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www.escriturayverdad.cl EL LIBRO DE CONCORDIA EL LIBRO DE LAS CONFESIONES DE LA IGLESIA LUTERANA TEXTO RECOPILADO, DIGITALIZADO Y REVISADO POR ANDRÉS SAN MARTÍN ARRIZAGA, FRUTO DE CINCO AÑOS DE TRABAJO, FINALIZADO EL SABADO 19 DE DICIEMBRE DE 2010, EN TEMUCO, CHILE

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    EL LIBRO DE CONCORDIA

    EL LIBRO DE LAS CONFESIONES DE LA IGLESIA LUTERANA

    TEXTO RECOPILADO, DIGITALIZADO Y REVISADO POR

    ANDRS SAN MARTN ARRIZAGA, FRUTO DE CINCO AOS DE

    TRABAJO, FINALIZADO EL SABADO 19 DE DICIEMBRE DE

    2010, EN TEMUCO, CHILE

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    INDICE

    Prefacio al Libro de Concordia de 15803

    1- Los Tres Smbolos Principales...12

    2- La Confesin de Augsburgo...17

    3- Apologa de la Confesin de Augsburgo42

    4- Los Artculos de Esmalcalda (1537)....184

    5- Tratado Sobre el Poder y la Primaca del Papa (1537).207

    6- Catecismo Menor de Martn Lutero (1529)..218

    7- Catecismo Mayor de Martn Lutero (1529)..232

    8- Frmula de Concordia (1577)..306

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    PREFACIO

    Nosotros, los abajo nombrados electores, prncipes y estados del Sacro Imperio Romano

    Germnico, adherentes a la Confesin de Augsburgo, conforme a la condicin y dignidad de cada

    cual brindamos nuestro debido servicio, amistad, deferente saludo y buena voluntad, as como

    tambin nuestra ms respetuosa, humilde y voluntariosa disposicin a todos y cada uno de los

    que lean este escrito nuestro, y al mismo tiempo les hacemos saber:

    Es un sobresaliente favor de Dios que l en estos ltimos das de este mundo pasajero

    haya dispuesto, segn su inefable amor, gracia y misericordia, que la luz pura, inmutable y

    genuina de su evangelio y de su palabra, nicos medios que pueden traer salvacin hayan vuelto a

    aparecer e iluminar clara y puramente a nuestra amada patria, la nacin alemana, disipando la

    supersticin y las tinieblas papales. Y por esta razn se prepar una nueva confesin extrada de

    las Escrituras divinas, profticas y apostlicas. Fue presentada en alemn y en latn por nuestros

    muy piadosos y cristianos predecesores al entonces Emperador Carlos V, de grata memoria, en la

    dieta de Augsburgo en el ao 1530, en presencia de todos los estados del imperio, y publicada y

    promulgada en toda la cristiandad a lo largo y ancho del mundo.

    Subsecuentemente, muchas iglesias y escuelas aceptaron y defendieron esta confesin

    como el smbolo vigente en nuestros das de su fe en los principales artculos en controversia, en

    particular los referentes al papado y a toda ndole de sectas. Y sin controversia o duda se

    refirieron y remitieron a ella como a la interpretacin cristiana y unnime de todos ellos. Se

    refirieron y apelaron a la doctrina que ella contiene, pues saban que era respaldada por los firmes

    testimonios de la Sagrada Escritura, y aprobada por los antiguos y aceptados smbolos,

    reconociendo as la doctrina como el nico y perpetuo consenso en que la iglesia universal y

    ortodoxa se ha basado, que ha reafirmado repetidas veces, y por la cual ha luchado contra

    mltiples herejas y errores.

    Es por todos conocido que poco despus de la muerte del muy distinguido y piadoso Dr.

    Martn Lutero ocurrieron en nuestra tan querida patria alemana muchos acontecimientos

    peligrosos y disturbios penosos. En medio de esta angustiosa situacin, y en medio de la

    desorganizacin del gobierno constituido, el enemigo de la humanidad astutamente empez a

    sembrar las semillas de doctrina falsa y de la discordia y a causar divisiones destructoras y

    escandalosas en las iglesias y en las escuelas con el propsito de adulterar la doctrina pura de la

    palabra de Dios, destruir el lazo del amor y de la armona cristiana e impedir as y demorar

    sensiblemente el curso del santo evangelio. Todos tambin saben cmo los enemigos de la verdad

    divina aprovecharon esta circunstancia para desacreditar a nuestras escuelas y a nuestras iglesias

    para as encubrir sus propios errores, desviar a las pobres y errantes conciencias para que no

    conozcan la doctrina evanglica pura, hacerlas ms sumisas al yugo papal, e incluso hacerlas

    abrazar otras corrupciones que estn en pugna con la palabra de Dios. Nada ms grato podra

    haber acontecidoy as lo imploramos y pedimos al Todopoderosoque tanto nuestras iglesias

    como nuestras escuelas hubieran sido conservadas en la doctrina pura de la palabra de Dios y en

    la deseable y fortalecedora unanimidad de pensamiento, tal como exista en vida del Dr. Lutero.

    Sin embargo, as como pas en el tiempo en que estaban an vivos, a saber, que falsos profetas

    introdujeron falsas enseanzas en las iglesias en que los apstoles mismos haban sembrado la

    palabra pura de Dios, asimismo sucedi que falsos maestros se infiltraron en nuestras iglesias por

    causa de nuestros propios pecados y la impenitencia y el pecado de un mundo desagradecido.

    Conscientes de la tarea que Dios nos ha encomendado y que nosotros desempeamos, no

    hemos cesado de esforzarnos por combatir con diligencia las doctrinas falsas que han penetrado

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    en nuestras tierras y en nuestros territorios y que lo siguen haciendo con suma insistencia;

    hacemos esto a fin de que nuestros sbditos sean preservados de desviarse del camino recto de la

    verdad divina que antes haban aceptado y confesado.

    Teniendo en cuenta este propsito, nuestros dignos predecesores y tambin algunos de

    nosotros decidimos, a base del memorndum aceptado en Francfort del Meno en una reunin de

    los electores en el ao 1558, reunimos en asamblea general para discutir amplia y amigablemente

    diferentes asuntos que nuestros adversarios haban estado interpretando en detrimento nuestro y

    de nuestras iglesias y escuelas.

    Ms tarde nuestros venerables predecesores y algunos de nosotros nos reunimos en

    Naumburgo de Turingia. En esa ocasin consideramos repetidamente la Confesin de

    Augsburgo, la cual haba sido presentada a Carlos V en la gran asamblea imperial en Augsburgo

    en 1530, y otra vez nos suscribimos unnimemente a esa confesin cristiana, basada en el

    testimonio de la verdad infalible de las Sagradas Escrituras para legar de esta manera a nuestra

    posteridad una defensa contra toda doctrina impura, falsa y contraria a la palabra de Dios.

    Hicimos esto a fin de testificar y manifestar ante su excelentsima Majestad Imperial Romana y

    ante todo el mundo, que no era en modo alguno nuestra disposicin e intencin adoptar, defender

    o diseminar una doctrina diferente o nueva. Al contrario, nos propusimos defender, con la ayuda

    divina, la misma verdad profesada en la Confesin de Augsburgo en el ao 1530, abrigando as la

    esperanza de que los adversarios de nuestra doctrina evanglica pura se abstuvieran de formular

    cargos y acusaciones contra nosotros, y de que estimulara a otras personas sinceras a investigar

    con la mayor seriedad la verdad de la doctrina divina, como la nica que trae salvacin y eterna

    bienaventuranza al alma, sin necesidad de ms argumentos y disensiones.

    No obstante todo ello, para nuestro profundo pesar, se nos inform que esta declaracin

    nuestra y la repeticin de aquella confesin nuestra, muy poco fueron tomadas en cuenta por

    nuestros adversarios, y que ni nosotros ni nuestras iglesias nos libramos de las calumnias que se

    haban propagado. Adems, que las cosas que hemos hecho con la mejor intencin y el ms serio

    propsito, fueron recibidas por los adversarios de la verdadera religin de modo tal que nos

    inculpan de no estar seguros de la confesin de fe y de haberla alterado tanto que ni nosotros ni

    nuestros telogos saban qu versin de la Confesin de Augsburgo fue entregada originalmente

    al emperador. Debido a estas falsas acusaciones de los adversarios, muchos corazones piadosos

    fueron aterrorizados y alejados de nuestras iglesias y escuelas, de la doctrina, la fe y la confesin.

    Adems, a todas estas desventajas hay que aadir que bajo el manto de la Confesin de

    Augsburgo se introdujeron en nuestras iglesias y escuelas otras enseanzas que estaban en pugna

    con la institucin del santo sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo.

    Cuando algunos telogos piadosos, amantes de la paz y eruditos, se dieron cuenta de todo

    esto, concluyeron que para contrarrestar estas calumnias y disensiones religiosas, que

    constantemente seguan aumentando, no haba mejor manera que rechazarlas y condenarlas,

    basndose en la palabra de Dios, y exponer la verdad divina en la forma ms clara posible. De

    este modo se poda tapar la boca de los adversarios, mediante slido razonamiento, y brindar a

    los corazones simples y piadosos una clara y correcta explicacin y gua a fin de que supieran

    cmo deban conducirse en estas disensiones y, ayudados por la gracia divina, evitar en lo futuro

    estas corrupciones doctrinales.

    Al principio, dichos telogos comunicaron los unos a los otros clara y correctamente, en

    extensos escritos basados en la palabra de Dios, la manera cmo las antedichas diferencias

    ofensivas se podan resolver y dar por terminadas sin alteracin alguna de la verdad divina. De

    esta manera se poda abolir y hacer desaparecer el pretexto y fundamento que los adversarios

    buscaban. Por fin, consideraron los artculos en controversia, los examinaron, evaluaron y

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    explicaron en el temor de Dios y redactaron un documento en que expusieron cmo se deban

    resolver de una manera cristiana las diferencias que haban surgido.

    Cuando se nos inform del piadoso propsito de los telogos, no slo lo aprobamos sino

    que juzgamos que debamos estimularlo con el mayor fervor y celo por razn del oficio y el deber

    que Dios nos haba encomendado.

