El Fin de La Historia Social

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¿El fin de la historia social? Luis Alberto Romero (UBA-UNSAM-CONICET) En Fernando J. Devoto (director): Historiadores, ensayistas y gran público. La historiografía argentina en los últimos veinte años (1990-2010) . Buenos Aires, Biblos, 2010. ¿El fin de la historia social? Quizás habría que extender la pregunta al objeto mismo de la interrogación: qué fue, y qué es, exactamente, la “historia social” en la Argentina? Mi respuesta está condicionada por mi condición de partícipe en ese movimiento, que sin duda no es la mejor para entenderlo en su conjunto. Voy a examinar el lugar que ocupa algo llamado “historia social” en el ánimo colectivo de los historiadores argentinos, a la luz de lo que fue la primera experiencia de ese término, entre 1958 y 1966, y sobre todo, de lo ocurrido entre 1966 y 1983. Distinguiré entre la historia social como campo temático y la historia social como aspiración a la síntesis; entre ambos, me referiré a un tercer aspecto: la historia social como perspectiva articuladora. 1. La primera “historia social”, 1958-1966 Antes que definir un campo de estudios, “historia social” fue, en los primeros años sesenta, lo que Raymond Williams llamó una formación: 1 un movimiento de historiadores que se identificaba con una cierta y no totalmente definida renovación historiográfica. Tal renovación tenía referentes tan disímiles como, entre otros, la revista francesa Annales , la inglesa Past and Present , la economía del desarrollo y también la sociología que difundía Gino Germani. 2 1 Raymond Williams, Cultura. Sociología de la comunicación y del arte . Buenos Aires, Paidós, 1982. 2 Sobre estas influencias, y sobre la coherencia de la formación, véase: Tulio Halperin Donghi: “Historia y larga duración: examen de un problema”, Cuestiones de Filosofía , I,2, 1962; Juan Carlos Korol: "Los 'Annales' en la historiografía argentina de la década del 60", en Punto de Vista, Bs.As., año XIII, número 39, diciembre 1990. Véase también Fernando Devoto (comp) La historiografía argentina en el siglo XX (II) . Buenos

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¿El fin de la historia social?

Luis Alberto Romero (UBA-UNSAM-CONICET)

En Fernando J. Devoto (director): Historiadores, ensayistas y gran público. La

historiografía argentina en los últimos veinte años (1990-2010). Buenos Aires, Biblos,

2010.

¿El fin de la historia social? Quizás habría que extender la pregunta al objeto mismo de la

interrogación: qué fue, y qué es, exactamente, la “historia social” en la Argentina? Mi

respuesta está condicionada por mi condición de partícipe en ese movimiento, que sin duda

no es la mejor para entenderlo en su conjunto.

Voy a examinar el lugar que ocupa algo llamado “historia social” en el ánimo colectivo de

los historiadores argentinos, a la luz de lo que fue la primera experiencia de ese término,

entre 1958 y 1966, y sobre todo, de lo ocurrido entre 1966 y 1983. Distinguiré entre la

historia social como campo temático y la historia social como aspiración a la síntesis; entre

ambos, me referiré a un tercer aspecto: la historia social como perspectiva articuladora.

1. La primera “historia social”, 1958-1966

Antes que definir un campo de estudios, “historia social” fue, en los primeros años sesenta,

lo que Raymond Williams llamó una formación:1 un movimiento de historiadores que se

identificaba con una cierta y no totalmente definida renovación historiográfica. Tal

renovación tenía referentes tan disímiles como, entre otros, la revista francesa Annales, la

inglesa Past and Present, la economía del desarrollo y también la sociología que difundía

Gino Germani.2

1 Raymond Williams, Cultura. Sociología de la comunicación y del arte. Buenos

Aires, Paidós, 1982.

2 Sobre estas influencias, y sobre la coherencia de la formación, véase: Tulio

Halperin Donghi: “Historia y larga duración: examen de un problema”, Cuestiones de

Filosofía, I,2, 1962; Juan Carlos Korol: "Los 'Annales' en la historiografía argentina de la

década del 60", en Punto de Vista, Bs.As., año XIII, número 39, diciembre 1990. Véase

también Fernando Devoto (comp) La historiografía argentina en el siglo XX (II). Buenos

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Tan diversa como era, esta formación lograba su consistencia en oposición a otras formas

de hacer historia, sólidamente institucionalizadas. Por un lado, lo que desde la “historia

social” se llamaba la “historia académica”. Por otro, una historia más militante, un poco

marxista y un poco nacional y popular, de ascendencia creciente entre las nuevas camadas.

