El París que me gusta

Siempre resulta imprudente considerar París.

Para mí, es más que una ciudad, es un espejismo, quizá una quimera inalcanzable pues en mi mente e imaginación se agita el París actual con un Paris inexistente, un París compuesto por diferentes ciudades, por diferentes épocas -que ya pertenecen al pasado-, pero que siguen viviendo en las calles, avenidas, bulevares, edificios, monumentos, jardines, fuentes, etc., que cualquiera puede apreciar hoy día y que componen un París especial, el París de hoy, del Siglo XXI, pero que sigue siendo el París del que Enrique IV dijo “Bien vale una misa”.

Es imprudente porque es una peligrosa instancia intelectual entrar en el entretejido de la historia y pretender ver las cosas con criterios diferentes, con los puntos de vista que prevalecieron en otras épocas que no nos correspondió vivir y de las que apreciamos vestigios.

El París de Napoleón fue muy distinto al Paris de Luis XIV, el París de Balzac fue muy distinto al Paris de Monet.

El París mío, el Paris que me gusta, es un entretejido histórico, un París que existe más en la imaginación que en la realidad, pero es un Paris tangible, un Paris real en el que todos los personajes tienen su lugar, su historia, su herencia, su influencia.

No es posible acudir a Montmartre sin que la imaginación se llene de artistas, de pintores, de ilustres personajes que vivieron, pintaron y murieron en París.

No es posible visitar ‘Les Invalides’ o el ‘Arc du Trumphe’ sin que la mente se llene de imágenes de Napoleón.

El Paseo de Champs Elyseés, y la Place de la Concorde no existían en tiempos de Balzac, y ni que decir de la Tour Eiffel.

Sin embargo, encuentro algunas incongruencias en París actual, no solamente el triangulo de acero y vidrio con el que descompusieron –en mi opinión- la fachada del Museo del Louvre, sino el que no se haya conservado “Le Bastille” y en su lugar se haya levantado una columna que si bien no deja de tener su significado, pienso que quizá hubiera sido más adecuado una reconstrucción del edificio de la prisión, tal vez como lo han hecho en Londres en donde se conserva la muy infame Torre de Londres, de la cual se pueden escribir mil y una historias escalofriantes como se hizo con el Hombre de la Máscara de Hierro que terminó sus días- supuestamente- en la Bastilla en 1703.

En mi niñez y juventud, se evocaba un París romántico, el Paris de principios del Siglo XX, el Paris anterior a la II Gran Guerra que todavía no comprendo porque se le sigue queriendo denominar mundial, cuando fue básicamente un conflicto europeo al que los intereses económicos y políticos arrastraron a otros países, como los Estados Unidos (que nunca pueden dejar de entrometerse).

Sin embargo, había diferentes acepciones, y una de ellas era, como insisto, era el París romántico representado por los pintores de Montmartre y otros artistas como Frederick Chopin, George Sand (Amandine Aurore Lucile Dupin).

Las imágenes de los restos de la bohemia parisina de finales del Siglo XIX, la vidas y obras de Declacroix, Cézanne, Renoir, Manet, Monet, Pissarro, Van Gogh y hasta el involucramiento de Picasso en el robo de la Gioconda de Leonardo Da Vinci (en 1911), llena mi imaginación al estar recorriendo las callecitas retorcida y serpenteantes de Montmartre, pero que de alguna manera se desvanecen al llegar a la Place Du Tertre en donde se reúnen los artistas y pintores actuales dedicados a la explotación inmisericorde del turismo.

Esa zona (y muchas otras de París) son las que desde hace mucho tiempo deseo recorrer con mi gran amigo Juan Antonio, en un paseo evocativo, simbólico, imaginativo al 100% (aunque nuestros gustos y criterios ‘artísticos’ difieran mucho), pero que jamás han minado ni minarán nuestra amistad por el intenso respeto que nos profesamos desde aquella inolvidable mañana en que lo conocí pescando carpas en el Parque de los Ciervos.

Mucha agua ha corrido, muchos peces hemos pescado juntos, muchas aventuras, anécdotas y gratos episodios hemos compartido como para que un gusto pictórico socave nuestra firme y desinteresada amistad y respeto mutuo.

