El Mayor Bach

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EL DISCURSO DEL MAYOR BACK Durante la primera guerra Mundial, tuve la fortuna de escuchar el análisis de un gran soldado sobre cómo ser un líder. Este análisis fue entregado a los estudiaban para ser oficiales en el segundo campo de entrenamiento de Fort Sheridan por el Mayor C. A. Bach, un oficial del ejército tranquilo y modesto que ejercía de instructor. He conservado una copia de este discurso porque creo que es una de las mejores lecciones sobre Liderazgo que se han registrado jamás. Ejército tranquilo y modesto que ejercía de instructor. He conservado una copia de este discurso porque creo que es una de las mejores lecciones sobre liderazgo que se han registrado jamás. La sabiduría del discurso del mayor Bach es tan importante para la persona de negocios que aspira al liderazgo, o para el jefe de sección, o para el taquígrafo, o para el encargado de una tienda, o para el presidente de una fábrica que lo he conservado como parte de este curso. Con la esperanza de que, por medio de él, esta excelente disertación sobre el liderazgo llegue a manos de todos los jefes y todos los trabajadores y todas las personas ambiciosas que aspiren a él, en cualquier ámbito deja vida. Los principios en los que se basa esté discurso son tan aplicables al liderazgo en los negocios, en la industria y en las finanzas como lo son a una conducta eficaz en la guerra. El mayor Bach habló así: En breve, cada uno de vosotros controlará las vidas de cierto número de hombres. Tendréis a vuestro cargo a unos ciudadanos leales pero sin entrenamiento, que buscarán en vosotros instrucción y orientación. Vuestra palabra será su ley Vuestro comentario más casual será recordado Vuestros gestos serán imitados Vuestra vestimenta, vuestros andares, vuestro vocabulario, vuestra forma de mandar, serán copiados. Cuando os incorporéis a vuestra organización encontraréis ahí a un grupo de hombres serviciales que no os pedirán más que las cualidades que les inspirarán respeto, lealtad y obediencia. Estarán perfectamente preparados y ansiosos por seguiros, siempre y

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Un hermoso discurso sobre las tareas del liderazgo; pero sobre todo como dirigir equipos

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EL DISCURSO DEL MAYOR BACK

Durante la primera guerra Mundial, tuve la fortuna de escuchar el análisis de un gran soldado sobre cómo ser un líder. Este análisis fue entregado a los estudiaban para ser oficiales en el segundo campo de entrenamiento de Fort Sheridan por el Mayor C. A. Bach, un oficial del ejército tranquilo y modesto que ejercía de instructor. He conservado una copia de este discurso porque creo que es una de las mejores lecciones sobre Liderazgo que se han registrado jamás.Ejército tranquilo y modesto que ejercía de instructor. He conservado una copia de este discurso porque creo que es una de las mejores lecciones sobre liderazgo que se han registrado jamás.

La sabiduría del discurso del mayor Bach es tan importante para la persona de negocios que aspira al liderazgo, o para el jefe de sección, o para el taquígrafo, o para el encargado de una tienda, o para el presidente de una fábrica que lo he conservado como parte de este curso. Con la esperanza de que, por medio de él, esta excelente disertación sobre el liderazgo llegue a manos de todos los jefes y todos los trabajadores y todas las personas ambiciosas que aspiren a él, en cualquier ámbito deja vida. Los principios en los que se basa esté discurso son tan aplicables al liderazgo en los negocios, en la industria y en las finanzas como lo son a una conducta eficaz en la guerra.

El mayor Bach habló así:

En breve, cada uno de vosotros controlará las vidas de cierto número de hombres. Tendréis a vuestro cargo a unos ciudadanos leales pero sin entrenamiento, que buscarán en vosotros instrucción y orientación. Vuestra palabra será su ley Vuestro comentario más casual será recordado Vuestros gestos serán imitados Vuestra vestimenta, vuestros andares, vuestro vocabulario, vuestra forma de mandar, serán copiados.

Cuando os incorporéis a vuestra organización encontraréis ahí a un grupo de hombres serviciales que no os pedirán más que las cualidades que les inspirarán respeto, lealtad y obediencia. Estarán perfectamente preparados y ansiosos por seguiros, siempre y cuando vosotros los podáis convencer de que tenéis esas cualidades. Cuando llegue el momento en que conside-ren queno las poseéis, ya podéis despediros. Vuestra utilidad en dicha organización habrá llegado a su fin. (Qué cierto es esto en todo tipo de liderazgo).