    Por consiguiente, nosotros, el elector de Sajonia, etc., con el consejo y respaldo de

    algunos de nuestros hermanos en la fe, convocamos a varios telogos prominentes, confiables,

    hbiles y doctos a que se reunieran en Torgau en el ao 1576 con el propsito de fomentar la

    armona entre los maestros de la iglesia. Con un espritu eminentemente cristiano, dichos

    telogos discutieron los unos con los otros los artculos en controversia que se acaban de

    mencionar. Por fin, despus de invocar al todopoderoso Dios, y para su alabanza y gloria, tras

    madura reflexin y diligentes esfuerzos, compilaron en forma ordenada, por la gracia singular del

    Espritu Santo, todo lo pertinente y necesario al fin que se persegua, y formaron este libro. Ms

    tarde fue enviado a un buen nmero de electores, prncipes y estados adherentes a la Confesin

    de Augsburgo con la solicitud de que ellos y sus principales telogos lo leyeran con toda seriedad

    y celo cristiano, lo estudiaran en todas sus fases, expresaran su pensar y sus crticas por escrito, y

    nos enviaran su concienzudo parecer sin reserva alguna en cuanto a los pormenores. Despus de

    recibidas las opiniones solicitadas, hallamos que ellas contenan muchas sugerencias cristianas,

    necesarias y tiles respecto de la manera cmo la autntica doctrina cristiana, expuesta en la

    explicacin que se les haba enviado, podra ser fortalecida por la palabra de Dios y protegida

    contra toda clase de malentendidos perniciosos a fin de que en lo futuro no se ocultara en ella

    ninguna doctrina incorrecta, y que en cambio se pudiera transmitir tambin a nuestra posteridad.

    A base de todas estas consideraciones, y como resultado final de las mismas, se compuso la

    Frmula de Concordia cristiana, tal como aqu la presentamos.

    Y por cuanto hasta esta fecha no todos nosotros hemos tenido la oportunidad de dar

    nuestro parecer por razn de ciertas circunstancias especiales, como sucedi tambin en otros

    estados fuera de los nuestros, algunos de nosotros hicimos que este documento se leyera artculo

    por artculo a cada telogo, ministro y burgomaestre en nuestras tierras y territorios, y que se

    considerara diligente y seriamente la doctrina que el mismo contiene.

    Habindose dado cuenta de que, en efecto, la explicacin de los artculos en controversia

    estaba en acuerdo total tanto con la palabra de Dios como con la Confesin de Augsburgo, las

    personas a quienes se les haba presentado en la forma que acaba de indicarse arriba, testificaron

    con gozo y con gratitud hacia Dios todopoderoso, espontneamente y con la debida

    consideracin, que aceptaban y aprobaban este Libro de Concordia y se suscriban al mismo

    como la correcta interpretacin de la Confesin de Augsburgo, cosa que afirmaron pblicamente

    con sus corazones, labios y manos. Por consiguiente, este acuerdo se llamar y por siempre ser

    la armoniosa y concordante confesin no slo de algunos de nuestros telogos en particular, sino

    en general de todos los que en nuestras tierras y territorios ejercen el ministerio y magisterio en

    las iglesias y escuelas.

    Sin embargo, el ya mencionado y bien intencionado consenso a que llegaron nuestros

    predecesores y nosotros mismos en Francfort del Meno y en Naumburgo no logr alcanzar el fin

    que se tena en vista con ese acuerdo cristiano. Ms an: algunos trataron de extraer de l la

    confirmacin de su doctrina falsa, aunque nunca pas por nuestros pensamientos y corazones el

    deseo de introducir, encubrir, apoyar o confirmar alguna doctrina nueva, falsa o errnea o

    alejarnos en lo ms mnimo de la Confesin de Augsburgo segn fue entregada en 1530. Los que

    participamos de las discusiones en Naumburgo nos reservamos el derecho, y as lo declaramos,

    de proporcionar detalles adicionales con respecto a nuestra Confesin en caso de ser atacada por

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    alguien, o si en cualquier momento se hiciere necesario hacerlo. De acuerdo con esto, expusimos

    y reiteramos en este Libro de Concordia nuestro consenso unnime y la declaracin definitiva de

    lo que creemos y confesamos.

    A ms de esto, para impedir que persona alguna quede perturbada por estos infundados

    alegatos de nuestros adversarios, a saber, de que aun nosotros carecemos de certeza acerca de

    cul es la verdadera y genuina Confesin de Augsburgo, y para que nuestros contemporneos y

    las generaciones venideras obtengan una informacin clara y concluyente en cuanto a qu

    confesin cristiana nos hemos adherido y remitido en forma permanente, nosotros y las iglesias y

    escuelas de nuestras tierras en lo que sigue nos proponemos atenernos entera y nicamente, en

    fidelidad a la pura e inmutable verdad de la palabra de Dios, a la primera Confesin de

    Augsburgo que fue presentada al Emperador Carlos V mismo en el ao 1530 en la gran Dieta

    Imperial en Augsburgo. Dicha confesin se halla en los archivos de nuestros piadosos

    predicadores, quienes personalmente la haban entregado al Emperador Carlos V en aquella dieta

    imperial. Ms tarde, la misma fue comparada con la mayor diligencia por personas capacitadas,

    con el ejemplar que se entreg al emperador y que permaneci bajo la custodia del Sacro

    Imperio, y de la cual tanto la edicin en latn como la edicin en alemn fueron de idntico

    contenido. Por la misma razn hemos solicitado que la Confesin de Augsburgo entregada en

    aquel entonces se incorporara en el Libro de Concordia que sigue a continuacin, a fin de que

    todos queden enterados de que hemos decidido no tolerar en nuestras tierras, iglesias y escuelas

    ninguna otra doctrina que la que fue aprobada en Augsburgo en 1530 por los electores, prncipes

    y estados del imperio. Procuramos, adems, con la ayuda de la Gracia de Dios, retener esta

    confesin hasta nuestro ltimo suspiro, y comparecer ante el tribunal de nuestro Seor Jesucristo

    con corazones y conciencias libres de temor y llenas de gozo. Tambin abrigamos la esperanza de

    que nuestros adversarios de aqu en adelante desistan de levantar contra nosotros y nuestras

    iglesias las ominosas acusaciones de que carecemos de certidumbre en lo que respecta a nuestra

    fe, y de que por esta razn estamos fraguando nuevas confesiones casi cada ao o cada mes.

    En cuanto a la segunda edicin de la Confesin de Augsburgo, de la que se hizo mencin

    en las discusiones en Naumburgo, nos consta a nosotros y a todos en general, y a nadie se le

    oculta, que con las palabras de esta otra edicin, algunos han tratado de encubrir su error respecto

    de la santa cena, al igual que alguna otra doctrina falsa, y en sus escritos pblicos han tratado de

    instalar estas falsedades en la mente de la gente sencilla, a pesar de que esta doctrina queda

    claramente rechazada en la confesin entregada en Augsburgo, con la cual de hecho se puede

    comprobar una doctrina muy diferente. Por lo tanto, hemos decidido con este documento

    testificar y afirmar pblicamente que ni antes ni ahora ni nunca jams deseamos defender,

    excusar o aprobar como concorde con la doctrina evanglica ninguna enseanza falsa y espuria

    que trate de cobijarse con la mencionada segunda edicin de la Confesin de Augsburgo, ya que

    nunca entendimos o aceptamos la segunda edicin en un sentido diferente del expresado en la

    primera Confesin de Augsburgo, tal como fue presentada. Por otra parte, tampoco es nuestra

    intencin rechazar o condenar ninguno de los dems escritos tiles del maestro Felipe

    Melanchton o de Brenz o de Urbano Rhegius o de Juan Bugenhagen de Pomerania y otros,

    siempre que estn de acuerdo con la norma que se ha expuesto en el Libro de Concordia.

    Consta que algunos telogos, y entre ellos Lutero mismo, al tratar el tema de la santa

    cena, contra su propia voluntad se vieron envueltos por los adversarios en una discusin acerca

    de la unin personal de las dos naturalezas en Cristo. Frente a este hecho, nuestros telogos

    testifican en el Libro de Concordia y conforme a la norma de la santa doctrina que dicho Libro

    contiene, que tanto segn nuestra constante conviccin como segn la conviccin expresada por

    el libro, los cristianos deben ser conducidos a tratar la santa cena a base de un nico fundamento,

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    a saber, las palabras de la institucin del testamento de Cristo. sta es la manera ms segura y

    constructiva de hacerlo en cuanto a lo que atae al laico comn, pues ste no puede entender esta

    discusin. Pero cuando los adversarios atacan nuestra simple fe o las claras palabras del

    testamento de Cristo y las consideran impas, como si ellas contradijeran los artculos de nuestro

    credo cristiano, particularmente los que se refieren a la encarnacin del Hijo de Dios, a su

    ascensin y a su sentarse a la diestra de la omnipotencia y majestad de Dios, y por ende las tildan

    de falsas e incorrectas, debemos demostrar e indicar mediante una explicacin correcta de los

    artculos de nuestro credo cristiano que nuestro entendimiento de las palabras de Cristo segn se

    describen arriba no contradice estos artculos.

    Con respecto a las frases y el modo de hablar que se emplea con referencia a la majestad

    de la naturaleza humana en la persona de Cristo y su exaltacin, y con el objeto de hacer

    desaparecer todo malentendido y escndalo, ya que el trmino abstracto ha sido usado con

    acepciones diversas por quienes ensean en las escuelas y en las iglesias, nuestros telogos

    declaran con palabras expresas y sencillas lo siguiente: Esta majestad divina no se atribuye en

    modo alguno a la naturaleza humana de Cristo fuera de la unin personal, ni tampoco se afirma ni

    por asomo que en la unin personal se halle esta majestad intrnseca, esencial, formal, habitual y

    subjetivamente (para usar los trminos escolsticos), como si en algn lugar o tiempo se enseara

    que la naturaleza divina y la humana, juntamente con sus respectivas propiedades, estn

    mezcladas, y la naturaleza humana segn su esencia y sus propiedades est al nivel de la

    naturaleza divina y as quede anulada por completo. Al contrario, segn los maestros de la iglesia

    antigua, todo ocurre por razn de la unin personal, lo cual es un misterio inescrutable.

    Con respecto a las condenaciones, censuras y rechazos de doctrina falsa, en particular la

    relacionada con el artculo que trata de la santa cena: Todo esto tiene que ser expuesto en forma

    explcita y clara en esta explicacin y concertacin de los artculos en controversia, a fin de que

    todos sepan que deben precaverse de estas doctrinas falsas. Hay tambin muchas otras razones

    por las cuales estas condenaciones de ningn modo se pueden pasar por alto. Sin embargo, no es

    nuestro propsito ni nuestra intencin condenar a aquellas personas que yerran por su falta de

    entendimiento ni a las que, aunque equivocadas, no blasfeman de la verdad de la palabra divina,

    ni mucho menos a iglesias enteras dentro del Sacro Imperio Romano Germnico o fuera de l.