París tiene también diferentes historias, diferentes enfoques, el París de Haussmann, el nuevo Paris que concibió Napoleón y nunca terminó, -que Balzac prometió terminar con su pluma lo que Napoleón inició con su espada, pero que tampoco terminó-.

Según los datos históricos París tenía la misma estructura medioeval hasta mediados del Siglo XIX, en donde predominaban calles minúsculas y una insalubridad apabullante.

Los parisios (pueblo de origen galo del que se deriva el nombre de París) dominaban un sector del río entre la confluencia del Río Marne y el Sena, aguas arriba, y el Río Oise y el propio Sena, aguas abajo.

Se desconoce el lugar exacto de su emplazamiento pero se supone que los parisios (en latín escrito como Parisíi) fundaron una población entre los años 200 y 250 a.C., posiblemente en lo que hoy es conocido como Ile de la Cité.

Cuando los ejércitos romanos toman la población (que no creo pueda llamarse ciudad) la rebautizan con el nombre de Lutecia e inician obras de reconstrucción en la orilla o margen izquierda del río Sécuana (Sena).

En el Siglo IV el emperador Flavio Claudio Juliano establece su cuartel general de invierno en ese asentamiento al que se denomina Isla de Francia.

Tras su victoria en contra de los romanos Clodoveo (Rey de los Francos) la hace su capital en el año 508, se designa como nombre oficial París y se inician obras de protección sobre ambas orillas del río (la de la margen derecha fue destruida por los normandos en 885).

Para no hacer cansada la historia, cuando los Capetos obtienen el trono de Francia en 987, París es una de las dos grandes ciudades con dominio personal, y con Felipe Augusto (1190/1220) París se convierte definitivamente en la capital del reino y se construye una nueva muralla que protegía un sector más amplio, la que a su vez, es nuevamente ampliada –aproximadamente- en 1375 por una muralla aún mayor.

Enrique IV, (quien consideró que París bien valía una Misa) inicia la construcción de algunos conjuntos arquitectónicos, destacando la Place des Vosges.

Su sucesor Luis XIII extiende la muralla sobre la orilla derecha, pero poco después Luis XIV ordena destruir esa muralla y construir en su lugar los primeros grandes bulevares de París.

A finales del Siglo XVIII, en la fortaleza/prisión de la Bastilla, -que se encontraba en el oriente de la ciudad-, se inició oficialmente el movimiento político y social que hoy se conoce como Revolución Francesa.

Poco después, tras proclamarse Emperador Napoleón se

decide por Paris como capital de su Imperio (no sin antes haber contemplado establecerse en Lyon).

Pero es bajo el reinado de Luis Felipe que la ciudad acelera su ritmo de crecimiento y la transformación de París durante el llamado Segundo Imperio o imperio de Napoleón III (1852/1870) es cuando París adquiere la mayor parte de su fisonomía actual.

El emperador comisionó al Barón Haussmann para que ejecutara los cambios necesarios para convertir a Paris en la ciudad ‘más moderna’ del mundo en su época.

Esto incluía la demolición de gran parte de la ciudad antigua y/o medieval y dio paso a los amplios bulevares y grandes edificios (de los que yo destacaría el Teatro de l’Opera Garnier) que obviamente ni fue el único y quizá tampoco el mejor, pero es otro de los edificios símbolo de París.

Se construyeron canalizaciones de aguas y otros importantes adelantos en obras públicas.

Durante los años siguientes, las obras continuaron y París se fue convirtiendo en el París que hoy conocemos, pero debe enfatizarse que con motivo del primer centenario de la Revolución,

se organizó la Exposición Universal en 1889, y para este evento se construyeron estructuras que deberían ser demolidas una vez que la exposición terminara.

La obra se puso a concurso y fue asignada a un ingeniero de nombre Gustave Eiffel, y nadie se imaginaba en aquel entonces que esa estructura de acero no solamente no se demolería sino que se convertiría en un de los símbolos distintivos no solo de París, sino de Francia.

Es cuestión de criterios y quizá de gustos o tal vez de apreciación pero creo que los cinco más conocidos o famosos sitios de París y puntos de referencia de la ciudad son la Catedral de Notre –Dame, el Arco del Triunfo, la Place de la Concorde, la Tumba de Napoleón, y la Torre Eiffel.

