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El impacto de la crisis del euro en la política exterior europea Richard Youngs documento de trabajo Nº111 NOVIEMBRE 2011

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El impacto de la crisis del euroen la política exterior europea

Richard Youngs

documento de trabajoN º 1 1 1NOVIEMBRE 2011

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Documentos de trabajoLos documentos de trabajo de FRIDE tratan de fomentar un debate más amplio sobre estas cuestiones y ofrecer con-sideraciones pertinentes para las políticas públicas.

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Richard Youngs Director de FRIDE y catedrático asociado

de la Universidad de Warwick, Reino Unido

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Contenido

¿Un camino bifurcado? -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- 3

Mercantilismo ................................................................................................................................................................................................................6

Una Europa encogida ........................................................................................................................................................................................12

De la europeización al cosmopolitismo pragmático .................................................................................15

Transatlantismo pos hegemónico ..............................................................................................................................................19

Conclusiones----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- 22

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RICHARD YOUNGSEL IMPACTO DE LA CRISIS DEL EUROEN LA POLÍTICA EXTERIOR EUROPEA

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La crisis del euro amenaza la unidad económica de la Unión Europea (UE) y su proyección internacional. La urgencia hizo que, hasta ahora, se haya prestado

poca atención a sus consecuencias respecto de la política exterior de la UE, pero mu-chos ya opinan que la naturaleza cada vez más arrolladora de la crisis puede disminuir la eficacia de la acción exterior europea.

Es necesario identificar el posible impacto de la crisis y la reacción geoestratégica de la UE. Bruselas debe reflexionar sobre cómo la crisis puede cambiar la relación entre Eu-ropa y el mundo. Los gobiernos europeos deben redirigir sus políticas internacionales a largo plazo. Si de hecho se avecina una Europa a dos velocidades, una serie común de principios geoestratégicos podría ayudar a evitar una fractura de la unidad en política exterior.

Lo preocupante de la presente situación es que la crisis del euro interactúa con el de-clive de Europa. De cierta forma, la UE se enfrenta a un doble desafío: una crisis en el corto plazo junto a una creciente pérdida estructural de poder. Esta combinación hace que la situación actual sea sumamente preocupante. La geoeconomía y la geopolítica de esos dos niveles de crisis interactúan de diversas formas. El desafío se encuentra, entonces, en manejar este escenario único de crisis y declive.

La mayoría de los expertos reconoce que, hasta ahora, la UE no ha conseguido diseñar una filosofía estratégica integral para mitigar los efectos de la crisis y el declive. En este sentido, las políticas europeas han sido improvisadas y poco claras. La tendencia más obvia indica que, en un mundo pos occidental, la UE tiene la responsabilidad de actuar más como un predador y seguir políticas de suma cero. En otras palabras, debe ser más

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“como China”. Mientras que un cierto nivel de realpolitik es necesario, Bruselas corre el riesgo de dejarse seducir por ese tipo de políticas. Ahora se dice que la geoeconomía sentará los términos de la geopolítica. No obstante, los gobiernos europeos se equivocan al fusionar sus estrategias geoeconómicas con el mercantilismo y la búsqueda de resul-tados rápidos.

La crisis y el declive de Europa no tienen porque acabar siendo apocalípticos para las políticas exteriores de la UE. La Unión Europea sí necesita adoptar una visión geopo-lítica más coherente y proactiva para avanzar en el turbulento contexto de un nuevo orden mundial remodelado por la crisis. Bruselas debe construir su visión sobre cuatro principios específicos para asegurar que la incipiente integración monetaria y fiscal a varias velocidades no aumente las divisiones en materia de política exterior. En este sentido, la Unión Europea debe:

• evitar centrarse demasiado en el mercantilismo geoeconómico;

• evitar que las ambiciones más modestas conlleven una introspección estratégica con-traproducente;

• reemplazar la europeización instrumental por el cosmopolitismo pragmático; y

• ofrecer un apoyo más sólido para impulsar a Estados Unidos hacia un multilateralis-mo menos hegemónico.

Cabe resaltar que la afirmación que suma a la crisis del euro un deterioro en el lar-go plazo no es necesariamente una visión apocalíptica. La UE sigue teniendo grandes puntos fuertes y un enorme potencial. Pero es necesario actuar con cautela. La Unión seguirá teniendo un gran peso en los asuntos globales, pero su rol en el comercio y en las inversiones a nivel global, su capacidad militar, sus recursos energéticos, sus fondos para la investigación, sus prerrogativas diplomáticas y su demografía están en descenso y es poco probable que esta tendencia se revierta en el futuro próximo. Muchos diplo-máticos y analistas minimizan los efectos de esas tendencias en la medida que intentan no ser condescendientes con la Unión Europea evitando atacarla o evidenciar sus pro-blemas, pero esta actitud es autodestructiva.

El escenario de crisis y declive es lo suficientemente preocupante y requiere una re-flexión estratégica seria e integral. La UE necesita contar con una política más holística y equilibrada que combine el realismo cooperativo, el internacionalismo, el policentris-mo y el regionalismo. Los Veintisiete deben intentar encontrar el equilibrio entre actuar demasiado y demasiado poco, así como intentar abrirse puertas en el nuevo sistema internacional que se está conformando. Pero su enfoque actual para salir de la recesión y recobrar su presencia en las potencias emergentes es demasiado utilitario y no consti-tuye una buena geoestrategia.

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¿Un camino bifurcado?

A finales de 2011, las tendencias apuntaban hacia una Europa a dos velocida-des. Mientras que los acontecimientos siguen desarrollándose, Berlín, París y

Bruselas coinciden en que hace falta una mayor integración entre una serie de países clave de la zona euro. Aún no se sabe cuáles serían estos países. Desde luego, la crisis ha confirmado la precariedad de una unión monetaria sin algún tipo de unión econó-mica. Pero sigue habiendo serias divisiones entre Alemania (y, hasta cierto punto, Ho-landa) y otros países sobre las cuestiones fiscales y el papel del Banco Central Europeo (BCE). Asimismo, aún no está claro si caminamos hacia una Europa a dos velocidades o, de hecho, hacia la marginalización de unos pocos Estados miembros. Un posible modelo excluiría a los miembros más débiles de la eurozona y los no miembros; en otro, solamente el Reino Unido y Dinamarca se autoexcluirían, puesto que son los dos únicos Estados miembros que han accedido a la Unión sin unirse a la moneda única.

En este sentido, sigue siendo difícil predecir el impacto de la crisis sobre las relaciones exteriores de la UE. En la actualidad, muchos analistas sugieren que la precariedad de todo el proyecto de integración europeo implica que las políticas externas tengan poca prioridad, puesto que si el euro fracasa, desaparecen todas las apuestas por una política exterior común. No obstante, dadas las dificultades internas, la UE debería tener más en cuenta a la política exterior por sí sola, en lugar de asumir que la influencia externa es una consecuencia natural de una integración interna exitosa.

Jacek Saryusz-Wolski, miembro del Parlamento Europeo y ex presidente del Comité de Asuntos Exteriores, ha criticado la respuesta formal de Bruselas a la crisis del euro por suponer que “la UE es una isla en el océano, sin nada que le rodee”. La caída del euro ha demostrado que las medidas actuales para reducir el déficit no están funcionando y han de hecho aumentado las presiones sobre la unión monetaria. La receta política ha sido el rigor fiscal, por un lado, y los paquetes de rescate, por el otro lado, en lugar de usar los fondos para fomentar la estrategia 2020 de la UE y vincular, de manera más sistemática, la competitividad a las políticas externas.1

Asimismo, ante la posibilidad de rescates adicionales tres años después del estallido de la crisis financiera, el mensaje de la UE sobre los vínculos entre la liberalización y la buena gobernanza se han visto seriamente comprometidos. Richard Gowan ha apunta-do correctamente que las normas europeas sobre el multilateralismo eficaz han perdido credibilidad dada la inestable cooperación interestatal dentro de la UE durante la crisis del euro.2

1. J. Emmanoulidis y J. Janning, “Stronger after the crisis: strategic choices for Europe-s way ahead”, Bruselas: European Policy Centre, junio de 2011, p. 24.2. R. Gowan, “Is the G20 bad for the EU?”, Política Exterior 44, noviembre de 2011.

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Desde el lado pesimista, la integración fiscal a distintas velocidades minará aún más y, posiblemente de forma definitiva, las perspectivas para una política exterior europea común. Diversas columnas de opinión vaticinan que las fracturas internas en la UE acabarán con cualquier pretensión de una Europa unida en los asuntos internaciona-les. Muchos expertos prevén una división existencial. La revista The Economist prevé una Europa de “dos creencias”, con un núcleo proteccionista y volcado hacia el inte-rior, que está fundamentalmente en desacuerdo con la periferia más liberal y centrada en el exterior.3 En este sentido, se espera que los “de fuera” aprovechen la oportunidad para revisar los tratados y abrirse paso en los asuntos internacionales. Muchos analistas europeos y otros observadores temen que un “gobierno económico” central se incline de tal forma hacia una dirección indirectamente más proteccionista que, en el largo plazo, podría poner en riesgo la viabilidad de las políticas exteriores comunitarias. Las dudas potencialmente devastadoras de Holanda no están del todo desconectadas de dicho pronóstico.

El presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, teme que una división formal entre los países que están en la eurozona y los demás diez Estados miembros de la UE que no están en el euro “perjudicará la Unión en su conjunto, pondrá en tela de juicio el mercado común [y] podría fomentar la renacionalización de las políticas comunitarias”.4 Según Jean Pisani-Ferry, los mercados internacionales ya están empezando a tratar a las dife-rentes partes de la Unión Europea como bloques separados ante la posibilidad de una mayor fragmentación política.5 El eje de tensión más probable gira alrededor de la posibilidad que los Estados miembros “centrales” intenten fomentar nuevos términos y políticas en una serie de cuestiones externas, mientras que los Estados de la “perife-ria” aboguen por defender el aquis base de los tratados entre los Veintisiete Estados. Es probable que los miembros centrales gradualmente empiecen a formar un pequeño grupo alrededor de una amplia serie de asuntos de política exterior, en particular las cuestiones de gobernanza financiera global relativas a los temas fiscales y financieros. Un posible representante único de la eurozona en el FMI o el G20 podría empezar a forjar un mandato amplio sobre cuestiones de gobernanza global que no sentaría de-masiado bien en los países “de fuera”. Ante la posibilidad de un futuro debate sobre un cambio institucional formal en el tratado, hacen falta garantías para prevenir una segmentación externa excesiva entre los países de la eurozona y los demás.

Las tensiones podrían aumentar no solo entre los “de dentro” y los “de fuera”, sino también entre los propios miembros centrales. Para algunos expertos, la crisis ha dado lugar a muchos sentimientos recriminatorios, en particular entre Alemania y los Es-tados miembros del sur, lo que podría conllevar una pérdida general del espíritu de colaboración. Si la crisis del euro causa tal nivel de tensión, podría acabar minando la buena voluntad para trabajar juntos en las cuestiones exteriores. En efecto, esa sería una versión más suave del importante pronóstico que Martin Feldstien hizo en 1997, que vaticinaba que el euro traería de vuelta el fantasma del conflicto al continente europeo.6 Algunos argumentos provocadores afirman que, dado el contexto tan poco

3. The Economist, 17 de septiembre de 2011, p. 34.4. J. M. Barroso, “A Roadmap to Stability and Growth”, discurso, Bruselas, 12 de octubre de 2011. 5. J. Pisani-Ferry , “How to Stop Fragmentation of the Eurozone”, Bruselas: Brugel, 10 de octubre de 2011.6. M. Feldstein, “EMU and International Conflict”, Foreign Affairs, noviembre-diciembre de 1997.

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propicio, los Estados miembros centrales acabarán aumentando su presencia interna-cional después de abandonar –en lugar de acercarse más– a los miembros más débiles de la UE.7

Según Ivan Krastev, la presión alemana para una retracción fiscal podría incluso ame-nazar decisiones políticas locales o nacionales, mermando la democracia en los países de la periferia y conduciendo a una división no solo en términos económicos, sino también entre países donde la democracia “tiene significado” y países donde la demo-cracia se reduce a una simple fachada. Los compromisos formales hacia la integración fiscal con el fin de proteger al euro no ayudarán a superar ese tipo de fragmentación. Es difícil pensar que no tendrán efectos perjudiciales sobre los aspectos normativos de la política exterior de la UE.8 Algunos expertos en relaciones internacionales ven la crisis del euro como una manifestación de la dinámica de políticas globales: los analistas de la vertiente realista creen que en este mundo multipolar no existe un poder amenazante que la Unión necesite enfrentar o balancear. Esto significa que el principal motor de la integración ya no existe, lo que puede debilitar los vínculos que unen a los Estados miembros en el sentido estratégico más general.9

Existen interpretaciones menos dramáticas sobre la dimensión externa de la Unión. Primero, como resultado de una unión fiscal podría fortalecerse la unidad externa. Se-gún José Manuel Barroso, el cambio de una “unión de estabilidad” a una “unión de so-lidaridad” debería entenderse no solo como transferencias fiscales, sino también como una mayor unidad en los asuntos exteriores.10 La crisis está fomentando la integración en un gran abanico de cuestiones, y algunos académicos hablan del renacer de las diná-micas neo funcionalistas.11

Asimismo, es posible que la brecha entre los “de dentro” y los “de fuera” no sea tan grande como temen los pesimistas. En términos institucionales formales, podría haber un acuerdo donde los “de fuera” no ponen obstáculos a una unión económica del cen-tro a cambio de garantías que protejan las competencias externas “de los 27”. Además, aún no está claro que una medida para aumentar la integración fiscal vaya a cambiar inmediata y fundamentalmente los intereses de política exterior del centro. Los efectos podrían ser sutiles y a largo plazo. Una unión en el centro podría generar tensiones con los “de fuera” que serían difíciles de manejar pero que no irían necesariamente en contra de los motivos estructurales externos que deberían fomentar la coherencia entre todos los Estados miembros en materia de política exterior.

La noción de que existe una “Europa de dos creencias” que lucha por desprenderse de las garras de la Unión Europea es una interpretación muy simplista. Exagera el liberalis-mo de la periferia del norte y del este y le resta importancia a los intereses que tienen los miembros centrales de la eurozona en los mercados internacionales. Los expertos dudan

7. H. Dixon, “Can Europe’s divided house stand?”, Foreign Affairs, noviembre-diciembre de 2011.8. I. Krastev, “Europe’s Distintegration Moment”, Dahrendorf Symposium, Berlín, 8-10 de noviembre de 2011.9. S. Rosato, “Europe’s Troubles: Power Politics and the State of the European Project”, International Security, 35/4, 2011, pp. 45-86.10. J. M. Barroso, “The State of the Union”, discurso, Berlín, 9 de noviembre de 2011.11. L. Tsoukalis, “The JCMS Annual Lecture: The Shattering of Illusions – And What Next?”, Journal of Common Market Studies Annual Review 49/2011,

pp. 19-44.

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de que exista una lógica económica coherente o sostenible en dividir a Europa entre los miembros de la eurozona y los demás.12 El pacto del euro-plus podría lograr crear un puente entre el centro y la periferia, que inculcara una mayor unidad en las cuestiones de competitividad internacional. Un pronóstico muy positivo sería si el Reino Unido y otros países vieran la necesidad de aumentar la cooperación en la política exterior para compensar, en parte, su marginalización de la unión económica central. Algunos en Alemania y Francia sí parecen estar de acuerdo con que una política de seguridad europea sin el Reino Unido sería insostenible. Otro punto de vista algo distinto es que una periferia más flexible podría ayudar a aliviar las tensiones relativas a la ampliación. Mientras que harían falta medidas institucionales muy elaboradas para llevarla a cabo, los países candidatos a la adhesión podrían incorporarse más deprisa a un grupo exterior de Estados más favorables a la ampliación que Francia o Alemania (aunque no está claro cuán atractiva podría llegar a ser esta opción).

En suma, mientras se advierte que las fracturas internas acabarán con la unidad europea en materia de política exterior, es primero necesario estudiar el efecto centrífugo de la crisis económica sobre la política exterior antes de hacer suposiciones que podrían ser exageradas. La clave de esta lectura más sutil es que centrarse en una nueva confi-guración de las normas institucionales formales de la UE no es suficiente. Es mucho más importante analizar si los Estados miembros son capaces de desarrollar principios geoestratégicos sustantivos para abordar la crisis y el declive.

Mercantilismo

El debate sobre estos principios debe partir del supuesto de que la geoeconomía ha vuelto a estar en el centro de la presencia global europea. La crisis financiera

ha aumentado el peso de la geoeconomía como un factor que condicionará los futuros reajustes de poder. Las finanzas y los mercados han vuelto a ser asuntos de alta política. El Estado y el sector privado se están aliando para lograr resultados comerciales, en la medida que la preocupación occidental por la seguridad económica aumenta en rela-ción con otros tipos de amenazas y Occidente busca cada vez más un mayor acceso a recursos y contratos.13 La geoeconomía está cada vez más al servicio de la geopolítica.

El ascenso de la geoeconomía demuestra que la austeridad de Europa es un desafío tanto económico como a la política exterior. Los que no tienen dinero inevitablemente necesitan mayor ingenio diplomático para mantener el poder. Los historiadores señalan que las crisis financieras a menudo han sido la antesala de un colapso político mucho peor. Consideremos el simbolismo estratégico de algunos acontecimientos recientes: Brasil se

12. Debate en Chatham House, “Is a two-speed Europe sustainable in the long-term?”, transcripción, 19 de octubre de 2011.13. M. Thirwell, “The return of geo-economics: globalisation and national security”, Lowy Institute for International Policy, septiembre de 2010.

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ha ofrecido a comprar deuda portuguesa, el Reino Unido intenta asegurar la inversión india para cubrir su enorme agujero financiero y el ex presidente español, José Luis Ro-dríguez Zapatero, le solicitaba a China la compra de más deuda española.

Un enfoque proactivo en los intereses materiales inmediatos y los contratos comercia-les es comprensivo y, de hecho, deseable. Pero la geoeconomía de la Unión Europea se mueve en dos direcciones, lo que es motivo de preocupación. Primero, está aumentan-do la protección del mercado. Segundo, la UE no está consiguiendo asegurar que su diplomacia comercial altamente mercantilista se desarrolle en paralelo a las dimensio-nes más políticas de su presencia global. Ambas tendencias son comprensibles y poco sorprendentes en el contexto de gran contracción económica. Sin embargo, si van de-masiado lejos, ambas son excesivamente oportunas y cortoplacistas para constituir una buena geoestrategia.

En términos de la primera tendencia, el cambio de dirección en las políticas comerciales ha sido sutil pero significativo. En cierta medida, la UE ha mantenido su compromiso hacia las políticas comerciales en pro de los intereses exteriores. En un nivel técnico, los oficiales comerciales de la UE siguen trabajando para volver a poner en marcha la ronda de desarrollo de Doha. La Unión no es el principal culpable del estancamiento en la liberalización del comercio multilateral. El comercio exterior ha vuelto a los niveles pre crisis y se está negociando una serie de nuevos acuerdos comerciales.