    Antes bien, nuestras expresiones de crtica y condenacin van dirigidas slo contra las doctrinas

    falsas y engaosas y sus obstinados y blasfemos proponentes. A stos de ningn modo deseamos

    tolerar en nuestros territorios, iglesias y escuelas, ya que estas enseanzas son contrarias a la clara

    palabra de Dios y no pueden coexistir con ella. Es necesario, adems, que las personas piadosas

    sean puestas sobre aviso respecto a tales enseanzas. Pues no hay la menor duda de que aun en

    las iglesias que hasta ahora no han estado de acuerdo con nosotros, se hallan muchas personas

    piadosas y sinceras. Estas personas siguen su propio camino en la simplicidad de sus corazones,

    no entienden estos asuntos ni tampoco se gozan en las blasfemias vertidas contra la santa cena, tal

    como sta se celebra en nuestras iglesias conforme a la institucin de Cristo y segn nosotros la

    enseamos de comn acuerdo fundndonos en las palabras de su testamento mismo. Tambin

    abrigamos la esperanza de que cuando estas personas reciban la correcta instruccin en esta

    doctrina, arriben, con la ayuda del Espritu Santo, a la verdad infalible de la palabra de Dios y se

    unirn a nosotros y a nuestras iglesias y escuelas. En consecuencia, es la responsabilidad de todos

    los telogos y ministros de la iglesia alertar que su alma corre serio peligro, para evitar as que un

    ciego induzca al error a otro ciego. Por consiguiente, mediante este escrito nuestro deseamos

    testificar ante el todopoderoso Dios y toda la iglesia que estamos muy lejos de querer ocasionar,

    por este acuerdo nuestro, molestias y persecuciones a pobres y atribulados cristianos. Pues as

    como el amor cristiano nos lleva a compadecernos de ellos, asimismo detestamos en lo ms

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    hondo de nuestro corazn el furor de sus perseguidores. No queremos en modo alguno tener parte

    en este derramamiento de sangre. No hay duda alguna de que habrn de dar cuenta de sus actos.

    Como queda dicho, en estos asuntos nuestra intencin siempre apunt a que en nuestras

    tierras, territorios, escuelas e iglesias no se proclame ni se exponga sino la doctrina que est

    fundada en la Palabra de Dios y contenida en la Confesin de Augsburgo y su Apologa,

    debidamente entendidas, y a que no se le permita la entrada a doctrina contraria a stas. Con este

    propsito se inici, se propuso y se llev a cabo el actual acuerdo. Por lo tanto, ante el

    todopoderoso Dios y toda la cristiandad declaramos y testificamos una vez ms que con la

    explicacin de los artculos en controversia que aqu presentamos y repetimos no hemos hecho

    ninguna confesin diferente de la que previamente fue entregada en Augsburgo en el ao 1530 al

    Emperador Carlos V, de grata memoria. Al contrario, hemos dirigido nuestras iglesias y escuelas

    a las Sagradas Escrituras y a los credos, y despus a la ya mencionada Confesin de Augsburgo.

    Especialmente es nuestro ardiente deseo que los jvenes que estn siendo formados para servir en

    las iglesias y en las escuelas sean instruidos fiel y diligentemente a fin de que la doctrina pura y la

    confesin de fe puedan ser propagadas entre nuestra posteridad con la ayuda del Espritu Santo

    hasta el glorioso advenimiento de nuestro nico Redentor y Salvador Jesucristo.

    Y ya que tal es el caso, y ya que por gracia del Espritu Santo, en nuestro corazn y

    nuestra conciencia de cristianos estamos seguros de nuestra confesin y fe basadas en el

    fundamento de las Escrituras divinas, profticas y apostlicas, la ms aguda y urgente necesidad

    exige que, ante la invasin de tantos errores, tantos escndalos irritantes y disensiones y cismas

    de largos aos, se produzca una explicacin y conciliacin cristiana de todas las disputas que han

    surgido. Tal explicacin debe estar fundada enteramente en la palabra de Dios para que la

    doctrina pura se pueda reconocer y distinguir de la doctrina adulterada y as se les ponga freno a

    las personas de espritu agitado y tendencioso que no quieren someterse a ninguna norma de

    doctrina pura en su insano afn de promover controversias escandalosas y de establecer y

    defender errores horribles, lo que no puede llevar sino a que por fin la doctrina correcta sea

    enteramente obscurecida y echada a perder, y slo se transmitan a la posteridad opiniones

    inciertas y dudosas e imaginaciones y puntos de vista disputables. A todo esto hay que agregar el

    hecho de que, en conformidad con el mandato que Dios nos ha dado y por razn del cargo que

    desempeamos, y considerando el bienestar temporal nuestro y de nuestros sbditos, debemos

    hacer y seguir haciendo todo lo que sea til y provechoso al crecimiento y extensin de la

    alabanza y gloria de Dios y a la extensin de su palabra nica, que pueda traer salvacin, para la

    tranquilidad y paz de nuestras escuelas e iglesias cristianas y para el necesario consuelo e

    instruccin de las pobres y mal aconsejadas conciencias. Estamos plenamente convencidos,

    adems, de que muchas personas sinceras, de todas las clases sociales, estn ansiosas de que se

    realice esta saludable obra del acuerdo cristiano. Y por cuanto ya desde el principio de nuestras

    tentativas por llegar a un acuerdo cristiano, nuestra inclinacin o intencin no fue, ni tampoco lo

    es actualmente, mantener oculta esta empresa de la concordia, lejos de la vista de todos, o poner

    la luz de la verdad divina debajo de un almud o de una mesa, no debemos suspender o posponer

    por ms tiempo su impresin y publicacin. No abrigamos la menor duda de que todas las

    personas piadosas que tienen un amor sincero por la verdad divina y por un acuerdo cristiano y

    agradable a Dios, su unirn a nosotros en este muy saludable y necesario esfuerzo cristiano, y no

    permitirn interferencia alguna en esta causa en favor de la gloria de Dios y el bienestar de todos,

    tanto eterno como temporal.

    Y por fin, deseamos repetir una vez ms que no es nuestra intencin fabricar algo nuevo

    por medio de este acuerdo ni alejarnos en modo alguno, ya sea en cuanto a contenido como

    forma, de la verdad divina que nuestros predecesores y nosotros hemos aceptado y confesado en

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    lo pasado, pues nuestro acuerdo se basa en las Escrituras profticas y apostlicas y est

    condensado en los tres credos, como tambin en la Confesin de Augsburgo, entregada en el ao

    1530 al Emperador Carlos V, de muy grata memoria, en la subsiguiente Apologa, en los

    Artculos de Esmalcalda y en los Catecismos Mayor y Menor del ilustrsimo Dr. Lutero. Al

    contrario, nuestro propsito es permanecer unnimes, por la gracia del Espritu Santo, en esta

    confesin de fe y examinar todas las controversias religiosas y sus explicaciones por medio de

    ella. Adems, es nuestra intencin llevar una vida de genuina paz y armona con los dems

    electores y estados del Sacro Imperio Romano Germnico y tambin con otros potentados

    cristianos, segn los estatutos que rigen en este imperio y los tratados especiales que hemos

    concertado con ellos, y brindar a todos el correspondiente afecto, servicio y amistad.

    Asimismo estamos dispuestos a cooperar en lo futuro los unos con los otros en la

    prosecucin de este esfuerzo por establecer la concordia en nuestros territorios, visitando

    diligentemente las iglesias y escuelas, supervisando las publicaciones y otros medios saludables.

    Si las controversias actuales acerca de nuestra religin continan o se presentan otras, nos

    ocuparemos en que se resuelvan en forma debida antes de que se extiendan peligrosamente, para

    que as se prevenga toda clase de escndalo. En testimonio de ello, unnimemente y de todo

    corazn firmamos este documento y adherimos nuestros sellos personales.

    Luis, Conde palatino del Rin, elector,

    Augusto, Duque de Sajonia, elector

    Juan Jorge, Margrave de Brandeburgo, elector

    Joaqun Federico, Margrave de Brandeburgo, administrador del arzobispado de Magdeburgo

    Juan, Obispo de Meissen

    Eberhard, Obispo de Lbeck, administrador del arzobispado de Verden

    Felipe Luis, Conde palatino

    Federico Guillermo, Duque, firma su tutor

    Juan de Sajonia, Duque, firma su tutor

    Juan Casimiro, Duque, firma su tutor

    Juan Ernesto, Duque, firma su tutor

    Jorge Federico, Margrave de Brandeburgo

    Julio, Duque de Brunswick y Lneburgo

    Otto, Duque de Brunswick y Lneburgo

    Enrique, el Joven, Duque de Brunswick y Lneburgo

    Guillermo, el Joven, Duque de Brunswick y Lneburgo

    Wolf, Duque de Brunswick y Lneburgo

    Ulrico, Duque de Mecklenburgo

    Juan y Sigismundo Augusto, Duques de Mecklenburgo, firman sus tutores

    Luis, Duque de Wurtemberg

    Ernesto y Santiago, Margraves de Badn, firma su tutor

    Jorge Ernesto, Conde y Seor de Henneberg

    Federico, Conde de Wurtemberg y Monbliard

    Juan Gnther, Conde de Schwarzburgo

    Guillermo, Conde de Schwarzburgo

    Alberto, Conde de Schwarzburgo

    Emich, Conde de Leiningen

    Felipe, Conde de Hanau

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    10

    Godofredo, Conde de Oettingen

    Jorge, Conde y Seor de Castel

    Enrique, Conde y Seor de Castel

    Juan Hoyer, Conde de Mansfeld

    Bruno, Conde de Mansfeld

    Hoyer Cristbal, Conde de Mansfeld

    Pedro Ernesto, el Joven, Conde de Mansfeld

    Cristbal, Conde de Mansfeld

    Otto, Conde de Hoya y Berghausen

    Juan, Conde de Oldenburgo y Delmenhorst

    Alberto Jorge, Conde de Stolberg

    Wolf Ernesto, Conde de Stolberg

    Luis, Conde de Gleichen

    Carlos, Conde de Gleichen

    Ernesto, Conde de Reinstein

    Bodo, Conde de Reinstein

    Luis, Conde de Lwenstein

    Enrique, Barn de Limpburg, Semperfrei

    Jorge, Barn de Schnburg

    Wolf, Barn de Schnburg

    Anarck Federico, Barn de Wildenfels

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Lbeck

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Mnster en San Georgental

    El Concejo de la ciudad de Goslar

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Ulm

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Esslingen

    El Concejo de la ciudad de Reutlingen

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Nrdlingen

    Burgomaestre y Concejo de Rothenbur del Tauber

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Schwbisch-Hall

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Heilbronn

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Hemmingen

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Lindau

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Schweinfurt

    El Concejo de la ciudad de Donawerda

    Tesorero y Concejo de la ciudad de Regensburgo (Ratisbona)

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Wimpfen

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Giengen

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Bopfingen

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Aalen

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Kaufbeuren

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Issna

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Kempten

    El Concejo de la ciudad de Hamburgo

    El Concejo de la ciudad de Gotinga

    El Concejo de la ciudad de Brunswick

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Lneburgo

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    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Leutkirch

    Toda la Administracin de la ciudad de Hildesheim

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Hamelin

    Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Hannover

    El Concejo de Mhlhausen

    El Concejo de Erfurt

    El Concejo de la ciudad de Einbeck

    El Concejo de la ciudad de Northeim

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    12

    El Credo Apostlico

    Creo en dios Padre, Todo Poderoso, Creador del cielo y de la tierra.

