El Padre Federico Salvador y su obra en Cantoria y tierras del Río Almanzora

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APOYO A LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN DEL PADRE FEDERICO SALVADOR Y RAMÓN

Texto del artículo original de Manuel Jaramillo Cervilla titulado “El P. Federico

Salvador y su obra de la Divina Infantita en Cantoria y las tierras del Río

Almanzora”, Piedra Yllora, Revista Cultural de Cantoria, número 4, Asociación

Cultural Piedra Yllora, 2009, pp. 64-73.

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El Padre Federico Salvador y su obra de la

Divina Infantita en Cantoria y las tierras del

Río Almanzora

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D. Manuel Jaramillo Cervilla

Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Granada, catedrático numerario de Bachillerato

y miembro fundador del Centro de Estudios “Pedro Suárez” (Guadix) del que fue vicepresidente.

Dedicado a la docencia e investigación histórica, ha sido director de los Institutos de Bachillerato “Padre

Poveda” de Guadix y “Pedro Soto de Rojas” de Granada.

Autor de textos para las editoriales Anaya y Algaida, bastantes libros de historia, algunos publicados por

la BAC e innumerables artículos.

Entre sus obras, el estudio realizado sobre el misionero Federico Salvador Ramón, fundador de la

congregación de la Divina Infantita y evangelizador en por tierras de Europa, América y África…

La mayor parte de su labor de investigadora se centra en el obispado de Guadix-Baza, fruto de la cual fue

su tesis doctoral.

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Manuel Jaramillo Cervilla, “EL PADRE FEDERICO SALVADOR Y SU OBRA DE LA DIVINA INFANTITA EN CANTORIA Y LAS

TIERRAS DEL RÍO ALMANZORA”, Piedra Yllora, Revista Cultural de Cantoria, número 4, Asociación Cultural Piedra

Yllora, 2009, pp. 64-73

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EL Padre FEDERICO SALVADOR Y SU OBRA DE

LA DIVINA INFANTITA EN CANTORIA Y LAS

TIERRAS DEL RÍO ALMANZORA. Esclava Y

REINA

Manuel Jaramillo Cervilla

El Padre Federico Salvador Ramón hizo de Cantoria el núcleo de las actividades

apostólicas que llevó a cabo en las tierras del valle del río Almanzora. Allí predicó

misiones y dio a conocer la devoción de la Divina Infantita, advocación nacida en México,

que él había traído a España. Y ello, por tres razones: primeramente, porque en Cantoria

residía su padre don Federico Salvador Alex con su segunda esposa doña Dolores López

Jiménez; después, porque desde esta localidad, por su situación central en el valle del

Almanzora, podía extender con facilidad su actividad misional a otros pueblos de la

comarca y, finalmente, porque en Cantoria se le quería y había ganado un gran prestigio.

Pensó, pues, fundar aquí un colegio y una escuela nocturna para obreras, de modo

que, en 1923, adquirió una casa, que sería la sede del convento-colegio de las Esclavas

de la Divina Infantita, congregación por él fundada. En este colegio se formaron varias

generaciones de niñas y es posible que algunas de ellas, hoy mujeres de avanzada edad,

conserven vivo su recuerdo.

En definitiva, en el presente artículo hablaremos del Padre Federico, de su obra

de la Divina Infantita y de sus actividades misionales en Cantoria y otros pueblos vecinos,

y también, si es posible, de los testimonios que sobre todo esto aporten algunas mujeres

y hombres de la tierra.

1. ¿QUIÉN ERA EL P. FEDERICO?

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Había nacido Don Federico en Almería el día 9 de marzo de 1867, en una modesta

casa de la calle Regocijos del entonces nuevo barrio de San Sebastián, en cuya iglesia

parroquial fue bautizado. Su padre era impresor del periódico almeriense Crónica

Meridional y trabajaba como camarero en el Liceo de la ciudad; mientras que su madre,

Doña Francisca Ramón Visiedo, como era habitual en aquellos tiempos, estaba entregada

a los trabajos domésticos y a la educación de sus hijos, al propio Federico y su hermano

Francisco, que había nacido en 1872.

Pertenecía, pues, a una modesta familia trabajadora, muy piadosa y de arraigadas

costumbres cristianas. Fue su madre quien le enseñó las primeras oraciones y con ella se

habituó a rezar a los pies del altar mayor de la Virgen Nuestra Señora del Mar en la

cercana iglesia de Santo Domingo.

Si ella fue la fautora de su formación espiritual, su padre hombre abnegado y

trabajador, sería quien le inculcó su amor por el trabajo bien hecho y el ingenio para

conseguir los objetivos que se proponía.

Con semejantes padres, su infancia transcurrió feliz y niño inteligente y despierto,

realizó con gran provecho sus estudios primarios, pero terminados éstos, dadas las

limitaciones económicas familiares, además de ayudar a su padre en el Liceo, entró como

aprendiz en una tienda de quincallas, en la que recibió un maltrato, violento muchas veces,

por lo que su padre decidió sacarle de allí y que se preparara para ingresar en el cuerpo

de telégrafos. Fue cuando el profesor del que recibía clases advirtió su talento y convenció

a su padre para que ingresara en el instituto para realizar el bachillerato.

