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Edita: XUNTA DE GALICIADepósito Legal: C 3851-2010

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SU PRIMERA AVENTURA

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1

Era el primer día del curso. La tutora les presentó a la clase. Según iban diciendo sus nombres, los siete fueron levantando la mano: Miguel, Elsa, Hugo, Clara, Mencía, Serxio y Andrés. A la hora del recreo, acabaron por coincidir en el mismo rincón

del patio y por hablar entre ellos. Cuando un balón les llegó rodando, Mencía intentó devolvérselo de una patada a los que estaban jugando con él. Pero se sentía debilucha y el balón no llegó muy lejos. Se puso colorada.

“No te preocupes”, la consoló Miguel, “a mí me pasa algo parecido con el baloncesto. Como no soy precisamente ágil, se me escapa el balón todo el tiempo”.

Serxio, que estaba sentado a su lado, lo miró con curiosidad, mientras tamborileaba con sus manos en las rodillas haciendo un ruido algo incómodo.

“Los deportes cansan mucho”, intervino Clara, que estaba recostada contra la pared.

“¡Y aburridos!”, exclamó Hugo. Serxio tamborileó en sus rodillas con más ímpetu todavía.

“A mí me gustan, pero no entiendo muchas de las reglas”, le respondió Andrés. “¿No os parecen muy complicadas?”.

Elsa suspiró profundamente y dijo “mi problema es que no tengo muy buena vista” y muchas veces sólo veo el balón cuando ya se me viene encima...”. Serxio se golpeó las rodillas a un ritmo aún más rápido. Sus seis nuevos amigos se volvieron a mirarlo al mismo tiempo, sorprendidos.

“Ya sé, ya sé... perdón”, se disculpó, “es que soy un poco nervioso y sin querer se me van las manos a hacer ruidos”. Tras un instante de silencio, todos echaron a reír juntos. ¡Vaya un grupo que hacían!

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Al salir del colegio fueron paseando juntos a sus casas. Vivían cerca unos de otros. Su pueblo estaba junto al mar, y por el camino debían pasar junto al puerto, en el que cabeceaban las multicolores embarcaciones de los pescadores: lanchas,

chalanas, arrastreros,... Las gaviotas los sobrevolaban, ruidosas. Las olas chapoteaban contra la base de los muelles. La conversación de unas señoras que arreglaban unas redes se mezclaba con las voces de unos marineros que estaban cargando cajas de madera en su “tarrafa”.

Pero había un sonido que ninguno había escuchado hasta entonces. Un lamento triste, que llegaba desde unas rocas bajas. Intrigados, se dirigieron hasta ese lugar.

En una pequeña poza entre esas rocas descubrieron a un delfín de color gris y expresión asustada. Era él quien se quejaba. Parecía pedir auxilio. Al retirarse la marea se había quedado atrapado allí y ahora no podía salir. Necesitaba ayuda.

Los siete nuevos amigos dejaron sus mochilas a un lado y se acercaron con cuidado al animal. No querían asustarlo aún más, ni recibir por ese motivo un coletazo. Lo peor era que no se les ocurría ninguna manera de sacarlo de allí. Miguel no se fiaba de su agilidad, ni Mencía de su fuerza. Clara se confesaba muy cansada y Elsa no se atrevía a caminar mucho por las rocas, pues temía no ver bien y resbalar. Serxio empezó a silbar muy alto, nervioso, mientras que Andrés se aburrió en seguida de pensar una solución y a Hugo todo lo que se le ocurría le parecía muy poco inteligente.

Se miraron unos a otros, desconcertados. Más desconcertado aún estaba el delfín. Entonces escucharon tras ellos una fuerte y simpática voz:

“¿Me vais a ayudar a salvar a ese pillo?”.

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Se volvieron sorprendidos. Era un pescador de espesa barba, enfundado en un chubasquero amarillo y con una pipa apagada en la mano.

“Me llamo Luis”, se presentó. “Trabajo en la mar y conozco desde hace tiempo a este delfín. No es como los otros, que van siempre en grupo. A este le gusta ir y venir solo, a su aire. A veces hace alguna trastada, pero se las perdonamos, porque no parece tener más amigos que las personas. Parece que hoy está en un serio apuro, así que más vale que nos pongamos manos a la obra cuanto antes. ¡Vamos!”.

