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Mariano Baptista Gumucio El mundo desde Potosí Vida y reflexiones de Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela (1676-1736) 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales

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Mariano Baptista Gumucio

El mundo desde Potosí Vida y reflexiones de Bartolomé Arzans de

Orsúa y Vela (1676-1736)

2003 - Reservados todos los derechos

Permitido el uso sin fines comerciales

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Mariano Baptista Gumucio

El mundo desde Potosí Vida y reflexiones de Bartolomé Arzans de

Orsúa y Vela (1676-1736) Selección, prólogo y notas de Mariano Baptista Gumucio Presentación Luis Yagüe, Gerente General del Banco Santa Cruz se complace en entregar a sus clientes y amigos esta obra fundamental para la literatura y la historia, no solamente de Bolivia sino de Hispanoamérica en general. La «Historia de Potosí», de Bartolomé Arzans de Orzúa y Vela, concluida en 1736, permaneció inédita dos siglos, salvo algunos copias truncas y adelantos que hizo de ella en unos «Anales» el autor: hasta 1965 cuando fue editada en tres tomos de formato mayor, por la Brown University de Providence, Rhode Island. De ahí porqué Orsúa y Vela no figura en las antologías literarias del siglo XVIII pese a que, sin duda, se trata de una de las figuras más importantes de las letras hispanoamericanas y españolas de esa centuria, tanto por la extensión de su obra -alrededor de un millón de palabras- como por la gracia de su estilo y su inagotable capacidad narrativa. Nació en 1776 y murió en 1736, dedicando a su «Historia» y otras obras inconclusas 35 años de su vida, en los que escribió la epopeya espectacular que fue el descubrimiento, explotación, riqueza y decadencia de uno de los mayores emporios mineros del mundo, con capítulos dedicados a Perú, Argentina y Paraguay, ocupándose paralelamente, de las vidas, costumbres, pasiones, vicios y excentricidades del conglomerado social de Potosí, cuya población en sus tiempos de esplendor era la mayor del imperio español, con 160.000 habitantes. El escritor venezolano Arturo Uslar Pietri piensa que el libro de Arzans es como «Las mil y una noches de las más fabulosa América» y que el autor es «un ejemplo excelso y un testimonio invaluable de la creación de una nueva identidad mestiza en Potosí». Continuando con la labor la Universidad de Brown y con el deseo de poner al alcance del lector de hoy la esencia de la obra del cronista potosino, hemos solicitado al historiador Mariano Baptista Gumucio que preparase esta síntesis de la historia de Arzans, así como

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cuanto de él se sabe, tanto por los fragmentos autobiográficos contenidos en su obra, como por el informe que hizo Ortega y Velazco a la Corona, veinte años después de la muerte de Bartolomé. Baptista Gumucio ha seleccionado al mismo tiempo, reflexiones que Orsúa y Vela asienta en cada una de sus numerosas historias, lo que constituye un valiosísimo registro para entender cómo pensaba un hombre común, pero dotado de una gran cultura libresca, que se sentía súbdito del Rey de España, pero que abominaba de mal gobierno y proclamaba el orgullo de ser potosino y criollo, en una ciudad alejada de la costa y a cuatro mil metros de altura sobre el mar. Nos complace, participar con nuestro aporte en la realización de esta importante obra y abrigamos que esta Historia ofrezca una síntesis completa de la vida y reflexiones de Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela y del esplendor y la grandeza del pasado de Bolivia. LUIS YAGÜE GERENTE GENERAL-BANCO SANTA CRUZ S. A. GRUPO SANTANDER CENTRAL HISPANO -4- -5- «Diviértanse, mis amados lectores, con esta pequeña obra.» Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela Anales, 1702 -6- -7- A la memoria de Gonzalo Gumucio Reyes, descubridor del original de Arzans en la biblioteca Real de Madrid, quien durante varios años trató de interesar al gobierno español en su publicación; y a Gunnar Mendoza y Lewis Hanke, quienes lograron que la Universidad Rhode Island de Providence, EE. UU., publicara la Historia de Potosí en 1965 dedicándole, al alimón, un magnífico prólogo. Y en el homenaje a Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela y Melchor Pérez Holguín, que convivieron en Potosí sin conocerse y reflejaron, cada uno a su modo, el esplendor y al grandeza de la Villa Imperial. -8-

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Reducción de un lienzo de 4 x 3 varas dibujado por Francisco Tito Yupanqui, según Fr. J. Viscarra F. Representa la aparición de la Virgen de Copacabana sobre el cerro de Potosí en 1548. -9- Esplendor y grandeza de Potosí Las leyendas nativas Cuenta una leyenda del incario que habiendo llegado Huayna Cápac, uno de los soberanos más esclarecidos que tuvo el Imperio, hasta las cercanías de la montaña conocida con el nombre de Sumac Orcko (Cerro Hermoso), en un recorrido por sus dominios, no ocultó su asombro ante la imponente mole y ordenó su explotación con el fin de acrecentar los tesoros de los templos. No bien empezaron los nativos a trabajar los ricos filones de plata, llegó a sus oídos una estruendosa voz que decía «no saquen la plata de este cerro porque es para otros dueños». Los indios de Cantumarca, a donde había ido a reposar el Inca, buscando el bálsamo de las aguas termales que abundan en la región, tenían también otro nombre para la montaña: Photojsi, pues alegaban que cuando quisieron horadarlo en busca de mineral, hizo un gran ruido. Pero el fonema Potoj no significa estruendo en quechua, pero sí en aymará, de manera que la historia del cerro sería anterior a la dominación de los incas, cuando las tierras de la altiplanicie eran señoreadas por los aymarás. A los indios les parecía que la montaña era también una mujer y la llamaron Coya, equivalente a Reina. ¿Acaso era casual que junto a la mole de roca estuviera como un vástago suyo un cerro pequeño, llamado Guayna Potosí, que quiere decir Potosí el mozo? Los españoles bautizaron el cerro y la ciudad que atropelladamente se formaría en sus faldas como Potosí y ése es el nombre que ha alcanzado difusión universal, como sinónimo de extravagante riqueza. «Yo, Don Diego de Zenteno, Capitán de S.M.I., Señor D. Carlos V, en estos Reinos del Perú, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y a nombre del muy Augusto Emperador de Alemania, de España y de estos Reinos del Perú, señor Don Carlos Quinto y en Compañía y a presencia de los Capitanes, Don Juan de Villaroel, Don Francisco Zenteno, Don Luis de Santandía, del maestre de Campo Don Pedro de Cotamito y de otros españoles y naturales que aquí en número de sesenta y cinco habemos, tanto señores de vasallos como vasallos de señores, posesiónome y estado deste cerro y sus contornos y de todas sus riquezas, nombrado por los naturales este cerro Potosí, faciendo la primera mina,

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por mí nombrada la Descubridora y faciendo las primeras casas, para nos habitar en servicio de Dios Nuestro Señor, y en provecho de su muy Augusta Magestad Imperial, Señor Don Carlos Quinto. A primero de Abril deste año del Señor de mil e quinientos y cuarenta y cinco.» «-Capitán Don Diego de Zenteno.- Capitán Don Juan de Villaroel.- Capitán Don Francisco de Zenteno.- Capitán Don Luis de Santandía.- Maestre de Campo Don Pedro Cotamito. Non firman los demás por non saberlo facer, pero lo signan con este signo +. Pedro de Torres, Licenciado.» Cuando llegaron los conquistadores el cerro estaba cubierto de arbustos y matorrales espinosos. En las cumbres dominaba la paja brava, de color marrón y de múltiples usos, pues servía para alimento de llamas y alpacas y para techos y paredes. En las faldas florecían otras especies de plantas nativas, que se usaron ampliamente en la labor minera como combustible para los miles de guairas, hornos indígenas de fundición que en los primeros años de explotación iluminaban el cerro con sus luces dándole un aspecto fascinante. El agotamiento de esos recursos vegetales, unido a la utilización sistemática de mitayos que horadaban túneles y socavones en busca del mineral, cada vez más esquivo, dio origen a otra leyenda y un nombre más para el cerro. Decían los indios que los colores marrón y gris que mostraba la montaña cubierta por esa capa vegetal, e incluso amarillo brillante y verde de la yareta, fueron cambiando paulatinamente a medida que morían los mitayos en la montaña, hasta que el cerro quedó teñido de rojo. Desde entonces por la sangre derramada en sus entrañas lo llamaron -10- Wuila Ckollo: Cerro de sangre, pues Wuila en aymará equivale a sangre. Unas de las más antiguas estampas de Potosí a poco años de su fundación. La única iglesia en el barrio de indios es la de San Francisco. Las ubres inagotables Las fabulosas riquezas que las entrañas del cerro guardaban habrían de ser largamente explotadas por la Corona española, que sufrió con ellas un hartazgo malsano. El metal argentífero financió las guerras sostenidas por la Casa de los Habsburgo en Flandes, Francia, Alemania, Italia, el Mediterráneo contra el gran Turco, Inglaterra y dio un formidable impulso al establecimiento de la economía precapitalista en Europa revolucionando los precios, mientras que en España, el exceso de oferta de plata fue tal que desató un proceso inflacionario y paradójicamente constituyó un factor para la decadencia de la agricultura y la industria en aquel país.

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Dentro del territorio de Charcas, incontables fueron las «entradas» que con financiamiento potosino hicieron atrevidos capitanes en busca del Dorado o el «Gran Paititi», presuntamente escondido en los Llanos orientales. Y como si todo esto fuese poco, Felipe II instruyó que a partir de 1580, año de la segunda fundación de Buenos Aires, la Caja Real de Potosí «situara» anualmente en lo sucesivo y sin necesidad de que se repitiera la orden, 280.000 pesos para Buenos Aires y 212.000 pesos para la capitanía general de Chile, suma con la que se cubrían también los gastos de guerra contra los araucanos. Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, a quien está dedicado este libro, dice en una parte de su Historia: «He querido, aunque alargándome un poco más, referir los sucesos del reino de Chile aunque en suma por lo mucho que esta imperial villa le ha ayudado siempre con gente y millones de plata en la guerra y en la paz». Había leído también La Araucana aunque no sabía (o no consideró importante) consignar la Cédula Real (1564) que decía a la letra «Sabed que acatando lo que D. Alonso de Ercilla, gentil hombre de nuestra casa, nos sirvió en esas provincias y en las de Chile le hicimos merced de 4.000 pesos por una vez, librados en los nuestros oficiales reales de la ciudad de los Reyes». Como quiera que Lima no pudo o no quiso pagar esa suma, el Rey ordenó que lo hiciesen las Cajas Reales de Potosí. Las cifras de soporte a Santiago y Buenos Aires, hasta las postrimerías del régimen colonial, nunca dejaron de enviarse y, por el contrario, se incrementaron en el caso de Buenos Aires, cuando arreciaban los conflictos en la frontera brasileña al norte (Potosí envió 900.000 pesos para la ejecución del tratado de límites con el Portugal en 1750) o con franceses e ingleses en Las Malvinas, a quienes se expulsó con plata potosina, pues la expedición de reconquista armada en 1770 demandó 1.328.834 pesos pagados íntegramente por las Cajas Reales de Potosí. En alguna ocasión también se atendieron con recursos potosinos los gastos de la Corona en Filipinas. Lo de Las Malvinas es tan novelesco que parece ficción. Ese conjunto de islotes rocosos que provocaron una guerra entre Argentina e Inglaterra en abril de 1982, y que hoy no ofrecen más que agua fresca y hatos de ovejas, a finales del siglo XVIII no tenían otro atractivo, que el de su relativa proximidad a la costa argentina y al estrecho de Magallanes, puerta -11- al Pacífico. Allí también podían saciar su sed los marineros. No habrían ingresado a la historia de no haber existido el imán de Potosí. El culpable fue Francisco Drac (Sir Francis Drake), que con una fragata y dos embarcaciones menores se dio el lujo de bordear todo el territorio colonial español, desde Panamá hasta Tierra del Fuego, Chile, Perú y el litoral mexicano, volviendo a Inglaterra por el Índico y el Atlántico. El corregidor de Atacama avisó a Potosí del paso de las naves inglesas y desde allí se envió otro chasqui hasta Lima. Creció en Madrid la preocupación por reforzar Buenos Aires como puesto militar y también Santiago al sur, para evitar que los piratas ingleses desembarcaran en esos sitios. La presa, en la mente de unos y otros, era Potosí. De ahí por qué fueron los franceses los primeros que se instalaron en las Malvinas, en 1764, buscando un sitio estratégico que no fuera advertido desde Buenos Aires y desde donde pudiesen pasar mercaderías de contrabando al mercado potosino, bordeando el extremo sur

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del continente, hasta Antofagasta o Arica. Los ingleses, que se apoderaron dos años después de una parte de las islas, abrigaban el mismo propósito. Porque había quienes codiciaban a Potosí, otros lo esquilmaban para defenderlo, pero en todo caso, era el centro del sistema de producción de semejante poder económico, el lugar donde la plata extraída era convertida en lingotes y moneda para su exportación. De ahí que el cerro y la villa hubieran sido exaltados por los cronistas e historiadores con adjetivos superlativos como Monte Excelso o Cerro Madre de América, que Cervantes por boca del Quijote elogia un remedio que le da Sancho diciendo que las minas de Potosí no podían pagárselo; que los diccionarios ingleses emplearan «As rich as Potosí» (tan rico como Potosí) cual sinónimo de opulencia; que cuatro ciudades y poblaciones del Brasil, ocho de Colombia, una de España, dos de Estados Unidos de América, dos de Nicaragua, dos de la Argentina y cinco de México, lleven el mismo nombre de la ciudad fundada en los Andes bolivianos en 1545, y que la montaña figurara incluso en el antiguo mapa chino del Padre Ricci con el nombre Pei-tu-shi. La «fiebre» potosina Aun cayendo en lo que Lewis Hanke ha llamado «la fiebre potosina» o sea la tendencia a glorificar y magnificar todo lo relativo al cerro, muchos contemporáneos de su esplendor pensaron que nada igual se había producido antes. El Padre Joseph de Acosta en su Historia Natural y Moral de las de las Indias (1590) dice: «...en el modo que está dicho se descubrió Potosí, ordenando la Divina Providencia para felicidad de España, que la mayor riqueza que se sabe haya habido en el mundo, estuviese oculta y que se manifestase en tiempo en que el Emperador Carlos V, de glorioso nombre, tenía el imperio y los reinos de España y los señoríos de Indias». En su Memorial de las Historias del Nuevo Mundo (Lima, 1630), Buenaventura Salinas y Córdova afirma enfático: (Potosí) «Vive para cumplir tan peregrinos deseos, como tiene España; vive para apagar las ansias de todas las naciones extranjeras, que llegan a agotar sus dilatados senos; vive para rebenque del turco, para envidia del Moro, para temblor de Flandes y terror de Inglaterra; vive, vive columna y obelisco de la fe». Fray Antonio de la Calancha, de la orden de San Agustín, en su Crónica Moralizadora (1638-1653) dice del cerro que «es único en la opulencia, primero en la majestad, último fin de la codicia». Muy aficionado a la astrología, añade que «predominan en Potosí los signos de Libra y Venus, y así son los más que inclinan a los que allí habitan a ser codiciosos, amigos de música y festines, y trabajadores por adquirir riquezas, y algo dados a gustos venéreos. Sus planetas son Júpiter y Mercurio: éste inclina a que sean sabios, prudentes e inteligentes en sus comercios y contrataciones, y por Júpiter, magnánimos y de ánimos liberales». Antonio de León Pinelo, autor de El Paraíso en el Nuevo Mundo (1650), obra en la que sitúa el Edén en Iquitos, sobre la ribera del Amazonas, basándose en las cifras ofrecidas por Luis Capoche, sostiene puntillosamente que con la plata ya extraída del cerro podría

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haberse hecho un puente o camino de 2.000 leguas de largo, 14 varas de ancho y 4 dedos de espesor hasta España. En la Francia de mediados del siglo XVIII la Iglesia Católica hizo serios esfuerzos para contrarrestar las ideas que iban a plasmarse luego en la Enciclopedia, promovida por Diderot y D'Alembert. Parte de ese trabajo fue el Gran Diccionario Histórico en diez tomos, publicado en París y luego en Madrid, en 1750, y en el que figuran dos páginas dedicadas a Potosí que dan idea de la fama que el sitio había alcanzado en las cortes europeas. Dicen algunos de sus párrafos: «Potosí, ciudad del reino del Perú, en la provincia de los Charcas, hacia el Trópico de Capricornio, la llaman los españoles Ciudad Imperial, puede ser por causa de sus riquezas (...). Se cuentan en ella 4.000 casas bien edificadas y con muchos altos. Las iglesias son magníficas y ricamente adornadas, y sobre todo las de los religiosos, habiendo muchos conventos de diversas órdenes. Pueblan esta ciudad españoles, extranjeros, naturales del país, negros, mestizos y mulatos. Los mestizos han nacido de un español y de una salvaje, por usar del término riguroso, y los mulatos, de un español y de una negra. En esta ciudad se cuentan cerca de 4.000 españoles naturales capaces de tomar las armas. Los mestizos componen casi otro tanto número, y son muy astutos; pero no se exponen gustosos a las ocasiones, y visten ordinariamente tres tapalotodos a justacorps de piel de búfalo uno sobre otro, de modo que una espada no puede penetrarlos. En la ciudad no hay muchos extranjeros, y los tales son holandeses, irlandeses, genoveses y franceses que pasan por navarros y vizcaynos. (...) Los salvajes negros o los mulatos que sirven a los españoles están vestidos como ellos, y pueden usar armas. En esta ciudad reglan lo político 24 regidores, además del corregidor y el presidente de las Charcas, quienes dirigen y gobiernan los negocios a la moda de España. Exceptuando, estos dos ministros principales, tanto en Potosí como en cualquier otra parte de la América, los caballeros y los hidalgos tienen libertad de meterse a comerciar; y se dice hay -12- algunos que tienen, o por decir que tenían tres o cuatro millones de caudal. El común del pueblo vive también con bastante comodidad, pero son muy fieros y soberbios. Se ven andar siempre vestidos de tela de oro y plata de escarlata, y de todo género de raso guarnecido de encajes de oro. Las mujeres de los hidalgos y las de los ciudadanos están contenidas aun más que en España. Sus casas están muy bien adornadas y todos en general se sirven de vajillas de plata. (...) La plata mejor de todas las Indias Occidentales es la de Potosí; y aunque se ha sacado una asombrosa cantidad de plata, de las minas en que se evidencia el metal, y que el día de hoy están casi agotadas, se encuentra de él en abundancia en los parajes que aún no se han trabajado». Ciudad la Villa Rica Imperial (Potosí), del libro Crónica de Buen Gobierno de Guamán, Poma de Ayala (Hacia 1580-1613) Los blasones A un año del descubrimiento de la riqueza y enemistado ya Juan de Villarroel de sus socios originales Diego Centeno y Pedro Cotamito, envió un memorial a Carlos V, acompañado previsoramente de un donativo de doce mil marcos de plata piña, en el que le pedía que le confirmase como descubridor del cerro y fundador de la ciudad.

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La respuesta del Monarca fue afirmativa, acompañada de un escudo de armas donde aparece el cerro rico en campo blanco, con dos coronas del Plus Ultra a los costados, la imperial corona al timbre y la siguiente leyenda al pie: Soy el rico Potosí Del mundo soy el tesoro soy el rey de los montes y envidia soy de los reyes El escudo de armas estaba acompañado de la declaratoria de Villa Imperial de Potosí. En agosto de 1565, mediante cédula real, Felipe II concedió a Potosí las armas reales de España: en campo de plata un águila imperial «y en medio, dos castillos contrapuestos y dos leones, debajo el cerro de Potosí, a los lados las dos columnas del Plus Ultra, corona imperial al timbre y por orla el collar de toison». El virrey Francisco de Toledo, con cédula firmada en Arequipa en agosto de 1575, añadió al escudo potosino una frase latina colocada en el contorno del óvalo central: Caesaris potentia pro rexis prudentia iste excelsus mons et argenteus orbem debelare valet universum («El poder del emperador así como la prudencia del rey y esta excelsa argéntea montaña, bastan para señorearse del orbe universal.») -13- La ciudad de La Plata que se preciaba de ser la única en el ámbito del virreinato que había mantenido su lealtad al rey durante la rebelión de Gonzalo Pizarro, amén de que fueran sus habitantes quienes primero se instalaron en el cerro de Potosí, proveyendo al monarca de cuantiosas sumas por concepto de quintos, solicitaron a Madrid el derecho de tener un escudo de armas. La respuesta del rey, de marzo de 1559, dio a La Plata los títulos de «ciudad insigne, muy noble y muy leal» y un escudo de armas en cuyo cuartel superior figuraba el cerro de Potosí sobre campo azul, con una cruz en lo más alto y cinco vetas de plata. Al pie otro cerro más pequeño con seis guairas, operada cada una de ellas por un

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indio. En el otro cuartel superior el cerro de Porco, y luego el águila imperial, castillos, leones, y la cruz de Jerusalén y nada menos que diez cabezas de tiranos (que recordaban a los alzados). Mientras aquí, separadas por apenas dieciocho leguas (160 kilómetros), las dos ciudades luchaban por diferenciarse una de la otra, la Corona en Madrid las veía como una sola unidad, que lo era en efecto. No en vano las mercaderías que provenían de España debían almacenarse previamente en Chuquisaca antes de seguir a Potosí y de los valles próximos a la ciudad blanca se proveía al asiento minero de toda clase de frutas, maíz, legumbres y carne. De otra parte, el Presidente, oidores y fiscal de la Audiencia de Charcas percibían sus salarios -5.000 pesos anuales para el primero y 4.000 para los segundos- de la Caja Real de Potosí. El río de La Plata y la Argentina Con la misma avidez que había llevado a los trece alucinados de la isla de Gallo a seguir a Francisco Pizarro hacia el sur, bajo la advocación que éste les hiciera trazando una raya en el suelo: «Por este lado se va a Panamá a ser pobres, por este al Perú a ser ricos, escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere», otras expediciones partieron de Panamá hacia el sur, bordeando las costas del Brasil en busca del quimérico el Dorado. Se toparon con un río de aguas caudalosas al que los nativos llamaban Paraná-guazu, esto es, Paraná grande (Paraná quería decir mar o río como mar) que habría sido descubierto originalmente por Gonzalo Coelho y Américo Vespucio en marzo de 1502, en un viaje financiado por la Corona de Portugal. Del lado español el descubrimiento oficial correspondió a Juan Díaz de Soliz, en 1516. El cronista de la expedición escribió: «Entraron en un agua que por ser tan espaciosa y no salada llamaron Mar Dulce...». La Armada de Magallanes llegó al sitio en enero de 1520 y Antonio Pigaffeta hizo un dibujo del contorno del río, dándole el nombre de su descubridor español. Pero en 1527, el río se conocía ya indistintamente en España con los nombres de Soliz y La Plata. Fueron los portugueses, empeñados también en llegar cuanto antes a las regiones míticas del oro y de la plata, quienes le pusieron este último apelativo. «Sebastián Caboto que partió de España en 1526 con intención de arribar a las Molucas, llegado a Pernambuco, oyó hablar de las riquezas metalíferas que se hallaban remontando el río. En la isla que Soliz había llamado de La Plata, encontró a otros náufragos de la desgraciada expedición del capitán español, quienes contaban de la Sierra de La Plata y del imperio del Rey Blanco. El portugués Alejo García había entrado mucho más adentro, pero al retornar de ese reino, cargado de riquezas también, fue asaltado y pereció a manos de los indios. Uno de los náufragos conservaba algunas muestras metálicas y contaba que «nunca hombres fueron tan bienaventurados como los de la dicha armada, por cuanto decían que había tanta plata y oro en el Río de Soliz que todos serían ricos y que tan rico sería el paje como el marinero...». De esta manera, a partir de 1526, en la correspondencia oficial de la Corona española se adopta el nombre que habían dado a esa gran corriente de agua los portugueses, comprendiendo como río de La Plata al Paraná y el Paraguay. El nacimiento del río Pilcomayo, que une sus aguas a las del Paraguay, se halla en las quebradas de Tiquipaya y

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fuentes próximas a la ciudad de Potosí. La -14- leyenda que españoles y portugueses oían de los nativos de la ribera Atlántida se basaba pues en un hecho incontrovertible: muy lejos, a 530 leguas (2.650 km) de distancia, siguiendo el curso de los grandes ríos, en lo más alto de la cordillera, el destino había reservado para ellos un emporio de plata. Portada y página interior del poema «Argentina» de Barco Centenera (edición príncipe, Lisboa, 1602). Argentina es nombre del poema, no del país. El canto II empieza con el verso «El río que llamamos Argentino». Ángel Rosemblat, que ha dedicado un libro al tema del nombre de la Argentina donde aparecen las citas anteriores, dice que en este caso la poesía venció a la prosa, pues fue un poeta hoy olvidado, quien inspirado en el nombre del río y en el de la ciudad de La Plata, donde vivió por un tiempo, intituló su largo poema, publicado en 1602 «Argentina», como nombre del poema, no del país. En los documentos latinos y la cartografía de los siglos XVI, XVII y XVIII se hablaba corrientemente de Fluvius Argenteus, Flumen Argentiferus, Fluvius Argentiferus, Flumen Argenti, pero fue Del Barco Centenera quien, empleando un latín peruanizado, habló primero de argentinus. Afirma Rosemblat que, deslumbrado por el éxito de Ercilla con su Araucana (1569), el arcediano Del Barco Centenera, que había pasado un cuarto de siglo entre las provincias del río de La Plata, Paraguay y el Perú, quiso también, desde el momento en que se embarcó a América, en 1572, hacer algo parecido. En la dedicatoria de su libro manifiesta que «aquellas amplísimas provincias del Río de La Plata estaban casi puestas en olvido, y su memoria sin razón oscurecida», por eso procuró «poner en escrito algo de lo que supe, entendí y vi en ellas en veinticuatro años que en aquel nuevo orbe peregriné». Desde un principio emplea, para referirse a la tierra que describe, el adjetivo latinizante «argentino» (del latín argentum, plata): Haré con vuestra ayuda este cuaderno del Argentino Reino recontando diversas aventuras, extrañezas, prodigios, hambres, guerras, proezas... Por analogía aplica a los habitantes el mismo adjetivo: Los argentinos mozos han probado allí su fuerza brava y rigurosa, poblando con soberbia y fuerte mano la propia tierra y sitio del pagano...

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De los más de diez mil endecasílabos del poema, lo único vivo que queda, en opinión de Rosemblat, es el apelativo con que, pese a intentos de cambio, quedó bautizado un país: «Argentina, uno de los más hermosos nombres del mundo» (Paul Morand). Antonio de León Pinelo, que conocía el poema de Del Barco Centenera, considera que los cuatro ríos que regaban el paraíso terrenal eran el Amazonas, el Magdalena, el Orinoco y el de La Plata (conocido como Phison en la Biblia) «que, con voz latinizada algunos llaman Argentino, ocupa el segundo lugar entre todos los de las Indias y del Universo». En tanto los conquistadores del Perú se entre mataban en las cuatro guerras civiles que alborotaron el territorio entre 1537 y 1554, otros españoles desde el Atlántico buscaban acceder también a las riquezas de la montaña. Después de Alejo García, Juan de Ayolas, enviado por Pedro de Mendoza, el fundador de Buenos Aires, remontó el curso del río y en la confluencia del Pilcomayo con el Paraguay, fundó un fuerte que con el tiempo se convertiría en la ciudad de Asunción. Los indios charrúas le quitaron la vida en la ribera del río Bermejo. Uno de sus lugartenientes, -16- Ñuflo de Chávez, continuó la expedición cumpliendo la notable hazaña de llegar a Lima dos veces y entrevistarse primero con el Presidente La Gasca y luego con el virrey Hurtado de Mendoza, quien le concedió los territorios de Matogroso, Mojos y Chiquitos, dando en cambio el Chaco a Andrés Manso. Ñuflo de Chávez fundó la ciudad de Santa Cruz, luego trasladada al sitio que ocupa hoy, en 1561. -15- El establecimiento de la ciudad de Asunción fue providencial para evitar que los portugueses avanzaran hacia territorio peruano y lograran su meta de apoderarse de Potosí. La historiadora paraguaya Julia Velilla afirma que «desde 1536 a 1557, once veces los conquistadores intentaron llegar al Alto Perú, alucinados por las riquezas de El Dorado. En el empeño de vinculación con los Charcas y Potosí, y en el frustrado anhelo de dominar el Chaco, la Provincia consumió sus mejores energías. Para el Paraguay, desde siempre, el dominio sobre el Chaco ha sido condición fundamental de su existencia. En el período colonial se efectuaron no menos de 116 expediciones a dicha región, organizadas por las autoridades del Paraguay». Convendrá concluir con una reflexión inescapable: De no haber existido plata en el cerro éste habría continuado siendo, por los siglos de los siglos, un «gigante rodeado de soledad», como lo califica Alberto Crespo R. Allí encontraron los españoles el mítico El Dorado que había desvelado a todos los conquistadores desde que pusieron pie en América y en el que pensaba Colón cuando escribió: «El oro es una maravilla. Quien lo posea es dueño de todo lo que desea. Con él aun pueden llevarse almas al paraíso». Sin duda que su búsqueda fue el principal móvil de la conquista. ¿Pero dónde y cuándo no lo fue a lo largo de la historia

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humana? Pecan de hipocresía quienes acusan a los españoles de ser cautivos de la codicia cuando no ha habido aventura, desde la de Jasón y los argonautas, que no hubiese tenido entre sus motivaciones premiosas el afán de la súbita riqueza. Cuando pensamos en el coraje, la tenacidad y también la crueldad de esos buscadores de fortuna, deberíamos también poner en el otro platillo de la balanza lo que habría sucedido con las regiones en que hallaron metales preciosos fundando en ellas ciudades, puertos y fortalezas, si es que hubiesen carecido de esos recursos. «De no haber sido por la minería que logró salvar las grandes distancias y los enormes obstáculos que la imponente geografía ofrecía -responde el mexicano Gustavo P. Serrano- el esfuerzo español habría sido embotado por la acción de la selva o de la montaña y los pobladores y colonizadores hubieran caído en un ruralismo enervante. La minería hizo posible la concentración de población, permitiendo una vida humana con niveles muy semejantes a los de Europa y por ello la cultura de este nuevo mundo penetró hondamente tierra adentro, se elevó sobre la altiplanicie y la sierra y llegó a las regiones más apartadas del país». Así sucedió en México y, por supuesto, en Potosí. Potosí, de villorrio o campamento minero pegado al cerro, como fue en sus orígenes, llegó a adquirir con el paso de los años y las décadas otra dimensión sociológica y cultural en el ámbito continental. Lo dice certeramente Roberto Prudencio en un ensayo dedicado a Charcas: «Potosí dio igualmente origen al espíritu y la índole del mundo hispanoamericano. De él parte toda la trayectoria vital de las demás ciudades del continente. Es la villa de mayor fuerza cósmica, la que ha de perdurar a través de toda la vida republicana como la expresión tangible del recuerdo, del pasado, de la historia en suma. Por lo mismo que está arraigada en el corazón mismo de la tierra, se abre a la América, y por su fuerza creadora constituye la iniciación de un mundo». «Potosí fue por excelencia la ciudad colonial, pues por el gran caudal de lo indiano que poseía pudo lograr esa extraña y portentosa amalgama de lo hispano con lo indígena, que es lo característico del mundo cultural de La Colonia, como ya lo dijimos. Lima, Santiago o Bogotá fueron ciudades españolas casi por entero, o en las que el predominio de lo hispano era tan fuerte que no dejaba lugar a lo autóctono.» Les faltó el humus para crear esa nueva atmósfera de cultura que fue lo propiamente colonial. El Cuzco, por el contrario, fue una ciudad donde lo indiano dominaba: lo colonial se levantó sobre las viejas construcciones incásicas. «Potosí fue otra cosa. Potosí nació en La Colonia, pero fue el fruto de la savia misma de la tierra; fue el florecimiento singular de una planta autóctona nacida al mágico injerto del espíritu hispano. Potosí realizó en forma extraordinaria lo que los actuales hispanoamericanos buscamos y que la república ha perdido: el genio creador, como resultante de la fusión de dos espíritus, de dos mundos: lo hispano y lo indio. Por eso Potosí pudo lograr una vida propia, un estilo propio, vale decir una cultura propia. Y esto que fue la conquista del singular destino es lo que ha perdido la república.» El período que abarca este ensayo alcanza hasta 1825 cuando después de quince años de guerra inclemente, se erige en el territorio de la Audiencia de Charcas un país nuevo que

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adopta el nombre de Bolivia. Durante el régimen republicano, el cerro rico continuó ofreciendo, además de plata, variedad de minerales, sobre todo estaño, y el Departamento de Potosí, su abnegada cuota de esfuerzos y sacrificios al nuevo país, enviando a sus hijos a defender con las armas la heredad territorial y a combatir a los tiranos. La contribución potosina a la república en los campos de la economía, la cultura y la política ha sido enorme y varios volúmenes tendrían que ocuparse de ella. Baste señalar ahora que Potosí ha recibido dos nuevos blasones, con los que concluye esta introducción a su fabulosa historia colonial: la declaración de «Ciudad Monumento de América», otorgada por la Organización de Estados Americanos en su noveno período de sesiones celebrado en La Paz en 1979, y la de «Patrimonio cultural y natural de la humanidad», denominación con que la distinguió la organización de Naciones Unidas para la Ciencia, la Educación y la Cultura (Unesco) en 1987. -17- La Villa de Carlos V En el principio fue Porco. Hasta allí habían llegado Gonzalo Pizarro y Diego Centeno atraídos por el nombre del lugar (Colque Porco, plata de Porco) y por la presencia de utensilios de ese metal que usaban los nativos, a los que sin embargo hubo que obligar bajo tortura a que revelaran el sitio exacto de donde provenía el mineral. Muchos prefirieron perder la vida antes de hacerlo. Otros, ante la avidez y urgencia que mostraban los encomenderos, apelaron a la astucia, desviándoles el camino. Así hicieron con Diego de Almagro, el antiguo compañero de Pizarro, a quien tocó en el reparto de la conquista el territorio de Nueva Toledo, correspondiente al Alto Perú. En su trayecto por la altiplanicie, los indios le señalaban siempre el sur como el punto de origen del oro y de la plata, lo que llevó al obstinado capitán hasta las inhóspitas tierras de Chile, donde sufrió con sus hombres el triple acoso del hambre, la sed y los temibles araucanos. Esto sucedía en 1536. Tres años después Porco ya era un floreciente asiento minero al que habían acudido otros españoles más, como Pedro de Valdivia, quien, después de vender su mina, partió de allí (1538) al mando de 150 españoles y 1.000 indios reclutados en el sitio y en Tarija y Charcas para emprender la definitiva conquista de Chile. En el mismo año en que Valdivia hacía su entrada a Chile, tenía lugar la fundación de la ciudad de La Plata a 120 km al noreste de Porco. De clima acogedor y situada a 2.900 metros sobre el nivel del mar, La Plata era sitio estratégico para nuevas expediciones a Mojos y Chiquitos y lugar de refugio para quienes estaban operando minas en el entorno. En poco tiempo se convirtió en el centro administrativo de la región, conocida como Charcas, derivativo del apelativo de una de las tribus más importantes del lugar. En 1561 el rey Felipe II dispuso que allí se estableciera una Real Audiencia, tribunal que debió ser de alta apelación, pero que en los hechos asumió el control administrativo sobre una vastísima zona que se internaba por el norte hasta las regiones intocadas de los ríos Purus y Madera bordeando por el oeste el límite brasileño convenido por el tratado de Tordesillas, al sur hasta Asunción y Buenos Aires y al este el distrito de Atacama, que se abría al Pacífico.

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No sin admiración teñida de espanto exclama René Moreno en la obra que dedicó a esta audiencia: «Algún día se habrán de referir a la maña con que en su remoto distrito sabía ese tribunal arrogarse las facultades del soberano, el desenfado con que acertaba a burlar las órdenes de los virreyes, la audacia con que a las leyes se sobreponía, la impunidad de casi tres siglos con que contó su despotismo en el Alto Perú». La Real Audiencia, constituida por un presidente, cinco oidores, un fiscal para lo civil y otro para lo criminal (con el tiempo se redujo a cuatro oidores y un fiscal), por la distancia que la separaba de Lima, asumió en los hechos «oficio de procónsul», interviniendo con mano férrea en todos los aspectos de la vida política y económica de la vasta región, que incluso cubría Cuzco y Arequipa, en el Bajo Perú. Ella tuvo que ver con la rebelión de Antequera en el Paraguay y con el torpe manejo de las reclamaciones de Tomás Catavi, cuyo apresamiento dio lugar a la más vasta y formidable insurrección indígena en el Alto Perú. Fueron también los oidores de Charcas que, enfrentados al Presidente de Charcas y al Virrey de Buenos Aires, precipitaron, sin imaginar el alcance suicida de su acción, el cambio de autoridades en 1809, prólogo de la revolución independentista hispanoamericana. «La Audiencia -prosigue René Moreno- empuñaba el tridente en el mar de esas agitaciones. Las levas implacables de la mita, el gran tráfago de las minas durante el auge fabuloso, el alentar cotidiano de la vida doméstica, el haber, existencia y honra de los individuos, todo pasaba sobre la palma de su mano, deslizándose como al caer del arnero la semilla que a esa mano le es dado estrujar o detener.» -18- El descubrimiento Hubo siempre algo sobrenatural en la cima y en los contornos del cerro. El indio Diego Huallpa (o Hualca), primer descubridor de su riqueza, declaró en 1572 que allí existía un adoratorio nativo y quizá ésa es la razón de por qué los Caracaras que habitaban el asiento de Porco y se ocupaban de minería, pues rendían su tributo al Inca en plata, no lo hubiesen explotado antes. Sobre el descubrimiento de Huallpa hay innúmeras versiones, de manera que es mejor creer lo que él y su hijo declararon cuando llegó el Virrey Toledo a Potosí: que había nacido en Chumbivilca, cerca de Cuzco, y trabajaba como yanacona en Porco. En una ocasión en que fue enviado al cerro por unos soldados españoles (no indicó el motivo) descubrió a flor de tierra una veta de mineral. Huallpa guardó el secreto por algún tiempo, quizá hacía escapadas furtivas para recoger personalmente lo que podía. Al cabo corrió la voz y Diego de Villarroel fue el primer español que inició allí trabajos, junto con Pedro Cotamito y Diego Centeno, con quien después entró en litigio. Esto sucedía en abril de 1545. A poco acudieron otros 75 españoles, unos de Porco y otros de La Plata, llevando con ellos a unos siete mil yanaconas que rápidamente aprendieron de los Caracaras la técnica de fundir el mineral con guairas, vasijas con perforaciones, por las que el viento encendía las ascuas ardientes.

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Con el descubrimiento de la riqueza del cerro, en la forma más caótica que pueda imaginarse y sin que nadie atendiera al bautizo de la recién nacida mediante acto formal de fundación, había surgido ya una nueva ciudad, que llevaría también el nombre de la montaña a cuyas faldas se cobijaba. «El pueblo se edificó tumultuariamente -afirma Cañete y Domínguez- por los que vinieron arrastrados de la codicia de la plata, al descubrimiento de su cerro rico.» Todos creyeron que sus riquezas, como las de otras minas, no fuesen permanentes, por cuyo motivo de nada cuidaron menos que de la población. Cada uno se situó donde quiso, de manera que fueron formando unas calles demasiado angostas y largas para asegurar el tráfico y abrigarse de los vientos fríos de la sierra». La población europea se dividía entre mineros y comerciantes. Estos últimos eran aves de paso que colocaban sus mercaderías a precios escandalosos y volvían a partir hacia La Plata, Arequipa o Lima para reaprovisionarse. «El sitio del lugar -escribía Luis Capoche al Virrey en 1585- es áspero y con cuestas y quebradas. Sus edificios son los peores que hay en estas partes (por ser sencillos y bajos y mal ordenados y chicas las casas a causa de ser la tierra fría y costosa y haber malos materiales, y los que la han habitado y habitan ser tratantes que van y vienen sin ningún asiento, a quien toca poco el bien público y aumento de los pueblos.» Piensa Capoche que esto se debe a la ausencia de encomenderos residentes como los había en La Plata, «que tanto ser y valor han dado con sus personas, mujeres y familia en las demás partes donde los hay, ennobleciendo el reino y perpetuándolo con las ciudades que han fundado, de magníficos edificios y suntuosas casas, ornamentos y atavíos de sus personas». No obstante y a renglón seguido Capoche destaca sin embargo que el gasto de los potosinos y potosinas era puntual y espléndido en cuanto al vestuario: «En este tiempo -dice- ha llegado el negocio de galas de esta villa a tal punto que donde no se gastaba más que paño pardo y botas de baqueta (por estar prohibido antiguamente que se trajesen sedas), andan vestidos de terciopelo y raja y medias de punto, y apenas se verán calzas que no traigan brocados y telas de oro y esto tan general, que oficiales y mulatos se las ponen. Después de (la introducción de) los azogues se ha ennoblecido esta villa por la mucha gente que ha ocurrido a ella y los casamientos que se han hecho. Y es tanta la curiosidad de los atavíos de las mujeres que pueden competir con todas las del reino». El Virrey Toledo Pedro de la Gasca en su carta al Consejo de Indias enviada desde Lima el 2 de mayo de 1549 -apenas cuatro años después del descubrimiento del cerro y la erección de la Villa de Potosí- hace una comparación del valor de las mercaderías en la ciudad de los reyes y en el nuevo asiento minero. La abundancia de plata y la escasez de los productos dieron como resultado precios increíbles. Por más de siglo y medio, las viviendas de españoles e indios no se diferenciaron gran cosa, sino en el tamaño y los muebles, pues unas y otras estaban hechas de adobe y techos de paja. La construcción estaba a cargo de los nativos, quienes se vieron con tal exceso de trabajo para atender las demandas de los peninsulares que se rebelaron airadamente, produciéndose refriegas concluidas con derramamiento de sangre indígena. El poblacho

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continuó por algún tiempo bajo la jurisdicción de La Plata, a donde debían trasladarse los mineros para ventilar sus pleitos sobre propiedad y posesión de minas, con la consiguiente pérdida de dinero por el tiempo no trabajado. Los azogueros potosinos que contaban con procuradores ante la corte de Madrid tenían la ventaja frente a La Plata, o cualquier otra ciudad del Virreinato, de poder enviar donaciones y préstamos a cambio de nuevos privilegios para la ciudad, hábitos de órdenes militares o títulos de nobleza. Cuando la suma era apreciable, el propio Monarca contestaba una carta de su puño y letra agradeciendo el envío como hizo Felipe III con Pedro de Mondragón, que le facilitó un préstamo (no reembolsado) de 60.000 ducados. Posiblemente nadie ha influido tanto en la vida de Potosí, y acaso en la del Virreinato de Lima, como Francisco de Toledo nacido en la Villa de Oropeza en 1514, miembro de la Orden de Caballería de Alcántara por 34 años, los mismos que sirvió a Carlos V y luego a su hijo Felipe II en todos los frentes del Imperio: el norte de África, Flandes, Francia, Italia, Sicilia, Alemania. Sus dos hermanos habían servido también a la monarquía, uno de ellos como gobernador de Milán y embajador en Roma. -19- Era primo de Carlos V en tercer grado (nietos ambos de dos hermanas) y fue enviado a Lima como Virrey, en 1569, a sus 54 años no tanto por nepotismo sino por sus dotes ejecutivas, pues aunque tenía el celo y la obstinación de un conquistador, concluida la etapa de la conquista y serenados los ánimos de quienes participaron en las guerras civiles, hacía falta más bien un gran administrador. El Monarca no pudo haber escogido mejor. Toledo vistió el hábito de la Orden de Alcántara toda su vida y aunque viajó con 72 sirvientes (varios de ellos familiares) y 20 esclavos, profesó los votos de obediencia, pobreza y castidad. Que se sepa nunca una mujer abrigó su lecho, ni siquiera en las alturas de Potosí, donde toda cobija, cualquiera sea su naturaleza, es bienvenida. Sabemos de sus credenciales militares por una nota que dirigió al Cardenal de Sigüenza en la que se queja de que otros miembros de la Orden han recibido mayores reconocimientos del Monarca. «No creo -le dice Toledo- que habrá muchos que a él y a su padre y a la orden hayan servido con más peligro, antigüedad y trabajo en la mar y en la tierra en estos Reynos y fuera de ellos». Don Francisco de Toledo, Virrey del Perú. De la Crónica de Guamán Poma de Ayala. En América no sobresalió en ese campo, pues su expedición contra los chiriguanos resultó un fiasco, aunque sería injusto cargarle esa responsabilidad, pues otros factores debieron haber influido en el fracaso de la campaña, no siendo el menor de ellos la astucia y el coraje de un pueblo, que como el araucano, al extremo sur, nunca fue doblegado por los españoles. Su gobierno de once años y cinco meses (1569-1580) fue el más largo del siglo XVI en el Perú, solamente superado en el siglo siguiente por el del Conde de la Monclova, que se prolongó por dieciséis años, pero es Toledo sin duda, entre todos los gobernantes del virreinato, quien dejó más honda y profunda huella en todos los campos. Demoró cinco años en sus viajes, tanto por conocer su dominio como para huir de las peleas con la Audiencia de Lima.

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En el territorio de Charcas dispuso la fundación de Tomina, Cotagaita, Tarija, Cochabamba y el fortalecimiento de otras poblaciones en el oriente, con objeto de tender un arco de protección para Potosí frente al permanente avance chiriguano. Residió por un tiempo en la Villa Imperial, a donde llegó, auspiciosamente, junto a la noticia de la victoria de Lepanto, en 1573. Su nombre en la historia de la Audiencia de Charcas está vinculado sobre todo a la instauración de la mita, aunque los españoles antes de su llegada ya habían empleado extensamente el sistema que, por otra parte, tenía antecedentes en el incario, lo que ha opacado un poco su extraordinaria labor en cuanto a la reorganización administrativa y política de la Audiencia y mejoramiento urbanístico en la ciudad de Potosí. Combinaba en grado supremo las virtudes del estadista y del legislador y tenía la meticulosidad y el amor por el detalle que es típico de muchos varones solos, pues solamente un solterón, o mejor dicho, un hombre sin relaciones sentimentales pudo haberse dedicado como él lo hizo con tan entera devoción a su tarea de gobernante y jurista, dando al exánime organismo del imperio una nueva transfusión de sangre gracias al conjunto de medidas adoptadas en Potosí que renovaron la explotación minera. Cierto que supo rodearse de un selecto grupo de asesores, entre los que figuraron Juan de Matienzo y Pedro Hernández de Velasco, que provenía de México, técnico español que introdujo el sistema de amalgama de plata con el azogue, asunto prioritario para la Corona, pues como dijo el propio Virrey se trataba de establecer el «matrimonio» entre las minas de azogue de Huancavelica descubiertas poco tiempo antes y las de plata de Potosí, cuya explotación era cada vez más difícil pues se había agotado ya el mineral conocido como «millma barra», plata blanca o la «tacana» o «plomo ronco» que tenía color -20- plomo, pero que era también muy rico, y quedaban aquellos conocidos como «negrillos» además de desmontes y escorias con contenido de mineral, pero que ya no podían ser tratados con el método de fundición en las guairas. En su comitiva de cincuenta personas figuraban también los cronistas Polo de Ondegardo, el padre Joseph de Acosta, autor de la Historia de las Indias, en la que se ocupa de Potosí, y Pedro Sarmiento de Gamboa. La importancia que daba a Potosí se refleja en una carta dirigida al Rey en marzo de ese año en la que dice: «Acá está todo el golpe de la gente de españoles y el de los naturales que siempre han ido y van de crecimiento... Acá está el crédito y la estimación de los indios de este Reino y donde siempre tuvieron gobierno y mando los tiranos y principales de ellos... En estas provincias está la abundancia y la fertilidad de las comidas de todo el Reino y aquí han estado y están los minerales de oro y plata de la riqueza de ellas y por estas causas aquí han tenido fin todos los traidores y rebeldes (se refiere a Gonzalo Pizarro y otros) a tomar la puerta de la plata y de las comidas». Visitó personalmente el cerro recogiendo una impresión muy negativa por la codicia de aquellos que, en el intento de hacerse ricos en uno o dos años sin importarles lo que sucediera, «habían ido a Puerto Derecho sacando y desentrañando el metal, deshaciendo y quitando los puentes que sustentaban las minas si sentían era de provecho aventurado a que se hundiesen y el riesgo que podían tener los indios que en ellas trabajaban. De esto y de no tener escalas para bajar y labrarlas y de la manera que las fueron cegando e imposibilitando

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por no poder labrarlas, es cosa de admiración lo que el deseo de la plata ha hecho que se haga y la hondura que tienen los pozos». El nombre del Virrey Toledo está asociado a cuatro hechos capitales en la vida económica -21- de Potosí: la introducción del azogue, la institucionalización de la mita o servicio forzado de los indios, la construcción de las lagunas amuralladas y los ingenios de molido mecánico impulsados por el agua proveniente de esas lagunas, que corrían a través de una Ribera o río artificial que él mismo diseñó. Lagunas Lo más admirable del complejo minero-industrial de Potosí es sin duda el vasto sistema de lagunas e ingenios que junto a la utilización del azogue permitieron una cuantiosa y prolongada producción argentífera. La molienda del mineral tenía lugar en las primeras décadas en sitios provistos de agua, a donde llegaban recuas de centenares de llamas cargando los trozos extraídos del cerro, lo cual significaba una operación morosa y cara. El talento de los casi empíricos ingenieros españoles y los músculos de los mitayos se combinaron en una solución que hasta hoy causa asombro al visitante: la construcción de una serie de lagunas artificiales en la cordillera de Cari-Cari, donde en diversas quebradas solían formarse en la temporada de lluvias, depósitos de agua provenientes de los deshielos. En 1574, con recursos de la Corona y de cuatro azogueros ricos, se procedió a la fabricación de la laguna de Chalviri o Tavaco Nuño, con un muro de contención de 238 metros de longitud, una profundidad de 8 metros, un perímetro de cuatro kilómetros (4,120 m lineales) y una capacidad de 2.900 metros cúbicos. Dos años después se cavó la laguna de Cari-Cari o San Ildefonso y a continuación la de San Sebastián y otras tres menores, hasta completar 18 represas que en el siglo XVIII subieron a 27, todas ellas conectadas mediante un elaborado sistema de canales a la «Ribera» que llevaba sus aguas hasta los ingenios y la ciudad misma. Estos canales se abrían en la roca o se construían con piedra y también con madera sobre postes, cuando debía vencerse una hondonada. De la laguna de San Ildefonso, por una compuerta especial, salía el agua potable destinada a 280 pilas de la ciudad. En esta obra mayúscula de ingeniería, no sólo debe destacarse la originalidad de la idea, pues en el entorno potosino solamente existía una laguna natural, la de Piscachoca, enclavada en medio de rocas, sino también su realización misma y por eso vale la pena rescatar algunos nombres de maestros de albañilería y cantería que dirigieron las obras, como Pedro Sandi, Francisco Ortiz de Avestia y Sebastián Pérez Durazno. Para apreciar la magnitud del esfuerzo, Arzans indica que en la construcción de las primeras lagunas artificiales trabajaron 20 maestros de obras y 6.000 indios. Los muros de contención tienen cuatro capas o lienzos verticales, muro de piedra seca, greda impermeable, cal y piedra y son tan gruesos que sobre ellos pueden circular hoy mismo, uno y hasta dos -22- vehículos. Para comunicar el agua de Chalviri con la Ribera, se construyeron veintidós kilómetros de acequia.

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La temporada de lluvias abarca en Potosí de noviembre a marzo, pero en el curso de su historia la región ha sufrido varias sequías, doce de ellas en el período comprendido entre 1593 y 1737, que produjeron no solamente desabastecimiento de alimentos, sino también serias dificultades en la provisión de agua para los ingenios, afectando la producción. Los ingenios De los 132 ingenios que se construyeron en la segunda mitad del siglo XVI quedan hoy las ruinas de 21, pegadas a la Ribera, que atravesaba la ciudad de este a oeste. El río partía de la serranía de Cari-Cari, pasaba al pie del cerro y concluía junto a Cantumarca. Los potosinos usaron también provechosamente el libro del párroco de San Bernardo, Alonso Barba, autor del célebre Arte de los Metales, a quien Arzans no conoció. Había también ingenios accionados por caballos. Los ingenios, sobre todo los más grandes, eran recintos cerrados en los que laboraban medio centenar de mitayos a cargo de capataces. Disponían de varias dependencias: un almacén para el mineral, otro con los materiales necesarios en la fundición, como sal, cobre, cal y otros, y un tercero en el que se conservaba el elemento fundamental que era el mercurio. El corazón del ingenio estaba constituido por el «castillo», la enorme rueda de piedra sostenida por grandes arcadas y el acueducto, que formaban el complejo industrial. El eje central (que podía llegar hasta los siete metros de largo de una sola pieza) y las vigas y postes eran de madera. A continuación se hallaban los hornos y «buitrones», receptáculos de madera o piedra divididos en seis compartimientos llamados «cajones», donde se hacía la amalgama de la plata y el mercurio y a los que se daba fuego por debajo. El precio de un ingenio podía alcanzar a los 40.000 pesos o bajar hasta los 800 pesos, dependiendo de su tamaño, edificaciones e importancia y número de su maquinaria. Los ingenios contaban también con una capilla en la que los mitayos pudiesen oír misa, y una vivienda para el propietario, que posiblemente usaba el capataz o mayordomo, pues el primero prefería vivir en la parte baja de la ciudad. Los mitayos, concluidos sus turnos, de cinco días y noches dentro del cerro, volvían a sus parroquias a dormir. Se ha comparado con frecuencia a Potosí en sus primeras décadas con esas ciudades del oeste de Estados Unidos o del África del sur en el siglo XIX que surgieron al conjuro de la explotación aurífera y argentífera, sin regulación alguna y que, pasado el período del auge, se convirtieron en ciudades fantasmas. La diferencia es que la prosperidad potosina duró siglos y, agotado el ciclo de la plata, continuó brindando otros minerales, sobre todo estaño, bismuto y plomo. Hasta la llegada de Toledo, la villa fue creciendo en forma caótica con las viviendas de los españoles en el centro en torno a las primeras iglesias, como la de la Anunciación (San Lorenzo) y Santa Bárbara, el convento de San Francisco o la residencia del corregidor, en torno a los cuales aparecieron también los asentamiento indígenas. Toledo reguló la vida urbana haciendo en primer término construir la Ribera de diez varas de ancho (una vara equivalente a 83 cms) por una legua de extensión, con veintidós puentes, por la que corría

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el agua de lluvia y de las lagunas, disponiendo que ésa fuera la línea de división entre las parroquias de indios y más abajo los barrios de los españoles criollos, mestizos y negros. Hizo ensanchar las calles y alinear las casas y dispuso de solares para la plaza del Regocijo, donde se instalarían la iglesia Mayor, el Cabildo, la cárcel y las salas de ayuntamiento y en la que tenían lugar las corridas de toros, las justas, los juegos de caña, las representaciones teatrales y otros espectáculos, además de otras dos plazas colindantes destinadas a mercados. Las calles no tenían nombre oficial, se las conocía por alguna actividad vinculada a ellas, así la de los Mercaderes, por las tiendas de ropa; la de la Comedia, donde estaba el coliseo para las representaciones teatrales; la de la Pelota, por el establecimiento del juego de pelota vasca; la de la chicha, por el expendio del licor de maíz; la Lusitana, donde posiblemente vivían portugueses; la de la lechuga, donde se vendían legumbres; la «Supay», calle (del demonio) posiblemente porque en alguna ocasión el maléfico allí hizo una aparición. Después de la plaza del Regocijo, la más importante era la del Kjatu (que los españoles pronunciaban «gato» y de ahí el nombre de «gateras» a las vendedoras), donde se hallaba el gran mercado agropecuario. La población El censo que mandó levantar el Virrey Toledo en 1572 (a menos de treinta años de la fundación de la ciudad) arrojó una población de 120.000 habitantes, por encima de Sevilla, la ciudad más poblada de España precisamente por su vinculación estrecha a América como puerto de embarque de la Casa de Contratación. Solamente Venecia en el mundo podía rivalizar en número de habitantes con esta ciudad enclavada en un remoto y altísimo lugar de la cordillera de los Andes. Durante la primera mitad del siglo XVII la ciudad continuó creciendo hasta llegar a los 160.000 habitantes, según el empadronamiento que mandó hacer el Presidente de la Audiencia de Charcas, Francisco Nestares Marín. Para entonces había unos 4.000 españoles provenientes de la península, y otros tantos nacidos en Potosí, así como 40.000 criollos y 6.000 negros y mulatos. Encontrábanse también extranjeros de diversas partes, portugueses en primer término, pero también holandeses (una de las vetas más famosas era conocida como la de «los flamencos»), italianos, ingleses, alemanes y hasta un turco, Emir Sigala, que aparece en el libro de Arzans, cuya historia es notable, pues engañó a las autoridades españolas sobre su origen y religión, ya que, -23- con el nombre de Georgio Zapata, y en sociedad con un alemán, Gaspar Boti, trabajó en minas, y se llevó a España una enorme fortuna con la que se retiró finalmente a Constantinopla. El resto de la población era formado por los indígenas. Potosí fue poblada casi al asalto. Miles de personas de toda condición llegaban a las minas provocando incluso el despoblamiento de las islas del Caribe, y la ciudad creció súbitamente. El abigarramiento humano era notable, funcionarios reales, aventureros, soldados, traficantes, marineros, extranjeros de lejanos países, indios, negros esclavos (y

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algunos libertos), gentes de todos los oficios imaginables y de todos los niveles sociales y económicos. Mineros, autoridades y alto clero formaban el sector privilegiado de la ciudad. Las riquezas que obtenían merced a la explotación de la plata, nunca vistas hasta entonces, les permitían una vida de ostentosa opulencia. La movilidad social era mayor que en cualquier parte del mundo. Las fortunas se hacían y deshacían en horas. La Villa Imperial se convirtió en la «Babilonia del Perú». Como las autoridades se mostraban incapaces de poner orden en una ciudad nacida y crecida al azar y donde abundaban toda clase de vagabundos y rufianes, cada cual debía atender a su propia seguridad. La violencia surgía tanto por las pendencias provocadas por la propiedad de las vetas como por los sitios en que se edificaban las casas y desde un principio hubo diferencia entre las «naciones» de españoles que derivarían con el tiempo en la guerra abierta de Vicuñas y Vascongados, además de la fuerza que se ejercía sobre los indios para obligarlos a trabajar en el cerro o edificar en la ciudad. Impusiéronse multas no sólo a los que tomaran armas sino también a los curiosos que espectaban la lucha, y los frailes dedicaron muchos sermones condenando los encuentros de sangre, pero sin mayor resultado hasta que se dispuso que quien quisiera batirse debía estar acompañado de padrinos y hacerlo fuera de la ciudad. Se practicaban toda suerte de duelos, a espada y a pistola, con petos protectores de metal o con el pecho desnudo. Había duelistas -24- que preferían usar camisas rosadas para que no se notara la sangre de sus heridas. Se luchaba también a caballo o con una rodilla en tierra. No fue raro entonces que se crearan cuatro academias de esgrima para aprender a defenderse y matar. En una de ellas enseñaba un italiano, en otra un irlandés. La burocracia y los oficios En el Museo Británico se encuentra una anónima «Descripción» del año 1603, con valiosísima información sobre la vida económica y social de Potosí. La pirámide de la autoridad estaba constituida por el Corregidor y su Teniente, dos alcaldes ordinarios, dos de la Hermandad, un Juez de bienes de difuntos, un Alcalde de minas, tres Veedores del cerro, un Alguacil mayor con catorce tenientes, tres jueces oficiales reales, dos ejecutores para la cobranza de la Hacienda Real, un Juez receptor de las alcabalas, tres receptores menores, dos oficiales Ejecutivos, un Alcalde de Aguas y un Alguacil del cerro. En cuanto a la administración minera había un Contador de los azogues, un Contador de Granos, un Protector General, un Ensayador Mayor de Barra, un Ensayador y un Tesorero de la Casa de la Moneda, cuatro Escribanos Públicos, un Escribano de Minas, uno de Hacienda Real y otro de bienes de Difuntos, así como 40 Escribanos Reales, 37 de estos puestos eran venales, es decir podían comprarse de la Corona por un total de 637 mil pesos ensayados (mediante remate público) y en el supuesto tácito de que si bien la Corona se beneficiaba con las sumas cobradas, los beneficiarios lo harían mucho más exprimiéndoles el jugo a las

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canonjías. Se procedía de acuerdo a la siguiente escala: Alguacil Mayor: 100.000 pesos; Ensayador mayor de la Casa de Moneda y Tesoreros, cada uno 50.000, Ensayador; 30.000; Fiel ejecutor perpetuo y Alférez real, a 25.000; Depositario general: 24.000; Escribano de minas: 20.000; Escribano de difuntos: 8.000; los procuradores, a 4.000. Los funcionarios que renunciaban a su cargo o lo transferían a otra persona pagaban la mitad del valor abonado la primera vez y si se producía una segunda transferencia debía abonarse a la Corona un tercio de la primera suma. A nadie llamaba la atención que empleos que tenían un sueldo nominal de apenas 2.500 pesos anuales pudiesen comprarse hasta en 100.000 pesos. La explicación estaba en que los beneficios marginales, a costa del Tesoro y del público, eran enormes. Cada una de las manos que tenía que ver con el proceso de refinación, conversión de la plata en barras o en moneda, despacho y control, se quedaba con una parte, aunque fuera muy pequeña, del botín. Los funcionarios no estaban obligados a rendir cuenta de sus gestiones y alguna vez que el beneficio fue tan excesivo como para provocar escándalo como en el caso del tesorero Diego Cuba en 1563, se comprobó que cobraba cinco pesos por cada sello estampado en las barras, lo que significaba que se había pagado el «quinto» al Rey, quedándose él con un peso por cada sello. Cañete dice que los Alcaldes ordinarios y los de la Santa Hermandad hacían fiestas con «opulentas mesas» el año redondo y que gastaban de 14 a 15.000 pesos en el mismo tiempo. Iban rodeados de cuatro pajes «vestidos de paño con galones» que recibían título de Ministros y a los que confiaban diligencias judiciales. -25- La aversión al trabajo manual (comercio sí, pero a través de dependientes y sin dar la cara) fue general entre los españoles, así como la tendencia a la hidalguización. Decía el Presidente de la Audiencia de Charcas Juan López de Cepeda al Rey, en carta de febrero de 1590: «Querer que los españoles aren, caven y trabajen en las minas y los campos y hagan otras cosas semejantes, no es posible porque no los hay para ello y no está en su costumbre. Aquí tan bueno es Pedro como su amo...» y añadía la sugerencia de emplear esclavos de color bajo este régimen escalofriante: «Los negros en las alturas no podrían escapar por ser la tierra fría y pelada. No tendrán qué comer ni dónde ocultarse. Con tenerlos en continuo trabajo y darles castigos ejemplares y rigurosos a los que los mereciesen y en especial caparlos, como se hace en México, para quitarles sus bríos y soberbia, y con no dejarles poseer ningún género de armas, ni siquiera cuchillos, se aseguraría que no puedan huir ni intentar otras de las iniquidades a las cuales son inclinados por naturaleza». Los representantes de la ciudad de La Plata y provincia de Charcas que fueron a Madrid en 1608 para pedir al Consejo de Indias que desestimase el pedido de los yanaconas de tener libertad de movimiento (y no permanecer encadenados a una hacienda como hasta entonces) alegaron que nadie podría suplirles, pues los agricultores españoles «pasando a las Indias se olvidaban de su naturaleza y todos pretendían ser nobles, no cruzándoles ni por el pensamiento el ponerse a manipular con la pala, el azadón o el arado».

