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DOSSIER DE PRENSA Título: La mujer en la ventana Autor: A.J. Finn Páginas: 544 P.V.P.: 19,90 euros Fecha de publicación: 22 de marzo Edición en catalán en Rosa dels Vents LA OBRA Anna Fox tuvo una vez una vida. Un marido, una hija y una afición desmedida por el cine negro clásico. Anna también tenía un buen trabajo, un trabajo por el que era respetada. Anna era la doctora Fox, una repu- tada terapeuta infantil. Pero desde hace diez meses Anna es incapaz de salir de casa, su pequeña mansión en Harlem, Nueva York. Su marido, Ed, y su hija, Olivia, ya no viven con ella. Anna los echa mucho de menos, habla a menudo con ellos por teléfono, y pasa los días delante de la pantalla del ordenador, escribiéndose con otros agorafóbicos a los que ha conocido en un foro llamada Agora, y a los que presta ayuda, en la me- dida de lo posible, como la terapeuta que sigue siendo. Vives sola. No te atreves a salir de casa. Chateas. Bebes más vino de la cuenta. Te dedicas a espiar a los veci- nos. Un día ves algo que no deberías haber visto y todo el mundo te toma por loca. La primera novela de A. J. Finn es un homenaje a La ventana in- discreta, de Alfred Hitchcock, y al mis- terio de los clásicos del cine negro. Un homenaje encerrado en un thriller de alto voltaje que ha fascinado al mis- mísimo Stephen King y que se ha con- vertido en un fenómeno internacional de la talla del Perdida de Gillian Flynn y La chica del tren de Paula Hawkins. Un thriller que se pregunta cómo con- servar la cordura en un mundo en el que nada es lo que parece. Síguenos en: twitter.com/megustaleer www.facebook.com/megustaleerEs www.megustaleer.com Yolanda Cortés Comunicación Grijalbo [email protected] (+34) 93 366 02 30 VISITA DEL AUTOR: 9 DE ABRIL EN BARCELONA Y 10-11 DE ABRIL EN MADRID

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DOSSIER DE PRENSA

Título: La mujer en la ventanaAutor: A.J. FinnPáginas: 544 P.V.P.: 19,90 eurosFecha de publicación: 22 de marzoEdición en catalán en Rosa dels Vents LA OBRA

Anna Fox tuvo una vez una vida. Un marido, una hija y una afición desmedida por el cine negro clásico. Anna también tenía un buen trabajo, un trabajo por el que era respetada. Anna era la doctora Fox, una repu-tada terapeuta infantil. Pero desde hace diez meses Anna es incapaz de salir de casa, su pequeña mansión en Harlem, Nueva York. Su marido, Ed, y su hija, Olivia, ya no viven con ella. Anna los echa mucho de menos, habla a menudo con ellos por teléfono, y pasa los días delante de la pantalla del ordenador, escribiéndose con otros agorafóbicos a los que ha conocido en un foro llamada Agora, y a los que presta ayuda, en la me-dida de lo posible, como la terapeuta que sigue siendo.

Vives sola. No te atreves a salir de casa. Chateas. Bebes más vino de la cuenta. Te dedicas a espiar a los veci-nos. Un día ves algo que no deberías haber visto y todo el mundo te toma por loca. La primera novela de A. J. Finn es un homenaje a La ventana in-discreta, de Alfred Hitchcock, y al mis-terio de los clásicos del cine negro.

Un homenaje encerrado en un thriller de alto voltaje que ha fascinado al mis-mísimo Stephen King y que se ha con-vertido en un fenómeno internacional de la talla del Perdida de Gillian Flynn y La chica del tren de Paula Hawkins. Un thriller que se pregunta cómo con-servar la cordura en un mundo en el que nada es lo que parece.

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VISITA DEL AUTOR: 9 DE ABRIL EN BARCELONA Y 10-11 DE ABRIL EN MADRID

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De vez en cuando, no puede evitar buscar a sus anti-guos pacientes, a esos niños y niñas que dejó de ver hace diez meses. En su nueva vida recluida, Anna lo echa de menos casi todo.