Los siete amigos no dudaron en correr tras Luis por el muelle. Sólo se detuvieron, asombrados, cuando llegaron frente a un bonito barco pintado de blanco y azul, al que Luis subió de un salto. Tras el acristalado puente, en la popa, una fuerte grúa parecía dormir la siesta.

“¡Todos a bordo!”, ordenó Luis. En un instante estaban reunidos en el puente mientras el pescador dibujaba en un cuaderno la estrategia para salvar al delfín. Miguel y Elsa iban a regresar junto a él con una sardina. Hugo y Clara iban a extender una red a su lado. Mencía, Serxio y Andrés iban a permanecer en la cubierta del barco, a proa, babor y estribor, mientras Luis lo acercaba a las rocas con la grúa extendida. Su misión era ayudarle en la maniobra.

Luis arrancó el motor del barco. Miguel, Elsa, Hugo y Clara saltaron al muelle y ayudaron a soltar las amarras de los norayes. Luego corrieron de regreso a las rocas.

El delfín parecía haberse olvidado de su apurada situación y los observaba a todos con curiosidad.

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Clara y Hugo extendieron la red en unas rocas planas que había junto a la poza en la que había quedado atrapado el delfín. A continuación, siguiendo las precisas indicaciones de Mencía, Serxio y Andrés, Luis fue acercando con cuidado su barco

a ese lugar.

“¡Despacito!”, gritaba Serxio cada poco, “¡despaciiiiito! ¡ DESPACIIIIITO!”

“¡Tranquilo, chaval, que te oigo bien!”, rió Luis. Cuando el barco estuvo junto a las rocas, extendió la grúa. De ella colgaban cuatro cuerdas (Luis las llamaba “cabos”) que Clara y Hugo engancharon a las esquinas de la red.

En ese momento entraron en acción Elsa y Miguel. Primero le mostraron la sardina al delfín, que se revolvió en su poza sin quitarle ojo. Sin duda, estaba muerto de hambre. A continuación, la arrojaron al aire. El delfín, tomando el poco impulso que podía en un lugar tan pequeño, dio un pequeño salto y cayó justo sobre la red, pero sin la sardina. Entonces Luis subió rápidamente el brazo de la grúa, que levantó la red por sus cuatro esquinas, y al delfín atrapado en ella. Luego, con mucho cuidado, la movió hasta situarla sobre el agua y volvió a bajarla. Cuando el delfín ya estaba bajo la superficie, desenganchó los cabos a mano y el animal salió nadando tan contento.

Los siete amigos aplaudieron encantados. “¡Buen trabajo! ¡Enhorabuena!”, les felicitó Luis. El delfín, tras dar un acrobático salto, volvió a toda prisa junto a las rocas y empezó a gritarles a Miguel y a Elsa.

“¿Qué le pasa ahora?”, preguntaron los dos niños.

“¡Que quiere su sardina!”, les respondió Luis con una carcajada. Los niños la recogieron de las rocas y se la arrojaron al delfín, que la capturó, esta vez sí, con una elegante pirueta.

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Al día siguiente Luis invitó a la pandilla a recorrer el puerto en su barco, “O Mascato”. Avanzaban entre otros barcos más grandes y pequeños que, movidos por las pequeñas olas, cabeceaban como saludándoles. También les saludaban los

pescadores que estaban en ellos. Todos conocían a Luis, a quien respetaban y tenían por un buen amigo.

“¿Veis aquel edificio amarillo?”, explicaba Luis, “¡Es la lonja! Allí es donde los pescadores llevamos nuestras capturas para venderlas. Nos las compran por ejemplo los dueños de los mercados o restaurantes de las cercanías, o los representantes de empresas de distribución que, a su vez, se lo venden a mercados y restaurantes más lejanos”.

“¡Ahí se mueve mucho dinero!”, exclamó Elsa.

“Depende”, respondió el pescador, “cuando viene un temporal de varios días, los barcos no pueden salir. Entonces no hay pescado que vender. Luego, unas veces resulta que hay tanto pescado que se vende muy barato. Y otras, hay tan poco que se vende muy caro...”.

“¡Y parecía fácil!”, opinó Miguel.

Luis prosiguió: “Ahí a la izquierda tenéis los almacenes en los que los pescadores guardamos redes, cajas de madera y muchas otras cosas fundamentales para nuestro trabajo. Y al otro lado, en esa casa de tejas naranjas, está el Centro de Formación Pesquera. Ahí es donde aprenden los pescadores de ahora y del futuro”.