Desde el principio fueron sus estudios brillantísimos hasta el punto de conseguir

culminarlos con la nota final de sobresaliente en 1885. También ganó becas para hacer

menos gravoso el esfuerzo económico familiar. Por esta fecha era un joven de 18 años,

inteligente y de buena presencia capaz de realizar cualquier carrera universitaria.

Pero, colocado en este punto, nuevamente surgieron las limitaciones económicas

familiares, por lo que buscó ayudas económicas que le llevaron a entrevistarse con el

obispo José Orberá, a resultas de la cual, sorpresivamente, despertó su vocación

sacerdotal, dejó a su novia, e ingresó en el seminario conciliar de San Indalecio.

Pero no todo fueron alegrías, el 26 de enero de 1886 moría su madre, víctima del

cólera que había contraído, como él mismo, en el verano anterior. A pesar de este duro

golpe, en el seminario, nuevamente, se suceden los sobresalientes –meritissimus– en todas

las asignaturas de los distintos cursos de la carrera eclesiástica –Plan Brunelli–, que tuvo

que cursar. Asimismo recibió menciones especiales y ganó becas que ayudaron a soportar

los gastos familiares que su estancia y la de su hermano, también seminarista ocasionaban;

y como el seminario almeriense atravesaba un momento de esplendor, adquirió una gran

formación, tanto eclesiástica como cultural y espiritual.

Es así que participaba en todos los certámenes literarios y representaciones

teatrales convocados en las principales fiestas –Santo Tomás e Inmaculada– y comenzó

a escribir sus primeras obras literarias, de modo que, en este ambiente de estudio, cultural

y espiritual, acabará forjándose un gran sacerdote.

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El día 20 de noviembre, cuando contaba 23 años de edad, el joven Federico fue

ordenado presbítero por el obispo Santos Zárate en la iglesia de la Virgen del Mar, la

Patrona del Almería, allí donde, de niño, había aprendido a rezar de labios de su madre.

Ya sacerdote, después de realizar efímeras suplencias en las parroquias de la Rioja,

Viator y Sagrario de Almería, fue nombrado capellán del convento de la Purísima

Concepción –vulgo Las Puras– y profesor de Matemáticas del seminario, oficio que venía

profesando desde que era seminarista, por su buena formación en esta materia. En la

quietud y ambiente de oración de este monasterio, fue donde descubrió la vocación que

iba a llenar toda su vida religiosa: la Esclavitud de la Inmaculada Concepción.

La novedad de su carisma consistía en la renuncia a su propia voluntad –

anonadamiento– a favor de los obispos y de los párrocos a cuyos servicios se sometía a

cambio de nada.

Impelido por este afán, ingresa (1895), en la asociación de los Operarios

Diocesanos fundada por el hoy beato mosén Manuel Domingo y Sol, cuya confianza gana,

hasta el punto qué le envía a Roma como vicerrector del recientemente fundado Colegio

Español de San José llamado a formar a la élite del clero español, donde permanecería

dos cursos (1896-1898).

En este privilegiado lugar complementaría su formación como sacerdote y

reafirmaría su vocación de Esclavo de la Inmaculada con la lectura de las obras del beato

Grignion de Montfort. Al mismo tiempo que realizaba sus tareas como vicerrector y

director espiritual de hecho en el colegio josefino, daba clases semanales en el Colegio

Pío Latinoamericano, lo que le permitió conocer al obispo de Chilapas que se lo lleva a

México en la Navidad de 1898con otros dos operarios diocesanos.

Ya en México, en plena dictadura de Porfirio Díaz, realizaría una triple tarea:

explicó en el colegio-seminario de San Joaquín, regentó la iglesia de San Felipe de Jesús

en la propia capital y misionó por las tierras de Chilapas (Guerrero), Ocinalá y Puebla.

Pero lo más decisivo ocurrió en 1900: por este año entra en contacto con la

devoción de la Divina Infantita a través de la señorita Rosario Arrevillaga y hasta el punto

le seduce que amolda su carisma de la Esclavitud a esta devoción y funda, con Rosario

convertida en superiora, la Congregación de Esclavas de la Divina Infantita (1901), en

sus dos ramas, masculina y femenina. Pero determinadas insidias su salida de los

Operarios Diocesanos, le obligan a regresar a España.

Inicia entonces, prevalido de una autorización del arzobispo de México, una serie

de fundaciones en Granada y en el Cabezo de 1os Gázquez de Vélez Rubio, a la vez que

redacta la Regla o Constituciones de su Congregación en Cantoria (1904).