    Y en Jesucristo, su nico Hijo, nuestro Seor, que fue concebido por obra

    del Espritu Santo; naci de la virgen Mara; padeci bajo el poder de Poncio

    Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendi a los infiernos, al tercer da

    resucit de entre los muertos; subi a los cielos, y est sentado a la diestra de Dios

    Padre todopoderoso, y desde all ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

    Creo en el Espritu Santo; la santa iglesia cristiana; la comunin de los

    santos; la remisin de los pecados; la resurreccin de la carne; y la vida perdurable.

    Amn.

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    13

    El Credo Niceno

    Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra y de todo lo

    visible e invisible.

    Y creo en un solo Seor Jesucristo, Hijo unignito de Dios, engendrado del Padre antes de

    todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, verdadero Dios de verdadero Dios, engendrado y no

    hecho, consubstancial al Padre, y por quien todas las cosas fueron hechas; el cual, por amor de

    nosotros y por nuestra salvacin, descendi del cielo y, encarnado en la virgen Mara por el

    Espritu Santo, fue hecho hombre; y fue crucificado tambin por nosotros bajo el poder de Poncio

    Pilato. Padeci y fue sepultado, y resucit al tercer da segn las Escrituras; y ascendi a los

    cielos, y est sentado a la diestra del Padre y vendr otra vez en gloria a juzgar a los vivos y a los

    muertos, y su reino no tendr fin.

    Y creo en el Espritu Santo, Seor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que

    con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y glorificado, que habl por medio de los profetas.

    Y creo en una santa iglesia cristiana y apostlica. Confieso que hay un solo bautismo para la

    remisin de los pecados; y espero la resurreccin de los muertos y la vida del mundo venidero.

    Amn.

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    14

    El Credo De Atanasio Escrito Contra Los Arrianos

    Todo el que quiere ser salvo, antes que todo es necesario que tenga la verdadera fe

    cristiana.

    Y si alguno no la guardare ntegra e inviolada, es indudable que perecer eternamente.

    Y la verdadera fe cristiana es sta, que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la

    Trinidad en la unidad; no confundiendo las personas, ni dividiendo la sustancia.

    Una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espritu Santo.

    Pero una sola es la divinidad del Padre, y del Hijo, y del Espritu Santo; igual es la gloria,

    y coeterna la majestad.

    Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espritu Santo.

    Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espritu Santo.

    El Padre es inmenso, el Hijo es inmenso, el Espritu Santo es inmenso.

    El Padre es eterno, el Hijo es eterno, el Espritu Santo es eterno.

    Sin embargo, no son tres eternos, sino un eterno.

    Como tampoco son tres increados, ni tres inmensos, sino un increado y un inmenso.

    Igualmente, el Padre es todopoderoso, el Hijo es todopoderoso, el Espritu Santo es

    todopoderoso.

    Sin embargo, no son tres todopoderosos, sino un todopoderoso.

    As que el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espritu Santo es Dios.

    Sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios.

    Asimismo, el Padre es Seor, el Hijo es Seor, el Espritu Santo es Seor.

    Sin embargo, no son tres seores, sino un solo Seor. Porque, as como somos compelidos

    por la verdad cristiana a confesar a cada una de las tres personas, por s misma, Dios y Seor:

    As nos prohbe la religin cristiana decir que son tres dioses y tres seores.

    El Padre no fue hecho por nadie, ni creado, ni engendrado.

    El Hijo es del Padre solamente; ni hecho, ni creado, sino engendrado.

    El Espritu Santo es del Padre y del Hijo; ni hecho, ni creado, ni engendrado, sino

    procedente.

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    15

    As que es un Padre, no tres padres; un Hijo, no tres hijos; un Espritu Santo, no tres

    espritus santos.

    Y en esta Trinidad ninguno es primero o postrero; ninguno mayor o menor; sino que todas

    las tres personas son coeternas juntamente y coiguales;

    As que en todas las cosas, como queda dicho, debe ser venerada la Trinidad en la unidad,

    y la unidad en la Trinidad.

    Quien, pues, quiere ser salvo, debe pensar as de la Trinidad.

    Adems, es necesario para la salvacin que se crea tambin fielmente la encarnacin de

    nuestro Seor Jesucristo.

    Esta es, pues, la fe verdadera, que creamos y confesemos que nuestro Seor Jesucristo, el

    Hijo de Dios, es Dios y hombre;

    Dios de la sustancia del Padre, engendrado antes de los siglos; y hombre de la sustancia de

    su madre, nacido en el tiempo;

    Perfecto Dios y perfecto hombre, subsistiendo de alma racional y de carne humana;

    Igual al Padre segn la divinidad, menor que el Padre segn la humanidad;

    Quien, aunque es Dios y hombre, sin embargo no son dos, sino un solo Cristo;

    Uno, empero, no por la conversin de la divinidad en carne, sino por la asuncin de la

    humanidad en Dios;

    Absolutamente uno, no por la confusin de la sustancia, sino por la unidad de la persona.

    Porque como el alma racional y la carne es un hombre, as Dios y el hombre es un Cristo;

    Quien padeci por nuestra salvacin; descendi al infierno, al tercer da resucit de los muertos;

    Subi al cielo; est sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso;

    De donde ha de venir para juzgar a los vivos y a los muertos;

    En cuya venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos; y han de dar cuenta

    de sus propias obras.

    Los que hicieron bien, irn a la vida eterna; pero los que hicieron mal, al fuego eterno.

    Esta es la verdadera fe cristiana; que si alguno no la creyere firme y fielmente, no podr

    ser salvo.

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    17

    LA CONFESION DE FE DE AUGSBURGO 1530

    Prefacio al Emperador Carlos V

    A nuestro muy invencible Emperador, Cesar Augusto, seor clemente y misericordioso.

    Como Vuestra Majestad ha convocado una Dieta del Imperio aqu en Augsburgo para

    deliberar sobre las medidas que se deben tomar contra los Turcos, el enemigo ms antiguo y atroz

    de la religin y el nombre de los cristianos, y en que manera contestar y contraponer su furor y

    asaltos por medio de una provisin militar fuerte y definitiva; asimismo deliberar sobre las

    disensiones en lo concerniente a nuestra santa religin y fe cristiana, de manera tal que las

    opiniones y juicios de las partes puedan ser odas en la mutua presencia. De esta manera,

    consideradas y sopesadas entre nosotros en mutua caridad y respeto, podamos, luego de haber

    removido y corregido las cosas que hemos tratado y entendido diversamente, volver a la nica

    verdad y concordia cristiana y de esta manera abrazar y mantener la nica y pura religin,

    estando bajo el nico Cristo y presentar batalla bajo El, de manera que podamos tambin vivir en

    unidad y concordia en la nica Iglesia Cristiana.

    Y ya que nosotros, el subscrito Elector y Prncipe, con otros que se nos han unido, hemos

    sido convocados a la dicha Dieta, como tambin otros electores, prncipes y estados, en

    obediencia del Imperial mandato, hemos prontamente acudido a Augsburgo y sin querer

    jactarnos por ello hemos estado entre los primeros en llegar.

    Acordemente, tambin aqu en Augsburgo al principio mismo de la Dieta, Vuestra

    Majestad Imperial propuso a los Electores, Prncipes y otros estados del Imperio, entre otras

    cosas, que varios estados del Imperio, debieran presentar sus opiniones y juicios en idioma

    germano y latino. El mircoles fue dada contestacin a Vuestra Majestad diciendo que para el

    siguiente mircoles, ofreceramos los artculos de nuestra confesin. Por lo tanto, obedeciendo los

    deseos imperiales, presentamos en esta cuestin sobre la religin, la Confesin de nuestros

    predicadores y la nuestra, mostrando qu doctrina de las Sagradas Escrituras y la pura Palabra de

    Dios ha sido enseada en nuestras tierras, ducados y dominios y ciudades y enseada en nuestras

    iglesias.

    Y si los otros Electores, Prncipes y estados del Imperio presentan, siguiendo la dicha

    proposicin Imperial, escritos similares en latn y alemn, dando sus opiniones en materia de

    religin, nosotros, juntos con los dichos prncipes y amigos, estamos preparados para conferir

    amigablemente delante de ti nuestro Seor y Majestad Imperial, acerca de los caminos y medios

    para llegar a la unidad, tanto como pueda honorablemente hacerse. De esta manera, discutiendo

    pacficamente sin controversias ofensivas, podamos alejar con la ayuda de Dios la disensin y ser

    devueltos a la nica religin verdadera. Puesto que todos estamos bajo un solo Cristo y damos

    batalla por El, deberamos confesar al nico Cristo segn el tenor del edicto de Vuestra Majestad

    Imperial y todo debe conducirse de acuerdo a la verdad de Dios; y esto es lo que con fervientes

    oraciones pedimos a Dios.

    Sin embargo, en relacin al resto de los Electores, Prncipes y Estados, que constituyen la

    otra parte, si ningn progreso se llegara a hacer, o algn resultado se obtuviera por medio de este

    dilogo en la causa de la religin, siguiendo la manera en que Vuestra Majestad Imperial ha

    sabiamente dispuesto, es decir mediante la presentacin de escritos y discutiendo pacficamente

    entre nosotros, dejamos al menos claro testimonio que de ninguna manera nos estamos oponiendo

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    18

    a ninguna cosa que pudiera traer la concordia cristiana tal como puede realizarse con Dios y

    por medio de una buena conciencia como tambin Vuestra Majestad Imperial y los otros

    Electores y Estados del Imperio y todos los que estuvieran movidos por un sincero celo y amor

    por la religin y que tuvieran una visin imparcial sobre el tema, podrn graciosamente dignarse

    a tomar nota y entender esto por medio de esta Confesin nuestra y de nuestros asociados.

    Vuestra Majestad Imperial, no una vez, sino frecuentemente ha graciosamente hecho

    saber a los Electores, Prncipes y Estados del Imperio y en la dieta de Espira celebrada el ao del

    Seor de 1526, de acuerdo a la forma de vuestra instruccin y comisin Imperial dada y

    proclamada all, que V. M. en tratar con este asunto de la religin, por ciertas razones que fueron

    alegadas en nombre de V. M., no estaba dispuesto a decidir y no poda determinar nada por si,

    sino que V. M. usara de su oficio para con el Romano Pontfice para convocar un Concilio

    General.