Sin embargo, un análisis más detallado demuestra que ha habido un retroceso en el espíritu de apertura económica. Muchas de las nuevas regulaciones introducidas tras la crisis financiera perjudican a los Estados y compañías no europeos. Los subsidios a la exportación han aumentado de manera significativa. Actualmente existen muchas for-mas encubiertas de proteccionismo. Patrick Messerlin calcula que los Estados europeos han introducido más medidas proteccionistas desde 2008 que las potencias emergentes no occidentales.14 Para Fredrik Erixon y Razeen Sally, el control del mercado y la colu-sión interna de las compañías estatales conducirán inevitablemente a políticas exteriores menos liberales. Mientras que las medidas proteccionistas basadas en los aranceles y las cuotas que han sido introducidas desde el comienzo de la crisis cubren solo el 1 por ciento del comercio, el mercantilismo financiero y regulatorio se extiende cada vez más. Según datos oficiales, la UE ha recurrido a dichas medidas encubiertas en más de una región desde 2008.15

El presidente de Business Europe lamenta que las nuevas regulaciones financieras de la UE tras la crisis estén ahogando los préstamos al comercio externo y las inversiones.16 Está pre-visto que Bruselas reduzca el número de países que se benefician del sistema generalizado de preferencias de 176 a 80. Eso implicará la exclusión de las potencias emergentes, que actualmente representan casi la mitad del sistema de preferencias. Muchos países del tercer mundo han expresado sus preocupaciones sobre la incompatibilidad existente entre los diversos acuerdos de comercio bilateral que la UE está negociando, alegando que és-tos dificultan el acceso a los mercados europeos. Está claro que el G20 está actuando

14. P. Messerlin, “How the rich OECD nations should handle the emerging giants”, Europe’s World, primavera de 2010, p. 15.15. F. Erixson y R. Sally, “Trade, globalisation and emerging protectionism since the crisis”, ECIPE working paper 2, 2010, p. 8 y p. 12.16. European Business Summit, Bruselas, mayo de 2011.

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meramente como un espacio de negociación geopolítica entre las grandes potencias. En términos del papel del G20 en la crisis financiera, los Estados miembros parecen no tener ningún interés en que el Grupo contribuya a la vitalidad de la liberalización multilateral. El sentimiento anti-globalización ha aumentado no solo entre los izquier-distas, sino también entre los derechistas centrados en preservar las comunidades y los valores locales.

Por ahora, la UE se encuentra en una buena posición en los rankings económicos. Todavía representa el 50 por ciento de los flujos de inversión extranjera directa (IED) hacia el exterior y el 40 por ciento de los influjos. En 2010, el Foro Económico Global situó a seis países europeos entre las diez economías más competitivas del mundo.17 Pero la interdependencia con los BRICS es baja, tanto en términos del comercio como de las inversiones. Las exportaciones a Asia son relativamente modestas. En 2010, el comercio de Alemania con otros Estados europeos fue cinco veces mayor que con todos los BRICS juntos. La UE ha perdido competitividad en los mercados internacionales respecto de compañías estadounidenses. Los pronósticos indican que, en los próximos diez años, 60 millones de trabajadores dejarán la UE. Es importante recordar que la inmigración a la Unión aún sigue siendo mucho menos cualificada que la que se dirige hacia Estados Unidos.18 En resumen, hay poco margen para la des-internacionalización. La tentación de la euro-autarquía probablemente acabe conduciendo a un callejón sin salida. El razonamiento original de la posguerra que conducía a la integración europea podría estar llegando a su fin. Pero si la UE pierde su distinción porque la brecha entre la integración intraeuropea y la interdependencia global más amplia se cierra, es un punto positivo. Lo que sí es negativo es el chauvinismo introspectivo que busca recrear ese modelo económico europeo supuestamente distintivo.

Una segunda tendencia es que la crisis está empujando a la UE hacia una visión muy utilitaria y más limitada de su geoeconomía exterior. En los años 90 y a principios de la década de los 2000, la UE sí tenía por lo menos la intención y la ambición de trabajar con Asia para profundizar las normas estratégicas multilaterales. Ahora, parece que solo le interesa el comercio. Alemania, en particular, está adquiriendo un perfil internacional muy económico. Jonas Parello-Plessner lamenta que “la inepta cultura estratégica de Alemania se está apartando de la UE y está coqueteando con los BRICS”.19 El anterior gobierno socialista español otorgó, en el medio de la crisis del euro, más recursos del estado al financiamiento de las exportaciones lo cual no era una decisión mala por sí misma pero limitaba la política exterior a apoyar esos acuerdos comerciales. El Gobier-no británico ha priorizado la diplomacia comercial de manera bastante explícita. La Revisión Estratégica de 2010 del Reino Unido es tan general e inespecífica porque el país no quiso clasificar a sus socios emergentes como desafíos estratégicos. En contraste, Estados Unidos es capaz de seguir una diplomacia comercial y, a su vez, centrarse en los riesgos estratégicos que provienen de esos mismos mercados.

18. Datos de D. Hamilton, Europe 2020: competitive or complacent?, Washington: Johns Hopkins, 2011.19. J. Parello-Plessner, “Germany and China’s new entente commercial”, E!Sharp, 29 de junio de 2011.

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17. Global Competitiveness Report 2009-2010, https://members.weforum.org/pdf/GCR09/GCR20092010CountryHighlights.pdf

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Los diplomáticos reconocen en privado que la Unión Europea simplemente no se ha relacionado con Asia de manera estratégica como lo ha hecho Estados Unidos. Bru-selas no tiene una visión estratégica en Asia que vaya más allá de la búsqueda de con-tratos comerciales y de cómo revertir su cada vez menor presencia económica. En la medida que la UE ofrece acuerdos de comercio bilaterales a algunos países asiáticos, aumenta el riesgo de que cada vez más Estados soliciten acuerdos similares. Japón y Taiwán ya están presionando a la UE para que ofrezca acuerdos generosos. Está cla-ro que las tensiones geoestratégicas causadas por la dicotomía de inclusión-exclusión en el bilateralismo comercial no han sido abordadas. Ejemplo de ello es el hecho de que Bruselas abandonara su acuerdo regional con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) para intentar negociar acuerdos comerciales con los miem-bros del grupo a nivel individual.20

Un embajador asiático se ha quejado de que la UE solo “intenta conseguir cosas de Asia, sin pensar en cómo podemos cooperar”. Tras 35 años de diálogo con ASEAN, la Unión no parece tener prisa para hablar en términos políticos más amplios con la región. Para la sorpresa de los representantes de ASEAN, Bruselas aún no les ha preguntado qué pue-de Europa aprender de la crisis asiática de 1997. Shada Islam advierte que las medidas de la UE hacia la región siguen siendo muy ad hoc y carecen de un análisis regional o de un enfoque que sirva para apoyar a formas más blandas de seguridad en Asia.21 Estados Unidos y Rusia ahora participan en la Cumbre de Asia Oriental, el principal foro de se-guridad regional, mientras que la UE no. Es desconcertante que en 2010 y 2011 la Alta Representante Catherine Ashton rechazara la invitación a la cumbre. La contribución a la seguridad de la UE no va mucho más allá de algunas medidas de gestión fronteriza con Japón. Sin nada más tangible que ofrecer, es poco probable que cualquier participa-ción de los Veintisiete en las reuniones asiáticas sea considerada como algo serio.

En 2006 la UE inauguró un diálogo sobre la seguridad con India, pero los resultados no han sido los esperados y la relación todavía se centra principalmente en las estancadas negociaciones sobre un acuerdo de libre comercio (ALC). Los diplomáticos del Servi-cio Europeo de Acción Exterior (SEAE) rehúyen de la sugerencia de que la UE debería ejercer presión para trabajar con India sobre cuestiones relativas a los valores políticos e internacionales. Los oficiales en Nueva Delhi no entienden la reticencia de la UE a cooperar para “lidiar” con China y advierten de que el uso de la diplomacia comercial bilateral por parte de los Gobiernos europeos solo sirve para reforzar la visión de que la Unión es de hecho una entidad dividida también en términos político-estratégicos.

Los 65 diálogos sectoriales de la UE con China no tienen un enfoque estratégico. Y, a pesar de que el actual Gobierno en Taiwán haya reducido las tensiones a ambos lados del estrecho desde 2008, los diplomáticos taiwaneses se quejan de que no reciben incen-tivos de Bruselas –de hecho, han sido afectados por el acuerdo de libre comercio entre la UE y Corea– y que la Unión aún sigue siendo demasiado optimista sobre los futuros riesgos estratégicos ante el predominio chino.

20. G. Khandekar, “The EU’s mistaken approach to ASEAN”, Fride policy brief, julio de 2011.21. S. Islam, “Europe and the Asian century”, Friends of Europe policy briefing, junio de 2011, p. 3.

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Desde luego, realísticamente la UE no puede aspirar a ser una potencia líder en materia de seguridad en Asia, pero necesita tener, por lo menos, una posición en cuanto a las cuestiones estratégicas clave y, en especial, sobre cómo sus acciones pueden apoyar al papel de Estados Unidos en la región. Por ejemplo, aún no está nada claro qué haría la UE en caso de que estallara el conflicto en el estrecho de Taiwán. La seguridad europea dependerá cada vez más de la actuación de EE UU en Asia. Sin embargo, las políticas europeas aún no parecen reflejar un intento de influenciar el papel de Estados Unidos.

