El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

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Alejandro Soltonovich EL POLVO DEL SANTUARIO Un ensayo sobre la experiencia sionista y su influencia en el judaísmo Entalpía

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Alejandro Soltonovich

EL POLVO DEL SANTUARIO

Un ensayo sobre la experiencia sionista y

su influencia en el judaísmo

Entalpía

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Soltonovich, Alejandro El polvo del santuario: un ensayo sobre la experiencia sionista y su influen-cia en el judaísmo. - 1a ed. - Buenos Aires: Entalpía, 2010. CD-ROM. ISBN 978-987-26257-0-2 1. Sociología. 2. Judaísmo. 3. Sionismo. I. Título CDD 306

Datos para impresión: 278 págs., 21 x 29,7 cm.

Ilustración de portada: Trabajo pictográfico digital del autor sobre detalle

fotográfico del Arco de Tito (Roma), representando el saqueo del templo

de Jerusalén.

© Alejandro Soltonovich

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 – Producido en Argentina

ISBN 978-987-26257-0-2

Los datos consignados en la presente página deben acompañar a toda reproducción

total o parcial de la obra, en cualquier soporte o formato.

Entalpía

Cajaravilla 4570, 2

(1407) – Ciudad autónoma de Buenos Aires

Tel. 6380-1373

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Nota editorial

Se llama entalpía a la cantidad de energía que un sistema puede inter-

cambiar con su entorno.

Como emprendimiento editorial, Entalpía nace para brindar un espacio

de publicación a ensayos y monografías de autores que estén o no vincu-

lados con espacios académicos o profesionales de la manera más accesi-

ble posible, utilizando soportes físicos efectivos y económicos, aseguran-

do a los autores la conservación de todos sus derechos y dándoles la opor-

tunidad de difundir su producción.

Aunque sin duda el libro impreso no ha perdido su encanto singular, re-

sulta ya evidente que con el avance de las nuevas tecnologías los soportes

tradicionales de publicación gráfica han visto crecer sus costos relativos,

dificultando el acceso de los autores a la publicación de su trabajo y de los

lectores a la amplia producción bibliográfica existente. Como consecuen-

cia, muchos autores renuncian a publicar o lo hacen debiendo fraccionar

su trabajo o mutilarlo considerablemente.

Atendiendo a esta situación, la edición en disco compacto es una res-

puesta que solventa, al menos parcialmente, este obstáculo en la vincula-

ción entre el autor y el lector, abriendo la posibilidad de dinamizar los

contenidos, sin que la utilización de imágenes encarezca la edición y sin

que sea necesario renunciar a la calidad de la producción.

Intercambiar la energía y el esfuerzo del autor con su entorno de poten-

ciales lectores es, así, el objetivo principal de Entalpía.

Buenos Aires, octubre de 2010

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Alejandro Soltonovich

El Autor:

Es natural de Buenos Aires, ciudad en la cual reside.

Es sociólogo por la Universidad de Buenos Aires y Doctor en

derecho y sociología del derecho por las universidades Carlos

III de Madrid y Milán. Es docente del ciclo básico común de la

UBA y ha colaborado como investigador y profesor invitado en

otras universidades.

Además de escribir sus tesis ha publicado diversos

artículos sobre teoría sociológica y aplicada y análisis sociológi-

co del derecho. Durante muchos años ha trabajado temas vincu-

lados al judaísmo, investigando en diversas universidades y en

forma independiente.

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“Mi corazón está en Oriente

Y yo al final de Occidente.

¿En qué manjar encontraré un sabor

Que pueda parecerme dulce?

¿Cómo podré mis votos

Y mis promesas cumplir

Mientras yace Zion

En las mazmorras de Edom

Y yo aquí sigo, entre árabes encadenado?

¡Hasta me parecería luminoso:

Si abandonara ya todas

Las buenas cosas de España,

Viendo qué precioso es

El contemplar con mis ojos

El polvo del Santuario desolado!”.

Yehuda Ha–Levi (c.1141)

“Ser Judío es ser Judío en el exilio”.

Inmanuel Levinas

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ÍNDICE

PALABRAS PREVIAS ....................................................................................................... 9

CAPÍTULO I .................................................................................................................. 17 EL SIONISMO EN EL CONTEXTO DEL FIN DEL SIGLO XIX ........................................... 17

A_ Condiciones y tensiones básicas en el sionismo ............................................ 17

B_ Nacionalismo y racismo en el pensamiento occidental ................................. 27

C_ Sionistas y no–sionistas: la integración del sionismo .................................... 33

CAPÍTULO II ................................................................................................................ 43 GÉNESIS DEL SIONISMO COMO FENÓMENO POLÍTICO ................................................ 43