    El mismo asunto fue hecho pblico ms extensivamente hace una ao en la ltima Dieta

    que se reuni es Espira. All Vuestra Majestad Imperial, a travs de su Excelencia Fernando, Rey

    de Bohemia y Hungra, nuestro amigo y Seor, como tambin a travs del Orador y los

    Comisarios Imperiales, hizo saber que V. M. haba tomado nota y ponderado la resolucin del

    representante de V. M. en el Imperio y del presidente y consejeros Imperiales y los legados de

    otros estados reunidos en Ratisbona, concerniente a la convocacin de un Concilio, y que V. M.

    haba tambin juzgado ser necesario convocar un Concilio y que tambin V.M. no dudaba que el

    Romano Pontfice podra ser inducido a celebrar el Concilio General porque los asuntos que

    deban acomodarse entre V.M. y el Romano Pontfice estaban llegando a un acuerdo y cristiana

    reconciliacin. Por lo tanto V.M. por s mismo expres que buscara asegurarse el consentimiento

    del Pontfice para convocar dicho Concilio General tan pronto como fuera posible, mediante

    cartas que deberan ser enviadas.

    Por lo tanto, si el resultado de nuestro encuentro fuera tal, que las diferencias entre

    nosotros y las otras partes en lo concerniente a la religin, no pudiera ser enmendado

    caritativamente y amigablemente, entonces aqu, ante Vuestra Majestad Imperial, nos ofrecemos

    en toda obediencia, adems de lo que ya hemos hecho, que nos haremos presentes en dicho

    Concilio Cristiano libre para defender nuestra causa de acuerdo a la concordia que siempre ha

    habido de votos en todas la Dietas Imperiales celebradas durante el Reino de V. M. por parte de

    los Electores, Prncipes y otros estados del Imperio. A la asamblea de este Concilio General y al

    mismo tiempo a Vuestra Majestad Imperial, nos hemos dirigido, an antes de esta Dieta y en

    manera propia y forma legal, y hecho demanda sobre este asunto, lejos el ms importante y el

    ms grave. A esta demanda, dirigida tanto a V.M. como al Concilio seguimos adhiriendo; no

    sera posible, ni estara en nuestra intencin dejarla de lado por medio de este u otro cualquier

    documento, a menos que el asunto entre nosotros y la otra parte, de acuerdo al tenor de la ltima

    citacin Imperial, fuera amigable y caritativamente solucionado y trado a cristiana concordia.

    Con respecto a esto ltimo nosotros solemnemente y pblicamente damos fe.

    Artculo I: Dios

    Nuestras Iglesias ensean, en perfecta unanimidad la doctrina proclamada por el Concilio

    de Nicea: a saber, que hay un solo Ser Divino que llamamos y que es realmente Dios. Asimismo

    que hay en el tres personas, igualmente poderosas y eternas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios

    Espritu Santo; todos los tres un solo ser divino, eterno, indivisible, infinito, todopoderoso,

    infinitamente sabio y bueno, creador y conservador de todas las cosas visibles e invisibles. Por el

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    19

    trmino de Persona no designamos una parte ni una cualidad inherente a un ser, sino lo que

    subsiste por si mismo. Es as que los padres de la Iglesia han entendido este trmino.

    Rechazamos pues, todas las herejas contrarias a este artculo: condenamos a los

    Maniqueos que han establecido a dos dioses uno bueno y uno malo; a los Valentinianos, los

    Arrianos, los Eunomianos, los Mahometanos y otros. Condenamos asimismo a los Samosatienses

    antiguos y modernos que no admiten mas que una sola persona y que, usando sofismas impos y

    sutiles, pretenden que el Verbo y el Espritu Santo no son dos personas distintas sino que el

    "Verbo" significara una palabra o una voz y que el "Espritu Santo" no sera otra cosa que un

    movimiento producido en las criaturas.

    Artculo II: El Pecado original

    Enseamos que a consecuencia de la cada de Adn, todos los hombres nacidos de manera

    natural son concebidos y nacidos en el pecado. Esto es, sin temor de Dios, sin confianza en Dios

    y con la concupiscencia. Este pecado hereditario y esta corrupcin innata y contagiosa es un

    pecado real que lleva a la condenacin y a la clera eterna de Dios a todos los que no son

    regenerados por el Bautismo y por el Espritu Santo.

    Por consiguiente rechazamos a los Pelagianos y otros que han menospreciado los mritos

    de la pasin de Cristo haciendo buena la naturaleza humana por su propias fuerzas naturales y

    que sostienen que el pecado original no es un pecado.

    Artculo 3: El Hijo de Dios

    Enseamos tambin que Dios el Hijo asumi la naturaleza humana en el seno de la Virgen

    Mara, de manera que hay dos naturalezas, la divina y la humana, inseparablemente unidas en una

    Persona, un Cristo, Dios verdadero y verdaderamente hombre, que naci de la Virgen Mara,

    verdaderamente sufri, fue crucificado, muerto y enterrado, para reconciliarnos con el Padre y ser

    sacrificio, no solamente por el pecado original, sino tambin por todos los pecados actuales de los

    hombres.

    Tambin descendi a los infiernos y verdaderamente resucit al tercer da, luego subi a

    los cielos para sentarse a la derecha del Padre y reinar para siempre y tener dominio sobre todas

    la criaturas y santificar a aquellos que creen en El, mandando al Espritu Santo a sus corazones,

    para reinar, consolar y purificarlos y defenderlos contra el demonio y el poder del pecado.

    El mismo Cristo vendr visiblemente de nuevo para juzgar a los vivos y a los muertos,

    etc. segn el Credo de los Apstoles.

    Artculo IV: La Justificacin

    Enseamos tambin que no podemos obtener el perdn de los pecados y la justicia delante

    de Dios por nuestro propio mrito, por nuestras obras o por nuestra propia fuerza, sino que

    obtenemos el perdn de los pecados y la justificacin por pura gracia por medio de Jesucristo y la

    fe. Pues creemos que Jesucristo ha sufrido por nosotros y que gracias a l nos son dadas la

    Justicia y la vida eterna. Dios quiere que esta fe nos sea imputada por justicia delante de l como

    lo explica Pablo en los captulos 3 y 4 de la carta a los Romanos.

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    Artculo V: El ministerio de la Palabra

    Para obtener esta fe, Dios ha instituido el Ministerio de la palabra y nos ha dado el

    Evangelio y los Sacramentos. Por estos medios recibimos el Espritu Santo que produce en

    nosotros la fe donde y cuando Dios quiere en aquellos que escuchan el Evangelio. Este Evangelio

    ensea que tenemos, por la fe, un Dios que nos justifica, no por nuestros mritos, sino por el

    mrito de Cristo.

    Condenamos pues a los Anabaptistas y otras sectas similares que piensan que el Espritu

    Santo llega a los hombres sin la instrumentalidad de la Palabra exterior del Evangelio, sino por

    medio de sus propios esfuerzos, por la meditacin y por las obras.

    Artculo 6: La nueva obediencia

    Enseamos tambin que esta fe debe producir frutos y las buenas obras mandados por

    Dios por amor de El, pero que no debemos apoyarnos en estas obras para merecer la justificacin.

    Porque la remisin de los pecados y la justificacin nos vienen por la fe en Cristo, como l

    mismo dice "Cuando hayis hecho todo lo que os fue mandado, decir: Somos siervos intiles;

    hemos hecho lo que debamos hacer." Luc. 17, 10. Lo mismo es enseado por los padres. San

    Ambrosio dice: "Esta ordenado por Dios que quien crea en Cristo ser salvo, no por las obras,

    sino por la fe sola, recibiendo as la remisin de los pecados gratuitamente y sin mrito".

    Artculo VII: La Iglesia

    Enseamos tambin que hay una Iglesia Santa y que ha de subsistir eternamente. Ella es la

    asamblea de todos los creyentes en medio de los cuales el evangelio es enseado puramente y

    donde los sacramentos son administrados conforme al Evangelio.

    Para que haya una verdadera unidad de la Iglesia Cristiana, es suficiente que todos estn

    de acuerdo con la enseanza de la doctrina correcta del Evangelio y con la administracin de los

    sacramentos en conformidad con la Palabra divina. Sin embargo para la verdadera unidad de la

    Iglesia Cristiana no es indispensable que uno observe en todos lados los mismos ritos y

    ceremonias que son de institucin humana. Esto es lo que dice San Pablo: Sean un cuerpo y un

    espritu pues al ser llamados por Dios, se dio a todos la misma esperanza. Uno es el Seor, una la

    fe, uno el bautismo. Uno es Dios, el Padre de todos, que est por encima de todos y que acta por

    todo y en todos. Ef. 4, 5-6.

    Artculo VIII: Qu es la Iglesia

    Enseamos tambin que la Iglesia no es otra cosa que la congregacin de los santos y los

    verdaderos creyentes. Sin embargo en este mundo, muchos falsos cristianos e hipcritas y mismo

    pecadores manifiestos estn mezclados entre los fieles. Ahora bien, los sacramentos son eficaces,

    aun si son administrados por sacerdotes malos, como Cristo mismo ha dicho: Los escribas y los

    Fariseos se han sentado en la ctedra de Moiss etc. Mt. 23,2.

    Condenamos por lo tanto a los Donatistas y a todos los que ensean lo contrario.

    Artculo IX: El Bautismo

    Enseamos que el Bautismo es necesario para la salvacin y que por el Bautismo se nos

    da la gracia divina. Enseamos tambin que se deben Bautizar los nios y que por este Bautismo

    son ofrecidos a Dios y reciben la gracia de Dios

    Es por esto que condenamos a los Anabaptistas que rechazan el Bautismo de los nios.

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    Artculo 1X: La Santa Cena del Seor

    En cuanto a la Santa Cena del Seor, enseamos que el verdadero cuerpo y la verdadera

    sangre de Cristo estn realmente presentes, distribuidas y recibidas en la Cena bajo las especies

    del pan y del vino. Rechazamos pues la doctrina contraria.

    Artculo XI: La Confesin

    Con respecto a la Confesin, enseamos que se debe mantener la absolucin privada en la

    Iglesia aunque no sea necesaria la enumeracin de todos los pecados, ya que esto es imposible

    como lo dice el Salmo 19,13: Quin conoce todos sus pecados?

    Artculo XII: El arrepentimiento

    En lo que concierne al arrepentimiento, enseamos que aquellos que han pecado despus

    del Bautismo pueden obtener el perdn de sus pecados todas las veces que se arrepientan y que la

    Iglesia no debe rechazar su absolucin. El verdadero arrepentimiento comprende en primer lugar

    la contricin, es decir el dolor y terror que uno siente a causa del pecado; en segundo lugar la fe

    en el Evangelio y en la absolucin, es decir, la certeza que los pecados nos son perdonados y que

    la gracia nos llega por los mritos de Jesucristo. Es esta fe la que consuela los corazones y que da

    paz a la conciencia. Luego de esto se debe enmendar la vida y renunciar al pecado. Ya que tales

    deben ser los frutos del arrepentimiento, como lo dijo Juan el Bautista (Mt. 2,8) Muestren los

    frutos de una sincera conversin.

