Edita El gato descalzo e-book 12: ¿Recuerdas? / Para no coger frío de Anna Lavatelli
Edita El gato descalzo 7. El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez
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Edita El gato descalzo 7.
El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
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Edita El gato descalzo 7.
El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
Edita El gato descalzo
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Edita El gato descalzo 7.
El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
Créditos
El abejorro negro
Max Castillo Rodríguez
Edita El gato descalzo Director: Germán Atoche Intili
elgatodescalzo.wordpress.com
Primera edición en formato ePub:
Lima, 15 de junio 2012.
Diseño de portada: Germán Atoche Intili.
Imagenes: Office Microsoft.com.
Edita El gato descalzo 7.
El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
Ilustraciones interiores:
1: George Bellows, Dempsey and Firpo.
2: Anónimo, inauguración de la Plaza Manco
Cápac, La Victoria (1926).
3: George Bellows, Stag at Sharkeys.
4: Nelson Castañeda, sin título.
Bajo licencia:
Este libro puede ser
distribuido libremente.
Edita El gato descalzo 7.
El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
Presentación
Max Castillo Rodriguez nos
presenta en Edita El gato descalzo
7 un relato protagonizado por
el boxeador Christian Octavio
Pavón, El abejorro negro.
La narración, dividida en cuatro
capítulos y un colofón, abarca
una historia que inicia en Panamá,
se traslada a USA, Buenos Aires y
termina décadas después en Lima.
Edita El gato descalzo 7.
El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
El abejorro negro
Max Castillo Rodríguez
Edita El gato descalzo 7.
El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
NACIÓ ENTRE CAÑAS Y BARRO
Salía casi religiosamente a la
calle para trotar, para enamorar a las
muchachas míseras y lindas como
él. Corría, trotaba feliz con sus pies
inmensos descalzos, a las seis de la
mañana con el calor eterno
panameño sobre su cabeza de negro
orgulloso. Christian Octavio Pavón
era un muchachote de quince años,
un negro, caliente, de piernas largas
y fuertes que quería ser campeón
mundial de boxeo. Siempre le
dijeron que los mejores boxeadores
del mundo eran los de su país como
Panamá All Brown que también era
de Colón, la ciudad panameña de
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negros grandes y orgullo de vida
portuaria. Él corría por las calles de
Colón, donde nació en 1918. Ya era
temido por los matones y los
delincuentes en 1933. Todos le
decían campeón Pavón vení chico,
en las chacras algo alejadas y lo
mismo le gritaban cerca a su casa en
su barrio marginal de Cristóbal,
pueblo de negros pobres, de
hombres tristes y bailarines de
Zanzíbar cuando se inspiraban con
alcohol y mariguana. Allí en
Cristóbal, bajo los cocoteros y los
maizales desteñidos, hongueados,
deshacía a mocetones de 18, de 20 y
hasta 25 años, a todos les rompía los
dientes, los masacraba a sus quince
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años y llegaba a casa para comer su
maíz tostado y tenía un sueño en el
mundo, ser el mejor campeón wélter
que jamás hubiera existido, y le
brotaba el sudor y la árida cólera
desaparecía cuando dormía cansado,
victorioso, invencible como
Espartaco.
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El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
EN LA PLAZA MANCO CÁPAC
Sí, mis hijos. Sí, mis muchachos.
Yo fui el mejor, se los digo ahora,
cuando en octubre me voy ya por
los cuarenta. En mis tiempos
revolución era mala palabra, no
como ahora con comunistas que
aparecen en periódicos, esos rusos y
chinos o esos rebeldes en Cuba.
Cuando estuve preso me los
encontré, matones con garfios que
fueron guardaespaldas de los
grandes del Caribe, de Somoza, sí,
presi de Nicaragua y amigos de
Trujillo. Cuando me iba a los
Estados Unidos vi a Trujillo en el
Canal sin embargo no es de política
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de lo que voy a hablarles mis chicos,
mis muchachos, es de las penas de
un maldito, porque Jean Gilbert me
lo dijo cuando tenía más o menos la
edad de ustedes. Si hubieran
conocido a Gilbert, con su sombrero
de paño y sus zapatos brillantes, era
bailarín también aunque
especialmente era entrenador de
campeones. Cuando me vio la
primera vez yo corría por las afueras
de mi Colón, la ciudad en donde
nací y las chicas me decían
Espartaco. Mi mamita, mis
hermanos me gritaban cuando
sudaba y no paraba de correr:
“Christian, mi Christ" pero él,
Gilbert, ese hombre de ébano,
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delgado como una estatua que se ve
de lejos en Manhattan o acá en
Lima, él me llamó con mi verdadero
nombre, “abejorro negro, traes
pavor y desgracia ajena, eres el
enviado del diablo”.
Sí, chicos de esta carpa Manco
Cápac de La Victoria, no sé si hay
frente a mí bravos potros duros del
puerto del Callao, de dónde sea y
que esta noche me rodean. Soy el
abejorro negro y cuando ataco mato
sin remedio.
