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    Está aquí:Inicio FILOSOFIA Artículos Aspectos filosóficos sobre el alma

    Aspectos flosófcos sobre el alma Por Manuel Ruiz

    El alma es la gran motor de la Historia, ha puesto en

    marcha a las Civilizaciones y ha hecho posible todas las formas de contacto entre sociedades y

    culturas

    Hablar del alma es hablar del ser humano, tanto para los que piensan que existe como para los

    que le niegan un asiento metafísico. El tema del alma es el gran motor de la Historia, puesto

    que la percepción que se ha tenido de su existencia y los planteamientos de vida que ha

    originado (desde el espiritualismo más ferviente hasta el materialismo más encendido) son los

    que han puesto en marcha las Civilizaciones, los que han hecho posible todas las formas de

    contacto entre sociedades y culturas. A lo largo de la historia del pensamiento, el alma se ha

    abordado de múltiples maneras, que podrían reunirse en dos principales: el alma como

    principio de vida y el alma como principio de racionalidad. Ambas posturas no son radicalmente

    excluyentes entre sí, pero llevan a consecuencias que pueden derivar en antagonismos.

    El alma y la vida se han encontrado unidas desde la antigüedad. Se consideraba que un ser

    estaba vivo en virtud de su "ánima", de su alma. De hecho, cuando ésta abandonaba el cuerpo,

    era el momento de la muerte. Se deja de vivir porque el principio vital (el alma) deja de estar

    unido al organismo. Esta concepción del alma trae varias consecuencias: resulta un tanto

    incomprensible que el alma sea inmortal ¿qué sentido tiene un alma fuera del cuerpo, si es un

    principio vital? Además, siendo así, el alma no sería una cualidad exclusivamente humana, sino

    extensiva al resto de los seres vivos y deberíamos hablar del alma de los animales, las plantas.

    Por otro lado, el alma y la razón también se han imbricado firmemente en toda la historia de la

    filosofía. El alma sería el asiento del conjunto de funciones de la mente. El alma aporta el

    conocimiento, es el principio de racionalidad. Esta concepción del alma también trae consigo

    otras consecuencias: el tema de la inmortalidad no solamente es posible, sino que además es

    necesario para explicar el alma como principio de conocimiento inteligible. Todo ello en

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    detrimento de vincularla al cuerpo. Así, puesto que el principio de racionalidad es

    exclusivamente humano, se le niega la posibilidad de tener alma al resto de los seres vivos.

    La consideración del alma como principio vital, es la concepción aristotélica, y como principio

    racional, la concepción platónica, aunque ni Aristóteles ni Platón fueron tan excluyentes. Como

    suele suceder, son los seguidores de sus ideas los que radicalizan cada postura. Platón

    afirmaba que el cuerpo es una cárcel para el alma, pero a su vez admitía que ella albergaba,

    además de la parte racional, inmortal, otras dos partes, mortales, más en relación con el

    desarrollo de la vida en el cuerpo, la parte irascible y la concupiscible, siendo el estado ideal

    del hombre, aquel en el que se conseguía la armonización de las partes a través de las virtudes

    que les son propias. Aristóteles, por su parte, no sólo no negó que el alma sostuviera el

    principio de racionalidad, sino que llegó a argumentar que el estado de felicidad en el hombre

    se alcanza cuando predomina la función que en el alma humana es más propia, la razón,

    mantenida igualmente, a través de la virtud. Al igual que su maestro, consideraba que en el

    alma humana quedaban reflejadas otras funciones propias del hombre, y que éste posee en

    común con el resto de los seres vivos, pero sólo la razón le otorga la característica humana. A

    lo largo de la historia de Occidente se han ido sucediendo en el paradigma del pensamiento,

    momentos platónicos frente a momentos aristotélicos, dejando cada uno su impronta en la

    filosofía moral, el arte y la concepción del hombre, la sociedad y el mundo. Hasta llegar al

    racionalismo de Descartes, y el mundo de la física mecánica y el desarrollo matemático. A

    partir de aquí, sólo se admite lo que puede demostrarse matemáticamente. El principio de

    vitalidad y la concepción aristotélica en general, son reducidas a los principios biológicos. El

    materialismo, la negación del alma como ente metafísico, espiritual, más allá de lo tangible, ha

    nacido con fuerza. Desde este momento, el alma es sinónimo de vida biológica y psicológica.

    Punto.

    El pensamiento filosófico (que no debemos confundir, en esto del alma, con la fe religiosa)

    ofrece dos posturas: que el alma existe como ente metafísico, donde radica la identidad

    humana, o que no existe como ente metafísico, estando la identidad humana en el conjunto de

    funciones biológicas y psicológicas. Si niego la existencia del alma y ciertamente el alma no

    existe, estoy actuando de forma natural. Pero si niego la existencia del alma y ésta si existe, la

    consecuencia es que estoy cercenando una parte de mi ser, y viviré una vida incompleta, no

    completamente natural.

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    Si admito la existencia del alma, y ésta efectivamente existe, actúo acorde con mi naturaleza. Y

    si admito la existencia del alma y es una falacia, no existe, las consecuencias también son

    naturales, puesto que no he negado la existencia de lo único que supuestamente existiría, que

    sería el cuerpo. De este razonamiento surgen dos consecuencias: primera, que la postura más

    coherente, con la que uno no aborda una existencia alejada de la propia esencia humana (sea

    cual sea en realidad), es la de vivir suponiendo la existencia del alma. Y segunda, que este

    argumento es válido si se aborda la cuestión del alma en términos de armonización de los

    principios vitales y racionales, como no sólo plantearon los maestros griegos, sino otros

    muchos grandes pensadores de otras civilizaciones y tradiciones.