EL MÉTODO DEL CASO EXTENDIDO Y ANÁLISIS SITUACIONAL.docx
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EL MÉTODO DEL CASO EXTENDIDO Y ANÁLISIS SITUACIONAL
El enfoque teórico del antropólogo guía, pero no necesariamente determina, el campo de
trabajo de la etnografía. Como regla, el lector de monografías etnográficas nunca puede
estar seguro del tipo de material que el ¿antropólogo ha registrado en sus cuadernos de
notas; no obstante, existe cierta evidencia que sugiere que los antropólogos que
defienden marcos teóricos opuestos, recopilan diferentes tipos de materiales y utilizan
distintos métodos para reunirlos. Esto es particularmente cierto en el caso de
tres escuelas británicas de antropología sucesivas, de las que sólo me ocuparé aquí y a
las que he nombrado escuela “preestructuralista”, “estructuralista” y “posestructuralista”.
En este ensayo abordaré lo que Gluckman (1961a) llamó el “método del caso extendido”,
pero al que yo prefiero llamar –por razones que expongo en otra parte (Van Velsen,
1964, p. XXV)– “análisis situacional”. Esto alude a los datos detallados de un tipo
particular que el etnógrafo recaba. Pero también implica el uso específico que se les da a
tales datos en el análisis, sobre todo en el intento de incorporar el conflicto como una
parte “normal”, más que “anormal”, del progreso social.
∗ Tomado de A. L. Epstein, The Craft of Social Anthropology, Tavistock, Londres, 1967,
pp. 129-149.
La traducción es de Demetrio Garmendia Guerrero.
1
LA ESCUELA ESTRUCTURALISTA
Los antropólogos preestructuralistas estaban interesados en las costumbres per se. Se
yuxtaponían costumbres de diferentes periodos y diversas áreas, y se comparaban
teniendo poca atención al contexto social total de cada institución particular. En su
búsqueda de materiales, estos estudiosos vagaban a través de los tiempos y por todo el
planeta, sin preocuparse mucho por cuestiones de delimitación espacial o cronológica. En
tal pesquisa, a menudo solicitaban la ayuda de viajeros, misioneros, administradores et
al.; la recolección de materiales no requería la observación personal del antropólogo. Sir
James Frazer es un conspicuo ejemplo de esta escuela; mantuvo una copiosa
correspondencia con administradores y otras personas de muchas partes del mundo, en
busca de materiales para sus libros; pero hay una gran cantidad de ejemplos más
recientes de esa Wanderlust (pasión por viajar) antropológica. Una radical desviación de
este método se dio cuando los antropólogos profesionales comenzaron a realizar trabajo
de campo, antropólogos para los que el acercamiento teórico a la recolección de material
etnográfico iba de la mano de la observación del comportamiento humano en grupos. Sin
minimizar el impacto que tuvieron en su época figuras como Rivers, Haddon y Seligman,
uno podría datar el desarrollo de la antropología británica moderna a partir de Malinowski
y Radcliffe-Brown, quienes publicaron sus primeras obras importantes en 1922. Mientras
Malinowski fue el practicante de nuevas técnicas de trabajo de campo y de análisis
funcional, RadcliffeBrown representó al teórico de lo que a menudo se ha conocido como
la escuela “estructuralista”. En este tipo de análisis estructural se hacía énfasis en la
morfología social: las variaciones individuales se paliaban en favor de las regularidades
estructurales. Se hacía abstracción del comportamiento observado y de las relaciones
interpersonales, para agruparlos en relaciones estructurales entre grupos; tales
relaciones estructurales también se abstraían bajo la forma de sistemas separados
(económico, político, de linaje, etcétera). Aunque se admitía que dichos sistemas estaban
vinculados, no se pudo resolver de modo satisfactorio el problema de dar cuenta de la
conexión dentro de un marco analítico. Por ejemplo, Fortes, en su obra The Dynamics of
Clanship among the Tallensi, afirma que la pertenencia a las congregaciones rituales
coincide parcialmente con la pertenencia a los grupos de descendencia unilineal.
Concluye que esta coincidencia parcial contribuye a la cohesión social. También
establece que la red de lazos de parentesco, que está más allá del linaje y que se crea
mediante matrimonios, tiene el mismo efecto. Sin embargo, no describe los procesos
sociales gracias a los cuales la mencionada cohesión se logra en realidad.
De hecho, al analizar algunos de los casos que Fortes utilizó para ilustrar los principios
estructurales y al volver a ubicar esos casos en su Contexto
situacional, Sommerfelt (1958) demostró que la pertenencia coincidente no neceariame te
contribuye por sí misma de una manera positiva a la cohesión ni constituye una base
para las alianzas: en un conflicto armado, lo anterior quizá se traduciría a lo sumo en
neutralidad.
Conforme el trabajo de campo se convirtió en el método aceptado mediante el que se
recopilaba el material antropológico, el énfasis cambió de manera gradual del estudio de
las sociedades como un todo, a las comunidades particulares o a segmentos de las
sociedades. Así, los antropólogos –en particular aquellos que trabajaban dentro de un
marco de referencia estructuralista– se hicieron más conscientes de la necesidad de
la delimitación. Por lo general, las fronteras de sus investigaciones son las de una tribu
en su totalidad, en algún momento específico. El momento suele ser el presente, es
decir, el presente del etnógrafo; pero en los hechos las investigaciones a menudo se
remontan al pasado con el objeto de descubrir una tradición más pura (por ejemplo,
alguna que no esté contaminada por contactos con los europeos); he ahí la razón del
término “presente etnográfico”. Por desgracia, esta mezcla de material del pasado y del
presente no siempre está tan bien controlada como debiera, de modo que con frecuencia
se descompone en una combinación fortuita de datos extraídos de diversos periodos y,
como las condiciones cambian, de diversas situaciones sociales, políticas y económicas
(véase Van Velsen, 1965). El “marco de referencia estructural”, de acuerdo con Fortes
(1953,p.39),
nos proporciona los procedimientos para la investigación y el análisis,
merced a los cuales un sistema social puede percibirse como una unidad
constituida por partes y procesos vinculados entre sí a través de un número
limitado de principios de amplia validez en sociedades homogéneas y
relativamente estables.
Esta cita resume las características prominentes del enfoque estructural. Los
análisis estructurales se interesan sobre todo en las relaciones entre
posiciones o estatus sociales, más que en la “relación real entre Fulano,
Mengano y Zutano, o en el comportamiento de Juan y José” (RadcliffeBrown, 1952, p.
192). Se observa una clara preferencia por la abstracción, en
detrimento de lo particular, sobre lo cual deben necesariamente basarse tales
abstracciones. De hecho, Radcliffe-Brown rechaza de manera categórica el
comportamiento particular (que al parecer equipara con lo único) de Juan y
José, por resultar inapropiado para una “descripción de la forma de la estructura [...] aun
cuando quizá se registre en la bitácora de nuestro trabajo
de campo y pueda brindar ejemplos para una descripción general (loc. cit.)
Más adelante analizaré las otras dos características: homogeneidad y
estabilidad (p. 15). Por el momento, el punto esencial es que las acciones de
los individuos se subsumen en principios generales que pueden ser las
abstracciones de los antropólogos, o las declaraciones de los informantes;
estas últimas, por supuesto, también podrían ser abstracciones. Este tipo de
análisis no tiene en cuenta que con frecuencia los individuos afrontan una
elección entre normas alternativas. Así pues, Evans-Pritchard afirma:
“Solemos señalar que la contradicción a la que hemos aludido, se presenta en
el plano abstracto de las relaciones estructurales [...] No se debe suponer que
el comportamiento es contradictorio [...] A veces puede haber conflicto de
valores en la conciencia de un individuo, pero es a la tensión estructural a la
que nos referimos (1940, pp. 265-266).
