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DISCURSO PRONUNCIADO EN LA INSTALACION DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE EL DIA 17 DE SETIEMBRE DE 1843 * Excmo. Sr. Patrono de la Universidad: Señores: El consejo de la universidad me ha encargado expre- sar a nombre del cuerpo nuestro profundo reconocimiento, por las distinciones y la confianza con que el supremo go- bierno se ha dignado honrarnos. Debo también hacerme el intérprete del reconocimiento de la universidad por la expresión de benevolencia en que el señor ministro de instrucción pública se ha servido aludir a sus miembros. En cuanto a mí, sé demasiado que esas distinciones y esa confianza las debo mucho menos a mis aptitudes y fuer- zas, que a mi antiguo celo (ésta es la sola cualidad que puedo atribuirme sin presunción), a mi antiguo celo por la difusión de las luces y de los sanos principios, ya la dedicación laboriosa con que he seguido algunos ramos de estudio, no interrumpidos en ninguna época de mi vida, no dejados de la mano en medio de graves tareas. Siento el peso de esta confianza; conozco la extensión de las obligaciones que impone; comprendo la magnitud de los esfuerzos que exige. Responsabilidad es ésta, que abru- maría, si recayese sobre un solo individuo, una inteligen- cia de otro orden, y mucho mejor preparada que ha podi- do estarlo la mía. Pero me alienta la cooperación de mis (*) Publicado en folleto en Santiago, Impr. del Estado, 1843, 38 pp; en los Anales de la Universidad de Chile, 1843, t. 1, pp. 139-152; también publicado en la edición chilena de sus Obras, t. VIII, pp. 303-318. 3

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DISCURSO PRONUNCIADO EN LA INSTALACIONDE LA UNIVERSIDAD DE CHILE EL DIA

17 DE SETIEMBRE DE 1843 *

Excmo. Sr. Patrono de la Universidad:

Señores:

El consejo de la universidad me ha encargado expre-sar a nombre del cuerpo nuestro profundo reconocimiento,por las distinciones y la confianza con que el supremo go-bierno se ha dignado honrarnos. Debo también hacermeel intérprete del reconocimiento de la universidad por laexpresión de benevolencia en que el señor ministro deinstrucción pública se ha servido aludir a sus miembros.En cuanto a mí, sé demasiado que esas distinciones y esaconfianza las debo mucho menos a mis aptitudes y fuer-zas, que a mi antiguo celo (ésta es la sola cualidad quepuedo atribuirme sin presunción), a mi antiguo celo porla difusión de las luces y de los sanos principios, y a ladedicación laboriosa con que he seguido algunos ramosde estudio, no interrumpidos en ninguna época de mivida, no dejados de la mano en medio de graves tareas.Siento el peso de esta confianza; conozco la extensión delas obligaciones que impone; comprendo la magnitud delos esfuerzos que exige. Responsabilidad es ésta, que abru-maría, si recayese sobre un solo individuo, una inteligen-cia de otro orden, y mucho mejor preparada que ha podi-do estarlo la mía. Pero me alienta la cooperación de mis(*) Publicado en folleto en Santiago, Impr. del Estado, 1843, 38 pp; en los

Anales de la Universidad de Chile, 1843, t. 1, pp. 139-152; también publicado en laedición chilena de sus Obras, t. VIII, pp. 303-318.

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distinguidos colegas en el consejo y el cuerpo todo de launiversidad.La ley (afortunadamente para mí) ha querido que

la dirección de los estudios fuese la obra común del cuer-po. Con la asistencia del consejo, con la actividad ilus-trada y patriótica de las diferentes facultades; bajo losauspicios del gobierno, bajo la influencia de la libertad,espíritu vital de las instituciones chilenas, me es lícito es-perar que el caudal precioso de ciencia y talento, de queya está en posesión la universidad, se aumentará, se difun-dirá velozmente, en beneficio de la religión, de la moral,de la libertad misma, y de los intereses materiales.La universidad, señores, no sería digna de ocupar un

