El periodismo es un asunto humano

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13/9/2016 El periodismo es un asunto humano ­ 10.09.2016 ­ LA NACION

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E l 28 de abril de este año murió Abraham Kanzepolsky, que fue uno de mis principales

contactos en el pequeño pueblo santafesino de Moisés Ville mientras estuve investigando y

escribiendo un libro titulado Los crímenes de Moisés Ville. Kanzepolsky respondió al apodo de

"Ingue" hasta su día final, a los 84 años: un sobrenombre muy simpático si entendemos que

significa "muchacho" en ídish. Él, que había crecido en una época muy diferente a la de los

crímenes, se aburría un poco en el pueblo y solía hacer de guía para quienes llegábamos en busca

de nuestros orígenes. Él fue mi fuente. Y cuando murió, me quedé pensando qué era realmente

una fuente.

Las reglas clásicas del periodismo indican que un dato debe ser verificado con al menos tres

fuentes: una de un bando, otra del bando contrario y una última neutral. Pero lo que no aclaran es

que las fuentes a veces generan un vínculo con el periodista. Y podríamos establecer una

categorización. Están las fuentes que dan una información porque quieren que se sepa algo, sin

pedir nada a cambio. Están las que ofrecen un dato persiguiendo un interés: es el caso de William

Mark Felt, el subdirector del FBI que corroboró y aportó información a The Washington Post

sobre el Watergate. Están las que nos acompañan a lo largo de un tiempo, y también las que nos

repelen. Y están las que tienen don de gente: de este tipo de fuentes quizás nos hacemos amigos.

Kanzepolsky estaba en esta última categoría.

Javier Sinay LA NACION SÁBADO 10 DE SEPTIEMBRE DE 2016

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En el estado actual del periodismo argentino queremos discutir cómo nuestro oficio toca los

grandes problemas cívicos y políticos, y llegamos a hablar de cosas como "la grieta". Pero a veces

perdemos de vista el lado humano de todo esto, que es el trato con las fuentes y los entrevistados.

Es un asunto conocido pero infinito: trabajar con personas nos lleva a tener que resolver

cuestiones humanas. Nuestras fuentes confían en nosotros y nosotros en ellas. Incluso en las que

nos parecen desagradables. Por eso los acertijos de conciencia abundan en nuestro oficio.

En junio de 2013, Javier Quiroga, a quien le decían "la Hiena", me recibió en una cárcel de La

Plata. Estaba detenido, esperando el juicio por el que se lo acusaba de haber matado a puñaladas a

cuatro mujeres. Quiroga me dio una entrevista en una sala de visitas pequeña, en la que me contó

que había sido el otro acusado, Osvaldo Martínez, "el Karateka", el que las había acuchillado, y no

él. Todas las pruebas inculpaban a la Hiena Quiroga y no al Karateka Martínez, pero este último

era un estudiante de Ingeniería gélido y analítico, y en cambio Quiroga lloró delante de mí y me

dijo que vio con sus propios ojos cómo iba muriendo cada una de las víctimas (a manos del otro

acusado), sin que él pudiera siquiera moverse, tan aterrado estaba.

Mientras Quiroga me contaba la historia, se secaba las lágrimas y las esposas, que no le habían

sido quitadas, tintineaban en sus muñecas. Esa entrevista fue una experiencia realmente

impactante para mí, y volví conmovido. Pero algunos días después, cuando transcribí la grabación,

me di cuenta de que su discurso era inconsistente y el de Martínez, no. Un año después, un

tribunal lo condenó a reclusión perpetua y absolvió al Karateka.

El ser humano y su tratamiento son un dilema constante. Las escuelas de periodismo nos pueden

dar 30 reglas, aparte de la del chequeo con tres fuentes, pero cuando un asesino llora en la cárcel

la compasión no se puede evitar. Y eso no nos hace menos profesionales, sino más humanos.

El asunto está plagado de agujeros negros. En El periodista y el asesino, un libro despiadado y

brillante sobre la relación entre un periodista y su entrevistado, Janet Malcolm ­colaboradora de

The New Yorker­ escribe: "El periodista es una especie de hombre de confianza que explota la

vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego

traicionarlas sin remordimiento alguno". En "¿Una entrevista? No, gracias", un artículo publicado

en el diario colombiano El espectador, Gabriel García Márquez ­que aparte de ganar el Premio

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LA NACION Opinión

Nobel de Literatura fue periodista toda su vida y creó la Fundación Nuevo Periodismo

Iberoamericano (FNPI)­ dice que hay dos extremos: el periodista complaciente y el agresivo. "Los

primeros no harán nunca nada que en realidad valga la pena", anota. "Los segundos no consiguen

nada más que irritar al entrevistado". Ninguno de los dos, explica, escucha los latidos del corazón

de su entrevistado, "que es lo que más vale en una entrevista".

Muchas veces, los periodistas tenemos que decidir qué hacer cuando en alguna cobertura

necesitamos avanzar con poca delicadeza; o, en otras palabras, que sometamos a nuestra fuente

con información verdadera pero dura, o con alguna palabra ingrata. El texto es nuestro tótem: lo

glorificamos sin advertir que nuestra tribu no es la única. Y nos pasa no con secretos de Estado,

sino con notas comunes, a veces intrascendentes.

El desafío, en el medio de todo esto, es entender para qué uno es periodista y, más allá de las

gratificaciones personales (que no son poca cosa, pero que son un asunto individual), qué va a

darle el periodista a la sociedad con su oficio. En el medio de la famosa crisis actual del

periodismo, las noticias que necesitamos deben examinar la realidad, siempre que se pueda, desde

un punto de vista humano. Porque el periodismo nunca fue un asunto de objetividad. Hay eventos

que ocurren de una manera y que ninguna línea editorial puede entender de otro modo, y sin

embargo la subjetividad siempre está presente. Por más que se pretenda hacer de este oficio tan

humanista un asunto técnico, el periodismo es el arte con el que el hombre se cuenta a sí mismo

en tiempo presente.

Mientras anoto estos acertijos, algunos de los medios más importantes del mundo están

desarrollando algoritmos capaces de titular las noticias de un modo eficaz para atraer más visitas

en Internet. La presión por llegar cada vez más rápido y a más gente hace al periodismo moderno,

y en nuestra época esta presión se potencia sin importar que se eche mano a la simpleza de

pensamiento. El periodismo, una profesión esencialmente dilemática, atraviesa tiempos

complicados. Su remedio es, en parte, un asunto humano.