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De esta manera, el distintivo de Don que al principio se daba solamente a los miembros de la nobleza, comenzó a venderse a partir de 1664 a razón de 200 reales por una vida, 400 por dos (extensivo al hijo mayor) y 600 por vida y con carácter hereditario ilimitado. La ciudad contaba con veinte abogados, cuatro Procuradores, cuatro Solicitadores, tres médicos, seis cirujanos, diez barberos (es decir sacamuelas y sangradores, y no peluqueros como se entendería hoy día) y tres boticarios. (Sobre los abogados hay una perla de sabiduría, en una provisión del Virrey que merecería haber quedado como ley de la República. Es de abril de 1573 y establece que «en los asientos de minas no haya abogados por ser los promotores de pleitos». Y que en consecuencia, «salgan de esta villa todos ellos a servir en la audiencia donde están recibidos».) El gremio de azogueros, que constituía la oligarquía local, se componía de un centenar de personas, propietarias de 128 «cabezas de ingenios», 83 en Potosí, 42 en la ribera de Tarapaya y 3 en la de Tavaco-Nuño con una producción diaria de 150 quintales de mineral. Quizá por el frío de la región había tiendas de comestibles que ofrecían «pescado fresco», proveniente de la costa y del lago Titicaca. La ciudad contaba con 80 pulperías, 28 zapaterías, 8 tiendas de sombreros españoles y 25 tiendas con ropa y artículos para indios, además de numerosos mercados populares de coca y productos agropecuarios. Las panaderías eran 28, las confiterías y pastelerías 12. No había ningún hotel y los forasteros dependían para alojarse de la buena voluntad y la hospitalidad de los vecinos, pero sí una veintena de pensiones donde se podía comer «carne y pescado» por treinta pesos al mes. Los 4.000 españoles y 2.000 mujeres que indica el autor como población blanca disponían de un centenar de lavanderías que cobraban 4 reales por «lavar y almidonar un cuello llano y 8 reales por cualquiera guarnecido». Eros No menciona a orfebres y artesanos que trabajaban la plata, la madera, el hierro y el cuero posiblemente porque estas ocupaciones estaban en manos de indígenas y mestizos, pero se ocupa en cambio de otras dos ocupaciones inquietantes: «Hay así mismo de 700 a 800 hombres, antes más que menos, baldíos, que su ocupación es pasear y jugar y hay 120 mujeres de manto y saya que conocidamente se ocupan en el ejercicio amoroso y hay grande suma de Indias que se ocupan en el mismo ejercicio.» La tradición heredada del medievo español y que se aplicó en el curso de las guerras civiles entre los conquistadores fue la de indultar la vida a un condenado a muerte si es que una «mujer de amores» se le ofrecía como esposa, con el razonamiento de que era obra cristiana convertir a una prostituta en esposa y acaso madre y dejar al reo con la indignidad de haberse salvado de ese modo. No todos aceptaban y se dio el caso, contado por Francisco de Carvajal, de un reo que prefirió la muerte antes de ser rescatado por una «putana feona y muy bellaca, sucia y con la cara marcada con una cuchillada». Los azogueros se mostraban espléndidos cuando se trataba de las dotes de sus hijas, cuyos matrimonios, con vástagos de padres igualmente opulentos, aseguraban además a las

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familias mayor poder económico y político. Cañete informa que la novia Plácida Eustaquia recibió de su progenitor en 1579 2.300.000 pesos, la hija de un general Mejía, en 1612, 1.000.000; Catalina Argandoña, en 1629, 800.000 pesos y una hacienda con viñedos. Hasta 1629 se contaron más de ocho dotes sobre los 200.000 pesos. Cuando refería esto, en 1791, las dotes habían bajado a menos de 50.000 pesos. Arzans da cuenta de catorce escuelas de danza para hombres y mujeres (una de ellas regentada por un negro), en las que los directores hacían rápida fortuna pues sus alumnos, acabando cada danza, «arrojaban detrás de las sillas, al suelo 50 a 100 pesos». Había también treinta y seis casas de juego de naipes, dados y trucos, donde se jugaban hasta 100.000 pesos por noche. Las compañías de farsas hacían en una tarde unos 3.000 pesos, pues los asientos costaban de 30 a 50 pesos. -26- Tema recurrente y de preocupación en la correspondencia de las autoridades era el evitar que hombres casados en España u otro lugar del Reino permaneciesen solos en Charcas. En enero de 1580 la Audiencia de Charcas instruyó a Pedro de Zárate que, en vista de que no habían tenido efecto las provisiones anteriores, vaya a Potosí y «averigüe quiénes están casados en España, secuestre y remate sus bienes y envíe sus personas a Lima para que de allí sean remitidos a hacer vida con sus mujeres en España». Incluso un teniente de corregidor en Potosí, Jiménez de Mendoza, de quien se sabía que tenía amistad con una mujer casada, se le envió a Santiago para que se reuniese con la propia. En marzo de 1605 la Audiencia de Charcas se dirigió al Virrey sobre este problema, manifestándole que «si a todos los casados se les aplicara el rigor de la ley, el distrito quedaría con mucha falta». Quienes disponían de dinero suficiente podían contar con la complicidad de un galeno, como hizo Cornieles de Lamberto, mercader de Potosí, a quien en 1533 se le conminó a que volviese a hacer vida marital en Sevilla. El informe que reposa en el Archivo de Indias señala: «Del certificado médico expedido por el médico y cirujano Marco Antonio, dice tener Lamberto varias fístulas en la ingle y en la nalga y otras en la vía del caño, entre los dos servicios, que aunque las primeras están cerradas, queda la del caño, por donde salen los orines; que por consiguiente no puede andar a caballo ni tener acceso carnal con mujer, por derramársele las simientes por las fístulas; que lleva gastado ya 20.000 ducados de oro en curación». El «pecado nefando», que conllevaba la pena de muerte, no era sin embargo extraño a las costumbres, a juzgarse por el número de casos mencionados por las autoridades. Algunos indios posiblemente lo practicaban, pero entre los españoles, dada la condena explícita del cristianismo, estaba rodeado del mayor secreto. En una carta de agosto de 1590 del Virrey a la Audiencia de Charcas hace referencia a un homosexual que pecaba con «hijos de personas principales de dicha Villa y con indios». Otra carta de Santiago de Chile al Virrey alude nada menos que a un canónigo de la catedral que «se le sindicó con el pecado nefando y huyó por la cordillera al Río de la Plata o al Perú». El Clero

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En 1603 la ciudad ya tenía cinco conventos y catorce parroquias, trece de las cuales eran de indios y una, la iglesia Mayor, de españoles, atendida por nueve curas y dos sacristanes sacerdotes. Nueve de las parroquias de indios eran servidas por clérigos y cuatro por religiosos de los conventos. El personal del Santo Oficio estaba presidido por un Comisario de la Santa Cruzada, un Vicario, un Alguacil mayor y tres Notarios. El juzgado eclesiástico contaba con un Fiscal Clérigo, tres Fiscales legos y dos Notarios. En un ambiente donde, por un lado, predominaba un aire conventual supérstite del medievo español, y del otro el desenfreno materialista provocado por la súbita riqueza, los potosinos se mostraban dadivosos en sus contribuciones a la Iglesia, para asegurarse un puesto en la vida eterna. Numerosos eran los donativos, bien fuese para erección de capillas y conventos o en joyas y objetos de arte para las imágenes. Fray Antonio de la Calancha, al mencionar la casa de su Orden como la mejor de la ciudad, estimó que los agustinos habían recibido en donaciones hasta el año 1611, 535.000 pesos. Con las excepciones de algunos santos varones dedicados exclusivamente al servicio de Dios y de los hombres, de predicadores que entraban en tierras de infieles con el único escudo de su cruz para ganar almas y convertirlas al cristianismo, de virtuosos betlemitas y juandedianos que cuidaban a los enfermos de hospitales y de incorruptibles jesuitas, la Iglesia como institución y sus representantes, individualmente, formaron parte con ventaja del círculo de explotación cuya base era sostenida por los indios. Una carta del Virrey a la Audiencia de Charcas de febrero de 1591 incluye testimonios de las sumas exorbitantes que cobra el vicario de Chucuito e instruye que no se permita tanta insolencia de clérigos especializados «en chupar la sangre a los indios con mucha más codicia y ambición que lo hacen los seglares». Aunque las Ordenanzas del Perú instruían que no se debía repartir a los curas más de tres muchachas y dos ancianos hubo iglesias como la de Sicayas en Chayanta, donde estaban obligados a trabajar 40 indígenas, ocho de los cuales eran mayordomos y cuatro mujeres solteras. Cada mayordomo estaba obligado a dar 40 pesos en monedas de plata con cargo a las misas que iban a celebrarse y un real diario para vino, incienso, harina para las hostias y jabón para lavar la ropa blanca de la sacristía. A la suma de alterados, mayordomías y priostazgos se añadía el rosario de fiestas religiosas que los curas fomentaban y en las que los indígenas contribuían con el «ricuchicu», consistente en dinero o víveres, vino, harina, azúcar, huevos, gallinas, etc. Todos los sacramentos tenían su precio y algunos variaban de acuerdo a los servicios prestados. El entierro, por ejemplo, cantado y solemne valía 14 pesos, si se usaba la cruz alta tres más, cuatro por campanas e incensario y 40 por sepultar al difunto debajo de la grada del presbiterio. Hubo casos, como el del Arzobispo de la Plata, Gregorio de Molleda y Clerque, que merecieron la atención del propio monarca, quien se dirigió al Virrey de Lima, en septiembre de 1754, alarmado por las denuncias que le habían llegado contra el prelado. Dice la carta de Fernando VI al Conde de Superunda: «En la Audiencia de Charcas no se alcanza justicia cuando se litiga con poderosos, según lo acredita la voz común. Muchos de los curas son parientes y domésticos de los oidores y les permiten robar a los indios. Aunque hay defensor de naturales, no los defiende y más bien los ultraja. Las muy

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desordenadas operaciones del Muy Reverendo Arzobispo tienen atónitos a todos. Por leves causas excomulga. Ha dado los curatos grandes a allegados suyos. No -27- sabe lengua india ni aún latín. Da muy escasas limosnas, teniendo rentas de 80.000 a 100.000 pesos anuales. Junto a su alcoba en la misma pieza que servía de oratorio a sus antecesores, tiene una pariente y allí mismo concurren a visitarla y se hacen en sus presencia saraos con tanto desorden como en la casa del seglar menos modesto. «Estando de visita en Potosí, prohibió los bailes, pero, sin embargo, tuvo en su casa uno en el que la mayor parte de las que asistieron eran mujeres mundanas y echaba la bendición a cada una que acababa de danzar. Los oidores Melchor Concha y Pablo de la Vega quieren sus cargos para recibir el sueldo y quitar la sangre a los pobres. (...) Y visto en mi Consejo de Indias y con lo que dijo mi fiscal, he resuelto daros noticias de ello a fin de que, como os lo mando, procuréis informaros reservadamente de todos estos daños, pongáis para su remedio cuantos medios consideréis convenientes y os sean posibles». Los curas de los pueblos fueron enemigos de la mita, pero se sospecha que no los movía solamente la piedad cristiana, sino la perspectiva de la pérdida de mano de obra que les significaba jugosos dividendos en forma de trabajo gratuito o de contribuciones y donativos. En todo caso los indios pagaban una misa antes de partir a Potosí. Llamas transportando plata de Potosí a Arica. Dibujo de Theodor de Bry, 1600. Afirma enfáticamente Gabriel René Moreno: «Los curas eran los individuos más ricos del reino después de ciertos mineros acaudalados que eran pocos. Sus ganancias provenían de los raudales salidos de una misma fuente: el ahorro del indio, a título de derechos parroquiales y de primicias: su sudor, con el logro de servicios personales y granjerías. El mercado a precio fijo de los sacramentos y ceremonias de culto, y más que nada la piadosa faena de sacar ánimas del purgatorio a punta de misas y responsos, hacían del ministerio parroquial una profesión muy lucrativa». -28- Las importaciones A la natural aridez del terreno en torno al Cerro rico, se añadía la falta de incentivos para la agricultura en los valles cercanos a Potosí, ya que la abundancia del mineral de plata permitía comprar todo lo necesario de las otras provincias del Alto Perú, de distintas partes del virreinato o de allende el mar. De Cochabamba se llevaba el trigo y el maíz en grano, tanto para la alimentación de los 120.000 indios como «de otros 120.000 perros que es más lo que éstos consumen que los indios», según reza la anónima «Descripción de Potosí» correspondiente a 1603. También de Cochabamba se llevaban tocuyo y otras manufacturas; de Tarija, chivos, carneros y cerdos; de Tucumán y Córdoba, ganado y mulas; de Chuquisaca y Vallegrande, tabaco; de Cinti y Arequipa, aves de corral; del Bajo Perú, azúcar; de Chile, caballos; del Paraguay, yerba mate.

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Vale la pena ver con algún detalle los artículos importados a la villa y sus cantidades y precios. Consumíanse en un año 4.000 cabezas de ganado vacuno, 50.000 ovejas y 100.000 llamas. En las rancherías, pese a la prohibición, se sacrificaban 40.000 alpacas y vicuñas. La procedencia de artículos muestra en qué medida Potosí era el centro comercial de una zona que abarcaba desde México, Guanuco y Quito (con paños, cordelletas y bayetas), Cuzco (ropa para indios, piezas de cuero), Arequipa (pasas), Tarija (manteca de puerco, jamones, tocinos, lomos y lenguas de puerco) y Tucumán (lienzos para negros, indios y gentes de trabajo). La coca provenía básicamente del Cuzco y también de los Yungas de La Paz. El consumo para el año que nos ocupa fue de 60.000 cestos con un valor de 360.000 pesos ensayados. No figura el origen de muchos productos que se volcaban sobre Potosí en un radio de cien leguas a la redonda: miel de caña, ají, pescado salado de mar, pescado de río (sábalos y dorados), aceitunas, vinagre, hortalizas, fruta, chuño, papas, ocas; alfombras, sombreros, zapatos, sacos o costales, cera, cobre, herrajes, añil, leña, carbón, paja para techos y otros varios. Solamente de sal, para el beneficio de los metales, se consumían anualmente 630.000 quintales, producción que demandaba el trabajo de 1.000 indígenas. El consumo de azogue traído de Huancavelica alcanzaba a 5.700 quintales. Pero hubo momento en que el mercurio también provino en importantes cantidades de lugares tan distantes como Almadén, España, e Idrija, Eslovenia (ex Yugoslavia). Si ya era difícil el envío desde España a América de cualquier mercadería, por el tiempo y los riesgos de la navegación, lo era aun más en el caso del mercurio, que se utilizó primero para la amalgamación del oro. Los árabes de España le habían puesto el nombre de azogue, que en su lengua significa correr. Las minas de Almadén fueron entregadas en arriendo por Carlos V a los Fugger, empresarios y prestamistas que habían contribuido con fondos para su elección como Emperador de Alemania. Los Fugger, que figuran en la literatura histórica hispanoamericana como los «Fúcares» o «Condes Fucas», comprometiéronse a entregar 1.000 quintales por año y la producción anual no subió, en los siglos XVI y XVII a más de 3.000 quintales de manera que, por el aumento de la demanda, al aplicarse el azogue a la amalgamación también de la plata, hubo que contratar envíos de Eslovenia, incluso en ese último siglo, cuando un accidente paralizó la producción de Huancavelica. No eran pocas las previsiones para transportar el precioso pero mortífero líquido que era puesto en pellejos de cuero de medio quintal; introducidos a su vez en casquetes impermeabilizados y reforzados. Estos casquetes en número de dos o tres eran colocados en cajas de madera. Hasta 1776, en que se constituye el Virreinato de La Plata, los barcos partían del puerto de Sanlúcar de Barrameda, Sevilla y, después de 1720, también desde Cádiz) hasta Portobelo, en donde la flota se dividía tomando la ruta del norte, hacia México, una parte, y la otra al sur, al istmo de Panamá, de donde continuaba viaje al Callao, puerto del Virreinato de Lima, habiendo pagado los productos en el trayecto numerosos impuestos fiscales. De allí

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continuaba al puerto de Arica, donde esperaban las recuas de mulas y llamas que finalmente harían llegar el mercurio a las alturas de Potosí. Las dificultades surgían por la naturaleza del mineral, que por su delicadeza y peligrosidad requería envases especiales para no afectar a animales ni arrieros, o «trajineros» como se les llamaba entonces. Las bolsas especiales forradas de cuero contenían alrededor de 18 libras de mercurio, que era el peso que podía soportar una llama. Este animal era más barato que la mula, pero demoraba más pese a que sus exigencias de agua y alimentos eran menores que las del segundo, en el recorrido de quince leguas de desierto que las mulas cubrían en un día y una noche y que a las llamas les demandaba el doble o más de tiempo. Arica misma era avara de recursos de forraje y agua dulce de manera que había que hacer coincidir muy rigurosamente la llegada del barco respectivo con la presencia de las recuas y, en todo caso, preferir el mercurio a cualquier otro artículo de importación. Desde la orilla del mar, las recuas se dirigían a los valles de Azapa y Lluta para enfrentarse después al desierto, bordeando los volcanes Payachatas, luego la zona de Chonquelimpe, el norte del lago Poopó, Challapata, Conquechaca y al cabo Potosí. El azogue producido en Huancavelica no seguía el camino de la sierra sino que era transportado también hasta el puerto de Chincha, San Jerónimo y de allí a Arica. Si bien la vía marítima ofrecía los riesgos de la piratería, la de la sierra, en cambio, por Cuzco o Arequipa, fue desechada por razones económicas y posiblemente por la dificultad del transporte del venenoso material en trayecto de 1.500 kilómetros recorridos por las recuas de llamas en tres meses. Potosí fue prácticamente el mercado único del mercurio de Huancavelica durante dos siglos. La producción de esa mina entre 1571 y 1813 fue de alrededor de 1.115.000 quintales, con un valor de 82 millones de pesos, equivalentes a 17 millones de libras, -30- sin tomar en cuenta el mineral robado y contrabandeado. El precio del quintal de azogue puesto en Potosí, según la «Descripción», era de 70 pesos corrientes mientras a la Corona le costaba en Huancavelica 40 pesos. La plaza de Pichincha de Potosí (Grabado de Henri Llanos, 1871). -29- Junto al hierro que se traía de España, la madera era en Potosí uno de los artículos más preciados y caros, pues debía trasladarse desde el valle del Pilcomayo, a 30 kilómetros; el de Mizque, Cochabamba, a 200 kilómetros o aun del norte argentino, en hombros, arrastrada en carretas o ayudándose con caballos y bueyes. En los ingenios se la empleaba en forma de morteros, mazos, ejes y otros elementos, y en el interior de las minas para sostener algunas partes de los socavones. Los ejes de ingenio de cinco y siete metros de largo por 50 centímetros de grueso requerían el esfuerzo de sesenta mitayos para acarrearlos desde esas distancias, y su precio alcanzaba a unos 1.000 pesos ensayados.

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Producto de gran consumo eran las velas. En la «Descripción» en el interior de la mina las usaban noche y día indistintamente (84.000 pesos ensayados anuales), en los 70 ingenios 14.000 pesos ensayado, en las rancherías de indios 37.000 pesos ensayado y en la ciudad 35.000 pesos ensayados. 200 indígenas se dedicaban exclusivamente a su confección. El cuero era otro elemento fundamental para la minería potosina, pues sus usos eran múltiples, en forma de bolsas para cargar mineral y agua, culeras y rodilleras para mitayos o como correas en minas y en la maquinaria de los ingenios. Se empleaba ampliamente el cuero de las llamas que llegaban con los mitayos, pero también el cuero del ganado vacuno, traído del norte y del centro de la Argentina, así como el de mula, que provenía del área de Córdoba. En el régimen de monopolio impuesto por la Corona, algunos productos estaban sujetos a estanco especial, desde las pastas de plata que eran rescatadas por el Banco de San Carlos, institución que a su vez proveía de azogue a los mineros, hasta el tabaco, la lana de vicuña, el salitre y la sal, aunque esta última quedó posteriormente declarada de libre tráfico. Algunos artículos suntuarios también estaban sometidos a rígidos controles, como el «solimán», afeite o pintura de perfumería, «digno de contarse entre los géneros superfluos y viciosos por ser en envidia y enmienda de la naturaleza y con el fin de agradar y complacer», según rezaba la ordenanza real respectiva; o la pimienta «vicio de los hombres y no necesidad del humano alimento». La Corona se beneficiaba también con el monopolio sobre los naipes. «Gástanse -decía la crónica que comentamos- todos los días del año, uno con otro dentro del pueblo, 60 barajas que es al cabo del año 21.900 que a peso y medio corriente son 32.800 pesos.» Arzans ofrece un catálogo pormenorizado de los artículos de todas partes que se volcaban a Potosí para satisfacer la vanidad de esa sociedad que combatía el frío y la desolación del paisaje circundante con todo lo más bello que por entonces podía ofrecer la industria del mundo. Los tafetanes, las sedas y rasos, hilos y tejidos provenían de Granada, Jaén, Valencia, Murcia, Segovia, Córdoba, Calabria, La Pulla, Portugal, Holanda; tapicerías, láminas, espejos, escritorios, puntas, encajes, géneros de mercería, de Flandes; papel de Génova, hierro de Vizcaya, medias y espadas de Toledo, tejidos, puntas blancas de seda, oro y plata, estameños, sombreros de castor y lencería de Francia, paños y bordados preciosos de Toscana, puntas de oro y plata y telas ricas de Milán y la Toscana; pinturas y láminas de Roma; bayetas, sombreros y tejidos de lana de Inglaterra; cristalería y vidrios de Venecia; cera blanca de Chipre, Candia y las costas de África; grana, cristales, carey, marfiles y piedras preciosas de la India Oriental, diamantes de Ceylán; aromas de Arabia, alfombras de Persia, El Cairo y Turquía; especerías, almizcle y algalia de Terrenate, Malaca y Goa; loza blanca y sedas de la China, esclavos y esclavas negras de Cabo Verde y Angola. El exceso de plata y de mano de obra indígena barata provocó un alza vertiginosa de precios de todos los artículos importados.

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Matienzo afirmaba que Potosí era el mercado más caro del mundo. Otro cronista hablaba de un «monumento a la usura». Gwendollyn Ballantine Cobb, investigadora del primer siglo del desarrollo de Potosí y Huancavelica, afirma que «los precios de los alimentos eran iguales a los que existían en San Francisco durante la fiebre de oro en California» y en un intento de hacer comprensible ese fenómeno al lector, añade que, por ejemplo, una libra de dulces equivalía a seis dólares, el quintal de harina a 45 dólares, la resma de papel a doce (que en Lima valía 3), la libra de especias a 28 dólares. Otros autores indican que una gallina valía el equivalente a 13,50 dólares y un huevo se acercaba al dólar, que la arroba de vino español que en Lima se cotizaba a 675 dólares en Potosí llegaba a los 900 dólares o que la vara de brocato se pagaba sin chistar en 450 dólares. Pese a estos precios, los mercados eran numerosos y estaban abarrotados. Arzans asegura que había un centenar de canchas o sitios de feria, con toda la variedad imaginable de productos agropecuarios. Los caballos preferidos eran los de Chile por su brío, pero pocos sobrevivían a la altura de Potosí. Estos animales enloquecían al ser trasladados de la costa y el calor al frío y las montañas, donde sólo se sentían a gusto los auquénidos, y en los cielos, cóndores y algunas aves de presa. Las herraduras eran además caras. Los azogueros y comerciantes se valían de mulas para trasladarse a La Plata y otras ciudades de Charcas. Si no había otro remedio que pagar lo que pedían los comerciantes por los artículos de primera necesidad, tampoco los artículos suntuarios amilanaban a los opulentos potosinos. Afirma el mismo cronista: «Los vestidos sobre ser de costosas telas, iban cuajados de piedras preciosas; los sombreros llenos de joyas, cintillos ricos y plumas vistosas; cadenas de oro en los pechos, jaeces bordados de oro, plata y perlas; los frenos, los pretales y armaduras de fina plata; los estribos y acicates -31- de oro fino, y si eran de plata, iban sobredorados». Sarmiento de Gamboa también quedó impresionado: «Suelen ser pródigos sin modo ni fin en gastos, lujos, superfluidades y aun vicios. Los peones y operarios beben, juegan y gastan cuanto ganan; los hombres de día visten de tela rica y de fino Cambray y por humorada al día siguiente bajan a la mina, donde les suele servir la gala para taco y facilitar el golpe de pico. Esto, los sirvientes: ¿cómo serán algunos amos?». La «Descripción» correspondiente a 1603 registra un ingreso de 1.600.000 botijas de chicha para el consumo de los indios, equivalentes a 1.024.000 pesos ensayados, suma notable sin duda. El vino importado para los españoles alcanzó a 50.000 botijas, por un equivalente de 500.000 pesos ensayados. También los ingleses

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Con el oro y la plata de América y por efecto de la guerra, el comercio o los préstamos a la Corona española se enriquecieron flamencos, italianos y franceses entre otros; y los ingleses también obtuvieron su parte por el ejercicio de los corsarios con los que se asoció discretamente la propia Isabel I, Maynard Keynes, al hablar del botín con el que Sir Drake llenó las recámaras de su nave Golden Hind en 1550 que alcanzó a 6.000.000 libras esterlinas (correspondientes a unos 15 millones de libras actuales), sostiene que con esos recursos la Reina pagó el total de la deuda externa e invirtió parte del saldo en la Compañía de Levante que devendría con el tiempo en la Compañía de las indias Orientales «cuyas ganancias durante los siglos XVII y XVIII se convirtieron en la principal base de las conexiones británicas en el exterior». Por el comercio o la piratería, Gran Bretaña fue a lo largo de los siglos beneficiaria considerable de la riqueza metalífera americana y potosina. Un siglo después de Hawkins y Drake, hizo su aparición en el Caribe otro lobo de la misma pelambre: Henry Morgan, que se especializaba también en atacar las flotas españolas que salían de Arica o el Callao. En la segunda mitad del siglo XVII, los ingleses en otro golpe de fortuna, ni siquiera tuvieron que luchar para apoderarse de un botín equivalente a 300.000 libras esterlinas. Sir W. Phipps organizó una expedición para recuperar un tesoro que, según informaciones que había recogido, se hallaba hundido en las bóvedas de un barco español en las costas próximas a Santo Domingo. La información resultó cierta y la operación de rescate, exitosa. El impacto en la economía inglesa, cuando la expedición retornó en 1668 a Londres fue tan grande que pudo señalarse como el origen cierto del auge registrado en la bolsa de valores que culminó con la fundación del Banco de Inglaterra, una de las instituciones más sólidas de las finanzas internacionales. Ese ingreso inesperado de oro y plata a la economía británica compensó la pérdida de las exportaciones a causa de la guerra contra Holanda y creó una atmósfera de optimismo y prosperidad para el reinado de Jacobo II. En 1713 mediante el tratado de Utrech, Inglaterra obtuvo autorización de España para vender esclavos y participar en el comercio con América. Y, si no es por mar es por tierra. Poco antes de la independencia, cuando se produjo la invasión inglesa a Buenos Aires en 1808 y la derrota del Virrey Marqués de Sobremonte, la primera previsión que tomó el Almirante Beresford fue enviar a una partida de sus hombres hasta Luján, de donde volvieron una semana después con carretas cargadas de oro y plata en barras, piñas y monedas. Beresford se quedó con una parte considerable para atender a sus gastos de tropa y envió a Londres en la nave Narcissus 1.086.208 pesos (provenientes de Potosí) y un alijo de corteza de quinua (de La Paz y Cochabamba) avaluada en dos millones de pesos. El botín hizo una entrada triunfal en Londres en ocho vagones arrastrados por caballos y fue depositado en medio del regocijo popular en las bóvedas del Banco de Inglaterra. -57- Sir Francis Drake (ca. 1540-1596). Réplica ampliada de una miniatura pintada en 1581. Galería imperial de Viena.

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El ocaso Las reformas de los Borbones por el cambio de la casa de Habsburgo a la de Borbón en España, que significó en la península un intento importante de adecuar el país a las nuevas corrientes filosóficas, políticas triunfantes en el resto de Europa, tuvieron también por fuerza su reflejo en las colonias de ultramar. En el campo político administrativo, la decisión más importante de la Corona en lo que se refiere a Charcas, fue su desmembración del virreinato de Lima y su nueva dependencia del recientemente creado virreinato de Buenos Aires, en el año 1776. Buenos Aires había nacido del vientre potosino pues fue la Villa Imperial la que con su riqueza no solamente sostuvo año tras año el presupuesto de la ciudad erigida en las riberas del río de La Plata, sino que creó también las condiciones para que ésta adquiriera una gravitación inusitada por el comercio de plata de exportación, legal o de contrabando, y de importación de mercaderías europeas en tránsito hacia la alta población andina. La ciudad costera, sin ningún recurso, salvo la percepción de impuestos o las ganancias del contrabando, fue creciendo hasta convertirse en una metrópoli rival de Lima. Basta considerar que entre 1767 y 1775, las Cajas reales de Potosí enviaron a Buenos Aires la suma de 6.503.600 pesos destinados exclusivamente a atender los gastos de guerra contra el imperio portugués. Otro cambio importante en el plano del gobierno local fue la sustitución de los corregidores por el régimen de intendencias copiado del modelo francés, de las que se crearon cuatro en Charcas: La Paz,Potosí, Santa Cruz y Charcas o la Plata. Si la preocupación en la metrópoli era modernizar el país y ponerlo a tono con el estilo de la corte francesa, en América en cambio el programa se reducía a cómo sacar mayor provecho de los recursos disponibles, o para decirlo en palabras de Carlos III: «que las Indias rindan más utilidad a la Corona debe ser sin duda el cuidado de nuestro gabinete». Para lograr ese objetivo las autoridades tenían, por supuesto, en la mira a Potosí a donde llegó don José Escobedo en 1776, delegado por José Antonio de Areche, a quien la Corona enviara a Lima en visita de inspección. Escobedo fue la versión «borbónica» del virrey Toledo aunque hubo de actuar en una época muy distinta, con menos autoridad que su famoso antecesor, y en un medio donde, por diversas razones, el curso de la decadencia era ya irremediable. Escobedo convirtió el banco de rescates que habían fundado los azogueros un cuarto de siglo atrás y que había sufrido ya dos quiebras en el Real Banco de San Carlos, transfiriéndolo a la Corona, sin descuidarse de llenar sus propios bolsillos en esta operación. Pero es indudable que su legislación sirvió para vitalizar a esa institución y asegurar a los mineros precios equitativos por su mineral y créditos para continuar operando. El Banco se hizo cargo además de la distribución del azogue de Huancavelica ingresando en un círculo vicioso para el que la Corona no encontró remedio: sin azogue a crédito no había producción y pronto las deudas por ese concepto afectaron irremediablemente al Banco a cuyos fondos también acudían las autoridades con créditos forzosos para cubrir expediciones militares, por ejemplo.

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Otro asunto que preocupó a Escobedo fue la construcción del malhadado Socavón Real en el que la mayoría de azogueros veían la salvación de la industria, pues debía servir para el desagüe de numerosas minas. Durante tres décadas se había debatido el asunto y hubo medio centenar de gestiones entre distintas dependencias de Potosí, Lima y España para darle solución. Se cambió varias veces, según las opiniones encontradas, el lugar en que debía excavarse y finalmente se nombró al responsable de la obra, Joaquín Yáñez de Montenegro, -58- abogado y coronel de dragoneantes. La junta de azogueros no encontró a nadie con mayores méritos o calificaciones. La obra, nunca concluida ni útil para nada, acabó costando, de 1782 a 1811, 500.445 pesos. Escobedo dirigió también su atención al sistema de lagunas construido dos siglos atrás y del que dependía vitalmente el complejo de ingenios. Durante las dos centurias pasadas no se había hecho ningún mantenimiento serio, los lechos estaban cubiertos de limo y los potosinos se habían conformado con hacer rogativas a San Ildefonso, patrono del sistema para que evitara sequías y aseguraba una provisión normal de aguas. El visitador instruyó la limpieza de los reservorios y con fondos del impuesto de la chicha y del Banco de San Carlos ordenó la construcción de una nueva laguna, la de San Juan Nepomuceno o Patos. Era convicción de Escobedo que la causa de la decadencia de la minera potosina se hallaba en la ignorancia y descuido con que se habían llevado a cabo los trabajos y, en consecuencia, convocó a los azogueros para anunciarles su intención de crear una Academia de beneficio de metales, para la que preparó las respectivas ordenanzas. Se trataba, no de una simple escuela sino de una institución parecida a las sociedades de ciencias entonces en boga en España gracias a los aires de la Ilustración y en la que también habría un grupo de estudiantes que debían combinar la teoría con la práctica. Dado que las clases serían rotativas en los ingenios, también los propietarios y beneficiadores podrían superar sus empíricos conocimientos. La Academia de San Juan Nepomuceno se sostendría con el aporte de cada ingenio de cuatro reales por semana. La institución tuvo efímera vida pues nunca alcanzó el nivel deseado por Escobedo. Los doce alumnos con que contó se limitaron a leer pormenorizadamente la obra del padre Barba, pero aparentemente no hubo trabajo de campo y los curtidos beneficiadores de los ingenios continuaron con sus tradicionales métodos. Finalmente el hecho de que se hubiera nombrado director a un portugués desagradó a los azogueros que buscaban cualquier pretexto para suspender sus mínimas cuotas de mantención del establecimiento. La rebelión de Túpac Amaru de 1781-1782, si bien no afectó directamente a la ciudad pues sus ondas se estrellaron sobre todo contra La Paz, Sorata y otras poblaciones mineras, desquició por un buen tiempo los «despachos» del servicio de la mita. Numerosos indios se vieron comprometidos en la lucha y prefirieron morir en combate antes que viajar a la Villa imperial. Otros aprovecharon el suceso para desaparecer. El Testamento

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En el año 1800 empezó a circular en la Villa Imperial un folleto de formato menor y de autor anónimo, que contenía, en verso, el «Testamento» de Potosí. Gobernaba como intendente Francisco de Paula Sanz, que tendría diez años después un fin trágico a manos de Juan José Castelli, comandante del primer ejército auxiliador argentino. El poema hace hablar a la ciudad desde su nacimiento, pasando por sus tiempos de turbulencia, esplendor y agonía: Sepan todos cómo yo/ La villa de Potosí/ otorgo mi testamento/ por temer un frenesí.../ Mi hijo el niño Buenos Aires/ a quien virreinato di/ irá en el medio cantando/ aprended, flores, de mí.../ Lima mi patrona antigua/ gritará con risa fuerte/ que haber dejado su amparo/ me ha ocasionado la muerte./ La gran Casa de moneda/ con su luto y sin resuello/ llevará mi ataúd al hombro/ a echar su último sello./ El cerro de Potosí/ eclipsó sus horizontes/ ¿qué harán los humanos cuerpos/ si saben morir los montes?.../ Si el cerro rico/ pudo acabarse/ quién de su dicha podrá fiarse/ si la maciza plata gallarda/ en polvo para/ ¿qué fin te aguarda?/ Aquí yace Potosí/ muy otra de lo que fue/ que hasta los siglos le dicen/ quién te vio y quién te ve.../ La villa de Potosí/ la madre de hijos ajenos/ que amaba malos y buenos/ es la que miras aquí/ ayer yo la conocí/ toda plata mujer si/ y hoy la veo, ay de mí! pobre en sueño profundo/ Oh grandezas de este mundo/ que siempre acabáis así. La guerra de la independencia No es de ninguna manera casual el hecho de que el primer grito de independencia en la América española se hubiera lanzado en Charcas, la ciudad más próxima a Potosí, el 25 de mayo de 1809, alentado por los propios oidores de la Real Audiencia y que el último disparo de la prolongada guerra se produjera en la quebrada de Tumusla, muy cerca de Potosí, donde murió el porfiado general Pedro Antonio de Olañeta, el 2 de abril de 1825. En esos dieciséis años de incesante batallar, la guerra para realistas y patriotas tenía un punto de referencia, un imán al que unos y otros acudían rindiendo muchas veces la vida en el intento de alcanzarlo. Aunque todas las ciudades fueron arrastradas al turbión bélico, no fue Cochabamba y su grato valle, la altiva y señorial Charcas la hacendosa hoya paceña sitio obligado de tránsito donde todo se vendía y compraba y menos la soñolienta Santa Cruz, aisladas en su trópico espléndido, los sitios a los que se dirigían denodadamente los ejércitos de uno y otro bando, sino a la frígida y altísima ciudad de Potosí, castigada por vientos y tormentas eléctricas pero cuyo prestigio y riqueza, bien que amenguados con el tiempo, ejercían todavía atracción subyugante. En plena etapa de decadencia económica provocada por el empobrecimiento de la ley de minerales, la inundación de socavones, la falta de capitales, la escasez de mercurio y la renuencia creciente de los indígenas a someterse a la mita, el cerro todavía era pródigo, como para sostener simultáneamente a dos ejércitos opuestos. El 10 de noviembre de 1810, ante la noticia de la reciente victoria del ejercito argentino de Juan José Castelli sobre las tropas de Vicente Nieto, Presidente de Charcas, el pueblo de Potosí derrocó a las autoridades españolas y el anciano -59- Intendente Francisco de Paula Sanz, hijo bastardo del rey Carlos III, no atinó a retirar a tiempo las pastas de oro y plata de las Cajas Reales, quedando prisionero. Desde entonces la Casa de Moneda ya no servirá solamente para acuñación de caudales, sino también para fundir cañones, templar sables y moler pólvora en sus quimbaletes. Será cuartel general, fortaleza y cárcel al mismo tiempo. Castelli al llegar a la ciudad ordenó el fusilamiento de Paula Sanz, de Nieto y de Córdoba.

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Un potosino presidía la junta de Gobierno de Buenos Aires: Cornelio Saavedra. El regocijo de los patriotas de la Villa Imperial se trocó pronto en desagrado al sufrir los desmanes de la tropa argentina. Castelli actuaba como un jacobino, no creía en etiquetas, usaba el termino de «ciudadano» para dirigirse a azogueros o mitayos. Con recursos frescos tomados de la Casa de Moneda continuó viaje a la ciudad de la Paz y luego al Desaguadero, donde fue batido por el arequipeño José Goyeneche. Los derrotados de Guaqui volvieron a Potosí, donde el Gral. Martín Pueyrredón se dio modos para cargar 600.000 pesos en cien mulas, con las que partió al sur, acosada su retaguardia por las fuerzas realistas. El gremio de azogueros no estaba unido frente a los insurgentes pues mientras la mayoría se mantenía partidaria del Rey, había otros que contribuían a la causa patriótica. Pero aun aquellos que permanecían realistas formaban parte de un sistema que se había venido prolongando por décadas, mediante el cual se aprovechaban de instituciones como el Banco de San Carlos, para obtener créditos o azogue (que después revendían a mayor precio a mineros «de fuera»), créditos que quedaban en mora y que no servían tampoco para incrementar la producción, como deseaba la Corona. En su Guía de la provincia de Potosí Cañete formula observaciones valiosísimas sobre el estado de la economía y los remedios que podían aplicarse y censura allí el parasitismo en el que habían caído los azogueros. «Es una lástima» -dice- «que repartiéndose cada año entre los azogueros de cincuenta a setenta mil pesos en plata efectiva de los fondos del Real Banco de San Carlos, difícilmente se encontrara uno que se aproveche de este auxilio. A lo sumo compran algunas almadanetas o cedazos al principio del año en que se ejecuta la distribución y el resto se consume en fiestas y pagamentos de otras deudas, totalmente independientes de la minería». Retomemos el hilo del relato. En lugar de dirigirse a Jujuy y Salta en persecución de los vencidos, Goyeneche debió desviarse a Cochabamba, nuevamente alzada. La guarnición que quedó en Potosí tuvo en su ausencia que batirse en la propia plaza principal, con grupos de guerrilleros que ya operaban en torno a las ciudades altoperuanas. Cinco meses permaneció Goyeneche en Potosí, ejerciendo venganzas y esquilmando a la gente de dinero. Su segundo, Pío Tristán, que había incursionado en las provincias argentinas, fue derrotado por el Gral. Manuel Belgrano en Tucumán y Salta. Goyeneche, ya muy rico y cansado de pelear, pidió su relevo y fue sustituido por el brigadier Joaquín de la Pezuela. Belgrano avanzó entonces hacia Potosí. El oficial argentino José María Paz, en su libro de Memorias, recuerda la impresión que le produjo el recibimiento de los potosinos, cerca al Socavón.«Allí empezaron a encontrarnos» -dice- «las autoridades y mucho vecindario que cabalgaban en vistosos caballos pero cuyos aderezos eran rigurosamente a la española. Recuerdo a una escolta de honor, como -60- de treinta hombres que presentaba la ciudad al jefe de nuestra vanguardia, en que cada soldado parecía un general, según el costo de su uniforme, que era todo galoneado, incluso el sombrero elástico y la riqueza y bordados del ajuar de su caballo. Pero todo era tan antiguo, los caballos cabalgaban con tan poca gracia, que a pesar del chocante contraste que formaban con la pobreza de nuestros trajes, no envidiábamos sus galas. Era en realidad suma pobreza la de nuestros oficiales quienes, aunque se habían esforzado en vestirse lo mejor que podían, apenas se diferenciaban de los soldados que tampoco iban muy currutacos. Agréguese que no habíamos tenido tiempo aún de hacer que

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se lavase y asease la tropa, de modo que en el mismo traje de camino se hizo la entrada triunfal en el emporio de la riqueza peruana». Doscientos cincuenta arcos se habían erigido desde la Plaza de las Cajas Reales hasta el Socavón, algunos de flores y cintas de colores, otros de utensilios de plata y oro, así como braserillos y pebeteros en los que ardían resinas y perfumes orientales. Desde los balcones muchachas y niños arrojaban a los hombres de Belgrano cigarrillos, golosinas y frutas, pero también monedas de plata con el rostro agriado de Fernando VII. A los oficiales se les obsequió herraduras y arreos de montar de plata. Uno de los azogueros regaló al jefe argentino un caballo árabe con herraduras y tornillos de oro, bridas y arreos enchapados y montura de terciopelo recamada en oro y con flecos del mismo metal. El gremio de azogueros y los nobles potosinos, que habían salido a extramuros a dar la bienvenida a Belgrano montados en caballos andaluces lujosamente enjaezados, fueron seguidos por conjuntos de danzantes indígenas con armaduras de plata. También hubo representaciones de endriagos, vestiglos y gigantes como en una feria medieval de las que describía Arzans un siglo antes. La marquesa de Cavaya y las condesas de Carma y Casa Real pusieron en la cabeza de Belgrano las coronas de filigrana de plata y oro con que la nobleza potosina obsequiaba al jefe del segundo ejército, mucho más dispuesto que el anterior a pactar con la clase gobernante. «Todo debe cambiar para que todo permanezca igual», como diría siglos después el Marqués de Lampedusa. En Potosí, Belgrano reorganizó y aumentó su ejército hasta contar con 3.300 hombres y 14 piezas de artillería con el que se enfrentó a Pezuela en Vilcapujio y Ayohuma, siendo derrotado en ambos sitios. Díaz Vélez, su segundo, con una fracción de 600 hombres se replegó sobre Potosí, encerrándose en la Casa de la Moneda para resistir allí con víveres para un mes el ataque del enemigo que creía inminente y que no se produjo. Todas las ciudades altoperuanas, incluidas Santa Cruz y Valle Grande, hicieron llegar hombres y recursos a Belgrano que rehacía sus fuerzas en el pueblo de Macha, cercano a Potosí. El aporte más generoso fue el de esta última ciudad, a la que finalmente llegó el jefe argentino siendo saludado por las autoridades y las corporaciones «triste pero urbanamente». No quedaba otra salida sino el retorno al sur. Belgrano dio entonces una orden que a muchos suboficiales les pareció inconcebible y a los vecinos de Potosí, inaudita: volar con pólvora la Casa de la Moneda para que el enemigo nunca más pudiese utilizarla. Preparáronse los toneles de pólvora,tendiose la mecha, mientras la tropa iniciaba su marcha. Afortunadamente, el oficial encargado de encenderla prefirió desertar antes que cumplir la orden fatal que haría volar no solamente los enormes muros y techos del edificio sino buena parte de las casas del entorno. Al darse cuenta de que la orden no era cumplida, Belgrano instruyó que una patrulla volviese a ejecutarla, pero ya el vecindario advertido cortó el paso a los argentinos. «Hubo pues de renunciarse del todo al pensamiento de destruir la Casa de Moneda, refiere el Gral. Paz en sus citadas Memorias, y no se pensó sino en continuar nuestra retirada que era crítica por la proximidad del enemigo, que a cada instante podía echársenos encima y

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consumar nuestra perdición. Nuestra marcha iba sumamente embarazada por un crecidísimo numero de cargas; no solamente se conducía todo el dinero sellado y sin sellar que tenía la Casa de Moneda, sino la artillería que, a causa de la pérdida de Vilcapugio, se había pedido a Jujuy a toda prisa y la que ya encontramos en Potosí; además iba una porción de armamento descompuesto que había en los depósitos... que el general no quería dejar al enemigo, pero que nos causaba un peso inmenso; agréguense las municiones y parque que sacamos también de Potosí... y se comprenderá que nuestra retirada más se asemejaba a una caravana que huye de los peligros del desierto que a un cuerpo militar que marcha regularmente.» Llegados Ramírez y Pezuela a Potosí, abolieron las monedas con el sol de la libertad que había hecho acuñar Belgrano y restauraron la actividad de la Casa de la Moneda. Una junta de purificación se encargó de dar fin con simpatizantes y allegados a los patriotas. Belgrano en tanto, destituido de su cargo por las derrotas sufridas, entregó el mando al Gral. José de San Martín, quien desobedeciendo las órdenes de Buenos Aires para que enviase los caudales de Potosí a esa ciudad, los retuvo en Tucumán para sostener su ejército de 2.000 hombres. San Martín comprendió que la fortaleza realista de Alto Perú, con su Alcázar de Potosí, era inexpugnable y entonces concibió otra estrategia que resultó afortunada: dejar a Martín Guemes al mando de sus gauchos protegiendo la frontera del norte, entre Jujuy y Tarija, y marchar a Mendoza para cruzar los Andes, vía Chile y ocupar eventualmente Lima, a la que llegaría por el mar Pacífico. Guemes cumplió a cabalidad su misión mientras en el Alto Perú proseguía, inmisericorde, la guerra de guerrillas. A principios de 1815 un tercer ejército auxiliar argentino al mando del inepto José Rondeau llegó al Alto Perú, dirigiéndose derechamente a Potosí, plaza abandonada ya por Pezuela. Este tercer ejército trajo la novedad de dos batallones de 700 soldados uruguayos. Como los anteriores, su sobrevivencia dependía de los recursos que podían reunirse localmente y en esta ocasión se acudió al procedimiento de las confiscaciones de bienes escondidos por los emigrados, a cargo -61- de un tribunal de recaudación. Un solo «tapado», perteneciente a un acaudalado de apellido Achaval, produjo más de cien mil duros, gran parte en moneda acuñada y tejos de oro. Rondeau fue a la postre derrotado por Pezuela en Ventaimedia y Viloma, cercanías de Cochabamba, victoria que valió al jefe realista el nombramiento de Marqués del lugar. Rondeau se replegó a Chuquisaca, pero tuvo el buen gusto de esquivar a Potosí en su retirada hacia su país. Hubo una cuarta expedición argentina al mando del Coronel La Madrid, que tomó Tarija, con la ayuda del guerrillero Méndez, y se acercó a Charcas sin poder tomar la ciudad. En julio de 1821, entró triunfal el Gral. San Martín a Lima, desalojando al Virrey. El hecho sacudió profundamente el ámbito peruano y tuvo particular resonancia en Potosí, donde Casimiro Hoyos, de acuerdo con Mariano Camargo, jefe de la guarnición, se levantó en armas derrocando a las autoridades realistas. El Brigadier Rafael Maroto, por entonces Presidente de Charcas, y Olañeta se desplazaron sobre la Villa imperial, batiendo a los patriotas en el campo de San Roque. Después se combatió en calles y plazas y los sobrevivientes escaparon a los cerros para refugiarse en medio de la guerrilla.

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Olañeta ordenó el fusilamiento de Hoyos, Camargo y otros treinta alzados, en la Plaza principal, en enero de 1823. Se liberó también de Maroto expulsándolo de Charcas y rompió con el Virrey de la Serna, acusándolo de liberal, con lo que quedó de gobernante absoluto del Alto Perú, hasta la Llegada del ejército colombiano de Sucre. Al abandonar Potosí en dirección a su cita con la muerte en Tumusla, Olañeta se alzó también con lo que quedaba en la Casa de la Moneda: 16 zurrones de plata equivalente a treinta mil pesos que Carlos Medinaceli, su vencedor, envió al Mariscal Sucre y con los que el primer presidente de la República pudo atender a los gastos más premiosos de la flamante administración. ¿Cuánto significó la guerra larga para el Alto Perú? Además de la pérdida de vidas, el abandono de los campos, la destrucción de ciudades y la virtual paralización de las minas, el país y particularmente Potosí se vieron obligados a sostener no solamente a sus propios combatientes sino a los ejércitos que se desplazaban del norte, con los pendones del Rey, y a los que subían del sur, a nombre de la Patria. Los familiares de los prisioneros pagaban su libertad en oro. Ambos contendientes se habían acostumbrado a la rapiña y cuando las contribuciones no eran voluntarias, los ocupantes de turno las convertían en forzadas, confiscando cuanto encontraban a su paso, desenterrando los «tapados» o violando el asilo de los conventos. Casto Rojas, en su Historia financiera de Bolivia, calcula en cien millones de pesos, correspondientes a empréstitos, confiscaciones, cupos, rescates, donativos, incluido el presupuesto ordinario de aquellos años, como el monto de lo que la colectividad altoperuana ofrendó a la guerra. No le faltó por todo esto razón al escritor español Ernesto Giménez Caballero cuando, al visitar la ciudad, en 1955 escribió una copla: En Potosí nació América y en Potosí murió España, pero hoy España revive en Potosí y en mi alma. Bolívar en la cima del Cerro Rico Simón Bolívar. Como obedeciendo a una premonición, los quechuas habían bautizado con el nombre de «Ayacucho» (rincón de los muertos) al sitio de los Andes peruanos donde se libró la última y definitiva batalla de las fuerzas patriotas contra los ejércitos del Rey. Las primeras estaban comandadas por el general venezolano Antonio José de Sucre, lugarteniente preferido de Simón Bolívar, y los segundos por el Virrey La Serna. El magnánimo Sucre firmó con La Serna un pacto de capitulación que ha quedado como modelo de la guerra caballerosa, dejando en libertad a los vencidos de volver -62- a la

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península o quedarse en América si deseaban contribuir a la reconstrucción del continente. Se suponía que el pacto implicaba a todas las fuerzas españolas que había más al sur. Pero quedaron tres focos de resistencia, el más importante de los cuales era el de Pedro Antonio Olañeta en el Alto Perú. En vano Bolívar había tratado de atraer a Olañeta a la causa americana enviándole mensajes halagadores. El viejo oficial absolutista, sin quererlo, había prestado un mayúsculo servicio a la causa patriota -y así lo reconocía Bolívar en su correspondencia- al haber dividido el frente español en un momento decisivo, desconociendo la autoridad del Virrey de Lima a quien acusaba de liberal, y erigiéndose en gobernante del Alto Perú, sin dejar de ser vasallo del rey Fernando VII. Hombre de escasa inteligencia pero adornado con las virtudes de la lealtad y la tozudez, Olañeta veía en los oficiales del Bajo Perú, muchos de ellos francamente liberales, el morbo de la traición al monarca español. Y cuando aquellos requerían de todas las fuerzas y el apoyo de su retaguardia para detener el avance del ejército colombiano de Bolívar, viéronse obligados a enviar tropas al Alto Perú para sofocar la rebelión olañetista. El terco general estaba además bajo la influencia de connotados personajes de la región -entre los cuales el más notable era su sobrino Casimiro-,que fomentaban su rebeldía con el oculto designio de heredar ellos la situación a la hora que presentían inminente en que el imperio borbónico se desmoronara en América. Ante la resistencia de Olañeta, Bolívar resolvió que Sucre cruzase el río Desaguadero, frontera natural entre el Alto y el Bajo Perú, para liquidar el problema. El ejército colombiano llegó a La Paz, ya tomada por los guerrilleros de Ayopaya que comandaba Lanza, y siguió a Oruro y Potosí, sin necesidad de disparar un solo cartucho pues una fracción del ejército de Olañeta al mando de Medinaceli se volcó a la causa patriota y en combate en Tumusla, lugar muy cercano a Potosí, se impuso y dio muerte a su comandante. Sucre había cruzado el Desaguadero con mucho desagrado personal, pues, por una parte, se hallaba hastiado del servicio público después de tantos años de guerra alejado de su país natal, y por otra, encontraba que más que un problema militar, el del Alto Perú era ahora un asunto político: ¿Qué iba a pasar con ese inmenso territorio conformado por la Audiencia de Charcas y que según lo expresara a su jefe, «no es del Perú ni parece que quiera ser sino de sí mismo»? Las raíces del autonomismo altoperuano eran muy antiguas y se habían acentuado con las alternativas de la guerra, en su relación con el Bajo Perú y las provincias del Río de la Plata. Sucre las percibió pronto y por eso aun antes de cruzar la frontera tenía listo el decreto que lanzaría en La Paz, el 9 de febrero de 1825, convocando a las provincias a una Asamblea deliberante en la que pudiesen resolver su suerte futura, acto que contrarió sobremanera a Bolívar y que dio ocasión a una sostenida correspondencia entre ambos. Las cartas que enviaba Bolívar a Santander reflejan la importancia que concedía al dilatado país sureño y su destino político. Decía por ejemplo: «Yo no pretendería marchar al Alto Perú, si los intereses que allá se ventilan no fuesen de una alta magnitud. El Potosí es en el día el eje de una inmensa esfera. Toda la América Meridional tiene una parte de suerte comprometida en aquel territorio que puede venir a ser la hoguera que encienda nuevamente la guerra y la anarquía». Y en otra correspondencia, añadía: «Yo pienso irme dentro de diez o doce días al Alto Perú a desembrollar aquel caos de intereses complicados que exigen absolutamente mi presencia. El Alto Perú pertenece de derecho al Río de la Plata, de hecho a España, de voluntad a la independencia de sus hijos que quieren su estado aparte y de pretensión pertenece al Perú, que lo ha poseído antes y lo quiere ahora».

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Pero ante el fait accompli del decreto de Sucre, Bolívar no tuvo más remedio que demorar un poco su viaje a fin de que su presencia no se tomase como interferencia y aceptar la convocatoria de la Asamblea. Llegado a La Paz, recibió la comunicación de la Asamblea reunida en Chuquisaca en sentido de que el Alto Perú se declaraba independiente, lo nombraba presidente y tomaba su nombre para bautizar a la nueva República. Prosiguió viaje hacia Potosí, a donde llegó trece días después, haciendo paradas en una docena de pueblos que querían homenajearlo. En Cantumarca en las cercanías de la urbe, Bolívar echó pie a tierra y desde allí, agitando el sombrero, saludó a la montaña de plata. La multitud lo aclamaba y seguía por todas partes. En tanto, el general Guillermo Miller, que oficiaba ya de prefecto, preparaba la casa de gobierno de Potosí, para alojar al ilustre huésped. Oportunamente se había hecho un pedido a Tacna para el envío de juegos de porcelana y cristal, vinos europeos, champagne francés, sidra inglesa, cerveza alemana. Renováronse también cortinas, arañas de cristal para la iluminación con velas, finos paños para el tapizado de paredes. A dos leguas de distancia de la ciudad aparecieron los primeros arcos triunfales por en medio de los cuales debían pasar Bolívar y su comitiva, adornados con objetos de plata y oro y pebeteros de filigrana con resinas que expedían agradable aroma. Flores, tules y leyendas patrióticas aparecían también en medio de los adornos metálicos. En la ciudad misma, todos los balcones lucían tapices y colgaduras de damasco y terciopelo con objetos de plata y oro. Desde allí las jóvenes y las damas de sociedad echaban sobre los vencedores de Junín y Ayacucho ramilletes de flores, papel picado con versos patrióticos, aguas aromáticas, monedas de oro y plata y medallas conmemorativas. En esos instantes Potosí parecía haber olvidado por completo los años de sufrimiento de la guerra y el paulatino decaimiento de su riqueza pues la impresión que ofrecía a los colombianos era la de una ciudad miliunochesca. Bolívar, conmovido, no atinaba más que a derramar lágrimas de agradecimiento. Permaneció en la ciudad del 5 de octubre al 4 de noviembre de 1825 en medio de una febril actividad administrativa y social. Allí recibió -63- a los comisionados argentinos que le propusieron que ejerciera el protectorado de América tentándolo para que tomase a su cargo la guerra contra el Emperador del Brasil. Asistió a una misa solemne en el templo de la Merced, rodeado de su Estado Mayor, los delegados argentinos y la sociedad potosina, junto a la imagen de María de las Mercedes, cargada de joyas preciosas, encima de una base de una tonelada de plata labrada. Desde el principio de la guerra los patriotas consideraron a la Virgen partidaria de su causa, al punto que el general Belgrano le expidió el título de teniente coronel del ejército auxiliar argentino con un sueldo mensual pagado por el gobierno bonaerense. Bolívar legisló sobre minería, agricultura, educación. Puso las bases de la instrucción pública del país, dejando a su maestro y amigo, Don Simón Rodríguez, como director de la «Escuela Nacional Lancaster» en la antigua parroquia de San Roque.

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El 28 de octubre, día de San Simón, presumiendo que correspondía también al natalicio del Libertador, el vecindario le ofreció un nutrido programa de festejos iniciado con una misa de gracias, corridas de toros, danzas populares en las plazas y un banquete seguido de baile en el edificio de las Cajas Reales. Previamente habían circulado unos verso con la siguiente leyenda: La Municipalidad y Azogueros Con la mayor complacencia se convida al sexo hermoso para que asista gustoso al baile de S.E. La lucida concurrencia de las damas será así el honor de Potosí sin ninguna competencia. Aunque el edificio era uno de los más grandes de la ciudad, no poseía sin embargo un salón capaz de albergar a centenares de invitados, por lo que se resolvió construir un piso especial, cubriendo todo el enorme patio con vigas y tablones prestados por los propietarios de ingenios de la ribera. Pero el hecho culminante de su estadía potosina fue la ascensión al Cerro Rico, a 4.986 metros sobre el nivel del mar. Lo de menos era la hazaña física, pues Bolívar, enamorado de la gloria, veía su escalada a la cima como el pináculo de su carrera política, en la hora precisa en que a lo largo del continente era aclamado por los pueblos como su libertador, capaz todavía en sus ensoñaciones de doblegar la monarquía brasileña y expulsar a los españoles de su bastión de Cuba e incluso de las Filipinas... Al iniciar su carrera vertiginosa tres quinquenios atrás, les había dicho a sus Llaneros en la selva de Orinoco que «llevaría sus armas -64- triunfantes hasta la cima del Potosí», afirmación que sus rudos segundones no entendieron o interpretaron como una baladronada. Ahora había llegado ese momento. En la capilla del Cerro Chico entregaron al libertador la llave de oro del templo de la victoria, construido expresamente para el acto, en estilo griego luego una dama coronó la cabeza del héroe con una guirnalda de filigrana de oro y graciosas muchachas, que representaban a los países americanos le obsequiaron ramos de flores y recitaron versos alusivos. Continuó la escalada. Bolívar de pronto, «brincó de contento como un niño, de risco en risco, envuelto en su bandera y tarareando aires triunfales». En una pausa del ascenso, junto a Simón Rodríguez, Sucre, su plana mayor, las autoridades potosinas y los delegados argentinos, Bolívar rememoró toda su carrera política y militar, se acordó de sus compañeros de armas y de las grandes batallas libradas por la libertad del Nuevo Mundo. Su evocación se convirtió en discurso: «Venimos venciendo -dijo- desde las costas del Atlántico y en quince años de una lucha de gigantes

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hemos derrotado el edificio de la tiranía, formado tranquilamente en tres siglos de usurpación y de violencia. Las míseras reliquias de este mundo estaban destinadas a la más degradante esclavitud. ¡Cuánto no debe ser nuestro gozo al ver tantos millones de hombres restituidos a sus derechos por nuestra perseverancia y nuestro esfuerzo! En cuanto a mí, de pie sobre esta mole de plata que se llama Potosí y cuyas venas riquísimas fueron trescientos años el erario de España yo estimo en nada esta opulencia, cuando la comparo con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad, desde las playas ardientes del Orinoco para fijarlo aquí en el pico de esta montaña cuyo seno es el asombro y la envidia del universo». A cargo del gremio de azogueros estuvo el banquete de mediodía, servido en vajilla de plata. En el momento de los brindis Bolívar insistió en la misma idea: «Ciertamente hoy es el día más feliz de mi vida, por haber llegado a hollar este pico clásico de los gigantes Andes. La gloria de haber conducido a estas frías regiones nuestros estandartes de libertad, deja en nada los tesoros inmensos que están a nuestros pies». Las banderas de los nuevos países flameaban en torno. En la sobremesa, con los ánimos enfervorizados y la conciencia de que ése era un día excepcional en la vida de todos los presentes, continuaron los recuerdos y evocaciones del pasado: Rodríguez relató con detalle el viaje que realizó a pie y en carruaje, acompañado de Bolívar de París a Roma y el juramento que su discípulo hizo en Monte Sacro. Sucre, a su vez, se ofreció a recitar de memoria el delirio del Libertador en el Chimborazo, lo que hizo con voz emocionada, sin olvidar una sola palabra. Se insinuaba ya el atardecer cuando los asistentes se pusieron de pie para contemplar una vez más la ciudad extendida al pie de la montaña. Nadie imaginaba que después de aquella jornada inolvidable sólo esperaban desengaños a Bolívar y Rodríguez, la muerte por mano asesina a Sucre, y el inicio de una historia caótica y conflictiva para el país que había adoptado como propio el nombre de su primer presidente. Tan prolongada y feroz guerra como fue la de la independencia dejó los campos yermos y las minas anegadas y paralizadas, pero también se ensañó con las ciudades que sufrieron por igual, destrucción y muertes. El anónimo autor que hizo la continuación de los Anales de Potosí y que fue testigo presencial de los hechos relata que en enero de 1823 el ejército realista hizo bajar las campanas de la iglesia de Belén destruyendo las dos torres. El convento quedó convertido en cuartel de la artillería y en el lugar en que se hallaban las torres se emplazaron cañones. Lo mismo sucedió con el convento de San Agustín y la iglesia de la Misericordia. Las campanas de los templos se fundieron por balas y la orfebrería de plata del interior quedó convertida en monedas para el pago de la tropa. En 1826, que es cuando el cónsul inglés Joseph Barclay Pentland escribe su informe a la Corona sobre el flamante país, quedan en Potosí apenas 3.000 habitantes, descenso que el funcionario inglés atribuye a la caída progresiva de las operaciones mineras, a los excesos cometidos en las luchas de la Revolución «que obligaron a la mayor parte de la población indígena a recluirse a los más apartados distritos de los Andes» y a la disminución del tráfico comercial con Buenos Aires, que desde el paso de Charcas a ese virreinato, con la prohibición de comercio entre estas provincias y los puertos del Pacífico, había convertido

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a Potosí en un gran centro de intercambio, prohibición que tácitamente quedó anulada al iniciarse la guerra de independencia, abriéndose la relación comercial con Europa a través de Arica, Quilca y Cobija. De los 120 ingenios que en tiempos de la mayor expansión productiva en los alrededores de la ciudad, quedaban operando apenas 15. El número de trabajadores en el cerro bajó a 1.450 incluyendo a palliris y acarreadores del mineral y 450 en los ingenios, cuya producción alcanzaba a 53.000 marcos en ese año. En cuanto a las minas del cerro, apenas seis se hallaban en actividad. Al saqueo de sus minerales, siguió durante la República, hasta nuestros días, el asalto que ha sufrido Potosí de sus tesoros artísticos, desde pinturas, esculturas, retablos, columnas hasta altares de plata labrados o recubiertos de láminas de oro; que ahora adornan museos de varias ciudades de América y España, o repositorios privados; así como la destrucción paulatina de los templos y lagunas que deslumbraban a los viajeros de La Colonia. El visitante contemporáneo todavía puede ver el cerro en mísera explotación, algunos bellos templos y la Casa de la Moneda donde admirará, entre otras pinturas de la escuela de Charcas, varios cuadros estupendos de Melchor Pérez Holguín. Casi todo le fue arrebatado a Potosí. Lo que nadie podrá quitarle, para memoria de los tiempos, es la historia fabulosa que le dedicó el más humilde y menos exigente de sus hijos: Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela a quien, después de tres siglos de anonimato, está dedicado este libro. -65- -66- -67- La vida de Arzans El pintor Tomás Achá (1998) ha imaginado así a Arzans con el Cerro Rico al fondo y vestido con traje de gala de la época. Pero Arzans era un hombre pobre y en su obra no se describió a sí mismo. Hanke y Mendoza sostienen que del millón de palabras de su Historia, Arzans apenas emplea unas mil en sí mismo. En este libro hemos recuperado por primera vez, tales fragmentos autobiográficos reproduciendo para hacerlas inteligibles al lector,las anécdotas en que están inmersas, salvo menciones brevísimas a las que nos referiremos ahora. El padre de Bartolomé, nacido en Sevilla, llegó cuando tenía 8 años a Potosí en 1643 y se casó con española. Con el tiempo se haría azoguero, pero sin acumular fortuna. El hombre debió tener un carácter autoritario y mandón y Bartolomé no se movió de su lado, sin poder estudiar cosa de provecho hasta el fallecimiento de su progenitor. De su madre no dice nada. Bartolomé nació en la Villa Imperial en 1676. En los registros parroquiales figura su

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matrimonio en 1701 con doña Juana de Reina, natural de la ciudad de La Plata. Juana tenía al casarse 40 años y él 25, unión curiosa, pues en la época lo frecuente era que el marido fuese mucho mayor que la esposa, y no es raro por tanto que hubiese tenido un solo hijo. Sin embargo Arzans hace un homenaje a su «amada esposa» por su entereza cuando los policías del corregidor le requisan la casa en busca de la Historia. En todo caso el tema femenino es tratado extensamente en el libro, en el que figuran mujeres fascinantes, atrevidas, capaces de matar por sus amantes o de morir por sus amores. Bartolomé murió de 60 años en 1736 y Juana lo sobrevivió por algunos años. La mujer es uno de los temas que más intrigan y apasionan a Arzans. Era, según confesión propia, «buen aritmético», aficionado a las corridas de toros y espectador de cuantas fiestas se realizaban en la Villa. Debió ser buen conversador y sabía ganarse la confianza de la gente, pues de otra manera no habría podido enterarse de tantas cosas que si se escribiesen ahora requerirían el concurso de un equipo multidisciplinario de historiadores, economistas, sicólogos, antropólogos e incluso siquiatras, provistos de computadoras que almacenan millones de palabras por segundos y en las que se escriben, superponen, quitan, añaden frases y oraciones en un pestañeo de ojos. Viajó una vez a La Plata, pero parece que pasó toda su vida en Potosí. Arzans cuenta que cuando se desató la gran epidemia de 1719 en que murieron 20.000 potosinos, él se dedicó a cuidar a los enfermos y dar cristiana sepultura a los muertos. Su vida social debió ser intensa pues discurseó en el estreno de una máquina metalúrgica y algunas de sus historias fueron usadas en el púlpito por los curas. Algo muy notable en la personalidad de Arzans es que viviendo en una ciudad donde reinaban la violencia, las celebraciones lúdicas y las supersticiones religiosas;en la que no había universidad ni imprenta pues la primera llegó con el ejército colombiano recién en 1825 (solamente para publicar proclamas), fue capaz de escribir tan monumentales obras sin ningún estímulo intelectual exterior pues sus amigos, fuera de algunos sacerdotes eruditos, eran gentes del común, obnubilados, como todos, por el afán de la riqueza fácil. Diego indica que pese a varias ofertas de ayuda, su padre no quiso publicar su manuscrito porque en él revelaba «verdades desnudas», entre ellas los crímenes de Agustín de la Tijera, quien hizo matar a un sacerdote temiendo que escribiera a Madrid sobre sus actividades. Sabemos por su discípulo Bernabé Antonio de Ortega y Velasco, de quien aparece el informe también en este libro, que Arzans fue maestro (no en el sentido convencional de hoy de poseer una escuela con cursos), sino -69- de enseñar a un grupo de niños. Muchas veces se ocupa de las tribulaciones de los pobres en la ciudad,entre los que se coloca. Con motivo de una «derrama» (colecta) que se hizo entre el vecindario para enviar a una delegación a España que defendiese a Potosí frente a Oruro en la distribución de mitayos y en la que se reunieron 9.000 pesos, Arzans se lamenta de haberse desprendido de los cuatro pesos que tenía, pensando además que se los embolsillarían los recolectores. Señala también que en su juventud no pensó en ser historiador. La atmósfera de la imponente ciudad, llena de templos magníficos, poblada de orgullosos azogueros, clérigos, aventureros de toda laya y nacionalidad, comerciantes y mitayos, debió inspirar en algún momento al modesto dómine a emprender una obra que le tomaría 35 años de su vida. Y sobre todo la vista del cerro:«Con ojos de plata -dice en la introducción- puedo afirmar que me ha mirado para su autor, y con lenguas de varios metales a alentado mi pluma para su desempeño y

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juntamente me ha mostrado para que con gracia y eficacia diga a los hombres que de ver sus necesidades se le rompen sus entrañas y para que remediarlas les ofrece el rosicler de sus venas». Lo fascinante es que Arzans, a diferencia de todos los demás cronistas, no dedicó su obra al Rey ni a ninguna autoridad, ni la escribió por encargo de nadie. -68- Tampoco buscó la gloria terrena, pues por temor a las represalias o a que alguien lo engatusase con la edición nunca quiso desprenderse de sus originales. Vivió con la ilusión de que Potosí era el centro del mundo y aunque para esa época ya se había iniciado la decadencia en la explotación minera, en muchos sentidos tenía razón, pues la ciudad todavía era en América el motor del Imperio. Autodidacta en sus lecturas, debió acudir incansablemente a la biblioteca de algún clérigo amigo, jesuita o franciscano, convirtiéndose en un repositorio no solamente de la dogmática católica prevaleciente e imbatida en el reino de los Austrias, pues los aires de la Ilustración y de la duda religiosa llegarían a Charcas varias décadas después de su muerte, sino también de los autores grecorromanos en las versiones recogidas por la Iglesia, de los escritores del siglo de oro español y la literatura picaresca, así como los cronistas de la Conquista. Se puede afirmar que todo lo que era posible leer en ese momento en América fue leído y asimilado por Arzans y citado y sobrepuesto abundantemente en su Historia, a veces en forma literal como sucede con frases de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca y otros. Bartolomé, que nunca salió de la cárcel de su pobreza, debió habitar en Potosí con su esposa e hijo una vivienda de barro con techo de paja de no más de dos habitaciones, con un huerto al fondo para las necesidades de la humana condición. Dispondría de una palangana y una jarra de latón para refrescar la cara y lavarse las manos y ocasionalmente el resto del cuerpo. A 4.000 metros de altura, en una ciudad de crudo invierno, azotada varios meses por un viento con granizos que a veces alcanzaban «el tamaño de pequeñas manzanas», los ventanucos de la vivienda no tenían vidrios sino retazos de bayeta de la tierra a modo de cortinas. Podemos suponer que Bartolomé empleaba su día en dar lecciones al grupo de niños que tenía bajo su cuidado, visitar alguna biblioteca de convento y charlar con los viejos vecinos o los viajeros recién llegados buscando información para su obra. Al atardecer, arropado con una manta, con los pies helados y las manos entumecidas, auxiliado por un par de velas de cebo, poníase a llenar cartillas con la preocupación de no equivocarse ni emborronar una sola de ellas, dado su elevado precio, pues provenían de España. En los meses más fríos debió disponer de un brasero, pero con la previsión de dejar algún espacio con corriente de aire para no ser sofocado por el humo, pues el combustible no era carbón sino paja brava (thola) o taquia (excremento seco de llama), de olor maloliente. Pero nada de esto importaba en realidad. Uno no puede dejar de pensar en Maquiavelo, quien, después de discutir con los gañanes en el campo; se vestía con sus mejores galas en la tarde para tratar con los mejores espíritus de la Antigüedad y conversar con ellos a través