Por consiguiente, la concepción estructuralista establece que cada individuo posee un
estatus bien definido dentro del sistema de parentesco, con derechos y obligaciones
igualmente bien determinados hacia otros miembros del grupo. Sin embargo, existe la
posibilidad –sobre todo en sociedades tribales a pequeña escala– de que muchas, si no
es que la mayoría de las personas, puedan afirmar que estén genealógicamente
relacionadas en más de una forma con alguna otra persona dentro de un área
relativamente pequeña (por ejemplo, una aldea, un vecindario o un reino), donde el
intercambio social es más intenso. Asimismo, quizá uno descubra que un individuo toma
una decisión en cuanto a qué relación de parentesco particular desea utilizar, en función
de sus objetivos en una situación específica. Por otra parte, en un sistema clasificatorio
de parentesco, el comportamiento no está determinado de manera exclusiva por aquél,
como suele afirmarse de manera implícita o explícita. A menudo los individuos se
enfrentan a una elección –o incluso a un conflicto– no sólo al interior del sistema de
parentesco (verbigracia, un conjunto de relaciones de parentesco frente a otro conjunto
similar), sino también entre relaciones de parentesco y, digamos, relaciones basadas en
el agrupamiento en función de la residencia.
Así, en cualquier sociedad, el individuo en muchas ocasiones tiene que hacer una
elección entre una variedad de normas mutuamente contradictorias. En consecuencia, es
probable que las normas relacionadas con el estatus de un hombre –como hijo, padre,
primer ministro o jefe– no sean compatibles en todos los aspectos. Aunque las
descripciones etnográficas cuentan con un marco de referencia estructural que tal vez
mencione o implique tales contradicciones inherentes, no las consideran como un dato
que deba analizarse de la misma forma que, y con referencia a los otros datos
observados. En vez de lo anterior, se subraya la consistencia, posiblemente resaltada por
las excepciones. No obstante, la inconsistencia y las contradicciones entre diversos
conjuntos de normas, observadas en distintos campos de acción, son una característica
de todas las sociedades. Vivir con tales inconsistencias, recurriendo a la manipulación de
las normas de tal modo que las personas puedan permanecer juntas dentro de un
orden social, es un problema que los miembros de cualquier sociedad deben resolver.
Por consiguiente, representa también un problema que vale la pena que el antropólogo
estudie. Así, Turner (1957) nos dice la forma en que entre los ndembu son
irreconciliables los dos principios dominantes que influyen en la residencia en las aldeas
(a saber, la descendencia por vía materna y los matrimonios con residencia en casa del
hombre). Por lo tanto, los matrimonios son inestables, la escisión al interior de las aldeas
es frecuente y se observa un alto grado de movilidad entre los pueblos y los individuos.
No obstante, tal inestabilidad de la estructura social secular se compensa mediante
un ritual efectuado por asociaciones de culto presentes en todas las aldeas, los
vecindarios e incluso en reinos adyacentes de origen lunda [...] [y el cual
conserva así] los valores comunes de la sociedad ndembu de manera
constante ante los individualistas itinerantes que conforman a dicha sociedad (p. XXI).
Asimismo, descubrió que las personas que en el contexto de las relaciones
internas de la aldea al parecer representan excepciones a la regla según la
cual los hermanos de sangre también se separan [cuando una aldea se
fracciona]”, desempeñan en el sistema más extenso de las relaciones entre
las aldeas “una función esencial [...] [al] impedir el total alejamiento de los
grupos que inicialmente se separaron encolerizados. “Por lo tanto”, concluye
Turner, “las excepciones aparentes a las regularidades estadísticas obtenidas
de los datos genealógicos concernientes a la escisión en las aldeas prueban
ser a su vez regularidades dentro de un sistema más amplio de relaciones
sociales” (p. 232). Lo que distingue esta clase de análisis de los modelos estructurales
clásicos es el tipo de material recopilado en el trabajo de campo y, dado el
diferente enfoque teórico, la utilización muy distinta que se hace de éste. Las
obras de Evans-Pritchard, Fortes y Firth –para mencionar sólo a unos
cuantos exponentes del método estructural– se basan, de manera evidente, en
un gran número y variedad de acciones observadas y registradas, así como
también, presumiblemente, en declaraciones de informantes sobre las normas ideales de
comportamiento. Sin embargo, al parecer los autores
concibieron y registraron tanto las acciones como las relaciones
interpersonales desde el punto de vista de los principios estructurales, para
después hacer abstracciones con base en ellas. En cualquier caso, sus
trabajos no contienen casos correlacionados que ilustren los procesos
sociales; aquellos registros del verdadero comportamiento de la gente que se
infiltran en sus análisis a menudo sirven meramente para ilustrar
determinados aspectos de los modelos abstraídos a partir de casos no
publicados. Ya he señalado que Radcliffe-Brown considera que las acciones
de individuos particulares no debieran aparecer en las páginas de una
monografía. No obstante, resulta claro –a partir de estos registros
etnográficos– que hubo variaciones en las regularidades abstraídas que ellos
presentaron y que los autores sabían de ellas. Para citar a Radcliffe-Brown
una vez más: “la forma general o normal de esta relación [estructural entre el
hermano de la madre y el hijo de la hermana] se abstrae a partir de las
variaciones de casos particulares, aunque se tienen en cuenta las
mencionadas variaciones” (loc. cit.). Pero no aclara la forma en que dichas
variaciones se pueden integrar y se integran dentro de la norma general. De
igual forma, Evans-Pritchard escribe: “las realidades políticas son confusas y
contradictorias [...] no siempre [...] están en concordancia con los valores
políticos” (1940, p. 138). Por desgracia, los autores no señalan lo que les
hizo decidir que sus modelos representan las reglas generales y que las
“variaciones” o “las realidades políticas confusas y contradictorias” sean
meramente excepciones que no caben dentro del esquema de su análisis. El
lector estará inclinado a plantear lo siguiente: ¿en qué sentido “no son
generales” tales variaciones, etcétera? Para tomar el caso de Lakeside Tonga
como ejemplo, un modelo estructural presentaría características de residencia matrilocal
y descendencia por vía materna como el modelo que rige la residencia en el poblado y el
modo de la descendencia; asimismo,consideraría como excepciones aquellos casos en
los que las personas no viven en la residencia de la madre o que no asumen los puestos
por línea materna. Y ciertamente, los propios tonganos subrayan que el principio de la
descendencia y la residencia matrilocal representan los dos valores
dominantes en su sociedad. No obstante, descubrí que no puedo seguir
hablando en forma sensata de “excepciones”, cuando 40% de mi muestra no
vivía en la residencia de la madre. Tuve que demostrar por qué los que no
tenían una residencia matrilocal habían decidido hacerlo así. Traté de
encontrar alguna regularidad dentro de tales irregularidades (véase Van
Velsen, 1964).
La obra de Richards se inscribe dentro de un marco de referencia
predominantemente estructural, pero comenzamos a obtener algunos
materiales de casos en los que basó su análisis. Me estoy refiriendo a su
detallada descripción de la aldea kasaka (Richards, 1939, pp. 154-183). Los
miembros de este poblado surgen de la estructura social como
personalidades. Debe subrayarse que tales individuos bemba llaman la
atención no porque rompan las leyes o sean “desviados” en algún otro
sentido. La siguiente cita brinda la recapitulación de la propia Richards del
“esbozo de una comunidad real”, como ella lo llama:
los caracteres individuales, con todas sus peculiaridades temperamentales y
físicas, así como con sus incidentes dramáticos de la vida cotidiana, parecen
destacarse en altorrelieve, al mismo tiempo que los patrones de parentesco
formales recién descritos desaparecen de la vista. Observamos a varias
personas a las que les gusta o les desagrada compartir su comida, o les
agrada prepararla en común, y que no basan un sistema de relaciones en una
9
gráfica de parentesco. Pero ésta es, por supuesto, la forma en que se presenta
el escenario dentro del contexto de la vida cotidiana (p. 160).
