en co-
lumna y bien uniformados, que a todo
galope, sable en mano, cargaban sobre
él despreciando los fuegos de los cañon-
citos, que principiaron a hacer estragos
en los enemigos desde el momento que
les divisó nuestra gente. Sin embargo
de la primera pérdida de los enemigos,
desentendiéndose de la que les causa-
ba nuestra artillería, cubrieron sus cla-
ros con la mayor rapidez atacando a
nuestra gente con tal denuedo que no
dieron lugar a formar cuadro sino mar-
tillo”. Y tras afirmar que la carga inicial
ha sido rechazada y que los granaderos
se retiran, sigue diciendo: “Ordenó Za-
bala su gente a fin de ganar la barranca,
posición mucho más ventajosa, por si el
enemigo trataba de atacarlo de nuevo.
Apenas tomó esta acertada providencia
cuando vio al enemigo cargar segunda
vez con mayor violencia y esfuerzo que
la primera. Nuestra gente formó aun-
que imperfectamente un cuadro por no
haber dado lugar a hacer la evolución
la velocidad con que cargó el enemigo”.
El combate -que no durará más de quin-
ce minutos y quedará decidido en los
primeros tres- pone en riesgo la vida
San Martín y provoca la muerte de va-
rios de sus subordinados. Así, al ser re-
cibida con un nutrido fuego la columna
que encabezaba el jefe criollo, su caba-
llo, herido, lo derriba a tierra y le opri-
me una pierna al caer. Un arma blanca
hace una leve herida en su rostro, y un
invasor se apresta a rematarlo con su
bayoneta. Con un certero lanzazo salva
la situación el puntano Baigorria en tan-
to que el correntino Juan Bautista Ca-
bral desmonta y, con tanta fuerza como
serenidad, libera a su coronel del peso
que lo sujeta, para caer a su vez con dos
heridas mortales. Bermúdez será grave-
mente herido por un disparo hecho des-
de las naves al mandar como jefe una
segunda carga (porque San Martín tenía
un brazo dislocado a raíz de su caída). Y
el teniente Manuel Díaz Vélez, tras des-
barrancarse, recibirá tres heridas -una
de bala en el cráneo y dos bayoneta-
zos en el pecho- y quedará prisionero.
Al inmediato deceso de Cabral
se agregan días después, en el conven-
to, las de algunos soldados y Bermúdez
quien, herido y quebrado en una pierna,
falleció el 14 de febrero, mientras con-
valecía. Díaz Vélez no logró recuperarse
de sus heridas y murió el 20 de mayo. La
jornada le costó a los Granaderos quince
muertos, veintisiete heridos y un prisio-
nero que fue canjeado al día siguiente
por Díaz Vélez y tres lancheros paragua-
yos capturados por los corsarios antes
del combate. Como trofeos quedan dos
cañones, cincuenta fusiles, cuatro ba-
yonetas y una bandera, tomada por el
teniente Hipólito Bouchard. Los espa-
ñoles dejaron en el campo de batalla
cuarenta muertos y sufrieron trece he-
ridos, entre ellos Zabala, su jefe, quien
vuelve a desembarcar en la mañana del
4 de Febrero para parlamentar. El 5, los
montevideanos cambian el rumbo y se
marchan río abajo. En este día, pasadas
las 12, la noticia del éxito llegará a Bue-
nos Aires, donde se la celebra con una
salva de artillería y repique de campa-
nas. El 6, San Martín redacta un segun-
do parte y comunica que, aunque con-
sidera que el enemigo no podrá repetir
sus invasiones, destaca una vanguardia
para que los vigile, mientras que el res-
to de sus tropas emprenderá el regreso.
No lo hará sin antes visitar a los heridos
y despedirse de los conventuales a los
que manifiesta afecto y agradecimiento.
Pasada la medianoche, las tropas
penetran en el predio rural de los
franciscanos y, con el despuntar del
día, llegan al convento ocupando sus
patios. No encuentran a casi nadie
porque la mayoría de los religiosos se
habían marchado dos días antes por
la amenaza de nuevos desembarcos.
San Martín cuenta con 120 granaderos y
los 50 milicianos de Escalada. Sabe que
Zabala tiene el doble de efectivos, pero
duda de que a los montevideanos les to-
que la mejor parte. Y a poco de llegar al
convento, se pone a estudiar el terreno.
Dice Mitre que “Por la parte del monas-
terio que mira al río, se extiende una
alta planicie horizontal, adecuada para
las maniobras de la caballería. Entre el
atrio y el borde de la barranca acanti-
lada, a cuyo pie se extiende la playa,
media una distancia de poco más de
300 metros, lo suficiente para dar una
carga a fondo. Dos sendas sinuosas, una
sola de las cuales era practicable para
la infantería formada, establecían la
comunicación, como dos escaleras, en-
tre la playa baja y la planicie superior”.