Pero las insidias referidas dieron su fruto: el 21 de marzo de 1910, fue emitido por

Roma el Decreto de Suspensión de la Congregación, que supuso el desmoronamiento de

toda su obra y el inicio de una dura travesía del desierto hasta conseguir recuperarla. En

este sentido, dio una serie de respuestas de gran calado: se hizo cargo de 1a dirección del

periódico almeriense La Independencia al que remozó e hizo rentable; participó en el

Congreso Mariano de Tréveris (agosto de 1912); creó un colegio residencia de Segunda

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Enseñanza en Instinción pueblo de su padre; fundó la revista mariana Esclava y Reina,

con la pretensión de crear una gran editorial católica (15-VIII-1917), y se hizo cargo del

colegio-residencia Virgen de las Angustias de Guadix, donde además gana una canonjía

de la catedral y establece su residencia en esta ciudad, en cuya diócesis realizará una gran

labor pastoral: impartió clases en el seminario de San Torcuato; predicó sermones; dio

misiones llevó un grupo de religiosas esclavas para hacerse cargo de la residencia, cocina

del seminario y de las escuelas de las cuevas que había fundado el Padre Pedro Poveda.

Y siempre periodista, colaboró en el periódico local Patria Chica y, desaparecido

éste, fundó y dirigió el también periódico de la mitra Guadix y Baza.

Rehabilitada por Benedicto XV su congregación como «pía asociación» en 1921,

y conseguida la paz en Marruecos con el desembarco de Alhucemas, se funda en Melilla,

ayudado por su hermano Francisco, también sacerdote, un colegio-residencia con la

intención de evangelizar el alma magrebí y, desde allí, pasa a Nador (Marruecos).

Con esto, había conseguido ser misionero en tres continentes, Europa, América y

África. Pero, muerto su hermano, marcha a Granada reclamado por el cardenal Vicente

Casanova, su antiguo obispo de Almería, para misionar en la ciudad por tierras de El

Ejido, por lo que decide renunciar a la canonjía accitana el 1 de marzo de1926, para

dedicarse plenamente a su carisma de la Esclavitud.

Otra faceta en la que también distinguió el Padre Federico fue la de escritor.

Actividad que ejerció desde que fuera seminarista hasta el final de su vida. Cultivó

prácticamente todos los géneros literarios, poesía, teatro, novela, obras espirituales y

devocionales, artículos de periódicos y ponencias en congresos. Destacamos, Los

Carvajales, poema épico (1887), escrito cuando era seminarista, y el libro El culto a La

Inmaculada (1907), que constituye el soporte teológico de la devoción a la Divina

Infantita.

La llamada de México y la mejora de las relaciones de la Revolución mexicana

con la Iglesia católica, le permiten volver a América en donde reemprende la actividad

fundacional y misionera, con la mala suerte de enfermar de carbunco, extraña enfermedad

que le ocasionará la muerte en San Diego de California el 31 de marzo de 1931. Sus restos

reposan en la catedral de México y su proceso de beatificación se encuentra muy

avanzado.

2. MISIÓN EN FINES ANTES DE MARCHAR A MÉXICO

A mediados del mes de agosto de 1898, el P. Federico dio por finalizada su

estancia en Roma y regresa a España. Desembarca en Valencia y descansa en Murcia,

para reemprender su viaje camino de Almería. Pero, antes de llegar a esta ciudad, recala

en Fines, pequeño pueblo situado en el valle del río Almanzora, donde era coadjutor su

hermano Francisco. Aprovecha su estancia para predicar una memorable misión, que

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empezó el 21 de agosto de 1898, dando comienzo así, sin ser consciente de ello, su

actividad evangélica en las tierras de este valle.

Desde el primer momento, la pequeña y austera iglesia –de una sola nave y airosa

torre–, se llenó de fieles, que, si católicos todos, tenían muy abandonadas las prácticas

religiosas, especialmente la percepción de los sacramentos.

El calor del verano y la gran afluencia de público obligaron al Padre Federico a

realizar los actos de la tarde-noche en la plaza de la iglesia y a predicar desde el balcón

de la casa de Don Rosendo García, rico hacendado que había sido gobernador civil de

Almería.

Tal fue la expectación levantada por la misión que a ella asistieron los párrocos y

sacerdotes de los pueblos vecinos. Uno de ellos, Don Leonardo López Miras, párroco de

Cuevas de Almanzora, entusiasmado, decía que nunca había oído más elocuencia, ni más

devoción y piedad en el decir y que lloraban hasta las piedras. Por su parte, el inefable

Padre José Sirvent nos cuenta que, siendo él párroco de Fines entre 1927 a 1933, todavía

permanecía vivo el recuerdo de esta extraordinaria misión en aquellas sencillas gentes.

Testigos presenciales y oculares fueron el tío Tripiana y la tía María Jesús, viejo

matrimonio que viviría hasta el año 1942, muy amigo de la familia del Padre Federico, y

que fueron los que contaron al Padre Sirvent cómo el Padre Federico repartió lo recaudado

en la misión y dio una comida a las doce personas más pobres de la localidad.

Habló después desde el ya citado balcón-púlpito y fue tal el entusiasmo despertado

que las gentes, agradecidas, aplaudían y daban vivas y hasta «querían comérselo a besos».

