EL CUNQUEIRO MENOS PORTATIL · 2019. 7. 16. · 156 Alvaro Cunqueiro. correspondencia, suspenswn...
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EL CUNQUEIRO MENOS PORTATIL
José Doval
Simpatizar o, dicho más adecuadamente, empatizar con el escritor Alvaro Cunqueiro requiere no sólo un trato demorado con su obra, sino sobre todo una
forma sensual de pensamiento, algunas manías compartidas, una curiosidad universal de libros, personas y cosas, una querencia por lo insólito, lo extravagante, lo exorbitado y, dicho mal y pronto, una actitud verdaderamente civilizada ante la cultura, que paradójicamente, para los caracteres poéticos, desde la Modernidad, esto es, desde mediados del siglo pasado, va asociada a una nueva forma analógica de pensar el mundo. Los grabados de Cambassius, la vida cotidiana en la China de Su Tung Po, música armenia oída en Radio Pirenaica, qué grado de cristalinidad metafórica alcanza el aire coruñés, si viene en Geza Róheim algo sobre el reir magiar en sueños, de qué parte de la costa bretona serán las arremetidas de mar que se oyen en El arpa céltica de Stivell, si de Treguier o de Vannes, verdad y mentira de la alfitomancia o adivinación por la harina, el influjo del derecho romano tras su venida a Finisterre en la forma de discutir lucense, que es con mucho vicio de idas y venidas, y mucho distingo, y abundante matización, y el no lucense llega un momento en que no sabe qué lado de la argumentación comparte ... Es ésta, la de los empatizantes cunqueirianos, una raza de honestos holgazanes, atentos transitantes del sueño, gente fuera de toda moda, sonambúlicos aparentes, amadores de la charla demorada y anárquica pero que lleva su orden oculto y, así, esta charla va por las antípodas de la crítica de pintura informalista, por poner un ejemplo, que es un hablar a la vez confuso y apasionado. Para esta tropa, la sorpresa es el pan cotidiano, el detalle alcanza nivel de categoría, siempre tienen un ojo de repuesto, como tan lúcidamente decía Holderlin de Edipo: «Edipo tiene un ojo de más». O, si se quiere, dicho a la psicoanalítica, pues que en Edipo andamos, va provista de un tercer oído, que le hace tender a oir eso que los realistas por psicología llaman músicas celestiales y no son sino resonancias, o, dicho en más fino, en francés, retombées, provenientes de una actitud que atiende más a los armónicos que a la melodía principal. La música que sigue es, pues, para esta gente.
Girolamo Cardan, como es sabido, fue un eruditísimo italiano del Seiscientos, y el primero en resolver la ecuación de tercer grado, así como el inventor de la suspensión, llamada, en justa
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Alvaro Cunqueiro.
correspondencia, suspenswn Cardán, todo lo cual no obstaba para que afirmase impertérrito haber nacido a los tres meses de gestación. Pues Cardán o Cardano llega a afirmar que una pizca de pedantería facilita la digestión y -puede que lo diga con sarcasmo- es correctivo de los estratos humorales. Poniéndonos, pues, pedantes, lo que a continuación se ofrece no es otra cosa que Repetición y Diferencia: la diferencia originaria de lo nuevo y la repetición novedosa de lo menos repetido. Novedad absoluta, inédita: Sobre ángeles y demonios. Repeticiones casi novedosas: Juan, el buen conspirador y La sentencia dorada, a medias con lord Dunsany.
El tema angélico y demoníaco fue de los que, intermitentemente, Cunqueiro frecuentó, y hasta pudiera decirse que se le convirtió en lo que los ingleses llaman un haunting thought, una idea obsesiva. Siempre anduvo recogiendo material, e incluso prometió un Diccionario de ángeles y demonios, que nunca llegó a escribir. Claro que esto tampoco era ninguna novedad, porque, con motivo de la concesión del Premio Nadal del 69, a Baltasar Porcel le aseguró estar
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escribiendo una novela, La casa, en un estilo radicalmente diferente al suyo habitual, y era la historia puntual y detallada de todos los habitantes de una casa, los presentes y los pasados, escrita al stendhaliano modo, llena de détails exacts, documentación, historiografía, y toda la pesca. Y Porcel se lo creyó. La taberna de Galiana, de la que sólo dejó el primer folio, y pensaba dedicársela a Ramón Piñeiro, se la contó de pé a pa a un muy querido amigo, Francisco Fernández del Riego, con todo lujo de detalles, esquemas de estructura, evolución de los personajes, y que si aquí va una alusión a la Italia de los Médicis, y si allí una historia de venenos secretos: mediaba la amistad y una cunea de ribeiro, esa cunea que va inscrita en su apellido.