A falta de otra distracción, más allá de las clases de francés y las partidas de ajedrez online, Anna, como el fotógrafo L. B. Jefferies, el protagonista de La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock, espía a sus vecinos. Controla cuando entran y salen los Takeda, los Wasserman, y los Miller. También cuan-do lo hace su propio inquilino, el apuesto David. Y el objetivo de su Nikon está a punto de dirigirse hacia el número 207, la casa que van a ocupar sus nuevos vecinos, los Russell: Jane, Alistair y el adolescente Ethan. Alistair parece un buen hombre, y es un buen padre, según su mujer, Jane, con la que Anna no tar-dará en intimar, después de que ella envíe a su hijo con una pequeña ofrenda de bienvenida. Ethan, sin embargo, parece preocupado. Y Jane, Jane es en-cantadora, y Anna cree haber encontrado en ella a la amiga que durante tanto tiempo buscó.

(A partir de este punto se desvelan elementos impor-tantes de la trama. Información sólo para periodistas).

Y un día, después de que su psiquiatra le cambie la medicación y le advierta que no debe, bajo nin-gún concepto, mezclar el alcohol con las pastillas, ve algo que no debería haber visto. Ve a Jane, en su casa, cubierta de sangre. Mejor dicho, ve a Jane siendo apuñalada, en su casa. Confundida por todo el alcohol que ha consumido, y por la situación de estrés, Anna, que está intentando tomar una foto-grafía del momento, convencida de que su vecina acaba de ser asesinada, descubre que Jane sigue viva, cuando el agresor, sea quien sea, se va, y enton-ces deja la cámara e intenta salir de casa para ayu-darla, porque cree que el servicio de emergencias, al que ha llamado antes de intentar salir, no llegará a tiempo. Entonces pierde el conocimiento, y cuando despierta, hay un detective junto a ella.

Anna le explica lo que ha ocurrido, y el detective no hace más que hacer preguntas que para Anna no tienen ningún sentido. ¿Qué ha sido de Jane? ¿Han comprobado si sigue viva? ¿Podría haber sido su marido el culpable de lo que ha visto? Ella le dijo que era muy controlador, y la noche ante-rior se había presentado en su casa preguntan-do si alguien había estado allí, y ella, Anna, había

Anna, la protagonista del libro, espía a sus vecinos como L. B. Jefferies, el protagonista de La ventana indiscreta.

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mentido, porque no creía que tuviera importancia que no supiera dónde había estado su mujer du-rante aquel par de horas. Pero la cosa se com-plica cuando, después de una serie de interro-gatorios, la propia Jane Russell se presenta en casa de Anna, con Alistair y su hijo, Ethan. ¿Es posible que siga viva? Para el detective Little y el

resto de personas que nunca antes habían visto a Jane Russell, es evidente que sí. Pero no para Anna. Porque la Jane Russell que se presenta en su casa no es la Jane Russell que ella conoció, es una impostora. ¿Podrá Anna demostrar que todos mienten? ¿O es ella la que está perdiendo la cabeza?

SOBRE LA NOVELA Y SU EPICENTRO: UNA MUJER EN CAÍDA LIBRE

Comparada con Perdida, de Gillian Flynn, y con La chica del tren, de Paula Hawkins, La mujer en la ventana, jamás habría existido, de hecho, según confiesa su autor, un editor metido a escritor que llegó a tener un trastorno muy parecido al que su-fre la protagonista de esta historia por culpa de una severa depresión que acarreó durante 15 años, si no hubieran existido la propia Gillian Flynn ni Kate Atkin-son, dos de sus principales referentes literarios. Refe-rentes a los que sigue de cerca en su primera novela, que tiene como protagonista a una mujer, porque así fue cómo se le apareció el personaje.

Cuenta Dan Mallory – el nombre que se escon-de tras el seudónimo de A. J. Finn – que él no quie-re ser la clase de autor que se deja llevar por sus personajes, él quiere mantener el control en todo momento, por lo que primero planeó cómo sería exactamente Anna, la terapeuta infantil de pasa-do tormentoso que acaba siendo testigo de un aparente asesinato que quizá no sea lo que pare-ce. También, que adora el cine negro, en especial, el cine de Alfred Hitchcock, y que estudió a fondo la obra de Patricia Highsmith en la universidad – Oxford –, y que lo suyo ha sido, desde siempre, el thriller psicológico. Pero insiste en que sin el éxito de Perdida jamás se habría atrevido a escribir una novela como esta.