    Condenamos pues a los Anabaptistas que niegan que los justificados puedan recibir el

    Espritu Santo. Igualmente a los que ensean que una vez convertido, el cristiano no puede volver

    a caer en el pecado. Condenamos tambin a los Novacianos que niegan la absolucin a los que

    pecaron despus del Bautismo. Finalmente rechazamos a los que ensean que se obtiene el

    perdn de los pecados, no por la fe, sino por nuestras satisfacciones.

    Artculo XIII: Sobre el uso de los sacramentos

    Sobre los Sacramentos enseamos que no han sido instituidos solamente para ser signos

    visibles mediante los cuales se reconoce a los cristianos, sino tambin que son testimonios de la

    buena voluntad de Dios hacia nosotros, instituidos para despertar y afirmar nuestra fe. Por esto

    exigen la fe y solamente son empleados correctamente si uno los recibe con fe y para consolidar

    la fe.

    Condenamos pues a los que ensean que los sacramentos "ex opere aperator" justifican y

    no ensean la necesidad de la fe para recibirlos.

    Artculo XIV: El orden en la Iglesia

    En cuanto al gobierno de la Iglesia, enseamos que nadie debe ensear o predicar

    pblicamente en la Iglesia, ni administrar los Sacramentos a menos que haya recibido una

    vocacin regular.

    Artculo XV: Sobre los ritos eclesisticos

    En cuanto a los ritos eclesisticos establecidos por hombres, enseamos que uno debe

    observar lo que pueda observar sin pecar y que contribuya a la paz y al buen orden en la Iglesia,

    como por ejemplo ciertas fiestas y otras solemnidades. Sin embargo, exhortamos a no cargar las

    conciencias, como si esta suerte de instituciones humanas fueran necesarias para la salvacin.

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    22

    Antes bien enseamos que todas las ordenanzas y las tradiciones instituidas por los hombres para

    reconciliarse con Dios y merecer su gracia, son contrarias al Evangelio y a la doctrina de la

    salvacin por la fe en Cristo. He aqu por lo que tenemos por intiles y contrarias al Evangelio los

    votos monsticos y otras tradiciones que establecen diferencias entre alimentos, das, etc. por las

    cuales se piensa merecer la gracia y ofrecer satisfaccin por los pecados.

    Artculo XVI: El gobierno civil

    En lo que concierne al Estado y al gobierno temporal, enseamos que todas las

    autoridades en el mundo, los gobiernos y las leyes civiles que mantienen el orden pblico, son

    instituciones excelentes, creadas y establecidas por Dios. Un cristiano es libre de ejercer las

    funciones de magistrado, soberano o juez. Puede recurrir a los juicios basados en las leyes

    imperiales y las otras leyes en vigor, castigar a los malvados, emprender una guerra justa, ser

    soldado, hacer contratos legales, tener propiedad, hacer juramentos cuando le sean requeridos,

    casarse etc. Condenamos a los Anabaptistas que prohben todas estas cosas a los creyentes.

    Condenamos tambin a aquellos que ensean que la perfeccin cristiana consiste en

    renunciar a las cosas mencionadas mas arriba, mientras que la verdadera perfeccin consiste en el

    temor en Dios y la fe. El Evangelio no ensea una justicia temporal y exterior, sino que insiste en

    la vida interior, en la justicia del corazn que es eterna. No se opone al gobierno civil ni al estado,

    ni al matrimonio, sino que quiere que se observen todas esas cosas como instituciones divinas.

    Por lo tanto, los Cristianos estn necesariamente obligados a obedecer a sus magistrados y leyes,

    salvo en el caso de que estas lo conduzcan al pecado. En este caso deben obedecer a Dios antes

    que a los hombres cf. Hch 5, 29.

    Artculo XVII: Del retorno de Cristo para Juzgar

    Enseamos que Nuestro Seor Jesucristo aparecer en el ltimo da para juzgar a vivos y

    muertos. Resucitar a todos los muertos. A los justos les dar la vida eterna y la felicidad. A los

    impos y a los demonios los condenar al infierno y los tormentos eternos.

    Condenamos pues a los Anabaptistas que ensean que las penas de los condenados y los

    demonios tendrn un fin. Rechazamos asimismo algunas doctrinas judas que hoy en da algunos

    ensean, que dicen que antes de la resurreccin de los muertos, los justos dominarn la tierra y

    destruirn a los impos.

    Artculo XVIII: El libre albedro

    En lo que respecta al libre arbitrio, enseamos que el hombre posee una cierta libertad

    para elegir una vida exteriormente justa y que puede elegir entre las cosas accesibles a la razn.

    Pero sin la gracia, la asistencia y la operacin del Espritu Santo no le es posible al hombre

    agradar a Dios, arrepentirse sinceramente y poner en El su confianza y remover de su corazn la

    maldad innata que posee. Esto no es posible sino mediante el Espritu Santo que nos ha sido

    donado por la Palabra, ya que San Pablo dice en 1 Cor 2,14: El hombre natural no capta las

    cosas del Espritu de Dios.

    Esto es dicho de muchas maneras bien claras por San Agustn al hablar sobre el libre

    albedro en su libro Hipognosticon, L. 3: Confesamos que todos los hombre tienen un libre

    albedro, ya que todos tienen por naturaleza una razn y una inteligencia innatas. No es que sean

    libres en el sentido que sean capaces de relacionarse con Dios, como por ejemplo amarlo y

    temerle con todo el corazn; sino que lo son en el sentido de que pueden elegir entre el bien o el

    mal en las obras exteriores de esta vida. Por bien entiendo lo que la naturaleza humana es capaz

    de llevar a cabo: por ejemplo trabajar en un campo, comer, beber, visitar un amigo o no hacerlo,

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    23

    vestirse o desvestirse, casarse, ejercer un oficio y hacer otras cosas parecidas que son buenas y

    tiles. Y sin embargo, todo esto no se hace sin Dios y no subsiste sin El, ya que de El y por El

    son todas las cosas. Por otra parte el hombre puede por su propia decisin elegir el mal, como por

    ejemplo adorar un dolo, cometer un asesinato, etc..

    Condenamos pues a los Pelagianos y otros, que ensean que sin el Espritu Santo, por el

    poder propio de la naturaleza, el hombre puede amar a Dios sobre todas las cosas, cumplir sus

    mandamientos como tocando "la substancia del acto". Ya que, aunque la naturaleza puede ejercer

    un acto externo (por ejemplo puede impedir que las manos del ladrn se posen sobre lo que

    quiere robar o matar), sin embargo no puede producir mociones internas, como el temor de Dios,

    la confianza en Dios, la castidad, la paciencia, etc.

    Artculo XIX: El origen del pecado

    Con respecto al origen del pecado, he aqu lo que enseamos: Dios ha creado y preserva a

    la naturaleza toda entera, sin embargo la causa del pecado es la voluntad de los malvados, esto es

    de los hombres impos que, sin la ayuda de Dios se apartan de Dios, como dice Cristo en Jn. 8,

    44: cuando dice la mentira, dice lo que le sale de adentro.

    Artculo XX: La fe y las obras

    Es falsa la acusacin que se nos hace de prohibir las buenas obras. Los escritos sobre los

    diez Mandamientos y otros por el estilo, dan testimonio de que hemos enseado todo los

    concerniente a las buenas obras de todos los estados de vida y lo que se necesita para agradar a

    Dios. Con respecto a estas cosas los predicadores ordinariamente ensean poco, exhortando a

    obrar cosas infantiles e innecesarias como la observancia de feriados, ayunos, hermandades,

    peregrinaciones, servicios en honor a los santos, rosarios, vida monstica etc. Como nuestros

    adversarios han sido amonestados sobre estas cosas, han comenzado ahora a dejarlas de lado y no

    predican sobre estas obras como antes. Han comenzado ahora a mencionar a la fe, de la cual

    anteriormente haba un admirable silencio. Ensean que no somos justificados solamente por las

    obras, sino por una unin de fe y obras. Dicen tambin que somos justificados por la fe y las

    obras. Esta doctrina es ms tolerable que la antigua y produce mayor consolacin que la anterior.

    As como la doctrina concerniente a la fe, que debera ser la mas importante en la Iglesia,

    ha sido tanto tiempo dejada de lado, como lo demuestra el casi total silencio en los sermones

    concerniente a la rectitud de la fe, mientras la doctrina de las obras era largamente expuesta, los

    nuestros han comenzado a instruir a los fieles de la siguiente manera:

    En primer lugar, que nuestras obras no tienen el poder de reconciliarnos con Dios o

    merecer el perdn de los pecados, la gracia o la justificacin, sino que esto se obra nicamente

    por la fe; ya que cuando creemos que nuestros pecados han sido perdonados a causa de Cristo que

    es el mediador para reconciliar al padre con nosotros (1 tim. 2,5). Aquel que se imagina que

    puede merecer la gracia, desprecia el mrito y la gracia de Cristo; busca un camino por s solo

    para llegar a Dios sin Cristo, cosa contraria al Evangelio.

    La doctrina concerniente a la fe es tratada abiertamente y claramente por San Pablo en

    muchos lugares de sus escritos, particularmente en la carta a los Efesios donde dice Han sido

    salvados por la gracia mediante la fe, y esto no viene de ustedes sino que es don de Dios;

    tampoco viene de las obras, para que nadie se glore. (Ef. 2, 8).

    Y para que no se piense que damos aqu una nueva interpretacin de Pablo, podemos

    recurrir al testimonio de los Padres que tratan el tema de la misma manera.

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    San Agustn, en muchos de sus volmenes, habla de estas cosas, enseando tambin que

    es por medio de la fe en Cristo y no por las obras que obtenemos la gracia y la justicia delante de

    Dios. Similarmente San Ambrosio en el De Vocatione Gentium y en otros lados, ensea lo

    mismo. En el De Vocatione Gentium dice lo siguiente: "La redencin por la sangre de Cristo

    tendra poco valor, tampoco las obras del hombre estaran miradas desde la misericordia de Dios

    si la justificacin, que se obtiene por la gracia, fuera debida a los mritos del hombre, como si

    fuera, no el regalo del donador sino la recompensa del trabajador."

    Pero aunque esta doctrina sea menospreciada por los inexpertos, no obstante las

    conciencias temerosas de Dios encuentran por experiencia que trae una gran consolacin, porque

    las conciencias no pueden tranquilizarse a travs de ninguna obra sino solamente por la fe,

    cuando pisan el terreno firme de que por Cristo han sido reconciliados con Dios. Como ensea

    San Pablo en Rom. 5,1: "Habiendo pues, recibido de la fe nuestra justificacin, estamos en paz

    con Dios". Toda esta doctrina dice relacin al conflicto de la conciencia que busca la justificacin

    y no puede entenderse fuera de ese conflicto. Por lo tanto el hombre profano y sin experiencia

    juzga mal cuando suean que la justificacin cristiana no es otra cosa que la justicia civil y

    filosfica.

