El contrato social de la modernidad

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Reinventar la democraciaReinventar el Estado

Boaventura de Sousa Santos

sequiturBuenos Aires, Ciudad de México, Madrid

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Indice

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La reinvención solidaria y participativa del Estado 55

Referencias bibliográficas 94

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El contrato social de la modernidad

El contrato social es el meta-relato sobre el que se asienta lamoderna obligación política. Una obligación compleja y contra-dictoria por cuanto establecida entre hombres libres y con elpropósito, al menos en Rousseau, de maximizar, y no de minimi-zar, la libertad. El contrato social encierra, por tanto, una tensióndialéctica entre regulación social y emancipación social, tensiónque se mantiene merced a la constante polarización entre voluntadindividual y voluntad general, entre interés particular y biencomún. El Estado nación, el derecho y la educación cívica son losgarantes del discurrir pacífico y democrático de esa polarizaciónen el seno del ámbito social que ha venido en llamarse sociedadcivil. El procedimiento lógico del que nace el carácter innovadorde la sociedad civil radica, como es sabido, en la contraposiciónentre sociedad civil y estado de naturaleza o estado natural. De ahíque las conocidas diferencias en las concepciones del contratosocial de Hobbes, Locke y Rousseau tengan su reflejo en distintasconcepciones del estado de naturaleza:1 cuanto más violento y

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anárquico sea éste mayores serán los poderes atribuidos al Estadoresultante del contrato social. Las diferencias entre Hobbes, por unlado, y Locke y Rousseau, por otro, son, en este sentido, enormes.Comparten todos ellos, sin embargo, la idea de que el abandonodel estado de naturaleza para constituir la sociedad civil y elEstado modernos representa una opción de carácter radical e irre-versible. Según ellos, la modernidad es intrínsecamente pro-blemática y rebosa de unas antinomias −entre la coerción y el con-sentimiento, la igualdad y la libertad, el soberano y el ciudadanoo el derecho natural y el civil− que sólo puede resolver con suspropios medios. No puede echar mano de recursos pre- o anti-modernos.

El contrato social se basa, como todo contrato, en unos criteriosde inclusión a los que, por lógica, se corresponden unos criteriosde exclusión. De entre estos últimos destacan tres. El primero sesigue del hecho de que el contrato social sólo incluye a los indivi-duos y a sus asociaciones; la naturaleza queda excluida: todo aque-llo que precede o permanece fuera del contrato social se ve rele-gado a ese ámbito significativamente llamado "estado de naturale-za". La única naturaleza relevante para el contrato social es lahumana, aunque se trate, en definitiva, de domesticarla con lasleyes del Estado y las normas de convivencia de la sociedad civil.Cualquier otra naturaleza o constituye una amenaza o representaun recurso. El segundo criterio es el de la ciudadanía territorial-mente fundada. Sólo los ciudadanos son partes del contrato social.Todos los demás −ya sean mujeres, extranjeros, inmigrantes,minorías (y a veces mayorías) étnicas− quedan excluidos; viven enel estado de naturaleza por mucho que puedan cohabitar con ciu-dadanos. El tercer y último criterio es el (del) comercio público delos intereses. Sólo los intereses que pueden expresarse en la socie-dad civil son objeto del contrato. La vida privada, los intereses per-sonales propios de la intimidad y del espacio doméstico, quedan,por lo tanto, excluidos del contrato.

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El contrato social es la metáfora fundadora de la racionalidadsocial y política de la modernidad occidental. Sus criterios deinclusión/exclusión fundamentan la legitimidad de la contractuali-zación de las interacciones económicas, políticas, sociales y cultu-rales. El potencial abarcador de la contractualización tiene comocontrapartida una separación radical entre incluidos y excluidos.Pero, aunque la contractualización se asienta sobre una lógica deinclusión/exclusión, su legitimidad deriva de la inexistencia deexcluidos. De ahí que éstos últimos sean declarados vivos en régi-men de muerte civil.