Ese mercantilismo directo y limitado viene de la suposición de que la multipolaridad será el principio que rija el orden mundial. Si bien es lógico y deseable que la UE se centre cada vez más en mejorar sus relaciones con las grandes potencias emergentes, Bruselas no debería basar su geoestrategia sobre la premisa de una multipolaridad competitiva. La multipolaridad centrada en el Estado será una de las muchas características del orden mundial pos occidental, pero sería demasiado simplista considerarla como la única diná-mica decisiva. Basar la estrategia en dicha presuposición conduciría a una visión donde el poder se define mediante las negociaciones comerciales recíprocas, que acabarían diri-giendo la geoestrategia europea. De hecho, en los últimos diez años la UE ya ha estado avanzando gradualmente en ese sentido. La crisis del euro ha acelerado e intensificado esa tendencia: una política exterior demasiado astuta pero con pocos principios. Una geoestrategia basada en la búsqueda constante de acuerdos comerciales recíprocos es inherentemente inestable e impredecible. La dependencia incipiente sobre las negocia-ciones más versátiles con las potencias emergentes es un elixir atractivo pero falso.

Un enfoque demasiado exclusivo sobre la multipolaridad crea una visión donde el po-der se ejerce mediante la reciprocidad comercial. De hecho, la reciprocidad es ahora un lema más importante (aunque no nuevo) de muchas políticas exteriores. Y, hasta cierto punto, hay una lógica en querer negociar duro y lograr mayores beneficios de las potencias emergentes a cambio de incentivos ofrecidos por la Unión. Pero si se sigue con demasiado empeño, este enfoque podría acabar siendo contraproducente. Algunas entrevistas realizadas sugieren que ese cambio político de hecho refuerza la percepción de que la UE podría ser un socio comercial razonablemente importante pero que tiene poca intención política de cumplir con las normas internacionales. En respuesta a dicha noción de reciprocidad, un ex ministro de Asuntos Exteriores brasileño ha afirmado que, al seguir esa línea, la UE malinterpreta las aspiraciones de las potencias emergen-tes: “Brasil no puede ser comprado”, advierte; el país quiere una parte del sistema y no simplemente obtener una serie de beneficios negociados.

Como base de una geoestrategia, la reciprocidad de dura negociación conlleva una con-tradicción: presupone que la mejor manera de corregir la pérdida de poder material de la UE es ejerciendo presión en las negociaciones, pero eso es precisamente lo que está perdiendo. Es por eso que la Unión debe competir y lograr influencia a otro nivel. Para que la reciprocidad sí sirva a los propósitos de la geoestrategia, debe ser más variada y adaptada al nuevo orden mundial en el largo plazo. Mientras que la UE tiene mucho que aprender de China, cabe considerar si no estamos dejándonos llevar por la “moda china”. En la práctica, la reciprocidad también ha servido como un cómodo pretexto para los proteccionistas de la propia UE.

La principal virtud de una estrategia basada en la reciprocidad es su supuesta viabilidad: consigue que se hagan las cosas, sin tener que esperar eternamente a que los gobiernos

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se pongan de acuerdo sobre las normas a nivel multilateral. Pero en la práctica no ha resultado ser tan pragmática. Aún no se ha visto una retribución en las relaciones con China. La UE ejerce cada vez más presión sobre cuestiones como los derechos de pro-piedad intelectual, ha aumentado las medidas antidumping contra China y ha acudido a la Organización Mundial del Comercio (OMC) para el acceso a los mercados de los recursos naturales. Pero la cumbre UE-China de 2010 no acabó bien dado que los Veintisiete se negaron a otorgarle a China el estatus de economía de mercado, y China se negó a abrir los mercados de adquisiciones con el fin de persuadir a los europeos. La asertividad y el nacionalismo de China han aumentado mientras los Gobiernos euro-peos compiten entre sí para conseguir ventajas o acuerdos comerciales. China cambia sus preferencias en cuanto a sus socios comerciales europeos año tras año y está empe-zando a enfrentarlos entre sí.

Katinka Barysch analiza cómo el enfoque más pragmático de Bruselas centrado en la construcción de alianzas con Moscú tampoco ha producido muchos resultados: aún no se ha aprobado un acuerdo de cooperación; Rusia avanza hacia la adhesión a la OMC pero la liberalización del comercio sigue bloqueada por la unión aduanera del país con Bielorrusia y Kazajstán; el Kremlin aún se niega a aceptar las normas multilaterales en cuanto a la energía y quiere que cada tratado energético esté basado en principios geopolíticos; la Asociación para la Modernización entre la UE y Rusia carece de con-tenido; Alemania y Francia han ofrecido a Rusia participar en un nuevo comité de se-guridad, pero Moscú ha modificado pocas posiciones en los conflictos enquistados del sur del Cáucaso.22 La mejora de las relaciones entre Polonia y Rusia ha desbloqueado la posibilidad de una estrategia europea más unificada. Esto ha sido el resultado de los cambios políticos internos y del hecho que Polonia finalizara su transición de la Guerra Fría, no de ningún nuevo enfoque geoestratégico coherente hacia Rusia.

Quizás lo más alarmante es que esos enfoques geoeconómicos podrían mermar el mul-tilateralismo. Basar las políticas en defender la UE como uno entre varios “polos” se está convirtiendo en la estrategia por default, sin garantías para asegurar los principios funda-mentales del multilateralismo. Los acuerdos comerciales bilaterales sí son positivos, si son aprobados por la OMC. Pero hacen falta más pruebas de que están diseñados, como dice la UE, para favorecer el progreso del multilateralismo. Ante la pregunta de cómo exactamen-te, en términos políticos, las asociaciones estratégicas de la UE han contribuido al progreso del multilateralismo, las respuestas de los diplomáticos europeos son imprecisas y muchos reconocen que dicha confluencia sigue siendo más bien una aspiración bastante general. Algunos diplomáticos se preocupan de que la dura negociación económica de la UE esté minando los principios multilaterales fundamentales. Las compañías dicen tener dificul-tades para abordar la gran cantidad de acuerdos comerciales dado que éstos se sobreponen entre sí, lo que causa confusión en cuanto a las normas multilaterales. Algunos encargados de la formulación de políticas están empezando a murmurar en privado que, en los últi-mos años, la UE ha empezado a temer demasiado el poder de las potencias emergentes. Aumentar la presencia estratégica implicará lograr beneficios negociados bilateralmente en el corto plazo, pero éstos deben ser vistos como una simple escala en el camino hacia un mayor multilateralismo y no como un destino en sí mismos.

22. K. Barysch, “The EU and Russia: all smiles and no action?” CER Policy Brief, abril de 2011.

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Muchas características del orden mundial emergente afectan la pureza de la multipo-laridad y deben ser reflejadas en la forma en la que las estrategias geoeconómicas de la UE responden a la crisis y el declive. La polaridad implica un grado de separación entre bloques que simplemente no se consigue hoy en día. Parag Khanna habla de un orden mundial cuya característica principal no es la multipolaridad sino la multiplicidad de actores.23 Las características más influyentes del nuevo orden mundial son la velocidad, la imprevisibilidad, las cada vez más profundas intersecciones problemáticas en todos los niveles y el cambio no lineal, todas ellas contrarias a los rígidos marcos de la di-plomacia interpolar tradicional.24 Joloyn Howarth hace hincapié en que la “estrategia grandiosa” actual no puede basarse en las alianzas westphalianas tradicionales, en la me-dida que la influencia proviene más de la cooperación multifacética y la conectividad.25 Otorgarle demasiada importancia a la multipolaridad podría mermar el determinismo estructural. Decir que las políticas exteriores más asertivas de las potencias no occiden-tales remontan a la multipolaridad le quita sentido a su rigor analítico. Muchos países pueden “emerger” sin que tengan el mismo potencial estructurador en las relaciones internacionales.

La Unión Europea tardó en reaccionar a los cambios en el equilibrio de poder a favor del mundo no occidental. Se podría decir que ahora Bruselas exagera el peso de la po-laridad en sus estrategias exteriores. Uno de los puntos fuertes de la política exterior de la UE ha sido su pronto reconocimiento de que la geoeconomía y la geopolítica no pueden ir separadas; aceptar ahora dicha separación representaría un triste retroceso. Todo eso implica que, mientras que una geoeconomía asertiva es muy apropiada, la UE se equivoca al proyectar sus políticas comerciales en términos mercantilistas, puesto que es poco probable que sirvan a sus intereses a largo plazo.

Una Europa encogida

Existen consideraciones similares en el ámbito de la geopolítica. Tras la crisis eco-nómica, la UE debe trabajar mucho más duro para consolidarse como una poten-

cia internacionalista estratégica moderada. Su ambición en materia de política exterior no debe ser ni demasiado alta ni demasiado baja. Afortunadamente, ya no predomina tanto la despreocupación con la que demasiada gente consideraba a la Unión como una forma cualitativamente superior de superpotencia en camino. Pero, de igual modo, una preocupación reside en que la Unión se está moviendo demasiado en la dirección contra-ria hacia la introspección y el aislamiento. La crisis del euro ha acentuado esa tendencia. Lo adecuado para la UE es convertirse en una potencia media eficaz y comprometida.

23. P. Khanna, How to rule the world, New York: Randon House, 2011.24. J. Cooper Ramo, The Age of the Unthinkable, London: Little Brown, 2009.25. J. Howorth, “The EU as a global actor: grand strategy for a global grand bargain?”, Journal of Common Market Studies, 48/3, 2010, 455-474.

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Muchos protestarán alegando que si la UE actuara con todas sus fuerzas, Bruselas debería aspirar a ser una gran potencia. Mientras que persisten las fuerzas centrífugas, es mejor y simplemente más realista para la Unión el ser una potencia media pero decidida, en lu-gar de intentar ser una gran potencia indecisa. Algunos han sugerido que ahora, a nivel global, la UE puede compararse con una “pequeña potencia” benigna.26 Pero el alcance de los intereses militares y de la presencia de los Gobiernos europeos limita la utilidad de esa comparación. Bruselas puede aspirar a liderar un grupo de potencias medias, capaz de atenuar a las grandes potencias emergentes. Como potencia media, la UE debe aspi-rar a diseñar las agendas futuras, especialmente en algunas cuestiones como el impacto geoestratégico del cambo climático. Aquí es donde la Unión aún tiene influencia.