También es más explícita respecto a su método de recopilar los datos en el
trabajo de campo:
Las abstracciones del antropólogo se basan en dos tipos de material, a saber:
declaraciones de los nativos respecto a lo que ellos creen que hacen, deben
hacer o les gustaría hacer, y sus propias observaciones concernientes a varios
seres humanos con muy distintas personalidades que reaccionan de diversas
maneras ante un conjunto de reglas tribales, ya sea adaptándose o
rebelándose. Una narración concreta de la distribución de comida en tres
grupos familiares no sólo logrará que el lector visualice la totalidad del
proceso, sino que también le proporcionará una idea del tipo de
observaciones sobre las que dichas generalizaciones se llevaron a cabo (p.
160; las cursivas son mías).
Aunque estoy de acuerdo con las distinciones que ella hizo, preferiría
hacer una más. Las declaraciones de los informantes pudieran categorizarse
con mayor precisión como: explicaciones o interpretaciones de acciones o
acontecimientos particulares, por un lado; y, por el otro, opiniones de los
informantes en cuanto a las normas ideales en respuesta a las preguntas del
trabajador de campo respecto a situaciones hipotéticas (por ejemplo, si un
hombre mata a un animal salvaje, ¿cómo lo repartiría?). Las declaraciones
de cualquiera de estos tipos no son más que puntos de vista que sostienen
miembros particulares del grupo que el antropólogo está investigando. Tales
declaraciones deberían considerarse como un aspecto del comportamiento de
esas personas y habrían de tratarse como tales, por lo que se tendrían que
10
vincular con la posición de los informantes dentro del grupo y con su
involucramiento en las acciones en cuestión. También deberían relacionarse,
de manera cuantitativa y/o cualitativa, con el comportamiento de otros
miembros del grupo en circunstancias similares. Las declaraciones de los
informantes, sean del tipo que fuere, deberían considerarse del mismo modo
en que los historiadores tratan sus fuentes: son, por decirlo de alguna forma,
juicios de valor, y por consiguiente deben considerarse como pertenecientes
a la categoría de datos referidos antes como comportamiento observado. En
otras palabras, tales declaraciones no habrían de utilizarse como si fuesen
observaciones objetivas y analíticas hechas por gente externa. El trabajo del
antropólogo consiste en la evaluación sociológica de las acciones y de otros
comportamientos; además, la evaluación sociológica de las mismas
acciones, etcétera, puede diferir mucho de la evaluación social realizada por
los informantes locales. Después de todo, no se puede esperar que
informantes no capacitados, ya sea que se trate de jefes bemba o de
trabajadores administrativos londinenses, presenten al antropólogo análisis
sociológicos del comportamiento observado en sus respectivas comunidades.
Hacerlo sería suponer, como muchos legos hacen, que ser miembro de una
comunidad significa entenderla desde el punto de vista sociológico.
Los antropólogos suelen no distinguir entre estos diversos tipos de
datos, o en otras palabras, no tratan las declaraciones de los informantes con
la precaución que merecen, en tanto no son más que un tipo de
comportamiento observado. En cualquier caso, a menudo el lector desconoce
–ya que no lo señala el autor– si las generalizaciones o afirmaciones
concernientes a normas y valores que hace el autor son el resultado de su
examen de todos los tipos de comportamiento observado (incluyendo las
declaraciones del informante que se refieren a normas y valores), o si son las
11
propias evaluaciones de las personas. En consecuencia, respecto a los
matrimonios entre primos, suele pedirse al lector que acepte, sin mucha
evidencia, que este tipo de relación (cuando está permitida) es la preferida,
pues refuerza los vínculos al interior de un grupo particular. Así, Richards
(1950, p. 228) afirma que entre los bemba el matrimonio entre primos en
general –es decir, un hombre que se case con la hija de la hermana de su
padre (HHaP) o con la hija del hermano de su madre (HHoM)– incrementa
la estabilidad de la unidad de la familia extensa. La razón que da es que el
yerno que se muda a la aldea de la esposa, no es un extranjero y se identifica
“como cercano debido a la descendencia, con los hombres líderes del
grupo”. Esto no es muy convincente, como ya lo señalé en otra parte (Van
Velsen, 1965, pp. 183-184). Si se considera que el matrimonio bemba es
uxorolocal (con residencia en casa de la esposa), se podría pensar que esto se
aplica sólo al hombre que contrae un matrimonio del tipo HHoM; el hombre
con un matrimonio HHaP no está relacionado por parte de la línea materna
con su suegro. De hecho, Richards menciona que el matrimonio entre primos
del tipo HHoM es más común. Lo anterior parecería indicar que todo el
meollo reside en que la influencia estabilizadora del matrimonio entre
primos es más complicada de lo que indicaría su enunciado. En cualquier
caso, sería cierto que un esposo dentro de un matrimonio entre primos no es
un “extraño”, y que ya está “estrechamente identificado” con la aldea de su
esposa; empero, lo anterior no excluye la posibilidad de que esté incluso más
estrechamente identificado con otra aldea, cuya influencia a la larga
prevalecería. Uno se pregunta si la generalización de Richards se basa en el
análisis del comportamiento observado o si es en gran medida una reflexión
sobre los puntos de vista de los bemba. Mi propia experiencia entre los
habitantes de Lakeside Tonga fue que siempre que planteaba preguntas
12
generales sobre el matrimonio entre primos, invariablemente se me daban
puntos de vista muy similares a los registrados por Richards. No obstante,
estos puntos de vista no concuerdan con otros datos que recopilé. Así que
me vi forzado a llegar a la conclusión de que, contrariamente al punto de
vista de los tonganos, de hecho sólo el matrimonio entre primos del tipo
HHoM podría quizá tener el tan ansiado efecto de evitar que los hijos de un
hombre se mudaran a la aldea de la madre. Pero incluso en este tipo de
matrimonio, era muy probable que el efecto anhelado se viera contrarrestado
por un efecto potencialmente disruptivo, inherente a este tipo de matrimonio,
en el ámbito político (véase Van Velsen, 1964, p. 128 y siguientes).
El análisis estructural nos ha proporcionado lineamientos en donde
antes no había nada; ha abierto nuevos campos de interés. Mencionaremos
sólo un ejemplo: las obras de Fortes y Evans-Pritchard sobre los tallensi y
los nuer, respectivamente, presentaron morfologías de sistemas políticos
viables que operaban a pesar de la ausencia de instituciones especializadas
de gobierno. Antes de la publicación de sus trabajos, se suponía de modo
invariable que los sistemas políticos se basaban en alguna forma de jerarquía
entre los poseedores de la autoridad estatal. Así pues Malinowski, en un
escrito previo a estos análisis, superpuso a su material respecto a las islas
Trobriand una jerarquía de jefes. Uberoi (1962) al revalorar los datos
etnográficos de Malinowski a la luz de teorías más recientes, demostró que
la estructura política jerárquica de Malinowski en el caso de las islas
Trobriand no concuerda con los propios datos etnográficos de Malinowski
(cf. Powell, 1960). Por otro lado, el desarrollo de la teoría antropológica, así
como los sorprendentes cambios que han alcanzado a muchas sociedades del
tipo que los antropólogos convencionalmente han estudiado, han conducido
13
a un cuestionamiento creciente de varias de las suposiciones básicas de la
posición estructuralista.
Variación, cambio y conflicto entre normas
Como hemos visto, el análisis estructural pretende presentar un bosquejo de
la morfología social; en consecuencia, se da un marcado énfasis en la
consistencia, de modo que las variaciones se ignoran en sus abstracciones.
Dicho bosquejo se reduce –palabras de Fortes– a “un número limitado de
principios de amplia validez”, a partir de los cuales se eliminan las aristas
irregulares y los cabos sueltos. Por otro lado, como lo señaló Schapera
(1938, p. 29):
la cultura no sólo representa un sistema de prácticas y creencias formales.
Está constituida esencialmente de variaciones respecto a modelos
tradicionalmente estandarizados y de las reacciones ante éstos; además, de
hecho ninguna cultura podrá comprenderse jamás a menos que se ponga
especial atención a esta diversidad de manifestaciones individuales.
