El Oratorio de la Ascensión · aldaba haya quedado en el lugar correcto. Los días han sido rigu...

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El Oratorio de la Ascensión Osear Zorrilla 1 La tristeza de corazón no le resulta agradable a Dios pero, aunque lo sepa, cien veces al día tropiezo con ese sentimiento. Sin e'mbar- go, resisto. Sebastián abre cuidadosamente la puerta. No si está, permítame. Desde la cocina, con esa voz de cobre que impregna los utensilios, llega la pregunta inquieta.' ¿Quién es? Le hablan a Magdalena, ¿está en casa? ¿Magdalena? Sí, una vecina insiste. La voz metáliéa se apresura. Aquí no es. Ya se fue, responde Sebas- tián calmosamente en tanto cierra la puerta, arriesgando una mirada por encima del seto. María se acerca. ¿No estabas trabajando? Desde hace días Sebastián vuelve a ausentarse. Se distrae, come apenas, sus ojos recorren largos caminos que no conducen a casa sino que atraviesan lejanas montimas para llegarse hasta Lübeck, en compañía del maestro Buxtehude. llamaron y nadie respondía. Pensé que habías salido por los muchachos. María verifica que la aldaba haya quedado en el lugar correcto. Los días han sido rigu- rosos, demasiado secos, como si este verano Dios se hubiera olvi- dado de las cosas más urgentes. ¿Pasa algo? Sebastián sube cun lentitud. No. Sus grandes ojos están empañados. Estoy copiando, musita. ¿Sabes? El signar Antonio parece obsesionado. Me pre- gunto qué es lo que lo trast,orna. Las mujeres, refunfuña María. Es curioso cómo los encargos oficiales a Sebastián, cómo se sacude en busca de un poco de libertad, de seguridad instintiva. Pero este tomarse las manos entre los dedos, este juguetear, de dedos con botones, este inclinar el cuello en un parpadeo incó- modo no es su estado tranquilo. María se irrita, se descuida. Por fortuna vendrá la noche y compartirán sus cuerpos y el cuerpo en reposo de Sebastián la volverá autosuficiente. Se tambalea cuando . endereza sus pasos hacia el olor de coles. La cerveza estará tibia, y arriba, los instrumentos permanecerán olvidados. Se diría, opina, que Dios ha dado un paseo muy largo esta vez. Pero quizá regrese con los niños, o quizás ya esté aquí, recostado junto a Juan Go- dofredo y sea yo quien no lo vea. Sebastián se enojaría de oírla pensar así. Para él, Dios siempre está cerca. Pero si hasta la calidad del centeno ha desmerecido con el vacío de Dios y el pan sale apretado y parco del horno. Ni la flauta, ni el oboe. ¡Ah, Dios, vuelve pronto a esta casa! Dicen que el príncipe Leopoldo requiere de un maestro de capilla. Lo tomas como algo ajeno, repite Sebastián, casi enojado. Dios no es algo ajeno que vaya o venga. Eres quien va o viene, recuerda las palabras de Nicolás. Pero es que Sebastián no sabe que su voz está presente en él y que, en cambio, María sólo lo percibe a tra- vés de, que no la habita, que únicamente se presenta en un aullido cuando los hijos le salen del viéntre o cuando los devueive al vien- tre de la tierra, la Cara vuelta hacia Sí. O cuando habla en la igle- sia con las manos de Sebastián, en aquel fluir de agua. En realidad lo ha conocido. Y se avergüenza. En una gran zozobra grito hacia Ti. Es una suerte vivir a su lado. ¡Ah Señor, cuando llegues. no se te olvide traer un puesto para él en tus alforjas! 2 L'Estro Armonico. ¿Cómo cambiar ese virtuosismo puro en algo más sólido? Necesito de un celIa y de una orquesta de mayor tamaño. O de un harpsicordio. O de cuatro harpsicordios que reemplacen a los cuatro violines. Eso es, cuatro harpsicordios. Así el allegro tendrá mucho mayor peso y derivará por sí solo hasta el /arghetto y Vivaldi nunca se atreverá a reconocer que redescribí su , pesadumbre. ¡Jamás confesará que pudo en ocasiones encontrarse tan soberanamente triste, como aquella otra vez de su concierto en ut! Y de nuevo un largo entreverado a las cuerdas, en una especie de coinciden tia oppositorum. Sí. 3 En efecto, con los niños llega lo que puede ser el retorno de Dios. Guillermo y Carlos Felipe entran corriendo con la noticia fresca de un incendio. El gordo margrave, dicen, ha enviado a sus hombres para contenerlo y dirige en fiera persona, con su habitual pompa, el combate. Por otra parte, Sebastián no lo quiere creer: el seno! de Anhalt lo llama a la ciudadela de murallas bajas y árboles recor· tados y el extraordinario órgano de la catedral de Cóthen y las feas torres pentagonales y las galerías de cristal. El príncipe 1& cando la viola de gamba, dirigido por Bach. Y la espléndida bolsa del proveedot proponiendo alguna composición ligera para la 01' questa del no tan espléndido Christian Ludwig de Brandenburgo. ¿Juan Cristóbal? No, soy Juan Bernardo. ¿Quieres decirle a tu hermano Christian si revolvió algunos papeles? Juan Bernardo se sonroja. Esos nombres no existen. Existe el fuego, allá, en el oc. que de Prusia. Dicen que son hombres en rebeldía contra el mar· grave, enemigos políticos que pretenden anexar el principado. Pero ese es el ruido que su actitud altanera permite que corra como 11» gamos locos del ensueño se desperdigan por los vados. El que contaba a gritos en la plaza dice que nunca había tenido tanto miedo, y que sus rodillas chocaban incoherentes y que era inútil k cadena de campesinos acarreando agua y que todos regresaban et negrecidos, con quemaduras en las orejas y en las plantas de .. pies. Este rugido, este rechazo. Esta gigantesca y desesperanzMI lucha contra la existencia. ¿Cómo convertir esta potencia airada el algo diferente de la duda? ¿Mediante qué movimiento dar vueltll la llave y empujar la puerta y descubrirse frente a la ventana rol iluminada, dentro de una iglesia gótica maravillosamente inect diada por un haz que un único minuto de un único día de 1111 sola estación penetra y pega Justo en el lugar indicado? ¿Cf:ltl¡ transformar esta pasión en algo abierto y libre? ¿Mediante qi. fuerza inhumana cambiar el paso de la congoja recurrente por k escala de Jacob y cómo transferir la simple atracción de la formal

