Ecología 03

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DOCUMENTO BIBLIOGRAFICO Nº 19

ZUNZUNEGUI, Santos: “Pensar la imagen”, Madrid, Ediciones Cátedra/Universidad del

País Vasco Signo e Imagen, 1995, 3ª edición.

1.4. La imagen en el mundo actual: inflación y ceguera

Este ú l t imo aspecto característico nos introduce de l leno en una problemática que conviene esbozar desde las páginas iniciales: el hecho de que, como recuerda Gilles Deleuze, nuestra autodenominada “civilización de la Imagen”, sea sobre todo una “civilización del cliché”. Y esto puede explicarse en un doble sentido. Por un lado, porque la inflación icónica se edifica sobre la redundancia. Por otro, en un sentido más complejo, por el hecho de que el poder constituido mantiene muchas veces un interés cierto en la ocultación, distorsión o manipulación de ciertas imágenes, de tal manera que éstas casi dejan de ser un medio de revelar la realidad para convertirse en una forma de ocultarla. Redundancia y ocultación se convierten en caras de la misma moneda. Por si eso fuera poco, insistirá también Deleuze, existe un interés generalizado por “escondernos algo en la imagen”. Y ese algo, añadiríamos nosotros, no es sino su aspecto de lenguaje, su carácter de instrumento de persuasión, el que no existen espejos que no sean deformantes, ya que todo acto de lenguaje icónico es fruto, como veremos más adelante, de una estrategia significativa y, por tanto, persuasiva.

1.5. Para una ecología de la imagen

En relación con las ideas anteriores se encuentra el hecho de que la densidad visual de imágenes ha crecido en progresión geométrica en las últimas décadas. Abraham Moles (1981, 31 y ss.) ha subrayado la necesidad de comenzar a analizar cómo el tamaño numérico de un flujo -en este caso de imágenes- es capaz de condicionar el comportamiento humano. De aquí que se comience a hablar de una ecología de la imagen que se ocupa de la presión visual a la que nos veremos sometidos en nuestra cotidianidad. Queremos, de todos modos, aprovechar este apartado para señalar que la invasión icónica combinada con su carácter eminentemente “realista” (derivado del peso de la tradición figurativa en nuestra tradición cultural) es la que ha provocado el equívoco que sostiene que las imágenes comunican de “forma directa”, pasando por alto la necesidad de analizar cómo comunican y funcionan los discursos visuales, evitando la proliferación de esa especie contemporánea del ciego vidente.

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