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de sus libros, cuando imagina a nuestro anónimo cronista levantando su pluma de ganso, al atardecer, para añadir páginas a su Historia en la soledad de la habitación que le servía de comedor, sala y escritorio. En ese momento olvidaba mágicamente sus estrecheces económicas, el acoso de sus enemigos o el frío mortal que le rodeaba: acudían a su mente en tropel los gritos de los caballeros de capa y espada, los lamentos de mitayos en las profundidades del cerro, las voces de los mercados ofreciendo toda suerte de artículos, el paso de las llamas en su interminable viaje a Arica o al Río de la Plata, el fervor de las procesiones, la música de guitarrones, tamborines, chirimías y timbales de los españoles, mezclada con los instrumentos de viento de los indígenas en los carnavales y la dulce sonrisa de la Virgen intercediendo ante Dios por un alma pecadora. Todo esto Bartolomé lo ponía en orden cotejando datos en viejos infolios o recordando lo que le habían referido los vecinos más viejos de la Villa. Esas eran horas de supremo goce espiritual, en las que se transformaba no solamente en el historiador oficioso sino en el profeta laico que reprendía a sus coterráneos instándoles a tomar el buen camino para vivir una vida honorable y feliz que les asegurara después el cielo prometido. El único ruido era el ronquido de Juana en la pieza del lado o los pasos de su hijo Diego preparándole un mate de coca o de hierba del Paraguay para ahuyentar el frío y el sueño. ¿Qué aspecto físico tendría Arzans? Lo único que podemos deducir por su pobreza y sus condenas a los excesos de la mesa es que era un hombre flaco, acostumbrado, a alguna sopa de maíz o caldo de huesos, papas o chuño a lo largo del año y choclos de granos deliciosos en la debida estación; pollo ni pensar por sus altos precios y en lugar de carne de vaca, alguna vez de llama, y los «duelos y quebrantos» del Caballero de la triste figura cuya receta figura en el libro de doña Josepha de Escurrechea, Marquesa de Cayara en las cercanías de Potosí, para las ocasiones memorables. -70- Anticipándose en siglo y medio a Marx, Arzans concibe la historia social de Potosí como una lucha entre ricos y pobres, en la que siempre ganan los primeros por la venalidad de la justicia y las autoridades, y aunque en oportunidades se ve obligado a disimular sus acusaciones o pasarle la mano a algún prelado poderoso, es mucho más explícito y valiente que los escritores españoles que se convirtieron en maestros de la reticencia, del arte de decir las cosas sin decirlas, de la «hipocresía heroica» como la calificó el propio Cervantes.Arzans, que dedica su obra a «sus amados lectores», no vacila en llamar «cruelísimo tirano» a un Virrey, calificar a los corregidores de «cuervos», a los oidores de «reyes sin corona» y a los alcaldes ordinarios de «ladrones». Al ocuparse del año 1695 condena las «rateras leyes» y «raterías pragmáticas» y muy graciosamente añade que ellas «cayendo sobre las miserables ranas de los pobres que sin contradicción obedecieron, atemorizándolos con estruendo de voces cuyo espanto les dura y durará, pues como viga pesada de los sucesores los tiene debajo, y jamás la despreciarán ni se subirán sobre ella sino que siempre durante la opresión cantarán en el cieno de su pobreza terribles cantos de maldiciones contra quien ordenó tales pragmáticas». Otro aspecto simpático de la personalidad de Arzans es su denuncia de las condiciones terribles en que se desarrollaba la «mita» y el sufrimiento de los indios de quienes tenía un

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alto concepto por sus virtudes y dedicación al trabajo, el amor a sus hijos y a sus esposas. El único amigo personal que nombra en su larga Historia es su compadre indio Pablo Huancaní, «persona de buen entendimiento y ladino» (bilingüe). Otro título que podría ostentar sin habérselo propuesto es el de primer periodista de La Colonia, sobre todo en sus Anales, en los que registra el pasado potosino año por año, pues al margen de sus lecturas interminables solía frecuentar los tambos a los que llegaban los viajeros para pedirles noticias de otras ciudades y provincias, departía con sus conocidos y amigos en las esquinas, asistía a cuantos oficios religiosos se celebraban y era espectador alborozado y atento de fiestas, procesiones y lances (en uno de los cuales desenvaina la espada para proteger a una doncella), todo lo cual pasaba luego a las páginas de su libro. Como su inspirador, el padre Antonio de Calancha, de cuya Crónica moralizada Arzans toma y transforma muchos temas, era un creyente en la astrología, alejándose en este punto del dogma católico. Sus historias combinan libremente lo real con lo irreal y los milagros que en ellas hace la Virgen, Jesucristo y los Santos a menudo favorecen a los indios. El gran desconocido en las letras hispanoamericanas Tan misteriosa como su vida resulta la historia de los originales que quedaron con su hijo Diego y a los que éste agregó ocho capítulos más de inferior calidad y llenos de hechos esperpénticos. Diego, forzado por la necesidad, tuvo que empeñar el libro a un eclesiástico quien lo conservó por 20 años. De alguna manera una copia manuscrita llegó hasta la biblioteca del Rey de España y otra fue comprada en 1877 para ser publicada en Europa. Posiblemente sea esta copia la que adquirió en París en 1905 el ingeniero norteamericano Coronel George E. Church, quien a su muerte la obsequió con todos sus papeles a la Brown University en Providence Rode Island, donde había nacido. El gran americanista Louis Hanke, después de escribir extensamente sobre el Padre Bartolomé de las Casas, tenía en mente a Potosí y anoticiado de esta testamentaría interesó a la Universidad Brown de Providence para que en ocasión de su bicentenario publicase la obra completa de Arzans, cotejando esa copia con la del Archivo Real de Madrid, sobre la que había trabajado varios años Gonzalo Gumucio Reyes. La Universidad aceptó la oferta y Hanke, asociado a Gunnar Mendoza, Director del Archivo Nacional de Bolivia, firmaron conjuntamente un erudito y ameno prólogo ofreciendo un cuadro general apasionante de la mentalidad de la época, de los orígenes del libro de Arzans, los autores que consultó, la veracidad de su historia y los pocos datos que de él se conocían. Sus esfuerzos fueron coronados con la edición de lujo en 1964 de 2.000 ejemplares de 3 tomos de formato mayor, con un total de 297 capítulos. El grueso de la edición quedó en las bibliotecas universitarias de EE. UU. Si bien la historia permaneció ignorada, los Anales en cambio fueron bastante divulgados y de allí tomaron los diversos tradicionalistas materiales desde el siglo XVIII. Ésta es la razón por la que Arzans ni siquiera figura en historias o antologías de historiografía o literatura colonial hispanoamericana. No sabían de su existencia especialistas como Luis Alberto Sánchez, Mariano Picón Salas, Pedro Henríquez Ureña o E. Anderson Imbert, pues de haberlo conocido, lo habrían puesto sin duda al nivel del Inca Garcilaso de la Vega

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(1539-1617) y de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) entre las tres figuras sobresalientes de la cultura colonial hispanoamericana. Podemos ir más allá todavía y, dado que la obra capital de Arzans fue escrita entre el último tercio del siglo XVII y el primero del XVIII, en una época de completa decadencia tanto en la península como en América, el escritor potosino se yergue como una figura de relieve único, muy superior a sus contemporáneos de ambos lados del Atlántico. Basta citar la opinión que asienta Menéndez y Pelayo sobre los escritores de España y sus colonias en el siglo XVIII, en el que «continúa dominando, aunque cada vez más degenerado y corrompido el gusto del siglo anterior», añadiendo enseguida «triunfa la reacción clásica o pseudoclásica, que, exagerándose como todas las reacciones, va cayendo en el más trivial y desmayado prosaísmo». Es en esa España, ya maduro el siglo XVIII, cuando predominan las fábulas al estilo de Iriarte y Samaniego y las historias eruditas y críticas indigeribles que hoy ya nadie recuerda. -71- Pero si Arzans fue de tan increíble modestia y discreción para hablar de sí mismo, su familia, sus medios de vida, sus amigos y familiares, e incluso sus propósitos al escribir esta obra verdaderamente colosal, podemos conocerlo en cambio íntimamente a través de sus reflexiones escritas a lo largo del libro en cada una de las historias y que ahora aparecen en este volumen en forma independiente, revelándonos los sentimientos, supersticiones, simpatías y fobias de un súbdito del rey de España capaz sin embargo de hacer las más acerbas y vitriólicas críticas a la mala administración de ministros, jueces y corregidores sin olvidar a los chupasangres de los escribanos; devoto e incluso supersticioso creyente de los credos católicos, pero denunciante descarnado de obispos y curas fornicarios y codiciosos; nieto de vascos y de padre andaluz, pero muy consciente de los abusos que cometían los españoles y orgulloso de la nueva nación criolla que se retrata en germen en su obra. En ese sentido las reflexiones de Arzans, variando el escenario de Potosí, ciudad única en el continente por su gravitante riqueza desparramada por el mundo a lo largo de tres siglos, puede representar también la mentalidad de los criollos hispanoamericanos un siglo antes de que se planteara la guerra de la independencia. Desde ese punto de vista -y ese es el valor fundamental de este volumen- los pensamientos recogidos aquí representativos de la mentalidad de ese tiempo de tránsito entre el siglo XVII y XVIII podrían ser suscritos por los criollos cultos de Ciudad de México, Caracas, Buenos Aires, Lima o Santiago. Ninguna obra como la de Arzans ofrece en el período colonial hispanoamericano tal cantidad de máximas de tan diversas materias y en ese sentido la Historia es un venero inagotable para conocer qué pensaban los hombres de ese tiempo seducidos o vencidos por la ortodoxia católica, pero capaces también de imaginar un mundo regido por la ética, la compasión y el sentido de la justicia. Cierto que no puede pretenderse absoluta originalidad en este campo, pues Arzans -tal como se hacía libremente en su tiempo- tomaba de varios autores determinados hechos que presentaba de otra manera en su Historia o superponía pensamientos que lo impactaban particularmente. Desde los filósofos griegos, de quienes Diógenes Laercio (citado más de una vez por Arzans) conservó muchas máximas hasta el emperador Marco Aurelio y Séneca, el pensamiento occidental se ha venido expresando en aforismos, proverbios, epigramas, adagios y apotegmas a los que la gente acude en busca de guía o consuelo espiritual. Lo decía La Bruyère en 1688: «Todo está dicho y llegamos demasiado tarde ya que hace siete mil años que hay hombres y ellos piensan». Tenía razón para decirlo pues él

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y la Rochefoucauld inspiraron muchas de sus máximas en las de Baltasar Gracián. Sin haberlo leído, Arzans tiene la misma opinión que Molière sobre los médicos y como Tomás Hobbes cree que el hombre es el lobo del hombre,aunque esto último ya lo habían dicho los latinos. Por cierto que Gracián no figura entre los autores que habría leído Arzans, de acuerdo al recuento minucioso que hacen en el prólogo Hanke y Mendoza, y sin embargo al leer los pensamientos de nuestro autor sobre la mujer no podemos dejar de pensar en la misoginia rampante en la época en el pensamiento de la Iglesia y del que este célebre jesuita es portavoz indiscutido: «Fue Salomón el más sabio de los hombres, y fue el hombre a quien más engañaron las mujeres; y con haber sido el que más las amó, fue el que más mal dijo de ellas: argumento de cuán gran mal es para el hombre la mujer mala, y su mayor enemigo: más fuerte es que el vino, más poderosa que el rey, y que compite con la verdad siendo toda mentira. Vale más la maldad del varón que el bien de la mujer, dijo quien más bien dijo: porque menos mal te hará un hombre que te persiga que una mujer que te siga. Mas no es un enemigo solo, sino todos en uno, que todos han hecho plaza de armas en ellas... Genión de los enemigos, triplicado lazo de la libertad que difícilmente se rompe: de aquí sin duda, procedió el llamarse todos los males hembras: las furias, las parcas, las sirenas y las harpías, que todo lo es una mujer mala. Hácenle guerra al hombre diferentes tentaciones en sus edades diferentes, unas en la mocedad y otras en la vejez; pero la mujer, en todas. Nunca está seguro de ellas ni mozo ni varón, ni viejo, ni sabio, ni valiente ni santo..., etc.» (1647) Lo notable de Arzans en este punto es que él ejerce su papel de moralista sin pretender otra cosa que llamar la atención de sus contemporáneos sobre los riesgos que corren al adoptar diversas conductas o las bienaventuranzas que les esperan si toman otras. No se propone en ningún momento pasar como filósofo o pensador y por eso mismo sus máximas tienen el valor de lo espontáneo y fresco, al correr de su pluma. Cabe pensar por eso cuántas de sus reflexiones éticas pueden rescatarse para los albores del siglo XXI y ése será un juicio que deberá hacer el propio lector al recorrer estas páginas, pues si el salto ha sido vertiginoso y espectacular en el campo del progreso material y de la calidad de vida en los dos últimos siglos, la naturaleza humana, las pasiones, temores, apetencias y sueños de los hombres siempre serán los mismos. Todavía en España y mucho más en América a fines del siglo XVII se respiraba el aire sofocante del dogmatismo católico y la Contra Reforma, ayudada por el brazo receloso de la Inquisición, cortaba de raíz el más mínimo brote cismático. Arzans no se mueve un ápice de esa línea y por el contrario comparte con sus contemporáneos la creencia en los milagros, el temor de Dios, dispensador de castigos eternos y la devoción por la Virgen y santos que con su mediación pueden llegar a torcer la voluntad divina. Según Hanke y Mendoza, Arzans debe mucho, ideológicamente a los Padres Juan de Nieremberg,Juan de Pineda, Gonzalo de Illescas, Marcos de Guadalajara y por supuesto Antonio de la Calancha. De los escritores del siglo de oro es notoria la influencia de Cervantes y de Francisco de -72- Quevedo. Curiosamente, no conoció la obra de Juan Benito Jerónimo de Feijoo (1676-1764), el consejero de Fernando VI, cuyo Teatro crítico y universal fue la obra más famosa de su época.

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Como no podía ser de otro modo, el estilo literario de Arzans continúa la tradición barroca y culterana, sobre todo en el exceso de panegíricos y el uso frecuente de adjetivos, paralelismos y comparaciones. El aluvión de tropos y alambicadas figuras restan a veces claridad a su expresión, pero cuando se ocupa de narrar historias su prosa se hace sencilla y cautivante mostrando incluso finos toques de humor e ironía. El libro fundacional de Bolivia Desde la difusión de los Anales en volumen aparecido en París en 1872 y la publicación de los primeros 50 capítulos de la Historia, en Buenos Aires en 1943 se ha ido difundiendo entre los intelectuales bolivianos la convicción de que éste es el libro fundacional de Bolivia porque si el país tuvo su origen mucho antes de la guerra de la independencia, en la Audiencia de Charcas creada por la Corona a poca distancia de la Villa Imperial, en el libro de Arzans se encuentran los mitos, creencias, formas de gobierno e identidades que dieron sustento espiritual a la República. En ausencia de un «poema nacional» como el Cid o Roldán o El Martín Fierro, Carlos Medinaceli escribió en 1926 que los bolivianos tienen en cambio las tradiciones o leyendas recogidas por Arzans para que «no vaya a creerse que la nacionalidad surgió como por milagro el 6 de agosto de 1825 por la deliberación de unos cuantos convencionales fogosos y parlanchines o que surgió al pie de los cascos del caballo de Bolívar. Bolivia ya estaba formada desde mucho antes, cuando Orsúa y Vela escribió sus Anales es claro que habíamos arraigado en el espacio y palpitado en el tiempo. Cabe pensar, luego que una de las cristalinas fuentes donde podemos informarnos de cómo eran, cómo sentían, cómo amaban nuestros antepasados; cuáles eran sus hábitos, sus diversiones, sus dolores y alegrías; cómo hablaban, cómo escribían, etc... son los manuscritos del escritor colonial». Imaginemos qué hondas meditaciones y deleites habría producido en Medinaceli fallecido prematuramente en 1950 si hubiese conocido la edición completa de la Historia. Guillermo Francovich en un artículo publicado en 1976, de comentarios a la edición de Brown University, reclamaba precisamente la necesidad de reunir en un volumen los pensamientos de Arzans para permitirnos conocer la ideología de nuestro mundo colonial y sostenía que la historia «nos pone de lleno ante un pasado que está en las raíces de nuestra nacionalidad y cuyo conocimiento hace más profunda la conciencia de ésta». Dentro de la más moderna crítica historiográfica y literaria es Leonardo García Pabón (La patria íntima, 1998) quien reivindica a Arzans como precursor de la patria criolla boliviana. Para Arzans -dice este autor- «Potosí es casi la primera aparición del ser humano sobre la tierra. Así como es señalado y nombrado por primera vez por una voz divina que lo destina a los españoles, la ciudad de Potosí debe ser originada, nombrada, definida, construida por una voz narrativa. Antes del texto de Arzans, se diría que no existía Potosí, ni Charcas, ni la posibilidad de imaginar Bolivia». Simbólicamente García Pabón encuentra en Arzans que describe el primer nacimiento de un niño en Potosí por voluntad expresa de Leonor Flores bajo la protección de la Virgen y de San Nicolás (hasta ese momento la altura y el frío habían asustado a las mujeres

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españolas y criollas que preferían dar a luz en los valles aledaños o en la ciudad de La Plata), «el instante mítico de fundación de la historia y vida del pueblo potosino, que contiene la voluntad expresa de ser ciudad independiente, gesto más cercano a uno artístico y cultural que a uno religioso». La decisión de Leonor «transforma -73- la avidez natural de la montaña en fertilidad de la ciudad y Potosí deja de ser un nuevo espacio geográfico andino y un simple lugar de explotación de plata y se convierte en un territorio, es decir un espacio connotado de valores culturales y sociales». García Pabón destaca además en la obra de Arzans la importancia que adquiere el aporte indígena en las fiestas potosinas tanto en trajes, música, la lengua misma como en la evocación orgullosa del pasado precolombino en el desfile de los incas. Al margen de sus valores literarios, sociológicos, económicos y antropológicos la extensa obra de Arzans constituye también, con todas las citas y apropiaciones que hace de autores españoles y americanos, lo más completo que en materia histórica podía pedirse a un libro en el primer tercio del siglo XVIII. Fuera del tema específico del descubrimiento del Cerro Rico y el crecimiento de Potosí, Arzans se ocupa de la creación del mundo según el Génesis, el descubrimiento de América, la conquista del imperio incaico y las entradas y poblamientos de españoles a Chile, el Río de la Plata, el Paraguay y se detiene, aquí y allá en temas tan curiosos como los terremotos en Lima, las misiones jesuíticas, las incursiones de los piratas ingleses, la batalla naval contra los franceses en Cartagena y hasta las batallas de Brihuega y Villaviciosa en Portugal, amén de sus numerosas anécdotas del mundo grecorromano, de las que muchas veces deriva reflexiones para sus contemporáneos. Trascendencia de la obra BartoloméArzans de Orsúa y Vela y Melchor Pérez Holguín fueron, sin duda alguna, los valores más sobresalientes de la cultura virreinal en Potosí, aunque el primero no conoció al segundo, pues nunca lo menciona. Holguín dejó en su extraordinaria obra pictórica el retrato vivo del espíritu potosino. Arzans relató magistralmente la vida cotidiana de la Villa Imperial correspondiente a dos siglos. Si bien la voluminosa historia de Arzans no es un dechado de exactitud historiográfica, y por el contrario contiene una considerable dosis de imaginación, fantasía y ficción, podría, justamente por ello, y con las licencias del tiempo transcurrido, convertirse en la gran novela de historia maravillosa o fantástica, producida en el territorio del Alto Perú, hoy Bolivia. Pocas novelas históricas en América Latina, podrían competir con la epopeya espectacular que fue el descubrimiento, explotación, esplendor y decadencia de uno de los mayores emporios mineros del mundo. Nada hay, en todo caso, comparable a este libro en la literatura colonial americana y pocas obras pueden rivalizar modernamente con ella en el continente. Sin disputa, Arzans es creador en América del género tradicionalista cuya paternidad atribuyen los peruanos a Ricardo Palma. No solamente éste tomó prestados de los Anales de Arzans temas para sus tradiciones peruanas, sino como él, autores de ese país, la Argentina y Bolivia, han acudido liberalmente al libro de Bartolomé, para arrancarle con

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impunidad piezas del más fino rosicler, presentándolas con algunas modificaciones cual si fuesen propias. Por sus cuartillas (de cuyo elevado precio se queja varias veces Arzans) desfilan españoles, criollos, mestizos, indios, negros y extranjeros de varias nacionalidades; descripciones frescas y detalladas de la ciudad, calles, iglesias, conventos, edificios, fiestas ostentosas, ceremonias, procesiones, cabalgatas, historias de aparecidos, milagros, vidas ejemplares, corridas de toros, hechos terribles y crueles, desastres naturales, asesinatos y latrocinios, pestes y enfermedades. A la vez, anota Gunnar Mendoza, esos extraordinarios hechos y relatos que se narran en la Historia, sean o no verdaderos, se refieren a la realidad física, social y metafísica de Potosí, al medio telúrico con sus características climatológicas específicas, a los rasgos topográficos, a las gentes en sus más recónditos sentimientos, costumbres, creencias y anhelos. «Por esta permanente alusión a la realidad del lugar y de la época, la Historia es una obra precursora de nacionalismo y de autonomismo literario en América hispana y da un paso decididamente revolucionario dentro de la creación literaria de la época meramente convencional y abstracta», afirma Mendoza. La Historia ofrece también datos de operaciones mineras, importaciones y mercado, cifras de producción de plata, estadísticas de la población. Pero en medio del mare mágnum de información que fluye ininterrumpidamente, dos clases de hechos sobresalen por sí mismos: la violencia y las fiestas. «La monstruosa riqueza» obtenida del cerro provocó ciertamente la lucha interna permanente que vivió Potosí con los rasgos de injusticias, atrocidades, arrojo, que detalla Arzans, en cuya culminación se encuentran las guerras de Vicuñas y Vascongados. Las fiestas en sus variadas formas, religiosas, profanas, de bodas, de recordación de fechas y acontecimientos importantes, parecen ser los espacios de reposo de semejante ritmo de vida. Otro rasgo destacable en la obra es el «orgullo potosino», característico del espíritu de los que vivieron la opulencia, magnificencia y riqueza de la Villa Imperial. Este íntimo sentimiento de los habitantes, anclado en la materialidad del mineral, elevaba a la célebre montaña a los más altos niveles de veneración. Muchos potosinos estaban conscientes de que la riqueza del cerro de Potosí constituía la base principal de la economía de España. Esta idea y aquella otra de que las riquezas eran infinitas proporcionaba a los ricos «azogueros», nombre que utilizaban en lugar de mineros, esa ansia de gozar de sus beneficios, de vivir espléndidamente y de magnificar y glorificar todo lo que se refiriese a la Villa y al cerro. La «fiebre potosina», similar a la que se produjo tiempo después en México, otro centro primordial del poder español en tierra americana, en cuanto al espíritu casi imperial -74- que promovía en sus habitantes privilegiados, tiene una vertiente sumamente interesante de «americanismo naciente». Criollos potosinos y mexicanos sentían profundamente su pertenencia física a ese otro mundo que era el americano y no eran tan extrañas las hipótesis que situaban el Paraíso en el Nuevo Mundo.

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Esos atisbos de «identidad americana» mezclados con las desigualdades del sistema político español para con sus súbditos fueron incubando el ansia de independencia que se desataría posteriormente. Ya el descubrimiento y conquista de América constituían de por sí hechos tan extraordinarios, que eran considerados por los españoles como los sucesos más grandes desde la venida de Cristo, y por ello estimulaban en muchos la idea de escribir la historia del nuevo continente. Con mayor razón, el fabuloso pasado de Potosí despertó en espíritus inquietos el deseo de plasmarlo en letras a través no sólo de historias sino también de poemas, obras de teatro y novelas. Entre los cronistas hubo funcionarios reales y simples aficionados. La imaginación no escaseó en unos ni otros. Pero Arzans era lo que se llama en lenguaje taurino, y estoy seguro que la comparación no le molestaría, un «espontáneo». Puso en riesgo su seguridad personal al constituirse en testigo de cargo de sus contemporáneos y esto hace a su Historia más interesante todavía pues refleja el pensamiento popular de la época. Tampoco fue un hombre de formación académica pues las únicas universidades cercanas se hallaban en Lima y La Plata. Confiesa que ignora el latín y reconoce modestamente que hay «plumas mejor cortadas que la mía». Pero suplió ampliamente esas deficiencias con una verdadera vocación de narrador y sirviéndose de sus propios métodos y experiencia personal, lo que en términos contemporáneos vendría a ser el conocimiento del terreno y la observación participante. Utilizó extensamente otro método que desde hace unas décadas está en boga entre historiadores y etnohistoriadores de avanzada, la historia oral o tradición oral. La honda preocupación que lleva al autor de la Historia a cumplir con la inmensa empresa acometida y de inspirar credibilidad en sus narraciones lo conduce, por otra parte, a citar a otros numerosos autores y escritos, cuya existencia, ¡ay!, no parece tan evidente a los sesudos investigadores e historiadores del siglo XX, que no han escatimado esfuerzos, años, persecuciones detectivescas de pistas en archivos, bibliotecas y baúles del viejo y del nuevo mundo, para declarar, en muchos casos, su perfecta incapacidad de determinar en definitiva la validez de tales citas y de tan misteriosos escritores cuya identidad queda en la incógnita. En situación tan incómoda se encuentran en primer lugar el Capitán Pedro Méndez, cuya crónica es la primera en ser utilizada por Arzans. Le sigue Don Antonio de Acosta, noble lusitano que escribía en «su idioma», otro importante «testigo de vista» de muchos acontecimientos de la vida potosina. Acosta produjo, según Arzans, una Historia de Potosí, trabajo muy respetado por nuestro historiador y citado como una fuente responsable y seria. El poeta Juan Sobrino, Bartolomé de Dueñas y Juan Pasquier son otros historiadores citados a menudo por Arzans, cuyas obras y datos personales no han sido encontrados en fuente alguna. De ahí que una terrible y azarosa duda asalte a sus colegas historiadores del presente. ¿Aquellos personajes y sus respectivos libros y escritos son otras tantas ficciones genialmente inventadas por Arzans a la manera de Jorge Luis Borges? Semejante jugada, urdir biografías de historiadores e inventar variadas historias y crónicas, le conferirían una vasta fuente de información de cuyas inexactitudes no tendría que responder a nadie. La

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impresionante cantidad de material sobre Potosí que todavía queda por revisar y evaluar dará en el futuro la palabra final acerca de este engorroso y divertido asunto. Es un hecho comprobado que utilizó diferentes nombres que, unidos a las diversas interpretaciones de la escritura de la época, arrojan una buena lista que ha dado lugar a serias confusiones en algún momento. Apellidos como Martínez, Orsúa, Arzans, Arazay y otros se entremezclan con el hoy aceptado de Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela. Afirma que su propósito es decir la verdad, pero él a veces fantasea mucho y otras veces se muestra reticente cuando corre peligros, o atribuye a otros cronistas las censuras y críticas que hace a los poderosos. Es cierto que para un hombre sin dinero ni influencia como él, empeñado en la empresa fabulosa de relatar paso a paso la vida de su ciudad, había muchos riesgos.A la muerte de Bartolomé, su hijo que en los últimos años lo había visto escribir con tanto empeño y sacrificio, continuó la Historia con unos pocos capítulos extravagantes. Ya en vida de Arzans mucha gente en Potosí conocía la existencia del manuscrito y a su muerte hubo intentos de publicarlo. Arzans se identifica resueltamente con los de abajo, los que sufren las adversidades de la fortuna o los abusos de los poderosos. Hablando de un arzobispo que se embolsilló 40.000 pesos de oro para un viaje a Europa, comenta con esta frase que el Primer Ministro británico Churchill usaría en otro contexto en 1940: «A la verdad sangre, sudor y lágrimas -75- de pobres es la mayor parte de lo que se llevaba». Destaca que la ley es el único freno que se puede poner a los ricos: sobre los bienes materiales Arzans tiene la actitud de menosprecio que se atribuye a los viejos hidalgos castellanos. Comparte también la idea de la precariedad y la futilidad de la vida, común en la literatura española desde Séneca a los autores del Siglo de Oro pasando por Jorge Manrique. Su idea sobre el hombre está también teñida de pesimismo, como revelan sus pensamientos, y su indiferencia ante la muerte es consecuente con su desengaño de la vida. De ahí la importancia de estar bien con Dios para afrontar la eternidad a su lado. Si perdemos la gracia de Dios, nos aseguramos la condenación eterna. ¿Qué movió a Arzans a escribir durante treinta y cinco años ésta y sus otras obras, ninguna publicada en vida? En el prólogo aduce en primer término el grande deseo que tenían muchos de sus compatriotas de conocer la historia de la Villa. También le urgió el amor a la patria, «uno de los más atractivos afectos de los humanos» y cita para probarlo a autores griegos, cartagineses y romanos, sin olvidar a San Agustín. Pero en su caso, el motivo determinante es el embrujo que sobre él ejerce la montaña junto a la ciudad. Fiestas Si hemos de creer a Arzans, las fiestas constituían un elemento vital para los potosinos. En palabras de Lewis Hanke: «Si se tuviese que escoger una institución simbólica a través de la cual se apreciase mejor el ethos de esta ciudad argentífera, esa institución sería probablemente la fiesta y la historia documenta esto admirablemente. La fiesta explica

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asimismo lo que un eclesiástico del siglo XVIII quería decir cuando declaraba que el derroche innecesario del dinero era 'una enfermedad vieja en esta tierra'». Celebraciones religiosas como el Corpus eran motivo de solemnes y lujosas fiestas, como la que narra Arzans, organizada en 1608 por los azogueros de la Villa Imperial. Luego de ocho meses de preparación y llegada la fecha, se dio inicio con la presencia del invitado de honor, el Presidente de la Real Audiencia de La Plata, quien llevó consigo a la mayor parte de la nobleza de aquella ciudad. Asistía el pueblo potosino todo y los pobladores de las villas y lugares de la vecindad. «Y después de haberse celebrado la fiesta del día de Corpus a lo divino con el mayor culto, veneración y grandeza que hasta allí se había visto en Potosí, dieron principio a los regocijos humanos con seis días de bien representadas comedias cuyo teatro se hizo en el cementerio de la iglesia mayor. Luego se corrieron toros por espacio de otros seis días, hubo otros cuatro de torneos, justas, saraos y otros festines de mucho gusto y bizarría. Asimismo los gallardos criollos hicieron seis máscaras, dos de día y cuatro que lucieron de noche, con tantos gastos, riqueza y vistosas invenciones, tantas galas, joyas, preciosas perlas y piedras de sumo valor, que dieron mucho que mirar y mucho que notar a los forasteros...» Siendo numerosas las fiestas religiosas, también lo eran los espectáculos,diversiones y regocijos. Las celebraciones religiosas del año, además del Corpus, eran la Asunción, Nuestra Señora del Rosario, San Agustín, La Concepción. Pero también eran ocasión de fiestas y espectáculos la llegada de imágenes religiosas a la ciudad, la entrada de personajes de importancia en la vida política y religiosa de la Villa y cualquier acontecimiento de relieve, aun aquellos que ocurrían en la lejana España, como la celebración de la victoria de Lepanto o el nacimiento del Príncipe Don Fernando (1571) que dieron lugar a costosísimas celebraciones, banquetes, torneos y justas. Aun acontecimientos luctuosos como las exequias del Emperador Carlos V, celebradas un año más tarde del fallecimiento a causa de la distancia, o las de Felipe II, son también motivo de espectáculos y desfiles, encendido de gigantes castillos de velas, misas celebradas en número exorbitante. Pero las fiestas más animadas por la cantidad e intensidad de diversiones eran sin duda las de carnaval. Banquetes, disfraces, comidas y paseos populares al campo y a las lagunas de Potosí, corridas de toros, mojigangas, bailes en las casas y mucho de libaciones, lascivia y violencia, con saldos de heridos y muertos, según se queja Arzans en sus crónicas. La celebración del dios Momo hacía perder la cabeza a potosinos y potosinas por igual. En un carnaval, de 1719, se había organizado una danza de hombres y mujeres desnudos, con la participación de «ciertas mujercillas», imitando lo que un vecino de Potosí había presenciado «en la corte de Inglaterra donde asistió convidado a un banquete, servido por hermosísimas doncellas que andaban desembarazadas de todo vestido». Un aspecto interesante de anotar es la masiva intervención de indios en las fiestas potosinas, especialmente procesiones y entradas, en las cuales solían llevar sus vestimentas

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propias, algunas de gran distinción y belleza y sus instrumentos de música e interpretando sus propias melodías y bailes. Los ricos azogueros, padrinos de bodas, obsequiaron en 1643 con fiestas en las que, a tenor de Arzans, hubo una «remedada Arcadia que en el campo de San Clemente se formó de pastores y zagalas, la cual se dilató por espacio de cinco días en que se representaron sucesos amorosos en verso y prosa. (...) Fue muy costosa esta inventiva porque los pellicos de los pastores eran de fino brocado y las sayas de las zagalas y faldellines, de tabí de oro. Realzose esta representación con la nobleza que en ellas hizo los papeles, porque así las doncellas como los jóvenes eran hijos de lo mejor de la Villa». Teatro, Máscaras, Juegos El teatro era una diversión de mucho peso en Potosí. Alcanzó su mayor popularidad -76- en las primeras décadas del siglo XVII. Las compañías de teatro hacían un recorrido desde el Cuzco hasta la ciudad de La Plata y a medio camino representaban en la Villa Imperial, que resultó ser un centro artístico de primera por la elevada población y los recursos que poseía. Los actores que visitaban las ciudades parecen arrancados de la novela picaresca española, pues eran informales, pendencieros, jugadores y estaban sometidos a multas cuando incumplían sus compromisos. En ocasiones representaban hasta cinco comedias por mes. El número de éstas era muy grande y sus títulos, sensacionalistas o moralizantes. Como las pinturas, se hacían en serie, la mayoría importadas de España. No tenían mayor mérito literario, aunque también se representaba a los grandes dramaturgos del Siglo de Oro, sobre todo a Lope de Vega. El más conocido «autor de comedias» fue Gabriel del Río, nacido en Santiago de Compostela, casado con la «cómica» Ana Morillo. La pareja y su conjunto visitaron Potosí en seis oportunidades. Del Río combinaba la escena con el comercio, vendiendo en la Villa joyas armas, especias y sedas. En una oportunidad compró ciento catorce dramas para renovar su repertorio, al precio de 25 reales cada una, con el compromiso de no copiarlas ni entregarlas a terceros, para proteger los derechos de los autores. Una historiadora adelanta la interesante tesis de que el gallego Del Río hubiese estado vinculado al bando de los Vicuñas, no solamente por su género de vida y amistades sino porque puso en escena Fuenteovejuna cuando la furia de andaluces y criollos se estrellaba contra el corregidor, instrumento dócil de los Vascongados. «En este movimiento de difícil valoración social y económica que fue la guerra civil entre Vascongados y otras naciones» -dice Marie Helmer- «aparece el carro de Tespis como el vehículo posible de ideas nuevas y subversivas». Sirena grabada en piedra en la fachada de un templo de Potosí. Las representaciones se realizaban en un «corral de comedias» que ha desaparecido. Más tarde en el Coliseo de Comedias construido en 1616, que pertenecía por privilegio al Hospital de la Veracruz, a cuyo beneficio corrían parte de las entradas. Otra parte de los ingresos estaba destinada a los actores, los que podían cantar, bailar, tocar música, según los papeles.

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También se daban representaciones en la Plaza Mayor en los días festivos de importancia, especialmente el día de Corpus Christi. De la misma manera, en los atrios de las iglesias, en los cementerios que se hallaban junto a aquellas; en el interior de los templos y conventos se daban comedias semirreligiosas, dedicadas a vidas de santos y a otras extraídas de la Sagrada Escritura. La producción dramática cuantitativamente importante circulaba juntamente con las compañías de actores por las principales ciudades del virreinato. Las «máscaras» eran otro género de diversiones muy solicitadas en Potosí. Se trataba de representaciones al aire libre de diversas escenas, la mayor parte de ellas verdaderamente barrocas, mezcla de elementos medievales, del renacimiento europeo, del simbolismo clásico así como alusiones locales y propiamente andinas. Las máscaras eran la ocasión para hacer gala de riquísimas vestiduras, carros lujosos y otras formas de boato, pues tanto los materiales como la preparación alcanzaban precios elevadísimos. Las imprecaciones de Arzans frente al teatro como vehículo de depravación moral quizás se debían a su ignorancia en la materia pues no debió tener dinero disponible para pagar la entrada. Otras muchas diversiones tenía Potosí. El juego era una verdadera pasión entre gentes de todas las posiciones sociales. Se jugaba a los naipes, al «hambre», a las «puntillas», a las «primeras», a las «tablas», al «comején» y a otros tantos juegos de azar. Y en medio de ellos, perdíanse grandes y pequeñas fortunas, se armaban reyertas y líos de toda clase. -77- Como deporte, se jugaba a la pelota, cosa que molestaba mucho al Virrey Toledo, que estimaba que ése era pasatiempo de gente ociosa que mejor haría en ocuparse de la labor minera. Mujeres, pecados, sexo La mujer ocupa un lugar importante en la vida social de Potosí. Es ella el centro de bailes, banquetes, máscaras y otras diversiones. Y también lo es en el ámbito familiar, en el de las relaciones sociales y en los refinamientos. Arzans sostiene que el afán por los vestidos costosos y extravagantes llevaba a esposas y maridos a toda clase de excesos. En la extensa galería de mujeres que desfilan por la Historia de la Villa Imperial las hay de todas clases. Unas, las menos, piadosas, sencillas, virtuosas y de superior belleza. Pero las más, sean éstas ricas herederas, venerables matronas, carniceras, o sirvientas, son ocasión de pecado y hasta de muertes. Verdadera dificultad tiene nuestro autor para definir a la mujer, y sus reflexiones sobre ella forman parte de lo más sabroso de su libro. Iglesia de San Lorenzo. Detalle portada.

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Las malas abundan verdaderamente en las páginas de la Historia, unidas a la lascivia y los amores desenfrenados que minuciosamente narra Arzans. Varios casos de amantes devoradores desfilan ante los ojos del lector, como el de Doña Felipa Estupinán, de hermosura perfecta y que parecía un sol, causando muertes y discordias por sus amores en la Villa Imperial, y en la ciudad de La Plata, pues ni autoridades civiles ni eclesiásticas se libraron de tan grandes encantos; el de la «liviana Margarita» que va a bañarse desnuda a la laguna de Tarapaya despertando la pasión desesperada de un hombre, o Doña Clara la Achacosa, que siendo ya muy rica no vaciló en cambiar su honestidad por joyas diversas y apreciables, todo con el fin de enloquecer a los hombres. La codicia y la concupiscencia se dan la mano en Potosí para echar a perder almas y cuerpos. La laguna de Tarapaya era un frecuente lugar de encuentros amorosos a veces trágicos, como en la historia de «Los amantes ahogados» que acababan de conocerse mientras se bañaban en la laguna: «¿quién dijera que en medio de aquellas aguas se habían de abrasar en furiosas llamas? Más eran de concupiscencia, con las cuales (sin haber tenido jamás comunicación entre ellos) palabras y obras todo fue a un tiempo. Tomaron pie en la otra banda de la compuerta, pero parte muy peligrosa que no tenía ni aún media vara de él; echáronse los brazos sin quedarles con qué valerse en el agua, y así juntos se hundieron y ahogaron». Menudean por todas partes las historias de pecadores y escándalos a veces con intervención de las autoridades eclesiásticas que tratan de poner coto a tanta desvergüenza: En 1728, aprovechando la llegada del Arzobispo Romero se le hizo llegar «un papelón con 32 nombres, sujetos de la Europa que se entretenían en lascivias con mujeres perdidas, y los hizo llamar uno a uno con harto escándalo del pueblo, porque entre ellos había hombres viejos y mozos recatados». El mismo Arzobispo Romero tuvo que emitir una orden dirigida a las monjas de -78- Remedios para que «totalmente cierren sus locutorios y porterías los tres días de carnestolendas so pena de excomunión para evitar que vean a sus conocidos que llaman devotos». Hay casos de Don Juanes criollos, esposas deshonradas, criados en amores con señoras, las historias de los «lascivos mercaderes», «la venganza del paralítico» o «los adúlteros castigados» (por Dios) que después de fornicar no pudieron separar sus cuerpos por tres días y el hombre (médico por lo demás) «ya estaba a punto de reventar porque se le hincharon las partes vergonzosas con grandes dolores del cuerpo y congojas de su espíritu, y así esperaban por momentos la muerte». En esto llegó el marido pero los solícitos amigos de la pareja lo desviaron a Tarapaya hasta que «permitió Dios a los adúlteros que se apartasen y apartados el hombre enmendó su vida, poniendo freno a su apetito». Arzans relata también un caso de necrofilia en el que el hombre tampoco pudo apartarse de su inerte pareja «por lo cual fue necesario cortarle aquella parte y así pagó en vida su atrevimiento y si no hizo penitencia de ésta y de las demás culpas, también lo pagaría en muerte».

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En las crónicas se hace referencia a casos de lesbianismo, homosexualismo (aunque curiosamente los sodomitas mencionados por Arzans sean siempre Indios cuando la verdad, según los expedientes de la Inquisición, es que españoles y criollos también eran dados al pecado nefando), mutilaciones, castraciones, perversiones y crueldades sexuales, no faltando un episodio de fellatio a cargo de la hechicera Claudia, que de seguro leería con interés el presidente Clinton. Éstas y otras historias dejan pálidos a los Cuentos de Canterbury y demás narraciones eróticas de la Europa medieval. Castigos y Desastres Si todos los demonios juntos estaban presentes en Potosí a través de los pecados, también Dios, diversas imágenes de la Virgen y santos se encontraban en espíritu y materialidad escultórica y pictórica en las muchas capillas, ermitas, iglesias, beateríos y monasterios que dominaban el complejo arquitectónico de la Villa Imperial y en el ámbito de las creencias, costumbres y hábitos que de alguna manera daban a la ciudad un ambiente conventual. La permanente lucha entre el bien y el mal en la ideología potosina se acrecentaba más por la característica de contingencia total a que estaba sujeta la producción de la plata como fuente principal y única de ingresos de tan grande centro económico. El azar de una mayor o menor explotación de metales del Cerro Rico era atribuido en las mentes de los potosinos directamente a los poderes divinos, así como provenían del más allá los mecanismos de sanción por los pecados y ofensas cometidos. La declinación y empobrecimiento posterior de Potosí y todos los desastres que sucedían eran así atribuidos a castigos del cielo. En realidad no fueron pocas las desgracias que sufrió la opulenta y orgullosa ciudad. Cuatro plagas mayores de destrucción, siendo de éstas la primera las guerras de Vicuñas y Vascongados ocurridas en el primer tercio del siglo XVII; luego en 1626, la inundación de la laguna de Caricari; a mediados del siglo XVII, la rebaja de la moneda y el empobrecimiento de los metales de la montaña y entre 1719 y 1720 la peste general. Dice Arzans: «Terrible fue el primero y general azote que descargó Dios Nuestro Señor en la Villa Imperial de Potosí por sus pecados en las memorables guerras de los Vicuñas, como hemos visto en los años antecedentes. Apiadose la divina majestad y tuvieron fin: todo queda dicho, y sólo la ingratitud de los hombres jamás se podrá acabar de decir. Por esto, pues, segunda vez experimentaron otro nuevo castigo con tan grandes calamidades que no hay palabras con que poder significarlas, que como no aflojan los pecados tampoco se descuida la justicia divina en castigarlos. El año de 1626 soltaron los moradores de Potosí la rienda a los vicios tanto o más que los años antecedentes, y se envolvieron de tal manera en ellos, hiciéronse tan exentos y viciosos, que con la ocasión de nuevas riquezas que las minas del Cerro dieron desde el año antes, que (...) enojado Dios Nuestro Señor, soltó y disparó las saetas más agudas de su ira y enojo contra esta Villa con tanta furia que todos entendieron ser llegada su final destrucción, pues viendo Su Majestad la dureza de sus corazones los inundó con furiosas aguas...».

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«Aunque hay que tomar con cuidado las cifras que arrojó la inundación de la laguna, por la espectacularidad con que se solazan los que acerca de ella escriben, hay quien diga que de españoles e indios dentro y fuera de esta Villa, llegaron a 4.000 los muertos. En cuanto a los bienes: Las cabezas de ingenios que destruyó el agua (en unas más que en otras) fueron 125. Hízose el cómputo de la pérdida y se halló que de sólo hacienda en moneda, barras, piñas, plata labrada, joyas, esclavos, menaje de casa, ingenios, madera, cajones cargados, almadanetas, tejas y casas, llegaron a 12 millones, siendo más de los ocho en moneda». Según las leyendas muchos otros castigos menores eran administrados desde el Cielo, en forma de nevadas, vientos helados, enfermedades, hambre, lluvias terribles, granizadas. Otro desastre, la rebaja de la moneda en 1734 y el empobrecimiento de los metales de Potosí, pues ello llevó a la ciudad a la decadencia de la que ya no pudo salir más. La Virgen, los santos, milagros y clérigos Para contrarrestar semejantes males, la sociedad potosina tenía que recurrir a rogativas, novenarios, procesiones y otras formas devotas de conseguir la benevolencia de Dios. En todas estas ceremonias solían participar también en forma masiva los indios. -79- En el universo divino que imponía las explicaciones de fenómenos y azares que ocurrían en Potosí, el milagro era un acontecimiento muy corriente. La Historia de Potosí está de esta manera salpicada de prodigios generalmente en beneficio de gentes humildes y pobres, sobre todo indios. Entre tantísimos, se tienen los de San Agustín, cuando la ciudad era asolada por la peste «por sus pecados y falta tan grande de lluvias, acordaron de elegir un santo, para que valiéndose de su protección presentase ante Dios sus calamidades y ruegos, y (como allí se dijo más largamente) porque la variedad de afectos que cada uno mostraba al santo de su devoción no quedase sentido, echaron suertes por tres veces, y en todas ellas salió San Agustín. Incomparable fue la alegría de los afligidos moradores de ver que Dios mostraba ya sus misericordias en ellos y luego al punto ordenaron una humilde y devota procesión llevando en andas al gran patriarca, y antes de volver a la iglesia de donde habían salido, milagrosamente por intercesión del santo llovió con tanta abundancia y se continuó con grande alegría de los corazones, pues hacía dos años que no llovía. Cesó aquella horrible peste que reinando en toda la Villa hubo de asolar». Retablo de la Iglesia de Salinas de Llocalla, hoy en San Martín. O el milagro que hizo a una muchacha la Virgen del Rosario y que Arzans, actuando como reportero moderno, pudo establecer de primera mano. Se ha dicho que los indios participaban devotamente en el culto católico mientras que sus propias creencias y divinidades estaban severamente prohibidas. Superficial o profunda, su fe los llevaba a celebrar las fiestas asignadas por los curas a riesgo de quedar empeñados sus bienes y ellos mismos, utilizando vías muy coloquiales e íntimas para comunicarse con

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Dios o los miembros del cuerpo celestial, como dice Arzans, «con mil ternezas en su idioma, que ordinariamente las palabras afectuosas en el lenguaje indiano (...) enternecen por su abundancia y dulzura». Así se sabe cómo la -80- mujer de un indio muerto por el rayo consiguió que le devolviese la vida, hablándole a la Virgen de la Candelaria de San Martín como si estuviese frente a ella; «Madre mía, ¿como me habéis quitado a mi marido? ¿quién ha de sustentar a mis hijos si quedo tan pobre que aún no he de tener qué comer? Toma estos tus hijos y dadles vos el sustento porque yo no lo tengo». La iglesia en general y las órdenes religiosas tienen pues gran importancia e influencia en la vida potosina. El culto católico en lo material refleja su poderío en el lujo y ornamentación de las iglesias con inversión económica considerable. Por ello, Arzans se deleita igualmente detallando estos tesoros: «El adorno de la iglesia es admirable, de niños y otras imágenes cuajadas de preciosísimas joyas, pinturas, láminas, ricas colgaduras, frontales de plata, gradillas doradas, mayas, hacheros, blandones, jarras, candeleros, pebeteros, todo de plata fina, prestándole para su mayor lucimiento plumas las aves, flores y ramos la curiosidad, alfombras vistosas la destreza de femeninas manos que se aventajan en este reino en estos obrajes, con que se transforma toda la iglesia en florida selva, riquísimo número de braceros de acendrada plata del Cerro, ámbares la Florida, preciosos aromas la feliz Arabia, pomas de plata el arte para hervir los olores, estimulados del fuego con lisonjeras llamas, infinito número de luces que arden, inflamadas de la general devoción de los vecinos». La llegada de príncipes de la iglesia a las ciudades americanas era todo un acontecimiento. Precisamente, existe una extraordinaria doble versión de la visita que realizó a la Villa Imperial y al cerro el arzobispo Diego Morcillo Rubio de Auñón. Una es la célebre pintura de Holguín que pinta a la ciudad y sus habitantes con un exquisito detalle (ahora en el Museo de América de Madrid). La otra es la descripción acabada que realiza Arzans en la Historia que puede utilizarse como guía para estudiar el cuadro de Holguín. Morcillo fue nombrado Arzobispo de La Plata en 1711 y en 1716 tuvo que trasladarse a Lima al recibir el nombramiento de Virrey interino. En el camino se detuvo en la Villa Imperial de Potosí que le brindó una recepción apoteósica. Dado que las imágenes del Nazareno, de la Virgen y los santos eran pasaportes seguros a la bienaventuranza eterna, los ricos potosinos se aseguraban su favor mediante costosos obsequios a las iglesia desde andas de metal blanco que «ni siquiera catorce hombres podían cargar con ellas» como las que obsequió el Corregidor de Potosí, don Fernando Conde de Belayos a la Virgen de Rosario (el dato correspondiente a 1701 es hoy mismo verificable (1999) pues las andas de la Virgen del Carmen pesan más de una tonelada y la imagen es cargada por 16 hombres de una cofradía de «andaderos» que se turnan en cada cuadra al llegar al límite de sus fuerzas), hasta retablos, coronas, cruces, sagrarios, nichos y sepulcros, tronos, carrozas, láminas, arcos, candeleros y lamparas, custodias, relicarios, tabernáculos, copones, diademas, limosneros, etc., todo labrado primorosamente por legiones de hábiles orfebres indígenas, en plata pura, con piezas de oro y también incrustaciones de piedras preciosas. Tanto se desarrollaron la pintura, la escultura y la orfebrería en Potosí que con el tiempo empezaron a exportarse desde la ciudad obras de arte para iglesias de diversas partes de la Real Audiencia, particularmente al norte argentino.

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El Demonio En el otro polo de la Corte Celestial, según la mentalidad potosina, se encontraba el demonio, representante del mal y todas sus formas de materialización. Algunos cronistas presentan al demonio más bien de una forma teórica, mientras que Arzans lo pinta terriblemente cotidiano, encarnado en seres humanos preferentemente, pero también en animales, insectos, perros y aun en otras formas. En una historia el demonio aparece tranquilamente en la casa de un joven libertino, quien al volver la vista hacia el patio vio «que desde la mitad de su espacio lo llamaba y lo desafiaba a batalla un danzante armado y con alfanje y rodela en las manos, y como era de arriesgado espíritu el mozo, y el suceso instrumento de la justicia divina, salió al patio como un león y fuese para el danzante. Éste se retiró al brocal de un profundo pozo que en aquel patio estaba, y desde allí lo tornó a desafiar con señas y ademanes de bravo. Ardiendo en iras el mozo acometió furioso al danzante. Entrose éste al pozo y tras él se arrojó aquel hombre, y desapareciendo el danzante cayó al agua el miserable, y aunque acudieron dos españoles que habían visto este suceso fue en vano porque en un momento se ahogó, y luego se entendió ser el demonio». Es curioso cómo en la imaginación popular ambos mundos, celestial e infernal, pueden en ocasiones reunirse y relacionarse casi diplomáticamente para defender lo que cada cual cree que le pertenece en la tierra. Esto ocurre en otra historia de Arzans: «Vivía este desdichado mozo en el paraje que llaman Cuatro Esquinas, y como hubiese venido toda la calle derecha desde Munaypata le era preciso pasar por el cementerio de San Agustín. Era ya media noche, y llegando a él comenzó de nuevo a blasfemar y maldecirse, pero reparando en que la iglesia estaba abierta y que había en ella mucha luz, extrañando la hora quiso ver y saber la causa. Entrose debajo del coro, y aplicando la vista al altar mayor vio en él (cosa admirable) un trono majestuoso y en él a Cristo Nuestro Señor rodeado de ángeles. Luego aparecieron muchos demonios, y uno de ellos comenzó a relatar un horrible proceso que mostraba todos los malos moradores de Potosí: de cada uno dijo sus abominaciones, y entre ellos las del pobre mozo que estaba debajo del coro». «Aquí fue el punto de su mayor temor, aquí el erizársele el pelo y dar diente con -81- diente. El demonio, después de haber relatado los vicios de aquel hombre diciendo sus torpezas, la costumbre de jurar, blasfemar y otros graves pecados, levantando la voz dijo (por último) al justo juez: 'Señor, por todos estos pecados es digno de muerte eterna. Yo lo encaminaba ahora a su casa para que quitase la vida a la compañera de sus torpezas, y que después se la quitase él a sí mismo, llevarlos a entrambos, pues son míos; y pues vuestra majestad ha formado este tribunal y sabe que por sus pecados merece el infierno, entrégueseme luego para llevarlo en mi compañía'». Iglesia de Jerusalén.

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Iglesia de San Benito. Vista general. Iglesia de Santa Teresa. «Apenas hubo el demonio acabado estas palabras cuando el atemorizado mozo dando un terrible grito y arrojándose en la tierra dijo: 'Madre de Dios de la Soledad, socorredme'. Al momento salió de una de las capillas esta soberana madre de pecadores y puesta ante su santísimo Hijo le pidió por aquel pecador». Con el fin de conseguir efecto en la prohibición y persecución de los ritos y creencias de las religiones nativas, la iglesia difundió la especie de que todas ellas estaban relacionadas con el demonio. Sufrieron este estigma no sólo las practicas sagradas de los indios sino también sus principales manifestaciones sociales y culturales, como la bebida local, la chicha, la hoja ritual de la coca, los bailes indígenas en los que se decía que participaba el diablo. En la vida potosina aparecen también elementos de hechicería, agorería y astrología. Había practicantes de todas estas especialidades y tenían bastante crédito. Un adivino, Marcelo Facino, «grande filósofo extranjero», según Arzans ofrecía «pronósticos ciertos» hacia 1674, basándose en las estrellas, causantes también del permanente malestar social que reinaba en Potosí. Abundan las historias de aparecidos, de «almas en pena» que junto con los duendes han sobrevivido en Potosí hasta el siglo XX. -82- Fuentes bibliográficas y documentales Arcienagas, Germán, Los Comuneros, Editorial Ayacucho, Caracas, 1992. Gran diccionario histórico o miscelánea curiosa de la historia sagrada y profana, tomo séptimo, París, 1750. Arzans de Orzúa y Vela, Bartolomé, Historia de la Villa Imperial de Potosí, con prólogo de Lewis Hanke y Gunnar Mendoza. Brown University Press, Providence Rhode Island, 1965. Hanke, Lewis, Prólogo a la Relación general de la Villa Imperial de Potosí, de Luis Capoche, Biblioteca de Autores españoles, Madrid, 1959. Arze Aguirre, Danilo Daniel, Participación Popular en la independencia de Bolivia, Editorial Don Bosco, La Paz, 1979. Imbert, E. Anderson, Historia de la literatura hispanoamericana, Fondo de Cultura Económica, México, 1993. Arze Quiroga, Eduardo, Historia de Bolivia siglo XVI, Ed. Amigos del Libro, La Paz, 1969. Mendieta Pachecho, Wilson, Pintura virreinal, Casa de la Moneda, Potosí, 1997. Arze Quiroga, Eduardo, «El imperio hispánico americano, las reales cajas de Potosí y las Malvinas», artículo publicado en la revista Historia y Cultura, La Paz, 1985. Los viajes de Tomás Cage a la Nueva España, Ediciones Xochitls, México, 1947.

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-85- En cuanto al parecer que vuestra señoría me pide le relacione lo que supiere y hubiese y hubiere oído decir como vecino e hijo de esta Imperial Villa de Potosí en orden a la Historia que se halla escrita, lo que afirmo desde luego es que la escribió y formó don Bartolomé de Orsúa y Vela, natural que fue de esta dicha Villa, la que se compone de dos tomos de a folio desde la invención de su rico Cerro, su principio y población de ella, valiéndose para esto de los autores que cita y es tradición que han sucedido de padres a hijos, lo que por extenso consta de la dicha Historia, la que impelió al dicho autor don Bartolomé con toda prolijidad, esmero, cuidado, trabajo y sumo afán que mantuvo, a quien conocí, traté y comuniqué mucho, con ocasión de haber sido mi maestro, siendo niño de escuela, y haber sido de total verdad, virtud, agilidad, capacidad y racionalidad, que manifestaba en todos sus hechos y costumbres, y especialmente en el trabajo de la obra, y siendo mi parecer y sentir de que la dicha Historia ha corrido generalmente por cierta y verídica, por lo que en ella se halla escrito de aquellos pasados tiempos y años, como todos consta y se expresa, los que acaecieron desde el año de 1545 que principia hasta el de 1736 que acaba. Según y como llevo dicho, se compone de dos tomos, el primero en 10 libros con 50 capítulos y sus foliaciones con 559, empezando por el dicho año de 1545 y acaba en el de 1720. Y el segundo tomo empieza en el de 1721 con el mismo orden que el dicho primero, el que acaba en el año de 1736, con su foliación de 152. Y en el principio del dicho año falleció el dicho autor, y los demás capítulos, según su relación, los principió el hijo de dicho autor, nombrado Diego de Orsúa y Vela, los que son pocos, como ello consta al fin de dicho segundo tomo, con advertencia de que el dicho primer autor escribió en el dicho segundo tomo hasta el capítulo 15, y el dicho su hijo prosiguió el de 16 hasta el capítulo 24, que es el fin donde termina y concluye el dicho segundo tomo, lo que consta por dicha Historia y su primer autor, quien refiere varios milagros y virtudes de algunos sujetos que florecieron en esta Villa en los años pasados, los que constan de la dicha Historia, a la que me remito en todo. Y asimismo, en cuanto a lo que toca y pertenece al año de 1719, en el que fue aquella lastimosa y general peste que hubo, de la que perecieron más de 20.000 almas en esta Villa y sus contornos, lo que también consta de la dicha Historia por extenso, de cuya general pestilencia y su inmundo contagio estuve enfermo en la ocasión. Y para mayor prueba y realce de la dicha Historia, en el presente año de 1756 predicó el reverendo padre regente fray José Lagos, del orden de predicadores, en nueve noches seguidas varios casos y sucesos que acaecieron en el dicho año y otros que constan de la dicha Historia trayéndolos por ejemplo y refiriéndolos por tales para el escarcimiento de sus oyentes y enmienda de sus vidas y costumbres, cuyos sermones o pláticas fueron en el novenario que se le acostumbra hacer a nuestro gran padre San Vicente Ferrer, y en cuyo tiempo generalmente se decía por algunos antiguos que viven y los oyeron, ser los casos y ejemplos que platicaba dicho padre regente los ya acaecidos, precedidos y sucedidos en esta Villa en los años antepasados, los que constaban en la Historia de ella. A que se añade que con la ocasión de ser natural, nacido y criado en esta dicha Villa, y en la que todos mis antepasados tuvieron el oficio de azogueros en esta su Ribera, y haber

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alcanzado muchos sexagenarios y octogenarios aun, a quienes les oía generalmente referir y platicar varios casos sucedidos y acaecidos en dichos años ya pasados, en el Cerro, su Ribera y Villa, los que venían confrontando con los que tenía escritos el dicho historiador, los que por lo mucho que de ellos he visto, alcanzado y leído en 52 años que tengo los apruebo por verdaderos y han corrido por tales generalmente con aquella aceptación que corren las Historias ya impresas, por lo que se le debe dar toda fe y crédito y creencia a la dicha Historia, en la que constan latamente, por haberla pasado varias veces. Y asimismo me consta que se han referido en infinitas ocasiones en los púlpitos de las santas iglesias de esta Villa por varios predicadores los milagros hechos de Nuestra Señora y demás santas imágenes que se veneran, y casos muy ejemplares que han sucedido en aquellos años y tiempos ya pasados por permisión divina para el total ejemplo de sus oyentes y vivientes, los que constan de la dicha Historia, como los que en esos tiempos y años pasados el número de los sujetos que florecieron en esta dicha Villa, los que fueron ciertos y verdaderos, pues para predicarlos inquirían la suma verdad de ellos los dichos predicadores, y por conocer la evidencia física sin el menor recelo los referían públicamente en dichos púlpitos. Asimismo me acuerdo que el dicho autor don Bartolomé de Orsúa y Vela me expresó varias veces que se veía bien perseguido y molestado y estrechado de varios sujetos y personas de esta Villa, como de las que no lo eran, y especialmente del señor don José de la Quintama, y le ofrecieron unos por dicha Historia 300 pesos, otros 400 y otros 500 pesos -86- de a ocho reales corrientes por conseguirla y hacerla imprimir, lo que el dicho don Bartolomé de Orsúa y Vela jamás quiso admitir, aun en medio de que se veía estrechado y falto de medios, ni menos darla para que sacasen traslados porque no se la perdiesen ni ajasen. Techos Casa de La Moneda con la Catedral al fondo. Y habiendo estado la dicha Historia oculta más de 20 años por muerte del dicho autor don Bartolomé de Orsúa y Vela, quien la mantenía siempre muy sumergida, esparciendo y echando la voz de que la había despachado a imprimir a la Europa con don Blas de la Fuente, mercader y cargador que fue y pasó de facto a los reinos de España; y con estas voces la mantenía sumamente oculta, hasta que al dicho don Diego de Orsúa y Vela le dio no sé qué accidente de muerte, del que se lo llevó Dios para sí el día 5 de julio del año pasado de 1755, con cuyo acaecimiento y noticia que tuvo su señoría practicó las más exactas diligencias para la consecución y averiguación de la dicha Historia, de la que ya había adquirido noticia fija cómo se hallaba en esta Villa, y para su efectiva restauración procedió con vivas y eficaces diligencias, ofreciendo infinitos premios, y de su resulta consiguió y alcanzó la noticia cierta y verdadera de saber en cuyo poder paraba o estaba, en cuya sazón insistió y puso más esfuerzo y eficacia a fin de la consecución de dicha Historia, y aun a fuerza de dinero y otras varias diligencias que motivaron a vuestra señoría algún desabrimiento.