En otras palabras, las normas, las reglas generales de conducta, se traducen a
la práctica; en última instancia, los individuos las manipulan en situaciones
particulares en función de fines particulares. Esto da lugar a variaciones que
los escritores estructuralistas no tienen en cuenta en su modelo abstracto. Ni
siquiera consideran especialmente relevantes esas variaciones y por lo tanto
las ignorarán o no podrán explicar cómo encajan dentro de su marco de
principios generales de amplia validez. De manera alternativa, pueden
mencionar que existen variaciones, pero las descartan como cuestiones
accidentales o excepcionales. De esta forma, las variaciones tampoco entran
14
en el marco estructuralista. Es más, la clasificación de esta categoría de
datos observados como “excepcionales” o “accidentales” no resuelve el
problema, ya que después de todo, ocurren dentro, y son parte, del mismo
orden social que el etnógrafo se ha propuesto investigar y describir.
Ahora puedo regresar al punto mencionado antes (pp. 4-5). Las
afirmaciones de Fortes y de Evans-Pritchard citadas atrás indican que un
análisis estructural supone la homogeneidad y la estabilidad relativa en la
sociedad o comunidad estudiada. Además, ha habido una tendencia a buscar
tales condiciones de homogeneidad y de estabilidad relativa en una época
anterior a las observaciones personales del etnógrafo sobre las personas
estudiadas; verbigracia, antes de que se supone se dejara sentir la influencia
de los europeos o de alguna otra cultura extranjera. Esto no fue sólo
resultado de un romanticismo rousseauniano, un anhelo nostálgico por las
“culturas no contaminadas”. El marco de referencia estructural resulta
inadecuado para el análisis de los conflictos entre normas y de la elección de
acción resultante que tienen los individuos. Dichas normas mutuamente
conflictivas son particularmente conspicuas en sociedades que están
experimentando la influencia generalizada de otras culturas, por ejemplo: la
introducción de una nueva religión, nuevos bienes mercantiles o de una
burocracia gubernamental. Los antiguos análisis estructurales –e incluso
algunos bastante más recientes– han tendido a ignorar los problemas del
cambio y a considerar, más bien, las elecciones individuales de acción que
surgen a partir de nuevas situaciones como excepciones o distorsiones
respecto a las normas “correctas”, es decir tradicionales. Este enfoque
conduce a la “historia” conjetural o a una “reconstrucción” del sistema
tradicional de normas (véase, por ejemplo, Hammond-Tooke, 1962, y
también Van Velsen, 1965).
15
Las anteriores consideraciones han provocado una reacción entre
algunos antropólogos en contra del acentuado énfasis que los estructuralistas
ponen en la consistencia y en la norma ideal y formal. Se ha manifestado un
creciente interés en el problema de las normas conflictivas, que incluyen los
conflictos debidos a las influencias culturales extranjeras. Es más, dichos
antropólogos se han empezado a trasladar a comunidades urbanas para
estudiar los sindicatos y otros aspectos de la vida industrial y urbana, tanto
en países con una añeja economía industrial como en naciones cuyas
economías estaban basadas, en gran medida, hasta hace relativamente poco
tiempo, en una producción de subsistencia. En consecuencia, han adquirido
mayor conciencia de las contradicciones entre las realidades observables del
empleo asalariado, la migración laboral, la producción agrícola industrial,
etcétera, y las antiguas suposiciones sobre la consistencia, homogeneidad y
estabilidad relativa. Por otra parte, el aislamiento de las unidades de estudio,
para propósitos analíticos, se está complicando cada vez más (véase
Gluckman [comp.], 1964, sobre todo los capítulos 2 al 6). Y aun en el
estudio de las pequeñas comunidades relativamente aisladas de las regiones
montañosas de la Nueva Guinea australiana, para citar un ejemplo, Barnes
(1962) descubrió que no se podían aplicar con utilidad los modelos
estructurales de parentesco y de los sistemas políticos que se formularon
primero en el contexto africano.
Una forma en la que tal reacción se ha expresado es en el excesivo
énfasis que se pone en el comportamiento real: los acontecimientos y las
relaciones particulares son tratados como únicos, y hay una reticencia a
relacionarlos con un marco general de referencia. Por ejemplo, Bohannan
(1957) describe el sistema legal de los tivs como si fuese único y, por
consiguiente, incomparable con los sistemas legales de otros pueblos,
16
incluyendo los sistemas estadounidense y británico. De hecho, pareciera que
su descripción niega, por implicación, que los tivs posean un sistema legal,
pues trata cada disputa como si fuese única, es decir, ésta no se resuelve con
referencia a un cuerpo general de normas. Bohannan escribe:
La decisión [de la corte] rara vez involucra de manera explícita un argumento
legal, en el sentido que concebimos un reglamento o ley [...] El propósito de
la mayoría de las jir [a saber, audiencias judiciales] es, por consiguiente,
determinar un arreglo entre las partes; no aplicar leyes, sino decidir lo que es
correcto en un caso particular. A menudo llevan a cabo esto sin una
referencia explícita a reglas legales (p. 19).
Obsérvese que Bohannan utiliza el término general “decisión” y no aclara si
se refiere al veredicto de la corte o a las sanciones que impone como
resultado de su veredicto. Uno se pregunta cómo una corte –cualquier corte–
puede “determinar un arreglo entre las partes” (o un “convenio”, como
Bohannan lo denomina en otra parte) que es considerado correcto por todas
las partes, sin hacer referencia a un cuerpo de normas comúnmente
aceptado; que tal referencia sea manifiesta o implícita no tiene importancia.
De cualquier manera, los casos citados por Bohannan no apoyan su
afirmación. Por ejemplo, el caso número 8 tiene que ver con la custodia legal
de una niña que ha sido criada por su abuela materna. El padre de la niña
quería que su hija regresara con él. Muy al principio del caso, uno de los
miembros de la corte, “habiéndose enterado lo suficiente sobre el asunto,
observó que al parecer no había ningún problema [...] [la abuela debía recibir
una recompensa por la crianza de la niña, pero] la filiación [de la niña] no
estaba en duda”. Desde mi punto de vista, este enunciado parecería señalar
que las cortes en sus veredictos se guían por determinadas normas y que
17
además las aplican. Es más, resulta claro a partir del resto de este caso (y de
hecho a partir de otros casos citados por Bohannan) que las cortes de los tivs
acatan determinadas normas y no están dispuestos a negociar con las partes,
en aras de un acuerdo amigable entre éstas. Asimismo, al parecer los casos
indican que la afirmación de Bohannan respecto a que las cortes tienen como
propósito un acuerdo entre las partes o un convenio puede aplicarse a las
sanciones de las cortes, más que a sus veredictos.
Cuando Bohannan analiza la metodología subyacente en su libro,
distingue entre el ‘“sistema popular” de interpretación de los tivs y el
“sistema analítico” de los antropólogos (p. 4). Sin embargo, su descripción
del sistema legal tiv parecería estar basada sobre todo en un único tipo de
datos, a saber, las acciones observadas, lo cual excluye las normas ideales a
las que los tivs se adhieren o manifiestan que se apegan. Pero esto pasa por
alto el hecho de que el antropólogo social está interesado en la gente que
vive y actúa dentro de cierto orden social y cuyas acciones, por lo tanto,
deben tener alguna referencia a las normas de conducta establecidas y
aceptadas. Las normas ideales de conducta y el comportamiento real están
estrechamente interconectados por necesidad. Así, Devons (1956) ha
argumentado que aunque una regla formal de conducta –ya sea en el terreno
de los negocios, dentro de una organización de voluntarios o en el ámbito
político– pueda ignorarse en la práctica y haberse convertido en un mito,
teóricamente la regla sigue siendo válida y forma parte de la realidad.