    Antiguamente las conciencias estaban plagadas con la doctrina de las obras, no

    escuchaban la consolacin del evangelio. Algunas personas eran conducidas por su conciencia al

    desierto, a los monasterios, esperando merecer all la gracia por ese gnero de vida. Algunos

    otros realizaban otras obras mediante las cuales buscar la satisfaccin de sus pecados. Haba por

    lo tanto mucha necesidad de renovar esta doctrina de la fe en Cristo para dar fin a las conciencias

    ansiosas, de manera que supieran, no sin consolacin, que la gracia y el perdn de los pecados y

    la justificacin se obtienen por medio de la fe en Cristo.

    Instruimos de esta manera a todo el mundo de que el trmino "fe" no significa aqu

    meramente el conocimiento de la historia como creen los demonios y los impos sino

    tambin en los efecto de esa historia, principalmente este artculo: el perdn de los pecados, es

    decir, que por medio de Cristo tenemos la gracia, la justicia y el perdn de los pecados.

    El que sabe que por Cristo tiene un Padre propio, conoce verdaderamente a Dios; sabe

    tambin que Dios cuida de el y que puede invocarlo y no est sin Dios como los gentiles. Puesto

    que los demonios y los impos no pueden creer este artculo: el perdn de los pecados. Por lo

    tanto odian a Dios como a un enemigo y no esperan ningn bien de El. Agustn tambin recuerda

    a sus lectores que la palabra "fe" en la Biblia se entiende no como conocimiento, sino como

    confianza que consuela y da coraje a las mentes atribuladas.

    Mas an, enseamos que es necesario hacer buenas obras, no porque esperamos merecer

    la gracia por medio de ellas, sino porque es la voluntad de Dios. Es solamente por medio de la fe

    que se obtiene el perdn de los pecados, y esto gratuitamente. Y porque por medio de la fe

    recibimos al Espritu Santo, los corazones se renuevan y llenan con nuevos sentimientos, de

    manera que dan lugar a que surjan buenas obras. Ambrosio dice en este sentido: "la fe es la

    madre de la buena voluntad y las obras justas". Ya que los hombre sin el Espritu Santo est lleno

    de afectos desordenados y es muy dbil para realizar obras buenas a los ojos de Dios. Adems

    estn bajo el poder del demonio que los empuja a diversos pecados, a opiniones impas, a

    crmenes alevosos. Esto lo podemos ver en los filsofos, que aunque buscaban vivir una vida

    honesta, no pudieron y estuvieron llenos de pecados y crmenes. Tal es la debilidad del hombre

    cuando est sin fe y sin el Espritu Santo y se gobierna a s mismo por sus solas fuerzas.

    Por lo tanto puede verse que esta doctrina no prohbe las buenas obras, mas bien las

    recomienda, porque muestra cmo se nos mueve a realizarlas. Ya que sin la fe la naturaleza

    humana no puede realizar las obras del primer o segundo Mandamiento. Sin la fe el hombre no

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    puede dirigirse a Dios ni esperar nada de El, ni llevar la cruz, sino que busca y se apoya en la

    ayuda del hombre. De esta manera cuando no hay fe ni confianza en Dios, todo tipo de

    concupiscencias y consejos meramente humanos rigen el corazn. Por eso dijo el Seor en Jn.

    15,5: "Sin mi nada podis hacer". Y la Iglesia canta:

    Sin tu favor divino

    nada hay en el hombre

    Artculo XXI: Sobre el culto a los santos

    Con respecto al culto a los santos enseamos que se puede proponer la memoria de los

    santos a los fieles de manera que imitemos su fe y obras de acuerdo a la propia vocacin, como el

    Emperador puede seguir el ejemplo de David para hacer la guerra al turco y alejarlo de sus

    dominios, ya que los dos son reyes. Pero la Escritura no ensea que se deba invocar a los santos,

    pedir su ayuda e intercesin, ya que tenemos a Cristo como nico mediador, propiciador, Sumo

    Sacerdote e intercesor. El debe ser invocado y nos ha prometido escuchar nuestra oracin. Y este

    es el culto ms excelente de todos y consiste en buscar a Cristo e invocarlo del fondo del corazn

    con todas nuestras fuerzas y nuestros deseos. San Juan lo dice as: "Si alguno ha pecado, tenemos

    un abogado junto al Padre, Jesucristo el justo" 1 Jn. 2, 1.

    Conclusin de la primera parte

    Esta es en resumen la doctrina que enseamos y predicamos en nuestras Iglesias. Como

    puede verse nada vara de las Escrituras ni de la Iglesia Catlica ni de la Iglesia de Roma como se

    la conoce por sus escritores. Si este fuera el caso, su juicio es errneo al juzgar a nuestros

    predicadores como herejes. Han sin embargo desacuerdo con los que respecta ciertos abusos que

    se han infiltrado en la Iglesia sin la debida autoridad. Pero an en stos, si hubiera alguna

    diferencia, debera haber indulgencia por parte de nuestros obispos en razn de la Confesin que

    hemos presentado ahora, porque ni siquiera los cnones son tan severos como para demandar los

    mismos ritos en todos los lados, ni tampoco en todo momento han sido los ritos de todas las

    Iglesias los mismos, aunque entre nosotros en su mayor parte, los ritos antiguos son

    diligentemente observados. Porque es falso y malicioso acusarnos de que todas las cosas

    instituidos antiguamente han sido suprimidas en nuestras Iglesias. Porque ha sido una queja

    comn que algunos de los abusos ms graves estaban en relacin con los ritos ordinarios. Estos,

    en la medida que no pudieran aprobarse delante de una conciencia recta, han sido en cierto

    sentido corregidos.

    Artculo XXII: Sobre la comunin bajo las dos especies

    A los laicos se les da a comulgar bajo las dos especies en la Cena del Seor, ya que este

    uso proviene de un mandamiento del Seor en Mt. 26,27: "Tomad y bebed todos de de el". Cristo

    ha manifestado de esta manera su mandamiento concerniente a la copa de la cual todos deben

    beber.

    Y no se puede pensar que esto se refiere solamente a los sacerdotes. Pablo en 1 Cor. 11,

    27 indica que toda la comunidad comulgaba bajo las dos especies. Y esto uso permaneci durante

    mucho tiempo en la Iglesia. No se sabe cuando ni bajo qu autoridad fue cambiado, aunque el

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    Cardenal Cusano menciona el tiempo en que fue aprobado. Cipriano da testimonio que la sangre

    era dada al pueblo. Lo miso atestigua Jernimo que dice: "Los sacerdotes administran la

    Eucarista y distribuyen la Sangre de Cristo al pueblo. De la misma manera el Papa Gelasio

    ordena que el sacramento no sea dividido (dis. II, De Consecratione, cap. Comperimus).

    Solamente la costumbre reciente dice lo contrario. Pero es evidente que la costumbre introducida

    contra los mandamientos de Dios no ha de ser admitida, como lo dicen los cnones (dis.III, cap.

    Veritate y los captulos siguientes). Adems esta costumbre va no solamente contra la Escritura,

    sino tambin contra los antiguos cnones y ejemplos de la Iglesia. Por lo tanto, si alguno prefiri

    el uso de las dos especies del Sacramento, no debera haber sido compelido con defensa a su

    conciencia a hacer lo contrario. Y porque la divisin del Sacramento se contradice con los

    Mandamientos de Cristo, acostumbramos omitir la procesin que hasta ahora ha estado en uso.

    XXIII. EL MATRIMONIO DE LOS SACERDOTES

    Se ha hecho or en todo el mundo, entre toda clase de personas, ya de posicin elevada ya

    humilde, una muy fuerte queja con respecto a la gran inmoralidad y la vida desenfrenada de los

    sacerdotes que no podan permanecer continentes y que con sus vicios tan abominables haban

    llegado al colmo. Para evitar tanto y tan terrible escndalo, adulterio y otras formas de lascivia,

    algunos de nuestros sacerdotes han contrado matrimonio. Estos aducen como motivo que los

    impuls la gran angustia de su conciencia, ya que la Escritura afirma claramente que el

    matrimonio fue ordenado por Dios el Seor para evitar la impureza, como dice Pablo: A causa

    de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer; asimismo: Mejor es casarse que

    quemarse. Y al decir Cristo en Mateo 19: 11: No todos reciben esta palabra, el mismo Cristo

    (y seguramente conoca la naturaleza humana) indica que pocos tienen el don de la continencia.

    Varn y hembra Dios los cre, Gn. 1: 27. La experiencia ha demostrado con sobrada claridad

    si el hombre, por sus propias fuerzas y facultades, sin don y gracia especiales de Dios, por propio

    empeo y voto, puede mejorar o cambiar la creacin de Dios, quien es la suprema majestad. Qu

    clase de vida buena, honesta y casta, qu conducta cristiana, honrosa y recta ha resultado de ello?

    Ha quedado de manifiesto que en la hora de la muerte muchos han sufrido en su conciencia

    horrible y espantosa inquietud y tormento, cosa que muchos de ellos mismos han admitido. Ya

    que la palabra y el mandamiento de Dios no pueden ser alterados por ningn voto o ley humana,

    los sacerdotes y otros clrigos se han casado movidos por stos y otros motivos y razones.

    Tambin se puede comprobar por los relatos y por los escritos de los Padres que en la iglesia

    cristiana de antao los sacerdotes y diconos acostumbraban casarse. Por eso dice Pablo en 1

    Tim. 3: Es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer. Y no fue sino

    hace apenas cuatrocientos aos que los sacerdotes en tierras germnicas fueron despojados con

    violencia del matrimonio y obligados a tomar el voto de castidad. Y fue tan generalizada y

    vehemente la oposicin que un arzobispo de Maguncia, el cual haba promulgado el nuevo edicto

    papal al respecto, por poco fue muerto en una insurreccin de todo el sacerdocio. La misma

    prohibicin desde el principio fue puesta en prctica tan precipitada y desmaadamente que el

    papa no slo prohibi a los sacerdotes el matrimonio futuro, sino que disolvi los matrimonios de

    quienes haban estado casados por mucho tiempo, lo cual no slo es contrario a todo derecho

    divino, natural y secular, sino que tambin es diametralmente opuesto a los cnones que los

    mismos papas haban formulado y a los concilios ms clebres. Asimismo, muchas personas

    encumbradas, piadosas y entendidas, han exteriorizado la opinin de que este celibato forzado y

    el despojamiento del matrimonio, que Dios mismo instituy y dej al arbitrio de cada uno, jams

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    ocasion nada bueno, sino al contrario ha dado origen a vicios graves y mucho escndalo.

