El ANTIGUO TESTAMENTO y SU SENTIDO EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN según KARL RAHNER

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El ANTIGUO TESTAMENTO y SU SENTIDO EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN Karl Rahner No se trata aquí del AT como Escritura ni tampoco de la historia del pueblo de Israel en particular, sino de la esencia del período de la historia de la salvación llamado AT (antigua alianza), se trata de cómo éste es comprendido desde el NT a base de las fuentes dogmáticas de la teología. Con la expresión AT se designa teológicamente aquella fase de la historia propiamente dicha de la revelación y de la - salvación de la humanidad que, empieza con el pacto de Dios con Abraham, alcanza su verdadero punto central (según la doctrina de los profetas) en la salida de Egipto y en la -- alianza del pueblo elegido de Israel bajo Moisés en el Sinaí, y llega a su plenitud en la muerte y resurrección de Jesús y en el nuevo y eterno pacto de Dios con toda la humanidad que ahí está implicado. Esta época de la historia de la salvación está limitada temporalmente en sus comienzos, pues la historia primitiva y el tiempo anterior a Abraham es considerado por el mismo AT (incluso por la tradición yahvista) como una < prehistoria» de tipo general (universal), en la cual todavía no se destacaba una historia especial («particular») de salvación que la -> revelación divina distinguiera críticamente de la restante historia del mundo y de la salvación, y, en este sentido, todavía no existía una «pública» historia salvífica. Hacia adelante el AT termina con la alianza en jesucristo. El AT está limitado espacialmente, ya que, según el testimonio de la Escritura (Ez 14, 14-20; Jn; Sal 46, 2s; 101, 16s; 137, 4s; Mt 12, 41; Sant 5, 11) y de la Iglesia (Dz 160a y b, 1295; cf. también Dz 1379, 1647; a esto se añade la doctrina del Vaticano ti, especialmente en el Decreto sobre la Iglesia [n. 16] y en el Decreto sobre las Misiones [n. 17], según los cuales ya no cabe dudar de que también fuera de la predicación del Antiguo y del NT puede haber auténtica fe salví&a, producida por la gracia), también fuera del AT hubo gracia y no puede excluirse que paralelamente a él se diera cierta revelación (aunque no fuera propiamente «pública» y «oficial»), incluso después de la revelación primitiva. Parece más bien que esto último debe afirmarse, pues donde hay gracia sobrenaturalmente elevante, se da un nuevo objeto formal de orden sobrenatural para el conocimiento y la acción, y, en este sentido, se da una revelación transcendental. Esto supuesto, como para nuestro punto de vista actual ese período llamado AT es espacial y temporalmente muy pequeño (en comparación con la

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El ANTIGUO TESTAMENTO y SU SENTIDO EN LA

HISTORIA DE LA SALVACIÓN

Karl Rahner

No se trata aquí del AT como Escritura ni tampoco de la historia del pueblo de Israel

en particular, sino de la esencia del período de la historia de la salvación llamado AT

(antigua alianza), se trata de cómo éste es comprendido desde el NT a base de las

fuentes dogmáticas de la teología. Con la expresión AT se designa teológicamente

aquella fase de la historia propiamente dicha de la revelación y de la - salvación de la

humanidad que, empieza con el pacto de Dios con Abraham, alcanza su verdadero

punto central (según la doctrina de los profetas) en la salida de Egipto y en la -- alianza

del pueblo elegido de Israel bajo Moisés en el Sinaí, y llega a su plenitud en la muerte

y resurrección de Jesús y en el nuevo y eterno pacto de Dios con toda la humanidad

que ahí está implicado. Esta época de la historia de la salvación está limitada

temporalmente en sus comienzos, pues la historia primitiva y el tiempo anterior a

Abraham es considerado por el mismo AT (incluso por la tradición yahvista) como una

< prehistoria» de tipo general (universal), en la cual todavía no se destacaba una

historia especial («particular») de salvación que la -> revelación divina distinguieracríticamente de la restante historia del mundo y de la salvación, y, en este sentido,

todavía no existía una «pública» historia salvífica. Hacia adelante el AT termina con la

alianza en jesucristo.