La lógica operativa del contrato social se encuentra, por lo tanto,en permanente tensión con su lógica de legitimación. Las inmen-sas posibilidades del contrato conviven con su inherente fragili-dad. En cada momento o corte sincrónico, la contractualización esal mismo tiempo abarcadora y rígida; diacrónicamente, es el terre-no de una lucha por la definición de los criterios y términos de laexclusión/inclusión, lucha cuyos resultados van modificando lostérminos del contrato. Los excluidos de un momento surgen en elsiguiente como candidatos a la inclusión y, acaso, son incluidos enun momento ulterior. Pero, debido a la lógica operativa del con-trato, los nuevos incluidos sólo lo serán en detrimento de nuevoso viejos excluidos. El progreso de la contractualización tiene asíalgo de sisífico. La flecha del tiempo es aquí, como mucho, unaespiral.

Las tensiones y antinomias de la contractualización social no seresuelven, en última instancia, por la vía contractual. Su gestióncontrolada depende de tres presupuestos de carácter metacontrac-tual: un régimen general de valores, un sistema común de medidasy un espacio-tiempo privilegiado. El régimen general de valores seasienta sobre las ideas del bien común y de la voluntad general encuanto principios agregadores de sociabilidad que permiten desig-nar como 'sociedad' las interacciones autónomas y contractualesentre sujetos libres e iguales.

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El sistema común de medidas se basa en una concepción queconvierte el espacio y el tiempo en unos criterios homogéneos,neutros y lineares con los que, a modo de mínimo común denomi-nador, se definen las diferencias relevantes. La técnica de la pers-pectiva introducida por la pintura renacentista es la primera mani-festación moderna de esta concepción. Igualmente importante fue,en este sentido, el perfeccionamiento de la técnica de las escalas yde las proyecciones en la cartografía moderna iniciada porMercator. Con esta concepción se consigue, por un lado, distinguirla naturaleza de la sociedad y, por otro, establecer un término decomparación cuantitativo entre las interacciones sociales de carác-ter generalizado y diferenciable. Las diferencias cualitativas entrelas interacciones o se ignoran o quedan reducidas a indicadorescuantitativos que dan aproximada cuenta de las mismas. El dineroy la mercancía son las concreciones más puras del sistema comúnde medidas: facilitan la medición y comparación del trabajo, delsalario, de los riesgos y de los daños. Pero el sistema común demedidas va más allá del dinero y de las mercancías. La perspecti-va y la escala, combinadas con el sistema general de valores, per-miten, por ejemplo, evaluar la gravedad de los delitos y de laspenas: a una determinada graduación de las escalas en la gravedaddel delito corresponde una determinada graduación de las escalasen la privación de libertad. La perspectiva y la escala aplicadas alprincipio de la soberanía popular permiten la democracia repre-sentativa: a un número x de habitantes corresponde un número yde representantes. El sistema común de medidas permite incluso,con las homogeneidades que crea, establecer correspondenciasentre valores antinómicos. Así, por ejemplo, entre la libertad y laigualdad pueden definirse criterios de justicia social, de redistribu-ción y de solidaridad. El presupuesto es que las medidas seancomunes y procedan por correspondencia y homogeneidad. De ahíque la única solidaridad posible sea la que se da entre iguales: suconcreción más cabal está en la solidaridad entre trabajadores.

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El espacio-tiempo privilegiado es el espacio-tiempo estatalnacional. En este espacio-tiempo se consigue la máxima agrega-ción de intereses y se definen las escalas y perspectivas con las quese observan y miden las interacciones no estatales y no nacionales(de ahí, por ejemplo, que el gobierno municipal se denominegobierno local). La economía alcanza su máximo nivel de agrega-ción, integración y gestión en el espacio-tiempo nacional y estatalque es también el ámbito en el que las familias organizan su viday establecen el horizonte de sus expectativas, o de la falta de lasmismas. La obligación política de los ciudadanos ante el Estado yde éste ante aquéllos se define dentro de ese espacio-tiempo quesirve también de escala a las organizaciones y a las luchas políti-cas, a la violencia legítima y a la promoción del bienestar general.Pero el espacio-tiempo nacional estatal no es sólo perspectiva yescala, también es un ritmo, una duración, una temporalidad; tam-bién es el espacio-tiempo de la deliberación del proceso judicial y,en general, de la acción burocrática del Estado, cuya correspon-dencia más isomórfica está en el espacio-tiempo de la producciónen masa.