lugar en nuestras instituciones sociales, si (como murmu-ran algunos ecos oscuros de declamaciones antiguas) elcultivo de las ciencias y de las letras pudiese mirarse co-mo peligroso bajo un punto de vista moral, o bajo unpunto de vista político. La moral (que yo no separo dela religión) es la vida misma de la sociedad; la libertades el estímulo que da un vigor sano y una actividad fe-cunda a las instituciones sociales. Lo que enturbie la pu-reza de la moral, lo que trabe el arreglado, pero libredesarrollo de las facultades individuales y colectivas dela humanidad —y digo más— lo que las ejercite infruc-tuosamente, no debe un gobierno sabio incorporarlo enla organización del estado. Pero en este siglo, en Chile,en esta reunión, que yo miro como un homenaje solemnea la importancia de la cultura intelectual; en esta reunión,que, por una coincidencia significativa, es la primera delas pompas que saludan al día glorioso de la patria, alaniversario de la libertad chilena, yo no me creo llamadoa defender las ciencias y las letras contra los paralogismosdel elocuente filósofo de Ginebra, ni contra los recelos deespíritus asustadizos, que con los ojos fijos en los escollos

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que han hecho zozobrar al navegante presuntuoso, noquerrían que la razón desplegase jamás las velas, y debuena gana la condenarían a una inercia eterna, más per-niciosa que el abuso de las luces a las causas mismas por-que abogan. No para refutar lo que ha sido mil veces refu-tado, sino para manifestar la correspondencia que existeentre los sentimientos que acaba de expresar el señorministro de instrucción pública y los que animan a launiversidad, se me permitirá que añada a las de su seño-ría algunas ideas generales sobre la influencia moral ypolítica de las ciencias y de las letras, sobre el ministeriode los cuerpos literarios, y sobre ios trabajos especiales aque me parecen destinadas nuestras facultades univer-sitarias en el estado presente de la nación chilena.Lo sabéis señores, todas las verdades se tocan, desde

las que formulan el rumbo de los mundos en el piélagodel espacio; desde las que determinan las agencias ma-ravillosas de que dependen el movimiento y la vida enel universo de la materia; desde las que resumen la es-tructura del animal, de la planta, de la masa inorgánicaque pisamos; desde las que revelan los fenómenos íntimosdel alma en el teatro misterioso de la conciencia, hastalas que expresan las acciones y reacciones de las fuerzaspolíticas; hasta las que sientan las bases inconmoviblesde la moral; hasta las que determinan las condicionesprecisas para el desenvolvimiento de los gérmenes indus-triales; hasta las que dirigen y fecundan las artes. Losadelantamientos en todas líneas se llaman unos a otros,se eslabonan, se empujan. Y cuando digo “los adelanta-mientos en todas líneas”, comprendo sin duda los másimportantes a la dicha del género humano, los adelanta-mientos en el orden moral y político. ¿A qué se debeeste progreso de civilización, esta ansia de mejoras socia-les, esta sed de libertad? Si queremos saberlo, compa-

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remos a la Europa y a nuestra afortunada América, conlos sombríos imperios del Asia, en que el despotismo hacepesar su cetro de hierro sobre cuellos encorvados deantemano por la ignorancia, o con las hordas africanas,en que el hombre, apenas superior a los brutos, es, comoellos, un artículo de tráfico para sus propios hermanos.¿Quién prendió en la Europa esclavizada las primerascentellas de libertad civil? ¿No fueron las letras? ¿Nofue la herencia intelectual de Grecia y Roma, reclamada,después de una larga época de oscuridad, por el espí-ritu humano? Allí, allí tuvo principio este vasto movi-miento político, que ha restituido sus títulos de inge-nuidad a tantas razas esclavas; este movimiento, quese propaga en todos sentidos, acelerado continuamentepor la prensa y por las letras; cuyas ondulaciones, aquírápidas, allá lentas, en todas partes necesarias, fatales,allanarán por fin cuantas barreras se les opongan, y cu-brirán la superficie del globo. Todas las verdades se to-can, y yo extiendo esta aserción al dogma religioso, a laverdad teológica. Calumnian, no sé si diga a la religióno a las letras, los que imaginan que pueda haber unaantipatía secreta entre aquélla y éstas. Yo creo, por el con-trario, que existe, que no puede menos de existir, unaalianza estrecha, entre la revelación positiva y esa otrarevelación universal que habla a todos los hombres enel libro de la naturaleza. Si entendimientos extraviadoshan abusado de sus conocimientos para impugnar el dog-ma, ¿qué prueba esto, sino la condición de las cosashumanas? Si la razón humana es débil, si tropieza y cae,tanto más necesario es suministrarle alimentos sustancio-sos y apoyos sólidos. Porque extinguir esta curiosidad,esta noble osadía del entendimiento, que le hace arros-trar los arcanos de la naturaleza, los enigmas del porve-nir, no es posible, sin hacerlo, al mismo tiempo, incapaz