El AT está limitado espacialmente, ya que, según el testimonio de la Escritura (Ez 14,

14-20; Jn; Sal 46, 2s; 101, 16s; 137, 4s; Mt 12, 41; Sant 5, 11) y de la Iglesia (Dz 160a

y b, 1295; cf. también Dz 1379, 1647; a esto se añade la doctrina del Vaticano ti,

especialmente en el Decreto sobre la Iglesia [n. 16] y en el Decreto sobre las Misiones

[n. 17], según los cuales ya no cabe dudar de que también fuera de la predicación del

Antiguo y del NT puede haber auténtica fe salví&a, producida por la gracia), también

fuera del AT hubo gracia y no puede excluirse que paralelamente a él se diera cierta

revelación (aunque no fuera propiamente «pública» y «oficial»), incluso después de la

revelación primitiva. Parece más bien que esto último debe afirmarse, pues donde hay

gracia sobrenaturalmente elevante, se da un nuevo objeto formal de orden

sobrenatural para el conocimiento y la acción, y, en este sentido, se da una revelación

transcendental. Esto supuesto, como para nuestro punto de vista actual ese período

llamado AT es espacial y temporalmente muy pequeño (en comparación con la

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antigüedad de la humanidad y, en consecuencia, con la duración del status legis

naturae, así como a la vista de la insignificancia espacial y numérica de la historia que

va desde Abraham hasta Jesús, medida con el todo de la historia universal), él se nos

presenta justamente en la actualidad como una breve y última preparación próxima de

la venida de Cristo y, bajo muchos aspectos (no bajo todos), como una manifestación-

hecha por la Providencia mediante una revelación singular de la acción de Dios en la

historia en general. Adentrándonos más en el AT, vamos a caracterizarlo en cierto

modo con las siguientes notas:

1. Es una auténtica historia sobrenatural de la salvación y de la revelación (por la ->

«palabra») y con ello, puesto que la discontinuidad de la historia por culpa de la

incredulidad del hombre no puede romper la unidad de la acción salvífica de Dios, es

la indispensable prehistoria de la revelación definitiva de Dios en Cristo. La -->salvación procede de los judíos (Jn 4, 22); en el AT Dios habló muy gradualmente y de

muchas maneras a los padres mediante los profetas (Heb 1, 1). La Escritura del Nuevo

Testamento (Mt 15, 3s; Mc 7, 8; Lc 24, 44; Jn 5, 46; 19, 36s; 1 Cor 10, 11; Heb 7ss,

etc.) y la doctrina de la Iglesia (contra las distintas formas de -> gnosticismo, de -->

maniqueísmo, etc.) acentúan una y otra vez que la historia del AT partió de Dios, quien

se ha revelado definitivamente en Jesucristo (Dz 28, 348, 421, 464, 706), de manera

que la Escritura del AT y la del Nuevo tienen un mismo autor (Dz 783, 1787). La

condenación de intentos racionalistas (-> modernismo) de reducir la historia peculiarde la revelación a una historia puramente natural, general de la religión (Dz 2009-

2012, 2020, 2090, etc.), constituye también una defensa de la historia del AT.

Naturalmente, aquí debe tenerse en cuenta cómo el que Dios sea autor de esa historia

no excluye el hecho de que la voluntad salvífica y la iluminación de Dios también

actuaron fuera de esta historia oficial de salvación, y, por tanto, incluso fuera del AT,

nunca y en ninguna parte ha existido una historia meramente natural de la religión; así

como, por otra parte, hemos de tener en cuenta que -> Dios y --> hombre alcanzan en

Jesucristo una unidad indisoluble, una unidad como antes no se dio jamás, ni siquiera

en el AT.