Así que aquí va Sobre ángeles y demonios, una conferencia que, conforme a su costumbre, Cunqueiro hincharía y deshincharía a su antojo. Bien es verdad que en autor que vuelve a frecuentar unos temas preferidos, y se deja llevar de lo que él llamó memoria deformante, en su conferencia se recuerdan maneras y hechuras ya conocidas, puede que hasta alguna cosa ya citada en otra parte. Sí se nota el magisterio de Risco, que Cunqueiro nunca negara, y sobre todo aquella forma tan cunqueiriana de transitar el texto, ondulando el tema con infinitas catálisis, en apariencia prescindibles o conmutables pero a la postre totalmente necesarias para el establecimiento real del discurso, y las asociaciones perpetuas, ésas que emparentan su escritura con el Psicoanálisis (asociaciones ligadas a palabras en la talkingcure), con la Antropología (el funcionamiento analógico del pensamiento salvaje o silvestre) y con el Ocultismo (las cosas son porque se relacionan, y quod est superius est sicut est inferius, lo que está arriba, donde los astros, es como lo que está abajo, en este mundo sublunar).
Sobre ángeles y demonios es texto que no viene ni siquiera en la Bibliografía que Antonio Odriozola preparó para el n. º 72 de la revista Grial, número-homenaje a Cunqueiro aparecido en 1981: baste decir que a Odriozola, Cunqueiro, medio embromante, le nombró «Bibliógrafo Mayor de su Reino». Si alguien, por una manía tan poco cunqueiriana, el rigor histórico, quisiera fecharlo, tiene algunas pistas: la Exposición de Brujería en la Biblioteca Nacional de París a la que asiste el conocido profesor Pierini, o la fecha de aparición del Dictionary de Davidson, al que la conferencia tiene que ser posterior, mas no mucho, dada la avidez bibliográfica de Cunqueiro y su inmediata utilización para la columna diaria del Faro de Vigo ... O las citas que hace de los estudios de Caro Baroja sobre la brujería navarra, y que tienen que ver con Las brujas y su mundo, o El Señor Inquisidor y otras vidas por oficio. Claro que esto último tampoco es seguro, pues conocida es la amistad que hubo entre Cunqueiro y Caro Baroja. Y de antiguo. Por no fatigar al presunto lector, sepa éste que, cuando
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Cunqueiro andaba preparando As cromcas do Sochantre/Las crónicas del Sochantre (l." ed.: 1956), para unas diez líneas en que necesitaba describir una guillotina, Caro Baroja le prestó, entre otros, los siguientes libros: Le bon docteur Guillotin, de Soubiran, Notice sur la guillotine, de Bloeume, Guillotin et la guillotine, de Chereau, La guillotine et les exécuterus pendant la Révolution, de Len6tre, y Recherches historiques et physiologiques sur la guillotine et détails sur Sanson, de Dubois, autor también, como es notorio, de una biografía de Robespierre, así como de un estudio sobre André Chénier y su Lajeune captive.
Sea de ello lo que fuere, y como quedó dicho, también se ofrecen dos repeticiones casi novedosas. Hay que decir que ambas tienen que ver con el teatro. Podría decirse que si hay una permanencia descentrada en la producción cunqueiriana, ésa es el teatro. No sólo lo cultiva (O incerto señor don Hamlet, palabras de víspera, A noite va coma un ria, A función de Romeo e Xulieta), sino que abrumadoramente lo incluye en su narrativa, pudiéndose decir casi que una característica externa de su estructura es la inclusión de, inesperadamente, escenas teatrales. Otras veces (como en uno de los casos que aquí se presenta, Xan, o bó conspirador) lo escribe sin excesiva convicción en que se llegue a representar. Otras (como ocurre con A sentencia dourada), asimila teatro ajeno, sin que lleguemos a saber muy bien de qué lado, si de lord Dunsany o si de Cunqueiro, cae la ósmosis. Luego ya es el rodar de la narrativa, donde, piedras en la lisura del texto, se inscriben A noite va coma un rio -a veces, tal cual; a veces, narrativizada- en Unhombre que se parecía a Ores tes, A función de Romeo e Xulieta en As crónicas do Sochantre, o recoge en Apéndice a Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas precisamente las «Escenas segunda y vigésimoquinta de la pieza de teatro chino llamada La dama que engañada por un demonio elegante quiso comprarle al viento la perdiz que hablaba, o la verdadera historia de un mandarín que por no gastar quedó cornudo». Sólo habrá una excepción, chirriante, estrepitosa, luminosa en su ausencia: El año del cometa con la batalla de los cuatro reyes, su novela última, testamental. Pero aquí -y nunca mejor dicho- el teatro va por dentro.
Precede a la versión de La sentencia dorada uno de aquellos «enveses» -la sección se titulaba El envés, como juntando al significado de lo que está de la otra parte, el de remisión o envío, como el envoi que a veces sucede a un sirventés- que iban apareciendo habituales en una esquina de la última página del Faro de Vigo, allí mismo donde depositaba sus aprendizajes e imaginaciones, sus melancolías y sus sueños. Nótese cómo en la noticia que en este «envés» comunica -el descubrimiento de unos manuscritos de lord Dunsany por una sobrina suya en el cajón de una mesa retirada a un desván- da de lado a lo que aquí se recoge: mientras en el
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«envés» habla de los demás hallazgos, omite la referencia -síntoma de que ya había comenzado la asimilación que haría carne y sangre suya- a la «pieza teatral incompleta». Él la habría de completar.