El agobio fue tal, que el P. Federico se vio obligado a huir et ascondit se in domum

parentum.

3. CANTORIA, PUEBLO ESCOGIDO

Era Cantoria un pueblo rico, de pequeños y medianos propietarios agrícolas. Sus

casas, pequeñas, tenían una o dos plantas con ventanas y balcones cerrados con sencillas

rejerías. La iglesia parroquial, dedicada a San Ildefonso, fue elevada en el siglo XVIII,

seguramente, sobre otra anterior. En el siglo XIX fue reconstruida, bajo la advocación de

Nuestra Señora del Carmen. Tiene una magnífica portada muy clásica, de influencias

herrerianas, jalonada por dos altísimas y gruesas torres. Se accede a ella desde la pequeña

plaza del Ayuntamiento. Muy cerca de allí se encontraba la casa del padre de D. Federico,

que se había ido a vivir, como sabemos, a esta localidad con su segunda mujer doña

Dolores López Jiménez.

Llegó el P. Federico por primera vez a Cantoria el 18 de septiembre de 1902,

procedente de Tortosa, después de haber presentado su renuncia como sacerdote Operario

Diocesano a Don Manuel Domingo y Sol. Dada su situación central en el Valle del río

Almanzora, el Padre Federico hizo de esta localidad el núcleo de su actividad misional y

pastoral por los pueblos de la comarca. Desde allí visitaba el santuario de Nuestra Señora

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la Virgen del Saliente, iba al Cabezo de los Gázquez de Vélez Rubio, y predicaba

misiones, novenas, triduos y otros actos religiosos en los pueblos colindantes.

En Cantoria, el día 7 de octubre de aquel mismo año de 1902 antes de viajar a

México por segunda vez predicó una misión en la que puso tanta pasión que, en su

transcurso, no salió de la iglesia y dormía en la sacristía.

Los frutos fueron esplendidos: se confesó todo el pueblo menos un señor muy

acaudalado, que se había excusado porque debía ir a Granada. Murió de camino en el tren,

según leyenda popular.

Dos años más tarde, en la Navidad de 1904, en la tranquilidad del hogar paterno,

comenzó a redactar las primeras Constituciones de fas Esclavas, apremiado por la

necesidad que tenía de las mismas y por sugerencia del arzobispo de Sevilla Marcero

Spínola, si es que quería fundar en su diócesis, concretamente en Utrera. El gran

entusiasmo que puso en la tarea propició que, a pesar de su dificultad, avanzara

rápidamente, de modo que el 20 de diciembre pudo escribir a la Madre Rosario

Arrevillaga, su cofundadora en México «todo va saliendo más suave para las Esclavas

que para los Esclavos», en clara referencia a las Constituciones escritas para la rama

masculina de la Esclavitud en el santuario de la Virgen del Saliente en 1902, como

veremos más adelante.

Pero, al mismo tiempo que se afanaba en la redacción del articulado de los

estatutos femeninos, su incansable capacidad de trabajo le permitió diseñar un nuevo sello

en el que cambió la inscripción anterior «Esclavitud de la Divina e Inmaculada Niña» por

la de «Esclavitud de la Divina Infantita», más conforme con el mestizaje y carisma de su

Congregación. También adoptó por primera vez el sobrenombre en religión de José de la

Divina Infantita.

Aquellas Navidades de 1904, vividas familiarmente en Cantoria habían dado los

mejores frutos, de modo que satisfecho escribía el día 25 de diciembre, «la Divina

Infantita ha triunfado», y, al día siguiente, a las siete de la noche daba por terminada la

redacción de las primeras Constituciones.

También fue en Cantoria donde, el 31 de agosto de 1906, predicó la primera

novena de la Divina Infantita en España y empezó a divulgar su devoción por las tierras

colindantes.

Se encontraba tan a gusto y tenía tal fe en las gentes que, en 1923, superadas las

dificultades de su congregación, con la ayuda del alcalde Don Pedro Antonio Gea Rubí,

fundó un Colegio y una Escuela Nocturna para obreros, al mismo tiempo que pensaba

construir el gran templo, que, desde hacía mucho tiempo, deseaba levantar en España a

la Divina Infantita: «Te ruego –escribía a la M. Rosario Arrevillaga–, por cuanto en esta

fundación de Cantoria pueda ser que José de la Divina Infantita, –o sea, él mismo–,

encuentre el lugar para la Basílica de la Divina Infantita en España.

En este Colegio de Cantoria, creado con tanto amor, se aplicó la didáctica

empleada en sus homólogos mexicanos, accitanos, granadinos y almerienses de Instinción

y de El Ejido, mezcla de los métodos mexicanos y manjonianos, tan del gusto del Padre

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Federico, en los que se perseguía una enseñanza activa e intuitiva, integral y humanista,

que hiciera suyo el principio de enseñar deleitando y tuviera cabida el teatro.