Por último, el espacio-tiempo nacional y estatal es el espacioseñalado de la cultura en cuanto conjunto de dispositivos identita-rios que fijan un régimen de pertenencia y legitiman la normativi-dad que sirve de referencia a todas las relaciones sociales que sedesenvuelven dentro del territorio nacional: desde el sistema edu-cativo a la historia nacional, pasando por las ceremonias oficialeso los días festivos.

Estos principios reguladores son congruentes entre sí. Si el régi-men general de valores es el garante último de los horizontes deexpectativas de los ciudadanos, el campo de percepción de esehorizonte y de sus convulsiones depende, del sistema común demedidas. Perspectiva y escala son, entre otras cosas, dispositivosvisuales que crean campos de visión y, por tanto, áreas de oculta-ción. La visibilidad de determinados riesgos, daños, desviaciones,

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debilidades tiene su reflejo en la identificación de determinadascausas, determinados enemigos y agresores. Unos y otros se ges-tionan de modo preferente y privilegiado con las formas de con-flictividad, negociación y administración propias del espacio-tiempo nacional y estatal.

La idea del contrato social y sus principios reguladores constitu-yen el fundamento ideológico y político de la contractualidadsobre la que se asientan la sociabilidad y la política de las socie-dades modernas. Entre las características de esta organizacióncontractualizada, destacan las siguientes. El contrato social pre-tende crear un paradigma socio-político que produzca de maneranormal, constante y consistente cuatro bienes públicos: legitimi-dad del gobierno, bienestar económico y social, seguridad e iden-tidad colectiva. Estos bienes públicos sólo se realizan conjunta-mente: son, en última instancia, los distintos pero convergentesmodos de realizar el bien común y la voluntad general. La conse-cución de estos bienes se proyectó históricamente a través de unavasta constelación de luchas sociales, entre las que destacan lasluchas de clase −expresión de la fundamental divergencia de inte-reses generada por las relaciones sociales de producción capitalis-ta. Debido a esta divergencia y a las antinomias inherentes al con-trato social (entre autonomía individual y justicia social, libertad eigualdad), las luchas por el bien común siempre fueron luchas pordefiniciones alternativas de ese bien. Luchas que se fueron crista-lizando con contractualizaciones parciales que modificaban losmínimos hasta entonces acordados y que se traducían en una mate-rialidad de instituciones encargadas de asegurar el respeto a, y lacontinuidad de, lo acordado.

De esta prosecución contradictoria de los bienes públicos, consus consiguientes contractualizaciones, resultaron tres grandesconstelaciones institucionales, todas ellas asentadas en el espacio-tiempo nacional y estatal: la socialización de la economía, la poli-tización del Estado y la nacionalización de la identidad. La socia-

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lización de la economía vino del progresivo reconocimiento de lalucha de clases como instrumento, no de superación, sino de trans-formación del capitalismo. La regulación de la jornada laboral yde las condiciones de trabajo y salariales, la creación de segurossociales obligatorios y de la seguridad social, el reconocimientodel derecho de huelga, de los sindicatos, de la negociación o de lacontratación colectivas son algunos de los hitos en el largo cami-no histórico de la socialización de la economía. Camino en el quese fue reconociendo que la economía capitalista no sólo estabaconstituida por el capital, el mercado y los factores de producciónsino que también participan de ella trabajadores, personas y clasescon unas necesidades básicas, unos intereses legítimos y, en defi-nitiva, con unos derechos ciudadanos. Los sindicatos desempeña-ron en este proceso una función destacada: la de reducir la com-petencia entre trabajadores, principal causa de la sobre-explota-ción a las que estaban inicialmente sujetos.

La materialidad normativa e institucional resultante de la socia-lización de la economía quedó en manos de un Estado encargadode regular la economía, mediar en los conflictos y reprimir a lostrabajadores, anulando incluso consensos represivos. Esta centra-lidad del Estado en la socialización de la economía influyó deci-didamente en la configuración de la segunda constelación: la poli-tización del Estado, proceso asentado sobre el desarrollo de sucapacidad reguladora.