    Tambin uno de los mismos papas, Po, como lo demuestra su biografa, dijo repetidas veces e

    hizo escribir que quizs haya razones que veden el matrimonio a los clrigos, pero hay muchas

    razones ms poderosas, importantes y categricas para permitirles nuevamente la libertad de

    casarse. No cabe duda que el papa Po, como hombre inteligente y sabio, hizo esta aseveracin

    tras mucha reflexin.

    Por lo tanto, en sumisin a Vuestra Majestad Imperial, estamos confiados de que Vuestra

    Majestad, como emperador cristiano e ilustre, se dignar tener presente que en estos das

    postreros de los cuales habla la Escritura, el mundo se vuelve peor y los hombres se hacen

    siempre ms dbiles y frgiles.

    Por consiguiente, es muy necesario, provechoso y cristiano comprender este hecho para

    que la prohibicin del matrimonio no ocasione la introduccin en tierras alemanas de inmoralidad

    y vicios ms vergonzosos. Nadie puede disponer ni modificar tales cosas con ms sapiencia o

    mejor que Dios mismo, quien instituy el matrimonio para prestar auxilio a la debilidad humana

    y evitar la inmoralidad.

    Tambin los antiguos cnones dicen que a veces es necesario suavizar y disminuir la

    dureza y el rigor, a causa de la debilidad humana para prevenir y evitar el escndalo.

    En este caso sera por cierto cristiano y necesario. Cmo puede ser una desventaja para

    toda la iglesia cristiana el matrimonio de los sacerdotes y religiosos, especialmente el matrimonio

    de los pastores y otros que deben servir a la iglesia? En lo futuro habr escasez de sacerdotes y

    pastores si esta dura prohibicin del matrimonio permanece en pie.

    El matrimonio de los sacerdotes y clrigos est fundamentado en la Palabra y el mandato

    divinos. Adems, la historia demuestra que los sacerdotes contrajeron matrimonio y que el voto

    de castidad ha ocasionado tanto escndalo espantoso y anticristiano, tanto adulterio, inmoralidad

    horrible y vicio abominable que hasta algunos hombres honrados entre el clero de catedral y

    algunos cortesanos de Roma lo han admitido con frecuencia y han aseverado quejosamente que el

    predominio abominable de tal vicio entre el clero provocara la clera de Dios. En vista de esto,

    es lamentable que el matrimonio cristiano no slo haya sido prohibido, sino que en algunos

    lugares se lo haya castigado muy precipitadamente, como si se tratara de un gran crimen, y todo

    esto a pesar de que en la Sagrada Escritura Dios orden tener en gran estima el matrimonio. El

    matrimonio tambin se ensalza en el derecho imperial y en todas las monarquas donde ha habido

    leyes y justicia. Slo en nuestra poca se empieza a martirizar a la gente inocente nicamente a

    causa del matrimonio, especialmente a los sacerdotes, con los cuales debiera guardarse ms

    consideracin que con otros. Esto acontece no solo contrariamente al derecho divino sino

    tambin al derecho cannigo. En 1 Ti. 4: 13 el apstol Pablo llama doctrina de demonios a la

    enseanza que prohbe el matrimonio. Cristo mismo dice en Juan 8: 44 que el diablo fue asesino

    desde el principio. Estos dos textos concuerdan bien, porque necesariamente es doctrina de

    demonios lo que prohbe el matrimonio y se atreve a mantener tal doctrina mediante el

    derramamiento de sangre.

    Pero as como ninguna ley humana puede abolir o alterar el mandamiento de Dios,

    tampoco ningn voto lo puede alterar. Por lo tanto, San Cipriano aconseja que se casen las

    mujeres que no guardan la castidad prometida; as dice en su epstola undcima: Pero si no

    quieren o no pueden conservar la castidad, es mejor casarse que caer en el fuego por causa de sus

    deseos, cuidndose muy bien de no hacer tropezar a los hermanos y hermanas. Adems, todos

    los cnones usan de mucha lenidad y equidad para con aquellos que en su juventud hicieron voto,

    y lo cierto es que la mayor parte de los sacerdotes y los monjes en su juventud ingresaron en ese

    estado por ignorancia.

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    XXIV. LA MISA

    Se acusa a los nuestros sin razn de haber abolido la misa. Es manifiesto (lo decimos sin

    jactancia) que la misa se celebra con mayor reverencia y seriedad entre nosotros que entre los

    oponentes. Asimismo, se instruye al pueblo con frecuencia y suma diligencia acerca del propsito

    de la institucin del santo sacramento y respecto a su uso; es decir, que debe usarse con el fin de

    consolar las conciencias angustiadas. As se atrae al pueblo a la comunin y a la misa. Al mismo

    tiempo, tambin se imparte instruccin en cuanto a otras doctrinas falsas acerca del sacramento.

    Adems, en las ceremonias pblicas de la misa no se ha introducido ningn cambio manifiesto,

    excepto que en algunas partes se entonen himnos alemanes, junto a los cnticos latinos, para

    instruir y aleccionar al pueblo, ya que el propsito principal de todas las ceremonias debe ser que

    el pueblo aprenda lo que necesite saber de Cristo.

    Se ha abusado de la misa de muchas maneras en tiempos pasados. Todo el mundo sabe

    que se ha hecho de la misa una especie de feria, que las misas se compraban y se vendan y se

    celebraban en todas las iglesias mayormente para lucrar. Estos abusos fueron criticados repetidas

    veces por hombres eruditos y piadosos, tambin antes de nuestra poca. Nuestros predicadores

    han hablado de estas cosas, y se ha recordado a los sacerdotes la grave responsabilidad que debe

    pesar sobre cada cristiano, es decir, que quien use del sacramento indignamente es culpable del

    cuerpo y de la sangre de Cristo. Por consiguiente, tales misas privadas y misas votivas, que hasta

    ahora se han celebrado por fuerza y con fines de lucro y por inters de las prebendas, han sido

    suspendidas en nuestras iglesias.

    Al mismo tiempo se ha repudiado el error abominable segn el cual se enseaba que

    nuestro Seor Cristo por su muerte hizo satisfaccin slo por el pecado original e instituy la

    misa como sacrificio por los dems pecados, estableciendo as la misa como sacrificio por los

    vivos y los muertos para quitar el pecado y aplacar a Dios. De ah se lleg a debatir si una misa

    celebrada por muchos vale tanto como una celebrada por un solo individuo. El gran nmero

    incontable de misas tienen su origen en el deseo de obtener de Dios por medio de esta obra todo

    lo que uno necesita, al paso que se ha echado al olvido la fe en Cristo y el verdadero culto a Dios.

    Por esta razn, como sin duda lo exiga la necesidad, se ha dado instruccin para que

    nuestro pueblo tuviera conocimiento del uso debido del sacramento. En primer lugar, la Escritura

    indica en muchos lugares que no hay sacrificio alguno por el pecado original y otros pecados

    fuera de la nica muerte de Cristo. Porque est escrito en la Epstola a los Hebreos que Cristo se

    santific a s mismo una sola vez y as hizo satisfaccin por todos los pecados (10: 10, 14). En

    realidad es una innovacin inaudita en la doctrina eclesistica que la muerte de Cristo expa

    nicamente el pecado original y no los dems pecados. Por lo tanto, es de esperarse que todos

    entendern que tal error no se ha reprobado sin causa justificada.

    En segundo lugar, San Pablo ensea que obtenemos la gracia ante Dios por la fe y no

    mediante las obras. Manifiestamente contrario a esta doctrina es el abuso de la misa segn el cual

    se supone que la gracia se consigue mediante esta obra. Adems, es bien sabido que se emplea la

    misa con el fin de borrar el pecado y obtener de Dios la gracia y toda suerte de beneficios. El

    sacerdote cree hacer esto no slo por s mismo, sino tambin por todo el mundo y por otros, tanto

    vivos como muertos.

    En tercer lugar, el santo sacramento no fue instituido para hacer de l un sacrificio por el

    pecado porque este sacrificio ya se ha realizado sino con el fin de despertar nuestra fe y de

    consolar nuestras coincidencias, al darnos cuenta mediante el sacramento de que la gracia y el

    perdn del pecado nos han sido prometidos por Cristo. Por esta razn este sacramento exige fe y

    sin fe se usa en vano. Puesto que la misa no es un sacrificio para quitar los pecados de otros,

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    vivos o muertos, sino que debe ser una comunin en la cual el sacerdote y otros reciben el

    sacramento para s, nuestra costumbre es que en los das de fiesta y en otras ocasiones cuando

    hay comulgantes presentes, se celebra la misa, para que comulguen quienes lo deseen. De modo

    que la misa se conserva entre nosotros en su debido uso, de la misma manera como se celebr

    antiguamente en la iglesia y como se puede comprobar en la Primera Epstola de San Pablo a los

    Corintios, cap. 11: 20 ss., y en los escritos de muchos Padres. Por ejemplo, Crisstomo refiere

    cmo el sacerdote a diario estaba delante del altar, invitando a algunos a comulgar, pero

    prohibindoselo a otros. Los antiguos cnones indican que uno solo celebraba el oficio y daba la

    comunin a los sacerdotes y diconos, porque as rezan las palabras del canon de Nicea: Los

    diconos en su orden debern recibir, despus que los sacerdotes, el sacramento de manos del

    obispo o del sacerdote. De manera que no se ha introducido innovacin alguna que no existiera

    en la iglesia de antao, tampoco se ha hecho cambio alguno en las ceremonias pblicas de la

    misa, salvo que se han suprimido las misas innecesarias que se celebraban, quizs a manera de

    abuso, al lado de la misa parroquial. Por consiguiente, en toda justicia, esta manera de celebrar la

    misa no deber condenarse como hertica y anticristiana. Antiguamente, an en los templos

    grandes frecuentados por mucha gente, no se celebraban misas diarias ni en los das cuando

    concurra la gente, ya que la Historia Tripartita en el libro 9 indica que en Alejandra los

    mircoles y los viernes se lea y se interpretaba la Escritura, y por lo dems se celebraban todos

    los oficios sin la misa.

    XXV. LA CONFESIN

    La confesin no ha sido abolida por parte de los predicadores de nuestro lado. Se conserva

    entre nosotros la costumbre de no ofrecer el sacramento a quienes con antelacin no hayan sido

    odos y absueltos. A la vez se ensea diligentemente al pueblo que la palabra de la absolucin es

    consoladora y que ha de tenerse en gran estima. No es la voz o la palabra del hombre que la

    pronuncia, sino la palabra de Dios, quien perdona el pecado, ya que la absolucin se pronuncia en

    lugar de Dios y por mandato de l. Se instruye con mucha diligencia que este mandato y poder de

    las llaves es muy consolador y necesario para las conciencias aterrorizadas. Tambin enseamos

    que Dios ordena creer en esta absolucin como si fuera su voz que resuena desde el cielo y que

    debemos consolarnos gozosamente en base de la absolucin, sabiendo que mediante tal fe

    obtenemos el perdn de los pecados. En pocas anteriores los predicadores que daban mucha