No necesariamente en ese orden, y sin olvidar que hay otros lugares que igualmente constituyen puntos de referencia como El Louvre, le Sacre Coeur, Montmartre, Champs Elyseé, La Madeleine, Le Centre Pompidou, l’Opera y algunos otros más.

En el Siglo XX se inició con la construcción del Metro de París.

No estoy muy seguro, pero creo que la Estación de Saint Lazare fue la primera en construirse.

El nombre completo es Chemin de Fer Métropolitain, y por esa tradición francesa de invertir las sílabas de las palabras y usar abreviaciones se le conoce simplemente como Metro y después del Underground de Londres y el Metro de Madrid es la red de metro más extensa de Europa, o al menos era hasta 1997 en que fui por vez primera a París y la utilicé a placer.

Todavía se puede apreciar en algunos puntos de la ciudad el diseño Art Nouveau que identificaban e identifican a las Estaciones de acceso y salida.

Como turista primerizo en Paris en aquel no tan lejano 1997, consideraba dos puntos muy importantes, uno el que íbamos en ‘época alta’ es decir, la época en que París se ‘llena’ de turistas es decir, de gente como nosotros, que no tiene suficiente dinero como para viajar cuando desee y tiene que aprovechar ofertas y promociones para que el dinero destinado al viaje ‘rinda’ lo más posible.

El segundo punto es que siendo París una (sino es que la ciudad más visitada del mundo), los parisinos no son lo amable y cordiales que cualquiera supondría, sino, si me perdonan, con muy honrosas y contadas excepciones, repudian y rechazan al turista, y tratan de ‘explotarlo’ en todas y cada una de las ocasiones que se les presente, al fin y al cabo, un 97% de los turistas, no van a regresar a París, si regresan no volverán a acudir a ese lugar y jamás presentaran una queja.

No es único ni exclusivo de París, pero si es de hacerse notar pues eso es a lo que se ha llegado en casi todos los ‘destinos’ turísticos del mundo, y quizá por eso y por mi eterna aversión a las multitudes es que jamás viajo ‘en grupo’, aunque me ‘cueste’ más caro.

Si hay algo que aprecio es ser dueño de mi tiempo y de mi libertad y ‘odio’ tener a alguien que me esté diciendo que debo hacer, que debo ver y que luego me interrumpa porque ya es tiempo de ‘ver’ otra cosa, y eso sin contar con que te llevan a donde ellos quieren, y a los lugares en donde ‘reciben comisión’ ; te guste o no, es parte del ‘paquete’ y créanmelo, para mi, esa no es forma ni de viajar ni mucho menos de disfrutar un viaje.

París y en general Francia, son renombrados por su cocina, en particular por la denominada ‘Haute cuisine ', pero déjenme decir algo.

Comparo la Haute cuisine con la Haute couture, solamente disponible para quien tiene ‘dinero’, para quien está dispuesto o tiene ‘dinero’ que gastar en platillos que quizá sean deliciosos (lo que no se porque no los he probado) pero que definitivamente están fuera del alcance del turista ‘regular’, el que tiene que ‘ahorrar’ para poder ir de viaje y prefiere gastar su dinero en algún recuerdo, algún souvenir (quizá baladí) y no en una comida cara que tal vez no disfrute porque su paladar no está acostumbrado a esos ‘lujos’.

París tiene un platillo que es ‘sensacional’, la crepa callejera.

Y mi recomendación es simplemente evitar los restaurantes ‘de

turistas’, buscar lugares en donde la mayoría de los clientes ‘son locales’.

Sin embargo, hay un punto que es muy importante comentar, las calles de París están repletas de restaurantes, bistros, cafés y establecimientos en donde se sirve comida, pero no permiten usar el baño si no se es cliente.

En otras palabras, si se es cliente, se puede accesar a las facilidades sanitarias, pero si no, si no se está ‘consumiendo’, no permiten al turista o visitante usar ‘el baño’, lo cual es muy incómodo.

Entiendo sus razones y hasta puede decirse que las comparto, pero no deja de ser un inconveniente.