El tormento de Anna no es tan distinto, como tendrá el lector oportunidad de descubrir, del de Jane Russell, la supuesta víctima de esta historia. Ambas tienen una relación no del todo convenci-

nal con sus hijos, y es esa relación la que está en el centro de la novela, en el que podría decirse que no hay una sino dos mujeres en caída libre. Ambas jugaron con fuego y se quemaron, y acabaron per-diendo lo que más querían, lo único que, en reali-dad, querían. He aquí la lección moral, la morale-ja, de la novela de Mallory, un debutante que, sin embargo, tiene muy claros los códigos del género y disfruta dibujándolos, aplicando la tensión nece-saria para mantener al lector en vilo hasta el final.

El autor, amante del cine negro y del suspense, estudió a fondo la obra de Patricia Highsmith en la universidad de Oxford.

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EL HOGAR ES UN REFUGIO,ES UN INFIERNO, ES UNA TRAMPA

Anna Fox, la protagonista de esta historia, es ago-rafóbica. La agorafobia está especialmente relacio-nada con el temor intenso a los espacios abiertos o públicos en los que pueden presentarse aglomera-ciones. La palabra procede de los términos griegos “ágora”, “plaza”, y “phobos”, “miedo”, y está estrecha-mente relacionada con el trastorno de pánico, y no es raro que ambos trastornos sean comórbidos, es decir, que se manifiesten e interactúen. La agorafo-bia es miedo al miedo. Los agorafóbicos temen las situaciones que puedan generarles sensaciones de ansiedad, miedo a la propia activación fisioló-gica y a los pensamientos sobre las consecuencias de experimentarlas. Tienen miedo al ridículo, por ejemplo. A perder el control. Temen desmayarse. Temen, claro, morir.

En los diez meses que Anna lleva sin salir de casa, ha aprendido a convivir con la no existencia del mun-do exterior. De hecho, su vida puede resultar, desde las primeras líneas, incluso ligeramente apasionan-te. Pensemos en el episodio inicial en el que uno de sus vecinos, el doctor Miller, está a punto de pillar a su mujer en la cama con el contratista, y, a modo de detective privado, un detective privado incluso armado con una cámara, Anna contempla la esce-na, el doctor en la calle, a punto de entrar en casa, la mujer, Rita, en el piso de arriba, desvistiendo a su amante. Espiar a los vecinos se ha convertido para Anna en su principal entretenimiento, porque, evi-dentemente, el hogar, que tanto refugio le supone, que la mantiene a salvo de los peligros que imagina fuera, es también una trampa, una jaula demasiado pequeña de la que sólo desea, en realidad, escapar.

Pero, por supuesto que no puede, pues es inca-paz de dar más de cuatro pasos fuera – aunque, a lo largo de la novela, ciertos acontecimientos la obli-garán a refugiarse bajo su paraguas para abando-nar el aparentemente seguro hogar –, su forma de evasión adopta distintas formas. En primer lugar

está el cine negro. Anna ve compulsivamente clá-sicos del cine negro, películas de Alfred Hitchcock, pero no sólo de Alfred Hitchcock, también de Claude Chabrol (considera El carnicero una de las mejores películas de Hitchcock no dirigidas por Hitchcock), y de todo tipo de clásicos (siempre en blanco y negro) de la era dorada del noir cinematográfico, protago-nizados por Humphrey Bogart, por Lauren Bacall, por, sí, James Stewart. Luego están los chats. Anna chatea con otros que, como ella, sufren de agorafo-bia y no pueden salir de casa. Sus charlas le sirven de distracción, igual que las partidas de ajedrez y las clases de francés que toma online.

El carnicero de Claude Chabrol es una de las películas que Anna, la protagonista de la obra, ve de forma compulsiva.