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de todo lo grande, insensible a todo lo que es bello,generoso, sublime, santo; sin emponzoñar las fuentes dela moral; sin afear y envilecer la religión misma. He di-cho que todas las verdades se tocan; y aun no creo haberdicho bastante. Todas las facultades humanas forman unsistema, en que no puede haber regularidad y armoníasin el concurso de cada una. No se puede paralizar unafibra (permítaseme decirlo así), una sola fibra del alma,sin que todas las otras enfermen.Las ciencias y las letras, fuera de este valor social,

fuera de barniz de amenidad y elegancia que dan a lassociedades humanas, y que debemos contar también en-tre sus beneficios, tienen un mérito suyo, intrínseco, encuanto aumentan los placeres y goces del individuo quelas cultiva y las ama; placeres exquisitos, a que no llegael delirio de los sentidos; goces puros, en que el almano se dice a sí misma:

Medio de fonte leporumsurgit aman aliquid, quod in ípsL~flonibus angit.

(Luciuicio)

De en medio de la fuente del deleiteun no sé qué de amargo se levanta,que entre el halago de las flores punza.

Las ciencias y la literatura llevan en sí la recompensade los trabajos y vigilias que se les consagran. No hablode la gloria que ilustra las grandes conquistas científicas,no hablo de la aureola de inmortalidad que corona lasobras del genio. A pocos es permitido esperarlas. Hablode los placeres más o menos elevados, más o menos in-

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tensos, que son comunes a todos los rangos en la repúblicade las letras. Para el entendimiento, como para las otrasfacultades humanas, la actividad es en sí misma un pla-cer: placer que, como dice un filósofo escocés, sacudede nosotros aquella inercia a que de otro modo nos en-tregaríamos en daño nuestro y de la sociedad. Cada sen-da que abren las ciencias al entendimiento cultivado, lemuestra perspectivas encantadas; cada nueva faz quese le descubre en el tipo ideal de la belleza, hace estre-mecer deliciosamente el corazón humano, criado paraadmirarla y sentirla. El entendimiento cultivado oye en elretiro de la meditación las mil voces del coro de la natura-leza: mil visiones peregrinas revuelan en torno a la lám-para solitaria que alumbra sus vigilias. Para él sólo, sedesenvuelve en una escala inmensa el orden de la natu-raleza; para él sólo, se atavía la creación de toda sumagnificencia, de todas sus galas. Pero las letras y lasciencias, al mismo tiempo que dan un ejercicio deliciosoal entendimiento y a la imaginación, elevan el caráctermoral. Ellas debilitan el poderío de las seducciones sen-suales; ellas desarman de la mayor parte de sus terroresa las vicisitudes de la fortuna. Ellas son (después de lahumilde y contenta resignación del alma religiosa) elmejor preparativo para la hora de la desgracia. Ellas lle-van el consuelo al lecho del enfermo, al asilo del pros-crito, al calabozo, al cadalso. Sócrates, en vísperas debeber la cicuta, ilumina su cárcel con las más sublimesespeculaciones que nos ha dejado la antigüedad gentílicasobre el porvenir de los destinos humanos. Dante com-pone en el destierro su “Divina Comedia”. Lavoisier pidea sus verdugos un plazo breve para terminar una inves-tigación importante. Chénier, aguardando por instantes

(*) Tomás Brown. (Nota de Bello).

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la muerte, escribe sus últimos versos, que deja incomple-tos para marchar al patíbulo:

Comme un dernier rayon, comme un dennier zéphireanime la fin d’un beau /our,au pied de l’échafaud /essaie ancor ma lyre.

Cual rayo postrero,cual aura que animael último instantede un hermoso día,al pie del cadalsoensayo mi lira.

Tales son las recompensas de las letras; tales son susconsuelos. Yo mismo, aun siguiendo de tan lejos a susfavorecidos adoradores, yo mismo he podido participarde sus beneficios, y saborearme con sus goces. Adorna-ron de celajes alegres la mañana de mi vida, y conservantodavía algunos matices al alma, como la flor que her-mosea las ruinas. Ellas han hecho aún más por mí; mealimentaron en mi larga peregrinación, y encaminaronmis pasos a este suelo de libertad y de paz, a esta patriaadoptiva, que me ha dispensado una hospitalidad tanbenévola.Hay otro punto de vista, en que tal vez lidiaremos

con preocupaciones especiosas. Las universidades, lascorporaciones literarias, ¿son un instrumento a propó-sito para la propagación de las luces? Mas apenas con-cibo que pueda hacerse esa pregunta en una edad quees por excelencia la edad de la asociación y la represen-tación; en una edad en que pululan por todas parteslas sociedades de agricultura, de comercio, de industria,de beneficencia; en la edad de los gobiernos represen-

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tativos. La Europa, y los Estados Unidos de América,nuestro modelo bajo tantos respectos, responderán a ella.