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Y averiguada la persona en cuyo poder estaba la dicha Historia, que era eclesiástica, la que andaba con infinitas entretenidas y -87- haciendo varias ausencias de esta Villa por no manifestarla y ver si así vuestra señoría desmayaba de su empresa o la ponía en olvido con sus crecidas preocupaciones, lo que también motivó a distintas y varias actuaciones y nuevas deligencias que se actuaron, de cuya resulta declaró el dicho eclesiástico haber empeñado en ciertos pesos don Diego de Orsúa y Vela, hijo del dicho autor don Bartolomé de Orsúa y Vela, y para la exhibición de la dicha Historia lo obligó a vuestra señoría, demás de haber hecho varios gastos de su propio peculio, y sólo así la pudo haber a su poder el día 21 del mes de noviembre del año pasado de 1755, todo lo que me consta haber practicado vuestra señoría. Interior Casa de La Moneda. Su superficie alcanza a 7.570 m2 y la construida a 15.000 m2. Cuando se enteró del costo de construcción el Rey Carlos III comentó: «El edificio deber ser de plata». Y al mismo tiempo coadyudé y di algunos pasos sobre el fin de la consecución de la dicha Historia, los que emprendí con toda eficacia para su total efecto de ella, la que se compone, como llevo dicho, de dos tomos de a folio, y en que merecí infinito gusto y lauro por la mencionada consecución, a vista del sumo empeño y anhelo con que vuestra señoría la deseaba. Y en cuanto a lo que pertenece y consta en la dicha Historia de los milagros y virtudes sobresalientes, santidad de vidas y costumbres de los sujetos que en ellas se mencionan haber florecido en aquellos años y tiempos ya pasados, protesto y es ánimo sujetarme en todo y por todo a lo que tiene dispuesto y ordenado y mandado nuestra madre la santa Iglesia Católica Romana y sus sumos pontífices, y particularmente a la Santidad de Urbano VIII, de felice recordación, y en los demás sucesos y casos que en dicha Historia constan haber precedido y acaecido en los años y tiempos pasados, a tenerlos por verdaderos y ciertos, según se han tenido y reputado generalmente. Y para que así conste donde convenga, es dada y firmada ésta en la casa de capellanes de este monasterio de carmelitas descalzas de Santa Teresa de Jesús de la Villa Imperial de Potosí, en 27 de junio de 1756 años. Bernabé Antonio de Ortega y Velasco. -88- La Virgen con el Niño y San Juanito. Museo de la Catedral, Sucre. -89-

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Fragmentos autobiográficos en la «Historia de Potosí» Mis Padres y Abuelos Llegado he con el otro vuelo de mi pluma en la historia de la Villa Imperial de Potosí al año de 1600, nuevo siglo de su felicísima fundación. Y si se ha de atender a la razón antes de pasar delante refiriendo sus memorables sucesos, digo que siento cuanto más puede ser el proseguir con esta historia, por dos causas. La primera, por ser digna de que sus notables grandezas las hubiese de escribir un sujeto que tanto carece de letras pues ni la gramática (que es común aprenderla en toda la pericia de esta Villa) no merecí su tan provechoso ejercicio. Porque si he de decir la verdad, el grande afecto y veneración que en mi niñez tuve a mi padre y señor me obligó a que siempre le atendiese, sin apartar debidamente mi voluntad un punto de la suya, añadiéndose a esto los cortos medios que tuvo para mantener su decencia, porque cuando mis señores abuelos vinieron a estas Indias más trajeron carga de hijos que de bienes de fortuna para sustentarla. Pero al ánimo grande, aunque esté retirado y oprimido, nunca le falta cómo explayarse para utilidad de muchos, a quienes se amparan con voces, consejos, buen ejemplo y obras. No les faltó nada de esto a mis señores padres, antes fue la buena crianza y educación que en sus hijos hicieron como la mejor que han hecho y hacen otros buenos, porque conocían (como todos debemos conocer) que vamos corriendo tormenta en este mar del mundo. Las olas de los vicios conquistan sin cesar las casas y familias, y no debe haber descuido en los que las gobiernan en tan peligroso estado, que por cuenta suya correrá el naufragio y perdición de los que están a su cargo, pues poco importa haber empezado a navegar bien, haber salido con buen tiempo, pasar el golfo con toda serenidad, descubrir la tierra con toda alegría, si al tiempo de tomar el puerto se rompiese la nave entre los peñascos. Y aunque es verdad que mis venerados abuelos adquirieron en esta Villa bienes de fortuna, como tuvieron 10 hijos (los cuatro nacidos en la Villa de Bilbao en el señorío de Vizcaya, uno en la ciudad de Toro en Castilla la Vieja, dos en la de Sevilla de aquellos reinos de España y los tres en esta Villa de Potosí) de lo que adquirieron poco o mucho en oficios honrosos les cupo poca parte a cada uno, y así fue forzoso asistir siempre en la casa y servicio de mis padres, conque no pude lograr el ejercitarme en la gramática ni retórica, cosa de que harto me he dolido en varios lances, y particularmente al emprender ésta y otras obras; y siendo éste el motivo del carecer del sumo bien (como es la sabiduría) por falta de letras forzosamente se ha de experimentar en esta Villa en esta Historia la falta del encumbrado estilo, las flores y lenguaje que sobran en las de otros autores. Pero ¿qué mayor excelencia que la verdad y cumplimiento con que la escribo? La segunda causa de mi sentimiento en la prosecución de esta Historia es el haber de escribir tanta calamidad, tiranía y derramamiento de sangre como la mayor parte de este nuevo siglo se experimentó en esta Imperial Villa. Mas es forzoso decir lo que otros vieron y escribieron con tanta puntualidad y verdad, fuera de que no dejan de tener su enseñanza estas miserias a que está sujeta nuestra naturaleza, pues por ella se conoce a lo que pueden llegar los hombres si Dios aparta de ellos los ojos de su piedad. Y aunque fueron grandes las calamidades y castigos que la divina majestad ejecutó gran parte de este siglo en esta Villa por sus culpas (que todo se verá escrito), también se han de ver las felicidades que

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tuvo, las riquezas y prosperidades que gozó, y los admirables y sobrenaturales beneficios que el Señor obró con sus moradores en distintas maneras. Los Jesuitas Varias veces he recibido gusto de ver el amor, el término, la solicitud, la industria con que aquellos benditos padres y maestros enseñan a los niños enderezando las tiernas varas de su juventud, porque no tuerzan ni tomen mal siniestro en el camino de la virtud que juntamente con las letras les muestran. He considerado muchas veces cómo los riñen con suavidad, los castigan con misericordia, los animan con ejemplos, los incitan con premios y los sobrellevan con cordura, finalmente cómo les pintan la fealdad y horror de los vicios y les dibujan la hermosura de las virtudes, para que amadas éstas y aborrecidos aquellos consigan el fin para que fueron criados. Las oraciones de Fray Pedro Un día, habiéndonos llevado a mí y a otros niños a su iglesia de predicadores a rezar el rosario, mientras rezábamos se salieron de la iglesia cuatro de los más traviesos a jugar al -90- cementerio, y uno de ellos comenzó a trepar por la soga de la campana grande que llegaba hasta el cimiento de la torre, y estando ya en altura de 10 varas continuando la subida a fuerza de brazos, se rompió la soga y cayó el travieso muchacho al suelo a tiempo que el siervo de Dios fray Pedro acabando de rezar el rosario salía a las puertas de la iglesia, y a su vista quedó en el suelo el muchacho sin dar muestra de vida con el fiero golpe. Lleno de pena el siervo de Dios acudió prestamente y tomándolo en brazos halló que se le había quebrado un pie, como todos los que estaban en la iglesia lo vieron. Llevolo al altar mayor como si estuviera muerto, y puesto a los pies de la santa imagen del Rosario hizo oración por el muchacho, en que pasado un breve rato se levantó y comenzó a mirar a todas partes, quiso levantarse y no pudo por tener quebrada la pierna. Al punto comenzó el niño a dar tristes gemidos y abrazándose del siervo de Dios fray Pedro que estaba cerca, le dijo: «Padre mío, sanadme por la Virgen del Rosario pues sois santo, que mi madre se ha de morir viéndome así». El siervo de Dios con gran humildad le dijo: «hijo mío, yo no soy santo sino un grande pecador; vos sí que estáis en gracia de Dios, y sólo porque dejando de rezar el rosario te fuiste a la travesura te ha sucedido este trabajo, pero Él os sanará como recéis por ahora un rosario y en adelante tengáis cuidado de no faltar su devoción». El niño con grande fe le dijo: «Así lo prometo, padre mío, y ahora recemos juntos que así sanaré». El siervo de Dios con aquella su admirable bondad se puso a rezar con el muchacho ayudándole a coro muchos religiosos que a la noticia del suceso habían acudido, y un gran número de gente que por ser sábado y esperar la misa mayor de la Virgen del rosario estaban en la iglesia. Acabado el tercio del rosario, dijo el bendito padre fray Pedro: «Ea, hijo, ya Dios te ha sanado porque has rezado el rosario de Nuestra Señora. Levántate y anda a tu casa». Levantose el niño sano y bueno, y agradeciéndole al siervo de Dios este favor salió de la iglesia diciendo a cuantos encontraba: «El santo padre fray Pedro de Ulloa me ha sanado», queriendo así su divina majestad engrandecer la virtud de su siervo por boca de aquel niño. (1638)

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Mi padre, arriscado andaluz… En este tiempo vivía en esta Villa de Potosí Antonio Bran de Bizuela, azoguero rico en su Ribera. Este negro, pues, tenía alborotado al pueblo con sus maldades y rapiñas. Llamábanlo el Duende porque cuando menos pensaban los vecinos se les entraba en sus casas y les hacía notables daños. Era valiente hasta el último extremo, y tan diestramente peleaba a pie como a caballo y por esto era temido de los españoles. Las pobres mujeres no osaban salir de las 7 de la noche para adelante, porque a muchas deshonró en las calles. Estando un día el presidente Nestares en su balcón de la plaza vio que este negro Duende estaba dando de puñaladas a un pobre forastero peruano: indignose su señoría y dio grandes voces diciendo que matasen a aquel negro, que lo mandaba en nombre de su majestad. Al punto se vieron en aquella plaza más de 200 hombres de varias naciones con sus espadas sobre él. Pero este negro (a quien tenían todos por ministro de Satanás) con un fiero montante que tenía se defendió de tantos españoles, acuchillando a cuantos alcanzaba y así se fue paso a paso retirando hasta entrarse en la iglesia de la Compañía de Jesús. El justicia mayor tenía echados bandos sobre su vida y de la misma manera los alcaldes ordinarios, porque a todos juntos los acometió una noche y los hizo huir. Finalmente, cansado ya el supremo Juez y no queriendo sufrir más abominaciones de este pecador, permitió que las pagase con la vida cayendo en manos de la justicia. Y así es de saber que una noche, concertándose con una criada, lo metió debajo de la cama de su señora, sin que de otra persona fuese sentido, para que cuando todos durmiesen quitase la vida a aquella noble señora y robase cuanto en la casa había. Fue permisión divina que estando acostada en su cama, antes de venirle el sueño sintiese debajo ruido, y previniendo algún mal (fingiendo otro achaque) se levantó en camisa, salió al patio, y con toda brevedad y secreto hizo gente convocando algunos vecinos, que aunque esta señora era casada, no estaba en la ocasión su marido en esta Villa. Entraron algunos hombres ignorando todos quién fuese el que allí estaba, cercaron la casa con armas en las manos, y entonces como una terrible fiera acometió a salir el negro Duende con un puñal en la mano, amenazando de muerte a los blancos. Estos le dieron muchos golpes y al cabo le echaron mano, atáronlo fuertemente de pies y manos, avisaron al justicia mayor don Luis Pimentel, el cual vino a toda prisa, llevolo a la cárcel y haciéndolo confesar le dio garrote y al punto de amanecer apareció colgado en el balcón del cabildo, de que no fue poco el contento que recibió toda la Villa. Con el cuerpo de este negro sucedió a mi padre y señor un extraño caso, y fue que habiendo las hermanas de la Cofradía de la Misericordia bajado el cuerpo del suplicio lo pusieron en la capilla antigua de Nuestra Señora de la Misericordia, y no lo enterraron aquel día por ocupación de las vísperas del apóstol Santiago. Era en esta ocasión prior de la cofradía don Francisco Sandoval, en cuya compañía estaba a la sazón mi padre que (siendo el décimo año de su venida de España con mis señores abuelos a esta Villa) tenía los 18 de edad. A la media noche, pues, vinieron a dar aviso a don Francisco Sandoval, de cómo la iglesia o capilla de la Misericordia estaba de sus puertas un postigo abierto (que por descuido de los sacristanes se había quedado así), y temiendo Sandoval la hubiesen robado fueron allá en compañía de mi padre. Llegaron a la iglesia, hallaron abierta y sin luz. Dijo el prioste a

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otros que con él iban entrasen que sacasen una vela de cera que estaba en el altar mayor, pero no hubo quien lo ejecutase porque estaba el cuerpo del ajusticiado en la mitad de la capilla. Mi padre, como arriscado andaluz, dijo con arrogancia que él iría por la vela. Entró, y por no tropezar con aquel cuerpo, se arrimó a la pared, llegó al altar mayor, sacó la vela y con ella se volvió -92- por la misma pared. Mas, como él mismo contaba después, no sabe si la erró o aquella vanidad que hizo de su valor lo llevó hacia el cuerpo, sobre el cual tropezó y cayó juntando pecho con pecho y cara con cara, y con el golpe le hizo echar al difunto toda la sagrada del vientre por la boca, de que se vio lleno su rostro. Levantándose desasosegado, salió y viendo aquel suceso los que allí estaban quedaron en gran manera admirados, y mi padre decía que del repentino sobresalto le sobrevino alguna calentura que lo tuvo descompuesto tres días, por donde se advertirá claramente lo frágil, miserable y apocado que en semejantes casos se demuestran las más robustas y varoniles fuerzas pues un asomo, una pequeña sombra con cosa de la otra vida atemorizó y encadenó el valor de un mozo que a la verdad (hablando desapasionadamente) fue de muy experimentado esfuerzo y valeroso ánimo, según me contaban varias personas. Diego de Ocaña. Virgen de Guadalupe, detalle. Capilla de Guadalupe, Sucre. -91- Otra aventura de mi padre en el cementerio En este mismo año le sucedió otro caso que también lo trajo a punto de morir, pues fue causa de un grave accidente que le dio, y fue que como ordinariamente paseaba de noche (motivo que experimentase notables fracasos) bajaba por la calle de la Compañía de Jesús con espada y broquel, y pasando el cementerio sintió a sus espaldas ruido de pasos. Volvió el rostro por ver quién le seguía, y no vio a nadie. Prosiguió su camino, y llegando a una cuadra más abajo tornó a sentir los pasos. Entonces, como tampoco viese quién los daba entró con más cuidado, llegó a un puentecillo de un arroyo que más abajo estaba, y allí sintió con mayor ruido los pasos. Revolvió con ira con espada en la mano, cuando de improviso vio un bulto de hombre que con sus armas le acometía pareciéndole que le embestía toda la espada, mas desapareciendo aquel bulto cayó en el suelo, comenzó a echar mucha sangre por las narices y volviendo al cabo de gran rato en sí se fue a su casa, y con esto dejó de ejecutar cierta acción a que iba, que según era de mal emprendida fuera para toda su casa de mucho descrédito, pues injustamente (por sólo un mal informe) iba contra un buen eclesiástico. Sobre esto le dio un gran accidente, permitiéndolo así Dios para que se sosegase y reconociese la verdad, como lo hizo. De todo soy testigo: Pero no tiene que ver la tiranía de los lacedemonios con la de los españoles en estos reinos, porque si aquellos no consentían que ninguno de su nación sirviese a otro que a su padre, acá por 10 pesos que dan a un pobre indio (casi por fuerza, o a lo menos por engaños y promesas) le quitan un hijo, no sólo para que sirva al dueño que da el dinero sino muchas

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veces para que sirva a la negra esclava de donde es una lastima ver a una muchacha doncella de 12 ó 14 años (más o menos) hermosa y en todo agraciada sirviendo en pie, casi desnuda, a un etíope feo y horrible con tanta humildad, maltratada con terribles azotes y palos. Mejor les estuviera a los desventurados indios que vienen al entero de la mita darse por esclavos propios y perpetuos y no que sirviéndoles (por vía de tributo) personalmente perecen muchas veces de hambre porque no tienen obligación de darles de comer y de caridad no lo hacen; y aunque por cédulas y provisiones reales se les señaló cierta ración en dinero, es cosa corta, y algunos perversos (que no se les puede dar el nombre de caballeros) no les pagan la ración ni trabajo. De todo soy testigo; y cuando la verdad les pareciere mal me mordieren como perros rabiosos, allá lo verán ante Dios el día de la cuenta que de esto les pidiere; allá lo verán azogueros, corregidores y todos los españoles y peruanos que obraren tiránicamente con los pobres indios; allá verán el paradero que tiene la desobediencia de tantas cédulas como desde los católicos Reyes se han remitido por sus majestades hasta el tiempo que esto se escribe, tan en favor de estos pobres naturales que no sé qué más pudiera hacer un padre con sus hijos: en todas ellas (que son muchísimas) los seis monarcas que hasta el señor Carlos II, que de Dios goce, han sido reyes de estas Indias, encargan particularmente a sus ministros por el buen tratamiento de sus naturales, y que hagan ejecutar lo ordenado y mandado en dichas cédulas; pero todo es al contrario, si no en lo general, mucho en particular. Porque, ¿quién no sabe la fuerza del interés, quién no el valor del poder? Todo lo acomete la ira, a todo se rinde la codicia. Porque los presentes ricos, aun en las casas de los príncipes y ministros que gobiernan perdonan pasados agravios, pues no hay puerta tan cerrada que no se deje abrir con llave de oro. La monstruosa riqueza que de este mineral se sacó en el tiempo de poco menos de 10 años que duró, se verá muy cumplidamente en la historia que con título de «Nueva y general población del Perú» espero sacar a luz si Dios fuese servido de ello, por tenerla ya principiada; y asimismo se verá quiénes, cuándo y cómo descubrieron cada uno de los minerales; las innumerables barras de plata que de ellos se han sacado; el menoscabo y ruina que han tenido por el derramamiento de cristiana sangre; injusticias, atrocidades, maltratamiento y poca satisfacción del trabajo personal de los indios. El efecto que me hizo la coca Es cosa tan acertada entre los indios (y aun bien recibida ya entre españoles mineros) el que no hayan de entrar en las minas sin poner esta yerba en la boca (que ellos llaman acullicar) que tienen por abusión de que se perderá la riqueza del metal si así no lo hacen. Siendo yo de sólo 10 años de edad me hallé en el mineral de Vilacota (que dista de esta Villa 50 leguas), y queriendo un día entrar a la labor principal me lo impidieron los indios diciendo que no podía entrar sin tomar aquella yerba en la boca. Yo repugnaba y ellos porfiaban, hasta que el español minero me previno la -94- abusión de los indios y por tanto que no entrase o que acullicase la yerba. Vine a tomarla por dar gusto al dueño, que me enviaba a asistir en el crucero donde tenían porción de metal rico, porque no lo hurtasen los indios. Al punto que puse dos hojas en la boca, me puso la lengua a mi parecer tan gorda que no me

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cabía en ella, y tan áspera y abrasada que no pudiendo sufrirla le dije al minero que tenía por imposible el poder entrar con los efectos que en mí había obrado la coca. Burlose conmigo y díome un pedacillo de masa o tablilla negra diciendo que aquello se llamaba azúcar y que tomándola junto con la coca se me quitarían los malos efectos que me había causado. Toméla en la boca, y cuando entendí ser lo que decía aseguro que no experimenté cosa más amarga en mi vida, tanto que arrojé la tal azúcar juntamente con la yerba que tenía en la boca, y tras ello también arrojara las entrañas si no me sosegara. Luego entendí que aquella tablilla la llamaban llipta, y que de ceniza y otras semillas y raíces agrias quemadas hacían el efecto y amoldándolo quedan en tablillas de una tercia, y así las venden para tomarla los indios junto con la coca. Finalmente yo tomé un pedazo de pan después de lavarme muy bien la boca, y con él me entré a la mina sin que por esto se perdiese la riqueza que Dios había puesto en el metal… «San Juan Evangelista». Melchor Pérez de Holguín. Museo Nacional de Arte, La Paz. -93- Lo que me pasó en un socavón Se le apagó al pobre Sebastián la vela que traía y quedó dentro de aquel terrible laberinto lleno de angustias, porque mal prevenido se halló allí sin yesca, eslabón ni pedernal para sacar fuego, prevención con que todo español entra a las profundas minas para el remedio de semejantes casos, como nos sucedió a mí y a Bartolomé Cotamito, minero mayor del maestre de campo Antonio López de Quiroga, en el gran socavón llamado también de Cotamito de las labores antiguas en la veta descuidadora. …Habíale yo pedido a este minero me acompañase y mostrase algunas minas de este socavón, y particularmente por la que salió el agua cuando el año de 1701 se desaguó gran parte de aquella labor que la cubría, como en su lugar diré más largamente. Concediómelo el bueno de Bartolomé Cotamito encargándome el cuidado en los pies, manos y ojos, que todo es necesario para poder caminar por las minas de este cerro, y entramos al socavón por una espaciosa escalera hecha a punta de barretas, muy dilatada, y luego fuimos discurriendo por varios suyos, con tanta fatiga mía que en mi interior maldecía mi curiosidad pues unas veces caminábamos a pique, otras valiéndonos de los brazos y pies para subir a otros pasadizos y barbacoas en que él estaba tan diestro en caminar cuando yo me mostraba con tanto temor que me parecía a cada paso llegaba al último de mi vida. Pasos había tan estrechos que era necesario arrastrarse y siempre con el cuidado de que no se me apagase la luz. Luego se me ofreció un paso formado en el aire de callapos (que son unos palos de madera fuerte para fabricar barbacoas y escalas, por donde se camina en partes de una profunda mina) y por ellos quiso el minador que pasase (por fatigarme, como después lo dijo), que en realidad todo lo andado y penoso de hasta allí habían sido caminos de flores en comparación del que se me ofrecía pasar. Sería la distancia de aquel terrible paso como de

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hasta 25 varas, puestos los callapos de una a otra caja y apartados unos de otros tres cuartas; debajo estaba una laguna de agua, siendo tanta altura desde los callapos a ella que apenas podía alcanzarla con la vista. Díjele al minero que se me hacía dificultoso el poder pasar por aquellos palos porque temía el caer, y que no sólo perdería la vida mas también el que nunca se hallaría forma para sacar mi cuerpo. «Así es», dijo el minero, «pero pues habéis entrado hasta aquí sin mostraros medroso ni flojo, no dudo que pasaréis bien por estos callapos, aunque os advierto que el décimo de estos palos, contando desde este primero, está quebrado por la mitad y así es necesario pisar solamente en los cantos que están metidos en las cajas», para que se vea el alivio que se le daba a quien pensaba perder allí la vida, sin la añadidura que nuevamente le representaba, pero ¿qué no atropella el punto vano, y más cuando me había lisonjeado primero? Llamando, pues, muy de veras a Dios con el corazón, comencé a seguirlo, que allí andábamos iguales, sin mostrarse el uno más cursado que el otro, y faltando ya como cuatro callapos para pisar en tierra se le apagó la vela al minero. Detúvose y pidíome apresurase los pasos y le participase de la luz que yo llevaba hasta salir de los callapos para encender la suya. Hícelo así, y al tiempo se me apagó también la luz y quedamos entrambos en aquellas espantosas tinieblas. Afligiose el minero porque con el seguro de que llevábamos dos luces no trajo provisiones de sacar fuego, y díjome que no había otro remedio sino sólo esperar la noche, en que forzosamente había de pasar por allí el minero menor a un frontón que estaba algo distante de aquel puesto. Así nos estuvimos con grande cuidado suyo y bastante pena mía, porque siendo las 9 del día en este punto (según bien discurro) el minero llegaría a este paso a las 8 de la noche, que a mí me pareció haber estado allí más de dos días. Encendimos pues, nuestras velas y tratamos de salir por otra boca, harto distante de la que entramos por el mucho rodeo que seguimos y no sin falta de peligrosos pasos. Habiendo, pues, yo experimentado la angustia ocasionada de apagárseme la luz, considero la que le sobrevendría a Sebastián del Canto a quien dejamos lleno de temor y aflicción cuando tropezando y cayendo se le apagó la vela que llevaba y quedó sin esperanza de remedio, no como nosotros lo tuvimos, porque el pobre hombre no sabía dónde estaba ni presumía que por allí hubiese de pasar nadie. Me hallo bastantemente descaecido… Llegado he al 10.º y último libro de esta dilatada historia, en donde pretendo asentarme porque sobre haber sido tan corto el vuelo de mi pluma en todos los nueve libros antecedentes me hallo ya bastantemente descaecido, -95- falto de elocuencia para adorno de mis voces, siempre desalentadas, sin más excelencia que la claridad de estilo y la verdad con que hasta aquí he llegado. Por esto, pues, he tenido grandísimo deseo de poner fin a este mi trabajo con el último libro de esta Historia, aunque con el grave peligro a que se ponen los que gastan su tiempo en escribir cosas que todos las han visto pasar, si bien este mismo reparo me hará ser breve y sucinto en la narración de las cosas que sucedieron en esta memorable Villa de Potosí en los pocos años que me faltan de escribir hasta llegar con el divino favor a los últimos de esta historia. Y si las cosas presentes tengo de escribir para los que las vieron pasar, el trabajo a mi parecer es bien excusado, y si se escriben para dar noticias de ellas a los que después han de nacer en el mundo no hay para qué publicarlas hasta que ellos nazcan. De suerte que entonces será sano el consejo de Horacio de tenerlas

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por nueve años y aun por muchos más. En cualquier cosa que hombre haya escrito es bien no precipitar la publicación sin irse con el espacio necesario, y mucho más en los que escriben historia pues tratan de las vidas y hechos de los soberanos del mundo, que con ellos no se puede tratar esta materia sin notable peligro, porque si uno fríamente alaba sus cosas buenas lo culpan de corto y remiso, y si en las cosas feas y abominables quiere decir verdad haciendo fielmente su oficio, desdichado de él y de sus escritos. Y pues lo que yo de aquí adelante tengo de decir es todo casi cosas muy sabidas y que las han sucedido en personas que viven, o que ha tan poco que murieron que viven por ellas sus hijos y deudos, razón será estrechar el estilo en la narración de ellas, remitiendo el extenderlas para el que quisiere suplir mis faltas tomando otro trabajo semejante al mío, que no le enviaré nada, antes quedaré contento de verme corregido. Referiré, pues solamente (con brevedad) la verdad de lo que ha sucedido, sin dilatarlo, y con este presupuesto pasemos adelante pidiendo encarecidamente a las personas vivas de quien alguna cosa escribiere que no sea loable, quieran perdonar la claridad y verdad de mi pluma, pues no puedo hacer otra cosa: si bien harto he disimulado en lo hasta aquí escrito innumerables defectos de muchas personas a quienes se les debe atención, he excusado muchas deslealtades y traiciones de ministros reales que no he declarado, y de esta manera habré de proseguir en lo restante porque no sean tan aborrecibles mis escritos. Condenar a muerte al escritor Digo esto con bastante experiencia de un cierto juez y cabeza de esta Villa, que no ha muchos meses que teniendo noticia de que mi pluma se ocupaba en escribir claramente ciertos daños hechos a unos pobres por quitarles el poco dinero que tenían, me envió a llamar con un deudo suyo, y entendiendo yo para lo que podía ser me excusé de ir a su llamado. Indignose el pariente declarándose, y teniendo por gravísimo delito mis verdades viendo que no quería yo ir se fue a traer a algunos criados del juez para que me llevasen preso, y entre tanto escondí todos mis escritos y llevándolos para más seguridad fuera de mi casa y también zafando mi persona. Fue buena diligencia porque luego vino el pariente con el alguacil mayor y escribano, y aunque mi amada mujer se les opuso con palabras muy medidas con todo eso no pudo excusar el que buscasen mis escritos, que como no los hallasen volvieron dejándome muchas amenazas. Por esto decía el otro que no se podía escribir sin peligro contra quien puede proscribir y condenar a muerte al escritor: no por que en mí o en otro hubiese de suceder esto siguiéndolo por justicia, que decir al mal juez que es un ladrón cuando lo es, no por esto haya de tener pena de muerte el que lo dice, sino el que en realidad lo es, salvo la violencia en que se cometen millares de injusticias. Un dragón rodeado de diversas nubecillas El día 5 de enero del año 1696 entre las 10 y 11 de la noche, estando ésta bien clara y serena (aunque era en el rigor de las aguas), se vio en el cielo a la parte del sur un lucidísimo globo de fuego que caminando con espacio se puso perpendicularmente sobre la punta del cerro Potosí, y luego con algún ruido se fue a poner sobre los cerros de Caricari al oriente de esta Villa, adonde se perdió dejando una pequeña nube que casi formaba un dragón rodeado de diversas nubecillas rojas, amarillas y blancas, materia al vulgo y a los que se fingían astrólogos (que eran de la Europa) de varias quimeras y diferentes juicios,

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aprobados algunas veces más con los sucesos que con la verdad de la ciencia, aun de los que realmente la profesan. Hallábame yo en el valle de Ulti (12 leguas de esta Villa) con dos hacendados de allí cerca, y con el alboroto causado de los indios en las casas acudimos a sus voces y vimos pasar de occidente a oriente, no un globo sino un gran fuego prolongado que se encaminaba al parecer a la ciudad de La Plata, casi a la misma hora que se vio el globo en esta Villa de Potosí, todo lo cual dio harto que pensar y que temer. Yo pienso que a todas estas cosas y sus semejantes (y asimismo tanta variedad de cometas que vemos) más propiamente las debemos llamar y tener por avisos del cielo (para que los hombres que están olvidados de Dios tomen mejor acuerdo procurando desenojarle por medio de la penitencia, para que trueque su justicia rigurosa en misericordia piadosa) más que señales ciertas de tan tristes sucesos como ordinariamente los astrólogos y los que no lo son nos pronostican. Milagro de la Virgen de la Candelaria Pablo Huancaní, natural de esta Villa, compadre mío y de más de 60 años de edad, indio de buen entendimiento y ladino, siendo de sólo 25 de ocasión (según consta de su declaración) estando trabajando en una de las minas de Don Gaspar de Arcibia y saliendo -96- de ella cargado con un costal de metal por encima de unos callapos (que ya he dicho en otra qué son y el modo con que están puestos y para qué) se quebró uno de ellos donde pisaba, y como estos palos estaban a manera de escalera al aire, metidos en uno y otro lado, vino rodando por ellos más de 12 estados. Tras de este Pablo venía otro indio con la misma carga de metal, y al punto que vio romperse el palo y que comenzaba a caer con tanta velocidad levantó la voz y dijo en su lengua: «Virgen santísima de la Candelaria de San Pedro, liberad a Pablo que se mata» que oído por el invocó también a esta soberana Señora, y en un momento después de haber rodado aquel trecho quedó colgado milagrosamente de la barba en uno de aquellos palos, y detenido por las espaldas con el costal de metal en otro, que a caer se ahogaba sin remedio humano en alguna agua que muy abajo le esperaba, en donde jamás pareciera su cuerpo. El indio compañero bajó tras él con el preciso tiento por aquella escalera, por ver si vivo o muerto llegaba a la tierra (no al agua) y cuando lo vio así colgado, dando mayores voces lo llamó de su nombre, y como no le respondiese entendió estar muerto, y a la verdad casi estaba ahogado con el peso de su cuerpo. Estando suspenso oyó que en voz baja le decía que le ayudase a salir de aquel peligro, que la madre de Dios de la Candelaria de San Pedro, a quien había llamado, le daría fuerzas. Hízolo así, y cuando ya había asegurado medio cuerpo, se quebraron los cueros con que estaba atado el costal a sus pechos (como usan todos los indios para valerse de las manos en ocasiones que se les ofrecen). Quebrados los cueros, al punto cayó el costal a aquella profundidad donde estaba el agua, por donde también se entendió que milagrosamente no se rompieron antes, que a ser así hubiera caído y perecido. Salieron afuera entrambos indios y dando a Dios y a su madre las debidas gracias refirieron no sin falta de lágrimas a los mineros el suceso, declarando cómo por haber invocado en su favor a la madre de Dios de la Candelaria de San Pedro se había librado de tan gran peligro. El indio Pablo Huancaní para perpetua memoria de este milagro permitió Dios que quedase con el pescuezo algo tuerto, que fue de cuando quedó colgado, continuando siempre las memorias de este suceso para que todos cuantos lo oyen

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engrandezcan las piedades de esta divina Señora que no se olvida de los más desventurados. Curas Pobres Testigos son los cielos a quienes clamaban los clérigos pobres, y entre los hombres yo uno de ellos, pues hubo clérigo tan fatigado de pobreza que de dos razonables camisas que tenía vendió la una para juntar el dinero; otros vendieron sus sábanas, sotanas, manteo y pobres alhajas. Un día me llamó un pobre sacerdote cargado de vejez y enfermo, y me dijo descolgase su pabellón y lo fuese a vender para este diezmo, siendo así que sus capellanías por estar arruinadas no le daban al año 10 pesos. Húbelo de hacer como me lo pidió y el pobre clérigo se quedó sin tener con que cubrirse de frío, con grande dolor de mi alma. Claro es que su señoría ilustrísima no veía nada de esto, que no dejara de rompérsele sus piadosas entrañas al ver estas lástimas, y el señor doctor don Fernando de Arango y Queipo, su sobrino, visitador de este arzobispado, que andaba recogiendo esta contribución, no atendía a estas lástimas, que no todos tienen conmiseración de los pobres. Pocos años antes fue el señor doctor don Fernando uno de los tres curas de la Matriz de esta Imperial Villa en donde se hizo de toda ella muy estimable por sus muchas prendas que siempre lo engrandecieron; fue cura de ella poco tiempo pues luego permutó con el doctor don José Faustino de Echeguivel, natural de esta Villa, y se fue a la ciudad de la Plata a mantener otros puestos de aquella iglesia metropolitana, muy dignos de su persona a quien esperan más altas dignidades. (1703) Prisión de Don Juan de Soliz En los principios del mes de agosto de este año sucedió la prisión de don Juan de Soliz y Ulloa, noble vecino de esta Imperial Villa y tronco de su dilatada familia, que causó mucho desasosiego así a ella como a los jueces que intervinieron en su prisión, la cual declararé brevemente sin que se entienda que por la estrecha amistad que con este caballero y su casa he tenido lo digo por adular ni por ganar la gracia de nadie (que la de Dios es la que me importa) sino por dar a cada uno lo que se les debe y decir claramente lo mal que obran algunos ministros cuando les falta la prudencia y les sobra la pasión, conque servirá de ejemplo pues para ello se escriben estos libros. Viaje a La Plata Grave delito es perder el respeto al juez y maldad exacrerable ponerle las manos. El juez o cualquier otro señor bueno se ha de amar, el malo se ha de sufrir. Consiente Dios el tirano y mal superior siendo quien le puede castigar y deponer, ¿y no le consentirá el súbdito que debe obedecerle? No necesita el brazo de Dios de nuestras armas para sus castigos ni de nuestras manos para sus venganzas. Armado, pues, don Juan de toda paciencia, al punto que el alcalde lo trataba tan descomedidamente salió el justicia mayor de su sala y allí llevó a don Juan, y llamando al general don Juan Antonio Trelles, caballero de la orden de Santiago, que a la sazón estaba en la plaza, y temiendo el justicia mayor algún daño trataron con el general don Juan Antonio de componerlos, como se hizo entre el alcalde y don Juan de Soliz, satisfaciéndose

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de palabras el uno al otro aunque para un agravio tan injusto no pudo tener tal satisfacción don Juan, y así disimulando su sentimiento se fue a su casa acompañándole mucha nobleza con el general don Juan Antonio. Alborotose la Villa, y los hijos, criados y amigos alentaban a don Juan a la satisfacción con tanto ardimiento que a faltarle a este caballero la prudencia condescendiendo a -97- ello, se perdiera el pueblo. Por esto, pues se determinó a seguir su causa por justicia y partió a la ciudad de la Plata al efecto, y quise acompañarlo por el amor que le debí. (1703) El precio del papel Las primeras manos de papel que entonces compré para comenzar a escribir esta Historia fue a tres pesos cada una, habiendo antes de emprenderla comprádola por seis reales. (1707) Presunción de asesinato Viernes 28 de febrero amaneció de novedad el escandaloso suceso de la muerte de Nicolás Fernández Román metido en un pozo de su casa. Había pocos meses (que no pasaron de cinco) que se había casado con Doña María Benítez, viuda, y él también había enviudado no mucho antes llevándose Dios a su noble cuanto virtuosa mujer que lo fue doña Nicolasa de Arregui. Hubo presuntas de haberlo muerto su mujer y por esto la justicia la prendió a ella, a un niño y a los criados, y para averiguar y sacar en limpio la verdad envió médicos a que recogiesen si era muerte natural o haberse ahogado en el pozo o dádosela violentamente. Hallábase a esta sazón en esta Villa Francisco de la Peña, cirujano francés, el cual vino en uno de los navíos de aquel reino que trajo ropa. Éste hizo anatomía del cuerpo y declaró ante el juez que no estaba ahogado con agua sino de otro modo, y finalmente que lo habían muerto cruelmente. Los otros médicos declararon equivocadamente, y el general don Tomas Chacón aunque prosiguió con ella cargándole de este delito a Doña María Benítez, su mujer, y que también decía el pueblo haberle robado cuanto tenía, no fue con la rectitud que las evidencias del caso requerían, antes sin pasar a otras demostraciones se hizo a la parte de la viuda y sus padres y valederos que afirmaban haberse caído en el pozo y ahogádose: esto es que lo hallaron parado (por ser el pozo angostísimo) y la cabeza seca, fuera de que el cirujano francés declaró lo contrario, por lo cual después no sólo no pagaron su anatomía sino que lo quisieron matar los parientes, de que llevó harto que contar y que admirar de las injusticias y maldades que por acá se usan cuando se fue de esta Villa. Pero en cuanto al hecho de esta mujer no me maravillo yo, siendo así que por la amistad que en vida de Nicolás Fernández tuve con él vi y reconocí el amor que ella le tuvo antes y después de casarse, porque las mujeres son movibles e inconstantes y sin ninguna firmeza en sus hechos. Esto en mayor parte, pues hay algunas que realmente se halla en ellas todo lo contrario y con su bondad acreditan su sexo, aunque en las más es todo inconstancia, y tanto que cuando con mayor afición y voluntad las vieren puestas en algunas cosa, se ha de pensar y tener por averiguado que se mudarán más presto que las hojas suelen moverse en los árboles, y que poco viento basta para llevarlas adonde quisiere, y así lo dicen muchos autores que escriben de ellas, y Salomón las compara al mismo viento en su mudanzas, y el

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otro filósofo dijo que la mujer nunca era buena sino una vez en la vida, y que ésta era la hora que se moría y que era mejor cuanto más presto se muriese, y con estas palabras consolaba un amigo a otro porque su mujer se le había muerto. (1710) Contrabando de plata a Buenos Aires En virtud, pues, de aquellas cédulas, el señor presidente después de publicarlas publicó también su bando diciendo que cualquier persona que denunciase de aquellos que recogían, rescataban, sacaban, llevaban y contrataban en los puertos con los franceses le premiaría conforme a su calidad, y al esclavo daría libertad y al delincuente perdón. Cuando yo oí estas cédulas y bando del presidente, cesaron del todo algunos cuidados en que me habían puesto ciertas amenazas de los aduladores de ciertos ministros poderosos por cuya mano sabía yo (y era público en esta Villa) haber enviado a Buenos Aires más de seis millones en marcos de plata sin labrar, los cuales se perdieron en los navíos que vinieron a cargo de don Carlos Gallo, que los hubieron los portugueses y con ellos hicieron guerra a nuestro rey Felipe V, como en su lugar queda dicho. Fue notable aquel atrevimiento de los de España, pues en una de las casas de los barrios de la parroquia de San Pedro fundieron muchísimos millares de marcos de plata para enviarla disfrazadamente a Buenos Aires, y requemaron gran número de piñas para lo mismo, que pasaría de un millón su monto, y muchos quedaron muy aprovechados de los granos de plata que quedaron entre las escorias y el carbón. (1710) Ésta es la vida Así sucedió, pues, el día de San Juan estando los buenos haciendo las rogativas de nuestra Señora del Rosario, que como llevo dicho se comenzó a 22 de Junio. Se juntaron en cierta casa a celebrar el día de cierta mujer forastera 11 hombres y nueve mujeres, se pusieron aquella noche a bailar aquel maldito son que en idioma de los indios se llama Caymari vida, que es el estribillo, y en el castellano es lo mismo que decir «ésta es la vida, éste es el gusto», muy semejantes a la Chacona de España y a su zarabanda tan celebrada de la juventud vulgar. Siendo, pues, las 10 de la noche y habiendo precedido varias deshonestidades, cantan unos y bailan otros con aquel estribillo de «Ésta es la vida», cuando se oyó una voz muy sonora y espantable que por detrás de la cama salía, que dijo: «No es sino muerte». Al punto se llenaron de horror todos aquellos hombres y mujeres, y como si fuera una saeta para cada uno quedaron heridos del accidente, menos cierta doncella que con más acuerdo que todos aquellos lascivos se levantó del estrado que en lo más retirado de él estaba y arrojándose a los pies de una imagen de Nuestra Señora de la Concepción dijo a -98- voces: «Virgen Santísima, deléos de mí que yo no vine aquí por mi voluntad sino que ésta mi tía me trajo por fuerza», y añadiendo otros tiernos ruegos y prometiendo servirla y servir a Dios se libró sin duda por intercesión de Nuestras Señora y por su inocencia. Las demás y todos los hombres yéndose a sus casas murieron dentro de ocho días, aunque también escapó de tres recaídas una mujer casada que entre las otras estaba. Dos de los hombres con quienes yo tenía amistad, cuando fui a verlos me refirieron el suceso, y habiéndoles dicho que pudiera ser voz humana de alguna de aquella junta que por burlarse lo hiciese y la aprensión obrase el efecto dijeron que para el paso en que estaban, pues morían sin

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remedio, me aseguraban ser la voz sobrenatural, porque los más alentados lo examinaron con luces y no hallaron quien la pudiese haber dado sino la justicia divina. (1719) Sigue la peste De la arriesgada siempre juventud hubo notables circunstancias, pues uno estando muy al cabo con la epidemia dijo que veía a la muerte toda huesos sentada en un rincón de su cuarto y que le apuntaba con el dedo una hoguera de fuego que también veía, y diciendo esto acabó la vida. Otro mancebo español que siempre se ocupó en lascivias y deshonestidades dijo que veía cuatro horribles visiones con desmesuradas cabezas, y le amenazaban, se le aparejaba un horno de fuego espantoso que allí estaba para echarlo en él luego que expirase, y al decir esto murió. Una moza mestiza que con su hermosura acarreaba para sí y para otros muchas ofensas de Dios, dijo que los demonios estaban presentes despedazando a fulano y que lo metían ya en una de las calderas de plomo derretido que allí estaban, y que en la otra la amenazaban la habían de echar a ella y dando un grito espantable murió estando yo allí presente ayudándola y exhortándola al arrepentimiento. Otro a quien ayudaba un religioso a morir, estando yo también presente, dijo que para él no había salvación pues siempre había servido al diablo y que allá se iba a los infiernos, y así expiró, quedando con tal espantable rostro que apenas me esforcé a bajar su cuerpo de la cama. (1719) He carecido de la lengua latina De todos estos escritos y relaciones he procurado ayudarme, tomando de cada una lo cierto y averiguado. Y si me hicieren el encargo que a Virgilio, padre de la poesía, hicieron, de haberme aprovechado de trabajos ajenos, responderé docta y agudamente, por ser suya la respuesta: «De grandes varones es sacarle a Hércules la maza de su mano». Mas con toda esta ayuda digo que mostrándose el asunto bastantemente arduo, confieso haber desmayado en medio de él por ser las tinieblas donde anduve de varias maneras muy confusas, los senderos poco trillados, que harta dificultad es renovar lo antiguo postrado, buscar la luz a lo oscuro y dar hermosura a lo desfigurado. Mas aminoraré el dicho del poeta Menandro: «No desespere quien pretende: todo lo consigue la perseverancia»; porque, acabado, nunca del todo satisfizo el ingenio del deseo. Pero ¿qué pluma, qué imaginación, qué entendimiento, qué sutileza podrá explicar cumplidamente la gran riqueza que se ha sacado y se saca hoy del cerro de Potosí; la máquina de millones de plata que ha dado de quintos a sus católicos monarcas; las grandezas de su nombrada Villa; la caridad y liberalidad de sus moradores; la fe y veneración que tienen al culto divino; y asimismo los piadosos castigos de la mano de Dios que ha experimentado por sus culpas, ocasionados si más de la riqueza de sus habitadores y sobra de corporales bienes, también efectos del dominio riguroso de sus estrellas a que con el libre albedrío pudieran oponerse? Mas ya que cumplir con todo a nadie se concede, y como dice Aristóteles «si no puedes hacer lo que deseas, desea lo que hacer se puede», he procurado con no pequeña fatiga y asistencia de los bienes en tanto número como se verá en el discurso de la historia citando sus autores, pues sin los cuatro arriba mencionados, pasan de 36 los que han escrito varios

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casos, grandezas y otras particularidades de esta Villa, entrando en este número 14 cronistas del Perú, fuera de varias relaciones, noticias, archivos y otros papeles manuscritos que ha diligenciado mi curiosidad sacando de la flaqueza fuerzas, de la cobardía corazón, del temor aliento y del peligro ánimo, por pagar en parte lo que debo a lo glorioso de tan buen empleo, y ser el primero, aunque también ofrezco segundo, pues al mismo costo tengo en principios otra intitulada «Nueva y general población del Perú», que sacaré a luz después de ésta si Dios Nuestro Señor fuese servido. Y en la presente vuelvo a confesarte la verdad, amantísimo lector, que bien conozco mi mal limada prosa y estilo, pues no debo a la gramática lo utilísimo de su empleo, no a la retórica la dulce elocuencia de sus ejercicios, he carecido del estudio de la lengua latina, loable y nunca bien encarecida costumbre de la gente noble, pues granjean con la noticia de ella energía en las palabras, disposición gallarda en ellas, elocuencia en el decir, prontitud en el modo, modestia en la elección y propiedad en las locuciones, partes muy necesarias en los prudentes y eruditos historiadores. Pero careciendo de tamaño bien, me valdré de lo que escribió la divina pluma de Jerónimo al sumo pontífice san Dámaso: «Mejor parecen verdades toscas que mentiras elegantes», siendo imposible ocultarse su luz aunque la procuren oscurecer tenebrosas envidias, por ser clarísimo sol que resuelve cavilosas nubes. Y no tiene necesidad de defensa aunque en el mar de la mentira asalten corsarios del engaño, mostrando entonces mayor fortaleza, siempre de tan gran precio, que preguntando un filósofo a Pitágoras cuál virtud podía hacer al hombre más semejante a dios, respondió: «la verdad». Ésta, pues, con lo grande de la materia suplirá los defectos de su autor, que siendo por sí tan excelente son sus proezas el ornamento, y ellas mismas encumbran el estilo sin más reparos ni encarecimiento. No obstante, en la narración procuraré hermanar la llaneza del estilo con la verdad de los casos, sin que la -99- claridad decline a bajeza ni el cuidado pique en afectación; y todo será para deleite y provecho del ánimo, atendiendo también a que lo narrativo agrade por nuevo, admire por extraño, suspenda por prodigioso, por ejemplar exhorte, si dañoso escarmiente y si imitable provoque a lo bueno, que la historia que se escribe y lo moral que sobre ella se levanta, es bien que la voluntad también se mueva y con la moralidad aborrezca el vicio reprendido y ame la virtud alabada, y todo junto le ayuden a temer a Dios y servirle y ganar el cielo. Y no siendo menos importante la circunstancia del tiempo, he procurado señalarle poniendo el día y el mes en el cuerpo de la historia, y el año en el margen, con lo difícil que trae consigo el orden de escribir no pudiéndolo decir todos juntos. Mueren los niños de pecho La mayor y más incomparable lástima que en este estrago rompió los corazones de dolor fue más de 800 criaturas de pecho que quedaron sin sus madres, y andaban las piadosas mujeres de casa en casa con ellas buscando otras que por estar criando tenían leche para que se alimentasen, oh qué dolor, que llevando yo por mis manos una de ellas a cierta señora noble y piadosa, hallé que estaba con cuatro criaturas, las dos españolitas y las otras indiecitas dándoles una por una sus piadosos pechos. Calló mi boca al verla así pero las lágrimas de mis ojos la hablaron, que entendiéndome su piedad pidió esta quinta criatura y le dio sus pechos, y aun por saber que era hija de nobles padres aunque pobres se la detuvo

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y se la está criando. No se hallaban amas, que todas perecían, y si llegaban a sanar carecían totalmente de leche. Multitud de huérfanos quedaron desde un año hasta 12, y eran más dichosos los que a un mismo punto morían con sus madres, que fueron muchísimos. (1719) Una hija desacatada Muchos de los vivos en esta peste se quedaron con los bienes y alhajas de los muertos, y los enterraban a poco costo o echaban a la Misericordia sin una mortaja; pero también a muchos de éstos les quitó la vida la peste, y lo mismo que ellos hicieron con unos, otros siguieron el mismo rumbo. «A río revuelto ganancia de pescadores», dice el refrán, y así se vio en esta ocasión, que por varios caminos hubo muchos pescadores. Y finalmente, en tan grande mal y tan general como fue, sólo a los señores curas de españoles, de indios y de negros les estuvo bien con tantos entierros, y de la misma manera a los sacristanes y fabriqueros. Pasemos adelante. Cierta hija doncella a quien su padre había hecho enseñar el tañer varios instrumentos y danzar y otras gracias, sucedió que cayó enfermo su padre antes de la peste, y estando ya acabando, cuando debiera compungirse aunque no fuera su hija, ésta se entretuvo en tañer un arpa, cantar y danzar con grave escándalo de los que la veían. Muerto su padre, dijo que no se pondría luto porque no se lo había dejado, aunque la madre se lo dio y puso. Perdiose la desdichada después de su muerte, y en nueve meses de sensualidad escandalosa adquirió dos ricas galas, perlas y otras alhajas. Todo lo prevenía para echar el luto, como si no fueran más negras las galas adquiridas tan a costa de su alma. A los nueve meses después de fallecido su padre, la tomó la peste y cargó con ella y con su madre, y así otros cargaron con todas las alhajas, y si esta desacatada hija dijo no tenía luto para ponerse por su padre, no quiso Dios se pusiese las galas por quitarse el que quizás por la fuerza se puso. La prisa que da el vicio de lascivia maña es del que quiere viciarse para que con brevedad se ponga en obra, porque las cosas que son fuera de razón si dejaran sosiego para considerarlas no se hicieran: mientras no se hacen se están haciendo con ansia; mientras se ejecutan se están con desabrimientos. Las obras de la virtud no fatigan antes de ejecutarse: la virtud no tiene enemigos; como llega el corazón descansado a ellas, las hace sin cansancio. Yo conocí y comuniqué a esta mujer cuando gozaba el sosiego de su doncellez y sólo pretendía virtud, y cuando lasciva, ni para su divertimiento propio tenía quietud. (1719) Segunda parte Con guerras y derramamiento de sangre comencé, proseguí y aun acabé mi primer tomo, y con disturbios, rencores, enemistades y particulares pendencias, sin faltar sanguinolento derramamiento, daré principio a este segundo tomo, con otras calamidades y pobreza que se experimenta en esta abrumada Villa con tan notables trabajos. En mi primera parte se mezclaron incomparables riquezas e indecibles grandezas con lamentables sucesos, civiles guerras y muertes lastimosas, pero en esta segunda sólo se dará principio refiriendo males y desventuras sin mezcla de felicidades ni aun cortos alivios. (1721) Concluiré mi nueva obra

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La gracia que se puede hacer nunca es bueno retardarla pues quien la espera juzga no la ha de recibir como la ve dilatar tomándose después más como agradecida por eso pues no será bien prometer al que pide lo que al tiempo de darlo si se atraviesa dilación se sienta haberlo ofrecido, que si en el rostro se le descubre el sentimiento al que le ofrece se podrá desobligar al que salió con beneficio. Dos cosas hacen amables a los hombres: docilidad en su proceder y beneficencia en sus obras. Cualquiera recibiendo y de un agrado se confiesa dos veces deudor. Mas si da y con disgusto es adherir al que admite, y para ofensa no le falta sino el nombre, pues lo acredita la acción. Por no incurrir en lo mismo que abomino, he procurado en la introducción de esta mi segunda parte satisfacer brevemente al deseo que cuatro personas preeminentes, asisten hoy en la corte de esta América Meridional peruana, se muestran con petición tan elocuente como rendida en dos circunstancias, y entrambas en la introducción de cierta historia a que da principio el más insigne -100- y erudito entre ellos, y todos cuatro con instancia piden lo primero: la que a costa de no poca fatiga termine otra obra emprendida y segundo empleo de mi corta pluma que tengo intitulada «Nueva y general población del Perú», a la cual tengo en puntos de finalizarla, pues para el complemento sólo espero la demarcación de las provincias de los Mojos, pobladas nuevamente con policías por indios cristianos convertidos a nuestra santa fe por los venerables padres de la Compañía de Jesús. En dicha introducción de aquella su historia que titulada Gobierno Aristocrático y Monárquico del Perú por sus naturales, me favorecen sin atender a mis deméritos, con elogios sublimados por entrambas mis historias. Lo segundo, en la sobredicha introducción me piden un breve resumen de la ya dicha geografía, no por nueva, ni aventajada, ni por propia, pues ni soy cosmógrafo ni he recorrido todas las leguas que comprende este Mundo Nuevo, sino por resumida y bien trabajada en registrar sus autores. Por satisfacer, pues a sus deseos, habiendo prometido la brevedad en el cumplimiento, lo ejecuté puntual, remitiéndoles un tanto de esta misma introducción, con los sucesos de este año de 1721, de la misma manera que en los principios de esta mi segunda parte se ven escritos. Y porque suceder puede que de hoy a mañana corte la mortal guadaña el hilo de nuestras vidas y con ella el hilo de nuestros escritos, bueno será queden memorias en una y otra introducción, si no hemos conformado. (1721) Detalle de una pintura de Melchor Pérez Holguín. Museo Nacional de Arte, La Paz. Fiesta por el Rey Luis Fernando Púsose en un ángulo de la plaza y dio lugar a que entrase la infantería con su capitán con pica al hombro, vestido de tela rica, sombrero de tres picos, vistosa pluma, grande y riquísima joya en él de finos diamantes, y -101- bando al uso. De la misma manera toda su infantería, alférez y oficiales, compuesta mucha parte de la nobleza de España y el resto de la peruana, que con esmero de ricas galas a la francesa e inglesa, de telas, brocados, rasos y paños de Segovia fue de excesivo costo porque todo fue nuevo; y esto digo con experiencia pues don Diego, mi hijo de juvenil edad, quiso entreverarse en tan lucida compañía como tan inclinado a la milicia, y que en cuanto a la destreza de la espada a mí

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me hace ventaja pues yo no tengo más de naturalista y él naturaleza y arte. Fue dando vuelta a la plaza la cual estaba tan llena de gente que apenas se pudo gozar de tan gallarda y rica vista. Iba tras el capitán la primera fila compuesta de cinco gallardos españoles: altos, airosos, iguales en lo bien dispuestos de sus personas. Éstos eran granaderos, las escopetas a las espaldas pendientes de cintas venecianas, vestidos de paño blanco con ricas guarniciones, y morriones de grana o medias marlotas en las cabezas a modo de las que usan los turcos, con barbas y mostachos postizos; las cuales iban arrojando granadas aparentes que sólo encendían la cuerda, y algunas que de propósito arrojaron sobre la gente reventando sin munición hizo considerable daño y espanto a las mujeres, burla que si de veras matara tantos que no fuera fiesta pues no dejó de derramarse sangre. Al medio llevaba la bandera don Pedro de Langalería con rica gala, joyas y plumas; lo restante de escopeteros, rematando el vistoso escuadrón las picas. (1725) La doncella virtuosa Pasadas las oraciones, se acabaron de correr los toros; y como estas fiestas muchas veces motivan ruinas en las almas cuando hay concurrencia de hombres y mujeres, cierta doncella noble y hermosa que con sus padres asistía en un mirador, acabó de concertar sus lascivos amores con un mancebo de España, que hacía muchos días los pretendía, y viéndose tan cercanos en esta asistencia quedaron en que por cierta casa vecina entrase a la media noche hasta su recamara y gozase el fruto que deseaba. La doncella no quiso menos que con palabra de ser su legítimo esposo, y el lascivo lo prometió sin mirar inconvenientes como quien no tenía intensión de cumplirla. Esperaba la doncella la hora con gran cuidado, y como había sido virtuosa, puesta de rodillas ante la imagen de Nuestra Señora del Rosario, le pidió la perdonase de aquella perdición que esperaba, pues la ejecutaba con el que había de ser su marido. Al punto oyó una voz que a su parecer salía de la parte que entraba a la cuadra de sus padres, que dijo: «Excusa tu ruina, porque ese hombre que dice será tu marido es casado en Cádiz». Quedó atónita la doncella, y dando a Dios las gracias y a Nuestra Señora se fue a recibir al mozo a la parte que le señaló por donde bajase a su casa; hablolo, ya que la esperaba y enfurecida le dijo: «Ah, malvado, si eres casado en Cádiz ¿cómo intentas burlarme? Anda de aquí, y agradece que no te hago hacer mil pedazos con dos criados que tengo». Sin responder palabra se fue de allí, confirmando la verdad sin ningún descargo. Luego que amaneció se fue a la iglesia de la Compañía de Jesús donde la vi llegarse a un confesor y confesarse y comulgar, y al salir de la iglesia me refirió todo el suceso y volvió a repetir la promesa a Dios de nunca ofenderle. El aviso fue sobrenatural. (1725) La pelea con los franceses Un día de la Cruz de septiembre me fui a pasar a la capilla que llamaban de los cacchas, que está ya sobre el rico Cerro donde los tales festejan a la santa cruz. Hallábase allí el indio Agustín a quien saludé, y me hizo mucha cortesía. Estando en esto llegaron a hablarme montados en sus mulas cuatro franceses, mis conocidos, que venían a ver las fiestas de aquellos indios. Agustín con su natural cortesía me puso en las manos un grande vaso de aquel brebaje suyo que llama chicha, pidiéndome con dulzura de palabras bebiese, que vendría fatigado del sol: y a los franceses les dijo que si quisiesen les daría de lo mismo, y si no tomasen de rico vino y aguardiente que allí tenía. Los franceses

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despreciaron el envite y Agustín, viendo sus desaires, les dijo algunos vituperios; ellos indignados le respondieron diciendo si les parecía que eran de los que le mostraban temor. Entonces el indio tomó el asta de una bandera que por adorno allí estaba, y arremetiendo a los extranjeros rompió la cabeza al uno, y a los tres que con sus espadas le acometieron descargando en ellos y en sus mulas tales golpes los hizo huir. Y yo hice harto en atajar más de 50 de sus compañeros que pugnaban a salir y matarlos a pedradas. Quedaron los franceses tan llenos de espanto que prometieron nunca más ponerse con aquel demonio, como decían. Luego que me despedí me acompañaron algunos hasta la falda del Cerro, porque decía no se vengasen en mi persona, lo cual no hicieran, pero yo quedé muy alegre en verme lejos de aquellos indios. (1725) La nueva iglesia de San Francisco Sobremanera grande fue la confianza en Dios Nuestro Señor del muy reverendo padre definidor fray Juan de Burguera, guardián que fue del convento de esta Villa dos veces, una antes de emprender esta obra, en que mandó fabricar el grandioso retablo que vemos que costó 30.000 pesos. Cuando comenzó esta nueva iglesia, conversando yo con su paternidad reverenda le dije, viendo la planta y el dibujo: «Padre guardián, ésta es obra de 200.000 pesos, lo primero; y lo segundo, no veo arquitecto para tal fábrica ni menos los talegos prontos en poder de vuestra paternidad». A lo que con grande sosiego me respondió este prelado -102- vizcaíno, a quien todos venerábamos por siervo de Dios: «A lo primero ¿qué me dificulta? Digo que con poco más de 100.000 pesos que yo tuviera dejara para principio y fin de esta obra aunque muriera esta noche, y hallándome sin un maravedí a sólo su divina majestad me atengo». «Eso es querer milagro patente», le dije, y me respondió: «Es así ya en el estado presente, que sólo puede concurrir providencia divina manifiesta, que cierta señora rica me prometió costearía el principio y proseguiría y ahora que me ha visto en el empeño me ha dejado sin acudir ni con medio real. A lo segundo digo que a falta de un arquitecto tengo dos insignes». «¿Cuáles son?» le pregunté, y me respondió muy alegre su paternidad:«Mi padre San Francisco y mi querido hermano San Antonio de Padua». Otras razones añadió de su confianza, con que hube de concederle todo. Estando juntos con su paternidad bebiendo un mate de yerba, lo llamó un hermano diciendo le esperaba en su celda un caballero. Acudió luego y yo me quedé disponiéndole el mate, y al cabo de una hora volvió lleno de gozo que le brotaba por el rostro y díjele: «Padre guardián, tanto se ha tardado vuestra paternidad muy reverenda que el mate se ha helado y aquí no hay fuego en que calentar el agua». «No importa», dijo, «que la estada me ha valido 4.000 pesos que Dios ha enviado de limosna, y no tenía más de 20 pesos, y al calero se le ha de dar ahora 800 pesos por sus hornadas de cal. Demos gracias al Señor», y así se hizo. En otra ocasión que lo hallé en la obra pensativo, le pregunte qué tenía. Díjome: «Pena grande, porque es hoy sábado y mañana día de pagar 100 peones y cuatro maestros y todos los canteros». «Aquí de Dios, padre guardián, y de su providencia», le dije, «que no ha de faltar». Dentro de un cuarto de hora trajo un mozo de España un papelito en respuesta de otro en que a un ministro de la hacienda real le había pedido prestados unos pesos para el efecto. Leyó el papelito, y decía: «Espéreme a las oraciones, padre guardián, que iré a entregarle 3.000 pesos que de Lipes envía un devoto y pide lo encomiende a Dios», etc. Levantó su paternidad al cielo los ojos y rindió al Señor las gracias. Llegose un día a su

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paternidad el reverendo padre fray Lorenzo Aveitúa que cuidaba de la obra y pidiole 30 pesos para el calero porque decía si no se los daban allí luego no iría a sacar la hornada. El padre guardián le dijo no tenía ni un real, que Dios los daría, que esperase un poco. Oyolo un mozo mercader, y dijo: «No se aflija vuestra paternidad que yo voy a traer 200 pesos que los tengo dedicados para ayuda de esta obra»; y así lo ejecutó. A este modo me refirió su paternidad otras providencias mientras vivió. Después que pasó a la gloria este siervo del Señor, el muy reverendo padre fray Juan de Arrieta, peruano de esta Villa y dos veces guardián en este su convento, prosiguió con la obra y me refirió con grandes ponderaciones los portentos que Dios continuaba en ella, que en dos meses solos recibió de unos caballeros y azogueros 6.000 pesos, y en otras limosnas muy considerables. Los portentos que durante la obra se vieron quedan dichos en mi primera parte. (1725) Un trabucazo de dos balas Aquel disfrazado le tiró (a Juan Bautista Ordozgoiti) un trabucazo de dos balas y postas: la una pasó por alto y la otra y postas entraron por el hombro derecho, lugar mismo en que le dio el tiro, y se lo pasaron sin romper hueso, aunque fue grande la herida rompiendo más las postas desde allá. Fue llevado al hospital donde lo fui a ver como amigo y le aconsejé, si sanase (como sanó), se fuese luego de esta Villa, pues sobrenaturalmente se encaminó el plomo a menos arriesgada parte. Así lo prometió pero no sucedió así como adelante se dirá en suceso más lastimoso. (1726) El francés que era holandés Hallábase en esta Villa cierto caballero que decía ser francés y, según se mostraba, apasionado, más era de La Haya de Holanda. Estando, pues, yo en su casa en conversación de sucesos de la Europa llegó el correo ordinario el día 9 de marzo, y oyendo decir cómo un navío de Holanda que venía a este reino Mar del Sur, habiendo muerto el capitán en el navío, sobre la elección de segundo en el cargo se abalearon los soldados que estaban en bandos, y viendo el piloto que se acababan aquellos hombres y que no había ya mantenimientos, enderezó la proa al Callao y se entregó al Virrey ya con poca gente y casi 1.000.000 de ropa. Al punto con notable sentimiento que le sobrevino cayó en el suelo como muerto (el que decía ser francés). Acudí a socorrerlo y sosegado dijo: «Gran caudal he perdido, y menos mal fuera perder la vida». Luego el siguiente día se desapareció de esta Villa y nunca más lo vi. Bien puede ser que fuese holandés y por esta noticia se fuese a Lima. (1726) El asesinato de Don Juan Bautista La muerte de don Juan Bautista Ordozgoiti tiene más circunstancias desde el principio que la motivó, como tengo ya dicho en mi primera parte y en esta de segunda en los sucesos del año pasado de 1726; y como en éste se halló su cuerpo como acabamos de referir, es preciso decir algo más. Después que volvió de las provincias del Tucumán con algún caudal adquirido con su inteligencia, siempre se presume que el pariente albacea se mostraría vengativo por el balazo que este mozo le tiró estando llamando a las puertas de su casa. Asimismo dije en los sucesos del pasado cómo la víspera de Corpus le tiraron a este

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Juan Bautista aquel balazo y lo hirió en un hombro, dejando en la capa y casaca aquellos rasgos que aún de la última de su tragedias sirvió de testigos, como arriba dije. Bien pudiera haberse ido luego que sanó de las heridas, como se lo pedí por ser amigo yendo a verlo al hospital, y que después había escrito en mi Historia los sucesos de su vida no me diese más motivo a escribir alguna tragedia de su muerte. Prometiómelo así, pero ya sano continuó sus disentimientos y aun nuevas lascivas sin reconocer a Dios el beneficio de haberlo librado de la muerte. -103- Tres papeles con letras casi ilegibles le escribieron, y leyéndolos le repetían avisos con estas razones: «Guárdate, Juan Bautista, de tu mayor amigo, que te ha de quitar la vida por paga muy crecida de que tiene ya recibida mucha parte, que después se te avisará al camino o donde estuvieres quien paga tu muerte». Pero no se curó del aviso como debía. Tuvo varios presagios y aun visiones espantables: al subir en un caballo el día antes se quebró un estribo sin golpe en seis pedazos; cuando comenzó anochecer, la noche de aquel mismo día vistió luto la luna y se pusieron capaces las estrellas amenazando caer nieve, que si de improviso se compuso de la misma manera desapareció el aparato. Antes que acabase de romper el día de su última fatalidad encendió una luz para ver qué ruido le quitó el sueño delante de su cama, y todos sus alientos se vieron muertos a los rayos de ella. Vuelve hacia su cama con pasos acelerados, intenta subir al lecho lleno de horror a cerrarse entre el pabellón, sin ver que huía de sí mismo; va a ejecutar estos impulsos y, casi ahogado el corazón, reprime los alientos. Un helado temor es rémora de los pies, la sangre fría tiene ya torpes las manos. Al fin asombrado se viste. Viene cierta dama a verlo; refiérele el suceso. Almuerza desganado. Toma su capa para salir fuera. Requiere sus pistolas, ceba la cazoleta, descerraja por tres veces, y no da fuego; arrojándola en tierra; no se sabe si las volvió a levantar y si se las puso al cinto. Sale despechado y va para la calle de la Merced; vuelve para los callejones de Munaypata y piérdese en las casas que arriba dije, pegadas a la muralla del monasterio de Santa Teresa.Es voz común que en ella lo mató don Simón de Noriega, montañés de nación, su gran amigo, quien allí lo condujo y de quien en mi primera parte dije puso sus sacrílegas manos en el cura de San Pedro; y no se sabe si solo o con otros cometió la maldad, pero de que fue asesino bien pagado no se duda. (1727) Convaleciente de la peste El efecto se vio en tantos como murieron, pues de españoles e indios en todo el discurso del año pasaron de 4.000 y harto temor dio a toda ella (la villa) esperando su asolación como la del año de 1619 que en su lugar referí. Yo experimenté en el mes de marzo este gravísimo trabajo y acompañado el accidente con tabardillo, y al cabo de 32 días usó conmigo el Señor de sus misericordias, quedando de tal suerte que hasta hoy, que son fines del año, todavía no estoy del todo recuperado y con trabajo escribo estos sucesos. (1729) El hombre más cruel A principios del mes de enero de este año puso Dios a un hombre en el potro de una cama, y con duros cordeles de calenturas le obligó a que declarase execrables delitos que en el discurso de su vida cometió. No diré su nombre por tener nietos eclesiásticos y otros

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seculares de estimación en esta Villa y fuera de ella. Éste, pues, a quien ya la fortuna (o, lo más cierto, la divina voluntad) tenía puesto en mísera pobreza, comunicaba muchas veces conmigo innumerables y extraños sucesos de su vida y casos admirables de otras personas de quienes sabía los escribía mi pluma, y yo gustaba en extremo de su discreta cuanto muy verdadera comunicación. Un día me envió a llamar de uno de los hospitales donde se había recogido a morir porque herido de un tabardillo, sobre 96 años de edad, no tenía esperanzas de más vida. Díjome: «Amigo, ya tengo hechas todas las diligencias de cristiano porque ya el Señor me llama a juicio. Válgame su pasión y muerte, válgame su piedad y misericordia»; y a éstas y otras ternuras que dijo le consolé y alenté al arrepentimiento y contrición de sus pecados. Luego más sosegado, arrancando un suspiro del corazón prosiguió diciendo: «Pienso, amigo, que ningún bárbaro gentil, ningún hereje ni ningún mal cristiano ha cometido las maldades y pecados que yo: en cualquier hombre cruel ha cabido alguna caridad y sólo en mí ha faltado totalmente. Algo habéis sabido, amigo, de mis crueldades mas no enteramente de todas; y porque no me falte la vida antes de referirlas abreviaré todo lo que pudiere, y en particular en algunos casos que tenéis en apuntes y por algunas dudas que decís se os ofrecido no las pusisteis en el primer tomo de vuestra Historia: quizá os servirá de más admiración, a lo menos para que veáis al continuar vuestro segundo tomo, que hombres monstruosos se han visto en vuestra patria y cómo ha habido paciencia en un Dios omnipotente para sufrirlos y esperarlos con su misericordia». Al decir estas razones cayó desmayado y aun entendí que muerto, pero al cabo de tres cuartos de hora volvió en todo su acuerdo, y delante de un sacerdote y otras personas que acudieron me dijo: «Amigo de mi alma, ayudadme a dar gracias a nuestro piadosísimo Dios: salvación hay para mí y dentro de 12 horas he de aparecer en su recto juicio»; y luego comenzó a hacer tiernos actos de contrición. Pasemos adelante con las crueldades que nuestro enfermo ejecutó, referidas por su boca: «Yo soy, amigo» (prosiguió diciéndome) «aquel maldito y cruel hombre que por interés de 200 pesos que recibí de don Pedro de Mondragón, quitó la vida cruelísimamente a doña Inés de Sarría, cuya hija bien conocéis, porque estando entrambos en amistad lasciva se empleó aquella hermosa niña con otro caballero; y como entonces no sufrían los hombres las maldades que ahora cometen las mujeres, cada día se veían semejantes venganzas. Entonces les daban los ricos a sus damas una piña por semana, o por meses 1.000 pesos, 500 o a lo menos 200, pero no habían de experimentar deslealtades. Sabido, pues, por don Pedro el empleo nuevo y conociendo mi fiereza, me dio cuenta de todo y remitió a mi crueldad su venganza. Luego mandé hacer un atador de hierro grande y grueso, y trayéndola por engaños a doña Inés a mis casas (que como sabéis estaban en Vilasirca), quedando solos y cerrados la desnudé sin piedad y (atándola -104- como convenía) en un monte de leña que puse en el patio puse como en fragua el duro hierro y sacándolo, ¡oh crueldad nunca vista!, rompí y abrasé sus interiores entrándolo por la parte por donde tuvo sus deleites, y encendiendo mucha leña sobre su cuerpo quedó convertido en cenizas, don Pedro vengado y yo pagado. Sólo tuve piedad en llamar un sacerdote que (antes de desnudarla) pasaba por allí pidiendo limosna para las ánimas, quien la confesó recibiendo 50 pesos, poniéndole tanto temor y amenazas que hubo de callar porque ya estaba cerrado dentro, y pasadas seis horas vino don Pedro y vio el horror ejecutado por mí, y llamando al

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sacerdote que bien apartado de allí estaba le dio 200 pesos, diciendo: Mandad, señor, decir esas 100 misas por esta pobrecita, y mirad que guardéis de todo esto mucho secreto, que el cuerpo o cenizas se meterán en una bóveda, y así se ejecutó». (1730) Consecuencias de la embriaguez Cierta señora de poca edad, de bastante hermosura y nobleza, casada no ha muchos días, estando su marido en el recreo del Baño la convidaron unas disolutas forasteras a un baile, donde acudió (que no debiera), y habiéndola cargado contra su voluntad de esta infernal bebida, conociendo medianamente el fin de haberla puesto así se salió de la casa ayudándola una criada, y cayendo y levantando llegó hasta media cuadra de su casa a las 9 de la noche, donde cayó sin poder más en la tierra. La criada partió dejándola así llamar quien la ayudase traerla en brazos, y entretanto un perverso hombre o ladrón brevemente la desnudó dejándola sin la última y blanca cubierta; y al tiempo que volvía la criada con más gente llegué yo que venía a recogerme, y como me refirió el suceso acudimos todos y la hallamos de la manera que queda dicho. Ella no estaba tan privada que no pudiese dejar de decirnos que un ladrón español la había desnudado y le llevaba también un zarcillo de perlas, cuyo compañero tenía en las manos, y que estaría cerca pues en aquel punto sucedía. Al momento partí con espada en mano la calle adelante siguiéndome dos criados, y al volver la esquina di con el ladrón que estaba envolviendo aprisa los vestidos y buscaba en el suelo el zarcillo que su dueño tenía. Tirele un medio tajo por la cara y dejando la presa corrió la calle abajo; yo le hice el puente de plata, y el temor a él le puso alas. Volvimos a la señora y llevándola a su casa y cama apenas estuvo en ella cuando entró su marido, que un repentino acaso le trajo a tales horas, y preguntándome cómo estaba allí cuando apenas lo veía de día un corto rato, respondile que pasando a recogerme sentí el alboroto de sus criadas diciendo que la señora se moría. Con esto les di motivo para que sosegadas un poco llevasen adelante la disculpa. El marido, como la quería, se abrazó de ella pero, ay dolor, al aplicar sus labios a los suyos sintió el del aguardiente, y arrebatándose furiosamente sacando un puñal le tiró un golpe sobre el pecho izquierdo, que a no embarazarle la divina piedad el brazo con la cortina quedara allí sin vida; y antes que le volviese a herir acudí contra él y fue mucho quitarle el puñal, y esforzándose la señora le dijo que sólo había bebido un trago corto por el dolor de estómago que tenía. Lo mismo dijeron las criadas y yo procuré sosegarlo de suerte que quedó satisfecho y aun pesaroso de la acción, dándome la razón de que bien sabía lo apoderado que estaba de hombres y mujeres aquel vicio de aguardiente, y que por esto no lo tenía en su casa ni permitía que las criadas lo probasen, y pudieran no haberle ido a comprar aquel medio real que decían pues había otros remedios para el estómago. Al fin él me trajo hasta mi casa y con muchos agradecimientos me pidió la viese por la mañana y la desenojase, que forzosamente lo había de estar por la temeridad que había hecho con ella, y que antes de amanecer se había de volver por cierta ropa que era de contrabando. Volviose a su casa amoroso y arrepentido, y su mujer lo recibió cariñosa aunque llena de lágrimas, que ya estaba muy sosegada, como por la mañana fui sabedor de todo. Vean, pues, en el riesgo que la puso el aguardiente, no tomándolo de su voluntad. Dos de las perversas mujeres que la convidaron fueron de las presas por la justicia por sus lascivias y maldades, y algún día pagarán lo que intentaron con esta señora.