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Podría decirse que la única distracción que im-plica un contacto real con el mundo exterior es la de espiar a sus vecinos. Empezó siendo un mero entre-tenimiento, y uno en apariencia sin consecuencias, puesto que los vecinos no tenían por qué enterarse de que los estaban mirando, y, de vez en cuando, también, fotografiando – a Anna siempre le gustó la fotografía, pero la fotografía de naturaleza, algo

que ahora está por completo lejos de su alcance –, pero se convierte en algo peligroso cuando ve algo que no debería haber visto. Y es entonces cuando verdaderamente su casa se convierte en una tram-pa, porque el mundo exterior empieza a amenazar con devorarla, con devorar, en realidad, su cordura, y su condición, su agorafobia, se convertirá en un enemigo a batir.

QUERIDO DIARIO, CONTEMOS ESTA HISTORIA

El punto de vista de La mujer en la ventana es uno de sus principales atractivos. Es la propia Anna Fox, en una fascinante primera persona, una primera persona tan cercana como aquella que confiesa sus secretos a su diario – después de todo, la historia no tiene forma de diario ínti-mo, pero puede leerse como una suerte de elabo-ración de lo que habría sido ese diario –, la que nos cuenta lo que está pasando. Y así, el lector, va sumergiéndose en su vida, primero aparen-temente descuidada, una vida en la que el alco-hol tiene una presencia constante, y en la que el mundo exterior apenas es ruido de fondo, o de-talle curioso que fotografiar para escapar de la rutina, y luego, misteriosamente apasionante, e incluso, peligrosa, a medida que se desarrollan los acontecimientos, y Anna empieza a pregun-tarse si las cosas son lo que parecen o no lo son en absoluto.

Es así, mediante este punto de vista, que, por momentos, vuelve al pasado y reconstruye lo que el lector desconoce de la protagonista, como se mantiene en todo momento la tensión narrativa, pues el narrador en primera persona es un na-rrador que a menudo no proporciona más que ángulos ciegos de la historia que está contando, lo que hace que el misterio aumente y que la ne-cesidad del lector de saber más se acreciente por momentos. Además, en el caso de Anna, su senti-do del humor, sus intentos de reírse de sí misma, de su propia situación, de, incluso, sus problemas con el alcohol, y lo absurdo de sus clases de fran-cés y de todas esas partidas de ajedrez de las que nunca podrá hablar con nadie de carne y hueso, es un valor añadido a la historia, que, como sólo se descubrirá más adelante, aparenta algo que no es, y ese giro (casi) final es tan demoledor como dolorosamente necesario para entenderlo todo.

GALERÍA DE PERSONAJES

Anna Fox: Anna es la protagonista de esta histo-ria. Separada, con una hija de ocho años a la que echa terriblemente de menos. La echa de menos porque Anna no puede salir de casa. Es agorafóbi-ca. Su marido, Ed, se quedó con la pequeña tras la separación. Anna pasa los días chateando con sus pacientes virtuales – era terapeuta–, jugando al aje-

drez online, bebiendo más vino de la cuenta y es-piando a sus vecinos. Le gusta la fotografía. Tiene una Nikon. La usa a menudo. Para fotografiar a sus vecinos, claro.

Jane Russell: La vecina desaparecida. Jane Rus-sell se llama como la actriz que protagoniza Los

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caballeros las prefieren rubias y, como ella, es una mujer de armas tomar, es atractiva, encantadora y divertida. Acaba de mudarse al barrio de Anna, y Anna cree que podrían llegar a ser amigas. De hecho, después de pasar un rato una noche jun-tas, compartiendo una botella de merlot, llega a la conclusión de que es la primera amiga que ha hecho en mucho tiempo. Pero sólo unos días des-pués, la Jane Russell que Anna ha conocido, des-aparece, y su lugar lo ocupa una mujer a la que no ha visto nunca antes, y que dice no conocer de nada a Anna.

Alistair Russell: Es el marido de Jane. Un tipo controlador. Cree que Jane era una chica salvaje, una disoluta. Que se juntaba con malas compa-ñías, que tomaba malas decisiones. En todo mo-mento, para Anna, es el principal sospechoso de la desaparición de la supuesta Jane que en rea-lidad podría no ser la señora Russell, puesto que la señora Russell sigue en casa, con su marido.