Se trataba de un grupo de historiadores relativamente reducido, que no solo difundía una

manera de hacer historia sino que, simultáneamente, competía por las posiciones

académicas. Este carácter de ariete –a ello alude lo de formación- daba homogeneidad a un

conjunto muy variado, que podía incluir por ejemplo, en Córdoba, a Carlos Sempat

Assadourian, Guillermo Beato o Aníbal Arcondo, que encontraban su punto de confluencia

en Ceferino Garzón Maceda. Podía alojar, en un mismo y reducido espacio físico, en

Buenos Aires y en Rosario, a Roberto Cortés Conde y Alberto Plá.

¿Qué era, en los sesenta, la historia social? ¿Un campo temático? ¿Una perspectiva? ¿Una

síntesis? Sobre lo primero, no era un campo temático, o al menos, no mucho. La historia

social estaba por entonces estrechamente unida con la historia económica, y hasta

subordinada a ella. Para ser precisos, esta formación a la que hice referencia solía llamarse

“historia económica y social”, como la Asociación que en esos años se formó. El núcleo

más consistente de estudios sociales se refirió al impacto de la inmigración masiva,

considerada como un aspecto del proceso de modernización, pautado por el crecimiento

económico.3

Quizá podría decirse que era una perspectiva, una búsqueda de la dimensión social, de lo

que hoy suele llamarse “las prácticas”, de un anclaje en procesos tan diversos como la

incorporación de inmigrantes al mercado de trabajo, la colonización agraria o la literatura

de fines del siglo XIX. 4

Aires, CEAL, 1994; especialmente Eduardo Míguez: “El paradigma de la historiografía

económico social de los años 60, vistos desde los 90”.

3 Los principales trabajos, en general en versiones iniciales, aaparecieron en dos

compilaciones: Torcuato S. Di Tella, Gino Germani y Jorge Graciarena (comp): Argentina

sociedad de masas . Buenos Aires, Eudeba, 1965. Torcuato S. Di Tella y Tulio Halperin

Donghi (comp): Los fragmentos del poder. Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1969.

4 Por ejemplo, David Viñas: Literatura argentina y realidad política. Buenos Aires,

Jorge Álvarez Editor, 1964; Gladis S. Onega, La inmigración en la literatura argentina

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Creo que, sobre todo, “historia social” reflejaba una aspiración, un poco menos precisa: la

idea de que era posible encontrar una clave para explicar –o al menos para intentar abrazar-

el conjunto de las dimensiones del proceso histórico. Se trataba de la aspiración a capturar

la totalidad del proceso social. En ese sentido, “historia social” –una formación, antes que

otra cosa- no suponía definirse sobre el lugar que encerraba la clave de la totalidad. Este se

encontraba en la economía quizá, para quienes venían de una tradición más marxista, o

quizás en lo que José Luis Romero llamaba “la cultura”, denominación que él siempre

consideró más inclusiva que “la sociedad”.5

2. La travesía, 1966-1983

Desde 1966 hasta 1983, esta formación subsistió con mínimo anclaje institucional. Una

parte de ella en el exilio y la otra en el país. No conozco casi la historia del exilio, donde se

incubaron muchos de los grandes libros que se publicaron luego de 1983. Del lado

argentino, la “historia social” –sea lo que fuera- siguió siendo el punto de convergencia de

los resistentes, los que quedaron marginados, pero a la vez, de los que -en un contexto

académico de abrumador provincianismo- se esforzaban por conectarnos con lo que pasaba

en el mundo, con Europa, con los Estados Unidos, con los exiliados.

Mencionaré dos datos que testimonian la fuerza de aquella marca de formación. En 1977,

con Leandro Gutiérrez , Hilda Sabato y otros, bautizamos a nuestro grupo de historiadores

con el algo pomposo nombre de Programa de Estudios de Historia Económica y Social, o

simplemente PEHESA. Por entonces, los historiadores del Instituto Di Tella bautizaron su

colección de libros publicados por Editorial Sudamericana con el nombre de “Historia y

sociedad”, con claras reminiscencias de la historia social.