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Una explosión de pólvora El día viernes que se contaron 12 de septiembre de este año, a las 3 y media de la tarde sucedió que habiendo comprado de su tienda de mercancía 10 libras de pólvora buena don Andrés Rodríguez y puéstola en una bolsa de badana, parece que al ponerla sobre el mostrador se rompió por un lado de la costura y se derramó una poca. Hallábame yo dentro de la tienda con don Gregorio Bernal, alguacil mayor de la Villa, el don Andrés Rodríguez que la compró y un vecino mercader don Francisco de Castro, los cuatro de la parte de afuera del mostrador, y don Juan de Valdés de la de adentro. Como se derramase aquella poca pólvora en su braserillo de plata y estuviesen unas brasas de fuego sobre el mismo mostrador, cayó una de ellas y al punto pegó en la poca pólvora que derramada estaba. Don Francisco de Castro con la voz levantada invocó el nombre de Jesús, a cuyo dulcísimo y favorable eco volvimos todos el rostro y vimos el peligro, que sin dar más tiempo a otra cosa al tiempo de encenderse el talego don Andrés Rodríguez y el alguacil mayor con don Francisco de Castro se arrojaron por una puerta de la tienda a la calle, que por ser esquina tiene dos, y yo salí por la otra y fui el más bien parado, pues el terrible instrumento con el voracísimo elemento llenó toda la tienda romper a su región por ser la tablazón de cedros en que cargaba un alto, salió por la puerta y alcanzó a los tres a distancia larga: a don Andrés Rodríguez lo dejó sin cabello; al alguacil mayor dándole el fuego en la cabeza y espaldas lo derribó en mitad de la calle, que estando yo tan cerca entendí que cayó muerto pues estuvo sin sentidos; Castro también, encontrándose con el pilastrón de la puerta, le chamuscó el cabello, y libró don Juan de Valdés, que -105- como ya dije estaba de la parte del mostrador adentro al punto que vio el irremediable peligro invocó a la madre de Dios de Belén, su especialísima devota, y se inclinó para el suelo con discurso de que el fuego había de volar para su región, el cual no le perdonó las barbas, cejas y rubio cabello, porque por encima de su rostro fue a encender una poca de pólvora que a dos varas de distancia estaba sobre una caja, y de paso encendió también unas seis onzas de pólvora de Granada que estaba en un vaso para cebar cazoletas si se ofreciese. Alborotose la vecindad y toda la Villa porque luego de las torres más cercanas llamaron a favorecer el fuego; y entrando yo y otros hallamos a don Juan continuando el llamar a Nuestra señora cuando entendimos su total ruina, y con gran valor vimos por entre el densísimo humo que con las manos apagaba el incendio de algunos géneros que por los cabos ardían. Pero ¡oh misericordia de Dios! Que no pasó de 100 pesos el daño cuando pudo haber parecido 10.000 y más que en la tienda tenía. El caso fue muy admirable y mucho más por las circunstancias que concurrieron, de que todos rindieron a Dios y a su madre santísima las debidas gracias. (1732) «Sagrada Familia con los padres de la Virgen». Melchor Pérez de Holguín. Museo de la Moneda, Potosí. Año de calamidades

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Reinó desde el año antecedente una pestecilla y en los meses de julio, agosto y septiembre mató mucha gente, repentinamente a unos y a otros con celeridad. Murieron innumerables niños y algunas personas de más edad de viruelas acompañadas con tabardillos y otros males que destruyen las vidas, y al fin el año, que pronosticaron feliz, fue todo de calamidades. Ni faltaron lástimas siempre continuadas de matarse unos a otros hombres, pues en el discurso de este año mataron 12 y vi perder la vida a uno de una sola patada que en el estómago le dio otro. En el rico Cerro sucedieron otras cuatro muertes, y entre éstas fue la que don Ignacio Berastain, vascongado de nación y guarda de la rica mina de Cotamito dio a un arriscado indio que con otros muchos le acometió, y recibiendo 11 golpes de piedras en su cuerpo viéndose ya perdido y con riesgo de la vida dio fuego a un trabuco que traía, y con cinco balas perdió la suya el indio huyendo los demás al verlo caer. Presentose ante la justicia el noble vascongado y dando descargos justificados fue dado por libre después de algunos días de prisión. (1732) Crecida de los ríos Continuáronse las lluvias por 70 días con tanta furia que creciendo los ríos tanto en las cuatro provincias de los contornos de esta Villa (Porco, Chayanta, Pilaya y Chichas) se ahogaron 180 personas, siendo una de éstas una ahijada mía que pasando el río de Toropalca de vuelta para esta Villa, entró al vado temerariamente sola con un niño de pecho en sus brazos y otra niña de tres años cargada a las espaldas, y arrebatándola con mula y todo hasta hoy no se sabe de sus cuerpos nada, y sólo la cabalgadura fue hallada al tercer día seis leguas distante con el sillón medio deshecho y de la misma manera el freno. (1733) -106- La peste, de improviso La peste que de improviso acometió luego que entró la primavera fue dañosa, de un dolor que daba en el costado, seco en unos y en otros que arrojaban sangre; corrimientos, catarros y otros males que mató mucha gente de todas calidades. Tuve consuelo en mi alma el día 20 de noviembre de ver enterrar tres doncellas, la una monja de Nuestra señora de los Remedios, de 26 años de edad; las otras dos del siglo, de 40 la una y la otra de 80, abadesa que fue del Recogimiento de niñas de esta Villa, todas muy siervas de Dios, de quienes piadosamente podemos creer están en la gloria. La hambre era muy sensible, pues pan, carne y semillas de la tierra todo estuvo tan escaso que perecían los pobres. (1733) Humos de nobleza El que fue gañán en España cobra humos de noble, y el pechero estudia en parecer hidalgo. El que en su linaje no juntara 100 pesos los gasta en Potosí en una buena comida, y el que tiene sólo 10 pesos los desperdicia en dar una merienda, y si esto es desacuerdo en gobierno político, es argumento del ánimo señoril que enseñaron esta Villa. Los criollos de ella, hablando sin pasión alguna y con la verdad que a todos es notorio, son de agudos entendimientos y de felices memorias (menos el mío que sobre no darme más

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naturaleza que el que manifiesto, mi corta suerte también me hizo carecer de estudios). Acelérase en los niños el uso de la razón pues de 12 años alcanza tanto como el que tiene 40; y en cuanto a las ciencias he conocido muchos de mis compatriotas que en sólo ocho años han aprendido todos sus estudios desde la gramática, y en solo este término salen excelentes supuestos en la dicha gramática, filosofía, metafísica y teología. Son grandes juristas y cabales estudiantes en ambos derechos: bien lo conoce el Perú y lo ponderan las grandes universidades de estos reinos. Sobran en los de esta Imperial Villa habilidades, valor y letras, y por estar lejos faltan la ventura y el premio. Ningunos, o sólo tal cual de sus criollos, se aplican a artes mecánicas y menos a ser marineros, pulperos ni a otros indecentes ejercicios. En éste y en todos tiempos se halla poblada esta famosa Villa de nobilísimas sangres, pues no hay hidalgo, caballero, señor o título en España que en conocido grado deje de tener deudo o pariente en esta Villa: a unos ha traído la necesidad, a los más los oficios y cargos y a muchos los virreyes, y a todos la codicia de su rico Cerro. Al presente están avecindadas gentes de lo mejor del mundo: sabios, letrados y personas de gran virtud, que es lo mejor. Epílogo escrito por su hijo Diego Por donde imagino yo que estos y otros motivos animaron a mi padre a emprender el escribir la de esta memorable Villa, donde se hace al lector plato de mil sazonadas materias por lo mucho que en ella ha sucedido y de presente se experimenta, aunque como confiesa en el prólogo de la Primera parte no se hallaba con los talentos ricos de los estudios necesarios al hombre, pues al idiota lo trasmuta en capaz para emprender cualquiera obra donde pueda lucir el humano discurso. Y habiendo escrito desde el año 1545 de la admirable invención de su poderoso cerro hasta el año 1720, que finalizó la Primera parte, y comenzando la Segunda desde el año 1721 la prosiguió hasta el de 1735, y el consecutivo de 1736 a fines de enero cortó la Parca el estambre de su vida, con igual sentimiento de sus compatriotas de ver que sus obras no las hubiese dado a la estampa y juntamente habiendo cada día más qué escribir de esta famosa Villa. No porque careciese de famosos sujetos que con bien cortadas plumas consiguieran eterna fama, pero habiendo quedado en mi poder todos sus escritos, animado por una parte de mi natural dado a leer historia y por otra parte con deseo de servir en algo a mi patria, emprendí la prosecución de la Segunda parte porque no quedase sepultado en el olvido lo que había y sucedía conforme el tiempo, y aunque el hallarme insuficiente acobardó mi aliento me animó el ver que para escribir historias no le hace al caso carecer de pulida retórica, y que es mejor el estilo llano y humilde para que con atención se vea la claridad de la narración, que la alteza de un decir sólo es bueno para escribir oraciones oratorias donde el estilo debe ser alto y recóndito, y en esto distingue Plinio, el más mozo, la oratoria de historia. Aunque las obras de mi padre pudieron haberse dado a la imprenta, lo omitió por varios motivos, siendo el uno y el más principal los muchos contrarios que tenía y eran los no

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ignorantes de que ella estaban escritas las obras que ejecutaban, por cuya causa deseaban muchos haber en su poder la Historia para sepultarla donde jamás contase sus obras perversas, y así siempre deseó servir con ella al rey nuestro señor que Dios guarda por sí o por mano de algún benigno Eneas. Y aunque don Pedro Prieto Laso de la Vega (corregidor en actual que esto se escribe en esta Villa) la primera vez que estuvo en ella, donde administró la vara de alcalde ordinario, al volver a España pretendió llevarla, mi padre le rehusó temiendo no se perdiese, por lo arriba dicho o por otro contraste marino, no quedando un tanto de ella en su poder. Después un francés capitán de una armada, cuando por Arica tenían el comercio, quiso llevarla a París para ofrecerla a su rey dando a mi padre una gruesa talla, pero no lo admitió por no ser el darla al señor natural, y hoy espero se ha de ver a sus reales pies por mano de algún desinteresado Mecenas, sujetándome en todo a la corrección de nuestra santa madre iglesia. -107- Reflexiones seleccionadas de la Historia La Historia La historia (como dicen los que mejor sintieron de ella) es luz de la verdad, maestra de la vida, vida de la memoria, recuerdo de la antigüedad, archivo de los tiempos, espejo de la prudencia; y ninguna cosa de éstas puede ser perfectamente no refiriendo los casos lamentables, porque en estos resplandece la divina justicia para temerla como en los felices la misericordia para alabarla; éstos nos animan a imitar lo bueno, aquéllos nos enseñan a huir lo malo, que es el fin de la historia. * Siempre fue gustosa a los sentidos la variedad de las cosas. En la historia se experimenta esta verdad con más continuación, pues si se tratan de una sola materia muy pocos fueran los que no dejaran de disgustarse. Tengo, pues, por conveniente decir los sucesos que en esta memorable Villa de Potosí se vieron cada año conforme fueron, si unos prósperos otros adversos, prometiéndome con esta variedad no disgustar a ninguno, junto con que escribiéndose en estos capítulos hechos y cosas dignas de ser sabidas acaecidas en esta Villa, el lector puede sacar de todo provecho pues siempre la virtud es alabada y el vicio vituperado. *

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Suélese decir comúnmente que no es otra cosa la pintura sino una historia para satisfacer a los ojos y (por el contrario) que la historia es una pintura para cumplir con los oídos, y siendo así, la historia y la pintura tienen un mismo oficio para satisfacción de diversos sentidos; pero en esto se diferencia la una de la otra, que la pintura puede poner en una misma tabla allí patente muchas cosas que acontecieron juntas y ni más ni menos representarlas como acontecieron, lo cual no tiene la historia porque las cosas que se cuentan en ella necesariamente han de ir sucesivamente unas tras otras como vinieron a suceder, y si acaecieron en unos mismos días forzosamente se han de relatar primero unas y después otras a elección del historiador que las cuenta. Por esto, pues, si alguno fuere tan curioso que reparare en si unos casos sucedieron antes o después que los otros de los que refiero, le pido que no sea tan prolijo ni se apure en si entro o salgo bien o mal de uno a otro, pues siendo varios en un mismo día, mes o año, forzosamente se han de contar unos tras otros conforme sucedieron sin andar con introducciones ni rodeos. * Y aunque así ofrezco la Historia de Potosí, juzgo por imposible librarla de malas lenguas, pues cada uno tiene licencia de poner sus faltas, y será lo peor y más sensible en aquello que estará más libre de merecerlo. Pero si las obras de San Jerónimo no se libraron de Rufino; las de Homero, de Zoilo; las de Horacio, de un Nebio; ni de Pierio las de Virgilio, siendo todas tan insignes, ¿cómo se podrán librar las mías si también les han de dar motivo sus faltas? Es verdad que la historia tiene poca necesidad de recomendación, pues nadie ignora que la prudencia, hija del uso y de la memoria, es quien enseña con facilidad esta tan importante virtud, y por esto con justa razón la llaman maestra de la vida y dan otros renombres bien acomodados que me alargara mucho en referirlos. Por lo cual en esto y en excusar mi libro de las faltas que le acompañan, pienso que es excusado detener al lector, pues ni lo primero es necesario ni posible lo segundo. No obstante, prudente y amado lector, si tal cual está mi obra (con pocos o muchos defectos como te la presento) alcanzaré tu aprobación, conoceré tu nobleza, tendré por feliz el trabajo, por lograda la fatiga y rendiré las gracias a Dios, porque como dijo Santiago: «toda dádiva buena y todo don perfecto, es por disposición divina que baja por influjo del padre de las luces». * Confieso que pocas veces corren parejas las obras con los deseos. El mío ha sido de acertar, que como dijo Propercio «siempre quise estar solícito en cosas grandes». Y así como es puesto en razón que se reciba la voluntad, yo te ofrezco la mía y te suplico te acuerdes de aquel sentencioso dicho del profeta Isaías en el capítulo 57: «Ay de los que aprobáis lo malo por bueno y lo bueno por malo, -108- dando vuestro parecer no conforme a la razón sino guiados de la pasión que os ciega». Y concluyo con decir que si nada de todo lo dicho bastare e indiscretamente quisiera la prudencia calumniar mis escritos (que no será nuevo, pues siempre se experimenta que se tiene por sabio y discreto quien no censura trabajos ajenos, pareciéndole disminuye su crédito si así no lo hace: cuya lengua comparó el filósofo Pitaco al hierro de lanza, diferenciándose en herir uno la carne, otro traspasar el corazón, advirtiendo Teofrasto se debe fiar más de caballo desenfrenado que de lengua descompuesta), desde este punto para cuando así lo hicieren hago el ánimo a la paciencia pues no puedo hacer otra cosa. Demás que escribiendo libre de toda pasión y con verdad

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sencilla tanta variedad de sucesos y casos ejemplares, no tendrá razón ni parte la malicia para reprobar esta obra; adelantando más la advertencia al benigno lector y suponiendo que aunque mi corto caudal no la emprendiera, otros (como ya queda dicho) extraños de ella (movidos de sus méritos) la han engrandecido y pueden engrandecer en adelante, precediendo en todo sus plumas a la mía. * Perdonárame el que se estrecha a leyes de general y larga historia si me dilato algo en decir las comarcas y singularidades de mi patria: legítima disculpa, si bien en todo este libro hago el oficio de historiador de ella escribiendo los sucesos prósperos y adversos, grandezas y menoscabos, que el singularizarme más cuando con algún elogio la engrandezco es obligación de la naturaleza más que amor de crianza, y cayera en la ignominia de maldito, que dijo Eurípides: «Si no fueras pésimo, no alabaras la religión en que vives menospreciando la ciudad en que naces». «Y a mi juicio» (añade Eurípides) «mucho yerra el que se olvida de todas las comarcas de su tierra y patria, y alaba a la ajena, gozoso de singularizar extranjeras costumbres». Diré lo que dice el mismo Eurípides en otro libro: «Tú, pero, oh tierra mía, oh patria de mis padres, vale estéis enhorabuena, que al varón prudente, aunque la patria lo trate como a extraño, no hay cosa más suave que acordarse que lo ha engendrado»; y por esto no dejaré de obrar según el consejo de Teógenes, poeta megarense, que dijo: «Alabaré mi patria ciudad hermosa y país lustroso, ni dejando de referir lo excelente, ni dejando de vituperar lo malo». * Entre otras excelentes propiedades que la historia tiene, dos son las que más la acompañan: verdad y deleite. La verdad es como fundamento donde se fabrica toda la narración de la historia; el deleite es el sainete en la misma variedad de los sucesos, que deja sabroso el gusto del que lee y más cuando siguen el hilo de la historia, que algunas veces la diferencia y mezcla de tal y tal caso no se puede excusar ni tampoco deja de leerse con gusto. * Los autores en sus escritos engrandecen mucho todo género de historias porque siendo (como son) verdaderas y escritas por tan excelentes plumas, digo que apacientan a los doctos, adelgazan a los groseros, enseñan a los mancebos, recrean a los viejos, animan a los humildes, sustentan a los buenos, castigan a los malos, resucitan a las conciencias muertas, y a todos da fruto su lección, y aunque ésta mía no dé tan abundantes frutos, a lo menos (si quisieran algunos tomarlos) no les faltará si bien lo consideran y advierten, y cuando no quieran tomarlos paréceme que siquiera un loable divertimiento del tiempo no puede dejar de conseguirse. Es la perfecta historia testigo de los tiempos, y para satisfacer a las obligaciones en que la ponen oficios tan altos, no debe perdonar a disgresiones importantes, y más cuando divierten poco del primer intento y tuvieron dependencia de él, y así me parece que no se me llevará muy a mal este particular y más cuando en ello no hay mucha dilación. *

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Entre los muchos títulos que con justa razón tiene la historia es uno y el más principal el ser maestra de la vida humana, por lo cual no sólo se debe enseñar lo que se ha de obrar sino lo que se ha de huir. Para lo primero suelen servir los hechos y vidas de los hombres heroicos en virtud, y de lo segundo nos suelen ser ejemplos los que no han sido tales. * El grande deseo que en muchos de mis compatriotas y de otros hombres de varias provincias del orbe avecindados en esta Imperial Villa de Potosí (doctos unos, y otros que no lo son) he conocido de ver escrita la historia de esta famosa cuanto memorable Villa, me le pudo adelantar en mí, que también estaba con el mismo deseo, para emplear mi talento (bien que pobre) en un asunto que le había menester muy rico, satisfaciendo en parte a tantos loables deseos. Pienso, pues, que sólo mi voluntad se puede agradecer, porque si bien el trabajo no ha sido pequeño, la obra (como mía) no puede ser grande. No es menos el motivo que por su parte me ha dado el famoso Cerro Potosí para escribir esta historia, pues, está claro que si él no se representara tan poderoso con su incomparable riqueza, no había para qué cortar la pluma y correr con felicidad líneas que me acarrearon desvelos. * Pues entre los más atractivos afectos de los humanos es cosa experimentada ser grande sin comparación éste de la patria, loable su cariñoso amor con impulso entrañable, justamente -109- encarecido de natural e intenso. Así Valerio Máximo lo iguala al de los dioses y le hace mayor que el de padres y hermanos. San Agustín le pone en segundo lugar, y muchos la prefieren a su propia vida: entre los cuales se cuentan Curcio, Escévola, Marco Bruto, Cayo Mario (romanos los cuatro), Codro, rey ateniense; Menelao, tebano; Ancuro, hijo del Frigio Midas; los filenos cartagineses, y la madre de Cleómenes. Sólo Sócrates refiere Plutarco no quería llamarse griego sino ciudadano del universo. Con estos motivos y autoridad de Aristóteles, afirmando ser el lugar natural conservativo de lo que él se cría, por donde ama cada uno tanto la patria como su perfección, ofrezco yo a la mía, discreto lector, este pequeño cuanto afectuoso servicio, publicando y proponiendo al teatro del mundo con limpia y cándida intención un trabajo de mayor voluntad que merecimiento, con que me parece cumplir en algo con la obligación de hijo suyo, manifestando general y particularmente sus grandezas y riquezas con los memorables sucesos que en ella se han visto, aunque para hacer ostentación y alarde de todo pedían mejores y más elocuentes plumas que la mía. * Verdad es que son muchas las que con alto vuelo han proporcionado particularidades de esta materia con el caudal de sus grandes talentos; pero no se debe extrañar que salga a luz esta mi general historia. Utilidad tendrá mi trabajo siquiera para que, guisado de diferente suerte, despierte y avive el apetito de saber más largamente lo que ella contiene. Cuanto y más que por mucho que se escriba siempre hay más que escribir; ni es justo que haya límite ni tasa en eso, sino muy provechoso que se escriban muchos tratados, por ser los gustos de

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los hombres tan varios que han menester mucha variedad de doctrina, porque unos gustan de una y otros de otra. * Bien conozco la cortedad con que declaro la mía, mas no por eso dejaré de llevar adelante mi designio. El cual es (como llevo dicho) sacar a luz el compendio historial de la Villa Imperial de Potosí, sus incomparables riquezas, sus guerras civiles y casos memorables, recogiendo algunos granos después de tantas cosechas escondidos al sordo riesgo del olvido, que los escritores son como los que siegan o vendimian, que aunque llevan la mayor parte, no todo; siempre (conforme a la ley) queda la espiga o el racimillo para el pobre que viene a espigar o a la rebusca. No soy yo de los segadores de hoz; como Ruth andaré cogiendo las espigas que se les quedaron, que como las quiero para mi pobre caudal, confío en Dios Nuestro Señor saldrá mi medida colmada. * Callar tal vez el historiador (dijo una docta pluma) alguna cosa que con la serie de los sucesos no tiene conexión o es de poca consecuencia, no sé si sería conveniente; pero desfigurar los sucesos por sólo mostrarse respetuoso al poderoso nunca puede ser lícito, pues con perjuicio de la verdad enflaquece la fe de la historia. Porque ¿Quién le tendrá por verídico en lo lustroso si le descubre menos fiel en lo poco favorable? Y pues refiriendo yo circunstancias precisas no les quito nada de sus intereses (que les fuera muy sensible), déjenme referir sus rigores y codicias, pues no me dan motivo para decir virtudes. * Yo vuelvo a advertir que sé ni puedo escribir panegíricos sino historia, y que la verdad sola sin otra mezcla ha de gobernar la pluma del historiador. * No es menos trabajo a las veces, para quien ha de escribir historia, no hallar qué decir que sobrar materias y diversidad de negocios que comparar, si bien esto último es mejor que no la falta, porque es fatiga grande haber poco que escribir y hallarlo confuso. * Y aunque tengo entendido que los lectores siempre quisieran que les contasen grandes batallas, extraños acaecimientos, notables hechos y mudanzas, pero también entiendo que las historias de los príncipes y ministros pacíficos, y de tiempos felices y sin guerras y desastres, no son tan agradables para muchos como las que cuentan muertes, guerras, batallas, caídas de estados, mudanzas de reinos, victorias muy señaladas, bullicios, bandos, alborotos y finalmente grandes acaecimientos de bien o de mal, tanto que los libros de mentiras y fabulosos son leídos y agradan comúnmente, porque matan muchísimos hombres y combaten ciudades y fingen cosas casi imposibles. Por lo cual (conformándome yo con el parecer de muchos discretos) he determinado de tener cuidado también de agradar

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como de aprovechar al lector cuando puedo, contando algunas de estas grandes cosas de armas que tanto ha habido de ellas en esta memorable Villa, y no callando asimismo los ejemplos de paz y buenas costumbres de los pacíficos y mansos jueces, y condenando los vicios y pecados con condenar y abominar los que los usaron y cometieron. Porque para esto principalmente se escriben y se han de leer las historias, para que leyendo los vicios y pecados los huyan, y las virtudes imiten, y de los casos y acaecimientos tomen aviso los lectores, y reglas para la vida, y se hagan experimentados y sabios para otros semejantes. -110- * El sabio filósofo Sócrates instruyendo a un príncipe y señor perfecto le aconseja que huya de aduladores y lisonjeros como ponzoña pública que destruye todo género de virtudes y hace peligrar a las personas perfectas. La misma instrucción se puede aplicar a cualquier juez y cabeza, y del mismo modo podía decir este filósofo instruyendo un historiador perfecto, pues de las lisonjas en sus escritos se seguirían daños mayores y tantos más perjudiciales cuanto va a decir que el aire se lleva las palabras y lo escrito se queda escrito. Por esto, pues, sin exagerar en pro ni en contra cosa alguna con puntualidad en esta historia lo que otros dicen llana y sencillamente, y no se me tengan a mal el decir la verdad tocante a las cabezas y jueces porque es muy preciso, y si así no ha de ser no había para que escribirla; y si en alguna manera me descuidara en alguna lisonja, temiera que algunos de mis amigos (los viejos, digo, que saben muy bien lo que pasó en aquellos tiempos) hicieran de mí la burla que los de Aristipo filósofo hicieron de él cuando habiendo pedido para un grande amigo suyo cierta merced a aquel tirano famoso Dionisio el mayor, no queriendo concedérsela por más razones y argumentos que trajo para moverle se hincó de rodillas y le besó los pies, con lo cual al punto otorgó y concedió cuanto se le pedía. Estaban a la mira los amigos de Aristipo y de él hicieron mofa y burla por haberle visto hacer una tan grande lisonja, a los cuales el filósofo satisfizo diciendo: «¿Pues ahora ignoráis que Dionisio tiene los oídos en las rodillas y la voluntad en los pies?» * Más cierto es en las cosas humanas lo que se ve que lo se oye, y mejor testigo el que escribe en la patria que el que asiste en Europa. Peso de Ocho Reales acuñado en Potosí en 1684, bajo el reinado de Carlos II. Descripción: Leyenda: Potosí año 1684 El Perú. Columnas de Hércules coronadas sobre olas. Primera línea: P por Perú/. 8 (reales)/ VR iniciales del ensayador. Franja central: Plu/sul/tra. Tercera línea: VR/ 84/ P por Perú. -111- Peso de Ocho Reales. Leyenda: «Philippus IIII D. G. Hispaniarun». Escudo de Castilla y León. Año: 1650. Peso: 27 gramos. Fino: 11 dineros, cuatro granos (930 mm).

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* El Cerro Rico El famoso, siempre máximo, riquísimo e inacabable Cerro de Potosí; singular obra del poder de Dios; único milagro de la naturaleza; perfecta y permanente maravilla del mundo; de los mortales, emperador de los montes, rey de los cerros, príncipes de todos los minerales; señor de 5.000 indios (que le sacan las entrañas); clarín que resuena en todo el orbe; ejército pagado contra los enemigos de la fe; muralla que impide sus designios; castillo y formidable pieza cuyas preciosas balas los destruye; atractivo de los hombres; imán de sus voluntades; basa de todos los tesoros; adorno de los sagrados templos; moneda con que se compra el cielo; monstruo de riqueza; cuerpo de tierra y alma de plata (que con más de 1.500 bocas que tiene llama a los humanos para darles sus tesoros, siendo otros ojos para ver sus necesidades, y tanta su liberalidad que les da el corazón por esos ojos); a quien las cuatro partes del mundo conocen por la experiencia de sus efectos, sus católicos monarcas lo poseen (¡qué mayor grandeza!), los demás reyes lo envidian, las naciones todas lo engrandecen, aclaman poderoso, aprueban excelente, ensalzan portentoso, subliman sin igual, celebran admirable y elogian perfectísimo; a quien procuran fogosos su acendrada plata, cortan el viento por adquirirla, surcan el mar por hallarla y trastornan la tierra por tenerla; a quien corren los pinceles y pintan en figuras y hieroglíficos de un venerable viejo con cana y luenga barba, sentado en el centro de su bien formada máquina, adornado de preciosos vestidos de plata, ceñidas sus sienes de imperial corona rodeada de triunfador laurel, cetro en la diestra mano, en la siniestra una barra de plata ofreciéndola a los pies de las reales armas que a su lado tiene, debajo de los cofres de riquezas, piñas de su precioso metal, barras y moneda, esparciéndolo con sus plantas. Pintan a la Villa en figura de hermosísima y grave doncella, sentada a la falda del Cerro, con riquísimos vestidos, adornando sus sienes imperial diadema, cetro en la diestra mano puesta sobre el mundo, y con la siniestra tomando barras del rico Cerro unas en pos de otras para ofrecérselas. * ¿Qué pluma, qué imaginación, qué entendimiento, qué sutileza podrá explicar cumplidamente la gran riqueza que se ha sacado y se saca hoy del Cerro de Potosí; la maquina de millones de plata que ha dado de quintos a sus católicos monarcas; las grandezas de sus nombrada Villa; la caridad y liberalidad de sus moradores; la fe y veneración que tienen al culto divino; y asimismo los piadosos castigos (pues siempre lo son) de la mano de Dios que ha experimentado por sus culpas, ocasionados, si más de la riqueza de sus habitadores y sobra de corporales bienes, también efectos del dominio riguroso de sus estrellas a que el libre albedrío pudieran oponerse? *

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En las espantosas cuanto ricas entrañas de este admirable monte resuenan ecos de los golpes de las barretas, que con las voces de unos, gemidos de otros, gritos de los mandantes españoles, confusión y trabajo intolerable de unos y otros, y espantoso estruendo de los tiros de pólvora, semeja tanto ruido al horrible rumor de los infiernos: noviciado parece de aquel centro formidable. Innumerables son los que han perecido en sus entrañas: cada paso que dan en una de sus minas llegan a los umbrales de la muerte, sirviéndoles a cada uno de vela para morir aquella que traen en la mano para poder andar. Unas veces se les apaga la luz y allí perecen; otras se los traga la misma tierra donde pisan, porque ignorantes de los huecos que debajo pasan, se abren y los sepultan; otras se hallan enterrados de los sueltos que sobre ellos caen; otras se caen en aquellos pozos y lagunas de mucha profundidad que hay allí dentro y se ahogan. Veréislos unas veces trepar por las sogas cargados del metal, sudando y trasudando, otras veces los veréis descender por unos palos muy delgados 200, 300 y más estados; y a veces los veréis, por desmandárseles un pie, bajar por esa escala hasta llegar a la muerte. También los veréis algunas veces asemejarse a las bestias caminando en cuatro pies con la carga a las espaldas, y otras arrastrándose como gusanos. * Y tú, oh gran Cerro, decían a este Potosí, rey de los cerros y montes, envidia de los reyes del orbe, y aunque soberbio por tu altivez y grandeza, sólo eres, pero pareces divino pues mantienes con tu riqueza todo el mundo. Regocíjate, admirable Cerro, imán de las voluntades, breve resumen de las grandezas de Dios, cuerpo de tierra y alma de plata, por la dicha que has tenido de merecer por tu rey un Felipe. Mucho has dado, pero mucho más tienes que dar: comience tu magnanimidad a dar ricos metales en albricias del invicto monarca que has merecido. * ¡Oh prodigioso Cerro, causa de tan buenos y malos efectos, causa de tanta desventura para los miserables indios que por sacar de sus entrañas las riquezas los españoles experimentan estos naturales tanta calamidad, y lo peor es tanto rigor! Díganme los dueños, minadores y mayordomos, respóndanme los señores desvanecidos: ¿quién los desigualó tanto? ¿El cuerpo? No puede ser, que también es carne y hueso como el suyo. ¿El padre? No, que en la tierra todos tenemos por padre a Adán, y a Dios los unos y los otros le decimos: «Padre nuestro que estás en los cielos». ¿El alma? No, que ambas son espirituales, eternas y redimidas por Cristo. ¿La virtud y el recogimiento? No, que lo ordinario es ser tan perdido el señor como el criado, que amo perezoso y vicioso nunca pudo hacer -112- criado diligente y virtuoso, y casi siempre es mejor y más temeroso de Dios el pobre indio que le sirve que no el dueño a quien obedece. * Finalmente, hombres ha habido que habiendo entrado sólo por curiosidad a ver aquel horrible laberinto han salido robado el color y (dando diente con diente) ni pronunciar una

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palabra han podido (efectos del horror que acababan de experimentar), y sosegados, no han sabido cómo ponderarlo ni referir los asombros que hay dentro, pues en partes por más que se levante la vista a ver el tope no lo alcanzan, y si miran abajo no llegan a ver el fin; en un lado, encuentran un horror, en otro un asombro, y todo es confusión cuanto se ve allí dentro (por mano de hombres que ha formado la codicia de sacar plata). Fuente y escalera de la Casa de los Oficiales Reales. Dibujo de 1940. Entre las naciones del mundo pocas ha habido que no hayan hecho estimación del oro y la plata, y de lo que la estiman y guarda hay muchas. Verdad es que su codicia no llegó a tanto como la de algunos españoles, que sin ser idólatras idolatraron el oro y la plata de estos indianos reinos de tal modo que como malos cristianos han hecho por el oro y la plata excesos tan grandes, así la riqueza del Cerro de Potosí a muchos ha llevado a su perdición por el mal uso de ellas. -113- Anónimo. Siglo XVIII. Virgen del Cerro. Museo de La Moneda, Potosí. * -114- Potosí La muy celebrada, siempre ínclita, augusta, magnánima, noble y rica Villa de Potosí; orbe abreviado; honor y gloria de las Américas; centro del Perú; emperatriz de las villas y lugares de este Nuevo Mundo; reina de su poderosa provincia; princesa de las indianas poblaciones; señora de los tesoros y caudales; benigna y piadosa madre de ajenos hijos; columna de la caridad; espejo de liberalidad; desempeño de sus católicos monarcas; protectora de pobres; depósito de milagrosos santuarios; ejemplo de veneración al culto divino; a quien los reyes y naciones apellidan ilustre, pregonan opulenta, admiran valiente, confiesan invicta, aplauden soberana, realzan cariñosa y publican leal; a quien todos desean por refugio, solicitan por provecho, anhelan por gozarla y la gozan por descanso. * No parecía esta desdichada Villa habitación de cristianos sino bárbaros crueles, un territorio de confusiones y una junta de enemistades, pues continuándose éstas entre casi todas las naciones que la habitaban, no pasaba día sin que sus nobles matronas y sus honestas doncellas enjuagasen los raudales de sus ojos llorando, o ya las muertes, heridas y

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pendencias, o ya las ausencias, destrucción de hacienda, embargos de la justicia de sus padres, maridos, hijos, hermanos, y lo que más para sentir era ver el femenil sexo tan de veras imitando a la crueldad y rigor de los hombres, pues también se mataban y herían unas a otras, o a veces mostraban tener valor como los mismos hombres. * Gime y llora, Potosí, tan grave mal como has experimentado. Éstas son, han sido y serán las glorias de vuestro afamado Cerro y de vuestra memorable Villa. Lo que más pesa y lo que más ha lucido en ti han sido y son las riquezas. ¿Y qué cosa son las riquezas sino un trabajo para antes, un cuidado para luego y sentimiento para después? ¿Qué más son? Un atractivo de vicios, una ocasión de envidias, un tropiezo de disgustos, y lo que más es un camino que te lleva al infierno si no usares bien de ellas. * Y aunque es verdad que en ocasiones se ha mostrado esta Imperial Villa tan horriblemente cruel con sus enemigos, ha sido motivada y forzada de tantas sinrazones como se verán en el discurso de esta Historia, movida de su nobleza y honra que siempre ha estimado, ocasionada también de la suma riqueza que siempre ha gozado, que es difícil mantener la paz donde abunda la plata, que si es tan apetecida de los hombres es también causa de su ruina. Asimismo sus guerras, odios, pendencias y disensiones, es propio influjo de sus estrellas, a que con el valor del libre albedrío pudieran oponerse sus habitadores, finalmente, como dicen muchos autores y la experiencia y fama lo publica, no ha tenido ni tiene el orbe villa ni ciudad de tanta grandeza, riqueza y liberalidad como ésta de Potosí, ni que tan incomparable suma de millones haya dado a sus reyes otra ninguna como ella, por lo cual se debe glorificar de ser única en el mundo. * Pocas veces quien está en la cumbre de las dichas mira a los profundos bajíos, donde por asentar mal el pie suele caer quien es poco dichoso. ¡Desdichado de ti, Potosí, que cuando más encumbrado te hallabas en tus prosperidades, entonces, por no mirar la bajeza a que te habían puesto tus pecados, caíste miserablemente, que las grandezas se ven abatidas cuando la soberbia las ocupa, porque toda potestad es Dios! * No hay prosperidad que no sea principio y aun el medio de un fin, de una adversidad y de una ruina. Mejor fuera en ocasiones no experimentar sobras y grandezas de temporales bienes, si por fin han de parar en miserables bajezas y lamentable falta de ellos, para mayor confusión y sentimientos de que a la posesión de riquezas, pompas y aplausos se les sigas pobrezas, miserias y desprecios. ¡Oh, cuánto de esto experimenta hoy la siempre augusta Villa Imperial de Potosí! ¡Oh, y con cuántas ponderaciones lo significan sus ancianos y pobres hijos, aquellos que gozaron de mucha prosperidad y hoy no alcanzan para sus sustentos! ¡Oh, cuánta grandeza mantuvo esta Villa en los pasados tiempos, y cuánta desdicha posee al presente!

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* Es la paz bien tan grande que aun esperado basta para hacer amigos fidelísimos de los enemigos más declarados. Si quieren Dios, tengan paz entre sí que sólo ella es la corte donde el soberano rey del cielo reside, la casa y palacio donde mora la paz estará con vosotros. Pero en esta Imperial Villa jamás la ha habido (como se ve por esta historia) y es para horrorizarse advertir que el supremo Señor de la paz puede desampararla totalmente. * Los convites los inventó la amistad, o para empezarse o para rehacerse. En ellos el cariño o se engendra o se aliña. En un banquete llama la amistad a la naturaleza humana a recrearla y entretenerla, pero en los de esta villa no llama sino a gravísimas -115- ofensas de Dios, causadas de la embriaguez introducida por el demonio para tanta lascivia. Lo menos a que convida es al gusto de los manjares; éste no sirve sino de señuelo. Lo grande a que convoca es al dulcísimo sabor que hallan los hombres en el consuelo de los amigos; pero aquí, ¡Oh qué lástima!, lo hallan en las amigas, y nada tiene remedio; aquí van a divertirse no los unos a los otros sino los unos a las otras. El alterno decir y el alterno escuchar hace en todos un deleite continuado; las obras cada uno podrá decir sus efectos, que yo digo que todo es infierno. * El cielo gobierna la tierra y dicen que hay un monte que tiene en los hombros al cielo. La verdad de esto no está en este monte sino en los grandes senados. El rey es el que lo hace todo, pero ellos tienen en los hombros al rey, a que también podemos añadir que un monte de plata como el de Potosí, si no tiene en sus hombros al cielo tiene en ellos a toda la tierra, y así merece esta ilustre Villa y su cabildo toda estimación. * Muy gran vergüenza han de tener de corregir a otro los que ven que hay mucho que corregir en sí mismos, porque el hombre que es tuerto no toma por adalid al ciego. Andense todos a robar, a matar, a saltear y a hacer otras insolencias, pues vemos en el mundo y en particular en esta Villa que todo está ya tan corrupto y casi de Dios tan desamparado que cada uno toma lo que puede y mata a quien quiere, deshonra a quien se le antoja y a todos perjudica. Y lo que es peor de todo que tantos y tan grandes males ni los que gobiernan los quieren remediar ni los agraviados de ellos se osan quejar. Son hoy tan inexorables las supremas cabezas y tienen tan amedrentados a los míseros pobres, que éstos tienen por menos mal sufrir en sus casas las tribulaciones que poner delante de ellas algunas querellas, y así a los jueces también los disculpo pues lo más poderoso deshace lo que ellos hacen en bien de una república. *

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Dime, famosa Villa de Potosí, ¿qué se ha hecho tu antigua grandeza, riqueza y pasatiempos tan gustosos? ¿Qué se han hecho tus lucidas fiestas, juegos de caña, justas, torneos, sortijas, máscaras, comedias, saraos y premios de tanto valor? ¿Dónde están las invenciones, letras y cifras con que entraban a las plazas de regocijo tus famosos mineros? ¿Qué se ha hecho el valor de tus criollos, su gallardía, caballos, jaeces y galas tan costosas con que se hallaban en las fiestas? ¿Qué se han hecho los bríos y destrezas en rejonear y derribar los bravos toros, y asimismo qué se han hecho los ricos trajes de tus varones, cintillas de oro y piedras de inestimable valor de sus sombreros y cadenas preciosas de sus pechos? ¿Qué se han hecho las costosas galas de sus matronas, doncellas y damas, que cada una se ponía 12, 15 y 20.000 pesos en galas y joyas, pues sólo las perlas y bordados de sus chapines pasaban de 600 o 1.000 pesos su valor? Y si así adornaban sus pies, ¿qué diré de sus gargantas, cabezas, pechos y manos, que éstas [se cubrían] de hermosos lazos de perlas y sus cabezas y pechos de joyas y piedras preciosas? ¿Qué se han hecho los trajes riquísimos de las mestizas, aquellas ojotas de sus pies, cuyos ceñidores eran cordones de seda y oro, embutidas perlas y rubíes, sayas y jubones bordados en tela fina de plata, prendedores y cadenas de oro y otras ricas galas de que ordinariamente estaban arreadas? ¿Qué se han hecho también los trajes a su usanza de las mujeres indias, aquellas famosas con que cubrían sus cabezas, tejidos vestuarios de claros y varios colores y sembradas ricas perlas y piedras? ¿Y qué se han hecho las camisetas de los indios de brocados, telas, rasos y felpas, los llantos de sus cabezas apreciados en ocho o 10.00 pesos por las muchas perlas, diamantes, esmeraldas y rubíes que en ellas había? ¿Qué se han hecho sus fiestas a su modo, y aquel regocijo con que en ellas entraban a las plazas? ¿Qué se han hecho, oh ilustre Villa, aquellas barras de plata que con ostentación admirable cubrían el suelo de los altares, todo el espacio de la Casa de Moneda y cajas reales el día de Corpus, y las piñas que servían de candeleros? ¡Qué se han hecho aquellos poderosos dotes, unos de millones u otros de centenares y millares de pesos que llevaban en matrimonio las nobles doncellas? ¡Qué se ha hecho toda esta grandeza y otra mucho mayor que no digo? Todo se ha acabado, todo es pena y fatiga, todo llanto y suspiros. Por cierto fue ésta una de las notables caídas que han acontecido por las poblaciones del mundo: ver tanta vanidad, tan incomparable riqueza vuelta en polvo y en nada. Ejemplo cierto bien notable, así para que los pobres y afligidos se consuelen y sufran con paciencia las adversidades como para los muy ricos y poderosos que no se fíen del mundo que a las veces suele halagar con el rostro y herir como escorpión con la cola, y levantar a los hombres en alto para dejarlos después caer con mayor estruendo. * No permitía Roma, con ser cabeza del mundo, que se llevase su oro a las provincias sujetas, y de España le sacan aun las enemigas. Así lo dice Cicerón orando por Flaco: ¿y qué podremos decir sin ser Cicerón por esta Villa y reino? Encarecían delante del rey Enrique IV de Francia la riqueza de España, y él dijo: «Su abundancia se convierte en necesidad, pues afanan el dinero y nos lo dan a nosotros, que somos ya sus acreedores, pues con las más viles mercancías y baratijas de nuestro reino les sacamos cada año 4.000.000 de oro». Y ¿cuánto diremos que en cada un año le ha sacado Francia a Potosí en estos 22, que incesantemente han traído millones de drogas y géneros los más adulterados? Pero si -

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116- los españoles los regalan con los marcos de fina plata sin labrar, hacen muy bien [los franceses] de reírse cuando vuelven sus navíos lastrados de oro, piñas y moneda. (1726) * Es la paz bien tan grande que aun esperado basta para hacer amigos fidelísimos de los enemigos más declarados. Si quieren tener las repúblicas cristianas, cabezas y estados consigo a Dios, tengan paz entre sí que sólo ella es la corte donde el soberano rey del cielo reside, la casa y palacio donde mora de asiento y se aposenta. Tened paz, dice el apóstol, y luego el Dios de la paz estará con vosotros. Pero en esta Imperial Villa jamás la ha habido (como se ve por esta Historia) y es para horrorizarse advertir que el supremo Señor de la paz puede desampararla totalmente. * Es notable por cierto ver cuántas incomodidades como tiene esta Imperial Villa las allana la riqueza de su Cerro... hácele frío estar su sitio y rico Cerro tan levantado y empinado y ser todo bañado de vientos tan fríos y destemplados especialmente el que aquí llaman tomahavi, que es impetuoso y frigidísimo y reina por mayo, junio, julio y agosto. Su habitación es fría, seca y muy desabrida y del todo estéril, que no se da ni produce fruto, ni grano, ni yerba, y así naturalmente es inhabitable por el mal temple del cielo y por la grande esterilidad de la tierra, aunque los otros ocho meses son benignísimos a la naturaleza. * Se experimentó (una calamidad) aun de mayor calidad, la cual fue un total perdimiento de temor a la justicia divina y humana que se vio en todo su vigor este año de 1708) en más bandadas de vagamundos, fieros homicidas y ladrones que no dejaban vivir a los vecinos y demás habitadores de esta Villa, pues por más que velaban las noches ninguna faltó sin experimentar (particularmente los pobres) el no dejarles estos ladrones ni aun cama en que dormir, pues llegó a tanta la desvergüenza que rompiendo más veces las tapias y otras puertas y techumbres entraban y atando a los dueños de pies y manos añadiendo amenazas de muerte si levantaban la voz les llevaban cuanto tenían, ocasionando estas maldades la falta de vigilancia y rectitud en los jueces pues aunque les entregaban a diligencia propia los pobres robados a los ladrones luego les pedían y piden (pues ya es costumbre) información a los afligidos dueños como si el ladrón había de robar delante de testigos. Lo más notable es que con los ricos y poderosos no sigue esta costumbre sino solamente con los desvalidos y pobres. * Osténtase su grandeza así en la mitad del dilatado reino del Perú rodeándola en circuito extendidísimas provincias; al occidente tiene las mayores y más excelentes ciudades como son la de Los Reyes, Trujillo, Huamanga, Arequipa, Cuzco y La Paz, varios puertos y otras muchas villas, pueblos y lugares; al oriente los dilatados valles de Llalaca, Pilaya, fronteras y muchas provincias incógnitas de indios gentiles; al septentrión las ciudades de La Plata y

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Misque, provincia de los Charcas con otros dilatadísimos valles y regiones aún no pisadas de españoles; al mediodía las provincias de los chichas, las extendidas y abundantes del Tucumán, Paraguay, Buenos Aires y reino de Chile. * A los corregidores de Potosí les parece poco cuanto más les dan, porque ellos se tienen por dueños de todo lo ajeno. * Veranse admirables casos sucedidos en las minas de este gran Cerro de Potosí y en otros minerales del Perú por quitarse unos a otros lo que a cada uno les dio Dios; trabajos intolerables que han padecido los hombres por descubrirlos y adquirir el oro y la plata en tierras ásperas, estériles, destituidas de todo lo necesario a la vida humana, sin que en muchos de ellos haya habido ninguna cosa que comer (sino traído de muy lejos) ni otro alivio alguno, que sólo por la insaciable codicia de la plata hace que le vayan a buscar los hombres, como llevada la avaricia de su semejante, que cuanto abundan los avarientos de riquezas tanto carecen de los demás bienes, siendo así que la demasiada hacienda es un tesoro de males, un manantial de vicios, un seminario de calamidades, y todo junto una calentura frenética, que cuanto es mayor tanto mayores bascas y congojas causa, y tanto mayores disparates y locuras hace decir y hacer. -117- Maestro de Santa Mónica. Cristo ante el Sanedrín. Iglesia de Santa Mónica, Potosí. * -118- La Justicia Divina Pero oh qué gran consolación puede ser para los pobres atribulados de estos reinos pensar y tener por cierto que hay un Dios justo quien les hará justicia de los jueces injustos, porque de otra manera si los atribulados no hubiesen por cierto que de sus atrocidades no tomasen venganza, ellos mismos a sí mismos quitarían la vida, o, permitiéndolo Dios, de ovejas mansas se vuelven fieras bravas para vengar ellos sus injurias. *

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Y estemos todos en esta certidumbre, que todo libidinoso, imprudente, avariento y con otros vicios, trae consigo o muy cerca de sí el castigo de Dios, como el cuerpo anda acompañado de su sombra. * Todo estrago de los reinos y ciudades viene por los pecados de sus habitadores: si faltaren para el castigo los enemigos hombres, no faltarán hambres, pestes y rayos terribles que los destruyan, como sucedió en esta Imperial Villa. * Más que nunca la lujuria, la avaricia, la ambición y el homicidio dilatan su imperio. La usura, la injusticia, simonía disimulada con honesto traje pasan a cara descubierta; los contratos y donaciones ilícitas sin saber quién les hable una palabra. La profanidad de los trajes brota sensualidad que por no nombrarse no se reprende; han pasado a muchos hombres los de las mujeres. Tratan los particulares de sus particulares; desvanécese lo público; la mentira burla de la verdad; el cuerdo y recatado es escarnio de las gentes; el disoluto y atrevido es alabanza pública. Pues si tanta variedad de vicios se veía triunfar, ¿cómo no se había de temer la ira de Dios? * Lo que yo digo es que no hay castigo justo que no eche delante la amenaza. El cielo desenvaina la espada con ruido porque se esconda de él en la enmienda; al que se reforma no halla el golpe. Está la mayor parte de esta Villa burlándose de unas señales prodigiosas, mensajeras de otras desdichas, y piensa que aquella espada tiene los amagos perezosos, que le queda mucho tiempo para errar y ella bastante para evitar el golpe. * ¿Quiénes serán los que en medio de estos fuegos no se queman, quiénes serán éstos para alabarlos? ¿Dónde se hallarán hombres que al ídolo de Baal no doblen la rodilla? ¿Dónde se hallarán tres mancebos que no se amancillen con los manjares de la mesa del rey de Babilonia? ¿Dónde se hallarán diez justos para que no destruya Dios a Sodoma y las otras ciudades? * Grandes son las calamidades que se acarrean la peste y el hambre en esta miserable vida, pero nadie podía negar (y más los experimentados) ser mayores las que se trae la guerra; porque de tres azotes de la divina justicia con que suele castigar a los reinos y ciudades es el que trae consigo mayores penas y (lo que peor es) mayores culpas, de las cuales carece la peste: en tiempos de ésta todos procuran componerse con Dios y disponerse para la muerte, aun los que están sanos, y Dios (que es la suma bondad) es el que envía la peste sin atravesar por manos de hombres como sucede en la guerra, por lo cual David tuvo tan a dicha que padeciese peste su pueblo y no guerra, porque juzgó por mejor caer en las manos

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de Dios que en las de los hombres; también el hambre, aunque trae algunos pecados disminuye otros, porque aunque la acompañan muchos hurtos no consiente tantos faustos y vanidades, y no son tanto los géneros de vicios que permite como la guerra ocasiona. * Mas siempre quien se burló de su peligro, se halló burlado de él. En su mano en nuestra mano nada se logra, en la de Dios nada se pierde: pongámonos todos en ella temiéndole y amándole, que así iremos seguros. Pocas veces son dichosos los avisos saludables en poder de los jueces cuando se precian de crueles; no es nuevo en ellos tomar el buen advertimiento para olvidarle y mofar de él, ni poco tiempo cursado perderse por haberle olvidado. * -119- La Vida La misma vida es una lámpara de aceite, vidrio y fuego: vidrio que con un soplo se hace, fuego que con un soplo se apaga. * Pero estemos ciertos que las cosas de esta vida son una farsa y una comedia. ¿Qué más comedia y farsa puede ser que la que experimentamos cada día en las muertes de los reyes y demás príncipes? * La miseria de esta vida por la mayor parte es común según la experiencia, se advierte que por todas partes hay infelices y que al que lo es desde luego comienza a perseguirle su estrella; pero al que siempre le asiste infelicidad todo le sucede prósperamente. * Preguntando el magno Alejandro a un sabio de la India (como refiere Plutarco) cuál era más fuerte, la vida o la muerte, respondió que la vida porque sufre tantas adversidades y calamidades como la combaten. * Es muy ordinario que después de un gran contento se siguen muchos disgustos.

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* Nadie se espante de las mudanzas de la fortuna, nadie de los sucesos de esta vida. ¿Quién fía en las propiedades humanas, quién en los favores de la fortuna? ¡Qué poco hay que disponer en los humanos sucesos, y cuán sin pensar llegan las desgracias y faltan las venturas, fragilidad de nuestro mudable ser! Pero ¿qué mucho, si siendo tan débil la vida tiene tantos contrarios que la conducen a la muerte? Es flor y una fiebre la marchita; es vidrio y el acaso de una caída la quiebra; es luz y el infortunio de un naufragio la apaga; es artista y la inclemencia de un incendio la sepulta; es vapor y el aire de un pesar la aniquila; es hilo y el hierro de un puñal, de una espada, de un palo, de una piedra violentamente la corta; es sombra y el desmán de un desorden la hace nada; es nada y su misma inconstancia la hace menos; es vida, en fin, y contra ella sola se conspiran tantas muertes como caven posible contingencia en los sucesos. * Es muy de tener en la memoria que para pasar esta miserable vida con muchos peligros es lo mejor amar las gentes la medianía, porque muy mayor es una caída de los que la fortuna lleva al cuerno de la luna, que mil trabajos que padezca un pobre, y de lo uno y lo otro se escapa el discreto que sabe trabajar hasta adquirir un mediano estado y se sabe conservar en él, sin necesidad ni sobresalto de la caída que suelen dar los muy ricos y levantados, tras el rastro de los cuales anda muy de ordinario la carcomienta envidia. * Se experimenta siempre que toda esta vida y sus acciones y accidentes representan al vivo una farsa o comedia en quien los personajes que ayer hicieron reyes hoy salieron esclavos; el que hoy se ve poderoso, rico y estimado, mañana se verá en un cadalso; y en un poco tiempo los que vimos en mayores caídas y desgracias los miramos luego dichosos y contentos. * -120- La Muerte ¿Qué otra cosa es la muerte sino una trampa con que se cierra la tienda donde se venden las miserias de esta misma vida? *

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Notablemente cosa es los riesgos de nuestra humana vida, muchos son los enemigos que la cercan y varios los caminos por donde puede suceder la muerte, que son innumerables, pues una vena que se rompa en el cuerpo, una apostema que reviente en la entrañas, un humor que suba a la cabeza, un vaho de un enfermo, una pasión que ocupe el corazón, un tropezón que con fuerza dé, una teja que caiga de lo alto, un aire colado que penetre, un yerro de cuenta, una pared que caiga, un bostezo que dé la tierra y se trague a uno y otras cien mil ocasiones abren la puerta a la muerte y son ministros suyos. Por esto, pues, es bueno estar siempre en gracia de Dios, pues si no lo estamos está pendiente nuestra eterna condenación de un hilo. Nadie sabe lo que le ha de suceder el día que amanece, la hora en que se halla, y el momento en que está, porque cuando menos piensa entonces le acomete la muerte o el fatal suceso. * No puede dejar de estar enfermo quien siempre en su misma vida tiene mal de muerte. Con este mal nace, con él vive y de él muere. Quien quitase la muerte quitaría de la fábrica del mundo la piedra angular, quitaría la armonía y el orden, no dejaría otra cosa que disonancia y confusión. * Todo es morir y ninguno en esta mortal vida podrá escaparse de esta inexorable parca porque con igual pie pisa la muerte las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres. * Afligirse y desesperarse por desconfianza no hace mejor efecto que anticipar el daño que se espera, cosa por cierto indigna de un ánimo varonil en quien no sólo han de ser los trabajos tolerables mas hasta el fin acompañados de constancia y firmeza. Una mala vida produce muy cobardes extremos, porque si el morir es dulce y agradable a los buenos, por el contrario es sumamente amargo y espantoso para los malos, pues ¿quién no teme el homicidio de sí mismo cuando tanto arriesga su alma? * El temor de la muerte pone alas para guardar la vida y enseña a volar a los más pesados. * ¡Oh muerte, solamente eres horrible a aquellos con quienes se acaba su memoria, no para los que preserva después de ella la gloria de sus virtudes! *

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A los buenos es dulce el morir y muy amargo a los malos, y por esto vale más morir bien, pobre y sin cargos de restitución, que vivir mal en posesión de riquezas mal adquiridas. * Todo es morir y ninguno en esta mortal vida podrá escaparse de esta inexorable parca, ninguno podrá excusarse de gustar este amargo y terrible trago, nadie dejará de hacer esta temerosa jornada, y todos hemos de experimentar este espantoso trance de los reyes como las humildes chozas de los pobres. Por cierto que si un señor de la mayor parte del mundo (como lo es un rey de España), dueño de tanta multitud de riquezas, las había de dejar y acabar, con todo, no tenía que estimarlo en más que la nada pues en nada había de parar; y si todas las cosas temporales tienen esta mala propiedad por ser caducas y perecederas, no se les debe dar mayor estimación que a lo que no es, pues han de dejar de ser tan presto. * Matarse por no morir es ser injustamente cobarde y necio, es del entendimiento la acción más infame por ser hija de padres tan ruines como son ignorancia y miedo, dos vicios en cuyo matrimonio no se ha visto divorcio, pues ignora quién tiene miedo y quién miedo ignora. Yo no sé cómo puede llamarse valor el matarse cuando aquel que se mata no le tiene para aguardar que le maten. Entiendo que ésta es hazaña del temor, que también sabe dar heridas y ensangrentarse. * Ninguno muere de repente, si bien se advierte, de descuido y divertido sí, porque ¿cómo puede morir de repente quien desde que nace ve que va corriendo por la vida y lleva consigo la muerte? ¿Qué otra cosa se ve en el mundo sino entierros, muertos y sepulturas; qué otra cosa se oye, a qué se vuela los ojos que no sea para acuerdo de la muerte? El propio vestido que se gasta, la casa -122- que se cae, cualquier cosa que se envejece, y hasta el sueño cada día os puede acordar de la muerte retratándola en sí. Pues ¿cómo puede haber hombre ni mujer que se muera de repente en el mundo si siempre lo andan avisando tantas cosas? No pudiera decir que murieron de repente sino que murieron de incrédulos de que podían morir así, sabiendo con cuán secretos pies entra la muerte en la mayor mocedad, y que en una hora misma, en dar bien y mal, suele ser madre y madrastra. Luis de Peralta. Cristo crucificado. Iglesia de San Roque, Potosí. -121- * ¿Qué otra cosa es la sepultura sino un castillo en que nos encastillamos contra los sobresaltos de la vida y contra los vaivenes de la fortuna? Por una de dos cosas se les hace

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de mal a los hombres morir, es a saber: por el amor que tenemos a lo que dejamos o por el temor que tenemos a lo que esperamos; pues si no hay cosa en esta vida que se deba amar, y tampoco hay cosa en la muerte (si se vive bien) que con razón se deba temer, ¿por qué ninguno se teme morir? La Virgen del Rosario. Anónimo. * La muerte, contrabandista de blancos y negros. * Cual hubiera sido la vida de cada uno tal será su muerte, porque la muerte es sombra que sigue a la vida como la sombra naturalmente al cuerpo, y así para juzgar si uno murió bien véase si vivió bien. * -123- El Buen Gobierno Los pobres se pueden gobernar por señas: para los ricos, para los poderosos son menester los gritos de las leyes y preceptos reales y un brazo muy rico que las ejecute. Si no hubiera leyes, la avaricia, la venganza y la soberbia fueran dueñas del mundo, que harto de esto se ha experimentado en esta Villa de todas maneras. * Por esto es bueno que el eclesiástico sea ejemplo y espejo terso donde se mire el secular sin la empañadura de vicios. Si no miran por sí mismos algunos de aquel altísimo estado, ¿cómo no ha de permitir Dios que se atrevan los del otro a delatar sus imperfecciones? * Las aves llevan las palabras. No solamente vemos que es peligroso murmurar del príncipe, pero aun decirle la verdad con libertad suele ocasionar peligro. *

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A todas las injurias deben los mortales paciencia, a ninguna tanta como a las que les hace su rey o sus ministros poderosos, deben los hombres de cualquier estado que sean sufrir el príncipe o superior áspero y arrebatado pues Dios lo permite. * No hay fuerzas que basten a quitar todos los abusos con ejecutivo imperio; fácil suele ser templar con persuasión al pueblo, pero no el pagarle. Por evitar daños más nocivos se permiten otros menores. Es muy difícil quitar de todo punto las antiguas costumbres; con industria se han de ir moderando. Amedrentándose los ánimos si de una vez se les intima ejecución de cosas arduas; en vez de corregirse se exasperan más y hallados mejor en el desahogo de su proceder antiguo hacen empeño de irle continuando. * Estos sucesos podrán ser ejemplo para que los señores jueces no se fíen mucho en su poder y fuerzas ni se atrevan a injuriar a sus súbditos pensando que lo mal que se les antoja es lícito y que no ha de haber quien se les oponga y castigue sus insolencias, pues así es lo que dice el proverbio que mientras más uno tiene de poder tanto lo tiene menos de licencia para desmandarse a cumplir sus apetitos y pasiones. Porque cuando menos se cataren los tales hallarán otros hombres animosos que los aniquilen y quiten la vida, como infinidad de veces ha sucedido. * El pobre y el rey, dice Salomón, el monarca y el pastorcito, nacieron de una misma suerte y pasaron por unas leyes: no se esmeró más la naturaleza en la forja del príncipe que en la del plebeyo, ni se vistió de más galas para adornar al caballero que al villano, no dio más ojos ni más pies y brazos al noble que al perchero, porque los grandes y pequeños todos tenemos un principio y hemos de tener un fin. Y aun fuera bien para abatir su altivez del señor considerar aquel dicho de Macrobio que al que los sucesos hicieron siervo y esclavo le pueden con la misma facilidad levantar a ser amo, y al amo abatirlo a la bajeza y estado de siervo. * Nuestra Católica religión no estima tanto la nobleza del cuerpo cuanto la del ánima ni mira tanto la suerte y el estado de los hombres cuanto al ánima de cada uno; al señor y al esclavo, al grande y al chico, al noble y al plebeyo, juzga y mide por esta medida, porque delante de Dios no hay distinción de uno y de otro ni es exceptor de personas porque iguales los hizo la redención y la sangre de Cristo que por todos fue derramada. * A muchos sabios les pareció que atento a que dio libertad la naturaleza a los hombres nadie se la podrá quitar, pues que en ser racionales y libres se diferencian de los animales brutos,

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y así les parecía ser contra la naturaleza y contra la razón que hubiese esclavitud y no tuviesen todos su propia libertad. * Dicen bien los desengañados que la nobleza no se adquiere naciendo sino obrando: esto es si ellos entienden por nobleza las aplicaciones generosas de la virtud. * Las repúblicas se administran y gobiernan bien cuando envían ministros a los reinos distantes que procuran antes estorbar las alteraciones, bandos y robos, que castigar los que roban, los bandidos y alterados. Las más veces padecen mayores traiciones los Príncipes en el castigo de los traidores por algunos jueces, que -124- en las traiciones por los traidores. Quien estorba que no sea traidor su ministro, guarda su ministro y su reino; quien deja ser traidor, pierde su reino y su ministro. Aquellos pecados se cometen más, que más veces se suelen castigar: por eso el ahorrar castigos suele ahorrar pecados. * No hay tirano que no acabe si se juntan unos que aborrecen la que es apacible tiranía y otros que la aborrecen por la razón. Entonces el aborrecimiento es cabal, cuando se aúnan el que aborrece al tirano por no seguir con crueldad su tiranía, y el que aborrece la tiranía: aquél o aquéllos incitan, y otros ordenan; el uno es entendimiento de la inclinación del otro. * Sabía cuánto riesgo hay en empezar cosas que se aseguran si las sigue el pueblo, pues aun en llegarse a las que se sigue hay peligro, porque la multitud tan fácil deja, y en lugar de acompañar confunde. Carga es y no caudal. Tan pesada es esta carga que hunde al que se carga de ella; y al contrario, ninguna cosa que no sea muy leve la cargan que no se hunda en ella. Con un soplo se alborota porque es como el mar, y ahoga sólo a los que de ella se fían. * La suavidad siempre, o las más veces, ha sabido conseguir la quietud y buena amistad, siendo al contrario la crueldad, que ésta es una terrible inhumanidad y fiereza detestable y vicio de bestias fieras: es la crueldad enemiga de toda sazón y justicia, y aun peor que el pecado de la ira y de la soberbia; la crueldad, finalmente, no es oficio de hombres sino de fieras, pues se goza el que la usa, de sangre y mal ajeno. * El tiempo siempre es el mismo y éste no daña a los reinos y ciudades, y siendo duración natural del primer noble no puede obrar en las cosas si no es con uniformidad. Los vicios de los hombres o sus virtudes son causa de la bondad o malicia de los tiempos. A las

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revoluciones de las estrellas, queda ileso el libre albedrío que es causa inmediata de las acciones humanas y de los consejos. Otros lo reducen a la divina providencia (y es así) de cuyo imperio dependen los estados de los reinos. Pero es muy obscuro conocer los modos que Dios tiene en la conservación o ruina de una monarquía, reino, ciudad o villa. * No obsta para el acierto en el gobierno que la clemencia sea sólo adorno de la majestad, porque tal vez conviene se vista de severidad para administrar justicia, y ha de proceder de manera que ni la severidad disminuya el amor, ni la clemencia debilite a la autoridad, porque el perdonar a todos los delincuentes es tan gran crueldad como no perdonar a alguno. * Cuando la ignorancia y el miedo se apoderan de un juez, nada es bastante a que se sujete a la razón: todo lo atropella porque de todo teme. Esto es confesarse indigno de las defensas del sufrimiento (invencible despreciador de calamidades). El sufrimiento, la paciencia y la prudencia son los valentones de la virtud. No padece la fortuna ultrajes de otros; en ellos se desalientan los castigos, y cánsase en su perseverante crueldad. * Ninguna acción a que muchos atienden la aprueban todos, porque donde asisten malos y buenos no es posible la concordia y es forzosa la diferencia, y más cuando la pretensión se acompaña con algún interés. Riesgo propio es el de las juntas populares cuando las convoca el primer grito y las arrebata cualquier demostración: tiene en ella más parte el que se adelanta que quien se justicia. Siempre es la victoria violenta (o el temor) cuando lo da la mayor parte; vence el número y no la razón. * Nunca tienen acierto los jueces que a la ejecución de la justicia les mueve el interés o la demasiada pasión, porque siempre adquieren por enemigos a una de las partes. ¡Oh si todos los que administraran la real justicia no carecieran de prudencia, pues con ella dieran a cada uno su derecho y no agraviaran a los unos por sólo complacer a los otros! * Más provechoso es al que gobierna el que le da cuidado que el que le quita, porque siendo cuidado el gobierno, le quita el gobierno quien le quita el cuidado. El súbdito que aborrece en el superior lo que le hace aborrecible, no aborrece al superior sino a quien le aborrece; pero quien por acreditarse se vale de la lisonja y se toma la licencia para decir lo que quiere sin evitar el daño que de su mal consejo sobreviene, éste ciertamente aborrece al superior y a toda la república, pues todos participan de los males procedidos de su dañado consejo. -125-