Ha de llamarse la atención sobre la otra pieza, tan temprana, Xan, o bó conspirador, del año 33. Aunque la proyectara como una pieza breve y, para más reducir, sólo conservemos de ella el Prólogo, basta para establecer una cabeza de arco que desembocará en la reflexión que sobre la «teatralidad» de la narrativa cunqueiriana finalizará en El año del cometa. Los posteriores desdoblamientos de los personajes, la dramatización de sus momentos de formación, el juego continuo con lo que es su ser y su aparecer, la conciencia de ser sí mismos y a la vez ser otros, todo eso que les configura y que el propio Cunqueiro acertó a definir como un «entrar y salir de escena constante, como un personaje pirandelliano», todo eso está aquí, de manera emblemática. Y en verdad que ese Prólogo no desmerecería de Pirandello, un Pirandello pasado por Maeterlinck, primero, y Schéhadé, después. Pero ya se ve cómo el jovencísimo poeta, premiado y deslumbrante, comienza a derivar como por inclinación natural hacia la actividad dramática. Sin embargo, y aunque luego lo cultivase (no es atrevimiento afirmar que su O incerto señor don Hamlet es uno de los pilares desde los que reconstruir el teatro gallego de posguerra), acabaría abandonándolo. La razón aparente fue una: como le dijera a César Antonio Malina, escribir teatro que no se representa es una necedad. La privada, u oculta, u ocultista, era otra: había ido enterrando el teatro en la narrativa, progresivamente, en estratos cada vez más profundos, tanto que, en ocasiones, lindaban consigo mismo. La prueba mayor es su testamento textual: El año del cometa. Ahí, y a través de la experiencia de la propia escritura, a cuyo través quería buscarse, volvió a saber que también él era «como un sujeto pirandelliano», doble, triple, unha chea de homes, un cafarnaúm de hombres o, mejor, un cantón de sí mismo. El texto como «la otra escena».
Finalmente, se incluye una colaboración del actual cronista oficial de Mondoñedo, José Díaz Jácome. Es el final de una ilustre serie que, para este siglo, se inicia con Lence Santar, el de las barbas druídicas, que dijo Reimunde, y con el que Cunqueiro se topaba cuando salía a buscar el correo, o en la rebotica de la farmacia paterna, que estaba en los bajos del palacio arzobispal, y olía a aromas tales que papel de Armenia, o cinamomo, y estaba repleta de frascos casi cifrados, cada uno con su clave secreta, en un idioma extraño. De Lence Santar heredó el cargo de cronista Cunqueiro. Veía Mondoñedo desde su ventana, en la época de las lluvias, por ejemplo, y los musgos de los tejados le recordaban las colinas verde jade que vienen en Li Taipó, las islas esmeralda de los mitos gaélicos, hechas de
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sueños, las obras de teatro de Von Kleist, donde todo parece ir y venir a través del sueño, y que dijera que «los sueños que nos habitan pasan de pronto a la carne, para que ésta pueda morir», y terminaba acordándose del autor de los Cuentosde un soñador, lord Dunsany. Ahora bien, Lence Santar, Cunqueiro y Díaz Jácome tienen un antepasado común, el que fuera obispo de Mondoñedo, fray Antonio de Guevara. En él se aprende el regodeo de la frase, el sabor del detalle, la utilización libérrima de la erudición, y que siempre, por los siglos de los siglos, habrá un Bachiller Rhúa que saldrá a increparle al imaginativo.
El tal Bachiller Rhúa le increpó a fray Antonio de Guevara, tan erudito, que en su Libro llamado Relax de príncipes en el qua/ va encorporado el muy famoso libro de Marco Aurelio presentara unas cartas apócrifas de éste, amparándose -y reclamándolos como fiadores- en JunioRústico, Sexto Cheronense, Cina y Catullo, amás de un filósofo Bruxilo, un tal Pharamasco, yun concilio inexistente de Hipona ... Aún más.Osaba hacer proceder su texto de un manuscritoflorentino, en tiempos perteneciente a Cosmede Médicis, al que él sólo había romanceado, sibien con incrustaciones. Era debido a un conocimiento tan ajustado por lo que se podía permitir escribir: «Dicho cómo el Emperador MarcoAurelio tenía el estudio en lo más apartado desu palacio, y cómo él mismo tenía la llave deaquel estudio, es de saber ahora que jamás amujer ni a hijos ni a familiares amigos dejabaentrar adentro; porque muchas veces decía él:«Con más alegre corazón sufriré que me tomenlos tesoros que no me revuelvan los libros.» Yase ve que hay un aire de familia. Y más cuando,creciéndose con el castigo, prometió otra obra,ésta del emperador Augusto, titulada De bellocantabrico.
Vaya, pues, en buena hora, este ramillete cunqueiriano, de flores ocultas y recoletas, alguna nunca vista y otras de difícil acceso. Conforme a Yüang Chingiang en su Pingshih, o Arte de confección de búcaros, en edición que hiciera Forster, el de Pasaje a la India, y Maurice, con un poema/prólogo de Ezra Pound, lo que más importa en floristería no es la composición del ramo, sino el recuerdo que deja, y, si se � quiere afinar aún más, el aroma de ese ._ � recuerdo. �