Desde el punto de vista de la sociedad, el mundo podría dividirse en líderes y seguidores. Las profesiones tienen sus líderes, el mundo financiero tiene sus líderes. En todo

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este liderazgo es difícil, o quizás imposible, separar del elemento del puro liderazgo ese elemento egoísta de beneficio o ventaja personal para el individuo, sin el que cualquier liderazgo perdería su valor.

Es únicamente en el servicio militar donde los hombres sacrifican libremente sus vidas por una fe, donde están dispuestos a sufrir y a morir por el bien o para evitar un mal, donde podemos esperar realizar el liderazgo en su sentido más exaltado y desinteresado. Por lo tanto, cuando digo liderazgome estoy refiriendo al liderazgo militar.

Dentro de pocos días la gran mayoría de vosotros recibirá la graduación de oficial. Estas graduar iones no os convertirán en líderes, os convertirán solamente en oficiales. Os colocarán en una posición en la que podréis convertiros en líderes si poseéis los atributos adecuados.Pero debéis obrar bien, no tanto con vuestros superiores, como con los hombres que están a vuestro cargo.

Los hombres deben seguir a oficiales de batalla que no son líderes, y lo harán, pero la fuerza que impulsa a estos hombres no es el entusiasmo, sino la disciplina. Avanzan vacilantes y temblorosos, planteándose la pregunta que callan: « ¿Qué hará a continuación?». Estos hombres obedecen las palabras de sus órdenes, pero nada más. Desconocen absolutamente la devoción a su comandante, el entusiasmo exaltado que desdeña el riesgo personal, el auto sacrificio para asegurar su seguridad personal. Sus piernas los hacen avanzar porque, el cerebro y el entrenamiento les dicen que deben hacerlo. Su espíritu no los acompaña.

Los soldados fríos, pasivos, insensibles no consiguen grandes resultados. No llegan muy lejos y se detienen en cuanto pueden. El liderazgo no sólo exige, sino que también recibe, la obediencia voluntaria, resuelta, decidida y la lealtad de los hombres, y una devoción que les hará seguir, cuando llegue el momento, a su rey no coronado basta el infierno y regresar a él, si es necesario.

Os preguntaréis: «Entonces, ¿en qué consiste el liderazgo? ¿Qué debo hacer para convertirme en un líder? ¿Cuáles son los atributos del liderazgo, y cómo puedo cultivarlos?».

El liderazgo es un compuesto de una serie de cualidades. Entre las más importantes, nombraría la se-guridad en uno mismo, la autoridad moral, el auto sacrificio, el paternalismo, la justicia, la iniciativa, la decisión, la dignidad y el valor.

La seguridad en un mismo proviene, en primer lugar, del conocimiento exacto, en segundo lugar, de la capacidad de impartir ese conocimiento, y, en tercer lugar, del sentimiento de superioridad que es una consecuencia natural. Todas estas cosas le dan aplomo a un oficial. Para dirigir, ¡debes saber! Puedes engañar a todos tus hombres durante un tiempo, pero no puedes hacerlo todo el tiempo. Los hombres no tendrán confianza en un oficial a menos que éste sepa lo que hace, y debe saberlo desde abajo.

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El oficial debería saber más sobre el aspecto teórico que su primer sargento y el oficinista de su compañía juntos, debería saber más sobre el comedor que el sargento encargado de él, debería saber más sobre las enfermedades del caballo que el herrador de su tropa. Debería ser al menos tan buen tirador como cualquier hombre de su compañía.

Si el oficial no sabe y demuestra el hecho de no saber, es enteramente humano que el soldado se diga «Al diablo con él. No sabe tanto como yo sobre este tema», y que haga caso omiso, calmadamente, de las instrucciones recibidas.

¡Nada sustituye el conocimiento preciso!Debéis estar tan bien informados que los hombres os

busquen para haceros preguntas, que vuestros colegas oficiales se digan unos a otros: «Pregúntale a Smith. Él sabe».

Y cada oficial, no sólo debería conocer a fondo los deberes de su propio rango, sino que debería estudiar los de los dos rangos superiores a él. Esto confiere un beneficio doble. Así, se prepara para los deberes que pueden caerle en suerte en cualquier momento durante la batalla y, además, adquiere un punto de vista más amplio que le permite apreciar la necesidad de dar órdenes y aplicarse más inteligentemente a su ejecución.