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* La falta del poder en la justicia es el mayor enemigo de la república. * La fortaleza es mayor que otras excelencias adquiridas si se toma su grandeza por la parte que se dilata más su conocimiento. Otras virtudes adquieren inclinación para el sujeto que las tiene, mas la fortaleza, inclinación y respeto, acompañada del amor de la patria, hizo en los antiguos romanos increíbles acciones, e imperada de la caridad ha hecho en los cristianos prodigiosos mártires. La fortaleza es en la paz envidiada, temida en la guerra; es el brazo de la prudencia humana, la seguridad de los amigos y el asombro de los enemigos. Un ánimo fuerte pocas veces se ha visto padecer pobreza, porque esta virtud sabe adquirir riquezas, de que (a no temer tanta prolijidad) pudiera traer innumerables ejemplos. Ella ha hecho reyes, conservado ciudades y defendido repúblicas. Finalmente es uno de los adornos del alma y uno de los instrumentos de la felicidad del cuerpo. * Tienen por cosa acertada algunos señores y jueces el despreciar los papelones y pasquines que hacen hablar mal a las esquinas y pilares, porque dicen que el modo mejor que hay de que callen es no hablar de ellos, y que mejor se caen dejándolos que quitándolos. Mas este templado discurso y razón de estado vive mal informado del fin que tienen en tales libelos las postizas lenguas de las puertas y cantones. Su intento no es deshonrar al que vituperan, mas es el fondo de su malicia. Fíjanlos para reconocer (por el modo con que hablan de ellos) los retiramientos de los corazones cerca de las personas de quien hablan. También se fijan para reconocer quiénes son los que aborrecen a los que aborrecen. No lo hacen para desfogar el enojo sino para descubrir el caudal y séquito que hay para desfogarle. Bien podemos apropiarle a estos papeles nombre de veletas del pueblo, por quien se conoce adónde y de dónde corren el aborrecimiento y la venganza, lo que previene y sabe el que los pone por lo que oye decir a los que vieron puestos. * Los ministros no se han de vestir de lo que quitan a otros y más cuando lo quitan de los pobres, porque Dios ha de castigar severamente a los que tal hicieren (y si no en esta vida en la otra, que es lo más terrible) sin que les valga pretextos tomados para colorear el daño que hacen, porque la luz eterna descubre y manifiesta cada cosa (lo que es distintamente) en esta estatua del mundo: el oro, la plata, metal, hierro o barro, como emulación viva a las tinieblas que todo lo confunden, y haciendo falsos pesos el hipócrita tal vez pasa por santo, el logrero por piadoso y el ambicioso por celoso del bien público. * La república bien ordenada depende de la conformidad entre los ministros, pero cuando las discordias por intereses particulares los aparta de su obligación, todo será ruina, y así no es bien que por comodidad propia o interés ajeno falten a lo que deben, que no hay ignorancia

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tan grande como es granjear de balde enemigos, o comprar a costa de un favor mal pensado que se hace el menosprecio e injusto agravio de algunos, el enojo de muchos, y con él, inexcusables daños. * A los principios fueron con algún tiento, y con todo eso se conoció en los reinos de Europa y no en éstos, donde se debía primero haberlo conocido. Pero hemos de estar en que en los reinos de las Indias muy tarde o nunca las maldades de los ministros que son de España se castigan, porque de unos en otros cunde como aceite, y todos callan porque todos tienen el mismo delito. En el Perú pocas leyes saben convencer de delincuente al que hurta con consideración. Esta consideración se entiende hurtar tanto que (habiendo para satisfacer al que los envidia, y para acallar al que pudiera acusarlos, y para inclinar a los jueces) sobra mucho para el delincuente que hurtó para todos. * Los jueces atentos son como médicos de la república, pues de la misma manera que en el cuerpo humano no son los miembros los que hacen el daño, sino los humores que destemplados deshacen la armonía que entre sí tenían, y así causan la enfermedad que pone al enfermo en tan apretado peligro, así el prudente médico entonces purga el humor que hacía el daño para que no se infeccionen los demás. Con esto mejora el enfermo y queda libre del mal que le amenazaba. De esta misma prudencia usan los jueces, pues viendo que por maldad de sus costumbres algunos hombres no sólo son dañosos a sí mismos sino a todos los demás, los castigan para que con su muerte quede evacuada la república y cobre de todo punto salud. De manera que el castigo de los malos es tan necesario que -126- debe tener justísimamente su muerte cualquier comunidad donde hay descuido en aplicar esta medicina. * Los consejos malos han arruinado las repúblicas en varias ocasiones. Quien sabe recibir consejo hace que le sepan dar. Aquel ministro, cabeza o señor lo es verdaderamente que sabe por sí (por lo que determina en lo que le aconsejan) aconsejar a los mismos que le aconsejan y consultan. Cierto es que los consejos admitidos por ellos en muchas cosas han acertado, y de la misma manera han tenido acierto los que los han desechado. * Nunca es reputación de una corona intentar cosas con que no ha de salir, y cuando se intenta y no se sale con la reforma o nueva pretensión es gravísimo el daño, porque o se tiene por flaco el poder para corregir las malas costumbres y ocasiona mayor osadía a los transgresores de las leyes, o se originan gravísimos males y ruinas de las repúblicas, como el perderlas los reyes. *

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Inescrutable es el secreto del gobierno del sol. Él lo hace todo, y que lo hace todo todos lo ven, ven lo hecho y nadie lo ve hacer. Sus eclipses no carecen de política doctrina. Apréndese de ello cuán perniciosa cosa es que el súbdito se junte con su señor en su propio grado, y cuánto quita a todos quien se le pone delante. El sol ya se ve que es sumamente llano y comunicable: ningún lugar desdeña. Mandole el Criador que naciese sobre los buenos y los malos. Diferentes efectos hace con su propio calor, porque como grande gobernador se ajusta a las disposiciones que halla. Cuando derrite la cera, endurece el barro. En asistir a la producción de la ortiga se ocupa tanto como a la de la rosa. Ni los frutos trueca a intercesión de las plantas. Y con ser en todo exceso tratable al parecer, es severo terriblemente. Para que lo vean todo da luz a los ojos, y juntamente con la propia luz no consiente que los ojos le vean, y esto es generalmente, sin hacer más favor a unos que a otros. No quiere ser registrado de los suyos, sino gozado. * Los pleitantes son como las aves baldías: sus oficios públicos son la era donde se pone el cebo para engañarlos, la red es el juez y los cazadores son los ministros y abogados, procuradores y escribanos. * Adviértase, pues, que así como en la navegación cualquiera falta que haga el pasajero es de poca importancia, y grave y peligrosa la que hace el que lleva el gobernable, así en el gobierno de la república, cuando un particular peca, el daño lo hace solamente a su persona, mas cuando el rey y gobernador peca es perjudicial a toda la república. El mismo parecer fue el de Platón el cual afirmaba que los súbditos por la mayor parte son cuales parecen los señores, que por eso dicen allá que si la cabeza duele todo el cuerpo está dolorido. * Antigua cosa es que el ánimo de la soberbia tiene mayores las alas del deseo que las fuerzas de su posible: andando arrastrada con los viles hechos quiere volar con los altivos títulos pues se han intitulado divos, felices, invictísimos y augustos, que como los gentiles césares profanaban estos nombres cristianos y divinos; y aunque los de excelencia y señoría son más usados, no serán propios si no conforman con las obras buenas. * Las determinaciones grandes quieren que prevenga la propia prudencia a la malicia ajena. Hase de poner en el alma reclusión tan estrecha a los pensamientos, que no se les deje salida ni respiradero desde los sentidos a las potencias. Los ojos son parleros y las acciones del cuerpo suelen ser chismes de la negociación y de aquellos que dispone el entendimiento. El que piensa divertido, suspenso dice lo que calla y tiene en su pecho. Hase de imaginar de suerte que por el semblante no pueda el tirano, el traidor y malhechor imaginar qué se imagina. *

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Muy sobre falso edifica el que libra sus esperanzas de príncipes y pretende sólo con lisonjas y adulaciones conseguir lo que desea. Los soberanos del mundo (hablando en común) son altivos, presuntuosos y siempre ambiciosos, y por esto se dice que el ánimo soberbio y despreciador es mal de nobles, y éstos de ordinario la ventaja que hacen a los demás en fortuna la hacen también en inconstancia, y así los que andan de pretensión con los sueños andan en muy peligrosa ladera de malos pasos y de ocasionados resbaladeros, de modo que el que cae una vez no para ni halla dónde parar: en comenzando uno a ser desfavorecido nunca se acaba de serlo. -127- * Trate cada uno de su negocio si no quiere oír la reprensión de Apeles y piense que es necedad sin disculpa por tomar el mundo cuenta de lo que no le toca, dársela a Dios de lo que no le encarga. Hacerse cronistas unos de otros suele muy ordinariamente estarles mal a muchos, demás de que lo que trae a infeliz estado las repúblicas es trocarse los estados y que el juez sea ministro, el ministro juez, el caballero oficial, el oficial caballero, el señor mercader, y el mercader señor, en lo cual ya no se repara muchas veces para entregar los negocios de importancia ni se atiende a que es imposible que el licor vil (aunque esté en vaso precioso) deje de ser lo que primero ha sido, y que el hombre bajo (aunque se coloque en alto puesto) deje de volver a lo que fue, respondiendo la inclinación adonde su humilde natural le llama. * Es muy justo que los hombres, los príncipes, los jueces y todo el mundo favorezcan las letras y a los que las profesan, aunque llegaren a estar en gente humilde y esclava, pues por ellas se engrandece, siendo así que en las repúblicas que no se estiman las letras ni tienen premios honrosos, allí prevalece la ignorancia, piérdense los estudios como cosa que no sirve para mantener un hombre en honra y estado. Y ésta fue la causa por donde las repúblicas escogían por reyes y gobernadores a los hombres que eran entre los otros más fuertes, más animosos, más liberales, más benignos, más prudentes, más sabios. Y a los sabios llamaban y hacían reyes como parece por los persas orientales, que los filósofos y grandes astrólogos eran sus reyes. * Por dichoso y muy feliz se puede tener el reino, provincia o república que merece el gobierno de un buen príncipe, señor o juez, pues si es con prudencia, haciéndose padre de las virtudes y padrastro de los vicios, mostrándose ni siempre riguroso ni siempre blando sino tomando el medio entre estos dos extremos (pues en eso consiste el punto de la discreción), no sólo se conservarán en paz sus habitadores y súbditos mas también serán loables y duraderas sus disposiciones. *

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Porque a la verdad las obras del prudente juez en su gobierno son permanentes en la obediencia, pues si hace nuevas ordenanzas las mide y proporciona con las fuerzas de sus súbditos para que como buenas en todo se guarden y se cumplan, que las pragmáticas y órdenes que no se guardan lo mismo es que si no lo fuesen, antes dan a entender que el príncipe, señor o juez que tuvo discreción y autoridad para hacerlas no tuvo valor para hacer que se guardasen, y las leyes que atemorizan y no se ejecutan vienen a ser como la fábula que se cuenta de la vida, rey de las ranas, que al principio las espantó y con el tiempo la menospreciaron y se subieron sobre ella. * Siempre correrá el agua por donde tiene hecho el curso y los pobres quedarán continuando sus lamentos, porque cuando una apoplejía se apodera del cerebro se mueren los pies y tiemblan las manos, y por la cabeza que padece y calla hablan con temblores los brazos; de la gota que en el corazón derriba el mal caduco es señal el ímpetu que con grande furia maltrata los miembros. Jueces, atended, que los letargos que os asisten con título de buscavidas, de mantener vuestras obligaciones superfluas y de asegurar para lo venidero vuestra descanso, os quitan el sentido de los males que os causan: conocedlos en las quejas de vuestros miembros y remediadlos, y así también os remediaréis. * Es muy propia de la natural condición de los poderosos sentir mucho el que se les opongan los inferiores, y que éstos lleguen a medir sus fuerzas y piensen que puede haber modo para librarse de sujeción y de no contribuir los efectos que jamás han de saciar su ambición, pareciéndoles ser muy dañoso a su reputación y que es mal ejemplo a cualquier inferior. * Por esto puedo decir que mil veces desdichado el estado de los jueces cuyas acciones son más vistas y atendidas de todos cuanto a todos están más superiores. Cada uno a su gusto los interpreta: si el juez es secreto éste dice que es recto, aquel que es impío, y otro que es inhumano; si es rector, que es hombre incomunicable y de pocos amigos; si es cuerdo, dicen que es poco esparcido y para negocios nada a propósito; si es prudente, que es para sí solo; si no desperdicia, dicen que es avariento; si de todos se deja ver le desestiman, y si no da audiencia le murmuran. * Grande oficio hacen las letras y los que las profesan en las repúblicas, donde como hay tan diferentes naturalezas, diferentes condiciones, diferentes acciones, pareceres y malas intenciones juntamente con muchas ignorancias, es conveniente alguna cosa que junte y componga este cuerpo de la república cuando padece tanta desunión. ¿Qué nervio hay que así penetre, junte, mueva y gobierne todo el cuerpo del hombre como las letras y los letrados penetran, juntan, mueven y gobiernan todos los miembros de la república? Por eso dijo el divino Platón en el diálogo tercero de sus leyes: «Ha de procurar todo lo posible el legislador de poblar sus ciudades de hombres sabios y desterrar sobre todo los ignorantes,

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-128- porque será darles ser, vida y movimiento.» Los letrados, pues, con buena intención atajaron con razones mayores alborotos, que por la variedad de los apasionados ánimos mezclados con ignorancia pudieran resultar en particular de este pleito. * Las sospechas se dividen en buenas y malas: unas son propias a los que gobiernan, las otras a los que calumnian, y cuando las sospechas son sin caridad es hasta desventura del que las padece. * El que se ha de encargar del gobierno de almas es necesario que se aventaje en el resplandor glorioso de las virtudes, de suerte que (como el sol a los demás astros) exceda en los rayos de su luz a los más perfectos y que éstos parezcan centellas breves que de él reciben (como de fuente) sus claridades. * Grande bien para los pueblos son las sagradas misiones pues con ellas se remedian los daños, jugando los misioneros las armas espirituales contra la protervidad de los pecadores. Ellos se muestran apacibles y humanos con los hombres pero rígidos y capitales perseguidores de los vicios. Si en el confesionario benigno, en el púlpito son severos. Afables son en el trato y muy modestos, pero en la predicación con honesta libertad son desosegados. No temen, no, la aspereza de los semblantes, como curen las llagas de las conciencias. Verdades sólidas predican, de altísimos desengaños adornadas. Levantan la voz, y con vehemente espíritu quebrantan las soberbias e hinchadas naves de Tarsis. Claman como sonoras trompetas para con sus ecos despertar los dormidos. Voces dan llamando a los errados para reducirlos al verdadero camino. Tráelos Dios a estos sus siervos humildes para que sean más eficaces sus voces, asombren como truenos, como relámpagos alumbren, y resuelvan en contrición y lágrimas sus oyentes. * Y es muy bien hecho excusar cualquier disgusto con un cabildo porque sus buenos senadores son los ministros primeros de una república, son el entendimiento público que gobierna y dirige las acciones del cuerpo de aquel estado; son ellos los ojos perspicaces que divisan los males por venir y enmiendan los males antes que vengan; son ellos hombres de crédito, tanto que se puede depositar en ellos seguramente una república porque la guardan sin servirse de ella; y en fin, son unos grandes árboles que no hacen sombras. Los demás árboles de la tierra, el sol que cogen para sí le cogen, con la sombra no le dejan pasar a que verifique lo que está debajo de ellos. Muy lucidos están ellos, mas las yerbas que cubren muy desmedradas. Estos otros árboles de un ilustre senado cogen el sol para todos y viven para la común utilidad: lo que se les llegan lo ayudan y no lo marchitan. Ministros que tienen estas calidades hónrelos mucho el rey nuestro señor porque ellos son los atlantes de república que tienen por suya, y más ésta de Potosí que con tantas ventajas le sirve.

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* Llena de penalidades Dios los vicios porque por ellos los aborrezcamos, porque con su inquietud despertemos del sueño de la culpa y que tengan otros ejemplos para no desenfrenarse. Los que son hombres que usan de la razón, con el desasosiego y miserias que el pecado trae consigo despierten del letargo del pecado. A los hombres que están tan torpes como si aún no les hubiera llegando el uso del entendimiento, se le dispone mejor el alma con las inquietudes del vicio para dormir en la culpa. Lo dificultoso es lo que se ha de hacer, que lo fácil hecho se está. Los pobres se pueden gobernar por señas: para los ricos, para los poderosos son menester los gritos de las leyes y preceptos reales y un brazo muy rico que las ejecute. Para esto se hicieron los reyes y se hicieron poderosísimos porque los ricos junto a ellos parezcan pobres. * Para esto están los reyes y las repúblicas llenando de mercedes y comodidades a los gobernadores y demás ministros, porque no hayan menester la hacienda de los súbditos poderosos. Con esto hay leyes para los ricos y brazos que las ejecuten. Si no hubiera estas leyes, la avaricia, la venganza y la soberbia fueran dueñas del mundo, que harto de esto se ha experimentado en esta Villa en todas maneras. * El rey ha de hacer no sólo que le respeten sino que le admiren y que tiemble el traidor de sólo oír su nombre; más ha de parecer hombre para que mucho le reverencien los hombres. El oficio del rey es hacer a sus vasallos que vivan en rectitud y justicia. * La república tiene necesidad de hombres de letras, de experiencia, de juicio y de caridad con que gobiernen: sin ellos estará como un cuerpo sin ojos. Cual era el color de las varas de Jacob, tal era el color de los corderos que nacían. Del color de las -129- costumbres de los que gobiernan son las costumbres de los que obedecen. * Muy conveniente es que los ministros que se envían a los reinos distantes, como a estas Indias, sean bien escogidos porque en ellas hay mucho campo para que se cebe la avaricia, gobierne la pasión, se atropelle la justicia y se tenga por lícito todo lo que se quiere. ¡Oh, válgame Dios, y cuántos monstruos de éstos han destruido esta Villa, peores los unos que los otros! *

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Es grande crédito del rey elegir buenos ministros, y así debe averiguar sus calidades y mandar se haga información exacta de sus prendas. Preguntó Tiberio a Balo por qué se había revelado su reino de Dalmacia contra Roma, a que él respondió: «Vosotros, oh senadores, sois la causa, pues para apacentar ovejas no enviáis pastores sino lobos». * Así Aristóteles como Jenofrón, Platón y en general todos los que han escrito de república y política dicen que no hay cosa más peligrosa y dificultosa que el reinar o gobernar república. Porque (como dice una docta pluma) la posesión de riquezas, el quererlas adquirir quitándolas de los súbditos, el ser respetado, la libertad del poder hacer su voluntad sin haber quién se la reprenda y el no tener quién le desengañe, son los fuelles que en los hombres encienden las llamas de todos los vicios. * Véanse las sagradas letras y se hallará que de 22 reyes que después reinaron en Judea, de sólo cinco o seis se lee que permanecieron en virtud y bondad. Y si miramos qué tales fueron los de Israel, hallaremos que desde Jeroboán, hijo de Nabath, hasta el último de ellos que fueron 19, todos administraron mal el gobierno público. Pues veamos los romanos, que con haber regido la más floreciente república del mundo, los más de ellos fueron viciosos crueles, excepto algunos que gobernaron razonablemente, cuales fueron Augusto, Vespasiano, Tito, Antonio Pío, Antonio Vero y Alejandro Severo. Y quien con diligencias se llegase a ver los hechos de los griegos, asirios, persas, medos y egipcios, hallará que es mayor el número de los que fueron malos que no el de los buenos. * No hay en la vida cosa más dificultosa que ser buen superior y juez. Es el arte de las artes saber gobernar hombres, y son bien pocos los que esta dificultad conocen y no sé si son menos los que la temen, porque con las ansias de mandar gastan todo el temor en que la dignidad no les falte o que el provecho se aumente, y no les queda temor para sentir su peso ni recelar su peligro. * La multitud de leyes suele ser ocasión de muchos pleitos, por lo cual debieran ser pocas y buenas, y siendo tales castigar severamente a los transgresores; pero ser muchas y no necesarias no sirven más que de motivar injustos pleitos éstos de muchos gastos con que se consumen las haciendas. Decía Eneas Silvio (que fue pontífice Pío II) que las leyes y pleitos eran redes, los tribunales la era o campo, los litigantes las aves, y los cazadores los abogados, procuradores, agentes y jueces; y como caen en la red las aves y perecen, así los pleitantes en cayendo en esta red antes de salir de ella quedan despojados. *

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Los vicios y abusos de la república nunca se han de probar pero no se han de arrancar de golpe sino poco a poco porque no se alborote el pueblo. No se puede pasar (dice una docta pluma) de extremo a extremo sin peligro de mayor daño. No se sigue el verano al invierno, ni el invierno al verano inmediatamente; la primavera y el otoño median, para que no se sienta dañosa destemplanza si de repente se pasase de mucho calor a mucho frío. Para curar enfermedades arraigadas comiénzase por remedios lentos, que con sola una medicina no pueden repentinamente curarse. * Acomódese el que gobierna al tiempo: aplique medicamentos suaves que vayan corrigiendo los humores, para que sin violencia quede sana la república. No se arranca el árbol antiguo que ha echado raíces muy profundas sin grande conmoción de la tierra que ocupa, y sin mucho ruido y aun estrago. Experiméntase esto mismo en queriendo arrancar costumbres depravadas que con la duración del tiempo han echado extendidas raíces en los pueblos. En pretendiendo remediarlo todo, no se remedia nada. * El codicioso trata sin rigor a los usureros; el que tiene vanidad de brioso se apasiona por lo briosos que son los delincuentes; el vengativo aplaude las temerarias venganzas de los vengativos, porque dice saben volver por su honra. Los vicios propios son patrocinio de los ajenos, y debajo de la opresión de este cariño está padeciendo lo bueno de la república. -130- * Infinitas veces se ha mostrado con sus aplausos el pueblo semejante al humo, que siendo producción de la claridad de la llama, hijo obscuro, la anochece y afea, ahoga en sus globos las centellas que levanta, cuando juntamente las deja ver resplandecientes y las apaga en hollín. La plebe pólvora es en cohete, que levemente tocada de cualquier chispa, le sube con bravatas de rayo, le ostenta en los confines de las nubes estrella, y le hace descender confesando en ceniza las bravatas ridículas del papel. * Es máxima infalible en la filosofía del cielo que en habiendo paz dondequiera que sea, entra Dios a la parte y se avecinda entre los que la tienen, de manera que el aposentarse Dios o no en nosotros todo está en tener paz, en habiéndola luego es cierta su presencia en nuestras almas, de donde también sucede todo el bien de los cuerpos. * La misericordia es crueldad cuando Dios quiere se ejercite la justicia. Algunos vicios parecen virtudes y son en sustancia vicios. Perdona el juez al culpado: parece piadoso y es injusto. El pueblo con el descuido de los jueces se relaja en no hacer justicia: llámase piedad la remisión y es crueldad. Entre tanto que el ministro está perdonando al facineroso,

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está maquinando la muerte al inocente. Comete traición o mata el delincuente sin piedad, y juzga el juez con misericordia y sin justicia tanta crueldad; y mayor es perdonar a todos que a ninguno, porque el que a nadie perdona es cruel con algunos que pudiera perdonar, pero el que a todos perdona es cruel con muchos a quien matan los facinerosos que perdona; el uno alienta al pecar, el otro lo reforma y lo contiene. * Conceder el príncipe lo que no es justo y negar lo que está puesto en justicia es ocasión para que los súbditos o vasallos no vivan quietos viendo se les concede a uno lo que se niega a otros. Esto tiene más fuerza si para hacer gracias en lo superfluo se quita a algunos lo necesario y más si aquello que se quita ni es para el rey ni para la república sino para sólo el interés propio de aquella parte favorecida. Inclínase más la naturaleza a conservar lo que tenía que adquirir de nuevo y así es más sensible privar a un hombre de aquello de que tiene dominio y posesión que negarle lo que, aunque no tenga merecido, no tiene real derecho a ello. Y de aquí se sigue que el que recibe la gracia no la agradece, y queda ofendido el que ha de contribuir de lo propio al aumento ajeno. * Hay sospechar calumniando y hay sospechar de oficio del que gobierna. Los malos siempre sospechan mal de los buenos. El que con caridad sospecha el mal pero desea hallar el bien, y en su misma imaginación desea ser vencido, entonces se alegra cuando halla que se engañó en lo que sospechaba mal. Sospechar mal con benevolencia es propio de príncipes como de jueces, cuando ven alguna cosa que tiene mala apariencia y desean ser de su misma imaginación vencidos. * ¿Qué es una república sin letras sino un cuerpo sin nervios, un campo todo estéril, una confusión bárbara, un hato de bestias? El filósofo Platón decía que eran venturosas las repúblicas donde gobernaban sabios. Pues ¿cuán desventuradas serán donde no los hay? ¡Oh cuánto de esto se carece en Potosí y en todos los reinos de estas Indias con venir de España a los corregimientos hombres que sólo lo son en el nombre y peores que bestias en las obras, pero no les falta habilidad para sólo recoger con grandes extorsiones de los súbditos, que sólo para este fin son sus pretensiones en la corte! * ¡Qué no se acarrea la pasión, vanidad y soberbia de un juez! En ellas halla espadas la ira, máscaras el enojo, variedad de caras la traición, novedades el embeleco, disfraces la asechanza, joyas el soborno, galas, trajes profanos y rebozos la ambición, la maldad puestos y la infamia crecido caudal. *

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Es cosa tan ordinaria en todas las comunidades de perfección y en los hombres famosos y excelentes en algún género de virtud tener émulos y personas que con envidia reprendan su buen obrar, que apenas podríamos hallar una o uno de los ilustres varones a quien la envidia no haya mordido con su diente canino y rabioso. * No se admiren de la desemejanza en que sea mayor el número de los jueces malos, que siempre el de los buenos es pequeño, y de éste son escogidos y mucho es que alguno entre pocos salga excelente, y milagro grande si viéndose altamente levantado persevera en la virtud. El que es valeroso suele aventurar el estado y persona para mostrarlo; el viejo es duro y avaro; el discreto y malo (si uno y otro puede estar acompañado), terrible; el cruel, carnicero de la república; el codicioso arranca el pelo y el pellejo. Pocas veces y muy de tiempos se ven algunos de estos señores y jueces cumplidos de todas virtudes, que sean ejemplos de bondad, justicia y perfecciones, notables desdichas y trabajo intolerable de una república. -131- * Vemos que raras veces se contiene la humana felicidad y ansia de crecer y de subir; hoy ruegan, y mañana mandan y poco después tiranizan. ¡Oh ambición desordenada en los mortales! ¿Hasta cuándo has de correr con tu curso? El arroyuelo aspira a ser río, el río aspira a ser mar, el vasallo a ser ministro, el ministro a ser valido, el valido a ser príncipe, el príncipe a ser monarca. ¿Nunca ha de haber en el hombre límites en el mandar? * Siempre la crueldad es muy grande enemiga de justicia y toda razón. Muy peor es este mal y pecado que la ira ni soberbia, porque el airado parece que lo mueve el enojo cuando obra y hace mal a otro; mas de los crueles muchos vemos y leemos que con risa y algazara y sin ningún enojo, de pura maldad y crueldad, atormentan y matan los hombres. Es enemiga capital de la justicia dije, y es así, porque ésta veda y no consiente que ninguno reciba mal ni daño sin culpa y a los malos y culpados castiga templada y piadosamente, aunque de esta piedad se abusa mucho en esta Villa, adonde fuera muy necesario un gravísimo rigor contra los insolentes para escarmiento. * No hay cosa más necesaria en la administración de las ciudades y demás poblaciones y aun en el cotidiano trato con los hombres, que saber mudarse los discretos conforme a la circunstancias de personas, tiempo y lugar, como Proteo, unas veces en fuego y otras en agua. Así que conviene al varón prudente (pues no a todos da contento una manera de proceder) usar de varias formas para ganar y conservar amistades, adaptando a cada uno la que le cuadra y conviene; y de la misma manera se obrará sabiamente en la administración de las repúblicas y comunidades, porque unas veces es menester usar de clemencia, otras de rigor.

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* Una afectada disimulación de dolor donde el dolor puede mostrar a uno inocente, donde la culpa es de peligro (como lo es el de esta ciudad) y el peligro de levantamiento, a mi parecer es más dañoso que útil consejo, cualquiera que no sea sino el de la paz y conformidad. Ella es argumento de fidelidad y cualquiera oposición lo es de miedo de poder ser castigado; o, creído o conocido éste, luego sucede la ejecución. También se ha de estar en que quien no hace que el pueblo tema se hace temer del pueblo. Son impelidos con mayor facilidad sus tumultos de los hombres intrépidos que de los prudentes, porque estiman más el pecho que el cerebro y se dejan más fácilmente forzar que persuadir. * Todas las repúblicas tienen bastantes leyes: de lo que tienen necesidad es de quien las ejecute. Si no hay quien ejecute las leyes por adulación a los ricos o por no parecer mal a los malos, se transformará todo el gobierno del mundo. * Tienen las aguas semejanza con el pueblo. Las cosas ligeras sustentan las graves; sumergen las tumultuosas e inestables. Fáciles de refrenarse sosegadas, difíciles cuando corren turbulentas. Crece su ímpetu donde hallan reparo, mas quien las entretiene, aunque trabajosas, las encamina a su provecho. * El comercio humano necesita de todos los oficios: los que no puedan ejercitar unos, se pueden ocupar en otros, así se evitarán delitos, cesarán los daños, habrá abundancia, florecerá la república. Si no cuidaran las abejas de echar de la colmena a los zánganos que no trabajan y la comen, no lograran la dulzura de su miel: hagan lo mismo los que gobiernan y vivirán los súbditos descansados. El ocio no es descanso, que de éste nace la inquietud; aquel se deriva del trabajo. * Los ingenios demasiadamente vivos y altivos son poco aptos para gobernar a otros, teniendo antes suma necesidad de riendas que les refrenen para no despeñarse. Y la larga experiencia ha hecho conocer que estos tales con sus ingenios demasiadamente resueltos sirven más para inquietar las gentes que de buenos instrumentos para conservarla en la paz y buena satisfacción, que debe ser el principal cuidado de los que tienen entre manos el gobierno de las provincias y repúblicas. * Si el ser acusado presupusiera culpa nadie hubiera inocente en el mundo, y la envidia y el odio y la venganza presumieran de virtudes, dándolas por libres de la calumnia, infame

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solar de su descendencia. Es hija del odio la acusación y madre de la venganza: dícela el que aborrece, óyela el que teme. El envidioso le da voz, el poderoso crédito. Éste aborrece al que advierte, desprecia al que aconseja, premia al que acusa. No advierten los miserables poderosos en mando que la acusación más veces mira a la introducción del que la hace, que al útil del que la admite. Aquellos creen sin aguardar probanza las acusaciones que merecen padecer los delitos de ellas: suple los testigos la rea conciencia. Quien oye y premia a los acusadores, antes se castiga a sí que a los acusados, y compra su inquietud, no su advertencia. -132- * La antigua sentencia, traída ya por refrán entre los antiguos y presentes, dice que los reyes tienen muy largas las manos y muy largas las orejas, dando a entender que los reyes, sus lugartenientes y muy poderosos hombres, desde muy lejos se pueden vengar y pagar de quien los enoja; y también que lo que en secreto se dice de ellos, lo saben y se les revelan. Son tantos los que quieren agradar al que manda la tierra que nada se les esconde. Por esto todos los sabios aconsejan que nadie diga del rey en el escondido, porque en tal caso dicen que las paredes oyen. Y Plutarco dice que las aves llevan las palabras. No solamente vemos que es peligroso el murmurar del príncipe, pero aun decirles la verdad con libertad suele ocasionar peligro. * Se debe procurar diligentemente hallar sujetos mañosos de natural fácil, que se dejen vencer de los ruegos y buenos consejos y se sepan acomodar los de otros, no admitiendo los que por cuatro años continuos no hubiesen estudiado la importante filosofía de vivir y dejar vivir, basa en que seguramente estriban el sosiego y quietud de los vasallos y toda la seguridad del buen gobierno de un sabio y discreto ministro, a quien juzgaba no era tan necesaria la ciencia de las leyes y estatutos como el ser versados en aquella prudencia, artificioso modo y destreza de juicio que no se hallan registrados en los libros. También se debe excluir a los crueles totalmente y estimar sumamente los sujetos que estudian más en prohibir delitos que en castigarlos, y que firmen las sentencias de muerte con la tinta de lágrimas de sus ojos. * Algunos hombres falsos y mentirosos hacen su oficio de acusadores y soplones en los que hablan y sienten mal de los ricos y de los jueces. Saben éstos que los ricos (tal es la envidia que les tienen) y los jueces interesables sólo estiman al que les da más noticia de más enemigos y que sólo tiene por sospechoso al acusador que deja de acusar a alguno, y esto es porque siempre están de parte del odio que tienen a los unos y los otros. * El juez prudente consiguiera en su gobierno buenos aciertos si a imitación del sol se mostrase siempre sereno y claro, sin que le afeen las tinieblas de sus propias pasiones,

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considerando que el gusto y aun la vida de los súbditos depende de la vida del ministro que los gobierna, que la da o la quita conforme al temple de su condición, que la indignación del juez, y más si está apasionado, es para el súbdito un mensajero de la muerte. * La paz es hija de la justicia, y no puede haber aquella donde ésta no se administra. * No hay señor o juez de quien menos se quejan los súbditos que del que les dé licencia para ello: la última señal de servidumbre es quitar el quejarse. * En los peligros y venganzas los chicos esperan a que grandes y poderosos los saquen de ellos y venguen. Por esto se satisfacen con decir mal del señor o juez, lo que es peligroso en los poderosos por la sospecha de la cercanía que tiene el hacer con el decir en quien concurren saber y poder; y así en los pobres, cuando tratan de conjurar, tomándose la intención. * Los súbditos desesperados siempre procuran la ruina del juez o señor, aunque arriesguen hacienda y vida; los malcontentos la desean sin aventurar, satisfaciéndose más de lo presente conocido que del bien dudoso, y solamente son la yesca para los alborotos y peligrosas inquietudes. A ella los desesperados la venganza; los inquietos, el cumplimiento de su deseo; a los malcontentos, la satisfacción y comodidad de liberarse de molestia. * Las traiciones que se acusan, las más veces antes se suelen castigar que averiguar, porque si son tales se temen sin oírlas y se creen en oyéndolas. El que las ocasiona tiene por averiguación su mérito: nadie dirá que hay traición que no la haya en el castigo aunque falte en la verdad. Estado miserable el de los señores y jueces que si no oyen las acusaciones no pueden vivir, y si las oyen no los dejan que vivan. Bueno es descubrir la traición, más no del todo seguro. También nos muestran las historias que tan mal efecto han hecho traiciones castigadas como puestas en ejecución y cometidas, y nos dicen más, que aun le han hecho peor añadiendo a la primera traición la venganza de ella, con la última. Conque las traiciones siempre muestran la bondad, talento o prudencia del juez, o al contrario su malicia, poco entendimiento e imprudente poder. * Grande gloria es ser único en la bondad, empero es gloria avarienta. Igualmente se suele perder una república debajo del -133- buen señor o juez como del malo, y así es menester

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usar de prudencia que ni por su bondad le falten el respeto por desvergüenza, ni por su mal obrar lo aborrezcan hasta destruirlo. * Si los jueces ejecutan las leyes primero por sí, no fuera menester más para que luego la imitasen todos, como lo vemos en varios ejemplos, que no hay piedra imán para traer a los súbditos a la ejecución de cualquier acción en bien o en mal por difícil que sea como el ejemplo del príncipe, del señor y del juez. A los que la doctrina no mueve (y aun a veces ni aun el rigor) el buen ejemplo los apresura y es diferente cosa llevar por la mano un hombre que encaminarle de palabra, y si son más poderosos los ejemplos buenos para mover al bien que no aprovecha de ellos señal es que su voluntad está muy obstinada en el mal pues que hace tanta resistencia. * Todos los demás vicios no hacen de un hombre más que un hombre malo, pero la soberbia hace un demonio de un hombre. El que ha de demandar y gobernar a otros debe ser templado, sabio y prudente, y guardarse de ofender a nadie fiado en su poder, pues anda el castigo de Dios (que excede infinitamente todo potentado) por el rastro de los malos para castigarlos con penas como merecen sus culpas. * Lo violento daña y no dura. Siempre fue la novedad violenta. Lo que la naturaleza no abraza no le es de cariño a la naturaleza. Es otra naturaleza la costumbre y es contra la costumbre la novedad. Hace más que la violencia que daña y dura. Tan dañosa es a las repúblicas la novedad como a los estómagos. Más se ha de trabajar en desterrar las novedades que en establecer leyes. No hay ley segura de la novedad. Muchas leyes relajan y muchas novedades destruyen. Desventura grande sería faltar en una república letras pues con ellas se crían los niños con razón, los mancebos crecen con juicio y pasan los viejos con contentos. Y si aun con las letras tienen algunos las disposiciones por erradas, ¿qué fuera sin ellas? Las letras, pues, son muy necesarias en las repúblicas; ellas honran en las prosperidades, ayudan en las adversidades y dan gran consuelo en los trabajos. Esto es en particular, pues muchos en poder de enemigos y tiranos, muchos presos y cautivos y muchos desterrados de su patria aliviaron con las letras sus trabajos. Ellas en casa deleitan, fuera no embarazan, con nosotros velan, caminan y descansan, y lo que más es, que acabando nosotros no se acaban pues después de muertos honran a sus amigos. * Cuando por sus desórdenes se muestra el pueblo descontento, peligran los buenos y los sabios entre las quejas de la gente y también entre los espías y acusadores que los

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conjurados traen mezclados en todos los corrillos, y es casi imposible poderse salvar en esta borrasca los oídos ni las lenguas porque para el que teme es cómplice igualmente el que calla como el que responde. * Verdad muy experimentada es que de los pecados que cometen las cabezas es participante en el castigo todo el cuerpo de la república. * Quien ha de gobernar y moderar las condiciones de otros, no es bien que sea riguroso defensor de las suyas, sino que tal vez se deje vencer del consejo y amigo de la razón, de la prudencia y de la caridad, que es muy necesaria entre los humanos. * -134- Situación de los Indios Y ciertamente yo me hallo confuso sin poder determinarme o a defender esta calamidad de indios que padecen con la mita, o abandonarla por ser ayuda del bien universal. Porque quitada la mita totalmente y no habiendo quien trabaje en las minas (pues no lo pueden hacer los hombres de la Europa ni sus hijos los que nacen en esta América ni los negros de África, porque luego perecieran, salvo si se acostumbraran a ello) dese ya por perdido todo: cesará sin que haya duda el comercio de Europa y demás partes del mundo, porque ni habrá plata ni azogue con que beneficiarla, pues de quitar la mita de Potosí también se quitará la de Huancavelica de donde se saca el azogue; cesará, pues con eso el llevar a los reinos del orbe tantos millones de oro y plata en galeones y otras embarcaciones, y sin esto por Buenos Aires y otros puertos tantos millones de marcos en piñas sin labrar. * El perseverar la mita, por lo que toca a los indios, es una de las grandes lástimas el verlos salir para esta Villa dejando sus provincias y casas cada año al entero de esta mita. ¡Qué de demostraciones de sentimientos no hacen, qué de llantos, alaridos de mujeres y gritos de sus hijos no se oyen al despedirse por aquellos campos y poblados! Por no verse en este trance muchas familias se han desaparecido de sus casas y tierras sin que jamás se haya sabido de ellas por entrarse en las incógnitas naciones de infieles, y muchos se han quitado la vida con sus propias manos huyendo de sus gobernadores al convocarlos para la dicha mita. *

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No pueden morir sin pena, que bien saben que sus mujeres, hijos o parientes han de quedar vendidos para pagar sus entierros a los curas que con tanto rigor los cobran; no viven sin vergüenza por su naturaleza sino por la tiranía con que los tratan los españoles azotándolos públicamente por cosas leves, quitándoles sus hijas y aun sus mujeres muchas veces para sus abominables torpezas, no pagándoles muchos su personal trabajo, causa de que por no perecer hurtan lo poco que pueden; no nacen sin honra pues Dios los hizo libres y la abominable violencia española los hace esclavos tan injustamente. Y todo esto ¿a cuántos españoles tendrá en los infiernos llenos de tanta miseria? Y estos pobres naturales estarán en la gloria con incomparable honra por su humildad, por su paciencia, por el culto divino en que tanto se emplean y por otras virtudes que les acompañan. Indio potosino, descendiente de los mitayos. Fotografía Roberto Gerstman, 1928. * Sabida cosa es que los indios en todo este Nuevo Mundo carecían de las letras (ignorando totalmente aun el conocimiento para leerlas y formarlas) como al presente carecen, pues son pocos los que las ejercitan y logran tamaño bien, no porque en ellos falte la capacidad de aprenderlas sino porque no se ponen a ello. Y comúnmente los de este peruano reino son de muy rara habilidad, claro entendimiento y general aplicación, pues se experimenta (con gran sentimiento de los españoles) el que los indios se hayan alzado con el ejercicio de todos los oficios, no sólo los mecánicos más también los de arte, causando no poca admiración ver formar uno de estos naturales un retablo, una portada, una torre y todo un edificio perfecto y maravilloso sin tener conocimiento de la geometría ni aritmética, y (lo que es más) sin saber leer ni escribir; formar guarismos, caracteres y labores, como también hermosas figuras con el pico y el pincel, solamente con ver el dibujo; y como se ha experimentado su buena capacidad e inclinación, han alcanzado una real cédula para los hijos de los caciques y gobernadores y los demás nobles indios puedan (estudiando facultades y teología) ser ordenados hasta de presbíteros, la cual les dio y remitió nuestro rey y señor don Carlos II, de gloriosa memoria. -135- * Cosa es que admira en esta Villa Imperial de Potosí y aun en muchas partes o las más del Perú, y sin duda será la causa estar este reino mal adquirido por los españoles, pues fuera de los daños que a los naturales se les hizo en sus primeras entradas a sangre fría, los tratan actualmente peores que si fueran esclavos así en minas como en sementeras, y esto con el mayor rigor que se puede imaginar, porque el indio debajo del demonio del español lo mismo es que una humilde ovejuela, y ésta es la causa de su mayor desdicha. Pero al fin, quizás ellos en muriendo van a coronarse a la gloria por premio de sus terribles trabajos, y muchos españoles que los oprimen van a ser esclavos a los infiernos. *

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Ciertamente es grandísima lástima la miserable servidumbre a que han llegado estos desventurados naturales, no por guerra justa que les hiciesen, particularmente en este reino peruano, que ellos se les fueron dando por amigos llana y libremente, y los primeros conquistadores luego que los vieron rendidos los hicieron esclavos y los trataron peor que si realmente lo fueran; y si les hicieron alguna guerra fue muy injusta, por donde no puede haber señorío sobre el vencido ni el vencedor le pudo adquirir, porque el injusto y mal título no se le puede dar, por el cual no se puede ese tal llamar señor sino tirano. * Español en estos reinos es nombre común, que así llaman a los de España como a sus hijos, los peruanos, esto es, que sean habidos en hijas también de los de España, no en indias, que ésos se llaman mestizos, y es necesaria esta advertencia para la claridad en todo de esta Historia. Unos y otros, pues, ordinariamente maltratan a estos desventurados indios, y luego llevan la corriente de que no hacen nada bien, cuando aun las fieras se sujetan a la suavidad con que las rigen. Pero ya he dicho que la misma humildad de los unos ensoberbece a los otros, como si los indios fueran de otra especie, sin mirar que son sus tierras y que de ninguna manera son ellos esclavos, y con todo eso nos sirven en un todo y sin ellos no hay nada en estos reinos, porque los tienen para todo mantenimiento, ellos tejen la ropa, fabrican las casas y mantienen todos los oficios mecánicos sin que ya se vean sino muy apenas tal cual oficial español. * Aunque cierto presumido dijo por ellos que los indios nacen sin honra, viven sin vergüenza y mueren sin cuidado: no pueden morir sin pena, que bien saben que sus mujeres, hijos o parientes han de quedar vendidos para pagar sus entierros a los curas que con tanto rigor los cobran; no viven sin vergüenza por su naturaleza sino por la tiranía con que los tratan los españoles, azotándolos públicamente por cosas leves, quitándoles sus hijas y aun sus mujeres muchas veces para sus abominables torpezas, no pagándoles muchos su personal trabajo, causa de que por no parecer hurtan lo poco que pueden; no nacen sin honra, que Dios los hizo libres y la abominable violencia española los hace esclavos injustamente. Y todo esto ¿a cuántos españoles tendrá en los infiernos llenos de tanta miseria? Y estos pobres naturales estarán en la gloria con incomparable honra por su humildad, por su paciencia, por su culto divino en que tanto se emplean y por otras virtudes que les acompañan. Luis Niño. Virgen del Rosario. Museo de La Moneda, Potosí. -136-

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El Dinero y la Riqueza El principio de las aves es el agua: de éstas hay algunas tan feroces que comen carnes. Los cuervos son de las aves que las comen. Diranme que los cuervos sólo se atreven a los ojos de los cuerpos muertos, y yo les respondo que también se abalanzan a los ojos de los jumentos vivos. Ya veo que la riqueza, según la verdad, es una poca de aguachirle, pero de esta agua salen las aves de rapiña que el mundo llama ricos. Éstos se comieran muertos a los pobres, y aun vivos se los comieran si no hubiera leyes ni majestades que los amparasen. * Si entonces no dormía por pobre ahora no podía sosegar de rico, que tan pesada carga es la riqueza al que no está usado a tenerla ni sabe usar de ella, como lo es la pobreza al que la tiene continuo. Cuidados acarrea la plata y cuidados la falta de ella, pero los unos se remedian con alcanzar una mediana cantidad, y los otros se aumentan, mientras más parte se alcanza. * Todo desapareció como el humo y como la sombra, porque Dios sabe y puede quitar lo mismo que da, cuando lo toman los hombres por instrumentos de su ofensa. El camino más seguro de hacerse sus personas dueños de todo es despreciarlo todo, porque no hay tan alto modo de poseer los bienes como es tenerlos de la suerte que si no se tuviesen, lo cual se consigue con no tenerlos como si se poseyesen. Crates, filósofo, arrojó en la mar sus riquezas diciendo: «Anégueos a vosotras yo porque vosotras no me aneguéis a mí». Pues si esto dijo un hombre gentil ¿por qué un cristiano no deja el paso de las riquezas antes que el mal uso de ellas lo anegue como perecieron en estas aguas? * ¿Quién no sabe la fuerza del interés con que se adquiere cuanto se intenta, quien no el valor del poder de la soberbia cuando se apodera del hombre que se ve superior? Todo lo acomete la ira, a todo se rinde la codicia. Porque los presentes ricos con que el indigno adquiere lo que pretende, aun en las casas de los reyes ejecutan lo que no debieran, pues no hay puerta tan cerrada que no se deje abrir con la llave de oro. * ¡Oh plata, oh dinero, y lo que cuestas! Mucha es la diversidad de metales que el Criador encerró en los armarios y sótanos de la tierra, y de todos ellos tiene utilidad la vida humana. De unos se sirve para curar sus enfermedades, de otros para armas y defensas contra sus enemigos, de otros para aderezo y gala de sus personas y habitaciones, de otros para vasijas y herramientas y varios instrumentos que inventa el arte humana.

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* La malicia o bondad del poseedor es la que hace a las riquezas y pobrezas buenas o malas, que de suyo ellas son indiferentes y no hay para qué condenarlas de todo punto ni tampoco hacer caudal de alabarlas mucho, que por la mayor parte son muy dañosas por usar mal de ellas. * Muchas veces por las riquezas les quitan otros la vida corporal, y ellos asimismo con su mal obrar se quitan la del alma; las más veces el oro y plata los ensoberbece y levanta a mucha altura, y eso mismo los derriba. Es la plata y oro ocasión de enemistades, muertes, pendencias y heridas. * La envidia por su parte jamás se desvía de la prosperidad más eminente, y en esta Villa con mayor fuerza siempre se han experimentado estas calamidades, pues por la plata se han visto ocasiones en que no ha habido padres para hijos ni hijos para padres, no se ha conservado el parentesco ni los amigos. ¿Pero cuándo no es general que por un interés se muestran muchas deslealtades? Y finalmente la posesión de estos dos preciosos metales ha sido y es ruina de innumerables almas, total perdición de muchos pueblos y destrucción de sus moradores. * Los humanos con las riquezas de este mundo se desvanecen y se sueñan unos dioses; pierden el juicio con ellas, y no es mucho que digan y hagan desatinos; pero los justos humildes con el tesoro del amor de Dios, en cierta manera de participación graciosa se endiosan. * No debieran los hombres estimar riquezas con desorden, pues toda su propiedad es aumentar deseos de adquirir más y atormentar con ellos, necesidad y cuidado. Demás de esto, ¿adónde se han encastillado y hecho fuertes los vicios sino en los ricos y poderosos? Las crueldades y codicias, las deshonestidades y glotonerías ¿adónde se hallan en su punto sino en ellos? ¿Quién, pues, estima aquello que les hace ser desestimados? -137- * Espada desnuda son en manos de loco las riquezas en los más de los ricos, y el bien de la pobreza es quitar los filos a esa espada y dejarla inútil para poder hacer mal. *

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Y pues que su divina majestad puso en el mundo pobres y ricos, bien sabe lo que hizo. Además que la experiencia y tan innumerables ejemplos nos muestran que unos por otros se libran de condenarse: el pobre por su paciencia y el rico por su limosna, y mejor camino es la pobreza para salvarse que la riqueza, que por la mayor parte es arriesgada. Bien puede uno ser rico y santo que así lo fueron los patriarcas, y la Iglesia celebra muchos reyes y varones poderosos por santos canonizados, otros que sin serlo hizo Dios maravillas en demostración de su virtud, y así no debemos condenar riquezas de varones sino varones de riquezas que no son dueños de ellas sino siervos apocados. La riquezas ayudan a los vicios para serlo más, y con lo que crecen también en ellos las inadvertencias de su perdición. * El mundo sólo sabe hacer estimación de los suyos, que si habla el rico (aunque diga necedades) en tanto que es rico todos le honran y acompañan, y si le duele algo todos se duelen: todos dan al que tiene y al pobre todos le pelean. * En tanto que tiene el hombre que dar, aunque no dé nada todos se andan tras él, como los buitres, perros y lobos que en cuanto hay carne muerta están sobre ella, mas cuando queda en los huesos todos la dejan y se van. * Pero ¿cuándo el oro y la plata no allanan montañas, cuándo el interés no alcanza todo cuanto quiere? «Todo lo puede el dinero», así lo canta el vulgo, «y el que lo tiene en su casa tiene todas las cosas». ¡Qué de maquinas no fabrica, qué de quimeras no entabla! Él facilita imposibles, él levanta ambiciosos, como a estos llevadores de piñas que no contentos con tanto como tenían adquirido procuran adquirir más con daño tan general, atropellando leyes y mandatos reales. * ¡Cuántas noblezas ha dado este interés, cuántas honras, privilegios, varas, cargos, títulos y plumas que de hormigas fueron alas! Pues ¿cómo no han de ser estimados, cómo no han de trastornar el mundo por adquirir dinero los ambiciosos y los que no lo son? ¿Qué muro habrá que no rompa el interés, qué puerta habrá que no abra, qué acero habrá que no ablande y que peña habrá que no parta? Pues ¿cómo no han de arriesgar los hombres sus créditos, sus vidas, y todo por juntar dinero, cómo no se han de perdonar los delitos y cómo se han de ejecutar los mandamientos reales si se atraviesa el interés? * La prosperidad de los hombres se lleva gran parte de ellos a los infiernos. Ésta es la que les hace olvidar de Dios y de sí y de sus prójimos, ésta los confía de las riquezas, los enlaza con la vanidad, los ciega con el gozo, los carga con los tesoros, los entierra con los oficios. ¿En qué tragedia no reparte todos los papeles? ¿Qué cordura en llegando a ella no se

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resbala, qué locura no crece, qué advertencia tiene lugar, qué consejo se logra, qué castigo se teme y cuál no se merece? * Esta prosperidad alimenta de sucesos los escándalos, las historias de escarmientos, los tiranos de venganzas y los verdugos de sangre. ¿Cuántos ánimos tuvo la miseria y el apocamiento canonizados, que en poder de la prosperidad fueron insolentes formidables? * El dinero tiene puesto pleito a los tres enemigos del alma (mundo, demonio y carne) diciendo que quiere ahorrar de émulos y que adonde él está no son menester porque él solo es todos los tres enemigos. Y yo me fundo en lo que vulgarmente se dice, que el dinero es el diablo y que lo que no hiciere el dinero no lo hará el diablo: cosa endiablada es el dinero. * Se suele decir que no hay más mundo que el dinero: quien no tiene dinero váyase del mundo; al que le quitan el dinero dicen que le echan del mundo y que todo se da por el dinero. Para decir que es la carne el dinero, dice el dinero: «Dígalo la carne»; y remíteseles a las mujeres malas, que es lo mismo que interesadas. Conque de esta manera no tiene mal pleito el dinero, y lo tiene con todos. * ¿Quién es aquel que por hallarse con el colmo y aun la sobra de todos los mundanos bienes se asegura de toda felicidad? ¡O qué -139- locura y temeridad de los que tienen tal confianza sin que los desengañe tanta experiencia! Pero los prósperos sucesos con prudencia pocas veces están acompañados y el rico con nada se contenta, y así de necesidad ha de tener falta de muchas cosas, y siempre anda hecho esclavo de sus codicias, lleno de temor y sospecha, murmurado y notado y hecho enemigo de todos, lo cual no tiene la vida pobre pues es camino real y seguro, defendido y guardado de ladrones, puerto sin tormentas, escuela de sabiduría y vida pacífica y de quietud. Anónimo. Retrato del Azoguero Antonio López de Quiroga. Museo de La Moneda, Potosí. -138- * De toda la diversidad de metales que encerró el Criador en los armarios y sótanos de la tierra, tiene utilidad la vida humana. De uno se sirve para curar enfermedades, de otros para armas y defensa contra sus enemigos, de otros para aderezo y galas de sus personas y

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habitaciones, de otros para sus vasijas y herramientas y varios instrumentos que inventa el arte humano. Pero sobre todos estos usos (que son naturales y sencillos) halló la comunicación de los hombres el uso del dinero, el cual (como dijo Aristóteles) es medida de todas las cosas, y siendo en naturaleza una cosa sola es todas en virtud porque el dinero es comida, vestido y casa y cabalgadura y cuanto han menester los hombres, y así al dinero todo obedece. * Debieran atender aquellos hombres que gozaban de tanta prosperidad, que siendo necesario en esta vida el oro y la plata (y pues todas las cosas de la tierra pasan por su valor) podían siendo ricos subir al cielo por escalas de estos dos preciosos metales y darles con ellos el asalto y batería, poniendo las balas y saetas de estos metales en las manos de la caridad. * Ya vemos, no obstante de lo dicho, que llamase San Agustín al oro y la plata enfermedad de la soberbia, flaqueza de las virtudes, materia de trabajos, peligro del poseedor, señor insufrible y esclavo atraidorado, y San Ambrosio «lazo del demonio», y San Crisóstomo «escuela de vicios y dolencia del alma». Y si de esta riqueza del oro y plata nació a Creso la soberbia, a Heliogábalo y a Sardanápalo la lujuria, a Nerón la crueldad, a Cómodo Vitelio la gula, si por él Polícrates murió en la horca, Creso en la hoguera. Craso degollado, Heliogábalo arrastrado, y Midas (que lo pidió a los dioses por don) pereció quedándole por mantenimiento en la abundancia de lo que tanto había deseado, no tuvo de todo esto la culpa el oro ni la plata, sino la mala naturaleza del poseedor o la sed codiciosa del que lo deseaba, pues esta riqueza en los ánimos liberales no impide el camino de las virtudes, antes ella les da fuerzas, grandeza y lustre, como en un Constantino Magno que a la iglesia romana, la enriqueció cuanto pudo, un Manuel, rey de Portugal, que dilató la fe católica por el oriente y por toda la Etiopía y Guineas, un Carlos V de España, un Felipe II y otros dos, III y IV, defensores de la iglesia católica y fe de Nuestro Señor Jesucristo, y otros muchos que supieron desprender valerosamente el oro y la plata. * De manera que en estos preciosos metales está el gusto o deleite, el contento o tristeza, la muerte o la vida de quien lo posee o desea; pero vemos que en esta Imperial Villa en aquellos tiempos no imitaban los ricos a los buenos sino a los malos que poseyeron riquezas, por lo cual se las ha quitado Dios en estos presentes a sus moradores. * No va a menos peligro el alma cargada de virtudes y merecimientos navegando en el cuerpo por el mar de esta vida, que el navío cargado de riquezas surcando el piélago entre el agua y el cielo: porque si un viento que se levanta contrario suele hundir el vaso, el alma por más rica que navegue, si un viento determinado se levanta de vanagloria, de un incauto mirar y de una lisonja admitida, dará con todo al traste y perderá en un momento las riquezas de merecimiento que ganó en muchos años.

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* Ciertas especies hay de animales que no saben más que su negocio. Una de estas especies son los ricos: ellos no saben más que andarse aumentando sus haciendas sin querer gastarlas con Dios que se las da, ni en provecho de sus almas. De éstos hay muchos, no todos, que también los hay siempre muy buenos, pero de aquellos el infierno no es tan insaciable en ambición. El infierno para acaudalar más almas se vale de infinitos engaños y de innumerables malicias. Los ricos para aumentar sus caudales, si no hubiera leyes fueran peores que el infierno. Sólo son liberales para gastarlos en abominaciones y pecados. * Cualquiera de mediano entendimiento conoce que la sed insaciable que los hombres modernos tienen del oro y de la plata con la ambición de gobernarlo ha llenado el mundo de los males que vemos y experimentamos todos. ¿Cuál maldad, cuál impiedad, por execrable que sea, no cometen los hombres con suma facilidad por acumular grandes sumas de dinero? Pues si esto hace la ambición, la necesidad hace otras cosas peores. * Siempre ha sido experiencia de grave mal en esta Villa tener sus poderosos y sus ricos abatidas las leyes y tan hollada la razón -140- y la justicia. Lo que éstos quieren las más veces solamente se hace, ya sea justo ya injusto, siendo su gusto y su parecer el arbitrio de las leyes. En diciendo el pobre y plebe: así lo dice el fulano o él lo ordena así, no hay que replicar sino obedecer. Desdichada la república que llega a tales extremos. * El hombre rico no quiere tener conocimiento del hombre pobre y lo mira como si fuese de otra especie. Pero ¿cuándo el oro y la plata no allana montañas, cuándo el interés no alcanza todo cuanto quiere? «todo lo puede el dinero», así lo canta el vulgo, «y el que lo tiene en su casa tiene todas las cosas». ¡Qué de máquinas no fabrica, qué de quimeras no entabla! Él facilita imposibles, él levanta ambiciosos, como a estos llevadores de piñas que no contentos con tanto como tenían adquirido procuraban adquirir más con daño tan general, atropellando leyes y mandatos reales. ¡Cuántas noblezas ha dado este interés, cuántas honras, privilegios, varas, cargos, títulos y plumas que de hormigas fueron alas! Pues ¿cómo no ha de ser estimado, como no han de trastornar el mundo por adquirir dinero los ambiciosos y los que no lo son? ¿Qué muro habrá que no rompa el interés, qué puerta habrá que no abra, que acero habrá que no ablande y que peña habrá que no la parta? Pues, ¿cómo no han de arriesgar los hombres sus créditos, sus vidas, y todo por juntar dinero, cómo se han de perdonar los delitos y cómo se han de ejecutar los mandamientos reales si se atraviesa el interés? *

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Pero estemos en que con ser fiera y no hombre, el león grueso reconoce su especie en el león flaco. El hombre rico no quiere tener conocimiento del hombre pobre y lo mira como si fuera de otra especie. ¿Qué será esto? ¡Que el pobre no es hombre? No, sino que no es hombre el rico; pues quédese para fiera inhumana. No debieran los hombres estimar las riquezas con desorden, pues toda su propiedad es aumentar deseos de adquirir más y atormentar con ellos, y poner a los poseedores en mayor necesidad y cuidado. Demás de esto, ¿adonde se hallan en su punto sino de ellos? ¿Quién, pues, estima aquello que le hace ser desestimado? Espada es desnuda en manos de loco las riquezas en los más de los ricos, y el bien de la pobreza es quitar los filos a esa espada y dejarla inútil para poder hacer mal. * El interés es del diablo. * Gastan en toros, galas profanas y lascivias millones de pesos. Ciertas especies hay de animales que no saben más que su negocio, una de estas especies son los ricos: ellos no saben más que aumentarse sus haciendas. * El dinero es comida, vestido, casa y cabalgadura, y cuanto los hombres han menester y así todo obedece al dinero: causa de que por adquirirlo, no dejan que puedan hacer, y aun se matan por quitárselo los unos a los otros. * Mayor desdicha es llegar a que el dinero tenga necesidad de hombre que lo disponga, que no que el hombre tenga necesidad de dinero para gastarlo. Demás que un miserable con todos los tesoros de la tierra es más pobre que el hombre más triste del mundo, porque éste puede ser que sea rico algún tiempo y aquel no es posible que deje de ser pobre, éste puede ser poderoso en el ánimo y aquel, si es mísero en las haciendas es miserabilísimo en el ánimo y en todo. * -141- El Amor

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Siempre el amor fue reputado por cruelísimo tormento, si bien nunca es más insufrible que cuando encubierto y recatado de donde nace, que mientras el corazón se anima a disimularle entonces crece con mayor furia, brotando como ardiente efímera al rostro y a la boca las reliquias de su fuego. * La fuerza del deleite (poderoso hechizo que adormece la razón y el más despierto discurso) es tanta que parece no hay para ella resistencia: a la ignorancia se la lleva a empellones y da en la ocasión con ella, y a la conciencia más advertida y recatada la soborna y la hace torcer la severidad de su juicio. * Todo cabe en los hombres. Mas si bien se advierte, ¿quién (pregunto yo) podrá resistir las amorosas flechas, y más cuando la belleza del objeto es extremada? * El amor mundano es un fuego escondido y una agradable llama, es un sabroso veneno y una muy dulce retama, es un alegre tormento y una gustosa infamia, finalmente es una penetrante herida y muerte que presto acaba. En el punto que uno ama las cosas terrenas, es cierto que luego empieza a temer. En el amor mundano no hay razón, orden ni firmeza. * Amor, dinero y cuidado dicen que es imposible disimularse (el amor porque habla con los ojos, el dinero porque sale al lucimiento de su dueño, y el cuidado porque se escribe en el semblante del rostro). * El amor es hijo de Marte, y aunque tal vez regala delicioso, tal pelea animoso. * En la escuela de amor el mirar apacible son de su ciencia las primeras letras. * La experiencia muestra que el amor ni mira respetos ni guarda términos en sus discursos: también este rapaz amoroso tiene la misma condición que la muerte, que así acomete los altos alcázares de los reyes como las chozas humildes de los pastores, y cuando de una alma se toma entera la posesión lo primero que hace es quitarle el temor y la vergüenza. *

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Quien procura quedar libre en las correspondencias que otras personas intentan, no tiene más cuerdo remedio que no oír, o (no pudiendo divertir el oído) no entender sus razones, olvidar sus palabras y promesas, y excusar sus beneficios. Pero es necesario ejecutarlo con mucha prudencia y después huir si no hay otro remedio del peligro, porque el amor acompañado de celos es enemigo terrible, como lo muestran tantos ejemplos. * Es fuego el amor y se ceba con la vista de la cosa amada: para apagarse, el remedio mejor es que se quite el cebo. * La fuerza, necesidad y celos de amor no hay ley que la reprima, ni precepto tan grave que la mitigue, pues ellos solos con toda facilidad rompen y atropellan las del honor, del respeto, y de la fama; atropéllase la vergüenza, y se arriesga la hacienda y la vida. * Oh amor, y lo que se extiende tu tiranía, pues a toda calidad de hombres y naciones atrae tu dominio, y como bárbaro cruel, viciosamente al más hidalgo y generoso sin ningún respeto lo cautivas y aprisionas y pones de suerte que parece el más vil y apocado esclavo de Etiopía. De aquí es que viendo Platón la insolencia y señorío con que este vicio trata a un alma en tomándole las llaves de su corazón, le arguye de tirano, porque la vida que él hace pasar a los suyos no es de señor que gobierna bien sino de cruel patrón que manda a palos. Viendo, pues, tal tiranía cualquiera que se precia de entendido no se maraville (si se le entrare por sus puertas) que pierde la libertad con que vivía. * Decía Orfeo que el amor es una dulce amargura o una dulzura amarga, porque el amor es cosa dulce, y aunque el morir es cosa amarga, pero el que de veras ama morirá dulcemente por la cosa amada. -142- * Aunque el amor no perdona a los ignorantes es con esta diferencia: que a los discretos los vence con la hermosura del alma, y a éstos con el vano lustre del cuerpo. El amor entienden algunos discretos que no es otra cosa que una costumbre de los ojos en cierta natural correspondencia fundada, oculta a nosotros, y esto se infiere de que se aumenta con la continuación y se enfría con la ausencia. *

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La mayor diligencia que puede hacer un hombre para llegar a ser amado (esto es si no se conoce aborrecido) es ponerse adonde por ser visto muchas veces la comunicación descubra los quilates de la correspondencia que antes estaba oculta, y al contrario, aquel que libre se quisiere ver de tales molestias piense que con guardarse se aparta, y con no ver (quitando la costumbre a los ojos de lo que la voluntad desea) ella fácilmente se olvida y se excusan las penas que con el amor recibe. * Quien ama y sosiega, o quiere poco o lo niega. El amor es una grave enfermedad del alma, y pocas veces tiene quietud un enfermo. * Es amor una guerra interior donde la voluntad hace oficio de general, el entendimiento sirve de espía, los deseos son soldados, el cuidado centinela, cajas las sospechas, los celos son los enemigos, pólvora el enojo, ojos y lengua los tiros, y fuego vivo el corazón. Imagínese, pues, cómo estará un pecho siendo campaña de ejércitos enemigos y si será posible que le falten desvelos. * Como el mayor despertador de los sentidos y de los cuidados es el amor, cuyas alas y las del deseo vuelan más que las del tiempo, de aquí viene que para quien espera la mañana las estrellas son perezosas, los gallos mudos, las horas eternas, la noche no acaba de acabarse, y por eso dice quien más ama, más madruga. * La peste más fatal que hay entre todas las pasiones es el amor. Ya no es simple enfermedad sino un compuesto de todos los males del mundo. Tiene los temblores y ardor de la calentura, lo penetrante de la jaqueca, lo rabioso del dolor de muelas, el desvanecimiento de los vahídos, las furias del frenesí, los tristes vapores de la hipocondría, los sueños del letargo, las inquietudes de la gota coral, los desabrimientos de la tísica, lo violento del mal del corazón, los dolores de la hijada, lo asqueroso de la lepra, la malicia del contagio, la putrefacción del cáncer y todo lo que hay en la naturaleza. * ¿No es esto verdad, enamorados? Confesadla por tal, palabras, pues las obras os la confirman. ¿No advertís que entregáis vuestros cuerpos al deshonor, vuestras almas al pecado que es el mayor mal de los males, vuestra reputación a la infamia, vuestra hacienda a saco y vuestra vida a infinidad de inquietudes y tormentos? Pues ¿por qué después de todo esto hacéis de este mal un Dios a quien ofrecéis elogios, himnos, cánticos y víctimas? Entregáisle el imperio de vuestros corazones, sujetáisle un alma que no fue criada sino para el Señor que la redimió, veneráis sus prisiones y adoráis su tiranía.

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* León Hebreo dice que el verdadero y perfecto amor es hijo de la razón y padre del deseo; bien es verdad que aunque es hijo de la razón no se sujeta a ella, y esto es común al amor honesto y deshonesto; pero en éste, cuanto más sin ella es mayor vicio, como en aquél virtud más excelente cuanto con menos freno de razón se deja gobernar. Dieron al amor por compañeros los escritores antiguos a la borrachez, dolores, enemistades, contiendas, muertes y otras semejantes pestilencias, las cuales es molesto referir, cuanto más padecer. Refiéralas elegantemente Marulo, y de aquí es que Apolonio Rodio dijo que Cupido era origen y fuente de todos los males. Aunque hablando con más propiedad, él no es malo sino ocasión e incitamento a los hombres viciosos de serlo, como sintió Arquías. * Los hombres se muestran locos en no creer que hacen más las mujeres en confesar que los aman que en ser verdad, que así lo hacen porque toda su dificultad es que ellas acaben con su vergüenza, porque el amor no mira respetos ni anda en rodeos. * Es para notar lo terrible y violento del amor y la variedad que se experimenta, pues en unos es agudo; en otros loco e impetuoso; en otros alegre y risueño; en otros turbulento y confuso; en otros bárbaro y desnaturalizado; en otros mudo y -143- vergonzoso; en otros engañoso y traidor; en otros inconstante y transitorio; en otros pegajoso; en otros caprichoso y desigual; y lerdo; en otros alocado; en otros furioso; y en otros desesperado. Santa Rosalía. Anónimo, óleo sobre cobre. * El rigor de la ausencia, que es el más fuerte enemigo del amor y el más poderoso contrario que tiene la voluntad. * -144- Los Pecados Tales desatinos acarrea la embriaguez, y con experimentarse cada día es tan apetecible y tan general que se debe llorar con lágrimas de sangre los males que todos estamos viendo de almas, cuerpos, honras y créditos.