Reconocido el terreno, con el amanecer,
San Martín ubica a sus granaderos tras
muros y tapias, con los caballos ensi-
llados y las armas preparadas. Desde el
campanario ve, siendo ya las cinco de la
mañana, que de las naves se despren-
den lanchas con tropas rumbo al llama-
do puerto de San Lorenzo, lugar ubicado
al pie del barranco y cercano a la desem-
bocadura del arroyo homónimo. Como
en ese lugar la orilla es menos escarpa-
da que frente al convento, la pendiente
facilita el paso a los 250 infantes de Za-
vala y el rodar de la artillería, formada
por dos piezas de a cuatro. Media hora
después, ya se ve asomar por el borde
de la barranca a los atacantes, formados
en dos columnas. Tras descender del
campanario, el coronel ordena a los gra-
naderos montar a caballo y no disparar
un tiro, confiándolo todo a los sables y a
las lanzas. Con su célebre sable corvo en
la mano derecha arenga a quienes van
a recibir su bautismo de fuego y con-
cluye diciendo: “Espero que tanto los
señores oficiales como los granaderos
se portarán con una conducta tal cual
merece la opinión del Regimiento”, y se
pone de inmediato al frente de una de
las dos divisiones en que ha repartido
a la tropa, en tanto que con la otra hace
lo propio el capitán Justo Bermúdez. El
coronel atacará al enemigo de frente,
en tanto que su segundo, dando un pe-
queño rodeo, lo hará por el flanco de los
infantes para impedirles la retirada. La
El Combate
diciendo: “espero que tanto los señores oficiales como los granaderos se portarán con una conducta tal cual merece la opinión del Regimiento”
“Con un certero lanzazo salva la situación el puntano Baigorria en tanto que el correntino Juan Bautista Cabral desmonta y, con tanta fuerza como serenidad, libera a su coronel del peso que lo sujeta, para caer a su vez con dos heridas mortales.”
Para valorar la importancia del com-
bate del 3 de febrero de 1813, se pue-
de recordar lo expresado por el histo-
riador español Mariano Torrente, quien
sostiene que, hasta que se produjo el
Combate de San Lorenzo, los marinos
españoles contaban el número de sus
éxitos por el de sus empresas, pero que al
chocar con un jefe valiente y afortunado
como San Martín, conocieron la derrota.
Agrega que el triunfo logrado por el jefe
americano le dio arrogancia militar y
estímulo para realizar otras empresas.
Por su parte, José Pacífico Otero dice
que este éxito no fue una gran victoria
en el sentido militar propiamente di-
cho, “porque con un entrevero de 400
hombres, entre atacantes y atacados, se
libra un combate, pero no se libra una
batalla. Hay triunfos, sin embargo, que,
siendo pequeños en apariencia, lo son
grandes por sus efectos trascenden-
tales, y esto sucedió con San Lorenzo,
combate en el cual con sólo dos car-
gas San Martín liquidó al enemigo en
un brevísimo espacio de tiempo, a pe-
sar de lo cual, en su enorme modestia,
califica sólo como un “escarmiento”.
Consecuenciasdel Combate
Al analizar los hechos históricos que están ínti-
mamente vinculados a nuestra pasión nacional y
en los que fueron protagonistas los hombres de indu-
bitable patriotismo, que quedaron para la posteridad
como los próceres más sobresalientes, muchas veces
en el afán de rendirles el merecido homenaje quedan
en un segundo plano los hechos que hilvanan nuestra
historia como nación, no tanto como un olvido inme-
recido, sino más bien como sepultados por la excesiva
carga emotiva que brota del acto mismo de recordar.
El combate de San Lorenzo del 3 de febrero de 1813, el
primer acto de armas de San Martín en América, ha
sido analizado por innumerables historiadores, desde
la pluma prolífica de Mitre hasta los estudios más con-
cienzudos que tienen su génesis en las voces autori-
zadas de institutos y academias dedicadas a exaltar y
difundir la vida y la obra sanmartiniana. Pero más allá
de esto, incluso de todos los detalles y anecdotarios,
resulta estimulante para el conocimiento histórico di-
fundir aquellos aspectos que dijimos están sepultados
por nuestra vocación compulsiva a generar actos repe-
titivos, como ritos de ciertos mitos que han perdurado
a lo largo de los siglos. Y San Martín y su epopeya están
inscriptos justamente en esa aureola de mistificación
que caracteriza a los pueblos sabios que, como decía
Alberdi, si “olvidan sus tradiciones pierden la concien-
cia de sus destinos”, pues “los que se elevan sobre sus
tumbas gloriosas son los que mejor edifican su porve-
nir”. Tal vez, para poder edificar mejor nuestros des-
tinos necesitemos conocer todavía más detalles para
no olvidar que aquellos que construyeron la patria con
sus esfuerzos y con sus vidas, fueron como nosotros,
con accesos de broncas rebeldes por las injusticias
de la época, pero que nunca dudaron a la hora de las
grandes decisiones, a la hora de acudir cuando la his-
toria cotidiana termina y comienza la otra historia, la
que se convierte en epopeya por el sólo hecho de la
voluntad y la determinación de los hombres que estu-
vieron en el lugar y en el momento justos para luchar
por los ideales. Los acontecimientos que precedieron
al combate de San Lorenzo fueron dando la pauta de
las intenciones de los enemigos, que era tratar de sos-
tener el sitio de Montevideo con provisiones que logra-
ban a través de saqueos sobre las costas de los ríos que
desembocan en el mar. En realidad, la importancia mi-
litar del combate no fue de gran trascendencia, ya que
como se sabe la escuadra realista, luego del combate
continuó su viaje merodeando por las costas del Para-