El desarrollo de esta capacidad asumió, en las sociedades capi-talistas, principalmente, dos formas: el Estado de bienestar en elcentro del sistema mundial y el Estado desarrollista en la periferiay semiperiferia del sistema mundial. A medida que fue estatali-zando la regulación, el Estado la convirtió en campo para la luchapolítica, razón por lo cual acabó politizándose. Del mismo modoque la ciudadanía se configuró desde el trabajo, la democraciaestuvo desde el principio ligada a la socialización de la economía.La tensión entre capitalismo y democracia es, en este sentido,

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constitutiva del Estado moderno, y la legitimidad de este Estadosiempre estuvo vinculada al modo, más o menos equilibrado, enque resolvió esa tensión. El grado cero de legitimidad del Estadomoderno es el fascismo: la completa rendición de la democraciaante las necesidades de acumulación del capitalismo. Su gradomáximo de legitimidad resulta de la conversión, siempre pro-blemática, de la tensión entre democracia y capitalismo en un cír-culo virtuoso en el que cada uno prospera aparentemente en lamedida en que ambos prosperan conjuntamente. En las sociedadescapitalistas este grado máximo de legitimidad se alcanzó en losEstados de bienestar de Europa del norte y de Canadá.

Por último, la nacionalización de la identidad cultural es el pro-ceso mediante el cual las, cambiantes y parciales, identidades delos distintos grupos sociales quedan territorializadas y temporali-zadas dentro del espacio-tiempo nacional. La nacionalización de laidentidad cultural refuerza los criterios de inclusión/exclusión quesubyacen a la socialización de la economía y a la politización delEstado, confiriéndoles mayor vigencia histórica y mayor estabili-dad.

Este amplio proceso de contractualización social, política y cul-tural, con sus criterios de inclusión/exclusión, tiene, sin embargo,dos límites. El primero es inherente a los mismos criterios: lainclusión siempre tiene como límite lo que excluye. La socializa-ción de la economía se consiguió a costa de una doble des-socia-lización: la de la naturaleza y la de los grupos sociales que no con-siguieron acceder a la ciudadanía a través del trabajo. Al ser unasolidaridad entre iguales, la solidaridad entre trabajadores noalcanzó a los que quedaron fuera del círculo de la igualdad. De ahíque las organizaciones sindicales nunca se percataran, y en algu-nos casos sigan sin hacerlo, de que el lugar de trabajo y de pro-ducción es a menudo el escenario de delitos ecológicos o de gra-ves discriminaciones sexuales y raciales. Por otro lado, la politiza-ción y la visibilidad pública del Estado tuvo como contrapartida la

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despolitización y privatización de toda la esfera no estatal: lademocracia pudo desarrollarse en la medida en que su espacioquedó restringido al Estado y a la política que éste sintetizaba. Porúltimo, la nacionalización de la identidad cultural se asentó sobreel etnocidio y el epistemicidio: todos aquellos conocimientos, uni-versos simbólicos, tradiciones y memorias colectivas que diferíande los escogidos para ser incluidos y erigirse en nacionales fueronsuprimidos, marginados o desnaturalizados, y con ellos los grupossociales que los encarnaban.

El segundo límite se refiere a las desigualdades articuladas porel moderno sistema mundial. Los ámbitos y las formas de la con-tractualización de la sociabilidad fueron distintos según fuera laposición de cada país en el sistema mundial: la contractualizaciónfue más o menos inclusiva, estable, democrática y pormenorizada.En la periferia y semiperiferia la contractualización tendió a sermás limitada y precaria que en el centro. El contrato siempre tuvoque convivir allí con el status; los compromisos no fueron sinomomentos evanescentes a medio camino entre los pre-compromi-sos y los post-compromisos; la economía se socializó sólo enpequeñas islas de inclusión situadas en medio de vastos archipié-lagos de exclusión; la politización del Estado cedió a menudo antela privatización del Estado y la patrimonialización de la domina-ción política; y la identidad cultural nacionalizó a menudo pocomás que su propia caricatura. Incluso en los países centrales lacontractualización varió notablemente: por ejemplo, entre los paí-ses con fuerte tradición contractualista, caso de Alemania oSuecia, y aquellos de tradición subcontractualista como el ReinoUnido o los Estados Unidos de América.

La crisis del contrato social

Con todas estas variaciones, el contrato social ha presidido, consus criterios de inclusión y exclusión y sus principios metacon-

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