Esta historia auténtica de salvación consistió, según el testimonio del mismo AT,

esencialmente en el hecho de que: a) fue la historia de un -> monoteísmo moral y

profético, producida o engendrada y conservada por la intervención peculiar de Dios, o

sea, consistió en la proclamación de las «experiencias» acerca de los

comportamientos libres de Dios, suscitadas por una acción auténticamente histórica

del mismo Dios, las cuales iban más allá de un mero conocimiento racional de laspropiedades necesarias de la divinidad; y por cierto, b) de tal manera que ese Dios

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uno, verdadero y «vivo», por y a pesar de ser Señor de todas las criaturas, quiso

entrar a través de una actuación histórica en la relación de una alianza especial con el

pueblo de Israel, de forma que él no era simplemente una personificación natural y

misteriosa del mismo pueblo, no era original e indisolublemente un «Dios del pueblo»

(Cf. Vaticano ir, De divina Revelatione, n .o 3, 14ss). Aquí los dos momentos se

condicionan mutuamente: el Dios de la alianza, Yahveh, fue conocido y venerado cada

vez más claramente como el Dios realmente único (frente al mero henoteísmo y a la

mera monolatría), y con ello se penetró cada vez más profundamente en la

importancia del hecho de que el Dios de todo el mundo hubiera pactado una alianza

especial precisamente con este pueblo, de modo que el fin último del pacto particular

no podía menos de ser universal, como se pone ya de manifiesto en la promesa

veterotestamentaria de la futura conversión de los gentiles (Gén 12, 3; Is 2, 2; 11,

IOss; 42, 4ss; 49, 6; 55, 4; Sal 21, 26; 85, 9; Jer 3, 17; Sof 2, 11; 3, 9; Ag 2, 7; Zac 8,

20). Cuando llegó el cumplimiento se pudo conocer que el pacto histórico del Dios que

por libre benevolencia se revela a sí mismo, debía encontrar su plenitud insuperable

en el hecho de que las dos partes de la alianza, Dios y el hombre, se unieron en el

Dios-hombre, y que así la alianza antigua preparaba este hecho.

2. Es una historia particular de la salvación y de la revelación. Esta historia parcial es

elegida por el Dios de la historia entre toda la historia universal, que él también quiere

y domina. Dios no se ha revelado «en esta forma» a todos los pueblos y establecidocon ellos una alianza. Ya hemos dicho antes lo que esto implica positiva o

negativamente. El sentido de este particularismo es el universalismo: si junto a la

historia general hay también una historia de salvación (y no sólo una situación salvífica

que permanece siempre igual para todos), y si el auténtico redentor no es la

humanidad en su totalidad, sino que ésta - evidentemente en su conjunto - es redimida

por uno, entonces, el contorno espacial y temporal de este redentor histórica y

realmente uno, y, por eso, espacial y temporalmente determinado, tiene con necesidad

histórica una configuración concreta, a saber, dicho contorno ha sido planeado por

Dios con miras al redentor y participa de su carácter sobrenatural.

3. Es una historia de salvación abierta hacia adelante y todavía no definitiva. El

carácter transitorio o la apertura hacia adelante es una nota del AT, no precisamente

porque todo lo histórico es histórico, o sea, es transitorio y corre hacia algo siempre

nuevo, sino porque: a) el mismo AT como acción de Dios, que en el tiempo

veterotestamentario obliga absolutamente, entiende que su función preparatoria (la

única función que él ha de tener y tiene de hecho por su propia culpa) pertenece a supropia esencia por la razón de que lo definitivo, la alianza eterna, todavía ha de llegar;

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b) la alianza antigua, amenazada radicalmente en su existencia por la infidelidad moral

del pueblo, podía fracasar y fracasó; y la más firme fidelidad de Dios incluso con los

infieles a lo pactado, la cual fue conocida lentamente, se refería a la nueva alianza y

no a la antigua. Así se concibe a sí mismo el AT y así lo interpreta el Nuevo. Aquél ha

sido planeado desde «los tiempos eternos» como prólogo a Cristo. Éste era su

entelequia oculta, que iba anunciándose a sí misma en el lento proceso de la

esperanza del -> Mesías, pero aún permanecía escondida (cf. Rom 10, 4).

