El Cordero y El Dragónlecturagenero

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Samuel Lagunas Cerda Taller de Interpretación 8 de diciembre de 2014 El cordero y el dragón. Masculinidades de vida y muerte en el Apocalipsis. En el Apocalipsis hay dos animales que se contraponen y al mismo tiempo detonan y aglutinan todo el universo teológico y simbólico del libro: el cordero y el dragón. Las figuras que aparecen dispersas a lo largo de los capítulos pertenecen a alguno de los dos órdenes: el cordero representa la vida; el dragón, la muerte. Éste me parece un buen punto de partida para intentar una relectura desde la experiencia de las diversas masculinidades – hegemónica y alternativas–. En los siguientes párrafos explicaré en un primer momento el trasfondo histórico del libro y luego daré algunas pautas generales que servirán como puertas para adentrarnos en este horizonte tan poco explorado de la Revelación de Jesucristo. Contexto histórico-político El acontecimiento histórico que detona el Apocalipsis es el imperio de Domiciano (90-95). Ya durante estos años, la inestabilidad política de Roma era notoria y aumentaba a causa de la corrupción de sus gobernantes. Para legitimar una estructura decadente, los emperadores revitalizaron la noción de divinidad; lo mismo habían hecho los egipcios y los chinos muchos siglos antes: cuando una persona o una forma de gobierno ya no es políticamente convincente; suele adornar con mitos, ritos y tradiciones su figura. Fue el emperador Domiciano quien decretó oficialmente que 1

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relectura en clave de genero del Apocalipsis

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Samuel Lagunas CerdaTaller de Interpretación8 de diciembre de 2014

El cordero y el dragón.

Masculinidades de vida y muerte en el Apocalipsis.

En el Apocalipsis hay dos animales que se contraponen y al mismo tiempo detonan y aglutinan

todo el universo teológico y simbólico del libro: el cordero y el dragón. Las figuras que aparecen

dispersas a lo largo de los capítulos pertenecen a alguno de los dos órdenes: el cordero representa

la vida; el dragón, la muerte. Éste me parece un buen punto de partida para intentar una relectura

desde la experiencia de las diversas masculinidades –hegemónica y alternativas–. En los

siguientes párrafos explicaré en un primer momento el trasfondo histórico del libro y luego daré

algunas pautas generales que servirán como puertas para adentrarnos en este horizonte tan poco

explorado de la Revelación de Jesucristo.

Contexto histórico-político

El acontecimiento histórico que detona el Apocalipsis es el imperio de Domiciano (90-95). Ya

durante estos años, la inestabilidad política de Roma era notoria y aumentaba a causa de la

corrupción de sus gobernantes. Para legitimar una estructura decadente, los emperadores

revitalizaron la noción de divinidad; lo mismo habían hecho los egipcios y los chinos muchos

siglos antes: cuando una persona o una forma de gobierno ya no es políticamente convincente;

suele adornar con mitos, ritos y tradiciones su figura. Fue el emperador Domiciano quien decretó

oficialmente que los habitantes del imperio debían reconocerlo como Dios, el no hacerlo se

consideraría un crimen contra el estado. Los judíos y los cristianos se opusieron a ello. El

emperador se portó benevolente con los judíos y respetó el convenio de tolerancia que ya estaba

establecido con anterioridad. Sin embargo, no hubo concesiones en contra del naciente

cristianismo. La obsesión de Domiciano y su cruenta persecución desató un problema político-

social. Algunxs cristianxs comenzaron a ceder por comodidad. Otrxs se opusieron y fueron

perseguidxs y ejecutadxs. Dentro de las mismas comunidades de fe, se generó una controversia

teológica sobre el acto de venerar al emperador.

Otro elemento importante para la composición del Apocalipsis de Juan fue la destrucción

de Jerusalén en el año 70 por las tropas de Tito. Esto llevó a muchos judíos a un retorno a la

visión apocalíptica, como en las comunidades de Qumrán. Este espíritu llegó también al ambiente

judeocristiano donde algunos grupos de conversxs encontraron un paralelismo entre la situación

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de Israel y la época de Domiciano y comenzaron la tarea de redactar distintos Apocalipsis. El

único en ingresar al canon, tras largas discusiones, fue el de Juan.

El imperio romano descansaba en un universo simbólico que de por sí era sincrético:

estrellas, ritos, naturaleza con características divinas. El Apocalipsis, como discurso contestatario,

es también una respuesta simbólica desde la tradición bíblica, gestada desde la desesperanza, el

temor, el dolor y el clamor por la justicia. Como bien lo señala Juan Stam, el libro es una

denuncia clara de las estructuras políticas, sociales, económicas y religiosas del Imperio. A través

de una demonización del mismo, Juan describe cómo el Imperio se ha erigido como enemigo

frontal de Jesucristo, auténtico Señor de señores y Rey de reyes.