A raíz de la crisis del euro, es necesario prevenir la extralimitación internacional, que sin duda persiste en algunas áreas de la política europea. Pero, en general, la ten-dencia más sorprendente y preocupante es el cambio hacia un nivel demasiado alto de retracción europea. Pascal Venneson lo define como el “euro-neutralismo” que es cada vez más receloso ante la participación en los asuntos exteriores, que no cree que una mayor inversión en el exterior beneficie la seguridad europea y que evita los valores con el fin de “mantener alejada la inestabilidad”, a través de medidas antite-rroristas y el control de la inmigración”.27 El dramatismo existente impide tener una visión europea proactiva y está acabando con las posibilidades de diseñar una buena geoestrategia.

La retracción en la esfera estratégica es una respuesta a la crisis y el declive. Mientras que la falta de poder militar en sí no es la principal debilidad de la UE, la regresión en la proyección del poder europeo sí es una preocupación. Se necesita poder militar no para llevar a cabo políticas agresivas para contrarrestar la realpolitik, sino como la base para aumentar el poder civil. El gasto cada vez menor en defensa es otro motivo de preocupación, pero el problema más serio es la configuración de las capacida-des militares europeas y su limitada vinculación a estrategias y perspectivas políticas coherentes.

El gasto europeo en materia de defensa en los últimos diez años ha sido constante, pero con algunas variaciones internas: el Reino Unido y Francia lo han aumentado, y Alema-nia, Italia y otros Estados miembros lo han disminuido. A lo largo de la historia de la defensa europea, el Reino Unido y Francia han invertido y el resto se ha aprovechado. En comparación, la mayoría de las potencias emergentes ha más que duplicado su gasto en defensa, y Estados Unidos lo ha incrementado en un 60 por ciento. En 2010, la UE fue la única región que registró un descenso en el gasto en materia de defensa. Cinco potencias emergentes (los BRICS más Arabia Saudí) ahora se encuentran entre los diez países que mayores gastos realizan en el área de defensa. En breve, Brasil e India ade-lantarán a Alemania.

Tras los recortes en los presupuestos de defensa, el Reino Unido y Francia se han vuel-to ultra-pragmáticos en su planificación militar. Por ejemplo, en diciembre de 2010,

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26. A. Toje, The European Union as a Small Power, Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2010.27. P. Vennesson, “Competing visions for the European Union grant strategy”, European Foreign Affairs Review, 15/1, 2010, p. 65.

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han firmado un acuerdo de cooperación en defensa, que se basa en el intercambio pragmático de capacidades, y no de una doctrina militar o estratégica común. El enfoque cada vez mayor de las políticas de defensa sobre el equipamiento común no es lo mismo que una geoestrategia conjunta; de hecho, algunos socios temen que podría acabar dejándola en un segundo plano. Julian Lindley-French ha analizado el Livre Blanc francés de 2009 y la Revisión Estratégica de la Seguridad y la Defensa de 2010 del Reino Unido y ha concluido que, en ambos casos, “las fuerzas armadas ofensivas están siendo sacrificadas para financiar el nuevo pero indefinible mantra de la seguridad nacional ... [que] ... implica el repliegue de Europa hacia sí misma, sin ninguna pretensión de jugar un papel estabilizador autónomo dentro o fuera de sus fronteras, ya sea civil o militar”.28

La mayoría de los Estados miembros simplemente se aprovecha de lo que hay. Ulrich Speck lamenta el “pacifismo desatado” que está distorsionando la visión alemana de la geopolítica.29 Holanda se está retrayendo detrás de los diques (para usar las palabras del debate interno actual). Para muchos otros países, esta retracción de un país anterior-mente emblemático del internacionalismo europeo es apócrifa. Los holandeses envia-ron solo un barco al Mediterráneo para ayudar a vigilar el embargo de armas al régimen de Gadafi, pero la opinión pública y política estaba firmemente en contra de cualquier participación significativa en Libia. Algunos miembros de la policía holandesa siguen en Afganistán después de que el país retirara sus fuerzas de Uruzgán en 2010.

Se ha hablado mucho de los límites de las misiones de la política común de seguridad y defensa (PCSD). El objetivo de Javier Solana era involucrar a la PCSD en la mediación de muchos conflictos, a menudo pequeños, aún cuando no tenían ningún beneficio geoestratégico. La velocidad de la PCSD está disminuyendo. En los últimos 15 meses, solo se ha aprobado una misión y muchas de las misiones existentes se están reduciendo. Muchos en la UE coinciden en que Catherine Ashton no parece tener mucho interés en la PSCD y, por tanto, la política no cuenta con un defensor al más alto nivel. La UE no cuenta con una doctrina civil-militar de ese tipo, sino más bien un compromiso laxo de “hacer un poco de ambos” en distintas situaciones de conflicto, lo que está lejos de constituir una estrategia integrada. El Concepto Estratégico de la OTAN no ha hecho nada para mejorar la cooperación UE-OTAN en el terreno. De hecho, las tensiones han aumentado entre ambas organizaciones y se dice que eso se debe a que tanto los oficia-les de la UE como los de la OTAN no están del todo convencidos sobre las ventajas de dicha cooperación.

El nuevo orden mundial es un lugar incierto pero, hasta el momento, no ha dado lu-gar a ninguna gran amenaza tangible o militar, lo que implica que los gobiernos con problemas de liquidez se están enfrentando a serias dificultades para convencer a sus poblaciones y parlamentos a aprobar importantes presupuestos de defensa. Es cada vez más difícil convencer a muchos encargados de la formulación de políticas de la UE a que mantengan su compromiso hacia una política estratégica internacionalista centra-da en el exterior. La Unión Europea dice estar preparada para manejar un concepto

28. J. Lindley-French, “Strategic pretence or strategic defence?”, GCSP Policy paper 14, abril de 2011, p.4.29. U. Speck, “Pacificism unbound: why Germany limits EU hard power”, FRIDE policy brief, mayo de 2011.

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cada vez más amplio de seguridad, pero, en realidad, su incapacidad para compaginar la geoeconomía y la geopolítica es su talón de Aquiles. En la actualidad, las tendencias políticas van en la dirección equivocada. El autor de este documento de trabajo ha hablado con diversos encargados de la formulación de políticas y muchos repiten lo mismo una y otra vez: no tenemos una visión sobre la posición de la UE en el mundo en el mediano plazo, más allá del intento desesperado de defender lo que está dentro de Europa en la medida que empeora la crisis del euro.

De hecho, el Tratado de Lisboa ha producido un cambio en el centro de gravedad de la formulación de la política exterior de vuelta hacia las capitales nacionales, disminu-yendo así el internacionalismo proactivo. La brecha entre las normas formales que fo-mentan la unidad y la práctica está aumentando. Mientras que la Estrategia Europea de Seguridad (EES) de 2003 no tiene mucha relación con políticas concretas, no hay una gran voluntad para contemplar una estrategia nueva y más operacional. Se teme que los Estados miembros no se pondrían lo suficientemente de acuerdo. El Servicio Europeo de Acción Exterior aún no cuenta con una definición y unos objetivos claros. Puede que ayude en la coordinación, pero aún está más enfocado en la diplomacia tradicional que en los vínculos sobre cuestiones transversales. Ahora, Estados Unidos hace lo que debe-ría hacer la UE y sus documentos de estrategia vinculan mucho mejor el poder blando y civil a los fines geoestratégicos.

Si bien es obvia la necesidad de una mayor unidad y participación en el mundo pos occidental, en la práctica los Estados miembros parecen ahora más divididos sobre las grandes cuestiones geoestratégicas que hace diez años. La crisis y el declive están devol-viendo la primacía estratégica a las capitales nacionales, lo que podría traer una benefi-ciosa flexibilidad en el corto plazo pero acabará siendo perjudicial en el largo plazo si no se mantiene en niveles manejables. Mientras que, sin duda, la crisis financiera es un se-rio obstáculo y el cambio institucional del modelo centro-periferia es ahora incierto, es esencial que los Estados miembros sigan trabajando juntos para mitigar la disminución de lo estratégico. Las incertidumbres a nivel mundial, agravadas por la crisis, requieren un mayor compromiso de seguridad y no lo contrario.

De la europeización al cosmopolitismo pragmático

Otro efecto de la crisis y el declive es que será cada vez más difícil para la UE mantener el foco en los valores políticos normativos en sus políticas ex-

teriores. Muchos dirían que es inútil y está fuera de lugar siquiera intentarlo. Sin embargo, está en el propio interés de la Unión el mantener la fe en la noción liberal de que los valores cosmopolitas están entre sus intereses en el largo plazo. Para ello, necesitará abordar y apoyar dichos valores de manera distinta. Tras la crisis, Bruselas necesita pensar menos en términos europeístas y más en términos universalistas.

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Muchos consideran a la UE sinónimo de nuevas formas cualitativas de gobernanza, basadas en la gestión compartida de las normas y las regulaciones técnicas. Y la UE ha trasmitido dichas formas de gobernanza más allá de sus fronteras formales. El alcance de la Unión Europea se ha expandido en la medida que sus propias normas se han ex-tendido más allá de sus fronteras: una especie de osmosis geopolítica reguladora.

Ésta seguirá siendo una dimensión clave del poder europeo. Pero tras la crisis también necesita una revisión: la UE debería pensar menos en términos de la gobernanza eu-ropea y más en términos de la gobernanza cosmopolita. Así es cómo Bruselas podrá mantener su influencia y proteger importantes partes del orden mundial liberal. La UE debe dejar de intentar “replicarse” y empezar a usar sus propios logros para influir en la adopción de un universalismo compartido. Este es un cambio sutil pero importante para el resto del mundo y la UE se equivoca al resistirse a ello.