Devons escribió su artículo como respuesta a un trabajo de Finer de 1956,
quien se ocupó del papel que en la política desempeñaban los grupos de
interés. Devons se oponía al punto de vista según el cual el comportamiento
político se puede “explicar y comprender exclusivamente en términos de la
interacción entre [...] los grupos [de interés]” y niega que “la noción de
18
gobierno en tanto persecución de un interés público más amplio, [sea] una
farsa, un mito”. En vez de lo anterior, Devons postula que:
El ideal del interés público y la práctica de los grupos de interés forman
ambos parte de la vida política, de modo que cualquier concepción
satisfactoria de la política debe abarcar a ambos, así sean contradictorios.
Obtendremos una visión distorsionada si intentáramos explicar la realidad
del comportamiento político de manera exclusiva en términos de uno o de
otro. La realidad es una interacción compleja, ciertamente no fácil de
desenredar o de explicar.
Devons continúa diciendo: “La tendencia a construir explicaciones teóricas
exclusivamente en términos de los principios o de la práctica” es común
respecto a discusiones no sólo del comportamiento político, sino también de
los negocios y de otras organizaciones.
Por lo tanto, un aspecto de la reacción en contra del estructuralismo,
tal y como lo formuló Radcliffe-Brown y lo desarrollaron algunos de sus
discípulos, ha sido un creciente deseo entre los antropólogos de comprender
la forma en que las personas viven en realidad, de acuerdo con sus normas, a
menudo contradictorias; la manera en que la gente hace funcionar dichas
normas y maneja las elecciones que se le presentan. Cité antes la nota a pie
de página de Evans-Pritchard respecto a las “realidades políticas [que] son
confusas y contradictorias”. Ahora bien, Gluckman ha sugerido (1954, pp. 126), utilizando
los propios datos extensivos de Evans-Pritchard, que en los
análisis de este último de la sociedad nuer, se había omitido una parte vital, a
saber: la forma en que los nuer reconcilian o utilizan las exigencias
contrapuestas de la descendencia por línea paterna y los vínculos afectivos
del parentesco por línea materna. Además, ha propuesto la hipótesis de que
19
se podría tener un conocimiento más profundo de los odios hereditarios entre
los nuer si se considerara la importancia política del parentesco por línea
materna. De hecho, toda la obra de Gluckman está permeada por la noción
de que las normas en conflicto, es decir, las lealtades conflictivas de los
individuos con los diversos grupos, basadas en principios de organización
distintos podrían contribuir, en última instancia, a la cohesión social y
política. De igual forma, Colson (1953) describe, con cierto detalle, una
situación en la que las lealtades en conflicto de los individuos, de residencia,
marital y de linaje ayudan a final de cuentas a resolver las disputas que
surgen por un caso de homicidio.
Este enfoque exige no sólo el registro y la presentación de “los
imponderables de la vida real” (Malinowski, 1922, p. 18), sino también de
los relatos coordinados de las acciones de individuos específicos. Barnes
(1958) ha observado “el paso de la recolección de afirmaciones referentes a
las costumbres y los detalles del comportamiento ceremonial al estudio de
las relaciones sociales complejas [...] [con el consecuente] énfasis en los
actores, más que en los informantes”. Por tanto, los registros de las
situaciones reales y el comportamiento particular se han abierto camino
desde los cuadernos de notas del trabajador de campo hasta sus
descripciones analíticas, no como “ilustraciones adecuadas” (Gluckman,
1961, p. 7) de las formulaciones abstractas del autor, sino como una parte
constituyente del análisis.
He nombrado a esta forma de presentar y de manejar los datos
etnográficos “análisis situacional”. Con este método, el etnógrafo no sólo
presenta al lector abstracciones e inferencias hechas a partir del material del
trabajo de campo, sino también proporciona parte del material. Esto coloca
al lector en una mejor posición para evaluar el análisis del etnógrafo, no sólo
20
con base en la consistencia interna del argumento, sino también mediante la
comparación de los datos etnográficos con las inferencias extraídas de éstos.
En particular, cuando varios o la mayoría de los actores del material de caso
del autor aparecen una y otra vez en distintas situaciones, la inclusión de
tales datos debe reducir la probabilidad de que los casos se conviertan
meramente en ilustraciones adecuadas. No estoy implicando que los
etnógrafos que trabajan con un marco de referencia estructuralista no tengan
ninguna descripción de situaciones reales en sus cuadernos de notas o que no
publiquen ninguna. Más bien, como ya lo he señalado, la diferencia
parecería radicar en el hecho de que las descripciones estructuralistas no nos
brindan una serie de acontecimientos vinculados que muestren la manera en
que los individuos, dentro de una estructura particular, manejan las opciones
con las que se enfrentan. De hecho, la aseveración antes citada de RadcliffeBrown señala
que no estaba interesado en este problema.
Respecto a la relación entre el comportamiento real y la descripción
generalizada, he argumentado que el análisis situacional ofrece mejores
oportunidades para integrar lo accidental y excepcional con lo general, que
las que proporciona un análisis estructural. Si esto puede arrojar más luz y
dar mayor profundidad a todo el proceso de la vida social en las sociedades
que al parecer tienen estructuras formales inequívocas, afirmaría que tal
enfoque es aplicable a fortiori si uno tiene los mismos fines a la vista, para
el caso de sociedades como la tonga de Malawi o la de Zambia, o para el
caso de algunas de las tribus de las regiones montañosas de Nueva Guinea, a
las que les falta esta característica. Cuando los agentes del sistema no están
estructurados con claridad, si no presentan grupos corporativos duraderos
sino más bien individuos que se interrelacionan mediante formaciones
21
continuamente cambiantes en grupos pequeños y a menudo efímeros, no se
puede hablar propiamente de excepciones.
He comparado los objetivos y los métodos de los antropólogos que
escriben según la tradición estructuralista, con los tipos de problemas en los
que
muchos
antropólogos
de
una
“generación”
más
joven,
postestructuralista, se han interesado. Al hacerlo, quise señalar que nuestras
críticas a la tradición estructuralista constituyen un asunto de aclaración y
diferencia en el énfasis, más que un alejamiento radical respecto a esta
tradición, de la misma forma que difirieron de manera fundamental las
nuevas técnicas de trabajo de campo y los métodos analíticos de los
estructuralistas respecto a los utilizados por los preestructuralistas. El marco
de referencia estructural sigue siendo un prerrequisito para el análisis
antropológico. Pero ahora deseamos algo más: la estática de la estructura, “la
estructura permanente en la que las relaciones y las actividades sociales son
petrificadas”, según Fortes lo expresa (1945, p. 232), debe complementarse
y vivificarse mediante una descripción de las acciones, tanto “normales”
como “excepcionales”, de los individuos que manejan la estructura, es decir,
de los procesos que tienen lugar dentro de la estructura. Buscamos relacionar
las desviaciones respecto a las regularidades estructurales, con regularidades
de otra naturaleza, a saber, la interpretación de un sistema social en términos
de normas en conflicto. Este énfasis nuevo no sólo exige una clase diferente
de material de campo, sino que también plantea la cuestión de si dicho
material debe presentarse al lector y en qué forma. Si bien un análisis
estructural tiene como objetivo la integración de las generalizaciones y
abstracciones en una descripción coherente, no se lleva a cabo ningún
esfuerzo para integrar las diversas piezas del material del caso ni entre ellas
ni con el análisis, y de hecho si acaso esto se realiza, el resultado puede ser
22
que un caso cuyo propósito era ilustrar una generalización particular, de
hecho puede invalidarla, como Sommerfelt ha demostrado (1958). Por el
contrario, un análisis situacional presta más atención a la integración del
material de caso, con el fin de facilitar la descripción de los procesos
sociales.
Análisis situacional y trabajo de campo
Al principio sugerí que los métodos para el trabajo de campo del etnógrafo
están guiados por su enfoque teórico y que éste no necesariamente los
determina. Por ejemplo, los puntos de vista teóricos de Firth, en ciertos
sentidos, son muy similares a los que yo he analizado aquí respecto al
análisis situacional. Sin embargo, es sorprendente que haya pocos indicios
de que Firth hubiese aplicado tales teorías en el análisis de su propio
material etnográfico, incluso en su obra más reciente. Firth escribió (1964, p.