Empero, hay una solución a esta situación o problema; desgraciadamente para el paladar, la digestión y la salud pero afortunadamente para la vejiga, en París hay más de 45 locales con el logotipo de Mc Donald’s, (me rehúso a llamarles restaurantes) que constituyen una invasión sin precedente, (Hitler no pudo destrozar París, Mc Donald’s lo ha hecho).

Sin embargo, tiene dos enormes ventajas que muchos turistas desconocen: una es el acceso al baño, y la otra, son ‘cajeros automáticos’ con un nivel de seguridad mucho mayor que el que se puede encontrar en las calles.

La comida, es ‘estándar’, es decir, estándar para los estadounidenses con materia prima y mano de obra francesa, pero asimismo, sus facilidades también son estándar y entre estas están las dos mencionadas a las que se pueden agregar otras dos: generalmente, cuentan con espacio para estacionamiento (lo que en París en un lujo) y cuentan con servicio ‘para llevar’, lo cual también puede resultar conveniente para un refresco o un café.

Yo no se si los parisinos consideran Mc Donald’s como una amenaza a la gastronomía y/o a la tradición culinaria francesa, pero desde 1970 (aproximadamente) en que esta firma decidió abrir locales en Francia, al menos en París, hay cerca de o más de 45 locales en operación, lo que para mi, representan 45 lugares en donde puedo ir al baño sin tener que consumir nada, lo cual es un alivio para la vieja vejiga y no una amenaza para la digestión y la cartera.

París también tiene un centro de negocios muy importante, el de la sección de Saint Germain des Prés en donde hay una cantidad de Galerías de Arte y Casas de Antigüedades que de la misma manera, son para gente rica, (‘muy rica’) en donde se

encuentran cuadros, muebles, relojes, joyas primorosas que alguna vez adornaron palacios o cuerpos de aristócratas o miembros de la monarquía y que hoy son un gran negocio.

Resulta interesante ver como vive y en que gasta la gente rica, pero no todo en ese rumbo es ‘dominio del dinero’ también hay monumentos y sitios plagados de cultura y de historia que se pueden visitar y Saint Germain des Prés es uno de los lugares más destacado de la vida intelectual y cultural de París.

Para mi, su época ‘dorada’ fue la de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, de la actriz y cantante Juliette Gréco, de los cineastas Jean-Luc Goddard y François Trufffat, quizá todavía se puede encontrar a muchos artistas en las terrazas de cafés como Les Deux Magots o el Café de Flore.

La Brasserie Lipp (cuando la vi en 1997) seguía siendo un lugar de reunión para periodistas, actores y actrices en boga, y políticos (François Mitterrand fue fiel cliente hasta su elección a la Presidencia de la República Francesa en 1981).

Los edificios del Siglo XVII han sido preservados, aunque a ‘nivel calle’ haya demasiado vidrio y aluminio, pero el cambio ya es patente.

Las tiendas de moda, cada vez más lujosas, están sustituyendo poco a poco a las pequeñas tiendas y a las librerías, y Saint-Germain-des Prés está entre los barrios residenciales más caros de París.

En Saint-Germain-des-Prés se encuentra el Institut de France, una institución creada en el Siglo XVII que alberga, entre otras, la Académie Française y la Académie des Beaux-Arts .

Tal vez por la proximidad del Institut de France y más precisamente por la Academíe des Beaux Arts, la vocación artística de Saint-Germain-des-Prés no ha declinado, y sigue siendo el barrio del arte parisino por excelencia. (Desde 1998, una asociación que cuenta con 64 galerías promueve las actividades del ramo en el barrio).

En la cercanía y todavía sobre ese rumbo se encuentra una de las instituciones culturales más renombradas en el mundo: La Sorbona.

Hablando de arte, aquí ha sido en donde he encontrado algunas voces discrepantes pues consideran que el Arte se encuentra en Montmartre, y quizá tengan razón, pero yo considero que en Montmartre lo que se encuentra hoy día, es el arte comercial, el arte decorativo, el arte ‘para turistas’, y no es la época del arte innovador, de las nuevas expresiones o tendencias de la pintura, ese mundo intrigante y misterioso pleno de imaginación y ansiedad (en París, y en el resto del mundo) ya es parte de la historia.