Si la propagación del saber es una de sus condicionesmás importantes, porque sin ella las letras no harían másque ofrecer unos pocos puntos luminosos en medio dedensas tinieblas, las corporaciones a que se debe princi-palmente la rapidez de las comunicaciones literarias ha-cen beneficios esenciales a la ilustración y a la huma-nidad. No bien brota en el pensamiento de un individuouna verdad nueva, cuando se apodera de ella toda larepública de las letras. Los sabios de la Alemania, de laFrancia, de los Estados Unidos, aprecian su valor, susconsecuencias, sus aplicaciones. En esta propagación delsaber, las academias, las universidades, forman otros tan-tos depósitos, adonde tienden constantemente a acumu-larse todas las adquisiciones científicas; y de estos cen-tros es de donde se derraman más fácilmente por lasdiferentes clases de la sociedad. La universidad de Chileha sido establecida con este objeto especial. Ella, si co-rresponde a las miras de la ley que le ha dado su nuevaforma, si corresponde a los deseos de nuestro gobierno,será un cuerpo eminentemente expansivo y propagador.Otros pretenden que el fomento dado a la instrucción

científica se debe de preferencia a la enseñanza prima-ria. Yo ciertamente soy de los que miran la instruccióngeneral, la educación del pueblo, como uno de los obje-tos más importantes y privilegiados a que pueda dirigirsu atención el gobierno; como una necesidad primera yurgente; como la base de todo sólido progreso; como elcimiento indispensable de las instituciones republicanas.Pero, por eso mismo, creo necesario y urgente el fomen-to de la enseñanza literaria y científica. En ninguna par-te, ha podido generalizarse la instrucción elemental quereclaman las clases laboriosas, la gran mayoría del gé-

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nero humano, sino donde han florecido de antemano lasciencias y las letras. No digo yo que el cultivo de las le-tras y de las ciencias traiga en pos de sí, como una con-secuencia precisa, la difusión de la enseñanza elemental;aunque es incontestable que las ciencias y las letras tie-nen una tendencia natural a difundirse, cuando causasartificiales no las contrarían. Lo que digo es que el pri-mero es una condición indispensable de la segunda; quedonde no exista aquél, es imposible que la otra, cuales-quiera que sean los esfuerzos de la autoridad, se verifiquebajo la forma conveniente. La difusión de los conocimien-tos supone uno o más hogares, de donde salga y se repar-ta la luz, que, extendiéndose progresivamente sobre losespacios intermedios, penetre al fin las capas extremas.La generalización de la enseñanza requiere gran númerode maestros competentemente instruidos; y las aptitudesde éstos sus últimos distribuidores, son, ellas mismas,emanaciones más o menos distantes de los grandes depó-sitos científicos y literarios, Los buenos maestros, losbuenos libros, los buenos métodos, la buena dirección dela enseñanza, son necesariamente la obra de una culturaintelectual muy adelantada. La instrucción literaria ycientífica es la fuente donde la instrucción elemental senutre y se vivifica; a la manera que en una sociedad bienorganizada la riqueza de la clase más favorecida de lafortuna es el manantial de donde se deriva la subsisten-cia de las clases trabajadoras, el bienestar del pueblo.Pero la ley, al plantear de nuevo la universidad, no haquerido fiarse solamente de esa tendencia natural de lailustración a difundirse, ya que la imprenta da en nues-tros días una fuerza y una movilidad no conocidas antes;ella ha unido íntimamente las dos especies de enseñanza;ella ha dado a una de las secciones del cuerpo universi-tario el encargo especial de velar sobre la instrucción