El oficial, no sólo debe tener conocimientos, sino que debe ser capaz de plasmar lo que sabe en un lenguaje correcto, atrayente y enérgico. Debe aprender a hacer lo que tenga que hacer y hablar sin tener vergüenza. Me han dicho que en los campos de entrenamiento británicos a los que estudian para ser ofi-ciales se les pide que den charlas de diez minutos sobre cualquier tema que elijan. Ésta es una práctica excelente, porque para hablar con claridad uno debe pensar con claridad, y el pensamiento claro y lógico se expresa en órdenes claras y positivas.

Aunque la seguridad en uno mismo es el resultado de saber más que tus hombres, la autoridad moral sobre ellos se basa en tu convicción deque eres un hombre mejor. Para obtener y mantener esta autoridad debes tener autocontrol, resistencia y vitalidad física, y fuerza moral. Debes tanto autocontrol que, aunque en la batalla estés muerto de miedo, nunca lo demuestres. Porque, si con un movimiento presuroso o unas manos temblorosas, o un cambio de expresión, o una orden apresurada que es revocada inmediatamente, indicas tu estado mental, éste se reflejará en tus hombres en un grado mucho mayor.

En guarnición o en el campo, surgirán muchas situaciones que pondrán a prueba vuestro mal genio y destruirán la dulzura de vuestra disposición. Si en esos momentos perdéis los estribos, no os merecéis estar a cargo de los hombres. Porque los hombres furiosos dicen y hacen cosas de las que después, casi invariablemente se arrepienten.

Un oficial nunca debería pedir disculpas a sus hombres. Además, un oficial nunca debería ser culpable de un acto por el cual su sentido de la Justicia le diga que debería disculparse.

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Otro elemento necesario para obtener autoridad moral reside en la posesión de la suficiente vitalidad y resistencia físicas para soportar las pruebas por las que vosotros y vuestros hombres tendréis que pasar, y un espíritu intrépido que os permita, no sólo aceptarlas con alegría, sino también minimizar su magnitud.

Tomaos vuestros problemas con buen humor, conceded poca importancia a vuestras pruebas y ayudaréis esencialmente a crear en vuestra organización un espíritu cuyo valor en los momentos de tensión es incalculable

La fuerza morales el tercer elemento para adquirir una autoridad moral. Para ejercer una fuerza moral tenéis que vivir limpiamente,- debéis tener el suficiente poder mental para verlo correcto y desear hacer lo correcto.

¡Sed un ejemplo para vuestros hombres! Un oficial puede ser un poder para el bien o un poder

para el mal. No les deis un sermón: eso sería más que inútil. Vivid el tipo de vida que os gustaría que ellos llevaran, y os sorprenderá ver cuántos os imitan.

Un capitán gritón y profano que es descuidado en su apariencia personal tendrá una compañía gritona, profana y sucia. Recuerda lo que te digo: ¡Tú compañía será reflejo de ti mismo! Si tienes una compañía corrompida, será porque eres un capitán corrompido.

El auto sacrificio es esencial para el liderazgo. Darás y darás, todo el tiempo. Darás de ti físicamente, pues las horas más largas, el trabajo más duro y las mayores responsabilidades le tocan al capitán. Él es el primero en levantarse por la mañana y el ultimo en acostarse por la noche Trabaja mientras otros duermen. Darás de ti mentalmente, comprendiendo y valorando los problemas de los hombres que estén a tu cargo. La madre de éste ha muerto y aquel otro ha perdido todos sus ahorros con la quiebra de un banco. Es posible que quieran ayuda, pero, más que nada, desean comprensión. No cometas el error de rechazar a estos hombres arguyendo que tienes tus propios problemas, pues cada vez que lo hagas estarás arrojando fuera una piedra de los cimientos de tu casa.

Tus hombres son tus cimientos, y tu casa de liderazgo se desmoronará a menos que descansen seguros sobre ellos. Por último, darás de tus propios escasos recursos económicos. Con frecuencia, gastarás tu propio dinero para conservar la salud y el bienestar de tus hombres o para ayudarlos cuando tengan algún problema. Por lo general, lo recuperarás. Con mucha frecuencia, deberás sacarlo de tu cuenta de ganancias y pérdidas. A pesar de eso, el coste vale la pena.

Cuando digo que el paternalismo es esencial para el liderazgo, estoy utilizando el término en su mejor sentido. No me estoy refiriendo a esa forma de paternalismo que arrebata a los hombres la iniciativa, la confianza en sí mismos y el respeto a sí mismos. Me refiero al pater-nalismo que se manifiesta en un interés vigilante para con el consuelo y bienestar de quienes están a vuestro cargo.