Así, sabemos que, en el mismo, se representó por vez primera el acto primero del

drama El Mundo y la Honra (1930), del que era autor el Padre Federico, que había sido

copiado en Cantoria por la Madre María de la Niña. Fue representado por jóvenes del

pueblo, posiblemente en los primeros meses de 1936. En el mismo, de acuerdo con la

función educativa del teatro y en línea con las ideas regeneracionistas de la sociedad

según los principios cristianos y la doctrina de la Iglesia, el Padre Federico plantea como

tema central la honra de la mujer casada y la limpieza del amor juvenil, que triunfan,

armados por la fe y la moral cristiana, sobre las bajas pasiones humanas y los intereses

materiales, establecidos en la sociedad moderna.

En ese mismo año de 1936, el colegio-asilo de Cantoria fue incautado por las

autoridades republicanas y después de la Guerra Civil no pudo ser abierto y acabó siendo

vendido para atender a otras necesidades de la Congregación.

Desgraciadamente, pues, la casa-colegio de Cantoria de la Divina Infantita no ha

tenido continuidad, pero, a pesar de todo, no se puede poner en duda que Cantoria fue una

localidad muy querida por el Padre Federico e íntimamente ligada a su vida y, por ende,

a la de la Congregación de las Esclavas de la Divina Infantita por él fundada.

4. EL SATUARIO DE LA VIRGEN DEL SALIENTE DE ALBOX

El Padre Federico se dirigió por primera vez a este lugar el 22 de septiembre de

1902, acompañado de su padre, desde la cercana Cantoria, donde residía.

Situado en el altísimo y áspero monte de El Roel, domina un paisaje

verdaderamente grandioso e inconmensurable, integrado por el estrecho valle de la

Rambla de El Saliente y las sierras colindantes, tras las cuales se adivina el mar. Serrano

y agreste, aislado, llama a la oración y al recogimiento, por eso fue en su origen un centro

de vida cenobítica, donde un grupo de eremitas hacía una vida religiosa sencilla y

rudimentaria.

A principios del siglo XVIII existía allí una comunidad de diez ermitaños y, entre

1712 y 1717, se construyó una ermita, precedente del templo actual, que data de 1762 y

es producto del fervor religioso y la corriente de peregrinación que a él afluyó.

Una bellísima leyenda popular explica el fenómeno: Lázaro Martas, sacerdote, a

quien siendo pastorcillo de niño se le apareció la Virgen en la falda del monte Roel, cuenta

su visión y es creído por el pueblo de Albox y especialmente por Juan de Alcaina, que

funda la capellanía de El Saliente, y por Diego Tendero, también sacerdote y párroco de

la población.

El Ayuntamiento de esta villa, entusiasmado por el milagro, comisionó a los dos

sacerdotes para que se trasladaran a Granada y encargaran allí una imagen de la Virgen,

igual a la que viera Lázaro Martos, para entronizarla en la ermita. Llegaron los viajeros

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Guadix, en donde hicieron parada y fonda, y, en esa noche, en la posada donde se

hospedan, entablan conversación con un misterioso sacerdote al que cuentan la visión de

Lázaro y el propósito del viaje. El sacerdote les dice que tiene en su casa una imagen de

la Virgen que puede corresponder a la que ellos andan buscando y deciden ir a verla. Su

sorpresa fue mayúscula cuando comprobaron que, efectivamente, la imagen que se les

mostraba era idéntica a la que se apareció a Lázaro en la falda de El Roel. Deciden

comprarla, se ponen de acuerdo en el precio y se la llevan a la posada. Cuando van a

pagar, el sacerdote dice que no es conveniente ir de noche con dinero por la calle, por lo

que acuerda volver por la mañana, pero no lo hizo. Al preguntar por él, nadie le conoce,

ni tampoco dan con la casa donde habían estado la noche anterior.

Basándose en este relato, hay quien opina que la imagen puede ser de Torcuato

Ruiz del Peral, famoso imaginero accitano del siglo XVIII. Tallada en madera de sabina,

de 58 cm de altura, está vestida de azul y sostenida por dos ángeles que la levantan sobre

un dragón vencido, con alas de murciélago y siete cabezas horripilantes.

La Virgen, cuya verdadera advocación es la de Nuestra Señora del Buen Retiro de

los Desamparados, vencedora del Demonio y del pecado, corredentora del género

humano, asciende al Cielo grávidamente. Se trata de toda una bellísima lección de

Teología mariana.

A esta leyenda se le superpone otra posterior que hace alusión a la visión que un

marinero tuvo de la Virgen cuando la impetró en medio de una gran tormenta en el mar,

que le amenazaba con perecer ahogado.

La Virgen se le apareció y salvó. Agradecido, quería levantar un templo a la

Señora y anduvo buscando su imagen por todos los monasterios del terruño hasta que la

encontró en El Saliente. Allí levantó el templo prometido, con tantas ventanas y puertas

como días tiene el año.

Aunque este último extremo no se haya cumplido, el pueblo lo relaciona con el

monasterio actual, cuya traza de cruz latina tiene una hermosa cúpula sobre pechinas en

el crucero y consta de una cabecera trebolada con tres capillas, la mayor de las cuales

alberga el Camarín de la Virgen de El Saliente, que preside el templo.