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ElOratoriode laAscensiónOsearZorrilla

1

La tristeza de corazón no le resulta agradable a Dios pero, aunquelo sepa, cien veces al día tropiezo con ese sentimiento. Sin e'mbar­go, resisto. Sebastián abre cuidadosamente la puerta. No sé si está,permítame. Desde la cocina, con esa voz de cobre que impregnalos utensilios, llega la pregunta inquieta.' ¿Quién es? Le hablan aMagdalena, ¿está en casa? ¿Magdalena? Sí, una vecina insiste. Lavoz metáliéa se apresura. Aquí no es. Ya se fue, responde Sebas­tián calmosamente en tanto cierra la puerta, arriesgando una miradapor encima del seto. María se acerca. ¿No estabas trabajando?Desde hace días Sebastián vuelve a ausentarse. Se distrae, comeapenas, sus ojos recorren largos caminos que no conducen a casasino que atraviesan lejanas montimas para llegarse hasta Lübeck, encompañía del maestro Buxtehude. llamaron y nadie respondía.Pensé que habías salido por los muchachos. María verifica que laaldaba haya quedado en el lugar correcto. Los días han sido rigu­rosos, demasiado secos, como si este verano Dios se hubiera olvi­dado de las cosas más urgentes. ¿Pasa algo? Sebastián sube cunlentitud. No. Sus grandes ojos están empañados. Estoy copiando,musita. ¿Sabes? El signar Antonio parece obsesionado. Me pre­gunto qué es lo que lo trast,orna. Las mujeres, refunfuña María. Escurioso cómo los encargos oficiales mole~tan a Sebastián, cómo sesacude en busca de un poco de libertad, de seguridad instintiva.Pero este tomarse las manos entre los dedos, este juguetear, dededos con botones, este inclinar el cuello en un parpadeo incó­modo no es su estado tranquilo. María se irrita, se descuida. Porfortuna vendrá la noche y compartirán sus cuerpos y el cuerpo enreposo de Sebastián la volverá autosuficiente. Se tambalea cuando .endereza sus pasos hacia el olor de coles. La cerveza estará tibia, yarriba, los instrumentos permanecerán olvidados. Se diría, opina,que Dios ha dado un paseo muy largo esta vez. Pero quizá regresecon los niños, o quizás ya esté aquí, recostado junto a Juan Go­dofredo y sea yo quien no lo vea. Sebastián se enojaría de oírlapensar así. Para él, Dios siempre está cerca. Pero si hasta la calidaddel centeno ha desmerecido con el vacío de Dios y el pan saleapretado y parco del horno. Ni la flauta, ni el oboe. ¡Ah, Dios,vuelve pronto a esta casa!Dicen que el príncipe Leopoldo requiere de un maestro de capilla.Lo tomas como algo ajeno, repite Sebastián, casi enojado. Dios noes algo ajeno que vaya o venga. Eres tú quien va o viene, recuerdalas palabras de Nicolás. Pero es que Sebastián no sabe que su vozestá presente en él y que, en cambio, María sólo lo percibe a tra­vés de, que no la habita, que únicamente se presenta en un aullidocuando los hijos le salen del viéntre o cuando los devueive al vien­tre de la tierra, la Cara vuelta hacia Sí. O cuando habla en la igle­sia con las manos de Sebastián, en aquel fluir de agua. En realidadsí lo ha conocido. Y se avergüenza. En una gran zozobra grito