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* El apetito humano es bosque de fieras y su malicia inficiona a muchos y perdona a pocos. * Todos nuestros males son hijos de nuestras culpas. Como van creciendo las culpas van creciendo los males. No hay número para contarlos porque no hay número para contarlas. Vivimos en la noche de la ignorancia aprisionados y por eso se agravan nuestros males con la ignorancia. Menos fueran si los registrara la luz del conocimiento. * Si triunfan los vicios, los engaños, las discordias y enemistades, los latrocinios, las tiranías e injusticias, ¿qué se puede esperar sino calamidades y desdichas? * Pecados son la causa de tantas calamidades como padece esta Imperial Villa, y está tan lejos de su remedio cuanto estuviere de su enmienda. Quéjanse todos sus moradores de tan continuados trabajos atribuyéndolos a los acasos temporales: echan la culpa a unos y tiénenla todos. La licencia común en pecar es la raíz de su mal, y la medicina no la ha de dar mano ajena si no la toma cada uno aplacando a Dios enojado. Esto es infalible y la experiencia lo muestra, pues como no cesan los pecados también se continúan las calamidades un año y otro año, lo mismo será en adelante, conformándose los males con los males, es a saber el grave mal del pecado con el grave mal de la pena. * Si quieres, pues, oh avaro, vivir alegre, procura tú aprovecharte a ti mismo de tus propias riquezas y servir de algún provecho a otros, a lo menos al pobre más necesitado, que por poco con que le socorras tendrás muchos aumentos en ellas y no por eso descaecerán en nada; y advierte que allegar muchas riquezas no es tener fin en la miseria sino mudarla, esto es, mudar la miseria del pobre en la necesidad del avariento. Son incomprensibles y secretos los caminos y juicios de Dios. Y a la verdad es así que la avaricia y ambición codiciosa son los más perniciosos y detestables vicios que pueden caer en los que gobiernan, porque demás de que los hace odiosos y desamados de sus súbditos, es raíz y fuente de grandísimos males y pecados en los poderosos y cabezas de los reinos y repúblicas, porque de ella salen y nacen las fuerzas, las injusticias, las rapiñas y cohechos, los rigores y crueldades, e intolerables exacciones, el no pagar los servicios que al rey se hacen, el condenar los inocentes, el venderse los delitos, el codiciar y tomar lo ajeno, las guerras, los alborotos, bandos y muertes. *

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Santa soberbia es la que se ensordece contra el mundo, la que desestima el siglo con todas sus grandezas, regalo, estimaciones, y no usa de ellas atendiendo siempre a lo celestial. Al contrario hay una humildad que no es propiamente virtud sino nimia abyección entremetida a buscar por todos los medios la gracia humana aunque aventure la salvación. * Cuando la soberbia no es santa a la verdad sino solamente a la apariencia, vistiéndose el soberbio del agradable color de la humildad, es tempestad en nube disimulada para hacer estrago en la república. * Estamos ciertos en que no abre brecha por donde entre más a su salvo en la plaza o ciudad murada la artillería del enemigo: los pecados de sus habitaciones son tiros más fuertes. Si calman los vicios, levantará el enemigo el sitio de la plaza que tuviere más fatiga con generales asaltos, secretas minas y otras máquinas de guerra. Todo estrago de los reinos y ciudades viene por los pecados de su habitación: si faltaren para el castigo los enemigos hombres, no faltarán hambres, pestes y rayos terribles que los destruyan. * La murmuración (liviana o pesada) al cabo es una plática nacida de envidia o malquerencia, que procura deslustrar y oscurecer la fama, vida y virtud ajena, y toda murmuración es un mortal veneno de la amistad; además que el murmurar es oficio de mujeres y no de varones. -145- * La murmuración no tiene mejor velo para paliar y encubrir su maldad disoluta que darse a entender al murmurar que todo cuanto dice son sentencias de filósofos, y que el decir mal es reprensión y el descubrir los defectos ajenos buen celo; y no hay vida de ningún murmurador que (si bien se considera y escudriña) no se halla llena de vicios y de insolencias, como se experimentaba en aquellos malintencionados, que siendo ellos abominables por sus vicios reprendían a este buen mercader lo que ellos tenían por mal, que era la quietud y poca comunicación con los malos. Abominable es por cierto la hipocresía en el hombre pues fuera de la principal causa, que es la gravísima ofensa de Dios con ella, también por ser oculta ponzoña hiere, mata y destruye a los hombres. Porque (si bien se experimenta) los efectos nocivos de un hipócrita son semejantes a los del veneno que disfrazado con la buena presencia de un regalado manjar quita la vida al que le gusta. ¡Qué de crueldades y traiciones no oculta un hipócrita, qué de halagüeñas y engañosas palabras no pronuncia para acreditarse, qué de infernales intenciones no encierra en sí, qué de fingidas obras (en la apariencia buenas) no manifiesta sólo a fin de engañar a los incautos que le atienden! *

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En muchas cosas se parece el erizo al hipócrita, y entre éstas es una que este animalejo espinoso, todo el tiempo que nadie le ve ni pretende cazarle, está desplegado, desenvuelto, anda y corre como los demás, pero en oyendo ruido de los cazadores encoge la cabeza, recoge los pies y hácese un ovillo; todo el tiempo que no está en público el hipócrita es como los demás hombres, esparcido, alegre, amigo de divertirse, pero cuando siente ruido y se ve en publicidad encoge la cabeza y la tuerce, encoge los pies para que no vean sus pasos ni se conozca la intención de sus obras. * Dice el Señor: «No seáis como los hipócritas, que hacen ostentación de lo que no son y usan de ardides para parecer que ayudan y afectando créditos de santidad dan solapadamente rienda al vicio. ¡Oh monstruosos embusteros, ermitaños en la apariencia y demonios en los efectos! Bien dijo aquel que os comparó al prodigioso monte de Catania en esta cuarteta: Hipócrita Mongibelo, nieve ostentas, fuego escondes. ¿Qué harán los humanos pechos si saben fingir los montes? Así son los hipócritas: montes (como el Mongibelo) cubiertos de blanca nieve de fingida virtud, y adentro ¿qué son? Dígalo ese monte, una boca de infierno según sus defectos. * ¡Oh mundo confuso, ciego y sin entendimiento, pues amas, y quieres, y buscas, y procuras todo lo que es en perjuicio de ti mismo! Si no entendemos lo que hacemos, es muy grande la ceguera e ignorancia, por la cual no se puede excusar el pecado, y si lo entendemos y no lo remediamos viendo el yerro que hacemos, ninguna excusa nos basta, y así todo es perdición de almas y todo será infierno eterno para ellas. * La envidia es vicio de los más antiguos del mundo, el que más se usa y no tendrá fin hasta que el mundo lo tenga, es vicio de que uno no puede librarse. Del mentiroso podemos guardarnos excusando el conversar con él; del soberbio no igualándonos con quien lo es: más el envidioso no basta huirle y menos halagarle. Es tan poderoso y atrevido y (como dice una docta pluma) no hay homenaje que no escale, ni muro que no derribe, ni mina que no contamine, ni potencia a que no resista, ni hombre a que no acometa. Si hubiese alguno en quien se hallase la fortaleza de Sansón, la sabiduría de Salomón, la ligereza de Azael, la

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hermosura de Absalón, las riquezas de Creso, la liberalidad de Alejandro, la justicia de Trajano, la elocuencia de Demóstenes y el celo a su patria de Cicerón, entiendo que no tendrá tantas gracias cuando sea perseguido. ¡Oh cuántas ruinas se han visto en Potosí por no poderse liberar de este infernal vicio, cuántos caudales se han perdido y cuántas insolencias no han hecho por él! * Si el humano corazón da en aborrecer y ser vengativo, les gana a las más bravas fieras. * ¡Oh interés, y lo que puedes! ¿Quién bastará a decir las cosas mal hechas que se hacen en el mundo por causa de interés? Pues donde se atraviesa, ni queda la ley de amistad, ni de parentesco, ni de justicia, ni de razón ni de hidalguía. ¡Qué de juramentos falsos, votos no cumplidos, fiestas quebrantadas, qué de rencillas y muertes, hasta torpezas, se venden a dinero, qué de maneras de hurtos! * No hay oficio donde no hay mil géneros de fraudes y engaños. ¡Qué de colores para quebrar las pragmáticas de los precios, los aranceles y tasas de los oficios, qué de maneras de disimulados logros, de disfrazadas simonías! No hay vicio que no sea vendible. -146- A Cristo nuestro bien vendió Judas una vez por 30 dineros; ahora habrá 30 que le vendan 30 veces por un dinero. * ¡Oh bárbara crueldad, bastantemente quedas desacreditada de terrible! ¡Oh rencor infernalmente apoderado de pechos cristianos, qué intratable eres, qué insufrible, pues ni contigo vale la razón ni adquiere veneración la hermosura ni compasión las lágrimas! * Sólo la ingratitud de los hombres jamás se podrá acabar de decir. * Pudiéramos (si no se temiera tanta prolijidad) proponer mil ejemplos probando lo que degenera nuestra naturaleza y el lustre que pierde cuando injusta se niega e ingrata el beneficio olvida, pues aun en los animales ha sido loable el agradecimiento como cuentan las historias, y en ellas consta del perro de Jasón, el áspid egipcio, el caballo de Antíoco, el águila Sextia. A veces hace cosas la cólera que después de haberla llorado los ojos no las puede remediar la prudencia, y esta pasión siempre es como la de un loco, cuyos pensamientos se dirigen solamente al fin de su aprensión. *

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Desdichado del avariento que no solamente es atormentado del cuidado de adquirir sino del miedo de perder aunque sea un real que dé al poder. Y no sé cómo puede perder un avaro, si (en sentencia de Quintiliano) «tanto le falta lo que tiene como lo que no tiene». Oh desdichados avarientos que pudierais tener un descanso temporal y otro eterno si dierais limosna al pobre, y no que vuestro tesoro ni es de provecho a vosotros ni al pobre que es vuestro hermano, y al cabo, en llegando la muerte se llevan vuestra alma los demonios y vuestra plata los ricos. * No se acordaba el buen viejo de sus principios, y de que habiendo un hombre de tener las dos edades, juvenil y decrépita, es menos inconveniente ser mozo en las costumbres cuando en la edad es mozo, que no trocar los tiempos y siendo viejo en la mocedad, ser mozo en la senectud. * Suelen ser prodigiosas aquellas cosas que de sí mismas degeneran en lo que de su naturaleza desmienten; causan admiración si son buenas, y si no lo son se tienen por vilísimas. Torpísimo vituperio del mundo han sido los hombres que se han mostrado afeminados. Siempre fueron milagrosa aclamación de los siglos las mujeres que han sido varoniles, porque cuando es ignominioso renunciar lo bueno que uno tiene es glorioso renunciar lo malo y flaco. * Es el hombre por extremo olvidadizo del bien recibido y de su bienhechor, y aun de sí mismo, y (lo que es más de sentir) hasta del mismo Dios. La ingratitud tenida fue de todos siempre por infame y ha sido calificada por grave culpa de todas las escuelas divinas y humanas. * No cabe este vicio de la ingratitud en nobles pechos, y es cosa experimentada que él basta para avillanar la nobleza de sangre, y por el contrario el agradecimiento hace de los villanos hidalgos. Quiero decir que va siempre mejorando al agradecido, pero con la ingratitud se desmedra el ingrato. Dijo Séneca que no dar gracias por el beneficio recibido es gran torpeza, y San Gregorio afirma que no es digno de recibir beneficios de nuevo el que no agradece los recibidos. * Suele la ingratitud acompañarse con la desvergüenza que es la capitana de las torpezas. *

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El envidioso de tal manera se disgusta de sí mismo que no quiere ver retrato suyo en su semejante: con tanta injuria de lo bueno lo quiere para sí que lo aborrece en otros. Mayor cosa es ser igual a lo excelente que superior a ruin. Con todo eso, con menoscabo de su grandeza quiere esto más que aquello y no aborrece cosa más que su imagen. * Quien sirve bien obliga; el que se halla obligado debe satisfacer o confesarse enemigo de los hombres, pero también estemos en que la ingratitud es tan grave delito que los antiguos juzgaron que nadie cometería tanta maldad, y por esto los legisladores no establecieron leyes contra los ingratos, o fue prevención del cielo, porque nadie se quedara sin castigo o se arruinara la naturaleza. -147- * Verdaderamente somos todos desagradecidos y quien lo dudase pregúntese a sí mismo si está quejoso de algún ingrato, y conocerá con experiencia propia y ajena que no hay quien deje de quejarse de otro, y por esto parece cierto que todos seamos desagradecidos. * El pobre y el rey, dice Salomón, el monarca y el pastorcito, nacieron de una misma suerte, y pasaron por unas leyes; no se esmeró más la naturaleza en la forja del príncipe que en la del plebeyo, ni se vistió de más galas para adornar al caballero que al villano; no dio más ojos ni más pies y brazos al noble que al pechero, porque los grandes y pequeños todos tenemos un principio y hemos de tener un fin. Pues, ¿por qué el amo ha de ser tan cruel con el criado, porque si lo castiga no será con piedad, por qué no ha de tener alguna conmiseración del que es su hermano? * Como hijos todos de un padre, todos vivimos debajo de un cielo, a todos alumbra un mismo sol, a ninguno se niega el aire y los demás elementos. De manera que si el señor se aprecia de mandar bien sus miembros, no se le encogen al súbito por serlo; y si el señor puede naturalmente extender los dedos de sus manos (que entre los antiguos fue símbolo de la libertad), también los alarga el esclavo por más señales exteriores que le pongan de no tenerla. Y aun fuera bien considerar para abatir su altivez aquel dicho de Macrobio, que al que los sucesos hicieron siervo y esclavo le pueden con la misma facilidad levantar a ser amo, y al amo abatirlo a la bajeza y estado de siervo. * Los aduladores a todos saben agradar, cuánto más a los que sirven, porque a los pródigos llaman liberales, a los avarientos, sabios y prudentes que saben guardar; a los que festejan, corteses; a los muy parleros, discretos; a los vengativos, honrados; a los muy entrometidos, diligentes; a los alentados, valientes; a los perezosos, graves; a los sobradamente diligentes,

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hombres de sus casas; finalmente a los porfiados, dicen que son constantes. ¡Oh dulce ponzoña que mata, oh encanto suave de sirena que adormece, oh palabras blandas y suaves de lisonjeros dichas a los ciegos que las oyen y no las ven! * ¡Oh adulación falsa, cruel y tirana, a cuántos sin cuchillo matas, robas, destruyes y acabas, porque tu madre no es otra que la codicia y tu padre Satanás! * Muchos casos extraños se refieren de la astrología judiciaria, mas como en el mundo son más antiguos los embusteros que los astrólogos y en todo tiempo hubo credulidad e ignorancia, y juntamente mentirosos, yo pongo en duda la verdad de estos cuentos y más cuando pretenden este ejercicio algunos ignorantes embusteros. * «El vino», dice en sus Apotegmas y sentencias el papa Pío XI, «se ha de beber para despertar el juicio, y muchos lo beben para trastornarle», y por eso se excusará bien el mundo de beber vino, porque de él se acrecentaron los trabajos (a los hombres) de labrarlo y las enfermedades en beberlo. Demás de esta verdad tan experimentada, estamos también viendo cada día los males que se acarrea en la gente honrada si se descuidan de beber más de lo conveniente, tanto descrédito, tanto menosprecio y tanta manera de estragarse y perder la hacienda. * Los mancebos sensuales que obedecen las leyes de su lujuria sólo intentan que por ellos responda la misma naturaleza: pretenden también que aquellos errores a sus años sean dispensables, como si tuvieran cédula de vida hasta la vejez. Ya se ve que conforme los años de que se van cargando ellos, conocen cada día más luces de la verdad y se enmiendan, porque la anciana edad les resfría aquellos espíritus que se encendieron en los ardores de la juventud siempre mal aconsejada; pero no se debe esperar a que la misma naturaleza traiga estos resfríos porque puede la divina justicia quitarles la vida en el medio de sus más verdes años y echarlos a los infiernos. * Las cosas grandes no las consigue quien no las aventura. Más son los que han muerto en los encuentros por ocasión del miedo que a fuerza de hierro, y no son pocas victorias las que ha alcanzado el temor por desesperado, no por valiente. Esto, con la experiencia de cada día, aviso a la sagacidad del victorioso (si lo quiere ser) a cometer con prudencia y conforme al caso, porque si por huir son muchas las veces que han perdido la vida innumerables gentes, por lo mismo también la han escapado algunos. De aquí se colige que el miedo se hace temer, y que en el cobarde que huye suele ocasionar victoria el vencedor que le sigue, y

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juntamente que la cordura es el todo del buen suceso pues la temeridad de acometer imposibles muchas veces trae desdichas y ruinas lastimosas. -148- * ¡Oh con cuánta más facilidad defiende el artífice su madera del daño que le puede hacer el agua o el fuego, que de la carcoma que cría en sus entrañas! Más fácilmente guardamos nuestra ropa de los ladrones que de la polilla que allá ocultamente la consume. Dentro del alma nos hace la guerra nuestra sensualidad y como traidora pretende abrir las puertas de nuestro consentimiento al enemigo cruel. * Terrible monstruo es un hipócrita pues es tan semejante por sus malas obras a muchas fieras y varios irracionales, siendo como el avestruz que tiene alas y no vuela y apenas se puede levantar de la tierra pues en ella tiene puestos los ojos de sus deseos e intentos, siendo éstos tan malos que porque otros no vuelen a lo alto los derriban en tierra con sus abominables palabras u obras; siendo cisnes en la apariencia blancos, que aunque tratan bien y hablan palabras buenas se sustentan del cieno, por lo cual mandó Dios en la ley que no les ofreciesen cisne, pues siendo como la nieve en lo exterior es en lo interior negro como la pez, siendo como la zorra que no tiene cosa buena sino la piel. * Parece que esta verdad de la miseria y avaricia de algunos entendía Álamo, emperador de la Tartaria, que venciendo en Baldaco al califa maestro de la secta mahometana (que era el más poderoso rey que entonces había en el mundo), viendo que por no ayudarse de sus riquezas y no gastarlas en sueldos no había tenido resistencia contra el ejército de los tártaros, después que lo cautivó lo mandó meter en una jaula entre el oro y joyas preciosas que antes tenía, sin permitir que se le diese otro mandamiento, diciendo que aquél comiese a su voluntad, y así entre la grande abundancia de sus riquezas murió de hambre el miserable manifestando con rabia la obra que ninguna cosa hace el avariento buena si no es morirse, porque deja lo que tiene a quien puede usar de ello. No particularizando la reprensión ni señalando personas (cuando son dignas de estimación) a ninguno se hace agravio, porque quien dice mal de los avarientos, de los injustos, de los venéreos, de los vengativos, de los traidores y de los demás vicios en común, solamente dice lo mal de la avaricia, de la injusticia, de la destemplanza, de la venganza, de la deslealtad y de los demás vicios. * La vanidad es como la mujer fea y enferma que para parecer bien se afeita, pero en cayéndose el afeite parece lo que es. Fea y enfermiza es la vanidad de esta vida: afeitada anda, pero dura poco su afeite y con pequeñas ocasiones se pierde. El vano, pagado con el afeite, sin averiguar la verdad se entrega a la soberbia, al desprecio de los humildes y a todo falso deleite, y al fin queda burlado.

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* La ira no nace siempre de principios recios ni de grande importancia, antes muchos, o por burla, o una risa, o un movimiento, una guiñada, o una palabra leve u otra cosa de tan poca cuenta se encienden, como Alejandro que recibió grande enojo con Clístenes porque andando de mano en mano en la mesa una gran taza para que todos la bebiesen dijo que él no haría cosa para tener después necesidad de médico. * Mas así como la llama que de las astillas y estopas se levanta se apaga fácilmente y la que en macizos y espesos maderos arde luego en todo cuanto topa prende, así el que al principio aprovechándose de su consideración ve que su ánimo por alguna liviana chocarrería se comienza a encender, con muy pequeña pena (que es con callar o menospreciando) luego se sosiega, porque de la misma manera que no atizando o no añadiendo leña al fuego se mata éste luego, de la misma manera el que no sustenta la ira que nace ni le da aire con el alboroto que la encienda, ligeramente se escapa y libre de ella se conserva. * Los vapores que el calor del enojo levanta tapan el cielo al que esta enojado. Grande infelicidad es quedarse sin cielo por no saber apagar la ira; ella ha dado en la oscuridad de los infiernos con infinitas almas y ha privado de la claridad del cielo a esas mismas. * El desesperado de creer en riquezas, apesarado o colérico suele tomar resoluciones que no dándole mejoría en sus deseos le arrastran a lo infeliz de una pasión. Quien reposar no sabe en la dicha, quien templarse no puede en la felicidad, su más querer es para desgraciarse más presto. Dos accidentes destruyen al hombre que no se vale de su buen entendimiento (si tal lo tiene): una dicha no merecida y un suceso no esperado; con aquella, si es capaz, se desvanece, y en éste, indiscreto, se desespera. -149- * La ambición puede más por hija de su conveniencia que lo loable de los hechos por timbre de los buenos ánimos. Seguir sólo las luces de su apetito porque brillan es andar a la luz de lo que luce por deseos de brillar temiendo las tinieblas de la confusión, donde es mayor el miedo de la pérdida de los intereses que la caridad y quietud en los trabajos como fruto que tributa la perseverancia de un pecho noble y proceder cristiano. Pero si a la una parte le falta la razón y no carece de nota por la tenacidad de su posesión, a la otra le sobran aplausos por su tolerancia y discreto modo de proceder en tan justa defensa, y es muy digna esta parte de alabanza porque las otras pasiones de amor o de miedo o de envidia no se extienden a todas las personas.

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* La ira no guarda privilegio a nadie, contra todos quiere romper su ímpetu, y así muchas veces nos enojamos (aun por leves causas) contra nuestros amigos, contra nuestros hijos, contra nuestros padres y aun contra los animales y contra las cosas que ni tienen vida ni sentido, como Tamiris que hizo pedazos su vihuela, y Píndaro que se maldecía si después de haber roto las cuerdas de la suya no la abrasaba en el fuego; Jerjes, enojado de que ciertas manos suyas se hubiesen perdido por tormenta, vino a dar en tan gran desatino y disparate que juraba que había de castigar el mar, y el mismo amenazaba el monte Alto que si no le daba buenos marmoletes para sus obras le había de hacer picar y echar en el mar. * Y ciertamente son cosas extrañas y espantosas las que acomete la ira, y por lo consiguiente muchas tan frías y fuera de propósito que cualquiera se ríe de ellas, y de aquí viene que no hay pasión del ánimo que sea más aborrecida y más menospreciada de todos. * La primera causa que por señal es de una república corrompida y ya para expirar, nadie podrá negar que es cuando sus moradores sin hacer penitencia se envejecen en pecados, principalmente graves y notorios, los cuales aun en esta vida mortal los suele vengar Dios enviando por ellos calamidades como los santos profetas en sus sagrados oráculos frecuentemente lo repiten, más especialmente cuando en la república hay muchas leyes y ninguna se guarda porque ni por amor de la virtud ni por miedo de la pena se aprovechan en virtudes los moradores. * En todos es la codicia de poca piedad, y en muchos hijos es vicio feroz. Para embravecer mucho a los perros bravos les dan sangre de fiera mezclada con leche. Esta bien la toman los racionales de la madre, pero si se mezcla con la codicia, cuando crecen y son impíos sangre es de fiera para que más se embravezcan. * Cuando quieren las estrellas echar crueldad grande en la codicia que dieron, dan hijos al que le dieron la codicia: con la dulzura de aquel amor va mezclado el corazón fierísimo. No está más arrebatador el tigre con cachorros, no está más acaudaladora la leona parida. Con hijos no hay avariento templado: pero si esto es de padres a hijos, mucho peor es de hijos a padres cuando se apoderan de este vicio, porque lo ordinario es desearles la muerte por la codicia de heredar, y si no tienen que heredar aun ver a un pobre padre o madre no quieren. * Gran quebranto es navegar contra vientos contrarios y nadar contra la corriente, pero mayor será nuestro trabajo si por falta de ánimo perdemos el alma. Éste es valle de lágrimas y es

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ley que lloremos todos, y el que en él buscare contento hallará materia para más llorar: no pretenda el pecador gozar descanso firme, siendo pecador, adonde el justo padece siendo justo, los que verdaderamente son cristianos, curan muy poco de guardar lo superfluo y adquirir con ambición los grandes tesoros. San Pablo dice que basta pasar la vida una mediana pasadía de comer y vestir, y que habiéndolo con esto debe estar el hombre contento. * Cuántas personas hay en el mundo que fueran dichosas si supieran evitar el cruelísimo golpe de esta pasión y que por no evitarla entregan sus cuerpos al deshonor, sus almas al pecado, su reputación a la infamia, su hacienda a saco y su vida a infinidad de inquietudes y tormentos, y muchísimas veces a perder las vidas de alma y cuerpo. ¡Oh pasión, oh lascivia, y qué avasallado tienes el mundo! Por ti se sobornan y roban las doncellas principales, se destruyen las familias, los hijos ingratos ocasionan la muerte a sus padres; por ti hay en el mundo tantas viudas mozas padeciendo deshonras, tantas de este femíneo sexo que después de haber servido de fábula en las grandes poblaciones mueren en un hospital, tantos muertos inocentes con una muerte que aun se adelanta a su nacimiento, tantos niños arrojados al mundo como espuma del mar, entregados a la pobreza y al vicio; por ti, oh pasión tan apetecida, se inquietan y perturban los más castos matrimonios; por ti el veneno y el cordel se usan, las espadas se afilan, las tragedias se empiezan en las sombras de la noche y llegan a acabarse sobre -150- un cadalso en medio del día. Todos estos males acarrea la lascivia. * Las culebras se sustentan de tierra: si la tierra quisiese librarse de las culebras tenía necesidad de convertirse en cielo. Las lenguas maldicientes se limitan de los vicios ajenos, los vicios están asidos a la tierra: hágase cielo quien quisiere librarse de las lenguas maldicientes. * El primer precepto que puso Dios en la tierra fue de no comer: por comer se perdió el mundo, no por comer lo necesario, que no vedaba eso el precepto, sino por comer lo superfluo, que era lo que vedaba. El árbol vedado hoy de la tierra son los manjares excesivos. En ellos se conserva el primer precepto. No se quebrante mandato tan antiguo; mírese que esta culpa está enseñada a hacer terribles daños. * Para ser virtud la ira, o propulsación de las injurias, no ha de pasar la raya de la discreción y medianía sin la cual se convierte en locura y es necesario enfrenarla en los principios; donde no el iracundo, ciego de la pasión, sin las riendas de la razón, hará cien cegueras y desatinos. Así que la razón es con las pasiones del alma como Eolo con los vientos, porque el que con ella no las moderare hallárase aherrojado al pasar de haber sin miramiento

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procedido en sus palabras y obras dejándose llevar por riscos y despeñaderos del inconsiderado apetito. * Muy poco aprovecha tener las casas llenas de hacienda y por otra parte estar los corazones poseídos de codicia, porque las riquezas que se allegan por codicia y se guardan con avaricia quitan al poseedor la fama y no le aprovechan para sustentar la vida. No se podrá sufrir muchos días, ni menos encubrirse muchos años, ser el hombre tenido por rico entre los ricos y por honrado entre los honrados, porque el hombre que es muy amigo de su hacienda es imposible sino que sea amigo de su fama. * La crueldad dijo Aristóteles que era una inhumanidad y fiereza detestable y vicio de bestias fieras. Mejías dijo ser enemiga de toda razón y justicia, y aun dice ser peor que el pecado de la ira y de la soberbia. La crueldad dijo Séneca que no es oficio de hombres sino de fieras, pues se goza el que la usa de sangre, de mal ajeno y de ver morir lastimosamente. El mismo filósofo dijo: Suprema crueldad es dilatar la pena, y que crueldad ejercita el que a su amigo afligido reprende. Y si dice ser crueldad reprender al afligido, ¿qué será una flaca mujer con tan acerbos tormentos? Pero como dijo Tito Livio, al cruel y soberbio cuanto más le tarda el castigo, tanto más riguroso viene y más grave. * Es mucho más cruel maleficio matar con la lengua que con la espada y herir con la pluma que con la flecha, siendo mayor pérdida la de la honra que la sangre. Fuera de que el homicida desde su riesgo mata a los vivos, y el malediciente desde su seguridad mata aun a los muertos. * El agua turbia no retrata nada, en ella no se engendran imágenes. En pecho turbado con el odio no se ve la imagen de la razón: ella se le pone delante mas él no la compra. * La ira asentada en el tribunal de un príncipe a ninguno le está bien ni a nadie le puede parecer seguro. Si lo advierten unos y otros verán que la fortaleza (que es gran compañera de la justicia) no hay por qué más se la dé, ni que más procure alcanzar, ni cosa que en ella más se muestre que en la mansedumbre, la cual se debe procurar como joya, que también se le asienta, porque vencer hombres en quien no hay mucho valor a otros que mucho más que ellos valen, cosa es que acaece muchas veces, mas ganar triunfo de la impetuosa ira contra la cual apenas hay quien ose levantar bandera no puede proceder sino de una muy notable y excelente virtud, que es la que conserva el juicio entero y le da fuerza contra todos los deseos y pasiones a que los ánimos humanos sin consideración de bien se inclinan.

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-151- * Grandes filósofos, reyes y grandes príncipes han sabido vencer esta terrible pasión de la ira, aun provocada con cuentos de aduladores que nunca faltan: un Antígono contra unos soldados suyos, un Filipo contra Arcadio, Pisístrato con Trasíbulo, Persona con Mucio Escévola, Mega con Filomenes, Tolomeo con Peleo, el gran Alejandro con el rey Poro. Todo cuanto un buen príncipe y señor poderoso debe tener se comprende debajo de humanidad y mansedumbre, y así los griegos el mayor loor que daban al rey (el cual ellos hacían a sus dioses) era llamarle Miliquión, que quiere decir manso y amoroso; los atenienses no sabiendo otro vocablo con que más encarecer sus loores, le llamaban Memactes, y esto por la facilidad y prontitud a bien hacer; mas a los espíritus que ellos dicen que tienen por oficio de castigar a las ánimas dañadas los llaman demonios y diablos infernales, de los cuales es propia la venganza y crueldad. * El aguardiente, introducido por el demonio y por los hombres, se ve triunfante en todas partes(y en esta Villa en particular) de las más aventajadas personas de entrambos sexos, con que se han perdido y pierden honras, créditos, vidas y haciendas. Este maldito licor es contra el entendimiento porque le turba, contra la salud porque le gasta, contra el juicio porque le priva, contra la devoción porque la apaga, contra el buen lenguaje porque le corta, contra la cortesía porque no la guarda, contra el buen proceder porque son contrarios sus efectos, y contra la oración pues vemos que los santos le apartan de sí. Es también contra las obras de misericordia y piedad, y contra la limosna, que más lo quieren para aguardiente que para darla. Y últimamente digo que este vicio es contra todo genero de ocupación, oficio o habilidad, pues se ha visto en los pasados tiempos, y en los nuestros vemos cuántos hombres insignes en arte y oficio se han perdido por él y en esta Villa son muchísimos los que lastimosamente por la continuación de este vicio se ven sin estimación y sin poderse valer de su saber. Y si esta mancha cae en hembra es de mayor daño por ser la mujer de menos resistencia y tener más que perder y arriesgar la vida. * La soberbia es un vicio desvergonzado y atrevido contra el mismo Dios, que le niega el debido rendimiento y le hace rostro y conspira contra su omnipotencia, y así el Señor (a los soberbios) los sacude de sí dejándolos vanos e hinchados para su mayor tormento y humillados para su mayor confusión, y por el contrario da la mano, levanta y exalta a los humildes, y liberalísimo les comunica y llena de su divina gracia. Éstos son los grandes del reino de los cielos, los que roban a Dios el corazón. Y la razón es porque andan en verdad en su presencia, y como Dios es la misma verdad son los humildes cortados a medida de su corazón. * El mundo yace contumaz en sus errores, dice el filósofo; todo lo gobierna su consorte la mentira. El mal se ha introducido con disfraz de bien, el error oscurece al entendimiento, la

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riqueza es apetecida y con increíbles medios, ya buenos, ya malos, solicitada, como un tanto monta de las glorias de esta vida. En poseerlas constituyen los humanos su bienaventuranza, todo su trato y desvelo es de adquirir, conservar y aumentar hacienda. * Los que adoran ídolos no osan llegarles las manos; ídolos de los avarientos deben de ser la plata y el oro pues no se atreven a tocarlos. Por cosa sagrada tienen la riqueza escondida y no manejándola es cosa endemoniada. No hay ídolo que no sea demonio y es también demonio la plata mal adquirida y con grave daño de los pobres. El dinero con que no se hace bien hace a su dueño mal. La hacienda con que no se socorre al pobre, y antes se quita del pobre para su aumento, es demonio para el rico: él no acierta a llevarla a las manos del necesitado, y ella acierta a llevarle a él al infierno. * Es el avariento de la calidad del topo; no hay para éste más tesoro ni más bien que excavar la tierra y entrañándose en sus senos, y no es dudable que hay otros tesoros y bienes que el topo no conoce. No le quiso la naturaleza próvida dar a esta bestezuela ojos; sobráronle a un animal que tiene toda su felicidad puesta en el cieno. Las aves, las bestias y los peces, si no les falta el preciso manjar para sustentar la vida viven contentos, y a la codicia del hombre no bastan para saciarlo los elementos todos contribuyendo con lo más precioso y deleitable. Siempre suspira y por más anhela y son otros tantos los desengaños, los suspiros que avisan que en toda esta visible máquina no hay cosa que pueda llenar el vacío de su corazón, porque está en más esfera su última felicidad. El cuerpo se formó por el alma, y este mundo visible por otro mundo, pero el pecador ciego como el topo no sabe salir de la tierra. El mundo es un campo tan fatal que el que tiene más parte de él tiene mayor mal. * No puede llegar a más la habilidad de los malos que a aliñar de manera un delito que se lo agradezcan. Hacer mérito de la culpa es lo sumo de la política. Ser malos sin que halle por dónde entrar el castigo es gran sagacidad de los malos, pero adquirir con la maldad derecho a los premios es arte profundísimo. -151- * Hase apoderado el demonio con tal ferocidad de esta yerba coca, que es certísimo cuando la toman por vicio los saca y priva de juicio como si se cargan de vino, y les hace ver terribles visiones y los demonios se les representan en formas espantosas. En esta Villa de Potosí se vende públicamente por los indios de las minas, con que no se puede remediar el daño que de su abundancia se sigue en ella, pero ni tampoco es remediable en otras grandes ciudades de este reino. Se les ha prohibido el que la traigan ni la vendan, y con todo eso ocultamente la llevan y venden y de ella se valen para los maleficios y otras semejantes maldades. *

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Es cosa notable ver de la manera que se apodera una pasión de los hombres, que como es un acto del apetito sensitivo originado de una aprehensión del bien o mal se llaman las pasiones perturbaciones, porque perturban el cuerpo y el alma. Y de aquí se dice que el apasionado está lleno de envidia, de odio y de malicia y crueldad, y aun está totalmente ciego o con los ojos vendados porque no pesando el valor de las cosas estima en menos las preciosas que las viles. Más aprecio hace de la venganza y del gusto vano que de la virtud y del sosiego, más estima la mentira que la verdad. Por esto pintan a este vicio de la pasión en hábito de mujer, porque viviendo rendida a sus pasiones no hay ímpetu más furioso ni que siga el vicio sin más freno. * Quien tiene alguna llaga, aunque se la oculte y defienda el vestido, todo piensa que le topa en ella; los que han cometido alguna culpa, aunque tengan cien maneras de ocultarla siempre andan sospechosa del castigo, y éste tarde o temprano ha de llegar. * Pecados todos los cometen, pero éste de la ira es terrible y casi general. La ira propia es la pasión natural y la iracundia es el hábito vicioso del que dejándose arrebatar fácilmente de la ira se llama iracundo. Mas ordinariamente se llama ira no sólo la pasión sino el acto de airarse. Así como a los animales más imperfectos y desarmados, a las víboras, a los escorpiones, a las arañas y a las abejas, dio la naturaleza más prontas y venenosas armas para la venganza, así la iracundia en los débiles es más viril. Por eso se dijo que cualquier mosca tiene su cólera, y con ésta quitaron tantas vidas en esta Villa, siempre teatro de tragedias. * Todos nuestros males son hijos de nuestra culpas. Como van creciendo las culpas van creciendo los males. No hay ya números para contarlos porque no hay números para contarlas. Vivimos en la noche de la ignorancia aprisionados, y por eso se agravan nuestros males, menos fueran si los registrara la luz del conocimiento. No hay ciego que no camine con miedo temiendo mayor mal que la ceguedad, por la ceguedad. No fueran grandes los males si la ceguedad no los hiciera mayores. No tenemos mayor bien que el del mal si nos aprovechamos del mal para el bien. No descansa quien no se cansa; no tiene alivio quien no tiene trabajo. -152- * Son las pasiones asentadas en el alma como las convalecencias de recias enfermedades que cualquier exceso por ligero que sea derriba al enfermo y lo pone en la sepultura. *

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Es muy propio de la maldad cundir como una mancha de aceite. * Siempre la codicia padece de achaques de hidropesía, creciendo la sed cuanto más se bebe. * La envidia en todas partes se aloja ya en los palacios de los príncipes, ya en las opulentas casas de los bárbaros y en las chozas de los pastores y esto de ver medrar al vecino que me parece no tener más mérito que yo, fatiga casi a todos demasiadamente. * Tengo por infeliz y miserable al que pone su felicidad y buena dicha en el gobierno y superioridad; porque, ¿cómo puede ser bienaventurado el que pretende cargo y mando y se hace esclavo de muchos por mandar y poder y muchas veces la compra con tan congojosos cuidados, con la vida, con su honra y con su alma? * Pero estemos en que todo nace de la ambición que es cruelísima tirana y es raíz de la maldad, veneno secreto, pertilencia oculta, madre de la hipocresía, padre de la envidia, origen de los vicios, fin de las virtudes, polilla de la santidad, fomento de la maldad y ceguedad del corazón. -153- * No hay ceguedad tan densa como ser traidor para que otro gobierne. Si sucede mal, da la cabeza como si hubiera querido poner en ella una corona; si sucede bien, queda sospecha aún para la cabeza que ha levantado a cabeza; las mercedes que se le hacen, o se deshacen o se destraman cuando el tronco es sólo para escribir en el patrón de la infidelidad. Los ciegos cómplices en una traición en cobrándola no solamente tienen medio pero tienen premio. * Todas las cosas de esta vida tienen término señalado: la buena fortuna lo tiene como una de ellas, la mala fortuna también lo tiene, pero tiene más desviado; páganse más a la memoria los vicios ajenos que las virtudes ¡Oh ignorante el que busca medios para perpetuar el odio de que es digno! * La maldad una cosa tiene peor que ella y es necesitar de ruines para su aumento y conservación.

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Melchor Pérez Holguín. Sagrada Familia con los padres de la Virgen. Museo de La Moneda, Potosí. * Las más de estas (pendencias) ocasionan los banquetes, el vino y aguardiente, que si con ansia se satisface a la gula, con desvergüenza se sacrifica a Baco la embriaguez, la sensualidad y el homicidio. No parecen sino animales de la piara de Epicuro y con tanta generalidad que no hay diferencia entre el europeo y el peruano. * El avariento por allegar no come y ésa es pena, no duerme por guardar lo que allegó y ése es tormento, afana por aumentar lo que guardó, y ése es trabajo, por no dar lo que aumentó dice que no tiene, y eso es llanto, porque ve abundante de lo que no tiene se recela de todos, y ése es temor, porque se ve amigo de las riquezas presume que los demás las desean, las alcanzan adelántandose a su solicitud y eso es envidia, de suerte que el avaro tiene en su misma hacienda penas, tormentos, temor, trabajo, llanto y envidia, todo lo cual es pensión de su avaricia y castigo de su pecado. * -154- Las Virtudes El varón justo llena de bienes temporales y espirituales la posada donde le reciben y le hacen bien. * Señal es conocida de entereza de corazón no disimular la amistad que se trabó y asentó en el tiempo de la felicidad con el que está en baja fortuna, y conservarla cuando otros le persiguen. Materia es de alabanza entre los que sienten bien y conocen las leyes de la verdadera amistad, pues (como dijo el idiota contemplativo) la amistad verdadera se ha de medir con amor recíproco y desinteresado, no con la falsa medida de la utilidad propia. * Es cuerdo quien por la amistad sabe hacer libres el punto vano y leyes del duelo, para dejar en perpetua esclavitud el amor, la caridad y la estrecha y perfecta amistad, donde son

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fuertes hierros las obligaciones de pechos pacíficos. Tener dominio en las voluntades es el imperio más dichoso: mil veces, pues, dichoso quien sabe adquirirle, o ya si es superior en los súbditos y esclavos o ya si es igual en los amigos. La mayor dificultad que en muchos se ha conocido es en saber hacer de los contrarios, parciales, y de los enemigos, amigos, y como es la cosa más difícil debe ser la más estimada. Estimen, pues los pacíficos, los no rencorosos y los que agraviados perdonan, la piedad con que les enriqueció el cielo, pues a ellos les es fácil lo que a muchos dificultoso. * Es cierta verdad que no hay mayor tesoro que los amigos, porque demás de ser una riqueza viva que acompaña en los peligros es una prosperidad cuerda que consuela en los trabajos. * Nunca es bueno faltar a las obligaciones de noble, ni es bien que por comodidad propia o interés ajeno se emprendan cosas indignas, que no hay tan grande ignorancia como en granjear de balde (o por cualquier interés) enemigos y descréditos, o comprar a costa de una malpensada generosidad y de un mal consejo el menosprecio e injusto agravio de algunos, el enojo de muchos, el escándalo de todos, y no poder excusar por muchos daños. * El que se precia de buenas obligaciones y que ha nacido bien no debe sacar en público lo que por amistad o cualquier conocimiento ha llegado a saber de secreto, ni aun darlo a entender por ningún modo, porque quien habla con razones dudosas dice cuanto el que las oye puede o quiere imaginar. Verdad es que hay cosas que por apretados lances se pueden decir a otros, que referir secretos tales a quien los ha de saber callar no es descubrirlos sino traer testigos por su parte de la razón que ha tenido para el caso. Bien pone cuidado la honrilla de esta vida la estimación y la loa del siglo, la vanidad de las obras y aplauso de ellas, aun siendo malas, que cuando son buenas dignas son de loa; pero no se engañen, que así esa prosperidad como el resto de la demás grandeza y mando secular está sujeta a mudanzas y engaños, y la honra no es la que hace virtuoso al hombre ni excelente, sino solamente es señal de que hay (o según buena razón había de haber) excelencia de virtudes y merecimientos en la persona honrada. * Gran cosa es un ánimo valeroso: si primero acomete tiene ganada la victoria, que el principio y la determinación en los valerosos hechos y de fama por la mitad del hecho se repuntan, pero la cobardía y detención en ninguna calidad de persona, ni parece bien ni le ésta bien. * No hay duda sino que aunque el rigor y fuerza tiene su tiempo, ocasión y aun su necesidad y que en varias partes la ha habido para usar de él, de las armas y de la fuerza, con todo eso

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hemos también visto que es el mejor camino la blandura y suavidad en los príncipes, gobernadores y demás jueces, pues es por donde se granjea las voluntades aun de la gente más rústica y fiera, y los domestica y allana más el amor y suavidad que la severidad y el rigor. * Los filósofos llamaban cuadrado al hombre constante, firme y perfecto en la virtud, que es la forma o figura más segura la cuadrada, porque así como el dado (que por todas partes es cuadrado) levantándolo en alto y cayendo halla asiento y queda firme, así el varón perfecto ora le levante la prosperidad, ora lo derribe la adversidad queda firme en la equidad y constante en la rectitud. * ¡Oh pobreza, y cuán terrible eres pues pones muchas veces en tan graves riesgos! Ya veo que al rico falta cuanto desea, pero al pobre sólo lo que necesitaba. El rico necesitaba por muchos y para muchos vicios, el pobre sólo para su vida. A quien le falta lo que tiene verdaderamente es pobre, y a quien sobra lo que le falta es -155- verdadero rico. Muchos también son pobres porque no se contentan con poco o con buscar en lo que menos riesgo tiene. Si se siente daño y pena insoportable en la pobreza, no está en ella sino en el pobre, porque a veces el mismo deseo de adquirir algo atropella toda prudencia. * La fama de cada uno es sobrescrito y epígrafe que declara lo que hay en él. Ella se lleva los ojos y oídos del pueblo. Lo que todos publican se hace más creíble que lo que dice uno u otro, porque el particular puede engañar y engañarse pero el universal consentimiento no es fácil que pueda padecer o conspire a introducir el engaño: por eso la fama es el más seguro tesoro y de más estima. Es verdad que en atribuir o quitar opinión al príncipe se toma el vulgo mucha autoridad, porque acostumbrado a oír sin discreción y sin reparo hablar cuanto a la imaginación ocurre lo derrama sin freno despreciando el examen, que es la piedra de toque de la verdad. Fácilmente se le impresiona y no basta la conocida evidencia a que trueque el concepto o mude el estilo. * Por esto es sabio consejo no despreciar del todo los rumores que el vulgo esparce: antes será conveniente mirarse en sus voces como en espejo y cortar prestamente lo que le pueda ser de tropiezo y a Dios de desagrado, y (si se juzgare necesario) tratar con suavidad amorosa y aun dar alguna satisfacción a los autores calumniantes, aunque sean populares de baja esfera y costumbres ruines. * La gracia que se puede hacer nunca es bueno retardarla, pues quien la espera juzga no la ha de recibir como la ve dilatar, tomándose después más como desesperada que como

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agradecida. Por esto, pues, no será bien comprometer al que pide lo que al tiempo del darle, si se atraviesa dilación, se sienta haberlo ofrecido, que si en el rostro se le descubre el sentimiento al que ofrece se podrá desobligar al que salió con el beneficio. Dos cosas hacen amables a los hombres: docilidad en su proceder y beneficencia en sus obras. Cualquiera recibiendo y de un agrado se confiesa dos veces deudor. Más si se da y con disgusto es zaherir al que admite, y para ofensa no le falta sino el nombre, pues lo acredita la acción. * Dicen muy bien los desengañados que la nobleza no se adquiere naciendo sino obrando: esto es si ellos entienden por nobleza las aplicaciones generosas de la virtud. Pero el mundo no tiene a la virtud por nobleza, y no es tan ciego el mundo que no vea que la virtud es atributo mejor que la nobleza de la sangre; pero ese atributo tiene diferente nombre. La claridad de los abuelos tiene solamente por nombre nobleza. El saberse de hombre muchas virtudes y buen proceder, le hace excelente; saberse los nombres de muchos abuelos y sus altos puestos, le hacen noble. El que dice noble no dice precisamente virtuoso, el que dice virtuoso no dice noble precisamente. * Todos saben que la virtud es mucho más venerable cosa que la nobleza; pero miran a la virtud como a prenda grande que por sí mismo la puede adquirir cualquiera y a la nobleza como a joya que no la puede tener sino el que la tiene. Hábil está el noble para adquirir excelente virtud, pero el excelente virtuoso no está capaz de ser noble si no lo es. Por esto es tan estimulada a los ojos del mundo la ilustre descendencia. * El que padece tribulaciones y agravios con paciencia, vive con un pie en la tierra y con otro en el cielo, y por el desprecio de sí mismo se hace dueño del mundo. Cuando la humanidad no fuera de suyo, por ser virtud, tan amable como lo es, son los intereses y conveniencias que da a quien la ejercita de veras tales que bastarán a hacerla apetecible y bienquista. Sobre ser el remedio de las hinchazones que causa la loca vanidad, sobre ser la que ministra la mejor y más pura luz para conocer los engaños del propio amor, es un brevísimo y cierto atajo para llegar a la estimación que busca por tantos rodeos y no encuentra las más veces la soberbia. * Sobre esto dice una docta pluma que la nobleza que pasa al alma es la mejor nobleza; la que se queda sólo en el cuerpo es nobleza escasa. El hombre que tiene dos cuartos nobles y dos villanos es noble defectuoso. El hombre se compone de alma y cuerpo: el que tiene noble el cuerpo solamente y sin nobleza el alma no es noble cabal. La nobleza de la sangre no se puede tener sino naciendo, la del alma no se puede tener sino obrando. Los cuerpos, si no es naciendo, no pueden ser nobles porque descienden unos de otros; las almas no pueden ser nobles si no es obrando porque no descienden unas de otras. Lo que hallan hecho los cuerpos en los antepasados nobles es menester que se haga cada alma por sí misma.

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* El alma que no se hace la nobleza se queda sin ella. Quien nace bien y vive mal no es noble cabalmente, porque le falta la nobleza del alma que se hace con las obras. Quien nace mal y vive -157- bien, podrá con sus buenas obras acreditarse de noble, pero si con malas obras pretende parecer noble se engaña pues ellas publican su ruindad y es imposible excusarla. Anónimo. Siglo XVIII. Inmaculada Concepción. Iglesia Santa Teresa, Potosí. -156- * El que se precia de noble y generoso linaje se precia de un bien ajeno y alaba lo que él no hizo, y si no es virtuoso se acusa y deshonra a sí mismo porque degenera de la obligación con que nace. El noble y el plebeyo, el pobre, el rico, el negro y el blanco, todos descendemos de un mismo padre y de una misma madre, que fueron Adán y Eva, y por esta parte parece que habíamos de ser todos iguales en nobleza; pero no es así, porque el noble con soberbia tilda los defectos del que no es noble, el que tiene defectos procura con emulación el desdoro del noble. * Aunque es verdad que todos somos compuestos de una misma tierra y todos nos hemos de revolver en ella, con todo eso puede tener esta misma tierra tales accidentes que le hagan muy preciosa y que por ellos debe ser muy estimada. Tierra es el oro y la plata y las piedras preciosas, y la tierra es el lodo y el polvo. Tierra son los nobles pero tierra preciosa porque los accidentes preciosos de sus virtudes y de las de sus antepasados les dan valor y estima como al contrario por los de los vicios degeneran y se hacen viles. El que no nació noble procure serlo por las obras virtuosas; pero si no se quedara vil, cieno y asco de las gentes. En todas las naciones y en todos tiempos ha habido hombres señalados en valor. Éste es sobremanera digno de alabanza cuando se emplea en hazañas grandes y empresas de fama, pero si en cosas particulares y de poco momento se ejercita, y más sin salir de una república, al perder la vida a manos de cualquier contrario o de la justicia. Porque así como no es compatible la felicidad con el dolor, no lo es con el temor, porque no causa tanto contento el vencimiento que se goza como tristeza el mal que se teme. * Suma felicidad parecía aquella del tirano de Siracusa que con abundancia excesiva lograba espléndidas mesas, inmensas delicias y sumos honores; mas era infelicísimo porque estaba

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siempre imaginando sobre su cabeza una espada afilada pendiente de un hilo frágil. A tantas dulzuras verdaderas acibaraba un peligro imaginario: la bebida más suave le asustaba como veneno. * No hay cosa más apacible de ver ni que mejor parezca que una persona digna de su grandeza, que habiéndole dado ocasión de enojarse, con una profunda mansedumbre guarda su graciosa serenidad, fácilmente comienza (sin hacer mucho hincapié en ellos) a menospreciar los dichos y los hechos de otros, los cuales ponen delante una falsa honra u otras cosas que ellos fingen procurando de incitar a venganza o a lo menos a públicos sentimientos. * Nadie hay tan desinteresado que no guste del agradecido. El que no vende el beneficio, se huelga de no perderle. Todos aman sus obras. La obra sale a gusto, se prosigue porque se hizo algo se quiere hacer mucho. Obra es muy agradable la que se hace en sujeto que no parece ingrato, el que quisiere que se haga mucho por él, dé a entender que agradece lo que se ha hecho. * La verdadera gloria de las acciones fuertes consiste en la ocasión que empeña a hacerlas, y la verdadera ocasión no es la alabanza propia sino el beneficio ajeno, y cuanto mayor es el beneficio tanto mayor es la verdadera gloria de la fortaleza. Tal es el exponer la vida por sus padres, por la patria, por la santa fe de Jesucristo. Es indigno de la vida quien no la expone por quien la dio. Al beneficio de haberla recibido no se puede corresponder con otro que con dedicarla al propio autor. * -158- Los Hombres Los que tienen por muy duro el diamante no deben haber conocido el corazón del hombre: más duro es que la más dura piedra. * El hombre es lobo para el hombre. *

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Los hombres son los más acerbos enemigos de los hombres. * Quien nace bien y vive mal no es noble cabalmente, porque le falta la nobleza del alma que se hace con las obras. Quien nace mal y vive bien podrá con sus buenas obras acreditarse de noble. * ¡Oh descaminados y contumaces deseos de los hombres, que por el contagio de la culpa os procuráis la pena! Si la piedad de nuestro gran Dios no contradijera nuestra propia pretensión, sólo concediendo los arbitrios a nuestros deseos nos castigara. ¿A cuántos, permitiéndoles el Señor de toda la riqueza que le piden, les quitó el sueño y la quietud que tenían y les dio envidiosos y ladrones? ¿Cuántos le importunaron por dignidades y honras, a quien envió con ellas al despeñadero y la afrenta? ¿Qué mujer no le pide y ruega con vehemencia le dé hermosura, sin ver que ella consigue el riesgo de la honestidad y la dolencia de su reputación? ¿Qué mancebo no desea gentileza y donaire y con ella adquiere el aparato para adúltero y los méritos para deshonesto? Si el hombre más presumido de su acierto, a instancias de su conciencia paseare alguna vez la verdad por los tránsitos de su vida y por los corredores de su espíritu, hallará que ha sido ruina de su alma cuanto por sí ha fabricado en ella, y contará en salud tantos portillos como edificios. * No saber desear y arrojarse a pedir es delito espiritual, es necedad humana. Bien acierta quien sospecha que siempre yerra. Quien para los negocios con Dios recusa sus deseos, sabe contestar la demanda ajustada a la ley de Dios, que es por la que se juzga; y como sola una ley resume los derechos del cielo, no padece equivocaciones ni menos consiente trampas. Anónimo. Colección Particular. La Paz. Hacer bien a otro sin hacer mal al prójimo ni a sí mismo, blasón es de Dios. No por esto pongo dificultad en el hacer bien, sino cuidado: hágase bien pero mírese a quién se hace, que esto es lo que digo. * Tampoco niego que no se ha de hacer bien a todos, a los buenos y los malos, a los amigos y a los enemigos: a los buenos porque lo merecen, a los malos para que lo merezcan, a los amigos porque lo son, a los enemigos porque no lo sean. Hacer bien es poner en honra, y hay quien sólo supo aguardar a verse en ella para ser ruin, y como sea cierto que el que dio

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la honra hizo bien, también será cierto que al que se la dio le hizo mal si con ella le hizo ruin. * Por eso se ha de mirar a quién se hace bien, porque quien con el bien se hace malo siempre se ha visto, y quien con el mal se hace bueno muchas veces se ve. -159- * ¿Quién sino por sólo alcanzarla arrojó a Horacio del puente abajo, armado de todas armas en la profundidad del Tíber; quién abrasó el brazo y la mano de Mucio; quién impelió a Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma; quién, contra todos los agüeros que en contra se la habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César? Y con más modernos ejemplos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el famoso héroe Hernán Cortés en este Nuevo Mundo? Todas estas y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama, que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, unos por sus admirables letras y otros por el valor de sus armas. * Los más altos lugares y estados son los menos seguros y a peligros y desastres más sujetos, así para el cuerpo como para el alma. Lo del alma es más dificultoso de probar porque es cosa que pasa más secreta y de quien ha de ser Dios el juez; pero (a lo que parece) en los lugares altos hay mayores ocasiones, aparejos mayores y libertades para pecar, y más embarazos y dificultades para dejarlo de hacer. Y en cuanto a la parte de los hombres es la flaqueza igual en los altos y en los bajos, que es argumento de mayor riesgo. * Considerar los peligros es prudencia de cobardes, habiendo de entrar a experimentarlos, y muchas veces también es cobardía de valientes. Muchos triunfos ha ocasionado la consideración, y muchas victorias ha dado la temeridad. No apruebo a los temerarios ni a los cobardes condeno: digo quiénes son los que deben ser lo uno o lo otro, y muestro el peligro de esta virtud y el logro de aquel vicio. * Es claro y notorio a todos que mayor obligación tiene un hombre bueno a obrar cosas buenas y virtuosas, que uno que no lo es tanto, digo en la calidad y linaje, y así, por esta obligación que tiene sobre sí merece mayor premio y honra en ser bueno siguiendo la virtud de sus pasados, que no el que es de abajo y obscuro linaje porque no está tan obligado a usar aquella bondad, y así como al bueno se le ha de dar mayor premio por esto, es digno de mayor infamia si se desvía el camino que se fundó el que dio principio a su linaje y

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siguieron los que de él han procedido, y si es digno de mayor infamia faltando a su obligación, justo será que se le dé mayor honra sin contradicción ninguna. * Yo no veo en el mundo cosa que en más se deba tener, precisar y estimar que la honra, de la cual dice el filósofo que es el mayor bien de todos los bienes exteriores, y así todos la buscamos y anteponemos a los otros bienes mundanos y la tenemos por la subida y más próspera felicidad y riqueza de todas las que en esta vida pueden alcanzarse para vivir en ella, porque por ella estiman las gentes todos los otros bienes en poco: el dulce amor de los hijos, la afición de sus mujeres, el sosiego de sus casas y patrias, y finalmente tienen en poco las vidas ofreciéndolas a cada paso por la honra. * Tan grande virtud como riesgo es ser bueno entre los malos, y el mérito mayor para con los malos es ser de entre los malos el peor. * Los malos siempre sospechan de los buenos. * Una de dos: o no empezar a ser cruel o no acabar de serlo, porque el desprecio es más ejecutivo que el temor, y aquel se alienta en la mudanza que hace el cruel que se templa, y éste crece en la porfía del que multiplica su crueldad. Digo que éste acabará peor pero no tan presto: y así el pertinaz consigue la duración, interés a que trueca su alma, que ésta, riquezas mal adquiridas y todo se pierde. * ¡Oh cuán inadvertidamente se aseguran riesgos particulares en conveniencias comunes, y más cuando se funda en el daño de uno la conveniencia de muchos! ¿Quién fue tan necio que pueda persuadirse a que su salud importe tanto a otro como a él? * Grande es la ceguedad de los hombres pues una desdicha no escarmienta para otra. El marinero adereza la nave que la tempestad le maltrató, para volverla al peligro. Sobre las ruinas de la casa que se le cayó vuelve el dueño a edificarla, sin mirar que edifica para que se vuelva a caer. El ruiseñor a quien el labrador descompuso el nido, vuelve a hacer otro en el ramo mismo que se le rompieron. La abeja a quien el oso le desbarató el panal, vuelve a labrar el panal quizás para el oso. -160- *

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Hay muchos ignorantes que piensan que con el uso de las temeridades enamoran, y así las emprenden ordinariamente delante de mujeres, y algunos de éstos contra ellas, siendo la más vil acción que la cobardía ha podido enseñar pues en confianza de que lo son, se atreven. * Es inconstante nuestra naturaleza, pues casi a un mismo tiempo llora y ríe, padece y descansa, se atormenta y se alegra. * Ser bueno entre buenos no es mucho y ser bueno entre malos es mucho. * ¿Quién no se lastima de ver en ánimos bien nacidos, naturales ingratos? Las buenas obras que se hacen a los hombres son delicadísimo manjar a quien cada uno convierte en su substancia; y como un mantenimiento mismo es veneno en el pecho de una serpiente y triaca en el de otros animales, y una misma flor en la boca de la abeja miel, y ponzoña en la de una araña, así también el beneficio es para uno, veneno mortal y ponzoña, y sabrosa miel triaca para otros. * Hay mucho que sufrir en condiciones de hombres, en sus términos malquísimos, desagradecidas correspondencias, injurias voluntarias, y adversas voluntades. Miseria es todo el hombre y causa de miserias. ¿Quién hay tan dichoso que contente a todos o que nadie le envidie; quién hay tan piadoso, caritativo, ni tan bienhechor que no tenga algún quejoso; quién hay tan liberal que no encuentre a un desagradecido, sino a muchos; quién hay tan estimado que algún murmurador no le desprecie? Ninguno hay tan ajustado que en él no halle qué reprender la envidia y mal afecto de otros, o la extravagante condición. * En la tierra no hay felicidad que no lleve un contrapeso grande, no hay dicha que se ensalce tanto que alguna calamidad no le agrave. * No hay cosa que cause más miserias en los hombres que las pasiones de los hombres, que con ellas a sí mismos no se perdonan. El soberbio se carcome, se encoleriza y se deshace por la ajena felicidad. El envidioso se muere de ver a un dichoso con vida y hacienda. El codicioso por lo que no ha menester ni puede adquirir se desvela. El impaciente se despedaza las entrañas por lo que nada le importa. El colérico se pierde por lo que no le va ni le viene. Cuántos por no vencer una pasión han venido a perder el sosiego, la hacienda y

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últimamente la vida temporal y eterna. Fuera de toda esta miseria, a muchos han sido las pasiones unos verdugos crueles que les han sacado repentinamente el alma, pues si las pasiones mortificadas son de tanto daño a la propia vida, ¿cuán perjudiciales (las no mortificadas) serán? Por cierto que aunque faltaran las demás desdichas humanas, son muy grandes las que las pasiones de los hombres causan. Con menos dificultad se defenderá uno de muchos leones que de un hombre si es cruel y su enemigo; más seguro vivirá entre fieras que entre tales hombres, como lo vemos en David y en otros. * La experiencia enseña que no es conforme a razón ni a justicia dejar libres a los esclavos sin dejarles también alguna ayuda para su mantenencia, ni darles libertad por ser viejos y enfermos, que es un género de inhumanidad cruel pues les dan causa a que fallezcan en el desamparo o anden mendigando, y esto harta afrenta es para su amo, ni parece que la conciencia puede permitir servirse de un hombre en la mocedad y mientras está sano y con fuerzas para trabajar, y en faltándole desampararle y darle ocasión que muera; y si acaso estando el esclavo enfermo su amo lo echase de casa sin procurar que cuide de su salud y vida alguna otra persona, sin duda alguna (sin recurso, a remedio de volverlo a su esclavitud aunque sea por patronazgo real) queda libre según las leyes. * Siempre vemos cuán tracista e ingeniosa es la necesidad, y no hay quien sepa tanto como ella: necios son los más sabios en su -161- comparación, como los más fuertes flacos, y los animosos tímidos y cobardes. * En el rigor de sus aprietos, ¿qué no vence cuando vence, y a quién no rinde cuando aprieta, y qué no allanan que no facilitan los deseos de acrecentimientos, y a qué no animan las esperanzas de salir de pobreza y laceria? * Aunque uno sea hijo de un negro de Etiopía, en siendo bien inclinado, modesto y virtuoso, es noble, hidalgo y caballero, porque la verdadera hidalguía es la que desciende del solar de la virtud. * Hay hombres tan poco cautos que a todos dicen lo íntimo de su pecho, y otros tan recatados que aun al amigo niegan sus secretos, y si pudieran de sí mismos los ocultaran. Todo esto es extremo y será vicio fiarse y desconfiar de todos. A uno de estos dos extremos se debe llamar humano y honesto, al otro útil y seguro. Así se podrá culpar a los que continuamente están en su trabajo sin perder hora, por ser tempestad y molestar locura, como a los que con ociosidad viven siempre gozando de mucho reposo, porque es una enfermedad continua: débese mezclar el confiar de todos y la desconfianza, como el trabajo y el reposo.