Ethan Russell: El hijo adolescente de Jane y Alis-tair. Parece atormentado. Enseguida entabla una suerte de amistad con Anna. Se queja de sus pa-dres. Dice que su padre ejerce demasiado control sobre él. No le deja tener un teléfono móvil, no le deja hacerse un perfil en una red social. Tampoco le deja ir al instituto. Le dan clases en casa.

Ed: Es el marido de Anna. Un tipo sensible, diver-tido, y tan amante del cine negro como la propia Anna. Algo pasó entre ellos dos y por eso ahora están separados. Hablan a menudo, y él le cuenta cómo van las cosas. Ella le echa terriblemente de menos. Querría que estuviese con ella, siempre.

Olivia: Es la hija de Anna y Ed. Tiene ocho años. Los lunes come comida china. Lo mein. Le puso Yupi a su conejito de peluche en honor a lo que

unos vecinos engreídos, los Wassermen, los con-sideraban a ellos y a quienes eran como ellos, yuppies. Habla con su madre casi cada día.

David Winters: Es el inquilino de Anna. Vive en el sótano. Es tremendamente guapo, y todo un conquistador. La propia Jane Russell podría ha-ber caído en sus redes. También es un tanto mis-terioso, aunque ayuda todo lo que puede a Anna.

Detectives Little y Norelli: Se les asigna el caso de Anna. Cuando Anna llama a emergencias por-que dice haber visto cómo acuchillaban a su ve-cina, los detectives se presentan en su casa y le hacen todo tipo de preguntas. No la creen. Están convencidos de que mezclar el alcohol con la medicación ha podido producirle alucinaciones.

Doctor Fielding: Es el psiquiatra que está tratan-do a Anna. Se pasa por su casa cada martes. La sesión tiene lugar en la biblioteca de Ed. Acaba de cambiarle la medicación a Anna. Le pide que, por favor, no la mezcle con el alcohol.

Bina: Bina visita una vez por semana a Anna con el fin, como dice ella, de “ayudarme a odiar la vida”. En realidad, hacen ejercicio juntas, y Bina la pone al día de sus aventuras. En una ocasión, incluso, la picó lo suficiente como para que Anna se hiciera un perfil en una red social de contac-tos. Pero la cosa no funcionó. Acaba siendo una aliada en su lucha por descubrir la verdad.

AbuLizzie: Una mujer de setenta años que ha perdido a su marido y que Anna conoce a través del foro Agora. Lleva sin salir de casa desde que su marido murió. Anna le resulta de gran ayuda, y, sin saberlo, ella también acaba resultándole de gran ayuda a Anna.

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EL AUTOR

A. J. Finn es el seudónimo tras el que se esconde Daniel Mallory, un reputado editor neoyorquino de 38 años, que sufrió una depresión parecida a la que sufre Anna Fox, la protagonista de su primera nove-la, una depresión que lo mantuvo de los 21 a los 36 alejado de casi todo, y que quería, por todos los me-dios, contar su historia, pero, convencido de que a nadie le gustaría leer sobre alguien deprimido, deci-dió que mezclaría lo que le había ocurrido, sus sen-timientos de aquellos años, con el argumento de su película favorita de todos los tiempos: La ventana indiscreta, de Alfred Hitchock. Así fue cómo nació La mujer en la ventana, novela que debutó en el nú-mero 1 de ficción de la lista de best sellers del New York Times a la semana de salir a la venta, y se ha vendido a 39 lenguas. Se la compara, por lo impara-ble del fenómeno y, sobre todo, la coincidencia en la acogida por parte de crítica y público, con Perdida y La chica del tren. Fox 2000 prepara la película.