ná. Pero, por supuesto, es de trascendencia histórica
por haber sido la primer y única pelea de San Martín
en suelo argentino, y con lo que esto significó para un
pueblo sumido todavía en los albores de la indepen-
dencia. Aunque los patriotas lograban mantener el
sitio en Montevideo, hasta el punto de que el 31 de di-
ciembre de 1812 el general realista Vigodet ordenó in-
tentar romper el cerco, acción que fue repelida por las
La marcha hacia el Combate de
San Lorenzo
fuerzas al mando del coronel José Rondeau, Montevi-
deo era el puerto estratégico por donde partía la fuer-
za naval realista para hostigar las costas del Paraná,
el río Uruguay y hasta para realizar esporádicos bom-
bardeos a Buenos Aires. Es de imaginar el terror que
infundían a las poblaciones costeras, con sólo tener
presente los cañoneos, asaltos y saqueos producidos
en octubre de 1812 en las localidades de San Pedro y
San Nicolás. San Martín y sus granaderos estaban en-
cargados de la seguridad de la zona norte de la capital
y hacia fines de 1812 ya estaba formado el regimiento
que entraría por la puerta grande de la historia. Los
acontecimientos se estaban sucediendo a un ritmo
más veloz de lo acostumbrado, los realistas necesita-
ban continuo abastecimiento y en sus planes estaba el
de llegar hasta Paraguay para interrumpir el comercio
y en su viaje por el Paraná tratar de destruir la bate-
ría que los patriotas habían erigido en Punta Gorda
(actual Diamante), a las órdenes del Coronel Marcos
Balcarce, pues allí el río se estrecha y es paso obligado
para la navegación. Los rumores de que en la isla Mar-
tín García los realistas habían reunido tropas para ini-
ciar una expedición hacia el norte por el río Paraná ha-
bían llegado a oídos de San Martín. Esto se confirmó el
26 de enero cuando desde San Nicolás de los Arroyos
informaron sobre el paso de diez buques enemigos. Ya
no existían dudas sobre lo que estaba ocurriendo en el
río Paraná. San Martín se encontraba en el Retiro y las
órdenes que había recibido de parte del gobierno de
Buenos Aires el 28 de enero de 1813 le otorgaban am-
plio criterio para evaluar la situación y actuar en base
a los movimientos realizados por el enemigo, de quien
se suponía tenían como objetivo Punta Gorda o Santa
Fe. Como en estos días, en aquel verano de 1813, el ca-
lor imperaba por sobre todo acontecimiento humano
y era inevitable que cualquier empresa de caballería
debiese ser llevada a cabo de noche. Los semblantes
recios de los granaderos entrenados en el arte del
combate por el mismo Coronel San Martín, esperaban
la orden de su jefe para partir de inmediato en una
marcha hacia la historia de los mitos. Ahora el silen-
cio se apoderaba de El Retiro porteño y el ruido de ca-
ballos, sables y voces de guerra viajaban hacia el norte
acompañados de un mesurado viento sur, el mismo
que en esas horas decisivas ayudaba a las naves ene-
migas a remontar la implacable correntada del Paraná.
El primer inconveniente que tuvo San Martín fue en
su primer parada en Santos Lugares, cuando al lle-
gar, el Maestro de Postas le comunicó que no había re-
cibido el aviso de preparar la caballada de reemplazo y
a las 8 hs. del 29 de enero todavía no había podido salir
de ese sitio. Previendo situaciones similares mandó al
oficial Angel Pacheco a que se adelantase a las demás
postas para tener listos los caballos de reemplazo.
El 30 de enero por la noche llegan a Río Areco, distan-
te 130 km de Santos Lugares. En una carta enviada a
su superior, el cura párroco Presbítero Doctor Grego-
13 años de campañas por todas esas américas, como
ellos decían, a deponer sus armas en el parque don-
de las habían tomado, anunciando que no quedaba
un español armado en todo el continente. Sus armas
y sus estandartes formaron un trofeo en la sala de
armas. La tarea estaba terminada. No sabemos si la
patria le dio las gracias. Siete soldados volvieron, los
únicos que quedaban vivos o reunidos en cuerpo de
los que salieron Del Retiro. De estos sí sabemos que
no fueron distinguidos por pensión ni gracia alguna”.
Pero así y todo, hasta Sarmiento omite sus nombres,
seguramente por desconocimiento, lo que convertía
aún más triste el olvido que todo un pueblo tenía so-
bre estos hombres y, por otro lado, la gran deuda para
con ellos de parte de la posteridad. Los investigadores,
tras más de veinte años de hurgar en los legajos y ar-
chivos, pudieron rescatar del olvido los nombres de los
granaderos, que fueron publicados en el Diario Clarín
el 17 de abril de 1966 con el título “Siete sables para
una gesta”. Pero aún así, para muchos es un descono-
cimiento y un olvido. Hoy, gracias al trabajo realizado
por Genaro Dorto, podemos seguir recordando a estos
siete granaderos que combatieron en San Lorenzo y
Al cumplirse el 190 aniversario del Combate de
San Lorenzo, el sanmartiniano Genaro Angel Do-
mingo Dorto, presentó un trabajo en el que reitera la
inquietud de “Salvar del olvido la acción de los siete
valientes, que un triste lunes 13 de febrero de 1826 lle-
gaban a Buenos Aires convertidos en sombra espectral
de aquellos soldados formados por San Martín”. Se re-
fiere a siete granaderos que partieron junto a San Mar-
tín de El Retiro en Buenos Aires rumbo a San Lorenzo,
donde se produciría el combate del 3 de febrero de
1813. De ahí en más, estos siete granaderos participa-
ron de todas las campañas militares durante trece años
y sobrevivieron a quién sabe cuántas vicisitudes que
puede llegar a imponer el destino en tamaña proeza.