El negro de músculos elásticos y
rostro impenetrable mandó al aire el
humo de su habano. Unos veinte
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El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
jóvenes que lo habían visto hacía
media hora golpear la perilla no
dijeron nada, era el abejorro negro,
una leyenda del zaguán, de las calles
malevas, era alguien que merecía
respeto y no se bajaba ante nadie.
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El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
MUERTE Y MALDICION
Esa misma noche hubo un crimen
y la sangre tiñó los pantalones
blancos panameños de un boxeador
que no quería retirarse sin un gran
triunfo y buscaba a un joven para
aniquilarlo. Le faltó tiempo, en la
morgue examinaron el cuerpo
musculoso y moreno. La boca olía a
tabaco cubano y la dentadura
postiza era perfecta. Un cuerpo sin
vida camino a la putrefacción, el
alma que ya no veremos más se va
al limbo, al infierno, si es santo
tocará con apremio el cielo. Nadie
sabía mucho de ese hombre que
vivía en un hotel entre las avenidas
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Grau y Abancay, que saludaba
rápidamente y de allí a la Carpa de
Manco Cápac a continuar
entrenando. Los que conocían de
boxeo escribieron en los periódicos
pequeñas reseñas de un campeón
perdido que en 1933 mientras leía, a
pesar de ser casi un analfabeto, que
Carlos Gardel se mataba en un vuelo
allá en Medellín, un entrenador
haitiano lo miró a los ojos y le dijo:
“lo mataste boy, lo mataste”. Un
boxeador de quince años, un
patancito admirado por sus
músculos de acero que aterrorizaba
a los rateros de Colón y al que las
mujeres le movían todo el cuerpo,
era el augur de la muerte, del
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infortunio. “Abejorro negro lo
mataste a Gardel. No te gustan los
blancos. Lo noto boy, lo demuestras
kid” y el abejorro negro seis meses
después mataba en una rencilla a un
temido, joven ladrón, al mulato
Bolín Reyes y los ladrones del
centro comercial de Colón se la
juraron al quinceañero y también los
de Balboa, porque de allí era ese
Bolín Reyes, malevo de cuchillo
traicionero y el abejorro se comió
cuatro años en la cárcel. Al regreso
del infierno caliente de las rejas, en
su casa, lo esperaba Jean Gilbert. El
abejorro negro cogió su saco, las
zapatillas que su madre limpiaba
cada domingo. También le había
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El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
comprado con lágrimas y esfuerzo
un sombrero al hijo que se fue a
Miami para realizarse, para ser otro
Panamá All Brown.
En los Estados Unidos los negros
se rompían las espaldas, los labios,
se destrozaban el hígado con golpes
y corrió la droga, la morfina que se
inyectaba en Miami, en San Luis
Missouri, en donde vivió hasta el
46. De allí le dijeron: “anda a
Buenos Aires o a Lima, les ganas a
esos negros claros de Lima y
vuelves”. Estuvo en Buenos Aires
un mes pero, como le había dicho
una tarde fatal Jean Gilbert, no le
gustaban los blancos y en Lima
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boxeó contra los chinchanos y los
trujillanos, deshizo a un dominicano
enviciado con tanta droga, además
de a un compatriota suyo y a un
cubano que había vivido veinte años
en España y Portugal. A todos esos
gastados, miedosos y viciosos los
golpeó cuanto quiso, los demolió
como si fueran ratas temblorosas,
sucias. Por eso lo odiaron más. ¿Al
final quien mató a ese hombre una
medianoche en La Victoria?
Pregúntenle a las ratas que corren
por miles en esas calles olvidadas,
porque la policía no se hacía
problemas, total uno más a las fosas
comunes, un negro malo y pobre
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para olvidar pues. Simplemente para
olvidarlo.
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GEORGE CLIFT Y SU HISTORIA
George Georgy Clift era
neoyorkino. Amaba sus rascacielos,
sus barrios de pakistaníes y de
vietnamitas y le gustaba mucho el
boxeo. Fue a Florida para gozar
viendo como Clay noqueaba a
Sonny Liston en menos de un round
y obtuvo una entrevista con un mito
vivo, con el escritor Norman Mailer.
Él ya no podría escribir ahora la
biografía de un campeón, existían
muchas, habíase escrito tanto sobre
la historia del boxeo. De todos
modos su obsesión era escribir un
gran libro, un best seller conocido
en el mundo.
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El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
En julio de 1974 encontró en una
sauna a un poeta peruano, Juan
Durán, los dos se comunicaron en
un buen francés, porque Juan
aunque lo estudió nunca aprendió el
inglés. Vivió cuatro años en París
cuando había abandonado el
monasterio benedictino en Saint
Michelle y después en 1974 estuvo
casi un año en New York enseñando
francés y latín.
La verdadera pasión de Juan era
los poetas de su país, sus vidas, sus
poemas. Conocía cada detalle de las
vidas de Eguren, de Vallejo. Era por
entonces uno de los pocos
seguidores de César Moro. Estaba
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enterado de la obra total y los
sucesos políticos que llevaron a la
muerte a Javier Heraud. De todo eso
habló con Georgy Clift en la sauna.