“¿Los de ahora también vais a clase?”, preguntó intrigada Clara.

“¡Por supuesto! Los pescadores debemos estar al día de cuantas novedades técnicas aparecen para tener más seguridad en nuestro trabajo, para navegar, localizar los bancos de peces...”.

“¿Los bancos de peces es donde guardáis vuestros ahorros?”, preguntó Andrés.

“¡Ja, ja, ja! ¡Esa sí que es buena, Andresito! Se llaman bancos los grandes grupos de peces, que buscamos con nuestros radares”.

“Bueno, en cierta manera también son vuestros ahorros, ¿no?”, le respondió Mencía, “si os quedáis sin peces, os quedáis sin trabajo”.

Luis la miró muy sorprendido y serio, y dijo: “Tienes toda la razón. Toda la razón”.

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Los días siguientes los siete amigos, muy impresionados por la visita al puerto y por las explicaciones de Luis, sorprendieron a sus padres con una petición: “Quiero comer más pescado”. No se habían puesto de acuerdo. Ni siquiera lo habían hablado

entre ellos. Cada uno por su lado, se habían convencido de que merecía la pena probar a comer más pescado, a ver qué pasaba.

Pronto, Miguel se descubrió como un gran aficionado al rodaballo. Su padre lo preparaba los domingos con una receta que había aprendido del abuelo. Lo llamaba “Rodaballo al estilo abuelo de Miguel”.

Elsa se pirraba por la trucha. Incluso empezó a dibujar truchas en sus cuadernos de clase. Truchas nadando contra la corriente, truchas saltando, truchas con patatas asadas, truchas ahumadas...

Hugo se convirtió en un apasionado de los jureles. Llegó a descargar de internet un buen montón de recetas de jurel y a enviárselas por e-mail a sus padres, por si no se habían dado cuenta de que estaría feliz de poder comer jurel todos los días.

Para Clara no había sabor comparable al de la pescada. Ya fuera a la gallega, a la romana, a la marinera, en salsa verde o de las mil y una otras formas diferentes de cocinarla. Colgó en la pared de su cuarto una cartulina en la que fue apuntando las muchas recetas diferentes que iba probando.

Mencía prefirió las sardinas. Incluso empezó a soñar cada noche con el delicioso aroma de las sardinas asadas. ¿Cómo era posible que hubiese pasado tantos años sin descubrirlas? ¡No era extraño que el delfín se volviese loco por ellas! “¿Soñarán también los delfines con sardinas?”, se preguntaba.

Lo de Serxio con el Lirio fue amor a primera vista. Nada más verlo en el plato, supo que aquello iba a ser diferente, y mucho más sabroso que cualquier alimento que había tomado hasta entonces. Luego, cada vez que alguien de su familia comentaba algo acerca de un plato que le había gustado especialmente, Serxio respondía:“Ya, ya, pero donde esté el lirio, que se quite todo lo demás”.

Andrés, por último, se convirtió en un absoluto fan de los mejillones. No son pescados, claro, pero viven en el mar. Tanto le gustaban, que empezó a coleccionar en un álbum diferentes etiquetas de latas de mejillón. Por supuesto, antes había vaciado esas latas y había disfrutado de su contenido. Además, el sonido que hacen las conchas de mejillón al chocar entre sí comenzó a parecerle la música más hermosa que había escuchado jamás.

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Pasadas unas semanas, la pandilla se había convertido en inseparable. Todos los días quedaban para ir juntos a clase y regresaban del colegio paseando junto al puerto para saludar a su amigo Luis, el pescador, con quien a menudo charlaban un buen rato

acerca de mil y un temas relacionados con la pesca y el marisqueo. Luis siempre contaba cosas interesantes, y de una forma muy entretenida, pues sabía infinidad de historias y anécdotas.

Luis casi nunca faltaba a su cita. Por eso aquella tarde, cuando llegaron hasta su barco, les sorprendió no encontrarle. En su lugar, había una nota para ellos:

Compañeros: hoy tuve que marcharme a comprar una pieza para el motor. ¡Mañana nos vemos!