El arte de hoy, en mi humilde opinión, escasamente merece el nombre de arte; es tan solo un esfuerzo comercial con ribetes artesanales.

Empero, París es mucho más que Arte, mucho más que Museos, Galerías, paseos por el Sena, pinturas, callejuelas serpenteantes, magníficos edificios, históricos monumentos, iglesias majestuosas, amplias avenidas, bellas fuentes y jardines, , París es una ciudad viva, una ciudad ‘eterna’ una expresión especial de las interrelaciones de los seres humanos, una herencia cultural para toda la humanidad, la demostración en piedra y ambiente de las consecuencias del pasado, de la visión del futuro y del aprovechamiento del presente.

Sin embargo, recuerdo que a la salida del Museo de Orsay, otrora Estación de Ferrocarril, encontré un pintor/vendedor que hacía miniaturas en esmalte que son una preciosidad, y que quizá en unos 200 años mis descendientes puedan vender a los astronómicos precios que hoy absurdamente se pagan por uno de los adefesios esos de Picasso o Kandinsky o de las ‘locuras’ de Van Gogh.

Del mismo modo, aunque le veo menos posibilidades que adquieran valor, pero son pinturitas que me gustaron mucho, adquirí dos muestras del arte (comercial) de un pintor anónimo en la Place du Tertre que está inmortalizado en fotografía, pero del que dudo mucho llegue a la posteridad como Pissarro, o Monet (a pesar de que por su atuendo quizá reverencia a este inmortal) pero que por alguna desconocida razón, no firma sus obras.

En 1940 París fue invadido y conquistado por la Wehrmacht, (ejército Nazi) y estuvo ocupada durante cuatro largos años, incluso el Führer estuvo en una corta visita de la que nadie quiere acordarse.

Afortunadamente Paris no fue arrasada ni destrozada como otra ciudades ‘ocupadas’ por los ejércitos nazi, y además tuvo la fortuna de que las ordenes de ‘Quemar París’ fueran desobedecidas.

Según lo veo, París no era una plaza estratégica para el ejército nazi, y Hitler y sus generales cometieron en error de menospreciar el valor psicológico de París y el único temor que tenían era el que cayera en las manos de los comunistas.

Es en este periodo en que surge -fuera de toda proporción- la figura del muy discutido General Charles De Gaulle de quien me ocuparé en otra ocasión pues es una de esas figuras de la historia

cuya conducta y motivos no me están totalmente claros y requieren profundizar un poco en las fuentes históricas y no son, por lo mismo, materia para estas reflexiones.

En la década de los 80 y comienzos de los 90, François Mitterrand proporcionó impulso a obras de urbanismo e infraestructura, renovando muchos de los sectores más pobres de la ciudad; se transformó el Museo del Louvre y amplió y reformo el D’Orsay.

Sigo sin entender porque se aprobó el triangulo de vidrio y acero que se colocó a la entrada del Museo del Louvre, diseño del Arquitecto Ieoh Ming Pei (estadounidense de origen chino) que en mi opinión desde 1989 deforma y degrada la belleza del que fue Palacio de los Reyes de Francia hasta que a Luis XIV se encaprichó con Versalles y el magnifico palacio fue abandonado.

Y así como Versalles fue ‘el capricho’ de Luis XIV, París ha sido el capricho de otros gobernantes.

Después de la Revolución Francesa, cuando aún la guillotina ‘estaba caliente’, en 1794 una ‘comisión de artistas’ propone una remodelación de París, con el propósito manifiesto de dar realce a los monumentos públicos.

Napoleón I no puede sustraerse al embrujo de Paris y ordena el acondicionamiento de una calle monumental a lo largo del Jardín de las Tullerías.

Es la calle de Rivoli, que el Segundo Imperio prolongará hasta Châtelet y en la calle Saint-Antoine:

Este eje será más eficaz según el plan de la circulación, que el del plano propuesto por los artistas cuyo proyecto pasó mas tiempo discutiéndose que en aplicación.

Napoleón I coloca también un instrumento jurídico: el ordenamiento de urbanismo por el cual los propietarios pueden renovar o reconstruir los edificios sólo retirando su fachada detrás de una línea fijada por la administración.