Masculinidades en el Apocalipsis

Esencialmente, la literatura apocalíptica es profética y trata de responder a la pregunta ¿hasta

cuándo? Así asume una postura distinta ante la historia. El profeta explica el presente desde el

presente, anuncia las consecuencias lógicas; proyecta una visión hacia el futuro para dotar de

sentido su situación actual. Es el “hasta cuándo” la puerta por la que podemos intentar una lectura

de género desde la experiencia de las masculinidades.

Las estructuras imperiales de Roma se caracterizan por esquemas patriarcales y

clientelistas. Dentro de estas relaciones verticales el hombre adulto tiene la preeminencia: el

honor, la grandeza, el poder y el prestigio son suyos. Sin embargo, aún dentro de los mismos

varones adultos hay una escala. En el espacio privado de la casa (oikos) el padre es el mayor; no

obstante, en el espacio público, la cumbre de la pirámide la ocupa el Emperador y el resto ocupa

una posición subordinada y de riesgo. Las relaciones patrón-cliente se desdoblan desde el punto

más alto de la estructura al más bajo. El patrón se constituye en dueño del cliente, asume poder

sobre sus decisiones y su vida. El esquema se reproduce en la relación subyacente en el núcleo

del Apocalipsis: perseguidor-perseguido, dragón-cordero.

El dragón es mencionado por primera vez hasta el capítulo 12 del libro en oposición a la figura

femenina de la “mujer vestida del sol, con la luna por pedestal y una corona de doce estrellas en

la cabeza” (12,1). El color del dragón es el “del fuego, con siete cabezas y diez cuernos” (12,3).

Si la mujer posee una belleza cósmica y simboliza la vida, el dragón simboliza la sangre y la

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muerte. Su adorno lo sitúa como un opositor a la perfección de alguien más, del Cordero, aquel

que posee en su mano “siete estrellas y de su boca sale una cortante espada de dos filos y su

rostro es como el sol cuando brilla en todo su esplendor” (1,16). Aquí estamos frente a dos

masculinidades distintas: la del dragón que, al querer matar al hijo de la mujer, busca exterminar

y acabar con la vida. Es una masculinidad como la de faraón: preocupada por el poder, el

dominio de los demás y obstinada en la violencia. En cambio, el Cordero tiene a las estrellas, que

son los ángeles, para comunicarse con lxs creyentes, no para destruirlos sino para guiarlxs de la

muerte a la vida.

Las siete iglesias

En el fondo de los problemas de las siete iglesias podemos encontrar también distintos modelos

de masculinidades construidas sobre la dicotomía perseguidor-perseguido. El perseguidor está del

lado del dragón; el perseguido, con el Cordero. Sin embargo, aún en las iglesias se advierten

rasgos de masculinidades opresoras que es necesario erradicar.

Éfeso: En Éfeso, la iglesia había asumido una actitud de condena contra los herejes y así se había

insertado en la dinámica dicotómica del imperio: mejor-peor. La exhortación es a recuperar el

primer amor y “volver a portarse como al principio” (2,5): recuperar las buenas obras movidas

por el amor y la misericordia. Cuántos hombres en las iglesias hoy día no son mal vistos,

juzgados y excluidos por vivir una masculinidad alternativa sin aspirar a la masculinidad

hegemónica tradicional: los solteros, los esposos que deciden no tener hijos, los desempleados,

los hombres que no gustan de los oficios manuales, típicamente masculinos, o simplemente no

son buenos para ello. La exhortación de Dios es a vivir una masculinidad de donación que ubica a

todos los hombres con las mismas posibilidades y en la misma posición de servicio.

Esmirna: El elogio a Esmirna es por su actitud de entrega, de pobreza y su disposición al

sufrimiento. Estos tres rasgos son, en una sociedad patriarcal, vistos como inferiores, bajos y

vergonzosos. Tradicionalmente el hombre es el que ordena, el que detenta las propiedades y el

que recibe el honor; el orden del Cordero es opuesto: no aliarse con el Imperio implica no replicar

sus modelos opresores y violentos, sus actitudes y sus sentimientos.

Pérgamo: El error de Pérgamo es la indiferencia nacida a partir de un acomodamiento con las

estructuras dominantes, es una iglesia conformada, temerosa del cambio. Hay hombres así,

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acomodados en una posición de poder, indispuestos a abandonarla ya que les trae muchos

beneficios: sumisión absoluta de la mujer y lxs hijxs; sin importar el sufrimiento que ocasionan

en su familia. ¡Esos hombres deben cambiar de conducta! (2,16).

Tiatira: La iglesia de Tiatira se ha dividido en dos grupos y uno ha subordinado al otro. En el

opresor están los hombres entregados a la lujuria y la idolatría, conductas que desencadenan

comportamientos egoístas, “machistas” y violentos. Ellos “tienen que apartarse de su perverso

proceder” (2,22).