“¡Qué le vamos a hacer!”, se resignó Andrés, “¿Os apetece pasar por el mercado, a ver si tienen nuevas latas de mejillones?”, propuso a continuación. Los demás no pudieron evitar la risa. ¡Vaya afición la de su amigo! En el mercado siempre había oportunidad de ver, en los puestos del pescado, truchas, jureles, pescadas, lirios, sardinas o rodaballos, así que todos tenían un motivo para dar una vuelta por él.

No habían dado diez pasos cuando un triste y familiar sonido resonó en el puerto.

“¡No puede ser!”, exclamó Mencía.

De nuevo el delfín se había quedado atrapado en las rocas. Esta vez, en una poza en la que había muy poca agua. Desde allí les miraba con una mezcla de angustia y de esperanza. ¡Llegaba al rescate la pandilla que le había socorrido la vez anterior!

“No hace falta que os recuerde que hoy Luis no va a poder ayudarnos...”, comentó Elsa, sacándose la mochila con decisión y poniéndola en el suelo, “¡ni que tenemos que hacer algo, y cuánto antes!”. Así era. El delfín tenía pinta de llevar allí atrapado demasiado tiempo. “¡Vamos allá!”. Desde luego, aquella no era la Elsa de hacía unas semanas, cuando siempre estaba cansada.

Tampoco Serxio era el mismo.“¡Tranquilidad!”, ordenó, “porque si nos ponemos nerviosos, acabaremos por hacer algo mal...”. Sus amigos le miraron asombrados. Tenía toda la razón. Aún más sorprendente, si cabe, fue, lo que a continuación dijo Andrés:

“Se me ha ocurrido un buen plan”. ¡Pero si Andrés casi siempre creía que sus ideas eran poco inteligentes! Hicieron un corro, escucharon su estrategia y se pusieron rápidamente manos a la obra.

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Hugo iba muerto de risa a cumplir su misión. Nunca se había divertido tanto. Y eso que hasta hacía poco casi todo le parecía muy aburrido... Tenía que conseguir una sardina y montones de chubasqueros de plástico, de los que usan los pescadores

para evitar que las olas les empapen.

Mientras tanto, Mencía y Clara se hicieron con un cubo de agua cada una. Los llenaron en la orilla y luego los vaciaron sobre el delfín, para que su piel no se secase al aire. Al mismo tiempo, Elsa estudiaba al detalle las rocas que había entre esa poza y el agua, buscando las zonas más planas. Su agudeza visual había mejorado mucho desde hacía unas semanas.

Cuando Hugo regresó, además de la sardina y de gran cantidad de chubasqueros, traía consigo a una pequeña multitud de pescadores dispuesta a echar una mano en cuanto hiciera falta. Rápidamente se pusieron manos a la obra para ayudar a la pandilla.

Siguiendo las instrucciones de Andrés, entre todos colocaron los cubasqueros formando una rampa que iba desde la poza hasta el mar siguiendo el camino de las rocas más planas que les marcaba Elsa. A continuación, Mencía y Clara echaron agua sobre los chubasqueros para que estuviesen bien resbaladizos.

El siguiente paso era convencer al delfín para que se deslizase poco a poco sobre ellos. Para eso hacía falta alguien que, con una sardina en la mano, fuese animando al animal a que le siguiera camino de su salvación. La tarea no era fácil. Quien lo intentase corría el riesgo de resbalar y darse un buen golpe.

“¡Yo lo haré!”, se ofreció muy decidido Miguel. Y sin pensarlo dos veces, se situó sobre los primeros chubasqueros con la sardina en la mano y se la mostró al delfín diciendo: “Como no te la comas tú, se la devora Mencía”. El animal, con un coletazo, dio un primer salto y cayó sobre la improvisada rampa. Miguel saltó hacia atrás, sin caerse, y volvió a agitar la sardina. Nunca antes había estado tan ágil. Hasta entonces se consideraba a sí mismo más bien torpe. Así, a saltos, y una vez tras otra, fue conduciendo al delfín hacia la orilla, hasta que, ya junto a ella, arrojó la sardina a las olas y el delfín saltó tras ella, para zambullirse definitivamente en el mar.

Cuando el delfín volvió a asomar su simpática cabeza con la sardina atrapada en su sonrisa, la pandilla y los pescadores estallaron en aplausos y risas.

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Luis el pescador estaba muy orgulloso de sus amigos. Se habían reunido todos en la cubierta de su barco y celebraban la operación de salvamento del delfín con unos refrescos y unos mejillones.