43): “Si las estructuras sociales son modelos, entonces podemos llamar
‘realidad’ a la organización social. Pero incluso si no son exclusivamente
modelos, entonces en tanto conjunto de las formas primarias de la sociedad,
necesitan complementarse mediante estudios del proceso”. Y una vez más:
“Se podría describir a la organización social, pues, como las disposiciones
de funcionamiento de la sociedad. Es el proceso de ordenamiento de la
acción y de las relaciones respecto a fines sociales dados, en términos de los
ajustes resultantes del ejercicio de las elecciones de los miembros de la
sociedad” (1964, p. 45). No obstante, ésta y otras interesantes y dinámicas
teorías parecen haber sido ineficaces como guías –ya no digamos
determinantes– en el trabajo etnográfico de Firth. En su segundo estudio
sobre los tikopianos (1959), menciona la creciente influencia de los maestros
23
de la misión cristiana, así como de la administración británica. El libro
proporciona amplia evidencia de que estas condiciones han ampliado el
espectro de elección para los tikopianos entre normas alternativas de
comportamiento. Sin embargo, Firth no describe “el ejercicio de elecciones
que efectúan los miembros de la sociedad”. Más bien, la obra se centra
principalmente en el ejercicio de elecciones que lleva a cabo la sociedad. De
hecho, parece que estamos tratando con dos distintos significados del
término “elección”. En sus enunciados teóricos, que ya he citado antes,
parecería que Firth utiliza el término en el sentido de selección que hacen los
individuos respecto a normas alternativas de comportamiento, al interior de
una estructura social persistente. Ése también es el sentido en el que he
utilizado el término en este ensayo. Sin embargo, en ese segundo estudio,
Firth emplea el concepto en el sentido de “decisión” colectiva, cultural. Este
sentido del término elección posee una connotación histórica: sólo a
posteriori, el investigador puede afirmar que “las cosas han cambiado”. Esto
refiere al resultado final de un proceso de cambio en donde, a lo largo de un
periodo, los miembros individuales de la sociedad efectúan elecciones
individuales en situaciones particulares: alguien selecciona la norma
tradicional y algún otro la norma novedosa, contrapuesta, o de nuevo, la
misma gente ahora escoge primero una y luego la otra, con una tendencia
general favorable a la nueva norma. Sólo cuando esta última se ha aceptado
de manera universal, el investigador puede establecer que “una aldea se ha
inclinado por el progreso”. Esta clase de tratamiento de “antes y después”
domina el segundo estudio de Firth: en forma constante yuxtapone lo que
descubrió en 1929 con lo que encontró en 1952. Los procesos de cambio que
median (no hay que confundirlos con las etapas de cambio) apenas se
revelan. Asimismo, este enfoque tiende a subrayar los cambios de
24
costumbres. Por tanto, el lector a menudo se encuentra con afirmaciones de
esta clase:
Parece haber habido, sin embargo, una modificación progresiva en la
ceremonia de matrimonio de los tikopianos, al reducirse el número de actos
formales. Algunos intercambios tradicionales de alimentos se han abreviado
[a saber, en 1952 en comparación con 1929] [...] Esas reducciones se
hicieron no sólo en los matrimonios cristianos; los de tipo pagano habían
seguido el mismo ejemplo [...] la práctica de la captura ritual de la novia
[...] al parecer la han abandonado finalmente alrededor de 1952 [...] (1959,
p. 204).
Así pues, Firth en sus estudios etnográficos se interesa sobre todo en el
cambio de (o en la “elección” entre) un “conjunto de formas originales” por
otro; empero, pasa por alto el problema de los individuos que escogen entre
un conjunto de normas estructurales y otro.
Sin embargo, el énfasis que pone Firth en la elección en su concepto
de organización social constituye una importante prueba de la tendencia en
la antropología reciente a alejarse de una preocupación por la estructura
social como tal. En relación con dicha tendencia, se observa el creciente
interés por los procesos sociales, que incluyen el estudio de las regularidades
en la variedad del comportamiento individual real dentro de la estructura
social. Mi propio punto de vista es que ese análisis situacional puede resultar
muy útil para abordar este proceso de elección; es decir, la selección que
hace el individuo en una situación a partir de una variedad de posibles
relaciones (mismas que pudieran estar gobernadas por diferentes normas),
relaciones que él considera que sirven mejor a sus propósitos. Es muy
probable que las relaciones y las normas particulares seleccionadas varíen de
25
una situación a otra para los mismos individuos, y de un individuo a otro al
enfrentar situaciones semejantes.
Un problema relacionado de importancia sociológica, donde el
análisis situacional parecería cobrar relevancia, tiene que ver con la
discrepancia entre las creencias de las personas y la aceptación profesada de
ciertas normas, por un lado, y su verdadero comportamiento, por el otro. He
argumentado que tales discrepancias no pueden explicarse relegándolas a la
categoría de datos llamados “excepciones”. Después de todo, forman parte
del campo de estudio y, en un estudio más cuidadoso, podrían revelar sus
propias regularidades. Es más, acciones que para cualquier otro miembro de
la sociedad y para el etnógrafo pudieran parecer contradictorias, los
protagonistas mismos quizá las explicarían en términos de esa norma o de
otra distinta. También he hecho hincapié en la quizá necesaria suposición de
la consistencia por parte de los estructuralistas y he observado que una
característica peculiar de las sociedades inestables y no homogéneas es la
variación: las variaciones en función del tiempo en el caso de las sociedades
inestables y, en el caso de las sociedades no homogéneas, las variaciones
sincrónicas como partes constituyentes intermedias de la sociedad. Como
método para integrar las variaciones, las excepciones y los accidentes dentro
de las descripciones de las regularidades, el análisis situacional –con su
énfasis en el proceso– podría ser, por lo tanto, particularmente apropiado
para el estudio de sociedades inestables y no homogéneas. Mitchell (1960, p.
19) ha argumentado en este tenor, respecto al estudio de las relaciones
sociales en las sociedades plurales, en donde claramente “no nos topamos
con un sistema cultural integrado, sino con uno en el que sistemas de
creencias muy distintos pudieran coexistir y entrar en juego en diferentes
situaciones sociales”.
26
Este acento en el estudio de las normas y del comportamiento real en
una variedad de situaciones sociales distintas, para el manejo de ciertos
problemas analíticos, también exige técnicas diferentes para el trabajo de
campo y para la presentación de los datos. En primer lugar, requiere un
mayor énfasis, por parte del trabajo de campo, en el registro de las acciones
de los individuos, en tanto individuos, como personalidades, y no sólo como
ocupantes de estatus particulares. Así pues, con objeto de percibir, y más
adelante describir el proceso de elección, resulta necesario registrar con
meticuloso detalle las acciones de ciertos individuos específicos a lo largo de
un periodo. Cuando una de estas series de materiales de caso relacionados se
presentan más tarde en el análisis, las variables consideradas simplemente
como caso A, B y C de muchas “ilustraciones adecuadas”, aisladas
situacionalmente, pueden perder su anonimato y en su lugar recobrar su
identidad como Beto, Quique y Lalo, o como Juan y José; ahora son actores
de una serie de circunstancias diversas que utilizan en mayor o menor
medida (es decir, manipulan) un elemento de elección de normas con el
objeto de satisfacer los requisitos de la situación particular. Con el fin de dar
a su material de caso esta perspectiva histórica, el trabajador de campo
puede afrontar ciertos problemas. Quizá decida reducir la profundidad
cronológica a su periodo de observación, pero esta limitante tal vez resulte
muy restrictiva y quizá se vea forzado a tener en cuenta acontecimientos que
acaecieron antes de que él comenzara sus pesquisas. Por tanto, el etnógrafo
que desee registrar historias de caso habrá de complementar sus propios
datos observados con otras fuentes, como recuerdos de los informantes,
registros de tribunales y otras fuentes documentales y no documentales. No
obstante, el etnógrafo deberá estar consciente de que existe una diferencia de
tipo entre estas dos categorías de datos. A diferencia de los datos
27
observados, las otras fuentes de información pudieran contener un elemento
de sesgo, que no siempre es fácil evaluar. (Esta observación no es tan obvia
como pudiera parecer. Los antropólogos que trabajan en las sociedades
tribales a menudo han mostrado una actitud notablemente acrítica hacia las
declaraciones de sus informantes concernientes a acontecimientos o
condiciones del pasado. Por ejemplo, las comparaciones de los informantes
de la actual laxitud moral respecto “a los tiempos idos” –en otra época los
culpables de relaciones sexuales extramatrimoniales hubieran sido quemados
vivos–, a menudo se registraron y al parecer se aceptaron a pie juntillas, sin
que hubiese algún intento de hacer una evaluación crítica.)