Esta disposición será suspendida no obstante se llevará a cabo un ensanche y una regularización de las vías públicas en un plazo razonable.

A fines del año 1830, el prefecto Rambuteau comprueba las confusiones de la circulación y los problemas de higiene que hay en los viejos barrios superpoblados y concluye que hace falta «hacer circular el aire y los hombres».

Traza primera la gran abertura en el centro de París, pero el poder de la administración es limitado por las normas de expropiación.

La ley del 3 de mayo de 1841 se esfuerza por facilitarlos pero los nuevos ciudadanos en puestos gubernamentales están más preocupados por adquirir ‘poder’ que por realizar obras.

Es sobre la base de éstas experiencias que el Segundo Imperio optará por una política maciza de expropiación y de aberturas, mucho más costosa que el sistema de la servidumbre de alineación, pero de una eficacia temible y más aún bajo la férrea dirección del Barón Haussmann.

Y dentro de todas estas modificaciones, restauraciones, ampliaciones y ‘modernizaciones’ el Louvre no se escapa a la furia renovadora de Haussmann.

“Louvre" deviene del vocablo franco "leovar", que significa fortaleza o palacio fortificado (lo que en francés se llama "bastille").

La primera construcción en el Louvre fue una fortaleza hecha por el rey Felipe II de Francia (Felipe Augusto, ya mencionado con brevedad anteriormente) ubicada al lado del río Sena en las afueras de la Villa de París.

La villa en esa época estaba amurallada, teniendo como centro la isla donde se yergue la Catedral de Notre-Dame, y la fortaleza se encontraba en el extremo de la villa para protegerla ante eventuales invasiones del norte.

Se construyó sobre un terreno de 72 por 78 metros, rodeado de una fosa y circundado por una alta y gruesa muralla con dos fortalecidos torreones (uno al sur y otro al oeste)

En el sótano del Actual Museo se puede apreciar además de restos de esos gruesos muros una maqueta que muestra como se supone que era esta fortificación.

Al interior había un gran patio en medio del cual se ubicaba una torre cilíndrica central de 15 m de diámetro y 30 m de alto.

Albergaba un arsenal, mazmorras y algunos pocos tesoros reales.

Siglos más tarde, a la fortaleza se le fueron otorgando funciones de residencia. El rey Carlos V convirtió la fortaleza en residencia real y lo adornó con obras de arte de su colección privada.

Monarcas posteriores fueron ampliando el ahora palacio, y una de las más significativas e importantes fue la realizada por Caterina

de Medici (aproximadamente en 1560) y que es la que hoy conocemos como Galería al borde del Agua.

En 1564 se creó el denominado Palacio de las Tullerías ubicado a unos 500 metros hacia el oeste del Louvre en forma perpendicular al Río Sena.

El Jardín de las Tullerías, (que aún existe), estaba colocado a un costado y posteriormente, Enrique IV conectó el Palacio con esa Galería mediante la llamada Grand Galeríe la que en un principio sirvió para que los aristócratas y nobles disfrutaran de las obras de arte e ‘hicieran ejercicio’ caminado la distancia interior en pisos cubiertos por ‘parquét’, que era una innovación en aquellos tiempos.

Para 1615 el Palacio estaba reformado pero aún puede notarse que había una muralla que aunque ‘conectado’ por la Grand Gallerie en su interior, estaba separado por una vieja muralla.

Algunas de las innovaciones en el diseño de la galería incluían la utilización de cristales en los techos, que inundaban de luz el espacio y el uso de parquet en los pisos.

Luis XIII decide ampliar el Louvre en sí, derriba parte del antiguo palacio original y construye el Pabellón del Reloj (Pavillon de l'Horlog).

Fue Luis XIV quien entre 1658-70 construyera el Cour Carrée que es un gran patio circundado por edificios.

Sin embargo, semejante complejo de bellísimos edificios no fue suficiente para la realeza, ya que en 1670 Luis XIV (auto denominado Rey Sol) y toda su corte dejaron al Louvre para irse a vivir al Palacio de Versalles.

El Louvre pasaría a ser entonces una galería de arte, casa de ópera, teatro y otras actividades artísticas.

Antes de la Revolución Francesa, es decir antes de 1789, El Louvre podía ser visitado únicamente por miembros de la aristocracia, el clero y algunos artistas selectos.