hacia Ti. Es una suerte vivir a su lado. ¡Ah Señor, cuando llegues.no se te olvide traer un puesto para él en tus alforjas!

2L'Estro Armonico. ¿Cómo cambiar ese virtuosismo puro en algomás sólido? Necesito de un celIa y de una orquesta de mayortamaño. O de un harpsicordio. O de cuatro harpsicordios quereemplacen a los cuatro violines. Eso es, cuatro harpsicordios. Asíel allegro tendrá mucho mayor peso y derivará por sí solo hasta el/arghetto y Vivaldi nunca se atreverá a reconocer que redescribí su ,pesadumbre. ¡Jamás confesará que pudo en ocasiones encontrarsetan soberanamente triste, como aquella otra vez de su concierto enut! Y de nuevo un largo entreverado a las cuerdas, en una especiede coincidentia oppositorum. Sí.

3En efecto, con los niños llega lo que puede ser el retorno de Dios.Guillermo y Carlos Felipe entran corriendo con la noticia fresca deun incendio. El gordo margrave, dicen, ha enviado a sus hombrespara contenerlo y dirige en fiera persona, con su habitual pompa,el combate. Por otra parte, Sebastián no lo quiere creer: el seno!de Anhalt lo llama a la ciudadela de murallas bajas y árboles recor·tados y el extraordinario órgano de la catedral de Cóthen y lasfeas torres pentagonales y las galerías de cristal. El príncipe 1&cando la viola de gamba, dirigido por Bach. Y la espléndida bolsadel proveedot proponiendo alguna composición ligera para la 01'

questa del no tan espléndido Christian Ludwig de Brandenburgo.¿Juan Cristóbal? No, soy Juan Bernardo. ¿Quieres decirle a tuhermano Christian si revolvió algunos papeles? Juan Bernardo sesonroja. Esos nombres no existen. Existe el fuego, allá, en el oc.que de Prusia. Dicen que son hombres en rebeldía contra el mar·grave, enemigos políticos que pretenden anexar el principado. Peroese es el ruido que su actitud altanera permite que corra como 11»gamos locos del ensueño se desperdigan por los vados. El que ~

contaba a gritos en la plaza dice que nunca había tenido tantomiedo, y que sus rodillas chocaban incoherentes y que era inútil kcadena de campesinos acarreando agua y que todos regresaban etnegrecidos, con quemaduras en las orejas y en las plantas de ..pies. Este rugido, este rechazo. Esta gigantesca y desesperanzMIlucha contra la existencia. ¿Cómo convertir esta potencia airada elalgo diferente de la duda? ¿Mediante qué movimiento dar vueltllla llave y empujar la puerta y descubrirse frente a la ventana roliluminada, dentro de una iglesia gótica maravillosamente inectdiada por un haz que un único minuto de un único día de 1111sola estación penetra y pega Justo en el lugar indicado? ¿Cf:ltl¡transformar esta pasión en algo abierto y libre? ¿Mediante qi.fuerza inhumana cambiar el paso de la congoja recurrente por kescala de Jacob y cómo transferir la simple atracción de la formal

la percepción y a la abundancia? De lo alto del cielo llego. ¡Ah,tal sería el inicio de la creación, y no estas notas, no este repetirde compases siempre ajenos que no desembocan en algo propio,único, inexpresable!