Este lugar, por su excepcional situación geográfica y sus connotaciones marianas,

no es de extrañar que fuera tan del gusto del Padre Federico.

Allí, en su austera hospedería, en el silencio del ambiente, rezando a los pies del

camarín que guardaba a la Señora, meditando en las crujías de su bello claustro y

paseando por los alrededores con la mirada puesta en el grandioso paisaje, encontró el

recogimiento preciso para realizar un fervoroso retiro espiritual, concentrarse y redactar

la Regla o Constituciones de los Esclavos de la Divina Infantita.

Fueron cuatro días completos los que pasó en aquel «bendito desierto», los

habidos entre el 23 y el 26 de septiembre.

No serían los últimos. El 27 de septiembre, tras decir misa de la Inmaculada,

regresaría a Cantoria. Había querido requebrar a la Virgen, y con su ayuda, pudo redactar

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las Constituciones a satisfacción: «Estos cuatro días no han sido perdidos, ya te llevaré el

fruto que recogí a los pies de nuestra reina».

Por sus connotaciones marianas y características tan especiales, el Padre Federico

visitó con frecuencia este lugar y pensó durante algún tiempo construir aquí el gran

templo que para la Divina Infantita deseaba levantar en España. Las dificultades legales

y lo arraigado de la devoción a la Virgen de El Saliente en las gentes de la comarca, le

hicieron desistir del empeño.

5. SACERDOTES DE LA TIERRA SEGUIDORES DE LA ESCLAVITUD

La labor evangelizadora desplegada en los pueblos del valle del río Almanzora y

la comarca vecina de los Vélez, a través de misiones, novenas, triduos y otros actos

religiosos, dio como esplendoroso fruto que fueran estas tierras las que proporcionaran

los primeros sacerdotes y niños para la causa de la Esclavitud de la Divina Infantita.

Uno de los primeros fue el párroco de Cantoria Francisco Soler Clemente, amigo

del Padre Federico, que además de facilitarle la labor evangélica y misional desplegada

en su parroquia, que ya hemos comentado, ofició la misa de la celebración de la fiesta de

la Divina Infantita, el 7 de septiembre de 1905, en la iglesia del convento de San Bernardo

de Granada, cuyas religiosas habían accedido a su celebración.

Era la primera vez que se celebraba en España y, a pesar de encontrarse en la

Carrera del Darro, un poco alejado del centro de la ciudad, y ser una devoción

desconocida, la asistencia de sacerdotes y fieles fue abundante y la ceremonia, que

presidía un cuadro de la Divina Infantita, resultó muy solemne. Asimismo, fue también

muy decisiva la ayuda prestada al Padre Federico por este sacerdote para que el secretario

del arzobispado Ramón Moreno, amigo de ambos, facilitara los trámites para la creación

en Granada de un seminario de esclavos de la Divina Infantita y una casa de novicias.

Otro sacerdote que ayudó grandemente al Padre Federico en sus trabajos fue Pío

Navarro, el párroco de Vélez Rubio. Auspiciado por el mismo, creó en marzo de 1906, la

Asociación de Esclavas Seglares y una escuela dominical para criadas, a lo que se añadiría

un ropero.

También se crearía una Asociación para hombres seglares que fundaría un

Montepío, para lo que disponía de la apreciable cifra de 10.000 pesetas.

Tan animado estaba el Padre Federico que comenzó a redactar un reglamento de

esclavos seglares.

Don Pío escribió también una carta de recomendación para el comisario general

de los franciscanos de España, para que abogara en Roma a favor de la aprobación de las

Constituciones de los Esclavos. Por esta razón pudo albergarse en la casa de esta orden

situada muy cerca de la iglesia de los Santos Cuarenta, donde pudo hacer amistad con el

Padre Panadero y el Padre Marcelo Martín Plaza, que tanto le ayudaron en sus gestiones

cerca de la Curia romana.

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Manuel Jaramillo Cervilla, “EL PADRE FEDERICO SALVADOR Y SU OBRA DE LA DIVINA INFANTITA EN CANTORIA Y LAS

TIERRAS DEL RÍO ALMANZORA”, Piedra Yllora, Revista Cultural de Cantoria, número 4, Asociación Cultural Piedra

Yllora, 2009, pp. 64-73

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Pero, con todo, el primer fruto de la labor del Padre Federico no llegó hasta el día

23 de mayo de 1906, cuando el Padre Patrocinio Motos viajó a Granada para ponerse

enteramente a su disposición como esclavo. Era compañero suyo del seminario y

coadjutor de la parroquia de Vélez Blanco y había decidido seguirle después de oírle

predicar en el cercano pueblo de Vélez Rubio, donde estaba dando unos ejercicios

espirituales desde el 12 al 21 de febrero de 1906.