Los soldados son un poco como niños. Uno tiene que ocuparse de que tengan alojamiento, comida y ropa, dándoles lo mejor que sus esfuerzos puedan ofrecer. Uno

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debe ocuparse de que tengan algo que comer antes de pensar en su propia comida, que cada uno de ellos tenga la mejor cama que se le pueda proporcionar, antes de pensar en dónde va a dormir uno. Uno debe estar mucho más preocupado por la comodidad de sus hombres que por la de uno mismo y debe cuidar la salud de éstos. Uno debe conservar sus fuerzas cuidándose de no exigirles un esfuerzo innecesario o un trabajo inútil.

Y, al hacer todas estas cosas, estaréis infundiendo vida a algo que, de lo contrario, sería una mera máquina. Estaréis creando un alma en vuestra organización que hará que la masa responda a vosotros como un solo hombre Y eso es espíritu.

Y cuando tu organización tenga este espíritu, despertarás una mañana y descubrirás que la situación se ha invertido: que en lugar de que tú veles constantemente por ellos, ellos, sin que te dieras cuenta, han asumido la tarea de velar por ti. Descubrirás que siempre alguien tiene el detalle de ocuparse de que tu tienda, si la tienes, sea armada con prontitud, de que te traigan la mejor y más limpia ropa de cama; de que dos huevos hayan sido añadidos a tu cena, cuando nadie más los tiene, que un hombre adicional esté ayudando a tus hombres a darle un buen almohaza miento a tu caballo, que tus deseos sean adivinados, que todos los hombres se ofrezcan a ayudar. Y, entonces, ¡lo habrás conseguido!

¡No podéis tratar a todos los hombres igual. Un castigo que un hombre despreciaría encogiéndose de hombros es una angustia mental para otro. Un comandante de una compañía que, por una ofensa dada, tiene una norma de castigo que se aplica a todos, o es indolente o es demasiado estúpido para hacerse cargo de la personalidad de sus hombres. En su caso, la justicia es, ciertamente, ciega.

Estudiando a vuestros hombres con el mismo cuidado que pone un cirujano en estudiar un caso difícil. Y, cuando estéis seguros de vuestro diagnóstico, aplicad el remedio Y recordad que lo aplicáis para efectuar una curación, no meramente para ver sufrir a la víctima. Quizá sea necesario profundizar pero, cuando estéis satisfechos con vuestro diagnóstico, no os alejéis de vuestro propósito por una falsa simpatía hacia la el paciente.

La justicia al dar un castigo va de la mano con la justicia del reconocimiento. Todo el mundo odia a un «cerdo humano». Cuando uno de vuestros hombres haya realizado un trabajo especialmente estimable, encargaos de que reciba la recompensa adecuada. Moved cielo y tierra a fin de conseguirla para él. No intentéis quitársela y quedárosla vosotros. Podéis hacerlo y salir airosos, pero habréis perdido el respeto y la lealtad de vuestros hombres. Tarde o temprano, los demás oficiales, vuestros hermanos, se enterarán de ello y os esquivarán como a un leproso. En la guerra hay suficiente gloria para todos. Dad leal hombre que está bajo vuestro mando lo que se merece. El hombre que toma y nunca da no es un líder. Es un parásito

Hay otro tipo de justicia: aquella que un oficial abuse de los privilegios de su rango. Cuando exijáis respeto de los

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soldados, aseguraos de tratarlos con el mismo respeto. Dessarrollad su hombría y su respeto por si mismos No intentéis destruirla.

Que un oficial sea despótico e insultante en el trato hacia los reclutas es un acto cobarde. Amarra al hombre a un árbol con las sogas de la disciplina y luego lo golpea en la cara sabiendo bien que él no podrá devolverle el golpe.

La consideración, la cortesía y el respeto de los oficiales hacia los reclutas no son incompatibles con la disciplina. Forman parte de nuestra disciplina. Sin iniciativa y decisión, ningún hombre puede esperar dirigir.

En las maniobras veréis con frecuencia que, cuando surge una emergencia, ciertos hombres dan al instante y calmadamente unas órdenes; más tarde, al analizarlas, se verá que, aun no siendo lo más adecuado, se le acercan mucho. Veréis que, en una emergencia, otros hombres se ponen muy nerviosos, sus cerebros se niegan a funcionar, o dan una orden apresurada y luego la revocan, dan otra orden y también la revocan. En pocas palabras, dan todas las señales inequívocas de estar muertos de miedo.