CAPÍTULO III ............................................................................................................... 63 EL SIONISMO REALIZADOR : DEL FENÓMENO MIGRATORIO AL CONFLICTO

INTERNACIONAL .......................................................................................................... 63 A_ Apuntes sobre las migraciones humanas ....................................................... 63

B_ La migración judía a Palestina durante el período pre-estatal ....................... 67

C_ La activación del conflicto mediante la realización de la utopía ................... 79

D_ El sionismo en el contexto de la segunda guerra mundial ............................. 84

E_ La ley del retorno: la inmigración como política del estado judío ................. 92

CAPÍTULO IV ............................................................................................................... 99 EL SIONISMO Y EL ESTADO DE ISRAEL EN EL CONTEXTO DE LAS RELACIONES

INTERNACIONALES ...................................................................................................... 99

A_ Elementos preliminares y contexto general ................................................... 99

B_ En la era de los imperios .............................................................................. 109 C_ El período de transición colonialista ............................................................ 114

D_ Los cambios en las relaciones internacionales ............................................ 128

E_ En el “nuevo orden” ..................................................................................... 145 CAPÍTULO V .............................................................................................................. 151 EL CONFLICTO LOCAL Y SU INSERCIÓN EN EL ÁMBITO GLOBAL ............................. 151

A_ la globalización como contexto de la situación local .................................. 151

B_ Principales lineamientos de la articulación económica y política del conflicto palestino-israelí .................................................................................................. 156 C_ La globalización del conflicto local ............................................................. 179

CAPÍTULO VI ............................................................................................................. 187 EL SIONISMO Y EL PROCESO DE ADAPTACIÓN CULTURAL DE LA JUDEIDAD ............ 187

A_ Los elementos básicos del fenómeno cultural ............................................. 187

B_ La adaptación cultural de la condición judía ............................................... 194

C_ Las estrategias actuales de adaptación cultural y sus debilidades ............... 209

CAPÍTULO VII ........................................................................................................... 215 PROYECCIONES: EL IMPACTO DEL SIONISMO EN LA CULTURA JUDÍA MUNDIAL .... 215

A_ La lucha por la supervivencia cultural del judaísmo ................................... 215

B_ La judeidad en el proceso de cambios culturales ......................................... 231

C_ Características generales de los efectos del sionismo en la judeidad .......... 238

D_ Epílogo: El Polvo del Santuario ................................................................... 268

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES DOCUMENTALES ............................................................. 271

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PALABRAS PREVIAS

En el Tratado de Shabat, el Talmud asegura que la primera pregunta

planteada al espíritu que se presenta ante el tribunal divino es: “¿Te has

comportado justicieramente con tus semejantes?”. La cuestión que llegué

a formular, pero que no pretendo responder, es la siguiente: ¿Puede pre-

guntársele a un conjunto de personas reunidas por una historia común sí

se ha comportado justicieramente con sus semejantes? Me pregunto por

los Deberes y Obligaciones de ese colectivo humano en cuanto tal, por su

responsabilidad histórica y social.

La tentación inmediata, en la que ha caído una parte considerable de la

filosofía política moderna, es asumir que el Estado, en particular el esta-

do-nación moderno, reúne en sus instituciones jurídicas y políticas los

Deberes asumidos por una comunidad en relación con los sujetos que la

componen y con los sujetos y comunidades ajenas. En esta perspectiva se

supone que el estado realiza su tarea ejecutando los procedimientos pre-

vistos en cada caso para las faltas e injusticias cometidas. Sin embargo,

ningún estado posee los medios para juzgar su propio pasado como con-

junto de prácticas organizadas, pues esa es una tarea que no corresponde a

las oficinas burocráticas, ni a los operadores políticos, sino a la reunión de

las conciencias, que resulta difícil de lograr en la gran extensión y com-

plejidad de las sociedades modernas. Los talmudistas antiguos, filósofos

además de legisladores, intuirían la ineficacia del estado en este aspecto

pues, decían, “no es posible la justicia sin amor”. Y el estado no ama lo

que juzga sino que, literalmente, lo procesa. Esto equivale a decir que hay

un espacio ocupado por cada conciencia que es indelegable e intransferi-

ble, que opera sólo en comunión con otras conciencias, en el ámbito de la

vida cotidiana.

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La materia de este trabajo no es moral, ni siquiera es –

mayoritariamente– política. No obstante, una aproximación a la historia y

las consecuencias del sionismo hacia dentro y hacia fuera del judaísmo

encuentra que debe tener el cuidado necesario para no tergiversarlas al

tratar asuntos que las afectan directamente. Así, no se tratará aquí de estu-

diar en forma específica del conflicto árabe-palestino-israelí, ni se intenta

juzgar la actuación histórica del sionismo en uno u otro sentido. El objeto

de este trabajo es exponer las causas y procesos que dieron forma al pro-

ceso social y político que llevó a la creación del estado de Israel y, a partir

de allí, presentar los efectos de este proceso hacia dentro y hacia fuera del

judaísmo como universo complejo de experiencias comunitarias, enrique-

ciendo la información existente con una perspectiva sociológica amplia.