Un grupo de seres desnudos e
ignorantes siguieron una tarde, y
parte de una noche la conversación
francesa de dos grandes
apasionados. “Anda a Lima Georgy
tengo un archivo de periódicos y
revistas limeños desde los años
veinte a la actualidad”, fue la última
frase lanzada con una risa forzada
por Juan Durán al amigo gringo. Un
año después le cayó a su domicilio
limeño en Camino Real. En esa casa
grande, elegante, donde las violetas
imperiales y los crisantemos
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florecían en un precioso jardín.
George A. Clift leyó durante
semanas la historia de Mauro Mina,
de Antonio Frontado, obtuvo datos
de Bom-Bom Coronado y de K.O.
Brisset. Se volvió un apasionado de
los gladiadores afro peruanos, de sus
victorias, de sus llantos y
melancolías tras ser derrumbados
por puñetazos letales con sabor a
ladrillo. Estuvo casi un mes en ese
agosto de 1975, ya se disponía
alejarse de su nuevo amigo, el
melancólico, torturado, el tristísimo
Juan Durán y se encontró de pronto
con un símil cotidiano de la
aparición de Cristo a San Pablo. Era
un comentario realizado por Blas
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Arcángel, el famoso cronista
argentino especializado en el boxeo
y en la vida bohemia en la Lima de
los cincuenta. Blas Arcángel con su
fiera mirada, en un relato breve y
duro del mes de octubre de 1958
relataba la muerte de Christian
Pavón, El abejorro negro… El
abejorro negro un caso, un tema
macanudo pensó Georgy Clift y ya
tenía en su mente su tan deseado
libro, escribir de un mito, buscar
datos e inventarlos si era necesario.
Se despidió de su amigo el triste
poeta Juan Durán, le besó con
ardiente emoción la mejilla derecha
y le estrecho con fuerza bruta la
mano. Te dedicaré el libro, le dijo
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en un castellano forzadísimo. Juan
repetía ante eso, ojalá amigo,
ojalá…
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COLOFÓN
En enero de 1985, el Perú estaba
conmovido por una insurgencia,
estallaban petardos por todas partes,
se vivía entre pesadillas y
asesinatos. Llegó a la puerta de la
casa de Juan Durán, en la Avenida
Camino Real, un correo certificado.
Era el libro de George A. Clift,
llevaba el título de Abejorro negro y
había aparecido en una elegante
edición de Viking Press. La portada
no tenía ninguna foto del verdadero
abejorro negro, el boxeador
panameño asesinado en La Victoria
el 25 de septiembre de 1958. Se
había escogido una foto en sepia del
diestro Bom-Bom Coronado, pero
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eso no importaba casi nada. “El
señor Juan Durán ya no vive acá”,
respondió un grueso moreno de
unos sesenta años al cartero, quien
volvió a su oficina con el bello libro
de quinientas páginas que tenía una
dedicatoria: “A mi amigo el poeta
peruano Juan Durán”. Eso a nadie le
importaba ya, como nadie se
acordaba que Juan Durán, al
cumplirse dos años de la despedida
del apasionado periodista
americano, había tomado folidol y
se retiró a su manera de este mundo
desordenado, angustiante y
decepcionante. Juan Durán también
sufría mucho, tenía un abejorro
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negro en la espesura de su alma
exquisita.
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Títulos de Edita El gato descalzo
En nuestra biblioteca de e-books semana a
semana encontrarás narrativa, poesía, novelas,
ensayos, etc.
1. Mudanza obligada: Cuento, Colección Lo
fantástico (4 de mayo).
2. Más sabe el Diablo por
diablo: Cuento, Colección Lo fantástico (11 de
mayo).
3. Alargoplazo. M i c r o f i c c i ó n: Selección
de textos breves (18 de mayo).
4. Los sobrevivientes: Antología de Germán
Atoche Intili, Liliana Chaparro, Julio Meza Díaz
y Kevin Rojas Burgos, Colección Poesía (25 de
mayo).
5. Infierno Gómez contra el Vampiro
matemático: Novela, capítulo 1, La
granja. Colección Lo fantástico (1 de junio).
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6. Clase de Historia: Cuento de Daniel
Salvo, Colección CF (8 de junio).
7. El abejorro negro: Relato de Max Castillo
Rodríguez (15 de junio).
8. La señora M. y otras historias germinales:
Textos de Sebastián Andrés Olave.
Lanzamiento: 22 de junio.
y más...
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El abejorro negro. Max Castillo Rodríguez.
Datos del autor
Max Castillo
Rodríguez (Lima,
1954).
Codirigió las
revistas literarias
Penélope y Campo de
concentración (1978-
1979).
Ha escrito las novelas Ángeles quebrados
(2007), Una historia africana (2008) y Flores
para Alejandro (2009).
En la actualidad trabaja en Bastardos,
ambientada entre Lima y Barcelona durante la
Guerra Civil española.
Publicó artículos en los diarios La Crónica,
El Peruano y en las revistas Somos, Casa de
Cartón, Harawi, Cronopios, Kilka Blues, entre
otras.
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