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primaria, de observar su marcha, de facilitar su propa-gación, de contribuir a sus progresos. El fomento, sobretodo, de la instrucción religiosa y moral del pueblo esun deber que cada miembro de la universidad se imponepor el hecho de ser recibido en su seno.La ley que ha restablecido la antigua universidad so-

bre nuevas bases, acomodadas al estado presente de lacivilización y a las necesidades de Chile, apunta ya losgrandes objetos a que debe dedicarse este cuerpo. Elseñor ministro vicepatrono ha manifestado también lasmiras que presidieron a la refundición de la universidad,los fines que en ella se propone el legislador, y las espe-ranzas que es llamada a llenar; y ha desenvuelto de talmodo estas ideas, que, siguiéndole en ellas, apenas mesería posible hacer otra cosa que un ocioso comentario asu discurso. Añadiré con todo algunas breves observa-ciones que me parecen tener su importancia.El fomento de las ciencias eclesiásticas, destinado a

formar dignos ministros del culto, y en último resultadoa proveer a los pueblos de la república de la competenteeducación religiosa y moral, es el primero de estos obje-tos y el de mayor trascendencia. Pero hay otro aspectobajo el cual debemos mirar la consagración de la uni-versidad a la causa de la moral y de la religión. Si im-porta el cultivo de las ciencias eclesiásticas para el des-empeño del ministerio sacerdotal, también importa gene-ralizar entre la juventud estudiosa, entre toda la juventudque participa de la educación literaria y científica, cono-cimientos adecuados del dogma y de los anales de la fecristiana. No creo necesario probar que ésta debiera seruna parte integrante de la educación general, indispen-sable para toda profesión, y aun para todo hombre quequiera ocupar en la sociedad un lugar superior al ínfimo.

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A la facultad de leyes y ciencias políticas se abre uncampo el más vasto, el más susceptible de aplicacionesútiles. Lo habéis oído: la utilidad práctica, los resultadospositivos, las mejoras sociales, es lo que principalmenteespera de la universidad el gobierno; es lo que princi-palmente debe recomendar sus trabajos a la patria. He-rederos de la legislación del pueblo rey, tenemos quepurgarla de las manchas que contrajo bajo el influjo ma-léfico del despotismo; tenemos que despejar las incohe-rencias que deslustran una obra a que han contribuidotantos siglos, tantos intereses alternativamente dominan-tes, tantas inspiraciones contradictorias. Tenemos queacomodarla, que restituirla a las instituciones republi-canas. ¿Y qué objeto más importante o más grandioso,que la formación, el perfeccionamiento de nuestras le-yes orgánicas, la recta y pronta administración de justi-cia, la seguridad de nuestros derechos, la fe de las tran-sacciones comerciales, la paz del hogar doméstico? Launiversidad, me atrevo a decirlo, no acogerá la preocu-pación que condena como inútil o pernicioso el estudiode las leyes romanas; creo, por el contrario, que le daráun nuevo estímulo y lo asentará sobre bases más amplias.La universidad verá probablemente en ese estudio elmejor aprendizaje de la lógica jurídica y forense. Oiga-mos sobre este punto el testimonio de un hombre a quienseguramente no se tachará de parcial a doctrinas anti-guas; a un hombre que en el entusiasmo de la emanci-pación popular y de la nivelación democrática ha tocadotal vez al extremo. “La ciencia estampa en el derecho susello; su lógica sienta los principios, formula los axiomas,deduce las consecuencias y saca de la idea de lo justo,reflejándola, inagotables desenvolvimientos. Bajo estepunto de vista, el derecho romano no reconoce igual:se pueden disputar algunos de sus principios; pero su

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método, su lógica, su sistema científico, lo han hecho ylo mantienen superior a todas las otras legislaciones; sustextos son la obra maestra del estilo jurídico; su métodoes el de la geometría aplicado en todo su rigor al pensa-miento moral”. Así se explica L’Herminier, y ya antesLeibniz había dicho: “In /urisprudentia regnat (romani).Dixi saepius post scripta geometrarum nihil extare quodvi ac s’ubtilitate cum romanorum junisconsultoi’um scniptiscomparai’i possit: tantum nervi inest; tantum profun-ditatis”.

La universidad estudiará también las especialidadesde la sociedad chilena bajo el punto de vista económico,que no presenta problemas menos vastos, ni de menosarriesgada resolución. La universidad examinará los re-sultados de la estadística chilena, contribuirá a formar-la y leerá en sus guarismos la expresión de nuestros in-tereses materiales. Porque en éste, como en los otrosramos, el programa de la universidad es enteramentechileno: si toma prestadas a la Europa las deduccionesde la ciencia, es para aplicarlas a Chile. Todas las sen-das en que se propone dirigir las investigaciones de susmiembros, el estudio de sus alumnos; convergen a uncentro: la patria.La medicina investigará, siguiendo el mismo plan,

las modificaciones peculiares que dan al hombre chilenosu clima, sus costumbres, sus alimentos; dictará las re-glas de la higiene privada y pública; se desvelará porarrancar a las epidemias el secreto de su germinacióny de su actividad devastadora; y hará, en cuanto es po-sible, que se difunda a los campos el conocimiento delos medios sencillos de conservar y reparar la salud.¿Enumeraré ahora las utilidades positivas de las cien-cias matemáticas y físicas, sus aplicaciones a una indus-tria naciente, que apenas tiene en ejercicio unas pocas