Al Padre Patrocinio se le sumaron rápidamente otros dos sacerdotes, el Padre

Nadal Albarrán y el Padre Miguel Fernández Martínez. Después de un tiempo de vida en

común en Granada, el Padre Federico decidió mandar a dos de ellos con unos niños

aspirantes a esclavos, a México para que continuaran formándose con la Madre Rosario

Arrevillaga en el espíritu de la Esclavitud de la Divina Infantita.

Había pensado en los padres Patrocinio y Miguel, pero la tardanza en conseguir

el permiso del prelado de este último, hizo que al final se decidiera por enviar al Padre

Nadal con el Padre Patrocino, que embarcaron para México el 15 de agosto de 1906 con

cuatro niños.

Con el Padre Patrocinio, el otro sacerdote de importancia que siguió al Padre

Federico como esclavo, fue el Padre Manuel Campillo Giménez.

Coadjutor de los Gázquez, aldea de Vélez Rubio, cedió a la Esclavitud el cortijo

de su propiedad situado en el lugar llamado El Cabezo de los Gázquez, para que en él se

edificara un gran seminario de novicios, futuros sacerdotes esclavos de la Divina Infantita.

De la importancia de esta obra y de su devenir escribí un artículo en la Revista Velezana

del año 2008.

El Padre Manuel Campillo viajó también a México y siempre fue un gran

colaborador del Padre Federico. Contó, además, con su confianza, por lo que dirigió

espiritualmente a la comunidad de esclavas y dio ejercicios, retiros y otras actividades.

Hizo frente a los enemigos de la comunidad y a algunas dificultades, como las derivadas

por la obstinación del arzobispo de México Próspero María de Alarcón por no dejarle

como capellán –con el Padre Patrocinio–, del templo de la Divina Infantita de México

Distrito Federal y hacerle abandonar el país.

Sin embargo, tras el decreto de 1910 en que se reprobaba a la congregación,

regresó a España para incardinarse de nuevo en su diócesis almeriense.

No obstante, el obispo Vicente Casanova, que había encomendado al Padre

Federico la dirección del periódico almeriense La Independencia, consintió que

continuara adjunto a la redacción del mismo y sólo la marcha de aquél de Almería, en

1917, como canónigo de la catedral de Guadix, hizo que tomara un rumbo propio.

Pero aun así, siempre fue esclavo de corazón, como demuestra que presentara en

1918 una comunicación en el Primer Congreso Mariano Montfortiano de Barcelona, bajo

el título de La Santa Esclavitud en el Nuevo Testamento, especialmente en las palabras

de Nuestra Señora, que en realidad había sido escrita por el propio Padre Federico.

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Manuel Jaramillo Cervilla, “EL PADRE FEDERICO SALVADOR Y SU OBRA DE LA DIVINA INFANTITA EN CANTORIA Y LAS

TIERRAS DEL RÍO ALMANZORA”, Piedra Yllora, Revista Cultural de Cantoria, número 4, Asociación Cultural Piedra

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6. TESTIMONIOS

Para completar mi artículo he creído conveniente, a modo de apéndice, incluir

algunos testimonios acerca del Padre Federico y del Colegio de la Divina Infantita por él

fundado en Cantoria.

El hecho de tratarse de relatos escritos por personas que no fueron testigos

oculares de los hechos, no les resta valor histórico alguno, por ser recogidos a través de

los testimonios dados por gentes que tuvieron conocimiento directo del Padre Federico y

de su obra.

Sin tales testimonios, los detalles relatados referidos a la vida doméstica e íntima

del Padre Federico y al colegio de la Divina Infantita, hubieran quedado inéditos,

escondidos, y su conocimiento no hubiera llegado a nosotros. De ahí el interesante valor

histórico que encierran, tanto para el historiador como para todo amante del conocimiento

de la vida cultural, religiosa, política y social de Cantoria y pueblos de estas comarcas.

A. Testimonio de la Madre Felicidad

Soy la Madre Felicidad M. P. y tengo 78 años de edad. Soy una hermana de la Congregación

de Esclavas de la Inmaculada Niña.

Me gustaría poder contar alguna experiencia de Cantoria, pero lo poco que conozco fue

por ir a pedir en los años 1960-1970 para un internado que teníamos en un cortijo grande

de Almería con niñas muy pobres, que nadie pagaba nada por ellas y se sostenían con la

caridad de las buenas personas de Cantoria y de otros pueblos de la Provincia, pedíamos

de puerta en puerta. Este fue el motivo por qué conocí Cantoria.

Yo sabía que en este pueblo había estado N. P. F. [Nuestro Padre Fundador] y que había

tenido un colegio. Nos hospedábamos en casa de la familia Gea, que en su tiempo estuvo

hospedado también N. P. F.

Esta familia lo admiraba y lo querían mucho.

En esa época quedaba de esta familia sólo tres hijos, Lola, Encarna y un hijo sacerdote,

esclavo de la Divina Infantita, que murió en Melilla.

Ellos nos contaban maravillas del Padre Federico Salvador, ponderaban su forma de

trabajar en el colegio de Cantaría con la juventud, se daba a todos, especialmente a los más

necesitados. Nos mostraron una mesa donde el Padre Federico compartía su comida desde

su mismo plato y cuchara con un pobre inválido que recogía de la calle.