Consecuentemente, este período de la historia de la salvación, por una parte, todavía

no puede ser interpretado como época escatológica, es decir, la libre, definitiva, radical

e irreversible revelación y comunicación de Dios por su palabra como gracia victoriosa

dada al mundo definitivamente aceptado, todavía no está vista allí como si Dios ya se

hubiera entregado palpable e irrevocablemente al mundo. Por esto la historia salvíficadel AT oscila todavía entre juicio y gracia, el diálogo está todavía abierto, y aún no se

ha acordado en el mundo (es decir, revelado por un suceso) que quien tiene la última

palabra es, no el hombre que dice «no», sino la gracia impartida por la palabra de

Dios. De ahí que la concreta forma social de esa historia salvífica todavía no

escatológica (a saber, la alianza veterotestamentaria, la sinagoga) aún pueda

suprimirse por la incredulidad del socio humano, y así todo lo que hay en ella sea

todavía ambiguo y constituya una promesa rescindible. Por eso los -> sacramentos del

AT no son un opus operatum, es decir, una promesa absoluta e incondicional de lagracia divina (cf. Dz 695, 845, 857, 711s). En cuanto en este sentido el AT toClavZ~

no era el auténtico y definitivo, pero precisamente como institución salvífica de Dios se

hallaba expuesto a la tentación y por culpa de los hombres sucumbió finalmente a la

tentación de atribuirse un carácter absoluto, él constituye la alianza que es -> «ley», la

cual exige sin dar aquello para lo que exige (el espíritu de Dios, su vida, la santidad y

la gracia), la alianza que es puro legalismo externo y santificación levítica, sujeción

esclavizante tan sólo a lo distinto de Dios (a las estructuras objetivas del mundo hasta

la revelación de la ley por medio de los ángeles), pues él no tiene capacidad de dar lo

propiamente buscado para el mundo en todo el orden salvífico, la participación en la

comunicación del mismo Dios por la gracia y la visión beatífica, y así abandona al

hombre en una esfera intramundana, si bien sancionada por Dios. Y si dicha ley (aun

siendo divina) llega sin gracia al hombre pecador, en la medida en que lo hace

produce esclavitud, se convierte en aguijón del pecado y de la muerte, en servicio a la

condenación. Mas con esto (ya que Dios en último término ha concebido la ley

«santa» con una positiva intención salvífica, para la redención del hombre) y por la

gracia escondida que fue dada junto con la ley, aunque sin pertenecerle, ella se

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convierte de hecho en guía hacia Cristo (cf., p. ej., Rom 3, 19s), si bien Pablo ve

mayormente tan sólo el papel desgraciado (sombrío: Heb) de la ley, la cual aparece

así como un mero «7r«sSocyooyós» hasta la venida de Cristo (Gál 3, 24s).

Por otra parte, el AT es un movimiento abierto e impulsado por Dios hacia la salvacióndefinitiva, es la «sombra» (1 Cor 10, 6; Heb 10, 1) proyectada previamente, la cual

existe porque lo auténtico está viniendo y se crea su propio presupuesto. En este

sentido ya en el AT hay -> gracia, -> fe, -> justificación (Mt 27, 52; Rom 4; 1 Cor 10, 1-

5; Heb 11; 1 Pe 3, 19), no en virtud de aquello por lo que se contrapone a la alianza

nueva y definitiva, sino en cuanto la contiene ya ocultamente. En efecto, quien con fe

obediente se confía a la acción salvífica de Dios, desplegada ya en el AT, a lo

imprevisible de la disposición divina y de su intención oculta (y esta obediencia a la

disposición imprevisible de Dios pertenece a la esencia de la fe), penetra en la unidadescondida del plan salvífico de Dios y se salva; ese hombre, por cuanto espera, en

este sentido, la prometida redención futura (cf. Dz 160b, 794, 1295, 1356s, 1414s,

1519s, 2123), por Cristo encuentra la salvación incluso en la antigua alianza.