Del primer hombre se puede decir: «Ese hombre es un genio. No ha tenido tiempo de razonar. Actúa intuitivamente». ¡Ni hablar !El genio es meramente la capacidad de esmerarse infinitamente.

El hombre que está preparado es el hombre que se ha preparado. Ha estudiado de antemano las situaciones posibles que se pueden presentar, y ha confeccionado planes provisionales para cubrir dichas situaciones. Cuando se enfrenta a una emergencia, está preparado para hacerle frente. Debe tener la suficiente viveza mental para valorar el problema al que se enfrenta y el poder para razonar rápidamente, con la finalidad de determinar qué cambios son necesarios en su planya formulado. Además, debe tener la decisión para ordenarla ejecución y mantenerse firme en sus órdenes.

Cualquier orden razonable en una emergencia es mejor que ninguna. La situación está ahí, Enfréntate a ella. Es mejor hacer algo y equivocarse que dudar, ir preguntando por ahí qué es lo más adecuado y luego acabar no haciendo nada. Y, una vez decidida una línea de acción, manteneos en ella. No vaciléis. Los hombres no tienen ninguna confianza en un oficial que no tiene las cosas claras.

Ocasionalmente, seréis llamados a enfrentaros a una situación que ningún ser humano razonable podría prever. Si te has preparado para enfrentarte a otras emergencias que sí podrías prever, el entrenamiento mental que habrás obtenido de esta forma te permitirá actuar rápidamente y con calma.

Con frecuencia, deberás actuar sin recibir órdenes de una autoridad superior. El tiempo no te permitirá esperar a recibirlas. Aquí interviene, una vez más, la importancia de estudiar el trabajo de los oficiales que están por encima de ti. Si comprendes ampliamente toda la situación y puedes formarte una idea del plan general de tus superiores, esto,

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junto con tu preparación previa para las emergencias, te permitirá determinar que la responsabilidad es tuya y dar las órdenes necesarias sin demora.

El elemento de la dignidad personales importante en el liderazgo militar. Sé amigo de tus hombres, pero no un amigo íntimo. Tus hombres deberían respetarte, ¡no temerte! Si tus hombres se permiten una cierta familiaridad, es tu culpa, no la suya. Y, por encima de todo, no te rebajes buscando su amistad o tratando de congraciarte con ellos. Te despreciarán por ello. Si eres digno de su lealtad, respeto y devoción, sin duda te darán todas estas cosas sin que las pidas. Si no lo eres, nada de lo que hagas conseguirá que te las ganes.

Es sumamente difícil que un oficial sea dignificado si lleva un uniforme sucio, manchado y una barba de seis días. Un hombre así carece de respeto por sí mismo, y el respeto por uno mismo es un factor imprescindible para la dignidad.

Es posible que haya muchas ocasiones en las que tu trabajo acarree ropa sucia y un rostro sin afeitar. Todos tus hombres tendrán el mismo aspecto. En esas ocasiones, hay una amplia justificación para tu apariencia. De hecho, sería un error tener un aspecto demasiado limpio, pues ellos pensarían que no estás haciendo tu parte. Pero, en cuanto esta ocasión poco habitual haya pasado, sé un ejemplo de pulcritud personal.

Y luego mencionaría el valor. Necesitaréis el valor moral tanto como el valor mental: ese tipo de valor moral que te permite seguir sin vacilar un determinado curso de acción que tu discernimiento te ha indicado como el más apropiado para garantizar los resultados deseados.

En muchas ocasiones, especialmente en la acción, descubrirás que, después de haber dado tus órdenes para que se- haga una determinada cosa, te acosarán los recelos y las dudas, verás, o creerás ver, otros medios mejores para conseguir el objetivo buscado. Te sentirás Inertemente tentado a cambiar tus órdenes. No lo hagas hasta que quede claramente manifiesto que tus primeras órdenes eran radicalmente erróneas. Porque, si lo haces, volverás a preocuparte por dudar de la eficacia de tus segundas órdenes.

Cada vez que cambias tus órdenes sin una razón evidente, debilitas tu autoridad y la confianza de tus hombres. Ten el valor moral para mantenerte firme en tú orden y llévala a cabo.

El valor moral exige, además, que asumas la responsabilidad de tus propios actos. Si tus subordinados han llevado a cabo tus órdenes lealmente y el movimiento que has dirigido es un fracaso, el fracaso es tuyo, no de ellos. Tuyo habría sido el honor, en caso de que hubiese sido un éxito Asume la culpa si resulta ser un desastre, no intentes pasárselo a un subordinado para convertirlo en el chivo expiatorio Ese sería un acto cobarde. Además, necesitarás valor moral para determinar el destino de quienes están a tus órdenes. Con frecuencia, serás consultado para recomendaciones para promociones o

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degradaciones de oficiales y suboficiales bajo tu mando inmediato.