La europeización ha sido vista como coextensiva con el poder normativo. Desde luego, las normas de la UE siguen siendo atractivas, pero, en un nuevo orden mundial poscri-sis, la suposición debe ser mucho más cualificada y selectiva. La externalización de las normas europeas debería usarse para seguir los principios clave del internacionalismo, pero sin intentar acorralar a otros Estados en una esfera de tutela administrativa. Con-sideremos las actuales políticas en Oriente Medio y el norte de África. La UE aún cree que el multilateralismo es sinónimo de euromediterranismo. El multilateralismo debe surgir de foros locales de interdependencia en el norte de África y Oriente Medio, al que la UE, como un actor entre varios, presta su apoyo. Bruselas está a la espera de su revolución copérnica para romper el mapa mental de estratos de vecinos que circulan alrededor del pívot central de la Unión.

En la actualidad, existen indicios de un cambio hacia un enfoque menos euro insti-tucionalista. De hecho, atrapada en la crisis financiera, la UE se aferra cada vez más a sus propios modelos institucionales tradicionales, rechazando agendas universalistas aparentemente dispensables. Ningún encargado de la formulación de políticas de la UE dirá que la Unión ha abandonado los valores cosmopolitas, pero seguramente, casi todos sin excepción considerarán que fomentar ahora los valores internacionalistas va contracorriente. El sentimiento existente es que la Unión no puede hacer mucho para influenciar la política internacional. De hecho, se aprecia un debilitamiento general del espíritu cosmopolita de los Veintisiete. Desde luego, los encargados de la formulación de políticas aún dicen atenerse a sus valores principales. Pero muchos asumen que en el futuro quedará no más que un liberalismo residual, que apenas se mantiene a través de los compromisos formales mientras el mundo se dirige en dirección contraria. Ahora la UE favorece una especie de multilateralismo ejecutivo centrado en el Estado30 y se inclina más hacia los enfoques de contención a la mitigación de conflictos, reduciendo de forma dramática la financiación y la ambición de los programas de fortalecimiento institucional en países como Pakistán, Afganistán e Irak. La UE dice creer en una se-guridad holística en lugar del poder militar, pero nunca ha podido especificar cuánto

30. A. Cooper y P. Subacchi (eds) , “Global economic governance in transition”, International Affairs, 86/3, 2010; World Economic Forum, “Everybody’s Busi-ness: strengthening international cooperation in an interdependent world”, Ginebra: WEF , 2010; H. Altinay, “The case for a global civics”, Working paper 38, Brookings Institution, 2010.

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gasta em sus instrumentos de seguridad. El concepto de identidad europea es cada vez más limitado y se define cada vez más en términos exclusivos, dejando fuera el mundo exterior. Antes de la primavera árabe, el compromiso europeo hacia el apoyo de la de-mocracia estaba disminuyendo. Ahora, sigue siendo prudente.31

Philip Stephens exagera un poco al decir que las relaciones entre los propios Estados miembros “han vuelto a los tiempos de Westphalia”.32 Sin embargo, parte del espíritu de 1648 sí ha vuelto a verse en las políticas europeas hacia fuera del continente. Puede que dentro de muchos años los historiadores concluyan en retrospectiva que la situa-ción actual de hecho representa el inicio del ascenso del “iliberalismo”. Pero el orden mundial emergente aún no está definido, por lo que sería una visión demasiado de-rrotista el reducir dramáticamente los esfuerzos invertidos en apoyar el universalismo cosmopolita.

El apoyo al liberalismo cosmopolita no necesariamente choca con la naturaleza del orden mundial emergente. Sería una equivocación basar las políticas en el supuesto de que el nuevo orden mundial es la antítesis del internacionalismo liberal. El mejor exponente de ese punto de vista positivo es John Ikenberry, quien insiste en que las po-tencias emergentes no son una amenaza al orden mundial liberal sino que quieren tener voz en la gestión de ese orden. Ante la falta de una alternativa integral, dice Ikenberry, los debates deben discutir la actualización y no el remplazo del orden mundial liberal. Esta perspectiva ha sido cuestionada ya que le quita importancia a las dimensiones más políticas, donde por lo menos algunas potencias emergentes suponen desafíos muy ili-berales al orden mundial actual. Sin embargo, Ikenberry no presenta un antídoto útil al pronóstico del predominio de un “mundo de suma cero”. Incluso si el argumento está un poco pasado, ello no invalida por completo la preocupación de que los pasos apresurados de Occidente lejos del orden mundial liberal reflejan un “discurso presa del pánico”.33

De modo similar, Niall Ferguson insiste en que las tendencias actuales engloban no solo el avance cuantitativo del mundo en desarrollo pero algo históricamente más profun-do. “El resto” ya no rechaza los factores que le otorgaron la ventaja a Occidente desde 1500s: el avance tecnológico, la competición y el concepto del derecho de propiedad de John Locke. La diversidad permanece, sobre todo, en el campo de las instituciones políticas. Para Ferguson, ahora los “otros” tienen más fe en lo que antes se creían valores occidentales que muchos en el propio mundo occidental.34

La principal implicación política es que confundimos la pérdida de hegemonía occi-dental con la desaparición del liberalismo, dado que, históricamente, ambas cosas han ido de la mano. Ikenberry exagera el grado de inmutabilidad del orden mundial liberal; hay que dar y recibir. Lo que a menudo se presenta como “valores liberales occidentales”

31. Para más detalles, ver R. Youngs, Europe’s decline and fall, Londres: Profile Books, 2010.32. P. Stephens, “Europe’s return to Westphalia”, Financial Times, 23 de junio de 2011. 33. G. John Ikenberry, “The future of the liberal world order: internationalism after America”, Foreign Affairs, mayo-junio de 2011, p. 57. Para un ejemplo del

otro extremo de este debate, que afirma que China convertirá el orden mundial en fundamentalmente iliberal, ver M. Jacques, When China rules the world: the end of the Western world and the birth of a new global order, Londres: Penguin, 2009.

34. N. Ferguson, Civilization: The West and the Rest, Londres: Penguin, 2011.

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tienen más resonancia como una aspiración universal de lo que uno se imagina. La iro-nía reside en que ir en contra de esos valores con el argumento actual de que “debemos ser menos eurocéntricos” es, en sí mismo, completamente eurocéntrico, porque parte de la base de que muchos valores son “la forma europea de hacer las cosas”. De cierta forma, Occidente consiguió lo que quería: que otros adoptaran, por lo menos en parte, el orden mundial liberal. El coste es la pérdida de control político sobre ese orden.

Abordar la crisis y el declive requiere que la UE reflexione sobre cómo reorganizar el orden liberal manteniendo sus características esenciales. Eso también implica cambiar el discurso de poder blando. Asumimos que ése es un discurso más aceptable que el del orden liberal, pero podría ser lo contrario: las potencias emergentes quieren, por lo me-nos, algunos aspectos del liberalismo pero con poder militar. Asimismo, las diferencias entre China y otras potencias emergentes podrían ser significativas. Las democracias emergentes se resisten a muchos elementos de la promoción occidental de la democra-cia, pero no es cierto que sean del todo realistas. De hecho, algunos elementos de sus políticas exteriores buscan apoyar la reforma política liberal en otros Estados.35 Brasil, Turquía y otros países consiguen que la “persuasión blanda” funcione porque Estados Unidos y la UE se encuentran detrás asegurando los valores liberales del multilatera-lismo, la apertura y las normas. La UE se equivocaría si implícitamente considerara a algunas potencias asiáticas simplemente como útiles contrapesos a China en lugar de posibles socios de los valores internacionales.

La geoestrategia poscrisis de Europa podría ser peor que la noción del “cosmopolitismo escalonado” de David Held, que busca capturar la noción de principios y pluralismo y en la cual los derechos se atribuyen a los ciudadanos globales en lugar de a las nacio-nes.36 Su argumento de que los Estados no deberían ser ontológicamente privilegiados también debería aplicarse a la UE y así corregir la tendencia de Bruselas a considerar la geoestrategia a través del prisma de una expansión de la euro gobernanza. Recientemen-te Joseph Nye ha expresado que, en la actualidad, el “poder inteligente” es una forma de “realismo liberal” que une a los elementos duros y blandos del poder con el fin de afrontar mejor los desafíos geoestratégicos.37 Asimismo, para Tony Judt, el más brillante de los socialdemócratas, independientemente del grado de cambio que haga falta llevar a cabo en términos del control del mercado, “la libertad es la libertad” y los Gobiernos occidentales deben emplear mayores esfuerzos para defenderla ante los que dicen que el Estado autoritario es más eficaz.38

Un resultado clave de la crisis financiera es la crítica de que el liberalismo económico está suscitando cada vez más dudas alrededor de sus dimensiones políticas. El liberalis-mo puro no está bien visto hoy en día y se presenta como algo regresivo e insostenible-mente hegemónico. Pero en un orden mundial multipolar policéntrico, puede verse de forma más favorable y ganar importancia como un enfoque hacia los valores liberales y, a su vez, dejar lugar para las variaciones institucionales en otras regiones y culturas.

35. T. Carothers y R. Youngs, “Looking for help: will emerging democracies becomes supporters of international democracy?”, Carnegie Endowment for Inter-national Peace working paper, julio de 2011.

36. D. Held, Cosmopolitanism: Ideals and Realities, Polity, 2010.37. J. Nye, “The future of power”, Public Affairs, 2011.38. T. Judt, Ill fares the land, Londres: Penguin, 2010.