Quiero examinar esa travesía a la luz de los libros que por entonces se publicaron, los que

leíamos, y registrar en ellos el cambio desde los sentidos iniciales de la “historia social”

(1880-1910). Cuadernos del Instituto de Letras, Facultad de Filosofía, Universidad

Nacional del Litoral, 1965.

5 José Luis Romero: “Reflexiones sobre la historia de la cultura”, Imago Mundi.

Revista de historia de la cultura, 1, set. de 1953; “Cuatro observaciones sobre el punto de

vista histórico-cultural”, idem, 6, diciembre de 1954. Ambos incluidos en José Luis

Romero: La vida histórica. Buenos Aires, Sudamericana, 1988.

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hacia nuevos sentidos, mas cercanos a nuestra actual manera de entenderla. Buena parte de

esos libros era el producto de la primera experiencia de historia social.

Quizá lo más representativo haya sido la Historia argentina, dirigida por Tulio Halperin

Donghi, que comenzó a editarse en 1972.6 Significativo por sus autores –en su gran

mayoría miembros de la formación „historia social`‟- y por la estructura de cada una de sus

partes. La organización tripartita –Economía, Sociedad, Política- expresa aquella intención

de síntesis de la historia social: la confianza en explicar una totalidad ordenable, aunque

sea a costa del sacrificio de campos enteros, como el de la cultura o las ideas. Una intención

no siempre concretada, y muchas veces resuelta en forma de simple yuxtaposición. La

sociedad no ocupa allí un papel fuertemente articulador; apenas enlaza dos campos que

pronto se independizarán: la economía y la política.

Esta escisión de los campos ya era visible hacia 1980. En El progreso argentino,7 Roberto

Cortés Conde fundamenta estrictamente en la ciencia económica su explicación del

período que culmina en 1914 (por entonces, había fundado, con otros historiadores

económicos, la Asociación de Historia Económica, desligándose del segmento de lo social).

En obras institucionalmente vecinas se advierte el mismo cruce entre un campo limitado del

pasado y una ciencia social que le suministra fundamentos conceptuales tan severos como

acotados.

Es el caso de El voto peronista, una compilación de Manuel Mora y Araujo, en la vertiente

de la sociología política, o de El orden conservador de Natalio Botana, sólidamente anclado

en la ciencia política. Similares cruces se dan en el libro de Oscar Oszlak La formación del

estado argentino, el de Guillermo O‟Donnell El estado burocrático autoritario o el de Jorge

Sábato sobre la clase dominante, en los que las sugerentes aproximaciones teóricas se

6 Colección Historia Argentina, dirigida por Tulio Halperin Donghi. Buenos Aires,

Paidós, 1972. Entre sus autores estaban Carlos Sempat Assadourian, Guillermo Beato, José

Carlos Chiaramonte, Haydée Gorostegui de Torres, Roberto Cortés Conde, Ezequiel Gallo,

Darío Cantón, José Luis Moreno, Alberto Ciria y Tulio Halperin Donghi.

7 Roberto Cortés Conde, El progreso argentino. Colección “Historia y Sociedad”,

Buenos Aires, Sudamericana, 1979.

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combinan con investigaciones históricas parciales pero densas, que eventualmente podían

leerse de manera independiente.8

Como en el caso de Cortés Conde, La pampa gringa de Ezequiel Gallo9 es una versión

madura de un proyecto de los 60, y posiblemente la obra en la que es más visible la

preocupación por reconstruir un fragmento completo del proceso social, articulado en torno

de la economía, la sociedad y la política. Se trata de un fruto excelente de la “antigua

manera”, notable no solo por esa preocupación por la síntesis sino por el énfasis en la

perspectiva social, que logra articular toda su reconstrucción. Pero a la vez, hay una

preocupación por construir la problemática específica de cada campo. En especial, la

historia agraria, a la que aporta una reconsideración del papel del empresario rural y del

arrendatario, y la historia política; allí, sus “colonos en armas” son protagonistas de una

historia en la que no falta ninguna de las cuestiones reivindicadas poco después por la así

llamada “nueva historia política”.