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artes simples, groseras, sin procederes bien entendidos,sin máquinas, sin algunos aun de los más comunes uten-silios; sus aplicaciones a una tierra cruzada en todossentidos de veneros metálicos, a un suelo fértil de rique-zas vegetales, de sustancias alimenticias; a un suelo,sobre el que la ciencia ha echado apenas una ojeadarápida?Pero, fomentando las aplicaciones prácticas, estoy

muy distante de creer que la universidad adopte por sudivisa el mezquino “cui bono”? Y que no aprecie ensu justo valor el conocimiento de la naturaleza en todossus variados departamentos. Lo primero, porque, paraguiar acertadamente la práctica, es necesario que el en-tendimiento se eleve a los puntos culminantes de laciencia, a la apreciación de sus fórmulas generales.. Launiversidad no confundirá, sin duda, las aplicacionesprácticas con las manipulaciones de un empirismo cie-go. Y lo segundo, porque, como dije antes, el cultivo dela inteligencia contemplativa que descorre el velo a losarcanos del universo físico y moral, es en sí mismo unresultado positivo y de la mayor importancia. En estepunto, para no repetirme, copiaré las palabras de un sa-bio inglés, que me ha honrado con su amistad. “Hasido, dice el doctor Nicolás Arnott, ha sido una preocu-pación el creer que las personas instruidas así en lasleyes generales tengan su atención dividida, y apenasles quede tiempo para aprender alguna cosa perfecta-mente. Lo contrario, sin embargo, es lo cierto; porquelos conocimientos generales hacen más claros y precisoslos conocimientos particulares. Los teoremas de la filo-sofía son otras tantas llaves que nos dan entrada a losmás deliciosos jardines que la imaginación puede figu-rarse; son una vara mágica que nos descubre la faz deluniverso y nos revela infinitos objetos que la ignorancia

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no ve. El hombre instruido en las leyes naturales está,por decirlo así, rodeado de seres conocidos y amigos,mientras el hombre ignorante peregrina por una tierraextraña y hostil. El que por medio de las leyes generalespuede leer en el libro de la naturaleza, encuentra en eluniverso una historia sublime que le habla de Dios yocupa dignamente su pensamiento hasta el fin de susdías”.Paso, señores, a aquel departamento literario que po-

see de un modo peculiar y eminente la cualidad de pulirlas costumbres; que afina el lengluaje, haciédolo unvehículo fiel, hermoso, diáfano, de las ideas; que, porel estudio de otros idiomas vivos y muertos, nos pone encomunicación con la antigüedad y con las naciones máscivilizadas, cultas y libres de nuestros días; que nos haceoír, no por el imperfecto medio de las traducciones siem~~pre y necesariamente infieles, sino vivos, sonoros, vibran-tes, los acentos de la sabiduría y la elocuencia extran-jera; que, por la contemplación de la belleza ideal yde sus reflejos en las obras del genio, purifica el gusto,y concilia con los raptos audaces de la fantasía los de-rechos imprescriptibles de la razón; que, iniciando almismo tiempo el alma en estudios severos, auxiliaresnecesarios de la bella literatura, y preparativos indispen-sables para todas las ciencias, para todas las carreras dela vida, forma la primera disciplina del ser intelectual ymoral, expone las leyes eternas de la inteligencia a finde dirigir y afirmar sus pasos, y desenvuelve los plieguesprofundos del corazón, para preservarlo de extravíos fu-nestos, para establecer sobre sólidas bases los derechosy los deberes del hombre. Enumerar estos diferentesobjetos es presentaros, señores, según yo lo concibo, elprograma de la universidad en la sección de filosofía yhumanidades,. Entre ellos, el estudio de nuestra lengua