LA CRÍTICA HA DICHO

«El primer misterio de 2018 que se va directo a la estratosfera.» The New York Times

«Una historia de amor, pérdida y locura hermo-samente escrita y trabajada de una manera bri-llante. Entretenimiento de primera categoría. Un thriller cautivador.» The Washington Post

«Emocionante. Una novela de suspense para el nuevo milenio.» Gillian Flynn

«Uno de esos escasos libros que es imposible dejar de leer.» Stephen King

«Suspense a lo Hitchcock con una vuelta de tuerca del siglo XXI.» Val McDermid

«Con la historia de Anna Fox, A.J. Finn da un giro muy original a un tema clásico y reinventa el thri-ller tradicional.» Dagbladet

«El thriller de un autor novel que podría eclipsar el fenómeno de Paula Hawkins.» Paris Match

«Un nuevo talento con el toque de un maestro.» Tess Gerritsen

«Este debut de A.J. Finn, que ha sido comparado con grandes éxitos como los de Paula Hawkins, Gillian Flynn y Ruth Ware, y etiquetado como el bombazo de 2018, cumple todas esas expectati-vas.» School Library Journal

«Una novela de suspense inteligente, construi-da con mimo, que se centra en un personaje fe-menino muy intenso y que se me hizo muy real.» The Globe and Mail

«Un thriller maravillosamente oscuro, elegante, que recuerda a Hitchcock y el clásico cine negro. Una historia tensa, retorcida y muy bien escrita. Un libro que se lee de una sentada.» C.J. Tudor, autor de El hombre de tiza

«Hay algo irresistible en esta novela.» USA Today

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FRASES DEL AUTOR

“No temía escribir sobre una mujer. En cual-quier caso, cuando el personaje se me apareció, lo hizo así, como una mujer. He oído a autores decir: “Nunca hago ningún plan. Me gusta que mis personajes me sorprendan”. Yo no soy de esa clase de escritor. Yo planeo todo el rato, precisa-mente porque no quiero que mis personajes me sorprendan – si lo hacen, puede querer decir que mi medicación ha dejado de funcionar. Anna de-bía ser mujer, y ahora entiendo que debía serlo porque en el centro de la historia está la relación entre padres e hijos. Yo no tengo hijos, pero creo que el vínculo entre padres e hijos es a la vez her-moso y poderoso, y entre madre e hijos es aún más especial. Y ése es el corazón de la historia”.

“La historia de Anna está parcialmente basa-da en mi propia historia. Me diagnosticaron una depresión a los 21 y luché contra ella durante 15 años. Durante ese tiempo, me sometí a todo tipo de tratamientos – medicación, meditación, terapia –, pero ninguno de ellos parecía funcio-nar. Cuando cumplí los 36, cosa que ocurrió en 2015, me cité con un nuevo psiquiatra, un ruso brillante, que me dijo que había sido mal diag-nosticado, que lo mío era un trastorno bipolar y me cambió la medicación. Era verano. La historia de Anna apareció entonces. Hacía unos años me había ocurrido algo parecido a lo que le pasa a ella. Me costaba salir de mi habitación, no que-ría dejar mi casa sola. Pero aquel verano, cuatro semanas después de empezar con la nueva me-dicación, me sentí un poco mejor, dejé mi cuarto, me instalé en el sofá y me puse a ver La ventana indiscreta, que es una de mis películas favori-tas. Al momento, se encendió una luz en casa de mi vecino. Y me fijé en que en Nueva York nadie echa nunca las cortinas, y que si quieres, pue-des espiar a tus vecinos. Me pareció divertido estar viendo a Jimmy Stewart espiar en la tele a Raymond Burr para Alfred Hitchcock en 1954, y a la vez estar observando a mi vecino en 2015. El voyeurismo nunca morirá, supongo; siempre nos fascinará. Pensé que ahí tenía el punto de parti-

da de un thriller. Quería escribir sobre lo que me había pasado, pero era consciente de que nadie quiere leer una novela sobre la depresión, por-que es deprimente. Pero a la gente le gustan los thrillers”.

“Adoro la novela de misterio. Crecí leyendo a Agatha Christie y la serie The Hardy Boys. Estu-dié la obra de Patricia Highsmith en Oxford. Para entonces ya me encantaba el cine negro. Y luego, como editor, me especialicé en la novela negra y el thriller, así que tenía claro de qué género sería mi primera novela. Mi novela no deja de ser una novela, no es un tratado sobre la depresión, pero ofrece algo más que un thriller convencional”.