El Regimiento de Granaderos a Caballo fue disuelto
por un decreto de Rivadavia y sus soldados disper-
sos en varios regimientos. Los nombres de estos siete
granaderos nunca se conocieron hasta que el trabajo
de investigación del historiador Enrique Walter Phi-
lippeaux, con la colaboración del Teniente Coronel
Ulises Mario Muschietti, dieron sus frutos y pudieron
saber los nombres de aquellos soldados olvidados. En
La Gazeta de Buenos Aires, el 17 de febrero de 1826
daba cuenta de la llegada de “los restos del Ejército de
los Andes, conducidos desde el Perú por el Coronel de
los Granaderos a Caballo Dn. Félix Bogado”, pero en
esa editorial de La Gazeta no se daban los nombres. En
la monumental obra de Bartolomé Mitre, “Historia de
San Martín”, tampoco se hace referencia a los nom-
bres de los siete granaderos que habían participado
desde el inicio de la gesta sanmartiniana. Hasta el
mismo Domingo F. Sarmiento, en 1857 escribía que
“Los Granaderos a Caballo son la epopeya de la revolu-
ción y de la independencia. En 1826, un día los vecinos
de Buenos Aires acudían en tropel a ver entrar a 120
hombres al mando del Coronel Bogado, últimos restos
de los Granaderos a Caballo, que volvían después de
“Siete sablespara una
gesta”
La Marcha
rio José Gómez, amigo de San Martín, da cuenta de un
accidente que tuvo cuando salió al encuentro de los
patriotas para entregar unos 100 caballos junto con
el Alcalde Manuel Vicenter. Al escapar los caballos de
su coche como consecuencia de la llegada formidable
de los granaderos y de la caballada espantada por el
encuentro, fue a dar con el tronco de un nogal, pero
fue socorrido por el Capitán Justo José Bermúdez y
el propio Coronel San Martín que corrió en su ayuda.
A 100 km de este último lugar, en San Pedro, la colum-
na de granaderos se detuvo para descansar y alimen-
tarse. Luego llegarían a la posta Las Hermanas, situada
en San Nicolás de los Arroyos. Por un propio relato de
San Martín escrito en 1827, el día 1 de febrero de ese
1813, junto con el oficial Portaestandarte Angel Pache-
co, que había enviado a adelantarse para asegurarse
los caballos de reemplazo, se adelantaron disfraza-
dos de paisanos y reconocieron “La escuadra enemi-
ga fondeada enfrente del Convento de San Lorenzo”.
Mientras tanto las tropas avanzaban raudamente y ya
estaban en la Capilla del Rosario, luego de haber re-
corrido desde San Pedro unos 145 km. Finalmente, a
las diez de la noche del 2 de febrero los granaderos
llegaban al Convento San Carlos de San Lorenzo. Ha-
bían recorrido en cinco días, desde la noche del 28 de
enero hasta la noche del 2 de febrero, 420 km, por lo que
es considerada la marcha forzada de caballería más
rápida de la historia. Al otro día, se produciría el hecho
histórico de San Lorenzo, el Combate del 3 de
Febrero de 1813. Hasta ese momento el Con-
vento se alzaba imponente sobre un disper-
so caserío y contrastaba con la inmensidad de
la llanura, poblada de pastizales, soledad y silen-
cio. Un silencio quebrantado el 2 de febrero con la
irrupción de las tropas al mando del coronel San
Martín. De ahí en más, el Convento y la ciudad se
alzarían imponentes frente a la historia por venir.
Fuente:
• Coronel Héctor Juan Piccinalli, “San Martín: Del Retiro a San Lorenzo”, Revista Nº 92 de la Es-cuela Superior de Guerra, Marzo-Abril de 1980.
• Fray Herminio Gaitán, “Combate de San Lorenzo”, Im-prenta del Congreso de la Nación, 2º edición, Julio de 1999.
continuaron de la misma manera durante trece lar-
gos años de nuestra historia argentina y americana.
Los nombres de los granaderos son:
- Coronel José Félix Bogado
- Coronel Paulino Rojas
- Tte. Coronel Francisco Olmos
- Sargento Patricio Gómez
- Sargento Francisco Bargas
- Sargento Damasio Rosales
- Trompa Miguel Chepoya
Genaro Dorto sostiene la necesidad de realizar un mo-
numento en San Lorenzo para que queden inmortali-
zados estos siete granaderos, y desde hace veinte años
que viene pregonando por este proyecto, aunque sabe
que los sanlorencinos no serán los primeros en hacer-
lo, porque en un encuentro sanmartiniano realizado en
Posadas, Misiones, en noviembre del 2003, se encontró
que en el Regimiento de Monte 30 “Coronel José Félix
Bogado”, en la localidad de Apóstoles de esa provincia,
se halla una placa con el nombre de los siete granaderos.
