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E l incendio del 14-15 de febrero del año 1941 está registrado en la memoria histórica de la ciudad de Santander como la última gran catástrofe natural sufrida por la ciudad. Un inusual fenómeno meteorológico estuvo en el origen del desastre: rachas de viento sureste de hasta 140 kilómetros hora barrieron la ciudad de Santander durante estos días, prendiendo la mecha que calcinaría el centro histórico medieval de la ciudad. El incendio devastó treinta y siete calles y redujo a ceniza cuatrocientos edificios de madera donde residían unas diez mil personas, población fundamentalmente de origen popular. Milagrosamente, el Mercado de la Esperanza, situado en la céntrica plaza que le da nombre, sobrevivió, el fuego murió a escasos quince metros de la fachada. Solamente las vidrieras quedaron destruidas. Más allá del argumento que desarrolla el relato al que acompaña esta reseña, el año 1941 fue un año crucial para el Mercado de la Esperanza porque, a raíz del gran incendio, gran parte de las pescaderías repartidas entre Atarazanas y las plazas Vieja y Nueva, totalmente destruidas por el fuego, vinieron a realojarse en la planta inferior del Mercado de la Esperanza. Esta circunstancia potenció la oferta comercial de este veterano mercado modernista construido entre 1897 y 1904, reforzando su liderazgo en la venta de productos de alimentación fresca de la ciudad de Santander. El incendio arrasó unas 14.000 hectáreas de suelo con un alto valor urbanístico, por estar situado en el centro neurálgico de la EL MERCADO DE LA ESPERANZA. SANTANDER Distribución y Consumo 141 Enero-Febrero 2010

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E l incendio del 14-15 de febrero delaño 1941 está registrado en lamemoria histórica de la ciudad de

Santander como la última gran catástrofenatural sufrida por la ciudad. Un inusualfenómeno meteorológico estuvo en elorigen del desastre: rachas de vientosureste de hasta 140 kilómetros horabarrieron la ciudad de Santander duranteestos días, prendiendo la mecha quecalcinaría el centro histórico medieval de laciudad. El incendio devastó treinta y sietecalles y redujo a ceniza cuatrocientosedificios de madera donde residían unasdiez mil personas, poblaciónfundamentalmente de origen popular.Milagrosamente, el Mercado de laEsperanza, situado en la céntrica plaza quele da nombre, sobrevivió, el fuego murió aescasos quince metros de la fachada.

Solamente las vidrieras quedarondestruidas.Más allá del argumento que desarrolla elrelato al que acompaña esta reseña, el año1941 fue un año crucial para el Mercado dela Esperanza porque, a raíz del granincendio, gran parte de las pescaderíasrepartidas entre Atarazanas y las plazasVieja y Nueva, totalmente destruidas por elfuego, vinieron a realojarse en la plantainferior del Mercado de la Esperanza. Estacircunstancia potenció la oferta comercialde este veterano mercado modernistaconstruido entre 1897 y 1904, reforzandosu liderazgo en la venta de productos dealimentación fresca de la ciudad deSantander.El incendio arrasó unas 14.000 hectáreasde suelo con un alto valor urbanístico, porestar situado en el centro neurálgico de la

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ciudad. La reconstrucción de este enormesolar, vacío tras el desescombro, provocóun cambio en la composición social de losbarrios céntricos de Santander. Se diseñóun ensanche urbano octogonal que permitíael paso del tranvía. La población popularoriginal fue reubicada en barrios periféricosdel centro, en viviendas de escasa calidad.Los nuevos edificios que culminaron lareconstrucción, en el entorno del año 1953,estaban diseñados para alojar a una nuevaclase media, burguesa y comercial. Este cambio del universo social de losbarrios que rodeaban el Mercado de laEsperanza tuvo su reflejo en la evolución del

mismo, ya que acercó al mercado un tipode cliente con mayor poder adquisitivo ynivel de exigencia gastronómica. Hay quepensar, de cualquier forma, que el Mercadode la Esperanza era en estas décadas elgran centro de distribución alimentaria deproductos frescos de la ciudad. Solamenteel mercadillo ambulante y suscomerciantes, que se ubicaban en la plazavarios días a la semana, podíancomplementar la oferta de productosfrescos del mercado. De hecho, incluso hoyen día, rodeado por ocho pequeñossupermercados de barrio y al menos tresgrandes centros comerciales en la periferia,el Mercado de la Esperanza sigue teniendo,por su dimensión, con 108 puestos, unavocación supracomarcal. Es decir, que en laactualidad, y desde su creación, acuden asus puestos clientes procedentes de todala ciudad de Santander y de las comarcasaledañas para realizar las comprassemanales o para adquirir algún producto