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me parece de una alta importancia. Yo no abogaré jamáspor el purismo exagerado que condena todo lo nuevoen materia de idioma; creo, por el contrario, que la mul-titud de ideas nuevas, que pasan diariamente del comer-cio literario a la circulación general, exige voces nuevasque las representen. ¿Hallaremos en el diccionario deCervantes y de fray Luis de Granada —no quiero ir tanlejos— hallaremos, en el diccionario de Iriarte y Mora-fin, medios adecuados, signos lúcidos para expresar lasnociones comunes que flotan hoy día sobre las inteli-gencias medianamente cultivadas, para expresar el pen-samiento social? ¡Nuevas instituciones, nuevas leyes, nue-vas costumbres; variadas por todas partes a nuestros ojosla materia y las formas; y viejas voces, vieja fraseología!Sobre ser desacordada esa pretensión, porque pugnaríacon el primero de los objetos de la lengua, la fácil yclara transmisión del pensamiento, sería del todo inase-quible. Pero se puede ensanchar el lenguaje, se puedeenriquecerlo, se puede acomodarlo a todas las exigenciasde la sociedad y aun a las de la moda, que ejerce unimperio incontestable sobre la literatura, sin adulterarlo,sin viciar sus construcciones, sin hacer violencia a su ge-nio. ¿Es acaso distinta de la de Pascal y Racine, la len-gua de Chateaubriand y Villemain? Y no transparentaperfectamente la de estos dos escritores el pensamientosocial de la Francia de nuestros días, tan diferente de laFrancia de Luis XIV? Hay más: demos anchas a estaespecie de culteranismo; demos carta de nacionalidad atodos los caprichos de un extravagante neologismo; ynuestra América reproducirá dentro de poco la confu-sión de idiomas, dialectos y jerigonzas, el caos babilónicode la edad media; y diez pueblos, perderán uno de susmás preciosos instrumentos de correspondencia y co-mercio.

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La universidad fomentará, no sólo el estudio de laslenguas, sino de las literaturas extranjeras. Pero no sési me engaño. La opinión de aquellos que creen que de-bemos recibir los resultados sintéticos de la ilustracióneuropea, dispensándonos del examen de sus títulos, dis-pensándonos del proceder analítico, único medio de ad-quirir verdaderos conocimientos, no encontrará muchossufragios en la universidad. Respetando, como respetolas opiniones ajenas, y reservándome sólo el derecho dediscutirlas, confieso que tan poco propio me pareceríapara alimentar el entendimiento, para educarle y acos-tumbrarle a pensar por sí, el atenernos a las conclusionesmorales y políticas de Herder, por ejemplo, sin el estu-dio de la historia antigua y moderna, como el adoptarlos teoremas de Euclides sin el previo trabajo intelectualde la demostración. Yo miro, señores, a Herder comouno de los escritores que han servido más útilmentea la humanidad: él ha dado toda su dignidad a la historia,desenvolviendo en ella los designios de la Providenciay los destinos a que es llamada la especie humana sobrela tierra. Pero el mismo Herder no se propuso suplantarel conocimiento de los hechos, sino ilustrarlos, explicar-los; ni se puede apreciar su doctrina, sino por medio deprevios estudios históricos. Sustituir a ellos deduccionesy fórmulas, sería presentar a la juventud un esqueletoen vez de un traslado vivo del hombre social; sería darleuna colección de aforismos en vez de poner a su vista elpanorama móvil, instructivo, pintoresco, de las institu-ciones, de las costumbres, de las revoluciones, de losgrandes pueblos y de los grandes hombres; sería quitaral moralista y al político las convicciones profundas, quesólo pueden nacer del conocimiento de los hechos; seríaquitar a la experiencia del género humano el saludablepoderío de sus avisos, en la edad, cabalmente, que es

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más susceptible de impresiones durables; sería quitar alpoeta una inagotable mina de imágenes y de colores. Ylo que digo de la historia me parece que debemos apli-carlo a todos los otros ramos del saber. Se impone deeste modo al entendimiento la necesidad de largos, esverdad, pero agradables estudios. Porque nada hace másdesabrida la enseñanza que las abstracciones, y nada lahace fácil y amena, sino el proceder que, amoblando lamemoria, ejercita al mismo tiempo el entendimiento yexalta la imaginación. El raciocinio debe engendrar alteorema; los ejemplos graban profundamente laslecciones.