Celedonio Escalada y
sus valientes milicianos
Todos conocen la gesta de San Martín en San Lorenzo (o por lo menos hay de-masiados elementos para conocerla) y nadie duda de la relevancia del combatedel 3 de febrero de 1813 y de la valen-tía con que lucharon los granaderos que desde El Retiro en Buenos Aires realiza-ron una de las marchas más forzadas de la historia de la caballería militar para llegar a San Lorenzo y combatir a la armada realista. Hay hechos heroicos y nombres de héroes que han quedado inmortalizados. Muchos historiadores abordaron el tema a fondo o superficial-mente, con rigurosidad o con ligereza, pero siempre conociendo y destacan-do la mayoría de los hechos relativos al combate, tanto durante como antes y después. Algunos hechos y circuns-tancias han sido exagerados en pro del realce de la figura del Libertador y de su
gesta libertadora a lo largo de América, pero esto es una cuestión entendible cuando se trata de hablar de una de las figuras más emblemáticas de los albores de nuestra independencia. Sin embargo, existen esos otros acontecimientos que han quedado olvidados en la historia y que muchas veces cuesta hacerlos su-bir a la superficie debido al aplastante peso de las epopeyas, que de por sí so-las generan una huella imborrable en la memoria de los pueblos. En un exce-lente trabajo publicado en la Revista de la Escuela Superior de Guerra de mayo-junio de 1973, su autor Marcelo Bazán Lazcano (*), realiza un pormenorizado estudio sobre un aspecto poco conoci-do del Combate de San Lorenzo, y que es la actuación del comandante militar del Rosario Emeterio Celedonio de Esca-lada y Palacios y sus 50 milicianos que participaron de la gesta de San Lorenzo. El autor se detiene en el aspecto militar del hecho histórico, lo que le permite analizar en detalle todas las narracio-nes tanto de los historiadores como la de los comentaristas contemporáneos al combate e intenta demostrar que los granaderos no fueron los únicos que combatieron, aunque fue mérito de los mismos el triunfo del encuentro de ar-mas con la armada realista gracias a lacapacidad estratégica de San Martín. En este sentido, el autor manifiesta que a nuestro juicio, se ha interpretado mal o simplemente ignorado lo que consta y resulta de testimonios documentales
que constituyen fuente de consulta fi-dedigna y permiten resolver claramente el punto. Los historiadores que se han ocupado o han estudiado el combate de San Lorenzo, han preferido valerse de una interpretación simplista y muchas veces superficial, para sostener una na-rración equivocada, en el empeño de se-guir la letra exacta del parte patriótico fechado en San Lorenzo el mismo día de la acción. Cada autor va relatando las vi-cisitudes del combate, ya sea recurrien-do a fuentes documentales o repitiendo lo que afirmaron otros autores, sin si-quiera detenerse a analizar o cuestio-nar muchas contradicciones y errores que se fueron repitiendo a lo largo de los diferentes escritos. Y por supuesto con el cuidado de no indagar demasia-do en los partes escritos por San Martín y en lo narrado por Mitre en su prolífica obra sobre el libertador, seguramente por el pudor de no contrariar en estos puntos a dos personalidades como las antes nombradas. El único que planteó la gran pregunta sobre los milicianos de Escalada fue Bartolomé Descalzo, que dijo “Nada se conoce de lo que hicieron aquellos bravos 50 milicianos de D. Ce-ledonio Escalada, comandante militar del Rosario, durante el combate de los granaderos. Sin embargo, algo tienen que haber hecho, pues San Martín re-comienda su comportamiento al go-bierno: «que demostraron valor y amor al país»”. Se ha expresado en muchos trabajos que los milicianos participaron solamente en cuidar heridos o custo-diar el convento. El parte mismo de San Martín nada dice de los milicianos ni mucho menos de su cañón de montaña que sabían manejar con pericia. No obs-tante, San Martín, en su segundo parte del 6 de febrero recomienda al coman-dante Escalada y al teniente Piñero, por haber prestado cuantos servicios han sido necesarios. Asimismo, el parte con-feccionado por el comandante realista el Capitán General Rafael Ruiz y Ruiz, al jefe de la Plaza de Montevideo, men-ciona a combatientes milicianos con un cañón de campaña en el medio de la re-friega. Pero lo más trascendente y con mayor valor es el testimonio del prisio-nero Francisco Guillot, quien afirma en su obra “Episodios de la Independencia” que Escalada y los milicianos ocuparon el centro de las fuerzas comandadas por San Martín y que cuando el jefe de los realistas gritó ¡Viva el Rey!, Escala-da gritó ¡Viva la Revolución!, dando de esta manera comienzo al combate. De trascendental importancia resulta tam-bién lo apuntado por el historiador lo-cal Marcos Rivas en su “Historia de San Lorenzo”, que también lo destaca Ba-zán Lascano, cuando Rivas entrevistó a Bienvenida Palacios de Roldán, hija de Nazario Palacios quien fuera un testigo y actor directo del combate. La anciana tenía el testimonio directo de su padre y manifestó que cuando los realistas se refugiaron en las barrancas para man-tener la resistencia, San Martín utilizó una técnica araucana de combate que consistía en atar un lazo a la cincha de dos caballos para arrastrar y desba-rrancar a los enemigos. Bazán Lascano afirma con tino que cuesta admitir que
los granaderos llevaran lazos en sus recados. Por el contrario, no es dudo-so que los treinta milicianos a caballo tuvieran este elemento en sus aperos. En el parte de San Martín fechado el 6 de febrero también consta oficialmente que esa compañía armada de 22 fusiles, y el resto de chusa y algunos sablecitos y pistolas... y 30 hombres más, también armados de chusas, y algunas pistolas...