Cuando, pasmado y con la boca abierta, cualquiera caminaba por las galerías del Palacio, esos magníficos recintos atiborrados de ornamentación y colmados de obras exquisitas, era algo inimaginable para ‘el pueblo’.

Nosotros podemos imaginar la sensación de estupefacción y

deslumbramiento de los revolucionarios al ingresar por primera vez al conjunto palaciego.

En 1793 el palacio se convertiría en el primer gran museo abierto al público general, mostrando obras de arte pertenecientes a

las monarquías y a la Iglesia, y tomando el nombre de Museo General de las Artes (Musée General des Arts).

Según los enterados, fue la primera vez que un público podía acceder a estas obras de arte, originándose así el "turismo cultural".

Poco después, Napoleón, amplió el Ala Norte y mandó colocar el Arco del Triunfo del Carrusel entre el Louvre y el Palacio de las Tullerías.

Debido a los esfuerzos de Napoleón III en 1852 se demolieron algunas de las partes más antiguas y culminó lo que podemos considerar como el gran complejo del Louvre.

1855

1857

Considero digno de mención insistir en como a través de los Siglos diversos monarcas franceses se esforzaron por dar unidad al grupo de edificios del que puedo decir que tienen un esquema marcadamente simétrico y en mi concepto, precisamente el hecho de que los edificios y galerías estén dispuestas en forma ligeramente oblicua otorgan un efecto a la perspectiva y la percepción visual del conjunto que la pirámide de Pei rompe y destruye.

Lo que Hitler y los nazi no quisieron o no pudieron hacer en 1940, Miterrand lo hace con un ‘plumazo’ en 1989.

Afortunadamente, tengo una fotografía de cómo lucía el Museo del Louvre antes de que el arquitecto de Miterrand lo echara a perder.

Y no quiero que se me quede en el tintero una última reflexión, estamos muy acostumbrados a decir Napoleón hizo, el Presidente realizó, el Faraón ordenó, etc., es decir, atribuimos a esos hombres muchas obras que se realizaron o iniciaron durante su tiempo de gobierno o mandato y nos olvidamos de quienes ejecutan esas obras; enviamos al olvido a esos relegados y anónimos obreros y trabajadores que son los que las realizan.

Como lo he venido diciendo, y solicitando su perdón por la repetición, siempre resulta imprudente considerar París, pues se puede afirmar que aunque hay París, para todos los gustos, e incluso por increíble que parezca, conozco gente que no le gusta París, y que ‘no se encuentran’ en esta hermosa ciudad, el urbanismo en París es digno de considerar y es lo que originó este escrito y en el que he elegido El Louvre como el eje urbano de origen del crecimiento y desarrollo de esta, para mi, la Ciudad más hermosa del mundo.

Como ya lo he comentado, en un principio, el Louvre estaba fuera de la muralla de la ciudad, de la Lutecia romana, y su primera finalidad era la de protección de la ciudad a la cabeza del Río Sena.

París en 1550. El Louvre está ubicado en la parte inferior, al centro.

Tomando el Louvre como eje urbano, mencionamos que Napoleón inicia la conexión con el Oeste de la Ciudad a través de la Rue de Rivoli que, adornada con estatuas y magnífica, nace en el extremo norte del Louvre.

Conecta las Tullerías, la Place de la Concorde, ChampsElysée, y el Arc du Triomphe.

Durante la renovación de París realizada por el Barón Haussmann las calles se ampliaron no sólo con un fin estético para ampliar las vistas y conectar visualmente los monumentos, sino también para facilitar el desplazamiento de tropas en caso de revueltas.

Algunos escritores atribuyen un significado simbólico a esta conexión, afirmando que el Louvre era ‘del pueblo, para el pueblo’, lo que me parece una aseveración cargada de demagogia.

Posteriormente, ese eje se continuaría hacia el Distrito de La Defensa.

Culminando en el moderno Arche de La Defense (que contra todas las opiniones, y sin dejar de reconocer una cierta ‘estética’) no puedo comparar con el Arc de Triomphe, pero ambos son indicativos de diferentes standards de apreciación artística.

Y ese, queridos amigos, es el París que me gusta.