4Algo como un rayo. De pronto una descarga de energía cae a me­diodía· en el campo desecado. Porque bastantes fueron los quevieron estallar el árbol, desmenuzado en briznas de calor. Afirmanque de un momento a otro el pl]nto luminoso corría de pino enpino, de copa en copa,. y que todo el perfil de la montaña sedibujaba en contra de la tarde como un castillo iluminado porantorchas. Juan Sebastián no está bien. El ojo amable y el ojoserio de su cara miran muy fijamente el contorno de las cosas, sinpestañear, silenciosos, reverentes. Hay pequeñas manchas que persi­guen el ir y venir de su mirada y el doctor le aconseja que cese detranscribir. ¡Con tantas cosas por atrapar! ¿Cómo dominar estanecesidad impredecible de expresarse? ¿Cómo crear un conciertolo suficientemente poderoso para que el solista no permanezcacomo único apoyo del contrapunto? Torelli estuvo a un paso delograrlo, y tiene en las manos algunas copias con ejemplos delmaestro ciego de Londres. ¿Y si mezcla todo un grupo de solistasque respondan de lleno a la orquesta, bajo una estructura seme­jante a la del concerto grosso pero que resulte más flexible, conposibilidad de texturas más abiertas, como en diálogo? Bernardo,¿dónde están esos papeles? Es curioso como este niño músico jue­ga con desenfado con las cosas que a sus hermanos les cuesta tantotrabajo manipular. Sebastián tira del pelo del chiquillo que se acu­rruca entre sus piernas. Tantos son y tantos han muerto que AnaMagdalena y María Bárbara se molestan cuando no los reconoce.

¿María? ¡Si pudiera aunar la majestuosidad rigurosa de Schütz ala concepción litúrgica de Lutero y entregar una Pasión real! Unpoco semejante a los estudios armónicos de Rameau pero muchomenos ligera, con otro espíritu y no C9n ése, tan elegante, tanmundano, tan cercano a las fanfarrias para las cenas, orgías y ca­cerías de aquel rey francés. No, algo fundamentalmente religiosocomo el primer dueto en, el Magnificat en do de Telemann. Perotampoco es eso. Algún día utilizará las cantatas del padrino deCarlos Felipe y los .viejos corales protestantes para recrear el temafavorito del sajón Enrique: San Mateo.

5El fuego se extiende. En apariencia dominado, los troncos guardan;sin embargo, residuos sordos que van horadando por de_bajó lamadera y que de un extenso campo de gusanos brasas logran, conel viento, una nueva cosecha de altas amapolas. ¿Por qué? ¿Porqué? ¿Por qué este dolor abierto, calcinante, abierto en el centromismo de este corazón? ¡Angel de Eisenach, cómo brillan tus alasen el resplandor herido de la noche! La orquesta lanza sus posibi- ~

lidades de color. Un instrumento de viento inicia el tema, las cuer­das lo toman y la orquesta le otorga alegre respuesta concertante.El harpsicordio, en su papel de continuo queda, de improviso,solo. Hay melancolía, es cierto, una tenue aspereza, una rudezafirme que se acentúa, la llamarada que se yergue, el fuego que sedesparrama, con hervor de río, con quemadura de beleño, con an- _gustia de recuerdo. La repentina sacudida del martillo metálicóacalla toda respuesta: de él son la iniciativa y la fi'rmeza, de él labrillantez y la cadencia, el allegro: ¡éxtasis, ahí estás, Dios dulce,ahí te encuentras y tu presencia a nada es comparabld'

6María pule los trastos. Todo debe quedar sobrenaturalmente l~pio

para esta medianoche. Veinte niños corretean por la estancia, ro­dando entre alfombras, muebles y cortinas. Repentinamente quie­tos, se dirigen todos serios á sus respectivos lugares frente' al atril.Tocan a la puerta. María deposita el clarinete de plata en la cajaforrada de terciopelo y abre; con una cálida sonrisa se lo entrega aMagdalena. Juan Sebastián, en la ventana, aunque ya no mira las'estrellas -sus ojos se han ido camino de Leipzig"":', recibe la pri­mera lluvia. Sopranos y altos, tenores y bajos inician el Oratorio.de la Ascensión.

7En realidad, explica pacientemente a. los alumnos de la Thomas­schule, no conozco sino instantes de sol, apenas pequeños trozosde luz eterna.

Mayo de 1971

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