¿Y pudiera yo, señores, dejar de aludir, aunque depaso, en esta rápida reseña, a la más hechicera de las vo-caciones literarias, al aroma de la literatura, al capitelcorintio, por decirlo así, de la sociedad culta? ¿Pudiera,sobre todo, dejar de aludir a la excitación instantánea,que ha hecho aparecer sobre nuestro horizonte esa cons-telación de jóvenes ingenios que cultivan con tanto ar-dor la poesía? Lo diré con ingenuidad: hay incorrecciónen sus versos; hay cosas que una razón castigada y se-vera condena. Pero la corrección es la obra del estudioy de los años; ¿quién pudo esperarla de los que, en unmomento de exaltación, poética y patriótica a un tiem-po, se lanzaron a esa nueva arena, resueltos a probarque en las almas chilenas arde también aquel fuegodivino, de que, por una preocupación injusta, se lashabía creído privadas? Muestras brillantes, y no 1imita~das al sexo que entre nosotros ha cultivado hasta ahoracasi exclusivamente las letras, la habían refutado ya. Ellosla han desmentido de nuevo. Yo no sé si una predispo-sición parcial hacia los ensayos de las inteligencias ju-veniles, extravía mi juicio.. Digo lo que siento: hallo enesas obras destellos incontestables del verdadero talento,

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y aun con relación a algunas de ellas, pudiera decir, delverdadero genio poético. Hallo, en algunas de esas obras,una imaginación original y rica, expresiones felizmenteatrevidas, y (lo que parece que sólo pudo dar un largoejercicio) una versificación armoniosa y fluida, que bus-ca de propósito las dificultades para luchar con ellasy sale airosa de esta arriesgada prueba. La universidad,alentando a nuestros jóvenes poetas, les dirá tal vez: “Siqueréis que vuestro nombre no quede encarcelado entrela cordillera de los Andes y la mar del Sur, recinto de-masiado estrecho para las aspiraciones generosas del ta-lento; si queréis que os lea la posteridad, haced buenosestudios, principiando por el de la lengua nativa. Hacedmás: tratad asuntos dignos de vuestra patria y de la pos-teridad. Dejad los tonos muelles de la lira de Anacreon-te y de Safo; la poesía del siglo XIX tiene una misiónmás alta. Que los grandes intereses de la humanidad osinspiren. Palpite en vuestras obras el sentimiento moral.Dígase cada uno de vosotros, al tomar la pluma: Sacer-dote de las Musas, canto para las almas inocentes ypuras:

Musarum sacerdos,virginibus puerisque canto.

(HoRACIo)

¿Y cuántos temas grandiosos no os presenta ya vues-tra joven república? Celebrad sus grandes días; tejedguirnaldas a sus héroes; consagrad la mortaja de losmártires de la patria”. La universidad recordará al mis-mo tiempo a la juventud aquel consejo de un gran maes-tro de nuestros días: “Es preciso, decía Goethe, que elarte sea la regla de la imaginación y la transforme enpoesía”.

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Discursos y Mesnorias

¡El arte! Al oír esta palabra, aunque tomada de loslabios mismos de Goethe, habrá algunos que me colo-quen entre los partidarios de las reglas convencionales,que usurparon mucho tiempo ese nombre. Protesto so-lemnemente contra semejante aserción; y no creo quemis antecedentes la justifiquen. Yo no encuentro el arteen los preceptos estériles de la escuela, en las inexora-bles unidades, en la muralla de bronce entre los dife-rentes estilos y géneros, en las cadenas con que se haquerido aprisionar al poeta a nombre de Aristóteles yHoracio, y atribuyéndoles a veces lo que jamás pensa-ron. Pero creo que hay un arte fundado en las relacio-nes impalpables, etéreas, de la belleza ideal; relacionesdelicadas, pero accesibles a la mirada de lince del geniocompetentemente preparado; creo que hay un arte queguía a la imaginación en sus más fogosos transportes;creo que sin ese arte la fantasía, en vez de encarnar ensus obras el tipo de lo bello, aborta esfinges, creacionesenigmáticas y monstruosas. Esta es mi fe literaria. Li-bertad en todo; pero yo no veo libertad, sino embria-guez licenciosa, en las orgías de la imaginación.La libertad, como contrapuesta, por una parte, a la

docilidad servil que lo recibe todo sin examen, y porotra a la desarreglada licencia que se rebela contra laautoridad de la razón y contra los más nobles y purosinstintos del corazón humano, será sin duda el tema dela universidad en todas sus diferentes secciones.Pero no debo abusar más tiempo de vuestra pacien-

cia. El asunto es vasto; recorrerlo a la ligera, es todolo que me ha sido posible. Siento no haber ocupado másdignamente la atención del respetable auditorio que merodea, y le doy las gracias por la indulgencia con quese ha servido escucharme.

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