“Leo a Patricia Highsmith desde adolescente, y creo que ella y Ruth Rendell fueron las pioneras de lo que hoy consideramos intriga psicológica. Un subgénero que, en realidad, tiene décadas de antigüedad, más de un siglo si pensamos en Otra vuelta de tuerca como un thriller psicológi-co, que es lo que es en última instancia. La pro-pia Highsmith admitía estar muy influenciada por Henry James, que es otro de mis autores fa-voritos. Ella modeló El talento de Mr. Ripley a par-tir de Los embajadores, de James. La dirección que ella tomó es muy distinta, pero ambas no-velas comparten ADN. La razón por la que amo a Highsmith es porque yo, como ella, soy esencial y fundamentalmente un acatador de la ley. La respeto totalmente. Soy muy consciente de las reglas. Probablemente eso me convierte en car-ne de secta. Pero lo cierto es que lo que amo, y lo que creo que tantos amamos de la novela negra, es que contiene una lección moral. Al final de cualquier historia de Sherlock Holmes, el orden se restablece, los culpables son castigados y los buenos prosperan. Y eso es muy gratificante”.

Declaraciones extraídas de la entrevista en MacLean’s:

https://www.macleans.ca/culture/

this-publishers-first-thriller-broke-pre-release-sales-records/

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FRAGMENTOS DE LA OBRA

“Sé más o menos lo mismo sobre su mujer. No es muy buena ama de casa, está claro; los Miller se mudaron hace ocho semanas, pero esas venta-nas siguen desnudas, vaya, vaya. Practica yoga tres veces a la semana, desciende la escalera con su alfombra mágica enrollada bajo el brazo y las piernas embutidas en sus pantalones de yoga Lululemon. Y debe de ser voluntaria en al-gún sitio; sale de la casa a las once y algo los lu-nes y viernes, más o menos a la hora que me le-vanto, y vuelve entre cinco y cinco y media, justo cuando estoy preparándome para mi sesión nocturna de cine. (La selección de esta noche: El hombre que sabía demasiado, por enésima vez. Soy la mujer que veía demasiado.) Me he fijado en que le gusta tomar una copa por las tardes, como a mí. ¿También le gusta beber por las ma-ñanas? ¿Como a mí?”.

“En esta misma época hace un año, estábamos planeando vender la casa, llegamos incluso a con-tactar con un agente inmobiliario; Olivia entraría en un colegio de Midtown el septiembre siguiente, y Ed había encontrado una casa en Lenox Hill que necesitaba una reforma completa.

—Será divertido —me prometió—. Te insta-laré un bidet solo para ti.

Le di un golpe en el hombro. —¿Qué es un bidet? —preguntó Olivia. Pero Ed se marchó después de aquello y la niña se fue con él. Por eso sentí que el corazón me daba un vuelco de alegría anoche, al recordar las primeras palabras sobre la que iba a ser nuestra casa: «Monumento histórico con hermosa refor-ma, joya decimonónica de Harlem». Lo de «Monu-mento histórico» y lo de «joya» habría que discu-tirlo, pienso. Lo de «Harlem» es indiscutible, al igual que lo de «decimonónica» (era de 1884). «Con hermosa reforma», puedo asegurarlo, y carí-sima también. «Maravillosa casa familiar», cierto.

Mi reino y sus puestos fronterizos”.

“La escritura de la venta se publicó ayer. Mis nue-vos vecinos son Alistair y Jane Russell; han pagado tres millones cuatrocientos cincuenta mil dólares por su humilde morada. Google me cuenta que él es socio de una consultoría mediana, anteriormen-te ubicada en Boston. De ella no se puede averi-guar nada; a ver quién escribe el nombre «Jane Russell» en un motor de búsqueda y encuentra algo no relacionado con la famosa pin-up y actriz. Han escogido un barrio muy animado”.

“«Agorafobia»: literalmente, el miedo al mercado; en la práctica es el término que se usa para una serie de trastornos de ansiedad. Documentada por primera vez a finales del siglo XIX, un siglo más tar-de «listado como entidad diagnóstica indepen-diente», aunque en gran parte, síntoma comórbi-do con el trastorno de pánico. También se puede leer sobre ella, si se desea, en el Manual diagnósti-co y estadístico de los trastornos mentales, quinta edición. DSM-V, para abreviar. Ese título siempre me ha divertido; suena a saga de películas. «¿Te gustó Trastornos mentales 4? ¡Te encantará la se-cuela!»