“¿Sabéis cómo os llaman ahora aquí en el puerto?”, les preguntó mientras se llevaba a la boca un gran y sabroso mejillón naranja.

“¿Cómo?”, preguntaron todos los niños a la vez, intrigados.

Luis tragó el mejillón y dió luego un trago a su refresco. A continuación, con una gran sonrisa, les respondió:

“¡ Los Arroases!” A todos les hizo mucha gracia y les gustó ese nombre para la pandilla.

“¿Y qué pensáis hacer a partir de ahora?” les preguntó entonces Luis. “Debéis saber que toda la gente del puerto espera grandes cosas de vosotros. ¡No se encuentra todos los días un grupo de superhéroes dispuestos a ayudar a los demás!”.

Las chicas y chicos se miraron unos a otros muy sorprendidos. ¿Superhéroes?

“¿Qué sucede? ¿No os lo creéis? ¡Habéis sido unos héroes salvando al delfín! Y como los superhéroes, habéis combinado vuestras ganas de ayudar con el descubrimiento de las fuentes de vuestra inteligencia, fuerza, visión, diversión, energía, tranquilidad e inteligencia. ¿Acaso no han aumentado todas ellas desde que coméis alimentos del mar?”.

Luis tenía, como siempre, toda la razón.

“¡Somos los Arroases!”, exclamo entonces Andrés, poniéndose de pie de un salto. Sus amigos se le unieron al instante: “¡Somos los Arroases!” Y como los superhéroes tienen todos nombres especiales, cada uno eligió el suyo, relacionado con la fuente de su superpoder:

“¡Yo seré Rodaballo!”, dijo Miguel, “¡Más agilidad!”.“¡Yo seré Troita!”, dijo Elsa, “¡Mejor visión!”.“¡Yo seré Xurelo!”, dijo Hugo, “¡Más diversión!”.“¡Yo seré Pescada!”, dijo Clara, “¡Más energía!”.“¡Yo seré Sardiña!”, dijo Mencía, “¡Más fuerza!”.“Yo seré Lirio”, dijo Serxio “Más tranquilidad”.“¡Yo seré Mexillón!”, dijo Andrés, “¡Más inteligencia!”.

Y así fue como comenzaron sus aventuras.

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jurel

contiene niacina (vitamina B3), que favorece nuestro buen humor: ¡MÁS DIVERSIÓN!

se pesca lejos de la costa en el invierno y cerca de ella en el verano.

¡no dejes de probar la lasaña de jurel! ¡ÑAM ÑAM!

Rodaballo

contiene potasio, muy importante para enviar el impulso a nuestros músculos: ¡Más agilidad!

se pesca en aguas poco profundas. Vive camuflado en los fondos arenosos.

¡ QuÉ bueno está el rodaballo en paella o filloas rellenas! ¡ÑAM ÑAM!

trucha

contiene retinol (vitamina A), fundamental para la vista: ¡mejor VISIÓN!

la trucha de mar, también llamada reo, se pesca en las bocas de nuestras rías.

a la plancha, en croquetas o en pastel, ¡está sabrosísima!

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Sardina

contiene cobalamina (vitamina B12), que favorece el metabolismo y el mantenimiento del sistema nervioso: ¡MÁS FueRZA!

se pesca echando las redes sobre los grandes bancos que forma cerca de la superficie.

¡lA sardina está muy rica en hamburguesa! ¡ÑAM ÑAM!

Mejillón

contiene iodo, muy importante para nuestro desarrollo físico y mental: ¡MÁS INTELIgENCIA!

se recoge en las rocas y se cultiva en bateas en las rías.

Si aún no probásteis la fideuá de mejillones ¡no sabéis lo que os perdéis!

lirio

contiene un tranquilizante natural que ayuda a mantener la buena salud de nuestro sistema nervioso: ¡MÁS TRANQUILIDAD!

se pesca a veces a mucha profundidad, donde vive en grandes bancos.

¡la pizza de lirio es deliciosa!

pescada

contiene tiamina (vitamina B1), que es muy importante para que produzcamos energía: ¡MÁS ENERgÍA!

se pesca en el invierno en aguas frías y profundas, y en el verano cerca de la costa.

Si la preparas en albóndigas, al horno o en barritas, ¡te chuparás los dedos!

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