Sardis: El remanente, ese grupo de creyentes que no ha muerto del todo (3,2), posee una función

profética a la que no debe renunciar: mostrar que hay otra forma de ser hombres, que la única

masculinidad posible no es la del dragón, que está la del Cordero quien es el auténtico vencedor.

Filadelfia: La traición de aquella “sinagoga de Satanás”, seguramente judíos que delataban a los

cristianos ante los oficiales del imperio, es la actitud condenada. Nuevamente la alianza con el

imperio pervierte el corazón humano llevando a entregar a otras personas a la muerte. El único

comportamiento que puede hacer frente al engaño es el amor al hermano: la paciencia, la

comprensión. El trato con el que es distinto tiene que ser así.

Laodicea: Se trata de una iglesia apática, no comprometida. Nuestra masculinidad tiene que ser

relacional, tomar en cuenta a la otra y al otro a fin de generar una atmósfera de armonía, justicia y

equidad.

Masculinidades del dragón y del Cordero

El dragón es el enemigo supremo del Cordero. Su forma de relacionarse con los demás es fácil de

percibir en el comportamiento de los mensajeros de los cuatro primeros sellos: la mentira, la

guerra, la mala distribución de los bienes, el miedo y la muerte. El quinto sello abre una

masculinidad alternativa, la del testigo y mártir, que es la misma actitud del Cordero: testigo fiel

(1,5). Una masculinidad del martirio es una masculinidad de renuncia y no de éxito, de

disposición al sufrimiento y no de anhelo de poder, de lágrimas y no de violencia, comunitaria y

no individualista.

El dragón planea cómo dominar a los demás, genera instituciones y mecanismos de

control y represión: la bestia y el falso profeta. Oprime económica y políticamente (13,17). Es

intolerante a la diferencia (11,7), resistida al cambio (9,20). Busca el lujo y el placer (18,9),

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explota la tierra (18,11) y se enriquece a costa de la pobreza de lxs demás (18,15). La

masculinidad del Cordero vence con la Palabra (19,13) y juzga con la verdad (19,11); lucha por

el bien común (20,6) y se entrega sin reservas: es un Cordero degollado.

La nueva Jerusalén

Intentar una lectura en perspectiva de género no es cosa fácil y requiere una lectura creativa y

detenida de los textos así como un conocimiento general de las condiciones socio-políticas de lxs

cristianxs en el siglo I y II d. C.; aquí sólo intenté soltar algunas semillas, señalar algunas posible

líneas de investigación que indudablemente si se profundizan resultarán fructíferas.

Concluyo con lo siguiente. El libro del Apocalipsis es una invitación a “lavar nuestras

vestiduras” (22,14) y a entrar a la ciudad del Cordero donde se halla el trono de Dios (22,14).

“Lavar nuestras vestiduras” implica salir de Babilonia, abandonar la mentira, todas las formas de

violencia, de opresión y de muerte. Acercarnos al texto como hombres nos conducirá a una

actitud de arrepentimiento: formar parte de un orden patriarcal y clientelista es preservar

estructuras injustas y desiguales que invisibilizan y pasan por encima de las mujeres, las niñas,

los niños y a muchos hombres. Ante estas imágenes tradicionales, el autor del Apocalipsis da

preeminencia en la nueva tierra a la figura del hijo (21,7), de la esposa (21,9) y del siervo (22,3).

Queda mucho por investigar y pensar al respecto; sin embargo, una masculinidad nueva, según el

orden simbólico del Cordero, desembocará allí: en la equidad, en la vida codo a codo, en la

adoración y la contemplación del Cordero, aquél que se despojó de su gloria y abandonó todos

los sitios tradicionales de poder en su tiempo: Jesús de Nazaret.

Fuentes consultadas

Foulkes, Ricardo. El Apocalipsis de San Juan. Una lectura desde América Latina. Buenos

Aires: Nueva Creación, 1989.

Gregg, Steve (ed). Revelation. Four views. A parallel comentary. Nashville: Thomas

Nelson Publishers, 1997.

Ladd, George E. El Apocalipsis de Juan: un comentario. Caribe.

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Newport, John P. [1986]. El león y el cordero. Un comentario sobre el Apocalipsis para

el día de hoy. trad. de Rubén O. Zorzoli. El Paso, Tx: Casa Bautista de Publicaciones,

1989.

Pikaza Ibarrondo, Xavier. Apocalipsis. Navarra: Verbo Divino, 1999.

Reyes Archila, Francisco. Otra masculinidad posible. Bogotá: Dimensión Educativa,

2004.

Stam, Juan. “Apocalipsis e imperio romano”. Consultado en www.puertachile.cl

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