No se intenta ocultar tampoco que el conflicto mencionado es parte im-

portante de estos procesos. En este sentido, que no se haya hecho centro

en él (perspectiva para la que existe abundante material bibliográfico) no

implica olvidar sus consecuencias humanas en el pasado o en el presente

y, de hecho, su presencia aquí no deja de ser considerable.

Analizar al Movimiento Sionista como fenómeno social y como deve-

nir histórico supone también profundizar en aspectos que a menudo que-

dan olvidados o relegados, y que pueden aportar información relevante a

pesar de que esta perspectiva omite el detalle y el rigor de escalas de ob-

servación más próximas a objetos de estudio puntuales. Estas cuestiones

prefiguran problemas a resolver en un análisis más completo y profundo,

que comprendería elementos de los que se trata aquí en forma general.

Atendiendo a la complejidad de la materia, me he valido de los datos

históricos y la teoría social como fuentes principales, dejando en lo posi-

ble a los datos estadísticos como puntos de llegada y no de partida para

las explicaciones y argumentos. Porque, en general, las estadísticas por sí

solas muestran muy poco de las causas que interactúan en un proceso de

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estas características, en especial cuando se trata de estadísticas primarias.

Por otra parte, esta presentación del trabajo no está dirigida a científicos

sociales principalmente, sino que intenta alcanzar la reflexión del público

en general. No se tratará tampoco de escribir (una vez más) la historia del

estado de Israel, ni de narrar una cronología de desencuentros y catástro-

fes sociales. Esas experiencias ya se han hecho y existe al respecto una

sobreabundancia de material en todo el arco ideológico y científico. Inten-

taré aquí un enfoque diferente, más atento a las circunstancias sociales

que a las anécdotas políticas y militares que abundan en la mayor parte de

las aproximaciones a la materia y omitiendo toda búsqueda de construir

un relato definitivo sobre la materia y un juicio taxativo sobre sus proce-

sos y resultados.

Una cierta dosis de subjetividad es inevitable en este tipo de estudios,

pero he intentado que el trabajo desarrolle lo más objetivamente posible

los asuntos de los cuales trata. Porque las consecuencias de los procesos

históricos que se analizarán aquí continúan afectando a poblaciones ente-

ras y con ellas, necesariamente, a las perspectivas analíticas que intentan

comprender para actuar, y no sólo para observar y opinar.

A menudo se insiste también en que la comprensión externa de un

fenómeno es imposible, que es necesario vivir en las comunidades invo-

lucradas para desarrollarla. No coincido con este punto de vista: con fre-

cuencia sólo una mirada diferente permite reflexionar acertadamente,

asumiendo nuevas perspectivas. Además, siendo parte de la experiencia

judía por educación y tradición (aunque de índole laica más que religio-

sa), mi mirada tampoco es completamente externa y, por cierto, para

comprender la vida de una colmena se consulta a un especialista, no a las

abejas.

En cuanto al contenido particular de este estudio, intentar caracterizar

al sionismo, una manifestación propia y parcial del pueblo judío, como un

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fenómeno influido por una pluralidad de tradiciones culturales y políticas,

puede parecer exagerado. No obstante, veremos que no existe contradic-

ción alguna entre la comprensión de la condición particular y acotada de

este fenómeno social, orientada en forma exclusiva a un colectivo huma-

no identificable como es la judeidad, y su interpretación como una com-

posición compleja sobre la base de diferentes y a veces contrapuestas ten-

dencias históricas, sociales y políticas de alcances más amplios.

El interés que puede tener el análisis de este movimiento consiste tam-

bién en su singular adaptación de las tendencias sociales que predomina-

ban en el llamado “mundo occidental”, básicamente en las potencias im-

periales y coloniales europeas, entre mediados del siglo XIX y mediados

del siglo XX y que, adoptando nuevas formas, constituyen un factor deci-

sivo en la actualidad. Asimismo, el estudio del sionismo permite acceder

al análisis de algunos hechos de gran importancia para comprender los

actuales circuitos socio-políticos en el marco del proceso general de glo-

balización, entendido como un cambio profundo y extendido en el modo

de organización de las sociedades complejas.