La dialéctica que se da en el hecho de que el AT por la fe, que siempre fue posible,

puede instalar en la realidad, que no es el AT, pues él es lo transitorio que existe por la

fuerza de lo posterior, trajo lógicamente en la teología cristiana acerca del AT una

oscilación en el enjuiciamiento del mismo (la cual se insinúa ya en la falta de una

síntesis completa en los escritos neotestamentarios acerca del juicio de Jesús y de

Pablo sobre el AT), por ejemplo, en la cuestión de si ya los padres recibieron gracia de

Cristo, en el problema relativo al valor y al sentido de la circuncisión y de otros

sacramentos veterotestamentarios, en lo referente a los principios exactos de la

hermenéutica para los escritos del AT, en la pregunta sobre la abolición o la vigencia

del -> decálogo, sobre la distinta «medida» de la gracia en el Antiguo y en el NT, sobre

el alcance de las profesiones de fe (¿Trinidad?) emitidas por los santos del AT, sobre

el principio de la -> «Iglesia» en el AT (por ejemplo, desde Abel), sobre la inhabitacióndel Espíritu Santo en los justos del AT, sobre la naturaleza (y los límites) del origen de

la ley veterotestamentaria en Dios, sobre el momento exacto de la abolición del AT, a

partir del cual no sólo quedó muerto, sino que se hizo portador de muerte, etc.

4. Es un período de historia salvífica ahora ya consumado y, en su plenitud, suprimido.

Mientras que Jesús dice que su venida no suprime la ley, sino que la «cumple» (Mt 5,

17 ), en cuanto él confiere un carácter más radical a las exigencias concretas de la ley

veterotestamentaria (Mc 10, 1-12), en cuanto la lleva a su auténtico núcleo esencial

(Mt 22, 34-40), de modo que a la postre abroga la ley ceremonial (Mc 7, 15) y suprime

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consumando en su sangre la antigua alianza en cuanto tal y en su totalidad (Mt 26, 28

par; cf. ya Lc 16, 16 ); Pablo en cambio declara tan abolida la antigua alianza (la ley),

sin distinguir entre la ley ceremonial y sus exigencias morales, que, a su juicio, el

seguir observándola como importante para la salvación conduce a la negación de

Cristo y de la exclusiva importancia salvífica de su cruz (Gál 5, 2.4). Esta supresión no

hace simplemente inexistente para los cristianos lo verdaderamente pasado. Abraham

es el padre de todos los creyentes (Rom 4,11), los padres del AT son también para

nosotros testigos de la fe (Heb 11), e igualmente lo son, aunque de una manera

anónima, todos los demás justos, los miembros y portadores de toda la historia de

salvación, la cual va más allá del AT y sobre la cual, en cuanto constituye un todo,

descansa nuestra salvación; esta historia es permanentemente nuestro propio pasado

que se halla presente. Por eso no resulta fácil decir (ya que se debe tener en cuenta la

diferencia ontológica y existencial en las dimensiones de las distintas realidades) qué

permanece todavía, pues el AT es nuestro pasado todavía válido, y qué ha quedado

simplemente suprimido, pues de otro modo se negaría que la antigua alianza

pertenece realmente al pasado. La ley pertenece a la segunda categoría, y la sagrada

Escritura del AT, que también sigue siendo nuestro libro sagrado, pertenece a la

primera (cf. Vaticano li, De divina revelatione, n .o 15, 16).

5. Como pasado «prehistórico» de la nueva y eterna alianza en la que ha

desembocado el AT, éste sólo puede interpretarse adecuadamente desde la nuevaalianza, pues su verdadera esencia únicamente se descubre (2 Cor 3, 14) en la

revelación de su réXoQ (Ron 10, 4). Una consideración meramente «histórico-

religiosa» del AT equivaldría al desconocimiento de su carácter sobrenatural, como

sucede en el -> liberalismo teológico y el modernismo. Y el atribuirle un sentido

solamente inmanente (M. Buber), por más que hayamos de admitir la acción especial

de Dios en el AT, implicaría un desconocimiento de que únicamente desde el NT se

descubre plenamente la esencia del Antiguo. Ahora ya no podemos prescindir de ese

hecho, sin que al proceder así falseemos la autointeligencia inmanente del AT.

Debemos indudablemente preguntar por la autointeligencia inmanente del AT, pero

resulta problemático en qué medida esa pregunta puede plantearse y resolverse

adecuadamente por los que viven en un período posterior a la alianza antigua.