y cañoncitos de montaña, combatieron en San Lorenzo. El autor Marcelo Bazán Lascano afirma de manera contundente que ninguna duda puede existir de que ESCALADA y sus milicianos pelearon en el combate de San Lorenzo. La base in-conmovible de nuestra tesis y la fuente de donde surge la verdad de lo que afir-mamos lo constituye este segundo par-te oficial del combate, claro, terminante y que no ofrece ninguna duda al respec-to. El hecho concreto que surge de estos análisis y de la información proporcio-nada por las fuentes antes citadas, es que los realistas sabían que se iban a enfrentar con fuerzas de milicianos que no eran profesionales de la lucha y que el jefe realista de las tropas, el capitán Zabala ordenó a su gente en el mejor orden, precaución que le sirvió para no ser sorprendido, dice el parte realis-ta. ¿Y cuál era la posible sorpresa?. La presencia de tropas del gobierno revo-lucionario. Por eso San Martín utilizó a los milicianos de Escalada para esperar de frente a las tropas realistas y dar la impresión de que un grupito de volun-tarios intentaba defender el Convento, y así los granaderos divididos en dos co-lumnas saldrían por izquierda y por de-recha del monasterio en un ataque sor-presivo, envolvente y simultáneo que aniquilaría al enemigo. Pero dejemos a Bazán Lascano que culmine con su re-lato acerca de la hipótesis sobre estas consideraciones del combate de San Lo-renzo: La parte del terreno que el cañón debía recorrer ante la vista del enemigo, era de fácil transitabilidad, lo que hacía ventajoso su avance o retroceso, según la conveniencia de una u otra opera-ción. El cañón actuó en una zona par-
Nadie sabe quien lo plantó aunque es
seguro que su origen está estrecha-
mente ligado a la historia de los frailes
franciscanos que se instalaron en la
zona dando origen a la actual ciudad
de San Lorenzo. Fray Teófilo Pinillos se
pregunta: ¿Quién plantó el famoso pino
de San Lorenzo?. No se puede dar una
respuesta, no digo terminante, pero ni
siquiera hipotética. Más allá de todo,
su transformación de simple árbol do-
méstico -quizás mojón marcando un
punto cardinal en la extensa propie-
dad de la Orden religiosa- en un mito
viviente, la justifican los historiadores
en su relación con el Padre de la Patria.
Con su pluma siempre inflamada de
poesía, Bartolomé Mitre se refiere al
más famoso de los árboles argentinos
hablando del Pino añoso a cuya sombra,
según cuenta la tradición, descansó San
Martín el 3 de Febrero de 1813 después
de la jornada de aquel día, bañado en
su propia sangre y cubierto con el pol-
vo y el sudor de la victoria. Y luego lo
señala como símbolo del paso inicial
de la gesta libertadora: Allí alcanzó San
Martín su primer triunfo americano y
aquel pino marca el punto de partida de
su gran campaña continental, cuyo tea-
tro de operaciones fue la América meri-
dional, a través de ríos, pampas, mares
y montañas. Y hasta el final, el Pino se
acercó a la figura del General José de
San Martín. Los gajos del pino histórico
de San Lorenzo ornaron su féretro, en-
trelazados con una corona de oro y pla-
ta que le votó el pueblo de San Lorenzo
en el día de sus funerales al ser repatria-
dos sus restos a Buenos Aires en 1880,
según cuenta también Bartolomé Mitre.
Meticuloso, el Dr. Melitón Hierro habla
del árbol histórico de mayor populari-
dad de la República Argentina y el más
conocido, y con minuciosidad detalla
que está ubicado a unos 680 metros o
sea cuatro cuadras y media del filo de la
barranca del río Paraná hacia el Oeste;
y a unos 2920 metros o sea a veintisiete
cuadras y media al Sur del arroyo San Lo-
renzo (...). Actualmente la ubicación del
Pino de San Lorenzo está sobre la Ave-
nida General San Martín, antes llamada
General López, entre las calles Belgrano
El HistóricoPino
ticularmente expuesta a las fluctuacio-nes del combate y fue maniobrado por los milicianos, únicos experimentados en su manejo. ESCALADA, que conocía perfectamente el terreno, debió indicar con anticipación a SAN MARTIN los lu-gares que la pieza ocuparía durante la lucha, según fueran los movimientos del enemigo. Las columnas realistas, apoyadas eficazmente por la artillería de sus buques, avanzaron con rapidez, ya que apenas eran molestadas por el
fuego del pequeño cañón. El enemigo ha mordido el anzuelo. La pieza de los mi-licianos retrocede, y los invasores con-tinúan avanzando. Es entonces cuando hace su aparición SAN MARTIN. Y tam-bién entonces que se pone en eviden-cia con cuánta habilidad ha organizado el intrépido coronel su ataque, y cuán decisivo ha sido para el éxito la inter-vención del pequeño cañón miliciano. El golpe aniquilador sobre el flanco iz-quierdo realista estuvo a cargo del es-