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de alimentación fresca, sea carne, pescado,fruta o verdura, de especial calidad. Pero el Mercado de la Esperanza deSantander, con su imponente yemblemática arquitectura modernista dehierro, vidrio y teja, nunca ha sido unmercado elitista. En sus 108 puestos sehan ofertado siempre productos concalidades y precios adaptados a todoslos bolsillos y necesidades de la variadacomposición socioeconómica deSantander. Hoy en día sigue siendo así. Un aspecto significativo del Mercado de laEsperanza es la vinculación de loscomerciantes con los productores locales.En el gremio del pescado, el prestigio de lospescaderos del Mercado de la Esperanza esextraordinario gracias a la calidad de losproductos que ofertan y por elconocimiento del pescado que ofrecen asus clientes diariamente. No es de extrañar,dado que hasta el 80% del pescado escomprado en la lonja diariamente. La lonjaes puerta de entrada del pescado delCantábrico no solamente a Santander, sinoa muchas otras regiones españolas.Recordemos que los pescaderos delMercado Sur de Burgos se abastecensemanalmente del pescado subastado en lalonja santanderina. Aunque Santander mira hacia su marCantábrico, respira desde su cordilleraCantábrica, montaña verde y húmeda, zonade ganado vacuno de calidad. Loscarniceros del Mercado de la Esperanza losaben y lo cuidan meticulosamente.Muchos de ellos recorren las pequeñas

explotaciones vacunas y los mataderoslocales de las comarcas de Liébana yPotes, localizando las mejores reses yponiendo las piezas más selectas adisposición de sus clientes. Estavinculación entre comerciantes yproductores locales, añadida alreconocimiento que jalona años deconfianza mutua, va pasando degeneración en generación, acuñando untesoro difícil de cuantificar pero que loscomerciantes del mercado saben poner envalor frente a sus competidores. Desde la Asociación de Comerciantes seestá estudiando, en este sentido, instalar enel mercado un pequeño centro dedistribución de leche fresca recogida

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ocupados, y la edad media de loscomerciantes puede rondar los 40-45 años;siguen viéndose hijos de comerciantesacompañar a sus padres diariamente en elpuesto, aprendiendo el oficio en la mejor delas escuelas posibles. Tras el incendio de 1941 y la rehabilitaciónparcial del año 1972, el siguiente momentodecisivo en la vida del Mercado de laEsperanza fue la creación de la Asociaciónde Comerciantes del Mercado de laEsperanza (ACMES) en 1980. Loscomerciantes se hacían cargo de la gestióndirecta del mercado, ganando enflexibilidad y agilidad a la hora de adaptarsea los inmediatos desafíos que lacompetencia de grandes cadenas dedistribución iba a exigir a los comerciantesen los años inmediatamente posteriores. Uno de los desafíos que se ha planteadoACMES desde su creación es la necesidadde seguir atrayendo al mercado a lasnuevas unidades domésticas que fijan sulugar de residencia en Santander, tanto enlos barrios del centro histórico como en los

diariamente de las explotacionesganaderas de las comarcas colindantes.Este tipo de iniciativas muestran hasta quépunto el mercado puede y debe capitanearesta vinculación con los productos localesde calidad. La vinculación directa entre losproductores locales y los comerciantes delmercado representa un modelo dealimentación, de interacción con nuestroentorno más inmediato, de relaciónrespetuosa con los productos del terreno,situado en las antípodas del tipo dealimentación estandarizada, mecánica yanónima que se impone lentamente comomodelo de consumo en nuestrassociedades.La continuidad y pervivencia de estemodelo está, además, asegurada en elMercado de la Esperanza, ya que es uno delos pocos mercados de nuestra geografíaque no tiene problemas a la hora deafrontar el relevo generacional. De hecho,los 108 puestos del mercado están