“La literatura médica es curiosamente imaginativa en lo que respecta a los diagnósticos. «Los miedos agorafóbicos incluyen [...] estar fuera de casa a so-las; hallarse en medio de una multitud o haciendo cola; encontrarse sobre un puente.» Qué no daría yo por estar sobre un puente. Mierda, y lo que daría por hacer cola. También me gusta este: «Estar en los asientos del centro en una fila de butacas de un cine». En los asientos del centro, nada más y nada menos”.

“Muchos de nosotros —los casos más graves, los que luchamos con el trastorno de estrés postrau-mático— estamos encerrados en casa, apartados del caótico y masificado mundo exterior. Algunos temen las multitudes en agitado movimiento; otros, el aluvión del tráfico. En mi caso, es el vasto cielo, el horizonte infinito, la simple exposición, la aplastan-te presión del exterior. «Espacios abiertos», lo llama

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con vaguedad el DSM-V, impaciente por llegar a sus ciento ochenta y seis notas al pie”.

“—Preparaste unas vacaciones familiares. Nadie debería avergonzarse por ello. —A Nueva Inglaterra, en invierno. —Mucha gente va a Nueva Inglaterra en in-vierno. —Fue algo estúpido.

—Fue algo considerado.

—Fue una tremenda estupidez —insisto.

El doctor Fielding no reacciona. La calefac-ción central resopla y exhala.

—Si no lo hubiera hecho, todavía seguiría-mos juntos. Se encoge de hombros.

—Quizá.

—Sin duda”.

“Estoy en casa. Creo que mi corazón se encuentra a punto de estallar. Podría echarme a llorar de alivio. El paraguas me resbala del brazo y cae al suelo. Little me conduce a la mesa de la cocina, pero agito la mano hacia la izquierda, como un motorista, y variamos el rumbo hacia el sofá, don-de Punch se ha parapetado detrás de un cojín.

—La suelto —me avisa Little en voz baja, ayudándome a sentarme en los cojines.

El gato nos observa. Cuando Little retroce-de, Punch avanza escorado hacia mí abriéndose camino entre las man- tas, antes de volver la cabe-za para bufar a mi escolta.

—Yo también me alegro de verte —lo salu-da Little.

Me hundo en el sofá como la marea, sien-to que mis latidos se ralentizan, oigo el zumbido

quedo de la sangre en mis venas. Tras un mo-mento, estrujo el albornoz entre mis manos, vuelvo a ser yo. Estoy en casa. A salvo. Segura. En casa”.

“No muevo ni un dedo. No puedo.

Su mano queda en el aire, apuntándome al pecho. Tras un momento, la rechazo con un gesto. —¿Quién es esta mujer?

—Su vecina —contesta Little con algo que se parece a la tristeza.

—Jane Russell —asegura Norelli.

Miro a la inspectora, luego a Little y des-pués a la mujer. —No, no eres Jane —le espeto, y retira la mano—. No, no es ella —insisto, volvién-dome hacia los inspectores—. Pero ¿qué dicen? No es Jane”.

“—Quería un lugar seguro. Lo entiendo. La encon-traron medio congelada. Había pasado por un in-fierno. Las uñas se me clavan en las palmas.

—El doctor Fielding dijo que a veces... los oye. Aprieto los ojos con más fuerza, tratando por todos los medios de convocar más oscuridad. «No son, ya sabe, alucinaciones —le había di-cho—. Es solo que me gusta fingir que están aquí de vez en cuando. Como un mecanismo para tra-tar de superarlo. Ya sé que demasiado contacto no es sano.» —Y que a veces les responde. Noto el sol en mi cuello. «Es mejor que no te entregues a esas con-versaciones con demasiada frecuencia —me había advertido—. No queremos que se conviertan en una muleta para ti.»”.

“Doy de comer al gato. Me trago un temazepam. Luego otro. Luego un tercero. Me repliego en el sueño. Lo único que quiero es dormir”.

Yolanda CortésComunicación [email protected](+34) 93 366 02 30