Ten claramente presentes en tu mente tu integridad personal y tu deber hacia tu país. No permitas que los sentimientos de amistad personal te desvíen de un estricto sentido de la justicia. Si tú propio hermano tú alférez y encuentras que no es apto para graduación apártalo. Si no lo haces, tu falta de valor moral podría tener como consecuencia la pérdida de vidas valiosas.

Por otro lado, si se te pide una recomendación respecto a un hombre que, por razones personales, te desagrada enormemente, no dejes de hacerle plena justicia. Recuerda que tu objetivo es el bien general, no la satisfacción de un rencor personal.

Estoy dando por sentado que tenéis valor físico. No necesito deciros cuan necesario es. El valor es más que la valentía. La valentía es no tener miedo, es ausencia de temor. El más imbécil puede ser valiente, porque carece de la mentalidad para apreciar el peligro; no sabe lo suficiente como para tener miedo.

Sin embargo, el valor es esa firmeza de espíritu, ese temple moral que, a pesar de que reconoce plenamente el peligro implicado, no obstante continúa con la empresa. La valentía es física, el valor es mental y moral. Puedes tener I río en todo el cuerpo,- tus manos pueden temblar, tus piernas pueden Maquear, tus rodillas pueden estar listas para c celen ése es el miedo. Sí, no obstante, sigues adelante, si a pesar de esa deserción física continuas dirigiendo a tus hombres contra el enemigo, entonces tienes valor. Las manifestaciones físicas del miedo pasarán. Es posible que las experimentéis sólo una vez. Son la «fiebre» del cazador que intenta matar a su primer venado No debes cederá ellas.

Hace varios años, mientras asistía a un curso sobre demoliciones, la clase de la que yo era miembro estaba manipulando dinamita. El instructor dijo respecto a esta manipulación. «Debo advertirles, caballeros, de que sean cuidadosos en el uso de estos explosivos. Un hombre sólo tiene un accidente». Y yo os advierto lo mismo. Si cedéis al miedo, sin duda os acosará en vuestra primera acción,- si mostráis cobardía, si dejáis que vuestros hombres avancen mientras vosotros buscáis el cráter de una granada, nunca volveréis a tener la oportunidad de dirigirlos.

Utiliza tu criterio para exigir a tus hombres muestras de valor o valentía física. No le pidas a ningún hombre que vaya a donde tú no irías. Si tu sentido común te dice que el lugar demasiado peligroso para que tú te aventures en él, entonces también es demasiado peligroso para ese hombre. Sabes que su vida es tan valiosa para él como la tuya lo es para ti.

Ocasionalmente, algunos de vuestros hombres deberán exponerse a un peligro que vosotros no podréis compartir. Se debe enviar un mensaje pasando por una lona barrida por el Juego. Pedís voluntarios. Si vuestros hombres os conocen y saben

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(fue «tenéis razón», nunca os faltarán voluntarios, porque sabrán que vuestro corazón está en el trabajo, que estáis dando lo mejor de vosotros a vuestro país, que llevaríais de buena gana el mensaje vosotros mismos si pudierais. Vuestro ejemplo y entusiasmo los habrán inspirado.

Y, por último, si aspiráis al liderazgo, os recomendaría que estudiarais a los hombres. Poneos en su piel y averiguad que hay dentro. Algunos hombres son bastante distintos a lo que aparentan en la superficie. Determinad el funcionamiento de su mente.

Gran parte del éxito del general Robert E. Lee como líder podría atribuirse a su habilidad como psicólogo. Conocía a la mayoría de sus enemigos de la época de West Point, conocía el funcionamiento de sus mentes y estaba convencido de que harían determinadas cosas en determinadas circunstancias. Prácticamente en todos los casos fue capaz de anticipar sus movimientos y bloquear la ejecución.

No podéis conocer a vuestro enemigo en esta guerra de la misma manera. Pero podéis conocer a vuestros propios hombres. Podéis estudiar a cada uno de ellos para determinar dónde reside su fuerza y dónde su debilidad, en qué hombre se puede confiar hasta el último aliento y en cuál no.

¡Conoce a tus hombres, conoce tus asuntos, conócete a ti mismo!