Un ejemplo del tratamiento diacrónico de las acciones realizadas por
actores específicos en relaciones estructurales en curso es una serie de casos
referidos por Middleton (1960, pp. 129-229). Tales casos se ubican en una
comunidad local, entre los lugbara. Abarcan un periodo de casi un año y se
basan en las propias observaciones de Middleton; sin embargo, se vio
forzado a confiar en la memoria de los informantes para obtener la
información necesaria sobre los antecedentes; no obstante, tuvo cuidado de
indicar quién dijo qué cosa. Estos casos tienen que ver, de manera
ostensible, con sacrificios ofrecidos a fantasmas ancestrales, debido a la
ocurrencia de desgracias personales. Pero hacen más que simplemente
ilustrar las normas, los valores y las prácticas religiosas y de culto a los
ancestros de los lugbara. Esta serie de casos muestra el creciente abismo
existente entre dos ramas de linaje dentro de una comunidad local, el cual
fomenta la secesión. Middleton interpreta esta serie de casos como una lucha
por el poder llevada a cabo en términos rituales.
A diferencia de este tratamiento integrador, ahora cito los siguientes
elementos aislados de información provenientes de Firth (1959). En la
28
página 246 registra una entrevista con dos jefes tikopianos, Fangarere y
Taumako. Habló con ellos sobre “la estructura de linaje que tenían sus
clanes en 1952. Cada uno de ellos estaba interesado en dar una identidad
separada a unidades muy pequeñas que antes yo había simplemente
considerado como partes componentes de unas más grandes”. En particular,
el jefe Fangarere “insistió en caracterizar a la mayor parte de las unidades
que vivían separadas como unidades individuales [...] [diciendo]: ‘Resulta
conveniente para ellos mantenerse separados”. Firth no trata de explicar esta
actitud relacionándola con otros acontecimientos o con la posición particular
del jefe (o jefes), ni ubicándola de alguna otra forma dentro de un contexto
social más amplio. Luego, en la página 280, leemos que el anterior jefe
Fangarere murió en 1940 y le sucedió no su hijo mayor, como hubiese sido
“normal”, sino su hijo mayor en calidad de jefe Fangarere cristiano y un hijo
más joven como jefe Fangarere pagano. El lector se pregunta naturalmente si
pudiese haber alguna conexión entre estos dos segmentos de información,
sobre todo porque existen una o dos referencias aisladas al jefe Fangarare
que lo hace aparecer como algo “excepcional”. Para acicatear la
especulación, Firth insiste en referirse al jefe Fangarere, sin especificar si es
el jefe cristiano o pagano.
Así pues, la utilización del material de caso extendido de esta
naturaleza, del cual Middleton hace uso, tiene el propósito de esclarecer
determinadas regularidades del proceso social, no de destacar las
idiosincrasias personales. Por tanto, al recopilar y presentar los datos sobre
el comportamiento real de los individuos, siempre se debe hacer referencia a
las normas que gobiernan, o que se dice que gobiernan, dicho
comportamiento. En consecuencia, deberá ser factible valorar si cualquier
desviación respecto a determinadas normas es general o excepcional, así
29
como la razón por la que ocurre tal desviación y la forma en que se justifica.
El etnógrafo debe buscar en cada caso las opiniones e interpretaciones de los
protagonistas y también de otras personas, no para descubrir cuál es el punto
de vista “correcto” de la situación, sino más bien para revelar alguna
correlación entre las diversas actitudes y, digamos, el estatus y el papel de
los que muestran dichas actitudes.
Una investigación con ese grado de detalle requiere que el etnógrafo
tenga un trato cercano con los individuos durante un periodo prolongado y
que posea un conocimiento tanto de sus historias personales como de sus
redes de relaciones. En vista del hecho de que el periodo de investigación
del etnógrafo por lo general se restringe a dos o tres años o incluso menos,
esto significa que tiene que limitar su área de investigación: tal vez no
siempre sea posible “trabajar” con toda una tribu, una organización sindical
o un área urbana. Lo anterior nos conduce al asunto de la representatividad
del análisis del antropólogo. Este asunto tal vez adquiera una relevancia
particular si la preocupación principal del antropólogo es presentar la cultura
(las costumbres) o los principios estructurales de su unidad de investigación.
Sin embargo, estoy argumentando en favor del análisis de los procesos
sociales, lo que representa un tipo diferente de trabajo de campo, a saber:
una investigación más intensiva dentro de unidades más pequeñas.
La definición de las fronteras geográficas, culturales, económicas y
políticas de nuestra unidad de estudio, así como su escisión de una entidad
mayor (y quizá hasta ahora más convencional), plantea un problema
espinoso. La cuestión es hasta qué punto las unidades más pequeñas todavía
pueden seguirse considerando “unidades”. Como respuesta, subrayaría, en
primer lugar, que no debería confundirse el aislamiento para propósitos
analíticos con el aislamiento de facto. En los estudios sobre tribus, éstas se
30
analizan muy a menudo como si en los hechos estuviesen aisladas de
influencias externas de tipo cultural, económico y político. Ciertamente, en
África las sociedades tribales están mucho menos aisladas, sobre todo desde
la colonización europea, que lo que con mucha frecuencia suponen los
antropólogos, historiadores y otros académicos. En segundo lugar, y como
consecuencia del punto anterior, el tema del aislamiento no surge de repente
cuando uno estudia una aldea en lugar de una tribu completa, por ejemplo, o
un sindicato (o sólo una rama de un sindicato) en vez de toda la organización
sindical a nivel nacional, o un área urbana (o una parte de ésta) en lugar de
toda la nación. Sería más acertado expresar que sólo comparativamente en
fechas recientes se ha cobrado conciencia sobre el problema de la definición
de la unidad de estudio respecto a una entidad mayor de la que forma parte.
Así pues, el aislamiento analítico de, digamos, una aldea como unidad de
estudio (en vez de la totalidad de la tribu) constituye un problema relativo.
Verbigracia, muy pocos han siquiera cuestionado lo apropiado de un estudio
de las Trobriand, las cuales en gran medida forman parte –tal y como el
propio Malinowski pudo demostrar– de un archipiélago mayor. Ciertamente,
Malinowski mismo no mostró ningún interés por el problema de la
delimitación de las Trobriand en tanto unidad de estudio. Resulta evidente
que no estoy afirmando que las Trobriand no sean, con toda propiedad, una
unidad analítica. Por el contrario, simplemente argumento que la escisión,
para propósitos analíticos, de una pequeña área de las islas Trobriand no
crearía un nuevo problema metodológico, a diferencia de su escisión
respecto al resto del “círculo kula”; ambas escisiones implican el problema
del aislamiento analítico (véase Gluckman, comp., 1964).