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de la periferia. Para ello, evidentemente, losargumentos son claros: profesionalidad ycalidad. Pero ACMES sabe que hoy en díaes imprescindible ser y hacerse ver. Si elmercado representa un modelo alternativode distribución y consumo, debe hacerlovisible de forma constante y sostenida. Porello, desde ACMES se organizansemanalmente visitas de colegiales almercado, se realizan actividades culturalesy gastronómicas y se patrocina al Club deRemo de la Ciudad de Santander, entreotras actividades. Las nuevas unidades domésticas a las quese acerca el Mercado de la Esperanza son,en el centro histórico de Santander, lasnuevas parejas jóvenes que ponen en valorel entorno urbanístico e histórico en el queviven. Son gente joven que, poco a poco,empieza a valorar el equilibrio de unaalimentación fresca de calidad. Otro gruporeferente para el nuevo universo social delMercado de la Esperanza es el públicoinmigrante que recala en el casco histórico

aprovechando la amplia oferta deapartamentos de alquiler y pisoscompartidos. Este público comparte yvalora la “cultura de mercado” que ofrecenlos comerciantes de la Esperanza. Algunosde ellos fueron adaptando su oferta a estepúblico, sobre todo en carnes y casquería.También algunos puestos de frutas yverduras empezaron a distribuir productospropios demandados por el público deorigen latino, ecuatoriano y colombiano, yafricano. Precios asequibles y calidadesadecuadas para un público que, al tiempoque ampliaba la clientela del mercado, seintegraba en él a través de la práctica socialdel intercambio comercial. En este sentido,el Mercado de la Esperanza sigue siendofiel a su filosofía ya decimonónica de ser elmercado de todos los santanderinos,entendiendo como tal aquel que reside,trabaja y vive en ella.Otro tipo de público que no ha dejado decomprar en el mercado son las jóvenesunidades domésticas que se instalan en la

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periferia de Santander. Este público viene almercado, bien en vehículo privadoaprovechando los aparcamientoscontiguos al mercado, bien yfundamentalmente en transporte público,aprovechando la conversión de gran partedel casco histórico de Santander en zonasemipeatonal. El día elegido preferentemente por todosestos públicos para hacer su compra en elMercado de la Esperanza es el sábado porla mañana. Comprar en el mercado essinónimo de pasear por el centro de laciudad, llenarla de vida y de encuentrosvecinales. Evidentemente, la Asociación deComerciantes del Mercado es conscientedel significado que tiene el Mercado de laEsperanza para desarrollar un modelourbano y social de Santander mássostenible y equilibrado. Por ello reclama unmás variado transporte público hasta elmercado. Al tiempo está estudiando laposibilidad de poner en marcha el serviciointegral de venta y entrega a domicilio quefacilitaría las compras de las unidadesfamiliares que llegan al mercado desde laperiferia y posibilitaría la compra nopresencial pero de calidad que representa elMercado de la Esperanza. El proyectoempezó a ejecutarse hace unos años, dehecho se habilitaron las zonas consigna ylas cámaras para almacenar y organizar lospedidos. Sin embargo, los costes de poneren marcha el conjunto del proyecto eran tanelevados que ACMES decidió aparcar elproyecto provisionalmente y buscar unaalternativa menos onerosaeconómicamente. En la actualidad, ACMESestá estudiando la posibilidad deexternalizar el proyecto de venta y entrega adomicilio, consciente de la importanteoportunidad que representa, pero realista ala hora de llevarla a cabo. “Poco a poco”,esa es la filosofía de ACMES, en voz de supresidente, Antonio Movellán.

El proyecto que ocupa y desvela en laactualidad a ACMES es la necesariarehabilitación interna del mercado.Transcurridos casi veinte años desde suúltima rehabilitación parcial en el año 1992,el mercado necesita una puesta al día desus instalaciones: accesos automatizados,ascensores y montacargas interiores,mejora de la movilidad interior entre lasdistintas plantas del edificio, etc. En elloestá la Asociación de Comerciantes delMercado de la Esperanza. Y ha deconseguirlo, porque el cambio hacia unmodelo productivo más sostenible, del quetanto hablamos estos días de crisis, estáasociado a un modelo social y urbanotambién más sostenible, es su correlatonecesario. Cualquiera que pasee un sábado por lamañana por las calles peatonales querodean el Mercado de la Esperanza, llenasde niños que juegan y mayores queconversan, de gentes que reencuentran suidentidad de ciudadano más allá del rol deconsumidor, de individuos que redescubrenel sentido de pertenencia a un espaciourbano del que se sienten vecinos legítimos,porque lo ocupan, lo recorren y le dan vidacon su presencia, entiende de lo queestamos hablando cuando nos referimos amodelo urbano sostenible. ■

Juan Ignacio RoblesProfesor del Departamento de Antropología Social

Universidad Autónoma de Madrid

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