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Cabe recordar el punto original de filosofía política de John Locke, que dice que el consentimiento tácito ha de basarse en el pacto que los ciudadanos hacen con las au-toridades políticas para ceder sus derechos y libertades naturales. Esto es pertinente en la medida que el “proyecto europeo” se ha ido al otro extremo (hegeliano) de atribuirle valor a las instituciones como un fin en sí mismas. Para Tzvetan Todorov, el verdadero espíritu del iluminismo que hay que rescatar es el de liberar a la sociedad para que ésta encuentre su propio consenso en lugar de recetar el contenido de las creencias religiosas o ideológicas y seculares (que es como el proyecto del iluminismo se ha ido agotando gradualmente).39

En sus análisis generales sobre la reorganización del orden mundial y desde sus distintas posiciones en el espectro izquierda-derecha, todos estos importantes pensadores están lanzando un mensaje implícito a la Unión Europea: si la UE ha de ser el avatar de un liberalismo descentralizado, debe moverse en la misma dirección que el orden mundial emergente y no contracorriente. Una geoestrategia de ese tipo estaría mucho más en lí-nea con los tiempos que corren en lugar del viejo discurso del poder blando. Una ironía del orden mundial emergente es que algunos de los Estados que temen acabar bajo la tutela de China podrían resultar más susceptibles a la influencia de Occidente. Así se ha interpretado la modesta apertura política que se ha dado en Birmania a finales de 2011. El nuevo liberalismo podría ser más sutil e implícito, y más abierto a las variaciones y a sentar amplios parámetros para el comportamiento económico y político, y no tan beli-gerantemente prometeano. Y probablemente sea mejor. Mientras que algunas tendencias poscrisis sí podrían reflejar un retorno del sistema de Westphalia, por lo menos ahora se usan algunas partes del supuesto mundo iliberal de suma cero para justificar algunas preferencias políticas predeterminadas y no como una fiel descripción de la realidad. Un exceso de idealismo podría parecer fuera de lugar, pero la realpolitk excesiva tampoco puede explicar bien las tendencias globales.

Transatlantismo pos hegemónico

Por último, una consideración importante para la geoestrategia de la UE es que la crisis financiera ha dejado aún más claro que EE UU ya no puede cargar con

los mismos costes de mantener un orden mundial liberal mediante garantías de seguri-dad y otros bienes públicos internacionales. De hecho, la hegemonía estadounidense ha supervisado el orden mundial liberal, pero ha quedado claro que la situación no puede seguir así. Eso suscitará la siguiente pregunta: ¿cómo podrá influenciar la UE el rol de Estados Unidos en el orden mundial pos occidental? La cuestión no es simplemente

39. T. Todorov, In defence of the Enlightenment, Londres: Atlantic Books, 2010.

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alinearse con EE UU en la clásica cooperación transatlántica, sino usar el atlantismo de manera productiva para impulsar a la administración estadounidense hacia un multila-teralismo menos hegemónico.

Si la UE quiere contribuir a un orden mundial liberal menos hegemónico, tendrá que ayudar a Estados Unidos a cargar con los costes e ir mucho más allá del discurso impre-ciso sobre valores compartidos que invade la agenda transatlántica. Bruselas no puede simplemente depender de Washington para suplir sus necesidades militares en el futuro. La ironía reside en que, mientras Europa lucha para salir de su propia crisis, el declive más amplio de Occidente requiere más esfuerzos por parte de la UE para reducir el de-terioro estadounidense. El nivel de deuda es un serio problema a la hora de mantener su presencia alrededor del mundo y eso tendrá enormes implicaciones para la dimensión externa de la UE.

Tanto la Unión Europea como Estados Unidos ahora hablan de una asociación transat-lántica más selectiva, más pragmática y centrada en distintas cuestiones políticas. Paradó-jicamente, el enfoque más pragmático y aparentemente menos politizado a las relaciones transatlánticas está, de hecho, impulsando a los Estados miembros a alinearse con EE UU bilateralmente en cuestiones concretas, minando cualquier unidad general en términos de un discurso más amplio. Lo que la UE necesita no es simplemente pragmatismo, sino un discurso orientativo: profundizar el compromiso estadounidense hacia un orden mundial liberal no hegemónico. El principal desafío consiste en que Washington y Bruselas se cen-tren menos en limar sus relaciones bilaterales y más en trabajar juntos para salvaguardar los bienes públicos globales.

Es necesario dar prioridad a este discurso sobre la preocupante tendencia a pensar en la UE, China y EE UU como superpotencias en sus respectivas regiones que se chocan entre sí en el escenario global. La UE no debe resignarse a un mundo del G2, donde EE UU y China actúan para beneficiarse mutuamente; mientras Washington gana acceso a la liquidez china para cubrir su déficit, Pekín usa sus ahorros para ganar influencia a nivel internacional. Otras potencias podrían quedarse fuera de la toma de decisiones sobre la interdependencia global. Solo las normas multilaterales, y no la reciprocidad comercial, pueden proteger a la UE de un G2. Según David Miliband, en la medida que la Unión se siente aislada por EE UU y China, la solución no es intentar entrar en el juego, sino llenar el vacío en la gobernanza multilateral que han dejado Washington y Pekín.40

No obstante, la UE aún está lejos de seguir ese discurso. De cierta forma, las tensiones transatlánticas han aumentando sobre cuáles deberían ser las prioridades básicas a la hora de abordar el declive a ambos lados del Atlántico. La élite política estadounidense se ha apartado del wilsonismo: la izquierda ahora prefiere un enfoque jeffersoniano a la democracia interna americana, mientras que la derecha aboga por un compromi-so internacional jacksoniano selectivo, basado en intereses concretos y en el equilibrio mundial.41 Recientemente, el discurso de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, a favor

40. D. Miliband, “Europe, between America and China”, transcripción , discurso en la IV Mesa Redonda británico-polaca, Cracovia, 12 de mayo de 2011, dispo-nible en www.chathamhouse.org.uk

41. D. Hamilton, Transatlantic Trends 2011, Washington: Johns Hopkins, 2011, capítulo 1.

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de una política económica más activa sugirió que EE UU avanza en la misma dirección mercantilista que la Unión Europea.42 En respuesta a la crisis, Bruselas y Washington compiten entre sí en China en lugar de trabajar juntos para atraer a Pekín al multila-teralismo. Llevan años hablando sobre establecer reuniones de consulta en los grandes foros internacionales como el G20 o sus respectivas cumbres bilaterales con países como China. Sin embargo, a pesar de algunas nuevas iniciativas de cooperación entre EU UU y la UE en cuestiones relacionadas con China, dichas consultas no son ni sis-temáticas ni integrales. Los diplomáticos europeos admiten en privado que la UE aún no es capaz de hablar con EE UU estratégicamente sobre las potencias emergentes, puesto que Washington no ve los beneficios de dicho diálogo, mientras que la crisis económica empuja a los Estados miembros a buscar sus propios beneficios en las rela-ciones transatlánticas.

Constanze Stelzenmüller afirma: “Parece que no hemos entendido que Estados Uni-dos está impaciente para que Europa asuma responsabilidad por su propia vecindad y podría estar dispuesto a retirarse pronto si considera que es lo que hace falta para que entendamos el mensaje”.43 Libia podría ser el primer ejemplo. Algunos Estados miembros sí se mostraron dispuestos a asumir el papel de liderazgo de Estados Uni-dos. De hecho, la misión en Libia se pareció un poco a la de los Balcanes a principios de los años 90, donde Washington esperaba el liderazgo europeo. Pero pocos Estados miembros estuvieron dispuestos a contribuir recursos a la operación libia, a pesar de estar en línea con una política multilateral. Hubo que llamar a Estados Unidos para que proporcionara tecnología satélite y reabastecimiento en vuelo. A pesar del éxito de la intervención, aún queda por definir el grado de compromiso europeo hacia la Libia post-Gadafi.

Ante el escenario de crisis y declive, Bruselas necesita posicionarse como un socio más firme y responsable ante Washington. Debe acabar con las percepciones de algunos encargados de la formulación de políticas estadounidenses que piensan que los Go-biernos europeos quieren distanciarse de EE UU en la medida que éste pierde su hege-monía. Es mediante una mayor solidaridad y cooperación que la Unión podrá conven-cer a Estados Unidos a adoptar un discurso conjunto y regresar a los valores liberales básicos en la medida que el mundo se hace cada vez más inhóspito para la comunidad transatlántica. EE UU tiene previsto recortar en 500 millones de dólares su gasto en defensa en los próximos años. La UE debe trabajar para ayudar a EE UU a mantener su influencia, no a través del poder militar, sino mediante su gestión de las distintas re-des y múltiples conexiones a las que tanto quieren acceder las potencias emergentes.44 Una preocupación reside en que el presidente Obama no ha cambiado mucho la polí-tica antiterrorista estadounidense y simplemente la ha presentado de mejor forma que la administración Bush. Aquí es donde la UE aún necesita impulsar a EE UU hacia un enfoque más basado en las normas, en línea con el nuevo orden mundial. Pero para ello, primero Bruselas necesita convencer a Washington de que es un socio de seguri-dad serio.

42. H. Clinton, “On Economic Statecraft”,discurso, Club Económico de Nueva York, 14 de octubre de 2011.43. C. Stelzenmüller, “Gates was far too nice about NATO’s failings”, Financial Times, 15 de junio de 2011.44. G. Herd, “The Global Puzzle: Order in an age of primacy, power-shifts and interdependence”, Geneva Centre for Security Policy, Geneva Papers 1, 2011.

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En respuesta a la crisis, EE UU podría temer demasiado una posible pérdida de seguridad y la UE podría centrarse demasiado en conseguir buenos resultados co-merciales. Ambas partes necesitan encontrar una visión equilibrada del orden mun-dial, que ni represente un juego de suma cero y el final de Occidente y ni ignore los problemas políticos. Un orden mundial liberal amplio tendrá mayor legitimidad si su permanencia surge de resultados globales en lugar de depender de la hegemonía estadounidense.