Una última observación respecto a este punto: debe notarse que ha
habido una tendencia a reducir las unidades de estudio: desde la ausencia de
31
límites de la escuela Wanderlust hasta sólo unas cuantas aldeas (o incluso
una sola) de una sociedad tribal, o a una rama de un sindicato, etcétera. Lo
anterior no necesariamente significa la expresión de una pasión por la
minuciosidad en el detalle; al contrario, esta tendencia bien podría redituar el
tipo de material que nos permita establecer mejores fundamentos para una
comparación intercultural a gran escala: es una cuestión de reculer pour
mieux sauter (dar un paso atrás para saltar más).
Ahora resumo con brevedad mis puntos principales del registro de
casos dentro de un marco de referencia situacional. Una de las suposiciones
en las que el análisis situacional descansa es que las normas de la sociedad
no constituyen un todo coherente y consistente; por el contrario, a menudo
se formulan con vaguedad y son discrepantes. Este hecho es el que permite
que los miembros de una sociedad las manipulen a la hora de perseguir sus
propios objetivos, sin que necesariamente dañen su estructura de relaciones
sociales aparentemente sólida. Así pues, el análisis situacional hace hincapié
en el estudio de las normas en conflicto. La fuente de datos más productiva
sobre conflictos de normas son, como cabe esperar, las disputas, sin importar
que se ventilen fuera o dentro de los tribunales. Las descripciones de la “ley
primitiva” con frecuencia dan a entender que todos los conflictos son
simples casos de “quebrantamiento de la ley” y que la disputa, por lo tanto,
se centra en los “hechos” del caso, al tiempo que existe un acuerdo tácito o
expreso entre todas las partes involucradas respecto a la norma o normas
aplicables. Lo anterior ignora el hecho de que en cualquier sociedad es
probable que uno encuentre una larga serie de conflictos donde la disputa se
enfoca, sobre todo, en la cuestión de cuáles normas mutuamente opuestas
deberán aplicarse a los “hechos” indiscutibles del caso. Dado este punto de
vista, resulta importante obtener diversas descripciones e interpretaciones,
32
de una variedad de personas, respecto a las disputas y a otros
acontecimientos particulares, en vez de investigar la descripción o
interpretación correcta de dichos sucesos. Este último enfoque va más allá
de la corriente de opinión que “busca a los ancianos sabios de la aldea”, ya
sean académicos o magistrados. Para el sociólogo interesado en los procesos
sociales no hay puntos de vista erróneos o correctos; sólo existen puntos de
vista diferentes que representan a diversos grupos de interés, estatus,
personalidades, etcétera. De lo anterior se deduce, en segundo lugar, que se
debe registrar el contexto total de los casos (éstos deben presentarse
situacionalmente) tanto como sea posible, así como también deben
especificarse los actores. Por ejemplo, las disputas en torno a la dote de la
esposa bien pudieran involucrar solamente una demanda por la falta de pago
de la dote, pero podrían convertirse en el vehículo de una disputa en otro
contexto (por ejemplo, el político), la cual, por una o otra razón, no puede
discutirse como diferendo político (véase, por ejemplo, Van Velsen, 1964, p.
125 et passim). Por último, en el campo uno busca casos interconectados
dentro de una pequeña área que involucren un número limitado de dramatis
personae. Habrá que presentar después tales casos en el análisis dentro de su
contexto social, como parte de un proceso social y no como casos aislados
que ilustran, más o menos de un modo adecuado, una generalización
particular.
Los dos ejemplos siguientes muestran la aplicación práctica del
enfoque situacional. Mitchell (1956), uno de los primeros antropólogos en
utilizar los casos conectados de esta manera como base para su análisis (y
que los ha integrado a éste) de la composición de la aldea yao, proporciona
una serie de casos de acusación de brujería y de adivinación (pp. 165-175).
Dichos casos abarcan un periodo de ocho años, que se remontan varios años
33
antes de la llegada del autor a la escena. De manera evidente tienen que ver
con desgracias personales, como muertes y alumbramientos difíciles.
Tratados como casos aislados, bien podrían haberse usado para ilustrar, de
una forma más o menos apropiada, las nociones de los yao sobre la
nigromancia. Sin embargo, Mitchell presenta sus casos en el contexto total
de una aldea particular y, por consiguiente, describe el proceso de
ampliación del distanciamiento entre dos ramas de linaje en la aldea y su
escisión completa hasta que se convierten en dos aldeas separadas. El libro
contiene datos similares de otras aldeas y el autor los presenta junto con una
descripción de los principios estructurales de los grupos yao en función de
su residencia y de parentesco. Ofrecidos de esta forma, los numerosos
ejemplos de riñas, amargas acusaciones y otros síntomas de desunión, no
llevan a la conclusión de que estamos siendo testigos de una “sociedad en
desintegración” (verbigracia, como resultado de la ocupación inglesa). En
vez de eso, el autor muestra que dichos periodos de enconadas y frecuentes
riñas no son síntomas de una “patología social”, sino que han sido inherentes
al ciclo de vida de las aldeas de los yao, desde su fundación hasta su
dispersión, pasando por su desarrollo.
Turner (1957) llevó a cabo este tipo de análisis. Su obra también se
centra sobre todo en el ciclo de desarrollo de la aldea, en este caso del
pueblo ndembu. A lo largo de su análisis estructural de la aldea ndembu (e
integrada a éste), se brinda una serie de “dramas sociales”: una serie de
casos que se ubican en una aldea y se centran en un hombre llamado
Sandombu que luchó contra muchos obstáculos para lograr un cargo
político, pero fracasó. Turner describe el ritual como un mecanismo de
compensación que tiende a “intervenir en situaciones de crisis donde se han
presentado conflictos en una aldea o entre dos, como resultado de
34
contradicciones estructurales, más que por trasgresiones a la ley por parte de
individuos aviesos o ambiciosos” (p. 330). Asimismo, el propósito del autor
ha sido
mostrar la forma en que lo único, lo fortuito y la arbitrariedad se subordinan
a lo consuetudinario dentro de un solo, aunque cambiante, sistema espaciotemporal de
relaciones sociales [...] [y] revelar cómo lo general y lo
particular, lo cíclico y lo excepcional, lo regular y lo irregular, lo normal y lo
desviado se interrelacionan en un solo proceso social.
Por tanto, consideraba “necesario estudiar una sola aldea como mi universo”
(p. 328). Turner, al igual que Mitchell, retrae el punto de inicio de sus casos
hasta una fecha muy anterior al comienzo de sus investigaciones. No
obstante, ambos autores indican, cuando resulta necesario, quiénes son los
informantes de historias particulares o de otros segmentos de información.
Lo anterior ayuda al lector a ubicar los casos dentro de su contexto social.
Los estudios de Mitchell y de Turner son análisis estructurales, pero sugiero
que ambos han sido capaces de aproximarse aún más a la realidad observada
al añadir otra dimensión, a saber, un análisis del proceso social; es decir, la
forma en que los individuos en realidad manejan sus relaciones estructurales
y usan para su beneficio el factor de elección entre normas alternativas de
acuerdo con los requerimientos de la situación particular.
Conclusión
En este ensayo he delineado métodos de análisis y de trabajo de campo que
van desde la comparación de costumbres recopiladas de manera fortuita,
pasando por un método estructural más modesto –pero a la vez más
35
fructífero desde el punto de vista sociológico, el cual hace hincapié en la
morfología social–, hasta llegar a un método cuyo objetivo es el análisis de
la interrelación de las regularidades estructurales, “universales”, por un lado,
y el comportamiento real, “único”, de los individuos, por el otro lado.
Aunque soy de la opinión de que el enfoque teórico del trabajador de
campo reviste una importancia fundamental respecto al tipo de material que
busca, y a pesar de que creo que los métodos del trabajo de campo pueden
dictarse sólo en términos generales, hice algunas sugerencias respecto a la
recopilación del tipo de material que resulta más probable que satisfaga las
exigencias de algunas de las teorías presentes. Estas demandas son para un
análisis sincrónico de los principios estructurales generales, el cual se
vincula estrechamente con un análisis diacrónico del funcionamiento de
estos principios, a través de actores específicos ubicados en situaciones
especificadas.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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