Otra obra donde se descubre hasta donde la “antigua manera” de la historia social podía

conducir a nuevos territorios es Buenos Aires: los huéspedes del ‟20 de Francis Korn,

publicada en 1974.10

Socióloga, formada con Gino Germani, con múltiples contactos con el

grupo de historia social, y por otra parte con un doctorado en Antropología, Francis Korn

nos dice aquí llanamente que es imposible dar cuenta de la totalidad, aún referida a un caso

tan específico como una ciudad en una década. Que preguntarse por las causas es un intento

banal y que escribir un libro es solo la decisión arbitraria de contar algo que al autor le

8 , Manuel Mora y Araujo e Ignacio Llorente (Comp.), El voto peronista. Ensayos de

sociología electoral argentina. Colección “Historia y Sociedad”, Buenos Aires,

Sudamericana, 1980. Natalio Botana: El orden conservador. La política argentina entre

1880 y 1916. Colección “Historia y Sociedad”, Buenos Aires, Sudamericana, 1977 . Oscar

Oszlak: La formación del estado argentino. Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.

Guillermo O‟Donnell: El estado burocrático autoritario. Buenos Aires, Editorial de

Belgrano, 1982. Jorge F. Sábato: La clase dominante en la Argentina moderna. Formación

y características. Buenos Aires, 1991 (la versión original del ensayo principal es de 1978).

9 Ezequiel Gallo: La pampa gringa. La colonización agrícola en Santa Fe, 1870-

1895. Colección “Historia y Sociedad”, Buenos Aires, Sudamericana, 1983.

10 Francis Korn: Buenos Aires: los huéspedes del 20. Buenos Aires, Sudamericana,

1974.

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parece interesante. Nada más lejos de la preocupación por la síntesis de la historia social.

También es singular su preocupación por la escritura, por encontrar una forma literaria

adecuada para su narración. Y sin embargo, me parece uno de los mejores estudios de

historia social, tan clásico como moderno, por sus temas como por sus perspectivas.

Las dos obras más importantes producidas por historiadores de esa formación son

Revolución y guerra de Tulio Halperin Donghi, de 1972, y Latinoamérica, las ciudades y

las ideas de José Luis Romero, de 1976.11

Ambas obras son tan excepcionales como

atípicas, y las tengo para mí como no superadas. ¿Hasta que punto Revolución y guerra

pertenece a la historia social? No por el campo de estudio: referida explícitamente a la

formación de una nueva elite política, es una de las obras reconocida como fundadoras de la

nueva historia política. Tampoco por la aspiración a la síntesis: es un libro donde todo está

deliberadamente abierto e inconcluso. Pero es claramente una obra de “historia social” por

la perspectiva. Sin rótulos, responde a cualquiera de las preguntas que formulan la

sociología o la teoría política: las elites, la hegemonía, el conflicto. Dicho de manera más

llana: se puede ver allí la sociedad, la gente viviendo, aún en el más minúsculo conflicto

faccioso. En cuanto a Latinoamérica, las ciudades y las ideas, se tiene la misma impresión:

la gente está presente en todo, en la vida económica, en la social, en la cultural o en la

construcción del hábitat urbano. Pero además: hay una formidable apuesta a la síntesis, a

hacer inteligible el todo, de una manera mucho más compleja que aquella que se sintetizaba

en el esquema tripartito de la economía, la sociedad y la política.12

Latinoamérica, las ciudades y las ideas resultó una obra admirable pero no ejemplar. La

producción historiográfica siguió más bien por el rumbo de la delimitación de campos

específicos, y de la más modesta tarea de construir los bloques básicos de información e

interpretación pàrcial que permitirían eventualmente a otra generación la tarea de la

11 Tulio Halperin Donghi: Revolución y guerra. Buenos Aires, Siglo XXI Editores,

1972. José Luis Romero: Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Buenos Aires, Siglo XXI

Editores, 1976.

12 Tulio Halperin Donghi: “José Luis Romero y su lugar en la historia argentina”;

Desarrollo Económico, 81, Buenos Aires, abril-junio de 1981. Luis Alberto Romero:

“Prólogo“ a la reedición de Latinoamérica, las ciudades y las ideas, Buenos Aires, Siglo

Veintiuno Editores de Argentina, 2001.