cuadrón del capi-tán BERMUDEZ, quien llevaba or-den de cortar la retirada del ene-migo. La mayor distancia que re-corrió esta fuer-za impidió que su carga fuera simultánea con la ejecutada por SAN MARTIN, cuyo escuadrón fue el primero en enfrentar a las columnas de ZABALA, por el lado derecho. El ataque de este escuadrón sor-prendió al ene-migo, que con-fundido, no pudo formar el cuadro dispuesto por su jefe. Con todo,
ZABALA consigue por un momento pa-rar la carga de BERMUDEZ, y organizan-do como puede sus columnas, empren-de la retirada hacia las barrancas, donde, “considerando el terreno ventajosopara maniobrar y defender su gente”, se hace “firme” y espera a los granaderos. Una nueva carga de estos se produce, recibida “con el mayor valor” por los rea-listas que ocupan una posición ventajo-sa y segura y hacen empleo de sus fu-siles contra los granaderos que sablean a muchos de ellos, pero sufren también “considerable destrozo de muertos y heridos”. En tal situación avanzan los milicianos armados de fusiles, soste-niendo su cañón este movimiento so-bre la tropa realista que se hallaba en disposición de rechazar a los grana-deros y resultó después arrollada porel vigoroso y casi simultáneo ataque de las dos fuerzas. Aquí tomaron segura-mente parte activa el valiente coman-dante ESCALADA y los no menos me-recedores de este calificativo, teniente Felizardo PIÑERO y “granaderos volun-tarios” Vicente MARMOL, Julián CORBE-RA, Manuel ISAZA y Pedro SALCES. Tal como opinan la mayoría de los historia-dores aunque la intención de San Mar-tín era que la carga de las dos columnas fueran simultánea, Bermúdez tardó un poco más y dio tiempo a los realistas a que se rearmaran sobre las barrancas, por lo que la táctica de aniquilamiento total no tuvo los resultados esperados. El hecho de armas de San Martín en San Lorenzo no tuvo una relevancia militar de magnitud, y muestra de ello es que
los españoles continuaron merodeando las costas y saqueando en algunos luga-res inclusive en junio y agosto del mis-mo año, cuando en Zárate al mando del mismo Zabala se llevaban gran cantidad de ganado, un pelotón de granaderos al mando del alférez Angel Pacheco los ata-có e impidió que se llevaran el botín. En noviembre del mismo año todavía había embarcaciones realistas en el Paraná y el Uruguay, y a tal punto saqueaban que el gobierno de Buenos Aires dispuso dos meses antes que el ganado de Quilmes, San Isidro, Zárate, Baradero, San Pedro, San Nicolás y Rosario fuera retirado cuatro leguas de las orillas del Paraná.
(*) El trabajo lleva por título “Combate
de San Lorenzo” y el mismo había
sido presentado en el Primer Congreso
Internacional de Historia Militar Argentina,
organizado por el Instituto de Historia
Militar de la Escuela Superior de Guerra
realizado en Octubre - Noviembre de 1970.
por el Sur y Artigas por el Norte, a 26 me-
tros de la esquina de la calle Belgrano y
que corresponde a la numeración par
del N° 1530 de la mencionada Avenida.
El propio Dr. Hierro nos recuerda que a
pesar de su ligazón con la historia, luego
del paso de San Martín y sus Granade-
ros en aquellos días de Febrero de 1813,
durante muchas décadas el Pino siguió
siendo un simple árbol más, solo resal-
tado en ocasiones para la celebración
de Misa a su sombra, pero a la mirada
de los primeros vecinos nada lo desta-
caba como un verdadero monumento.
El 28 de octubre de 1902, concurre a San
Lorenzo el entonces Ministro de Guerra
de la Nación, Coronel Pablo Ricchieri,
Ligado a la “Historia Grande”
Pero volviendo atrás en la historia, re-
cordando su indescifrable origen, otro
destacado historiador, el Dr. Roberto
Biraghi, señala que “sea como fuere,
el nacimiento del Pino se pierde en la
hondura de los tiempos coloniales,
contando a lo menos más de dos si-
glos y medio de vida (...) Pero desde
antes del Combate de 1813, era la pre-
sencia más alta en la pampa agreste”.
Refiriéndose al episodio que puso al
Pino en la historia, el Dr. Biraghi refie-
re que “siempre joven, enhiesto, desde
un ardiente cielo, su abundante sombra
recogió paternalmente a un Libertador
que dictaba la noticia de la gloria a Ma-
riano Necochea, quien nerviosamente
escribía; y es el mismo oficial que la
llevará de una sola galopada a la incré-
dula Buenos Aires. Allí, en ese preciso
instante, termina la historia cotidia-
na de nuestro Pino y comienza la His-
toria Grande y también su leyenda”.
En ocasión de la presencia del Pa-
dre de la Patria en este suelo, el
Convento San Carlos presentaba nota-
bles diferencias a como lo conocemos
hoy. Por ejemplo, su entrada principal
no estaba mirando al río, sino en su
actual espalda. Así lo cuenta Fray Her-
minio Gaitán: “con anterioridad a 1818
–y desde 1795- la portería del convento
estaba ubicada en dirección al Oeste. En
la noche del 2 de febrero de 1813 pene-
traron los granaderos por el portón del
“allí alcanzó San Martín su primer triunfo americano y aquel pino marca el punto de partida de su gran campaña continental cuyo teatro de operaciones fue la América meridional, a través de ríos, pampas, mares y montañas”.