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* El que obra debe suspender su ejercicio tal hora; el que no trabaja, razón es de que se ejercite alguna vez: si esto se duda aconséjese con la naturaleza, que ella les dirá para qué hay amigos y enemigos y para qué hizo el día y la noche. * Quien juzga a alguno por su amigo y ha conocido con la experiencia que lo es, si de él no se fía como de sí mismo va fuera de camino y parece que le falta el conocimiento de la verdadera amistad. También se ha de advertir que cuando al amigo se le descubre el pensamiento o secreto del alma, se ha de dar indicio que se le tiene por leal y seguro, porque así le sabrán hacer con estas calidades, que algunos se ha sabido ya que se han perdido diciendo que temen ser engañados y con esta sospecha han abierto lo ojos a la traición. * No es bien que yo me recate de mi amigo siéndolo verdaderamente; razón es que cuando estoy en su presencia juzgue que me hallo solo. Guárdese también el que pide consejo de aconsejarse con el que es ignorante aunque sea su amigo, así como se guarda y recata del que es sabio y discreto si es su enemigo. * Siempre es grande la constancia de los hombres: la misma facilidad que tienen en amar tienen en aborrecer, desean con vehemencia y luego aborrecen con amargura: Para lo uno ni para lo otro no hay más razón que su razón, y esta su razón toda es una sinrazón que no tiene otro buen fundamento ni es más que un estragado gusto, y por eso es tan trabajoso el trato de los hombres y muy insufrible; y cuando a esta humana flaqueza se arrima el poder es el remedio sufrir y no condenar sus sinrazones, porque el que contradice está arriesgado a experimentar su rigor. * Ha puesto la vanidad del mundo la honra tan vidriosa, que con una palabra que diga quien quisiere la quite, y de la misma manera quien no hiciere a gusto del que se precia de honra cosa que no se la acreciente, por lo cual es ocasión que vivan muchos deshonrados, y si quieren cobrar la honra perdida les ha de costar la vida o hacienda, o la quietud. Tales son las cosas de los hombres en este particular, con tantos puntos y fueros, que si real y verdaderamente todos fuesen locos no le pudieran poner peor. ¿Qué es toda la locura sino decir y hacer cosas sin proporción, ni orden ni razón? Pues así como no hay cosa que sin proporción, ni orden ni razón que este mundo, no hay tampoco cosa más loca. *

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Paréceme a mí que el llorar un hombre no es indicio de cobardía sino argumento de valor, porque pienso que en semejante ocasión le sucede lo que a un pedernal herido del acero: aquí es crédito de la hidalguía la lumbre que sale de la piedra, y así las lágrimas centellas del corazón que herido de las penas muestra la piedad con que se acredita de noble. El llanto es de naturaleza blanda, líquida y suave, y así se debe temer más a un corazón que arroja lágrimas que a una lengua que multiplica amenazas, porque ésta avisa con las injurias y aquél asegura y engaña con la piedad. Demás que sí cuerdamente se advierte, unas veces lo hace lastimado, y otras para quedar endurecido. -162- * Reducidos los hombres a la última desesperación (que es cuando los flacos obstinadamente pelean y sacan de su flaqueza fuerzas) suelen hallar sus vidas en la muerte de sus contrarios. * ¿De qué le sirve al hombre la razón si no se aprovecha de ella? Cuando él no hubiera experimentado lo que es el mundo fuera prudencia tomar doctrinas en trabajos ajenos, y no lo es querer experimentar en propia persona con cierto daño suyo lo que por tantos siglos es sabido. Da Dios al hombre el talento de la razón para que se valga de él en todo lo bueno, no para que en más daño suyo lo sepulte en ignorancia y voluntaria torpeza. No es respuesta decir «no supe, no entendí lo que estaba obligado a saber y entender» y si esa respuesta para con los hombres excusa, para Dios acusa, que juzga las cosas no por lo que parecen sino por lo que son, y no se puede engañar ni ser engañado. * Los que se alaban de que saben hacer venir las ocasiones muestran no saber que sean tales, pues cuando por vía de ingenio se pueda hacer es arte y no es ocasión: aunque se mezcla con lo que se puede, es no menos diferente y de diversa razón, y así el que la intenta tomarla a tiempo deja tantas veces la anticipación como la dilación. Los de agudos ingenios en lo primero se pierden impacientes, porque apenas vino la sombra cuando se mueven a cogerla; en lo segundo lo fueron los tardos, pues siendo la ocasión de su naturaleza veloz no son capaces en tan breve tiempo de conocerla, y conocida tomarla. San Mateo. Melchor Pérez Holguín, 1724. Museo de La Moneda, Potosí. * Mayores daños causa a veces la fortuna próspera que la adversa, y cuando favorece a los hombres con exceso suele ser su mayor enemiga, porque si no pone freno a sus apetitos la prudencia los desempeña la ambición, y llegando al lleno de la prosperidad, o de repente se oscurece su lucimiento (como la luna, que si no es cuando está llena no se eclipsa), o

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vanamente ensoberbecidos despreciando a los demás se hacen odiosos. No agradecen los bienes a la mano de donde vienen: ingratos olvidan al autor de sus dichas, y la abundancia les sirve de cebo para delinquir, de señuelo para ofender y de instrumento para pecar. * Prevenir los males no es evitarlos. Ser bueno o malo está en las manos del consejo propio, ser dichoso o ser desdichado, en los arbitrios del cielo. Lo más que puede hacer la prudencia que adivina mejor es templar los males con las prevenciones. Lo que puede hacer siempre es preparar el ánimo para sufrirlos. -163- * Tres cosas hacen al hombre en esta vida mortal bienaventurado: la tolerancia en los trabajos, la humillación en las propiedades, la templanza en los deseos. A los trabajos el sufrimiento los desarma, la impaciencia los dobla. Las felicidades sin humillarlas poseídas envanecen, perdidas desesperan. Los deseos son tormentos del corazón: más infelices ha hecho la destemplanza de los deseos que la misma infelicidad. * Los crueles odios, las falsas amistades, los sangrientos encuentros, las fieras ambiciones y las envidias que universalmente se ven en nuestra edad reinar entre los hombres, es lo que por la mayor parte los tienen puestos en la confusión que todos vemos. Por tanto la corrección de estos males presentes se debe esperar tan solamente del ingerir en el corazón del humano género la caridad, el amor recíproco y santo del prójimo, que es el primer precepto de Dios. Por la cual razón deben todos, eclesiásticos, grandes y pequeños, emplear sus fuerzas con palabras y obras en quitar las ocasiones de los odios y rencores que en este tiempo se han apoderado del corazón de los hombres; que si alguna hora pudiésemos conseguir esto, el linaje humano (no de otra suerte que las fieras aman a su especie) echara de sí los odios y cualquier otro ánimo de rencor. Más ¡ay, dolor! Que según esta apoderada esta terrible pasión de los humanos parece ya irremediable. * Ver uno que los hombres se le anteponen o que pretenden igualdad es gran tormento, y en esto padecen engaño. Este accidente fue el primer gusano que introdujo el homicidio, y el primer homicidio fue entre los primeros hermanos. No es mucho que entre los que no lo son en lo particular (que en lo general hijos somos de un padre, Adán) se quieran beber la sangre. * Hay algunos curiosos que en sus casas son ciegos, cuando salen de ellas se arman de linces vistas para escudriñar, aunque sean de ricos y poderosos, no se les pasa por alto la pequeña pajuela que está en el lagrimar de los prójimos sin echar de ver la viga de lagar que les tapa

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a las niñas de sus ojos, y cuando con voces no pueden explicar su nota lo hacen con la pluma; y es digno de notar, como yo noté, ver la capa de celo con que cubren la infamia de su murmuración y depravada delación, para que haga el efecto que desean, aunque nada les vaya ni venga de ello. * Mas ¿qué importa al hombre haber nacido de honrados padres si sus obras son de hombre infame? Al que nace en humildes mantillas sus procederes buenos le ennoblecen y antes éstos dan crédito a su sangre. El noble que procede mal su misma calidad le es afrenta, porque vista ésta al aviso de aquellas queda más deshonrado cuanto son mayores las obligaciones a vivir bueno. * No pueden los hombres vivir felices si no viven seguros: por esto se fabrican ciudades, se aceptan los príncipes y se toleran las imposiciones. * Miseria es todo el hombre y causa de miseria. * Ya es propia la galantería de algunos hombres prometer grandes cosas a las pobres mujeres, y después cumplir lo que mejor frisa con sus deseos y aun con sus torpezas y apetitos, ingratitudes y otros males. * Hay muchos hombres que andan aliñando las vidas ajenas y echando a perder las suyas: son los barrenderos de las costumbres. Los que barren las arañas para barrerlas, pero déjanlas sin polvo y sin lodo: las calles quedan limpias y ellos llevan mucho polvo y mucho lodo. Los que murmuran las acciones de los otros y ponen faltas en otras repúblicas, lastiman al que murmuran y a lo que motejan aunque sea de pedernal, pero a que se enmiende: él o la república se enmienda, y ellos se llevan la tacha de deslenguados. * El entendimiento del hombre, porque no tiene fin adecuado en este mundo, todo lo que se le pone delante apetecible lo apetece como fin, y apenas lo ha conseguido cuando lo hace servir de medio para alcanzar otro fin que aquel lo tenía cubierto; y tanto dura el ser fin cuanto tarda en ser conseguido. *

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Nadie ignora (hablando moral y humanamente) que dos cosas son principales, las que mueven y levantan a los hombres a hacer grandes y señalados hechos en la guerra y en la paz: la -164- primera es honra y fama, y la segunda el provecho e interés. Los magnánimos y grandes corazones principalmente codician y procuran lo primero, y los más bajos y menos nobles mucho más los mueve la codicia de los premios. * Ninguna cosa hay en esta universidad del mundo a quien la naturaleza no diese semejante y contrario: contra el odio natural de los opuestos queda el natural amor de los semejantes. No hay criatura debajo del cielo sin amigos ni enemigos; y si esto es por sólo naturaleza, ¿qué será recibiendo bien o mal unos de otros los hombres? * Notable cosa es el ver cuán fácilmente se hallan, se juntan y unen con lazo de amistad estrecha los que tienen una misma inclinación, de donde se debe inferir que para averiguar las costumbres de alguno ni hay más segura ni más cierta información que saber las que tiene quien profesa su amistad. ¡Qué presto se conforman los maldicientes para murmurar, qué prontos se hallan los tahures para el juego, qué dispuestos los crueles para la venganza, y qué fáciles unos y otros para seguir el vicio a que su inclinación les solicita! * Por donde no lo imagina el hombre por allí le viene su bien o su mal. * Crecer sin trabajo es de plantas, aumentarse con la dicha es de hombres. El hombre sin osadía no es más que carne y cabellos; sólo es de hombre el cuerpo en que hay espíritu grande. * Los hombres ambiciosos y presuntuosos que miden sus obras no con los pocos días que han de vivir sino con los pensamientos altos que tienen de mandar, la vida se les pasará en trabajo y la muerte en peligro; y el remedio de esto es que el hombre sabio y cuerdo si no alcanza lo que quiere conténtese con lo que puede. * El diamante se ablanda con la sangre de un pajarillo; el corazón del hombre no se ablanda con la sangre de su enemigo. *

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Es cosa indigna de hombres grandes mudar con la fortuna las costumbres si no es para mejorarlas, desvanecerse con las dignidades siendo menos las dignidades que el haberlas merecido. * Traer las manos entre la masa sin que se les pegue alguna cosa a los hombres, estar a la vista del basilisco y no emponzoñarse, y cerca del fuego la cera y no derretirse naturalmente es imposible: que no se nos pegue el afecto al oro y la plata manoseándolo, que no nos dañe el veneno de las cosas temporales poseyéndolas, que no se nos derrita el corazón con el fuego de la codicia, teniéndole tan cerca es muy dificultoso y sin especial gracia de Dios, casi imposible. * Las felicidades no gustan de corazones templados, las osadías hechizan a las estrellas. Al que no se atreve le mira la fortuna como a indigno. También tiene sus reglas la suerte: por los alientos mide las dichas. * Causa admiración ver las cosas que los hombres han inventado para el regalo de los sentidos: para los ojos, como más principales, tanta diversidad de telas, brocatos, labores, oro, plata, pinceles, esculturas y adornos: para el oído tanta diversidad de instrumentos de consonancia; tanta diferencia, tantos mixtos de olor para el olfato; para el gusto tanta sazón de manjares, y tanta adulación de blandos objetos para el tacto. Finalmente es muy notable la vida del hombre y la vemos tan puntualmente servida de regalos y tan variamente acechada de enemigos, y siendo ella sola falta número para contar las enfermedades y riesgos que destruirla procuran. * La vanagloria del mundo es vanidad de un ánimo que juntamente tiene algún bien y de poseerle ignora el modo; es un enfermizo efecto con ciertas hinchazones de excelencia; es torbellino de presunción que tiene su asistencia en ánimo leve; es una imaginación para las cosas mal fundadas apacible, y para las adversas inútil: ésta es brevemente la vanagloria. Los vanagloriosos son aquellos a quienes el viento de la jactancia -165- levanta sobre sí mismos, los que desean que todos los alaben, los que con vivas ansias procuran que injustamente los veneren, los que favorecen a los aduladores, los que revientan por mandar y ser obedecidos vanamente, los que quieren enseñar cuando para sí no saben, los que intentan ser tenidos por doctos en lo que no entienden, los que se alegran de que ellos se crean grandes cosas, los que en sus palabras se muestran tan graves que se escuchan, los que son en prometer veloces y limitados en dar, los que para los sucesos prósperos son alegres, frágiles en los adversos, cuidadosos en los oprobios, inmoderados en los regocijos, y para lo honesto difíciles.

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San Mateo. Melchor Pérez Holguín. -166- Educación, Familia, Hijos De esta y otras innumerables tragedias que han sucedido se conoce no levemente el grave daño que causa en las repúblicas el uso de las comedias cebándose de versos cómicos cuyo fin es sensualidad, y lo que el mundo llama divertimiento loable es sin duda escuela de vicios adonde en poco tiempo aprende la juventud todas las trazas contra la pureza y castidad y contra el decoro del estado y obligaciones, y no sabemos que por haberse permitido este uso tan dañoso para las costumbres se hayan excusado otros daños de la república, antes parece que con aquella enseñanza crecen todos, y es tanto más peligroso cuanto menos se teme, pues todos los estados tienen licencia para asistir a los teatros adonde como de escuela de profanidad se aprende la libertad, la gala, el galanteo, la ociosidad y todos los demás vicios que se van llamando unos a otros; de allí sale el ánimo dispuesto a proseguir aquellos mismos empleos, cuando menos estudiando en los libros los amores a que dio principio la asistencia en el teatro. Y es de tal suerte la afición a este vicioso divertimiento que ha habido madre que con pretexto de ocupación grave no ha llevado a su hija a que oiga misa o sermón y para la asistencia de comedias no ha puesto embarazo ninguno. * Los estudios de todas las ciencias alimentan en la mocedad, deleitan en la vejez, adornan en la prosperidad, ayudan en las adversidades, anochecen con los que en ellos se dan, peregrinan en su compañía, y aun en la rusticidad del campo no los desamparan. * El castigo en los hijos es muy necesario, porque el que a su hijo consiente en sus maldades cría esclavos que le maten, pero no ha de ser el castigo de suerte que pase a crueldad. El hijo ama al padre en tanto que no sabe que muriendo su padre herede la hacienda, porque en sabiéndolo luego olvida el ser que le dio por la herencia que ya no acaba de darle, y ésta es la razón del poco amor que le tiene en saliendo de la infancia, fuera de que si es el hijo o la hija de mal natural, repetidas veces perderá el debido respeto a sus padres. *

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Es terrible género de crueldad querer que siendo las hijas las que se casan haya de ser la voluntad de sus padres y de ellas el consentimiento. Pero también es cierto que pocas veces o ninguna se ha de dejar a los hijos la elección, porque ellos con la corta luz que dan los pocos años están más próximos a errar, y yo digo que aunque no se les ha de permitir en todo se ha de consultar su gusto en parte. * Piensan los hijos cuando no experimentan lo que sus padres les dicen, que sus reprensiones nacen de su edad y no del conocimiento de sus yerros; mas cuando por su mal hacen experiencia de sus verdades, no pueden hacer más de confesar con el pesar de no haberlos obedecido lo mal que hicieron en no seguir sus pareceres. * Uno de los desconciertos de los matrimonios es la discordia, que regularmente nace del mal gobierno de los maridos y terquedad de las mujeres. A la verdad debemos confesar que las impertinencias de éstas son más tolerables que los desórdenes de aquellos, de aquí nacería todo el mal de estos casados. * Oficio de los buenos hijos es suplir con su virtud los defectos de sus padres, como irrepudiablemente herederos de sus injurias y de sus alabanzas en cuanto de ellos recibieron el ser y no para contra el que se le dio con la excelencia incomparable como divina del pasarle del no ser al ser. * No hay duda que los hijos tienen obligación de obedecer a sus padres, pero no en todas las cosas, especialmente cuando llegan a los años de discreción, que cada uno tiene derecho a elegir el estado y modo de vida que le pareciere, porque de otra suerte no hubiera diferencia entre los esclavos y los hijos si éstos debieran obedecer a sus padres en todas las cosas. * En los niños y en la facilidad con que trasiegan y trasplantan los vicios, causa que muchos han discurrido (y yo con ellos) por una de las más principales de la libertad en vicios de estas partes, adonde las madres se han introducido tan señoras que no dignándose criar a sus hijos los dan a las esclavas y las indias para que los críen, de donde (dejando aparte otros males y daños) no tienen para qué admirarse el experimentar no pocas veces ingratitud y poco amor en sus hijos, que casi no las reconocen por sus madres, permitiendo el cielo este castigo por el desamor que ellas les mostraron negándoles el primer alimento de sus pechos que tanto fomenta la fidelidad y el amor. Pero tales madres no lo son sino madrastras de sus hijos. -167-

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* ¡Ah, padres de familias que lloráis y os lamentáis del hijo que se os sale de casa peor que muerto a pecar, que os roba los ojos, que os pierde el respeto y pone las manos! Éste habíades de llorar, a éste que es muerto y más que muerto debéis llorar con lágrimas de sangre, y más si vuestra mala crianza y no haberlo castigado en tiempo conveniente causó todo su mal y ruina. * Muchas veces el parentesco ocasiona lo que debía estorbar; el ser hermanos, primos y cuñados, padres e hijos sirve más veces de disculpa de dejarlo de ser que de razón para serlo. Oiga cada uno a su parentela y ella acreditará más esta verdad. Virgen del Rosario. Gaspar Miguel de Barrio. * Éste y otros muchos nos dan ejemplos cuán recatadamente deban los que tienen hijas de edad lozana permitir las conversaciones de viejas con ellas, porque muchas doncellas serían constantísimas y resistirían a los ruegos y lágrimas de los que las aman y sirven, desecharían los presentes y joyas y cualesquier género de regalos que se rinden a las falsas razones de una solícita y avarienta alcahueta, entregando la posesión de su honor en las sacrílegas manos suyas, vencidas de la reverencia que tiene a sus mal empleados años. * -168- Las Mujeres Las mujeres son artífices y oficinas de la vida, y ocasiones y causas de la muerte. Hanse de tratar como el fuego pues como el fuego nos tratan ellas. No se puede negar que son nuestro calor, son nuestro abrigo, hermosas son y resplandecientes siendo vistas, alegran las casas y las ciudades. Mas guárdense con peligro porque cualquier cosa que se les llega la encienden, abrasan a lo que se juntan, cualquier espíritu del que se apoderan lo consumen, tienen luz con que alegran y humo con el que hace llorar su propio resplandor. Quien no las tiene ya se ve que está a obscuras, quien las tiene está a riesgo. No se remedian con lo mucho ni con lo poco. Al fuego poco agua lo enciende, y si le echan mucha le ahoga luego; fácilmente se tiene y fácilmente se pierde.

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* Muchas veces ocasionan ellas el fuego de las guerras, y también acarrean la dulzura de la paz. Muy propia es la comparación y no es necesario verificarla, porque fuego y mujer son tan uno que no les trueca los nombres quien llama mujer al fuego y fuego a la mujer. Magdalena. Mostajo y Montoya. Pintura sobre vidrio, Museo de La Moneda, Potosí. * Terrible es la mujer que por agraviada pretende venganza, pues por quedar en ella satisfecha hará cosas indignas de su naturaleza, mostrándose cruel fiera (aunque sea benigna hermosa) por despedazar al que la ofende, precediendo al afecto varias demostraciones de su rabia. Líbrenos Dios de la rabiosa ira de una mujer, pues algunas por emplearla en sus enemigos se olvidan de Dios, llaman y comunican a los demonios, y hacen cosas que no parecen imaginables volviendo sus piadosos corazones en impíos, crueles, terribles y abominables. * Avisado es el hombre que usa de las caricias de una mujer y no se fía de ellas, porque a la verdad (si se registran historias) valiéndose de cariños engañosos han ejecutado trágicas muertes, y por llevar a cabo sus venganzas son abortos del infierno, parto de la mentira, mérito de condenación, perdición de almas, logro de castigos y lamentables sucesos, cuya propia vida mientras pretende venganza es más muerte, y cuya duración es peor fin. * Van errados cuantos no sienten que es fácil a una mujer conseguir cuanto intenta, y que muchas han podido exceder a los hombres en valor, armas y entendimiento. En éstas se advierte en tres Corinas, dos Aspasias, una Hortensia, una Safo, una Cenobia, una Cornelia, una en Praxia, y en otras como Areté, -169- Proba, Eudocia, Istrina y Casandra; y en valor una Pantasilea, una Cenobia, una Artemisa, una Cleopatra y una castellana Isabel la Católica, heroica entre mujeres ilustres y único milagro al mundo de fortaleza y prudencia. Nadie se debe admirar de ver tanta excelencia en mujeres, porque ni son de diferente naturaleza que los hombres ni son menos perfectas (en cuanto a la perfección substancial) sus almas. * Eneas Silvio y Estrabón escriben que se crían en Albania unas arañas de tan extraña propiedad que matan a cuantos pican, muriendo unos riendo y otros llorando. Tal semejanza tiene el trato de las mujeres que hacen a quien se fía de ellas que son como arañas: arañan cuanto pueden. Si las arañas urden sus telas y tienden sus redes con aquel primor y artificio que pinta el filósofo Séneca y vemos cada día ordenando todo aquel

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ingenio y filatería para cazar moscas, no con menos ardides y dulzura de palabras (dice San Basilio) arman las mujeres sus engaños, según pinta el Espíritu Santo en los Proverbios, para engañar con ellas mozuelos locos. De manera que con las picaduras de estas arañas unos vienen a morir luego riendo en medio de los gustos y contentos que reciben de ellos, otros acaban llorando a la larga entre los trabajos y desventuras que se les han pegado por su conversación, pobreza, miseria, enfermedad, desnudez y hambre. * No se puede negar que el natural frágil de las mujeres es (en cuanto a deseos) más disculpable, pero también debemos de estar en que para rescatarlos y encubrirlos es sin comparación más fuerte y poderosa que en los hombres. * Lo peor es que lo mismo quiere traer la mujer de un hombre común y pobre que de un caballero que sea rico: todas quieren ser iguales y todas dan mala vida y trabajos a sus maridos si no las igualan con las otras, aunque sean muy mejores y más ricas que ellas. * Bien hicieron por esto los genoveses en otro tiempo, que viendo cuán gran polilla y destrucción para sus haciendas eran los gastos excesivos y trajes de las mujeres, hicieron en su república un estatuto y ley general (la cual no sé si aún se guarda) y por ella pusieron el necesario remedio, el cual fue que ninguna mujer pudiese traer ropa de seda ni de paño fino sino de otros paños comunes, y solamente les dejaron lo que echan por cobertura sobre la cabeza cuando hace mucho sol o cuando llueve, que son dos varas de alguna manera de seda así como se corta de la pieza sin otra hechura ninguna. * Cuando una mujer quiere su gusto, ¿qué cosa habrá que lo impida? * Verdaderamente muy mayores y más torpes y más comunes son los vicios en los hombres que no en las mujeres, y nosotros que las notamos y acusamos de parleras, murmuradoras y desenfrenadas en sus lenguas, somos los que las infamamos diciendo tantos males de ellas, que pudiéramos tener vergüenza de que nuestras palabras saliesen por nuestras bocas tan perjudiciales contra personas de quienes tantos bienes continuamente recibimos; y aunque es verdad que hay algunas malas entre ellas, yo aseguro que no sean tantas como los hombres, y nosotros (a la verdad y experiencia) somos la principal causa de sus males importunándolas y fatigándolas con promesas y con engaños, con lisonjas y persuasiones (que bastarían a mover las piedras, cuanto más a mujeres) para que algunas veces vengan a caer en algunos yerros, y ellas jamás nos importunan ni fatigan requiriéndonos y molestándonos con desvergüenza, antes tienen por mejor callando pasar sus trabajos que no dar a entender lo que por ventura con su flaqueza les piden sus apetitos.

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* Y aunque su natural es mudable, no en todas, pues saben valerse de su buen entendimiento para la firmeza, agradecimiento y correspondencia. Y si muchos han escrito contra ellas, no ha sido contra las buenas sino contra las malas, y lo que dijeron de las unas (siendo pocas) no se ha de entender de las otras (que son muchas), así que sería mejor que todos los hombres se empleasen en decir bien de quien tantos bienes han recibido y reciben cada día, y no mal de quien ninguno les merece, porque también ellas saben vengar las injurias que los hombres les hacen y les dicen con su mala lengua. * Sólo por no ver a las mujeres cuando han de ser instrumentos de su perdición pudieran los hombres desear nacer ciegos. ¡Qué de daños ha hecho el mirarlas! Son enemigos del alma domésticos los ojos que meten al ladrón en la casa. La hermosura es un engaño que sin palabras cautiva el entendimiento y que persuade con el silencio al cautiverio de la voluntad, y de él a su perdición. -170- * Es error del entendimiento (dice una docta pluma) creer que la mujer es error de la naturaleza: ella es perfecta, pues se hizo por la obra más perfecta: ella es forma igual a nosotros, originada de materia (por decirlo así) más noble que nosotros. A la entera perfección de Roma en sus principios faltaban las mujeres, y por esto pretendieron el buscarlas por bien o mal; concurren ellas a constituir la esencia de las familias y la de la ciudad. Tenía Roma más forma que materia; vivían, no nacían los romanos; adonde se vive y no se nace, se muere y no se renace: renacen los padres en los hijos que producen. No hay mayor necesidad que ésta en la naturaleza: queda la especie si no queda el individuo; queda la materia. * Peligrosísimo vicio es en el rico y poderoso la sensualidad, porque no tiene contra ella la resistencia ordinaria de la mujer que suele desanimarla mucho. La mujer que se ve de un rico, de un magnate solicitada, piensa que ha hallado camino para hacer del delito honra, que se le entra por las puertas el vicio a darla estimación y conveniencias. Persuádense todas a que la liviandad sólo es deshonra para la que medra poco con la liviandad. La más engrandecida y presuntuosa cree que ser liviana con el poderoso, con su príncipe o con el rico, no es mancha sino matiz. Por esto son prontas y fáciles las más al antojo de poderosos, y por esto los tales a quien persigue esta pasión habían de tratar de castigarla mucho, porque no hay estorbo que la desanime si su razón no se encarga de este cuidado. Y entender que a éstos los ha de detener y corregir la justicia es disparate: sólo la de Dios sabe y puede destruirlo. *

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La naturaleza puso al águila toda su fuerza en el pico, al unicornio en el asta de la frente, a la serpiente en la cola, al toro en la cabeza, al oso en los brazos, al caballo en los pechos, al perro en los dientes, al jabalí en los colmillos, a la paloma en las alas, y a la mujer en la lengua. * Las mujeres son hechas para estar en casa, no para andar vagando. Sus gustos han de ser los de sus padres y maridos, participados, no propios. El llevarlas a los convites mueve (tal vez) al que las ve, si son feas, a desprecio; si hermosas, a concupiscencia. Cuantos aficionados adquieren ellas, otros tantos enemigos se agregan ellos. En sus casas pueden entretenerse en hacer algo; no pueden sino impedir. No da su conversación gusto a los que ellos se hallan, que las más veces no sea en disgusto de quien las lleva. Cuando ellas no pierden por el desear, pierden por el ser deseadas. Si se huye la conversación de quien os desea desdichadas, ¿por qué se busca la del que os desea deshonestas? * La honestidad es un color delicado que teme el aire, y es un cristal lucidísimo que se empaña con la vista deshonesta de aquellos que tienen inficionada la mente con la lascivia. A más de dos amigos mal avenidos con sus mujeres los vi mandando hacer peticiones y les oí decir que no había mujer a propósito para propia ni hombre bien afortunado casado, y casi les concedí que había pocas mujeres buenas, porque altercaban todas por parejo, sin admitirme decirles que la mía era buenísima, con otras muchas que tenían buena fama. Pero como prevalecía la indignación, aseguraban que el verdadero mal de los ojos son las mujeres. Mirar las fieras curiosidades es mirar las fiestas, entretenimiento. Pero mirar una mujer es una ruina cierta del hombre: si la abraza le hecha cadenas y es menester particular virtud para romperlas; si la toca, es asir un escorpión; y si sólo la mira es saeta su vista que entrando por los ojos da muerte al alma. * Los mal casados también decían, maldiciendo el haber conocido sus mujeres, ser tropiezo, ser ocasión, ser lazo y ser un daño a quien se han de cerrar los ojos. Pitágoras (me dijo uno de ellos) casó su hija con un enemigo mortal suyo, y preguntáronle cuál era la causa de haberla casado con él; respondió que no tenía peor cosa que darle ni instrumento que mejor pudiese vengarle, ni espada, fuego, tiro, trabajo ni mayor persecución que verle con mujer. * Y concluyo no con lo que dijo Menandro (que donde está la mujer allí tienen puesto su campo todos los males, allí todos los trabajos y calamidades tienen su alojamiento y abrigo) sino que la mujer es un casi todos los males, un poco menos que todas las desventuras, ahora sean reinas o esclavas. Y no dudo yo que de todas hay ejemplos lamentables; díganlo las emperatrices romanas que siguiendo la torpeza de sus inclinaciones mancharon la pureza de su majestad, sin temor al cielo y con ultraje del honor de sus maridos. Al fin les

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concedí que la mujer es el origen de las lágrimas, la vena de los lamentos y el principio de los suspiros, pero que también la mujer buena era muy al contrario de todo lo que se había calumniado. -171- * A este sexo siempre ha debido el mundo la pérdida y la restauración, el agradecimiento y las quejas. Forzosa es la compañía de la mujer que con recato se ha de guardar, con amor se ha de gozar, y se ha de comunicar con sospecha. Si las tratan bien son malas algunas, si las tratan mal son peores muchas. Estime, pues, cada uno a la mujer buena, que si lo es en ocasiones también arriesga su vida por los hombres. * Decía un antiguo que a la hermosura del femenil sexo la habían de temer más que las puntas del toro, que las garras del león, que la hiel de los áspides, que el hierro y el fuego. Y aquel santo abad de la montaña de Sinaí dice que si Dios no hubiera dado a la mujer la vergüenza y la honestidad, que es como la vaina donde está encerrada la cuchilla, no hubiera salvación en el mundo. * La encantadora Circe sólo a Ulises no pudo convertir en bruto y fue porque no le pudo hacer lascivo. Los deshonestos son brutos con piel de racionales, y así como han de advertir que si los cuervos sacan los ojos a los hombres muertos, las malas mujeres sacan los ojos a los hombres vivos. * Algunas fuentes hay en la naturaleza de agua tan caliente y activa que deshacen lo que mojan, pero ninguna hay de fuerza tan grande que con sólo que la miren deshaga, si no son los ojos llorosos de una mujer, sea viéndose querida o temiendo algún grave mal, sea pidiendo a su amante o sea suplicando al que pretende su daño. * Muy hermosa está una mujer llorando: y verdaderamente su llanto es al de la aurora parecido. El rocío de la mañana, con toda aquella hermosura, que pareciendo perlas se holgaran las perlas de parecerse a él, es veneno para las mieses y los ganados. La espiga que se corta mojada del rocío se pudre. La oveja que en la yerba la lame muere. Veneno hermoso de la razón son las lágrimas de la mujer querida. También son cédula de perdón para adquirirlo del rigor que puede amenazarlas. *

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Si preguntamos a Secundo, filósofo, qué es una mujer, nos responde en una de sus sentencias que es una insaciable fiera, una solicitud continua, una indefectible pelea y un naufragio de los hombres; pero en mi opinión (que no es de filósofo) es un animal hermoso, una solicitud de nuestro regalo, una compañera en las penas, un consuelo en los peligros, un aumento de la felicidad humana, un peso de mucho oro y un ministro de terribles cuidados. Conque siendo verdaderas entrambas opiniones nadie podrá negar que hay mujeres malas y buenas. * No hay mujer (por retirada que esté y recatada que sea) a quien no le sobre tiempo para poner en efecto y ejecución sus atropellados deseos. * La experiencia muestra a todos cuán desacreditado está en las mujeres el sufrir un secreto. * El gobierno de la mujer es tirano y excluidas del gobierno por los políticos, y con todo eso lo gobiernan todo con violencia disimulada. El demonio (para ruina de los reinos, provincias y ciudades) las más veces se vale de las mujeres, pues vemos que para que asistiesen a propagar sus dogmas a los mayores heresiarcas se valió de ellas, y en todas maneras siempre echa mano de éstas para pérdida de almas, vidas y haciendas. * Hay fuentes que deshacen lo que mejora por la calidad de sus aguas, pero los ojos llorosos de una mujer tienen una fuerza tan grande que con sólo que miran, deshacen. * Las mujeres siempre se dejan vencer fácilmente de la curiosidad. * Muchas veces tienen las mujeres mal término por su livianidad y muchísimas por la culpa de los hombres que indiscretos las obligan a lo que no imaginan. -172- * El apetito de las mujeres es inclinado al vano lucimiento. *

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No ha hecho el cielo criaturas más fáciles para disponerse a todo, plantas más débiles para inclinarse a cualquier viento, ni blanda cera que reciba más varias impresiones. * Hase de perder por fuerza la mujer que se pone en más que su natural alcanza, que es dejando la rueca por tomar las armas. * Decir mal de las mujeres hace un hombre averiguada información de mal nacido, y sólo quien lo es puede tener tal atrevimiento. Porque, cuanto a lo primero, quien las deshonra y no les da la justa estimación es un ingrato, pues habiendo nacido de sus entrañas las desprecia y paga el ser que le dieron quitándoles el ser con el honor, porque las mujeres no pueden preciarse del ser si el ser honestas les falta. Demás de esto, por el líquido y blanco humor de sus pechos con que se alimentaron da la vil ponzoña con que las ofende, y finalmente a los vestidos con que le abrigaron corresponde con la libertad con que descubren sus defectos. También soberbio pues desprecia sus principios, y mordaz pues no se modera en la lengua. Es injusto pues en el lugar de dar lo que puede, niega lo que por tantos títulos debe. Y en resolución a mal nacido e infame junta los nombres de ingrato, soberbio, maldiciente e injusto: conque merece perdón esta digresión por haber dicho lo que es quien no sabe estimar a las mujeres y sabe deshonrarlas atrevidamente. Líbrenos Dios de la rabiosa ira de una mujer, pues algunas por emplearlas en sus enemigos se olvidan de Dios, llaman y comunican a los demonios, y hacen cosas que no parecen imaginables volviendo sus piadosos corazones en impíos, crueles, terribles y abominables. * El frágil natural de la mujer es más incapaz de resistencia. * Para que una mujer desee una cosa no es menester más de que se la ocultan o que no le parezca fácil. * -173- La moda

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¿A quien no causara admiración si oye decir que cualquiera de las mujeres que en Potosí se precian de profanas se echa un vestido encima, que con las joyas y perlas de su atavío pasa su costo de 3.000 pesos, y los hombres casi de la misma manera pues para imitar en un todo el traje de las mujeres no les falta otra cosa sino adornar sus orejas, manos y pechos con lo precioso que ellas se adornan? Porque si bien se advierte, ¿qué es una chompa (que así llaman un saco de rica tela que se ponen sobre el armador) sino un rico bajo, como es propio uso de las mujeres, con la diferencia que estas adornan sus faldas con dichos bajos y ellos pechos? ¿Qué es ver un hombre vestirse todo de colorado, verde y azul, sino tomar de las mujeres los propios colores de que usan en sus trajes? Barbas ya no las usan, cabellos postizos, largos y enrizados sí. Y en estos trajes profanos y variables consumen gran parte de sus caudales y aun las dotes de sus mujeres y herencia de los hijos, y siendo españoles de nación se vuelven franceses (y demás extranjeros) en los trajes. * El demasiado afecto a las galas es algo más abominable en los hombres, así buscando telas exquisitas como colores, y tal vez indignas de mujeres livianas, y mucho más en estos desdichados tiempos con los trajes extranjeros tan apetecidos de los españoles; y el afectar tanto la vestidura de seda y que sea igual a todos los estados, es haber cursado en la escuela de Heliogábalo, de quien dijo Herodiano que menospreciaba la vestidura romana y griega por ser hecha de lana, y la traía de oro y púrpura con preciosas piedras a lo persiano, como refiere Lampridio. Apenas hallaremos quien vista de la tela ni color que vistió su padre ni abuelo. * Una de las cosas (y aun la más principal), que en este reino tiempos ha trae a la gente pobre y perdida sin alcanzar con qué poder sustentarse es la costa grande de los vestidos, los cuales empobrecen harto más dulcemente que no los edificios. Y esta manera de empobrecer no la puedo yo llamar por otro nombre sino locura, aunque a este tono todo el mundo es loco pues no hay ninguno en todas las naciones que pudiendo no quiera andar muy bien vestido, porque una de las cosas con que los humanos andan más honrados o que por tales se tengan es con andar muy bien aderezados y vestidos. En toda España y estas Occidentales Indias la curiosidad de las mujeres es tan grande, sus importunidades son tantas, sus desatinos en el vestir tan fuera de tino que no hay como poderlas sufrir, y en fin todas hacen como las monas, que todo lo ven que hacen y traen sus vecinas quieren que pase por ellas, no mirando a la razón ni a la calidad y posibilidad de las otras, porque su fin no es sino vestirse tan bien y mejor y más costosamente que todas, vaya por donde fuere y venga por donde viniere, y las que tienen calidad y posibilidad todo es competencia, profanidad y destrucción de sus casas. * Y lo peor es, que cuando un hombre piensa que está vestido para 10 años, no es pasado uno cuando viene otro uso nuevo que luego le ponen cuidado y lo que estaba muy bien hecho se torna a deshacer y remendar quitando y poniendo, y aun muchas veces no aprovecha toda la industria que se ha de tornar a hacer de nuevo, de manera que los usos e innovaciones

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nuevas de cada día desasosiegan las gentes y acaban las haciendas, porque somos todos tan locos que ninguno hay conforme con lo que puede; y no ha sido esto poca parte para encarecer los paños y sedas hasta vestir al precio que ahora piden y tienen, que si no hubiese quien los comprase gastándolos tan malgastados, ellos vendrían a valer harto menos de lo que valen. * La mujer que pretende parecer hermosa y bizarra al mundo no puede tener el corazón casto a los ojos de Dios. Mas no contentas con este aparato inventan nuevos modos de descubrirse la garganta, y más ahora con el uso francés pues no sólo la garganta sino hasta el estómago, conque es cierto que en todo el mundo hay deshonestidad en este sexo. Pero no hablo generalmente, pues en todas partes hay honestísimas mujeres, porque sus estados lo requieren y su virtud las mantiene en aquella perfección tan necesaria: hablo de las perdidas que en unas partes más que en otras abundan para perdición de las almas. Cierto son tales trajes y usos reprobados de Dios, vergonzosos al sexo, ofensivos a la naturaleza y escandalosos a la decencia civil y política: pues ¿cuánto más dañoso será el descubrir las partes que la naturaleza y la honestidad cubren? Si por las que descubren los pechos dice el -174- profeta en su treno 4 que son los pechos de las lamias, que no sirven sino de alimentar la impureza de los galanes y mantener la lujuria, ¿qué más dijera por el descubrir de otras indecencias? La mujer que descubre y hace público lo que había estar oculto se verá algún día obligada a ocultar lo que necesariamente ha de ser descubierto. * Cierto que las mujeres que se visten al uso (que en todos tiempos introduce el demonio trajes deshonestos), se visten de manera que estoy por decir que anduvieran más honestas desnudas. Las camisas y juboncillos o casaquillas que usan de redecilla se escotan de suerte que traen los hombros fuera de las camisas y juboncillos. Mucho debe de pesarles la honestidad pues no la pueden traer al hombro. De los pechos les ven los hombres la parte que basta para no tener quietud en el pecho, de las espaldas, la parte que sobra para que dé la virtud de espaldas. Habitantes de Potosí frente a la Catedral. Principios del siglo XIX. * A las mujeres que se visten al uso presente no les falta para andar desnudas de medio cuerpo arriba si no quitarse aquella pequeña parte de vestido que les tapa el estómago. De los pechos se ve lo que hay en ellos más bien formados; de las espaldas se descubren lo que no afean las costillas; de los brazos patentes están los hombros; lo restante en una mangas abiertas en forma de barco y en una camisa que se trasluce, y al fin bien saben las que así se visten que es sólo para la provocación de hombres al pecado. -175-

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* Ellas con sus provocaciones descomponen a los hombres. Muy atrevido ha de ser el que descomidiere el recato con hermosura muy recatada. A la vista de la honestidad todos son honestos: la virtud de unos hace sombra en otros. Los malos en frente de los buenos se desmienten de malos: en mirando la hermosura honesta de una mujer cesa el atrevimiento de los hombres. Y para éste y otros daños no se debía permitir afeminados trajes en los hombres, ni en las mujeres profanidad con inmodestia. El ornato exterior demasiadamente cuidadoso es motivo e incentivo de delitos. Bastantemente brota nuestro natural pasiones desordenadas sin que se añada fomento a los apetitos. Es muy frágil la naturaleza y no es lícito provocarla exponiéndola a riesgosos atractivos. Retrato de Doña Ana de Oquendo y Eguivar. Santa Teresa, Potosí. Anónimo. * Yo veo también la provocación que causan las mujeres malas y mucho más al presente con el uso de trajes tan profanos y camisas extranjeras con que descubren tan deshonestamente los pechos, aun algunas doncellas que no siguen la honestidad de las nobles y virtuosas, sin advertir que la doncella que gusta de mostrar la desnudez de su cuerpo da bastantemente a entender que ya dejó de ser bastantemente doncella, y al paso que por este lado se despoja y se desnuda por otro se cubre de una señal de ignominia. Manda Dios a las mujeres por su profeta Oseas, que quiten de sus gargantas los adulterios, porque en la desnudez de las gargantas toman principio para acabarse después en todas las partes del cuerpo. Y ya no se hace de esto escrúpulo, porque este vicio es un mal inmortal que teniendo tantas manos para ofender no tiene ojos para conocerse. Epicteto dice que el amor carnal está en cualquiera persona que sea: en una doncella es afrenta; en una mujer casada, furor; en un hombre, cobardía; en la juventud, rabia; en la edad viril, un borrón; y en la vejez es un oprobio digno de risas. * -176- La Hermosura Dote preciosísimo de naturaleza éste de la hermosura que algunas naciones hubo, en las cuales era tan alta y soberana la opinión de tamaño bien que les parecía vivir quien no la tuviese, y Aristóteles refiere de los etíopes (siendo nación que entre los blancos parece no ser hermosa) que tenían asalariados jueces que visitasen a los niños nacidos de dos meses y calificasen si habían de quedar con vida a causa de su hermosura o fealdad; y en otras partes dice este filósofo que de los lineamientos del cuerpo y de la hermosura de él se

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pronostica la del alma. Rasis (en un libro que escribió al rey Almanzor) tiene por cosa muy dificultosa que hombre muy feo de rostro tenga costumbres loables. Galeno dice que las costumbres del alma corresponden a las del cuerpo. Homero a todos cuantos alaba de hermosos alaba de virtuosos y a Athenesitis, cuya malicia era por extremo grande, pintó el más abominable y feo de todos cuantos vinieron de Grecia a la guerra de Troya. Proclo (en su libro de magia) dice que en los miembros del cuerpo grabó Dios las imágenes y retratos de las almas. Esto es todo lo que de ordinario se dice, «Buena cara tienes, buenos hechos harás», que este adagio español parece que cifró todo cuanto los antiguos filósofos dijeron en los suyos. * Es la hermosura una preciosísima joya cuyo valor se aumenta si la guardan, y cuyo esmalte si la traen entre las manos se desluce. Oh, hermosura, pues demás de tantos daños eres un bien que haces mal; un adorno que juntas a grande fama mayor riesgo de infamia; una flor que cualquier viento te marchita; un blanco a donde muchos tiran; un brocado de donde las maldicientes lenguas cortan pedazos de opinión, y una novedad de que todos hablan. * La hermosura es una flecha que pasando por los ojos a herir la voluntad la alborota, sin que se reduzca a preceptos de la razón, buscando siempre al dueño de aquel golpe. El recato es pavés, que si éste falta a la mujer mala puede en su flaqueza prevenir el triunfo de tan poderoso corsario. Este mal no se cura aunque se siente, auméntase dilatándole la ocasión y se hace más irremediable correspondido por el halago de las finezas. Tiene plumas para entrar este arpón y hácese plomo en lo remiso del salir. * Lazo peligroso es el de la hermosura, dulce veneno, alegre martirio, apetecido engaño, parasismo gustoso y ajeno bien que se pierde brevemente. No se debe culpar a todas las que gozan de este privilegio de hermosura, mas parece injuria en las más (hecha a la naturaleza) no ostentar esta bizarría. Una Penélope fue honor de su marido, una Helena abandonada de la majestad despobló a Grecia. Es condensada niebla de la juventud, haciendo vendimia de la mocedad en el agraz de sus años más lozanos. Santa Bárbara. Anónimo. Siglo XVI. Manquiri, hoy Museo Casa de La Moneda, Potosí. -177- * El peligro está en los ojos: ¿cómo se librarán si ellos mismos apaciblemente prendados se van a la esclavitud? Plinio llamó al basilisco peste de la tierra, pero la beldad lo es mayor: aquel mirando mata, y ésta lo ejecuta mirada; aquel no hace mal imaginado, y esta

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imaginación inquieta los sentidos y alborota las potencias; aquel se huye como tan infecto, y éste se busca por amada. * La hermosura tiene imperio en los hombres: impele a amarla, a desearla y apetecerla, que la imaginación, cuando aprehende alguna cosa debajo de especie de hermosura, se mueve la potencia apetitiva a desearla y amarla. ¿Quién podrá resistir a la propia naturaleza que forma lo hermoso y a un tiempo da conocimiento de la bondad de la belleza para que se apetezca? Disculpo los yerros que se cometen por el imperio de la voluntad (esto es en los términos que lo permiten las cosas lícitas y honestas) porque la razón persuade y la pasión arrastra. Pequeña es la diferencia que hay entre la persuasión y la violencia. * Pero hay mucha experiencia de que es milagro reservado a Dios tener con entendimiento hermosura, y en nobleza discreción y acierto, pues el entendimiento muchas veces suele ser el dote de las feas y la habilidad desagravio de la gente vulgar. No digo esto en general por esta Villa Imperial de Potosí, que a la mayor parte si no a todas las que allí nacen les son como inseparables la hermosura y discreción y sólo se tiene por gracia a la que carece de estos dotes de naturaleza. Demás de esto, no hay población en el mundo donde tanta y tan igual hermosura del femenil sexo concurra junto como en esta Imperial Villa, porque de la misma manera que hay concurrencia de hombres de todos los reinos de la cristiandad, la hay también de las mujeres, que unas en compañía de sus maridos y otras por adquirir lucidos bienes (que llaman de fortuna) vienen cada día a avecindarse. * La hermosura siempre granjea voluntad, el amor merecimientos, el entendimiento provocaciones. * Las cosas que son amables son apetecibles, pues ¿qué cosa más amable que la virtud? Lo que se apetece es bueno (o algún bien), y en consecuencia de esto buena es cualquier cosa hermosa. Cuestión de ciegos es preguntar por qué se ama la hermosura, como lo están todos los que no aman ésta de que tratamos. María Magdalena. Francisco de Herrera y Velarde. Siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 127.5 x 129 cm. *

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-178- Urbi et Orbi El mundo yace contumaz en sus errores; todo lo gobierna su consorte la mentira. El mal se ha introducido con disfraz de bien, el error obscurece el entendimiento, la riqueza es apetecida y con increíbles medios, ya buenos, ya malos, solicitada. * Sombra que admira desde lejos y le deshace toda, fuego que consume cuanto se le llega, mar donde el más diestro marinero se ahoga, laberinto donde el más cuerdo se pierde, reino donde todo cuanto corre es falso, corte donde sólo vive el desengaño. * Si nosotros abriésemos los ojos no hubiera quien más eficazmente nos predicase que el mundo, pues en lo mismo que nos da nos niega lo que recibimos, de lo poco que puede nos avisa, y nos desengaña de lo poco que dura. ¡Oh cuánto se ciega quien no ve cuán poco atiende a su inestabilidad y a sus principios quien los sigue! * En esta vida no tienen seguridad las prosperidades, pues son muchos los que sí ayer fueron señores y jueces hoy se ven como esclavos y reos, que la fortuna nunca muestra de balde su buena cara y en todas las dichas de la tierra ninguna sale barata. * Cuando el mar gime con la tormenta y corre riesgo de anegarse la nave, al punto el piloto echa las áncoras, habiendo primero sondado la altura del agua, y así se asegura firme del furor de la borrasca. La vida de los hombres es navegación por el piélago del mundo, combatido de continuas olas en que muchos padecen miserable naufragio; es nave la república y pilotos los que la gobiernan, y para que no fluctúe ni corra riesgo de irse a pique, se ha de asegurar con resoluciones y firmes consejos, que son sus áncoras sondando de antemano con mucha prudencia la altura y fondo de las dificultades, conveniencias y daños. * De ordinario cuando nacemos ponemos el dedo en la boca, y esto es que la naturaleza señala en los niños la obligación que tienen los hombres. Dice el dedo en la boca el silencio. La cierra de manera que la deja abierta para que se hable y para que se calle. No se ha de hablar cuando se debe callar. No se ha de callar cuando se debe hablar. *

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La palabra que la boca arroja no puede recogerse, conque es menester mirar cómo se arroja. Hombre ninguno erró callando. Mucho yerra el que mucho habla. Sólo con Dios se ha de hablar, y mucho, porque no se puede errar hablando mucho con Dios. El dedo índice ponemos en la boca y no otro alguno cuando pedimos silencio. Señala y amenaza el índice. Señala que se hable poco, amenaza si se habla mucho. Es preciso el silencio para vivir en el mundo, y por eso nos encargan los niños cuando nacen al mundo el silencio. * En los siglos que ha que dura este gran divertimiento (el teatro) se conoce su dulzura, si será porque siendo la materia otra que a la comedia es nueva holgura, o será porque como el hombre se compone de cuerpo y alma es la mejor diversión la que satisface al alma y al cuerpo. El entretenimiento que solamente va a ganarles la benevolencia a los sentidos, con la queja del alma fácilmente se pierde la benevolencia; el que sólo se va al alma deja en ayuna los sentidos y por esta terrestre plebe debe lo lícito mirar mucho el alma mientras está unida por ella. Entre tantas cosas que la animalidad, ninguna cumple tan bien con ambas porciones como la comedia. Por este artificio tiene engolosinados los siglos y los que en ellos viven y las ven y oyen. * Entre tantas y repetidas miserias como experimentamos en esta vida, vemos no obstante algunos corazones tan sin piedad que como si fueran de bronce no se enternecen de ver padecer a los de su misma especie. Nace en unos esta impiedad de un natural salvaje e inconsiderado que nos degenera de los racionales; en otros, de una cortedad y encogimiento de corazón causado de amor propio que les tiene siempre ocupados en sí mismos sin dejarle salir fuera a ver las miserias ajenas; en otros de largas felicidades que les hace poner al olvido la condición de su misma naturaleza; en otros, de una infernal, codicia, sementina de vicio, raíz y origen de todos los males como testifica el apóstol, y como dice David tienen éstos con la mano diestra asido el dinero e interés y en ambas manos de maldades idólatras del oro y plata como añade el profeta Isaías; en otros, de unos naturales verdugos que se recrean con la sangre ajena, y éstos juzgan que la naturaleza les hizo agravio en no darles dientes y garras de fiera. * Sólo digo que es buena regla la de tener encerrados en el pecho sus pensamientos, que a manera del mercurio de los alquimistas se desvanecen cuando se descubren. Mas porque es igualmente -179- arriesgado obrar sin consejo en las cosas importantes y no se puede pedir sin fiarse, es necesario hallar medios entre la confianza y la desconfianza. * Próximas a las sentencias son los adagios vulgares, los cuales son nacidos de la voz pública que rara vez engaña, y autorizados del tiempo que como más ancianos sabemos que todos son sentenciosos aforismos de la prudencia, y así se debe mayor fe al dicho de un anciano

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sin el fundamento de la razón, que a la razón de un mozo sin el fundamento de la experiencia. Tales son aquellos dichos vulgares: la primera parte del necio es tenerse por sabio. Un loco hace ciento. Quien no puede lo que quiere, quiera lo que puede. La perra presurosa pare los cachorrillos ciegos. Es vergüenza decir: yo no pensaba. Toma la ocasión por los cabellos. Saeta que se ve venir, hiere menos. Poco a poco en el mal paso. Es menester cretizar con cretenses. Donde acaba el engaño comienza el daño. Muchas veces es constancia variar pensamiento. * La cosa que más entendimiento ha menester en esta vida son las palabras: por eso tiene sólo facultad de formarlas quien tiene entendimiento. Para obrar bien cada animal dentro de su naturaleza basta cualquier instinto; es preciso el entendimiento para aliñar palabras. Hablar cosas que toquen en culpas y tener entendimiento es terrible culpa. No usar del entendimiento para hablar, que es uno de los fines principales para que fue dado, es deslucirle a Dios un primor grande de la fábrica del hombre. * La naturaleza dio instintos particulares a todas las cosas, con que cada una busca su perfección particular a convenientes movimientos y ajustadas operaciones, como es estar siempre tratando de subir lo leve y bajar lo grave. Dioles luego a todas las cosas un deseo común de ser cada una más que todas, y esto muchas veces a costa de su propio daño en gran manera, pues vemos que por esta natural soberbia el fuego que tiene instinto de subir va bajando por una vela hasta que la consume: parécele que la vela quiere ser más que él teniéndole asido, y va contra su perfección natural por ser más que la vela. Por esta natural soberbia el agua, que por instinto tiene el bajar, si con la mano la hieren salta furiosa hacia arriba por quedar superior a la mano que la hiere. Por esta soberbia natural vemos al aire, cuyo instinto es subir, bajar por las concavidades de una gruta por dar a entender que no puede haber vacío que se le escape. Por esta soberbia natural la tierra, teniendo por instinto el descender, se descuella y empina en montes, porque no piensen los otros elementos que ella no puede ser la más alta. Y por esta natural soberbia los hombres, dejando su natural obligación que es ser humildes como la tierra pues son tierra desde su formación, quieren cada uno ser más que todos. * Ningún mortal tiene parados sus deseos: el dichoso pretende perpetuarse, el infeliz, hacerse, quien goza su dicha la galantea para conservarla, unos para que no se vaya y otros para que venga, y las más veces todo desaparece en un improviso, aun al medio de la procesión, sin el fin de la muerte. A los genios codiciosos atraen con maravillosa fuerza los bienes exteriores, esto es la riqueza y los honores, bienes a la verdad más nobles que los corpóreos, porque los externos fundados están en la propia opinión del hombre y los corpóreos en el sentido común a los animales. Mas ¿cómo puede ser bien del hombre lo que no está en el hombre? ¿Y cómo pueden estar en el hombre estos bienes, si el honor está en quien le da y no en quien le recibe y las riquezas están en la casa del rico y no en el rico?

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* Con mucha razón las riquezas y los honores se llaman bienes de fortuna; ésta no pudiendo dar y dar a muchos, fugitiva y engañadora, ora los da, ora las quita; en la inconstancia es sólo constante. Mas ¿qué bienes puede dar la fortuna que no tenga más vanidad que sustancia y que no sean más perniciosos que preciosos? * Nada hay en el mundo más débil y más desestimable que una gotilla de agua, pero nada hay tan rápido como todas juntas. Cada una de por sí merece desprecio, unidas todas abaten los muros, cavan los montes, sorben la ciudades y hacen otros terribles daños. Sabio aviso de Periandro: guárdate de muchos. * Mucha es la ponzoña que derrama la vanidad de mandar sólo por mandar y ser temido. Éste es el veneno que con más inquietud mata. Todo es morir por tenerse en mucho, y sólo es morir. Al que intenta de hacerse de una estatua de viento le tendríamos por loco. A esto se atreve el que de la vanidad de mandar y ser temido quiere gloria. Tan loco ha de ser como él quien pensare que está en juicio. * ¡Oh, cuánta noche habitan nuestros deseos; cuánta sangre y sudor nuestro borra las sendas que camina nuestra imaginación; qué pocos saben contar entre las dádivas de Dios la brevedad de la vida! -180- Maestro de San Roque. Relieve de la adoración de Los Pastores. Detalle Iglesia de San Roque, Potosí. -181- * Airarse contra los inferiores es locura porque siendo dada la ira para avalorar las fuerzas débiles contra los iguales, será superflua donde las fuerzas son superiores. Airarse contra los superiores es arrogancia debiendo antes aplacar humildemente que temerariamente, irritar a aquel que habiendo podido hacer una injuria puede repetir otra mayor. Airarse contra los inocentes es injusticia, no pudiendo merecer ira quien no merece pena, ni merecer pena quien no tiene culpa. *

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El entendimiento es la potencia dominante entre todas las potencias humanas. Él es el juez de las operaciones de todos los sentidos exteriores, el azote del temor y el freno de la ira. En tanto camina recia la voluntad, en cuanto la dirige el entendimiento. Es el archivo de las cosas pasadas, oráculo de las futuras, oficina de las artes, museo de las ciencias, templo de las virtudes mentales, primer noble de las acciones, empíreo del alma, colega de los ángeles, imagen del soberano numen, o por mejor decir numen terreno porque él es el príncipe de la república del mundo pequeño como Dios es el príncipe de la república del mundo grande. * Pero antigua queja fue del género humano contra la madre universal que sepan los animales sin fatiga y sin estudio las artes que les son necesarias y que les cuesta tanto a los hombres el hallarlas y más el aprenderlas. No necesita la araña de tejedor para tejer su tela, la golondrina de arquitecto para fabricar su palacio, el toro de maestro de armas para aprender a manejar las suyas. Nacen con ellos las artes: Artes en que cada uno es maestro y discípulo de sí propio, y avergüenza al hombre que es más sabio. El que sabe más sabe menos. Enseñaron la arquitectura las abejas, la música los ruiseñores, la escultura las osas, la náutica los cisnes, el flechar el puerco espín, las minas los conejos, las yerbas medicinales los animales enfermos, como la cigüeña, el clistel, el elefante, la sangría, etc. * No hay valor, virtud ni valentía que no esté expuesta al agravio, ni felicidad por grande que sea que no esté sujeta a la miseria humana. * Si hay dolor donde sobra locura. * El miedo que una vez se concibe en el ánimo es dificultoso el despedirle brevemente. * La pena del mal empieza del malo que le hace. La espada del propio matador tiene tanta sed de su propia sangre, como de la sangre del que mata: bien se puede decir que tiene más sed y más justa. * Ordinariamente la maldad tiene una cosa peor que ella, y es necesitar de ruines para su aumento y conservación. *

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Es la novedad tan mal contenta de sí, que cuando de lo que ha sido se desagrada se cansa de lo que es, y para mantenerse en novedad tiene por vida, muertes y fallecimientos perpetuos, y es fuerza o que deje de ser novelera o que por preocupación tenga siempre el dejar de ser. * La prudencia siempre dicta que es necesario tal vez templar la celeridad con tardanza para que se maduren los sucesos, porque las dos cosas que tiene contrarias en consejo (que son la triza y la ira veloz) ordinariamente se acarrean precipicios y tragedias lamentables. * Como si la lengua no fuera peor las más veces que una fiera espada, y la muerte y la vida ciertamente están en manos de la lengua, y si alguno piensa ser bueno y no refrena la lengua vana es su bondad. La fe está situada en el entendimiento, la caridad en el querer, en los ojos el conocimiento, el oír en las orejas, la piedad en las manos, la abstinencia en la garganta, la castidad en el cuerpo, el amor en el corazón: pero la vida, sólo está en la lengua. -182- * No todo lo que se calla y descubre es falta de secreto, sino muchas veces sobra de malicia ajena. Por eso conviene que los movedores de las facciones se prevengan de recato prudente y mudo, sin que sus palabras equívocas (ya que las dicen) puedan entenderlas ni los amigos ni los contrarios. * El silencio siempre es delatado por pensativo y la voz por impaciente, y extiéndese a tanto el riesgo que aún no se libra de él quien (conociendo los delatores) por disimular alaba y defiende las violencias. Porque aquel que se encarga de acusar para que el señor a quien con adulación o sin ella sirve, estime su maña y la tenga por grande que la prudencia del recatado, artificiosamente no refieren lo que dijo delante de él sino lo que quería que dijese, y alega por sus grandes servicios el testimonio falso y con sus mentiras acredita su eminencia, pero las más veces el soplón acusador mentiroso tiene el pago merecido, o de su mismo dueño o de sus contrarios. * El mar queda con menos agua cuando le sacan una gota porque aunque la vista no lo aperciba no hay duda sino que se disminuye, y aunque se quede mar queda con menos agua. Los defectos en cualquier cosa aunque no lo parezcan lo son, y en lo más grande suele las más veces echarse más bien de ver. *

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La virtud de la humanidad siempre crece en el que la tiene hasta hacerse un árbol que lleva sazonados frutos, que ofrecidos a Dios consigue lo que se le pide. * Armándose de paciencia para sufrir sus tantos males, que éste es el género de remedio de que usan los prudentes cuando carecen de mejor esperanza. * ¡Oh juicios temerarios y cuán terribles sois! Mas no es cosa nueva porque de ordinario los humanos así juzgamos el fondo, presumiendo de las virtudes vicios, y de la perseverancia y pureza, tema, mentira y locura. San Bernardo dice que la lengua del demonio tiene matiz del infierno y ponzoña de víbora, y fray Luis de Granada dice: «Cosa es dura y pesada ser juez de vida ajena quien no sabe gobernar la suya». * Propiedades que suele engendrar el ocio en la juventud regalada y libre, que muy ordinariamente son, o distracciones por la parte que el apetito se inclina a las venéreas ocupaciones, o por la que amigos malos (cuidando más de su propio interés que de lo ajenos aumentos) hacen sangrientamente perder el tiempo tratando de obedecer más bien las leyes del duelo que los mandamientos del cielo. * Quien es sólidamente bueno obra también sólidamente. * Siempre a los pocos años se junta la imprudencia como a la vejez la cordura, de donde nacen tan diversos deseos como cada día se experimentan así en un solo sujeto en tan distintas edades como en la variedad de otros. * Si se mira bien y se considera qué daños no hace la cólera y qué de amistades no ha quitado el poco sufrimiento y cuán unidas andan las disposiciones repentinas, las prisas y la inconsideración con la tristeza y arrepentimiento (lo que dice el común proverbio es que la aceleración en la determinación es madre del arrepentimiento, y ello se está viendo claramente, que así como la determinación madura vence dificultades, la presteza arrebatada engendra daños y causa desventuras). * Celos, cifra mal entendida y libro escrito en lengua extranjera, donde aunque se lean los descargos no se entiende la verdad cuando ella es pura.

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* Así es que este mundo con sus engaños nos ciega para que no veamos las cosas como son: la ambición y honra humana de que está lleno no es más que humo sin substancia ni tono, que ciega nuestros entendimientos para no conocer la verdad; y no es maravilla que venga a parar en llamas tanto humo y en risa y burla tanta locura. * El mundo está sembrado de peligros, y nuestra vida va como carabelilla por el océano de este siglo. No hay dónde poner el pie con seguridad cumplida. La víbora se esconde debajo de la verdura -183- de la hoja. En nuestros ojos hay muerte sin achaque, y no es menester buscarlo porque en todo nos encontramos con mil peligros de cuerpo y alma. Cuajado está de peligros este valle de lágrimas. En el ejercicio de las mismas virtudes se nos pueden ocasionar otros muchos peligros, ya ofrecidos por el demonio, ya nacidos de nuestro propio descuido y falta de prudencia, ya por prevenir los daños o por no dar a cada cosa su punto. * Los médicos matan y viven de matar y la queja cae sobre la dolencia. Arruinan un pueblo y un reino las culpas que acometen contra Dios y culpan a la fortuna, y los unos y los otros son homicidas pagados, pues ni hay médico que ejercite su oficio de balde ni pecado que no tenga su premio de cualquier interés. El médico mata al enfermo con lo que receta para que sane, destruye el pecado al pueblo y a las almas con lo que le persuade su apetito porque así se lo aconseja: háblase sólo de que se destruye el reino o pueblo porque se ven los efectos, y no publican la ocasión que son los pecados. * Son los pareceres del vulgo como las olas del mar, que una viene cuando otra huye con inquietud continua. Ninguna cuida ni se acuerda del bien común, no atiende a la verdad ni se rige por la ley de la prudencia. No hay quien refrene su lengua; siempre está armado para acometer con voces afrentosas; no le detiene el pundonor ni el respeto; es autor o aplaudidor de novedades. * No sólo son pobres los que andan rotos: pobres hay muy bien aliñados. No es solamente limosna la que se da al que pide por Dios: limosna es la que se hace al pobre lucido y tanto más limosna la que se da al que pide por Dios: limosna es la que se da por Dios a todos los que piden. También es limosna la que se presta y nobilísima casta de limosna. La que no parece limosna es la que más lo parece, porque no sólo socorre la necesidad sino ahorra el abatimiento. *

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Si triunfan los vicios (y aun se atreven éstos a lo más sagrado como se experimenta en lo general y en particular en esta Villa), los engaños, las discordias y enemistades, los latrocinios, las tiranías e injusticias, si triunfa tan descarada la lascivia, si no se conservan con lealtad los matrimonios, si se destierra la verdad, ¿qué se puede esperar sino calamidades y desdichas? * Son tan impenetrables los humanos corazones que es difícil conocer cuándo benefician o cuándo agravian, porque el artificio de la política y buen celo prepara la afrenta en la mesa de la honra cuando casi se conoce ser todo motivo de venganza. * Cuanto allí (la cárcel) han de ver son lástimas y confusión, cuanto al olfato se acerca es asqueroso, cuanto gusta es amargo y horrible cuanto toca; el sueño le es dificultoso, oscura y triste la habitación, los accidentes (que por menudos dejo de referir) insufribles, y lo que más debe ponderarse, que es la falta de libertad, incomparablemente pesada. * Nadie quiere desvestirse por vestir a otro. San Juan Evangelista, Melchor Pérez Holguín, 1724. Museo de La Moneda, Potosí. * -184- -185- Melchor Pérez Holguín y la pintura de Charcas Gracias a la munificencia de Banco Santa Cruz, ha sido posible la edición de este bello libro en el que se rescatan la vida y reflexiones de Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, acompañando los textos con pinturas del gran maestro Melchor Pérez Holguín y de otros artistas de la escuela de Charcas. Pese a la enorme importancia económica que para el imperio español tuvo Potosí desde el descubrimiento del Cerro Rico hasta la Guerra de la Independencia, la Villa Imperial no se distinguió por una gran actividad intelectual, aunque en ella se escribieron importantes crónicas y alguna poesía. Sin embargo, en ese páramo físico y espiritual surgió el talento de

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Orsúa y la única de sus obras que, por azares del destino se salvó de la destrucción casi de manera milagrosa. Autorretrato de Pérez Holguín, al pie de una de sus pinturas. Pero Potosí se destacó singularmente en la arquitectura, la pintura y la escultura. San Francisco, La Merced, Santo Domingo, San Agustín, Santa Mónica, Santa Teresa o de las Descalzas Reales, San Juan de Dios, San Benito, San Martín, San Lorenzo, La Concepción, Copacabana, San Cristóbal, San Roque, Los Betlemitas, San Sebastián fueron los templos que rivalizaron en sus concepciones arquitectónicas y también en el tesoro de sus imágenes. Mas, las pinturas y esculturas era también requeridas por los ricos azogueros para las capillas de sus casas y haciendas. Y es así, como a partir del siglo XVI llegan a la Villa artistas de la calidad del italiano Bernardo Bitti y los españoles Alonso de Arandia, Pedro de Carranza, Francisco Bohorques del Castillo, Juan Francisco de la Fuente, Juan Díaz de Robles, Cristóbal Álvarez de Aquejos, Bernardo Muñoz, Bernabé de Zamudio, Francisco de Sandoval, Nicolás Chávez de Villafuerte, Francisco López y Castro y Francisco de Herrera y Velarde. Varios de ellos se quedaron en Potosí formando -186- talleres de los que surgirían infinidad de pinturas de sus discípulos criollos, muchos de los cuales, como es el caso de Melchor Pérez Holguín frente a Francisco de Herrera y Velarde, superaron con creces a sus maestros. Entre la pléyade sobresaliente de artistas de la escuela de Charcas, Melchor Pérez Holguín es la figura mayor. Bernardo Bravo Lira, profesor de la Universidad de Chile (quien, evidentemente, no conoce la Historia de Orsúa), sostiene con razón que: «el barroco en América no fue uno más entre los grandes estilos que se suceden en el tiempo, antes bien, fue el primer gran estilo americano a través del cual encontraron expresión las nacientes nacionalidades del nuevo mundo, pudiéndose mencionar como sus grandes exponentes a Bernardo Valbuena en la literatura de México, Pedro de Oña del Perú en la poesía, el inca Garcilaso de la Vega del Cuzco en la historia, o Melchor Pérez Holguín de Potosí en la pintura, cuyas creaciones culturales deben ser calificadas de 'indianas' y no de 'coloniales' como sin mayor examen se ha hecho con frecuencia». Martín S. Soria, crítico de arte norteamericano dice a su vez: «Holguín se puede colocar a la cabeza de los pintores sudamericanos por su invención, personalidad, temperamento, expresión y dibujo». Había nacido en Cochabamba en 1660 y falleció en la Villa Imperial en 1732, donde vivió desde sus 18 años. De temperamento ascético, que se refleja en la temática de sus pinturas, fue un incansable trabajador, y su producción se halla hoy dispersa en museos de Bolivia (sobre todo en la Casa de la Moneda de Potosí y el Museo Nacional de Arte de La Paz), Argentina y España. En Chile, se pueden admirar dos de sus lienzos en el Museo de San Francisco. Su serie de los Evangelistas, que afortunadamente ha quedado en su país de origen, figura entre lo mejor de una obra que se destaca siempre por su originalidad inconfundible. Como sucediera con Orsúa, su contemporáneo, Holguín ignoraba su propio genio y nunca aspiró a la inmortalidad como los maestros europeos de la época. Se conformaba con que

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clérigos, azogueros y altos funcionarios de la Corona le pagaran el precio convenido por sus obras. Tuvo numerosos discípulos a los que transmitió generosamente sus conocimientos, ninguno de los cuales pudo sin embargo rivalizar con él. Vale la pena destacar que Orsúa y Vela y Pérez Holguín -que no se conocieron entre sí- asistieron como espectadores al fastuoso ingreso del Virrey Morcillo a Potosí y a las fiestas que se hicieron en su homenaje, acontecimiento que Orsúa detalló minuciosamente en su Historia y Pérez Holguín eternizó en una pintura de gran formato que es hoy día una de las joyas del Museo de América de Madrid. -187- -188- * Mariano Baptista Gumucio, nació en Cochabamba, Bolivia. Es autor de libros de ensayo, pedagogía e historia. Ha ocupado tres veces la cartera de Educación y Cultura. Es redactor y firmante del Convenio «Andrés Bello» de Educación, Ciencia y Cultura de los países del área andina, en Bogotá en 1979, y firmante también del Convenio modificatorio en Madrid en 1990. En 1976, la UNESCO le concedió el premio de alfabetización «Reza Pahleví». Ha sido distinguido también por la Organización de Estados Americanos en 1989 con el premio «Andrés Bello» de Educación. En 1985 el gobierno de Bolivia le otorgó el Premio Nacional de Cultura. Es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua y de la Historia y de la Sociedad de Historia y Geografía de Chile. Fue embajador en Washington y Cónsul General de Bolivia en Chile. * Deseo expresar mi agradecimiento más sincero a mi esposa, Beatriz Rossells y a mis amigos Edith Neitzel Runge, Pedro Shimose y Teresa Stahlie por la eficaz colaboración que me han brindado para culminar esta obra en homenaje a la memoria de Dn. Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela. M. B. G. Santa Cruz, Septiembre de 2000 * Billetes de los años 30 del siglo pasado con vistas del Cerro Rico, La Casa de la Moneda y el retrato de Simón Bolívar Editor: Mariano Baptista Gumucio.

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Arte y Diseño y Producción: Engrama S.A. Corrector de Pruebas: Hernán Llanos Magallanes. Impresión: Imprenta Landivar.

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