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síntesis. La misma delimitación de campos, de problemáticas y de metodologías

específicas, que postergó las aspiraciones a la síntesis, llevó a un segundo plano la

preocupación por una perspectiva social para quienes estudiaban problemas de historia

económica o de historia de las ideas, y aún de historia política.

En ese nuevo rumbo de la producción historiográfica argentina se combinaban la

especialización y la profesionalización. Ésta última tuvo un salto importante durante la

última dictadura. Por esos años el estado comenzó a volcar fondos hacia la investigación en

general, que también llegaron a la historia, y el CONICET permitió a muchos iniciar una

carrera profesional que hasta entonces había estado limitada a unos pocos. Hubo una masa

de nuevos investigadores, pero el medio académico capaz de orientar y evaluar esa masa de

producción tardó más en constituirse –de hecho, solo ocurrió después de 1984- de modo

que los controles de calidad fueron escasos. Tampoco se escribieron muchos libros, aunque

hubo muchas ponencias, presentadas a Jornadas y Congresos, como los que organizó la

Academia Nacional de la Historia.13

Dos de los libros publicados, aunque no pertenecen al ámbito del CONICET, me parecen

reveladores de esta etapa final de la travesía: se trata de Buenos Aires: su gente, coordinado

por César García Belsunce, y Los estancieros de María Sáenz Quesada.14

El primero tiene

una abundante información demográfica original y el segundo una interesante

aproximación vivencial a las cambiantes formas de vida de los estancieros. Sin embargo, la

utilidad de ambos me parece limitada por la falta de problemas, de preguntas

historiográficas, y de aquello que en la década de 1980 solíamos llamar, un poco

escolásticamente, “marco teórico” y “metodología”.

Lo mejor de esta etapa final en materia de historia social entendida como campo, lo que

permite pensar lo que vino después en términos de continuidad, fueron los trabajos sobre

inmigración. No hubo libros clave, pero se escribieron muchísimas monografías, en las que

13

Tulio Halperin Donghi: "Un cuarto de siglo de historiografía argentina (1960-

1985)", en Desarrollo Económico, núm. 100, Buenos Aires, enero-marzo 1986.

14 César A. García Belsunce (dir.): Buenos Aires. Su gente. 1800-1830. Buenos

Aires, Emecé, 1976. María Sáenz Quesada. Los estancieros. Buenos Aires, Editorial de

Belgrano, 1980.

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la inmigración masiva dejaba de ser un tema único y se desagregaba en un conjunto de

problemas específicos: las razones de la salida y la llegada, las cadenas migratorias, las

comunidades étnicas, las distintas formas de la integración y de conservación de rasgos

propios. También, las conexiones: el mercado de trabajo, la participación en política.15

En

suma, la historia social comenzaba a consolidarse como un campo temático, al tiempo que

retrocedía como perspectiva o como clave de una hipotética síntesis.

3. Epílogo: triunfo y final

Lo que resta es solo un epílogo. El cambio político de 1983 trajo novedades institucionales

importantes. El nuevo ciclo fue propicio para la historia social, a juzgar por el número de

cátedras universitarias que se crearon. Se trató siempre de cursos propedéuticos, en los que

“historia social” era casi sinónimo de “historia”. En ellos se afirmaba el lugar, quizá

simplemente didáctico, donde se podía enseñar acerca del conjunto, antes de desarmarlo y

deconstruirlo.

Esa manera sintética de aproximarse a la historia comenzó a ser el fundamento de los

relatos que los nuevos manuales escolares fueron estableciendo, sobre todo desde la

segunda mitad de los años noventa. “Burguesía”, “feudalismo”, “movimiento obrero”,

“revoluciones burguesas” y otras fórmulas de ese tipo se están convirtiendo en habituales

en los textos, al igual que un relato integrado, y levemente teleológico, del proceso

histórico del mundo occidental o atlántico.16

Instalada en el sentido común, la “historia

social” ya no es más una bandera de combate. Se trata de un triunfo, pero de un triunfo tan

ambiguo como paradójico.

Si examinamos el campo de la producción historiográfica, las cosas son bien diferentes. Lo

ocurrido puede considerarse como una ampliación o expansión de los movimientos del fin

de la etapa anterior. Es sabido que en veinte años de democracia se ha construido un campo

15 Fernando Devoto ha realizado recientemente esa síntesis: Historia de la

inmigración en la Argentina. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

16 Luis Alberto Romero: Volver a la historia. Su enseñanza en el tercer ciclo de EGB.

Buenos Aires, Aique, 1997.