REDACCIÓNDr. Poucel 1078(2200) San Lorenzo - Sta FeTelefax (03476) 423771E-Mail: [email protected]@periodicosintesis.com.arwww.periodicosintesis.com.arPropiedad Intelectual Nº 340488
EDITORESCésar F. Ríos GallarettoReinaldo Diaz
PRODUCCIÓNDiego [email protected]
DISEÑOAlejandro [email protected]
trayendo la Bandera de Los Andes que
desde Mendoza había sido trasladada
a Rosario, luego a San Lorenzo, para
ser llevada a Santa Fe. Ese homenaje
del ilustre hijo de San Lorenzo, quiso
brindárselo a su pueblo natal, en don-
de depositó la Bandera de los Andes a
la sombra del glorioso Pino, ante cuyas
dos reliquias se efectuó un emotivo acto
cívico-militar, con discursos, desfile de
tropas y numerosa y calificada concu-
rrencia (...). El Coronel Ricchieri, ante
el deplorable aspecto que presentaba
la pequeña plazoleta que guardaba en
su interior el Pino de San Lorenzo (...)
sólo protegido por un simple alam-
bre tejido, ordenó que se construyera
Oeste que quedaba a solo 200 metros
del camino real, hoy avenida Manuel
Dorrego (...) Por ese portón salieron y
regresaron la tropas al mando del co-
ronel San Martín. Por ese acceso fue-
en el Arsenal Principal de Guerra de
Buenos Aires, una artística verja, que
circundaba no sólo el frente de la pla-
zoleta, sino parte del lado Norte. Esta
verja fue colocada el 3 de octubre de
1904, asegura el Dr. Melitón Hierro.
Tiempo después, el Pino recibiría otra
sustancial mejora en su entorno. El
Dr. Hierro rememora que en Agosto de
1923, el Director General de Arsenales
de Guerra, General de Brigada José L.
Maglione, ordenó al Director del Arse-
nal San Lorenzo Teniente Coronel Luis
E. Schulze, después de la visita que
efectuó a San Lorenzo el presidente de
la Nación Dr. Marcelo T. De Alvear en
Agosto de 1923, la construcción de una
pequeña verja en reemplazo del cerco
de alambre que circundaba el tronco
del Pino a unos tres metros del mis-
mo (...) Esta verja se construyó y colo-
có en septiembre de 1923 y protegían,
con la colocada en 1904 con una do-
ble separación, al Pino de San Lorenzo.
Pero con el devenir del Siglo XX, la pla-
zoleta del histórico árbol, recibiría nue-
vas mejoras. Aquí también el Dr. Melitón
Hierro, es quien señala que el 22 de Junio
de 1934 por iniciativa de la Junta Parro-
quial de la Acción Católica Argentina de
San Lorenzo, se solicita al Director del
Arsenal san Lorenzo, Coronel Ramón R.
Espíndola, la construcción y donación
al pueblo de San Lorenzo, de un mástil
para instalar dentro de la plazoleta del
Pino Histórico. Las autoridades del Ar-
senal acceden a tal pedido (...). El 13 de
Julio de 1934, por iniciativa del entonces
Presidente de la Comisión de Fomen-
to de San Lorenzo Dr. Carlos Poucel, se
gestiona a las autoridades del Convento
San Carlos, la cesión de un espacio jun-
to al Pino para ampliar y hermosear el
recinto y dar necesaria cabida al más-
til que se estaba construyendo. (...) Los
trabajos se terminaron el 20 de octubre
de 1934. La inauguración de la amplia-
ción de la plazoleta y del mástil se efec-
tuó el domingo 28 de octubre de 1934”.
Algunos años después, el Pino de San
Lorenzo era declarado árbol histórico
por decreto del Poder Ejecutivo Nacio-
nal N° 3088 del 30 de Enero de 1946.
ron entrando a la huerta del convento
los heridos, muertos, cañones, fusiles y
bandera tomados al enemigo. (...) Pare-
ce natural que el coronel de granaderos
eligiera para instalar su jefatura un sitio
equidistante entre el campo de acción
y el interior. Y que el Pino, no por año-
so ni por frondoso, fuera refugio en la
mañana de aquel 3 de febrero de 1813”.
Testigo viviente del principio de nues-
tra historia como nación, ahí está to-
davía, con el peso de los siglos en sus
ramas pero desafiando el paso de los
años. Ya presente cuando nada exis-
tía logró ingresar al nuevo milenio,
este Pino que como dice el Padre Gai-
tán: “tiene bien ganada la celebridad
que lo consagra como el árbol más
popular y conocido del país, su sím-
bolo, su sombra su promesa de paz”.
Marcha de San Lorenzo
Febo asoma; ya sus rayos iluminan el histórico convento; tras los muros, sordo ruido, oír se deja de corceles y de acero.
Son las huestes que prepara San Martín para luchar en San Lorenzo; el clarín estridente sonó y la voz del gran jefe a la carga ordenó.
Avanza el enemigo a paso redoblado, al viento desplegado su rojo pabellón.
Y nuestros granaderos, aliados de la gloria, inscriben en la historia su página mejor.
Cabral, soldado heroico, cubriéndose de gloria, cual precio a la victoria, su vida rinde, haciéndose inmortal. y allí, salvó su arrojo la libertad naciente de medio continente, ¡Honor, honor al gran Cabral!
Letra: Carlos J. Benielli Música: Cayetano A. Silva