Conclusiones

El desafío más inmediato es prevenir una fractura institucional. El estableci-miento de una serie de principios geoestratégicos comunes podría ayudar a evi-

tar que una Europa a dos velocidades acabe con la cooperación en política exterior. Dado que, de momento, no se ha acordado un paradigma para el mundo pos occidental emergente, es difícil posicionar a la UE geoestratégicamente. No será una gran poten-cia, pero ¿en qué contexto y con qué grado de influencia? La naturaleza fluida, multi-facética y ecléctica del nuevo orden mundial requiere una flexibilidad geoestratégica. Pero al abordar tanto la crisis financiera inmediata como el declive relativo en el largo plazo, este pragmatismo debe estar basado en por lo menos algunos principios claros. Una buena geoestrategia debe evitar tanto la rigidez como el revoloteo.

La UE debe aspirar a ser una potencia media internacionalista en sus compromisos, cosmopolita en sus valores, capaz de enmarcar el bilateralismo utilitario en un marco de cooperación multilateral de beneficio mutuo y de equilibrar las grandes potencias emergentes con los desafíos en su propia vecindad. Esta mezcla no constituye un solo principio geoestratégico, sino una serie de directrices para asegurar que las políticas europeas sean adaptables sin ser meramente instrumentalistas en el corto plazo. Una guía prometedora para unir esos desafíos económicos y políticos sería la del “liberalismo reformista”. Esta doctrina supone seguir un camino situado entre el liberalismo y los diferentes tipos de intervencionismo colectivo, y sugiere que las soluciones se encuen-tran no en un menor grado de liberalismo o la introspección, sino en una unión más completa de libertades económicas, políticas y sociales empoderadoras.45

Muchos diplomáticos europeos no tendrían problemas para adoptar esa visión. Sin em-bargo, muchas de las políticas para responder a la crisis y el declive van en la dirección contraria. Está claro que es clave formar alianzas con las potencias emergentes, pero la UE ha empezado a cerrar acuerdos de manera demasiado oportunista. Existe una enorme diferencia entre la reciprocidad de normas y la reciprocidad solamente de be-neficios materiales. Pero lo difícil de entender es que la UE es, al mismo tiempo, poco

45. C. Waligorski, Liberal Economics and Democracy, University Press of Kansas, 1997, en particular el capítulo 7.

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geoestratégica a la hora de identificar y seguir una serie de principios claros y se está acercando demasiado a la realpolitik de manera ad hoc y con una limitada unidad entre sus Estados miembros. La credibilidad de Bruselas no podrá soportar muchos “grandes engaños” más como la promesa de adhesión de Turquía, el apoyo a la democracia en Oriente Medio y la distribución de beneficios inclusivos del orden mundial liberal.

A pesar de su supuesta sofisticación posmoderna, la UE aún necesita reconfigurar sus nociones de poder. Ya no se puede medir los grados de poder en los términos mecánicos del siglo XIX. En la actualidad, la base del poder ha cambiado. En el futuro orden mun-dial, influencia no será lo mismo que peso estructural. Es algo que celebrar y no temer si las soluciones a los problemas mundiales vienen de fuentes no occidentales, mientras la UE haya trabajado para asegurarse que las otras potencias siguen un enfoque de suma positiva. En términos geoestratégicos, esto es mucho más importante que los resultados comerciales en el corto plazo. Puede que las potencias emergentes rechacen los sermo-nes sobre el internacionalismo liberal, pero tendrán que enfrentarse a los mismos desa-fíos que supone la colaboración en la construcción de una seguridad colaborativa en la medida que aumentan sus responsabilidades e intereses.

Hay que dejar de lado, o por lo menos cuestionar seriamente, los tradicionales des-criptores de la identidad geoestratégica de la UE y, en última instancia, considerarlos de forma más racional en lugar de simplemente creer ciegamente en sus suposiciones. Lo que la UE presenta como un poder blando único es, a menudo, simplemente un poder inerte o insípido. En el escenario poscrisis de 2008, la UE ha de avanzar de una situación donde su influencia deriva de la dependencia de otros países sobre su ayuda y el acceso comercial. No es sostenible pensar que la Unión puede deleitarse en el posmo-dernismo dentro de Europa y, a su vez, proteger tal supuesto paraíso kantiano mediante las negociaciones realistas fuera de sus fronteras. Esta distinción se hace cada vez más inviable cuando las barreras entre lo interno y lo externo son tan permeables como hoy en día y cuando la crisis interna es la imagen exterior de la Unión Europea.

Este vínculo entre lo interno y lo externo es clave para diseñar una respuesta a la crisis y el declive. Está relacionado con una observación de Lord Dahrendorf en 2003, quien dijo que una vez alcanzada la idea original de paz en Europa, la UE necesita un nuevo discurso para dar rienda suelta a su imaginación.46 Si en la década de los 50 los Estados europeos necesitaban protegerse los unos de los otros, en la actualidad necesitan unidad para prosperar en el nuevo orden mundial. Diseñar una geoestrategia progresista hacia el exterior podría ayudar a la UE a prepararse para un mundo pos occidental y volver a darle propósito al propio proyecto de integración europeo.

46. R. Dahrendorf, “Anti-Americanism and Europe’s Identity”, Project Syndicate, febrero de 2003.

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110 Francia y la primavera árabe: una política oportunista, Barah Mikail, Octubre 2011109 ¿Profundizar el multilateralismo a través de las Asociaciones Estratégicas de la UE?,

Susanne Gratius, Septiembre 2011 108 El déficit de seguridad en el sur del Cáucaso, Jos Boonstra, Neil Melvin, Mayo 2011 107 La construcción de un estado inclusivo: el género en las situaciones de post-conflicto,

Clare Castillejo, Marzo 2011106 Los malentendidos de la promoción de la democracia, Richard Youngs, Enero 2011105 Asociaciones estratégicas más eficaces para la UE, Giovanni Grevi, Diciembre 201o104 Sucesiones orquestadas y estabilidad en el mundo árabe, Kristina Kausch, Noviembre 2010 103 Alcanzar la seguridad mediante la democracia: Entre la aspiración y la pretensión,

Richard Youngs, Octubre 2010102 El fin de la condicionalidad democrática, Richard Youngs, Septiembre 2010101 El Golfo en el nuevo orden internacional: ¿una potencia emergente olvidada?, FRIDE, Septiembre

2010100 Cómo revitalizar la ayuda a la democracia: la perspectiva de los receptores, Richard Youngs,

Junio 201099 La Asociación Oriental de la Unión Europea: Un año de retrocesos, Jos Boonstra y

Natalia Shapovalova, Mayo 201098 La UE y el círculo vicioso entre pobreza y seguridad en América Latina, Susanne Gratius,

Mayo 201097 The Gulf takes charge in the MENA region, Edward Burke and Sara Bazoobandi, Abril 201096 Is there a new autocracy promotion?, Peter Burnell, Marzo 201095 ¿Cambio o Continuidad? La política estadounidense hacia Oriente Medio y sus implicaciones para

la Unión Europea, Ana Echagüe, Marzo 201094 Las políticas europeas de resolución de conflictos: una construcción de la paz truncada,

Fernanda Faria y Richard Youngs, Marzo 201093 Por qué la Unión Europea necesita una política más amplia hacia Oriente Medio, Edward Burke,

Ana Echagüe y Richard Youngs, Febrero 201092 A New Agenda for US-EU. Security Cooperation, Daniel Korski, Daniel Serwer y

Megan Chabalowski, Noviembre 200991 El dilema de la construcción del Estado en Kosovo: La fragilidad en un Estado cuestionado,

Lucia Montanaro, Octubre 200990 El “soldado-diplomático” en Afganistán e Irak, Edward Burke, Septiembre 200989 La empresa como actor de la reconstrucción post bélica, Carlos Fernández y Aitor Pérez,

Agosto 200988 A criminal bargain: the state and security in Guatemala, Ivan Briscoe, Septiembre 2009

DOCUMENTOS DE TRABAJO RECIENTES

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87 Informe de Estudio de Caso: La respuesta humanitaria española a la temporada de huracanes de 2008 en Haití, Velina Stoianova y Soledad Posada, Julio 2009

86 Evaluaciones de gobernanza y rendición de cuentas interna: Contribuir al debate nacional y cambiar las prácticas de ayuda, Stefan Meyer, Junio 2009

85 Tunisia: The Life of Others. Freedom of Association and Civil Society in the Middle East and North Africa, Kristina Kausch, Junio 2009

84 ‘Strong Foundations?’: The Imperative for Reform in Saudi Arabia, Ana Echagüe y Edward Burke, Junio 2009

83 Women’s political participation and influence in Sierra Leone, Clare Castillejo, Junio 200982 Defenders in Retreat. Freedom of Association and Civil Society in Egypt, Kristina Kausch,

Abril 200981 Angola: ‘Failed’ yet ‘Successful’, David Sogge, Abril 200980 Impasse in Euro-Gulf Relations, Richard Youngs, Abril 200979 La división del trabajo internacional: Desafiando al paradigma de la asociación. Marco analítico y

metodología para los estudios de país, Nils-Sjard Schulz, Febrero 200978 Violencia urbana: Un desafío al fortalecimiento institucional. El caso de América Latina,

Laura Tedesco, Febrero 200977 Desafíos económicos y Fuerzas Armadas en América del Sur, Augusto Varas, Febrero 200976 Building Accountable Justice in Sierra Leone, Clare Castillejo, Enero 200975 Plus ça change: Europe’s engagement with moderate Islamists, Kristina Kausch, Enero 200974 The Case for a New European Engagement in Iraq, Edward Burke, Enero 200973 Proyecto de investigación sobre ciudadanía inclusiva: Metodología, Clare Castillejo,

Enero 2009

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