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profesional denso, bastante exigente y con normas y pautas relativamente claras.17

A la vez,

entre los historiadores profesionales se han definido con nitidez los campos, y cada uno de

ellos tiene sus preguntas, sus problemas, sus marcos conceptuales. La historia social es hoy,

en el mejor de los casos, un campo más, entre muchos. Los temas de punta, de innovación y

debate, están en su mayoría en otras partes: en la historia intelectual y de las prácticas

discursivas, en la historia política, en la historia de las representaciones y la cultura.

En lo que hace a la historia social –y en contraste con su triunfo en lo propedéutico- el

campo temático se ha desagregado en infinidad de cuestiones. Hay temas consolidados,

como la inmigración o el mundo rural tardo colonial; temas que ya han dado lo mejor de si,

como el de la clase obrera y los sectores populares; temas referidos a nuevos actores o

nuevas subjetividades, como las mujeres o los jóvenes; temas que todavía no han llegado a

constituirse en problemas, como muchos de los correspondientes a la vida privada.

Diría que hay muchos temas, pero pocas preguntas acerca de lo que antes se llamaba “la

sociedad”, ese tercio en la visión sintética de la antigua manera.

Esa falta de preocupación por una visión sintética e integrada tiene que ver, en parte, con la

crisis de diversos paradigmas, y aún la crisis de la idea misma de que debe haber un

paradigma. Esto vale para el conjunto de la producción historiográfica, pero muy

especialmente para la “historia de la sociedad”, es decir el campo temático de la historia

social.

Tomaré dos ejemplo recientes de este estado de ánimo. Uno es la por otra parte excelente

Nueva historia argentina, dirigida por Juan Suriano, cuya publicación acaba de finalizar.18

En cada uno de sus tomos, los capítulos dedicados a la sociedad son fragmentarios, están

encarados desde perspectivas diversas, y difícilmente son integrables en un relato único,

17

Luis Alberto Romero: “La historiografía argentina en la democracia. Los

problemas de la construcción de un campo profesional”; Entrepasados, n. 10, Bs. As.,

1996.

18 Juan Suriano (Coord.): Nueva Historia Argentina. Buenos Aires, Sudamericana,

2000 y ss.

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que circule por los diversos tomos, algo que no ocurre, en esa misma obra, ni con la

economía ni con la política.

El otro ejemplo es el de las Jornadas Inter Escuelas de Historia, de 2005. Hubo 87 mesas,

consagradas a temas muy diversos, que reflejan las inquietudes actuales de los

historiadores. Los organizadores decidieron agruparlas por campos temáticos o

problemáticos. Los había de historia política, de historia intelectual o cultural, de historia

económica, y de otros. Pero la fórmula “historia social” no pareció interesante para agrupar

alguna parte de las mil ponencias presentadas.

Y sin embargo, a juzgar por sus títulos y resúmenes, en pocas de ellas estaba ausente lo

que podría llamarse una perspectiva social, desde la cual se trataba de iluminar al menos la

economía, la cultura, las ideas o la política. En algunos casos se habla de estructuras y

actores sociales. En otros, de ámbitos de sociabilidad, de redes, de prácticas habituales o

prácticas constructivas, de identidades o subjetividades. No pretendo evaluar la riqueza

relativa de estas aproximaciones, sino señalar el reverdecimiento de una de las tres

dimensiones de la inicial “historia social”: la perspectiva social.

No se manifiesta con exclusividad en un campo. No refleja la aspiración a la gran síntesis.

Pero, me parece, con esta perspectiva social, de manera no declarada ni programática, se

trata de construir un lugar desde donde reflexionar sobre cada uno de los múltiples campo

de la historia hoy y mirarlos desde una perspectiva común. En suma: el lugar de la

articulación, que me parece la versión más modesta pero más realista, de la antigua

pretensión, si no de dar cuenta de la totalidad, al menos de conservarla como un horizonte

ideal. Lo que en un cierto sentido me parece el final de una idea de la historia social quizá

sea el comienzo de otra, y quizás debería transformar este epílogo en un prólogo.