¡Qué caridad tan extraordinaria tenía para todos!

Todas las personas que lo conocían hablaban muy bien de él y lo quería todo el pueblo.

Como ve, yo no conocí a nadie de la comunidad, se veía el colegio en ruinas y se percibía

la buena imagen que dejaron, en este pueblo, tanto el Padre Federico como la comunidad

que permaneció allí.

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B. Testimonios de Pedro José Carballés Gea.

Primero

Según noticias que tengo de mis familiares, le cuento un poco de lo que sé.

El Padre Federico era una persona con una preocupación muy grande, que era las niñas

huérfanas y su cultura, por lo que se dedicó principalmente a acoger este tipo de niñas y

darle una educación.

Tenemos el ejemplo en una niña que se trajo de Marruecos a Cantoria llamada

familiarmente María La Mora y que llevada sus apellidos, Salvador.

También se preocupaba por la enseñanza de las niñas que había en el pueblo, dando en el

convento él y sus monjitas clases tanto de cultura como de bordado, cocina, etc.

Con mi abuelo Pedro Antonio Gea Rubí, mantenía una relación muy estrecha, ya que mi

abuelo le donó parte del edificio del convento, y, todos los años le regalaba para el sustento

de las monjitas y niñas huérfanas que en el vivían, dos cerdos, aceite, harina, patatas, etc.

Era tan grande la relación existente entre los dos, que el Padre Federico, cada vez que iba

por el pueblo, se quedaba a comer y dormir en casa de mi abuelo; se consideraban como

familia, hasta tal punto que uno de los once hijos que tuvo mi abuelo, llevaba el nombre

de Federico en su honor.

Era tal la sencillez y humildad de este hombre, que no podía ver un pobre sin ropa y como

llevaba sotana, se quitaba sus pantalones, sus camisas y se las daba a quien las necesitaba.

Como consecuencia de esa humildad y de la fe que derrochaba, dos hijos (Joaquín y

Eduardo), se hicieron sacerdotes, y una hija (Paquita) se hizo monja.

Al cerrarse el convento, las monjitas, en agradecimiento a todo lo que había hecho mi

familia por ellas, le regalaron la imagen de la Virgen Niña, y hoy la conservamos sus

herederos.

Segundo

Como me han pedido que les cuente un poco de la vida de mi abuelo, les resumo un poco

su vida.

Pedro Antonio Gea Rubí, era una persona que nació en Cantoria, el día dos de Octubre

de 1.864, hijo, como la mayoría de su época, de agricultores.

Tuvo una vida dedicada casi por completo a su familia, y ayudar a los demás. Se casó con

Francisca Mesas García y tuvieron once hijos, de los cuales cuatro murieron al nacer o

siendo muy niños.

De los otros siete que le sobrevivieron, una hija, Paquita, se hizo monja de la divina

Infantita, un hijo, Joaquín, se hizo sacerdote, cantando misa en Cantoria el 7 de Junio

de 1.929, y que posteriormente, en el año 39 murió a causa de una infección provocada

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por un cirujano que en Melilla, donde estaba de sacerdote en el convento de la Divina

Infantita, que lo operó de ulcera de estómago, y, al enterarse que era sacerdote, le dejó

unas tijeras dentro del estómago; otro de los hijos que tuvo, Eduardo, también quería

seguir el camino de sus otros dos hermanos, se hizo seminarista, y murió realizando la

carrera en el seminario de Almería.

Los otros cuatro hijos, Federo, Severo, Dolores y Encarna, cogieron caminos diferentes a

sus hermanos casándose tres de ellos y quedando soltera Encarna.

Durante un tiempo fue alcalde de Cantoria, siendo tal su bondad, que incluso tuvo que

vender un terreno para poder pagar las facturas del ayuntamiento tales como la del reloj

de la iglesia que hoy día escuchamos o la de los obreros que estuvieron haciendo el

lavadero que había en el pueblo hoy día desaparecido y que se encontraba donde hoy está

urgencias.

Como buen cantoriano era amante de las conocidas carretillas de San Antón, y un año, al

pasar la procesión por medio de las hogueras, unos sin nombre, le cortaron la cabeza al

santo, cayendo esta al fuego, y, para que no se quemara, mi abuelo se metió en el fuego, la

cogió y se la llevó para restaurar el santo; él se quemó, pero decía que era más

importante salvar San Antón que las quemaduras producidas.

Como comenté en el escrito del Padre Federico, mi abuelo donó parte del convento que

hubo en Cantoria de la Divina Infantita, y que, según parece se va a utilizar ahora para

hacer una residencia de ancianos, seguro que él estaría orgulloso de que se realizara esa

obra en lo que un día fue suyo.

Murió a los 76 años de edad, después de pasar por el trance de ver morir a su mujer y sus

tres hijos mayores.

¡QUE PENA NO HABERLO CONOCIDO!

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