Por otro lado, el propio concepto de globalización, al ser comprendido

como variable en un estudio de caso, puede revelar interesantes facetas

ligadas a las relaciones internas de su desarrollo en tanto fenómeno gene-

ral, compuesto y con una lógica propia de desarrollo. Otros trabajos sobre

la materia, a pesar de organizar bien la información y brindar un panora-

ma amplio y a la vez profundo, tienden, sin embargo, a dejar de lado esta

cuestión. Específicamente, nos referimos a las relaciones entre los aspec-

tos económicos y culturales del fenómeno, que no dejan de mostrar las

relaciones existentes al interior de la globalización como fenómeno mul-

tidimensional. El sionismo se presentará así, en este aspecto, como caso

testigo y ejemplo práctico de un proceso histórico significativo.

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El desarrollo del complejo social representado en el sionismo tiene

también, como es lógico, un aspecto político y jurídico importante. Este

aspecto se desarrolla tanto en el plano interno, en las relaciones sociales

propias de los segmentos socio-culturales que el fenómeno comprende y

que debían ser reguladas, como en el plano externo, en función de las

normas internacionales afectadas de un modo particular por la aparición

del movimiento sionista, sus antecedentes y su particular devenir históri-

co. Todo ello, al menos, por cuanto el sionismo ha sido protagonista en un

tramo de la historia signado por importantes hitos en materia de legisla-

ción internacional, como es la creación de las Organización de las Nacio-

nes Unidas y la proclamación de instrumentos de legislación de carácter

universal, especialmente en relación con el conjunto de los Derechos

Humanos.

Dichas cuestiones hacen de éste un fenómeno digno de atención, a la

vez que puede ayudar a comprender de manera ordenada –si no objetiva–

las consecuencias de su posterior desenvolvimiento y su presente, que si-

gue dando motivos para la controversia y el debate. En éste último aspec-

to, no ha sido mi intención dar respuesta a las disputas políticas plantea-

das –ni tampoco restarles importancia–, sino presentar de ellas un pano-

rama de antecedentes socio-históricos que contribuyan a la interpretación

de los conflictos que permanecen vigentes.

Uno de los signos más claros de la importancia de este acontecimiento

en particular es la amplitud con la que han sido debatidas las implicancias

históricas y morales de un proceso todavía inacabado, en donde la acción

política y jurídica internacional ha representado un papel importante, aún

cuando se la juzgue insuficiente e ineficaz. Resulta entonces un proceso

que no sólo puede exponer las causas abiertas en contra o a favor de los

implicados, sino también calificar la propia acción internacional, señalan-

do los intereses y conflictos más amplios que tendieron a limitar el carác-

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ter puramente jurídico o moral del tratamiento del caso. Me ha interesado

particularmente, aunque las describo de manera muy general y acaso in-

justificadamente sucinta, indagar en las consecuencias sociales y cultura-

les que ha tenido para la judeidad en su conjunto el desarrollo del sionis-

mo, porque sus consecuencias se reflejan en muchos de los problemas y

necesidades que enfrentan las comunidades judías comprendidas como

espacios culturales en donde la riqueza todavía puede comprenderse como

diversidad de modos de sentir, de pensar y de actuar. En este aspecto, mi

estudio no refleja la vida externa, porque a pesar de no ser sionista (en

ninguna de sus variantes), por educación, tradición y afecto soy induda-

blemente judío sin que importe tampoco, en realidad, como otros, desde

la religión, la ciencia o la política, pretendan definir mi propio ser y sentir

al respecto, y resultaría irresponsable y erróneo negar que el sionismo

forma parte importante de mi propio ambiente social y cultural.

Por último, teniendo en cuenta las consideraciones precedentes, en este

trabajo no intentaré ofrecer conclusiones morales o políticas y todo cuanto

aquí se diga taxativamente debe entenderse como un exceso de retórica.

Dos son las razones que explican la ausencia de opiniones consolidadas

sobre un tema que ha generado miles de ellas: en primer lugar, en térmi-

nos estrictamente metodológicos, la característica indagatoria del trabajo,

que no habilita la expresión de conclusiones que resulten de la validación

o refutación de hipótesis previas y, en segundo lugar y más importante, la

convicción y la premisa de que buena parte de las causas del carácter irre-

soluble que presentan los conflictos implicados no se encuentran en las

condiciones internas del proceso, sino en el contexto mismo de su desa-

rrollo: las características propias de los estados nacionales y la estructura-

ción de las relaciones políticas internacionales que afectó y afecta a los

colectivos enfrentados, que deben ser contemplados desde una perspecti-

va crítica si se quiere comprender su lógica de funcionamiento.

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En cualquier caso, he intentado que el último capítulo resuma los

hallazgos (¡y las dudas!) que se me presentaron durante la investigación

previa. Evidentemente, la apertura de problemas y la ausencia de conclu-

siones no implican una ausencia de opiniones que en un tema de estas ca-

racterísticas no dejarán, espero, de aflorar como debates con el texto en la

mente del lector.

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CAPÍTULO I

EL SIONISMO EN EL CONTEXTO DEL FIN DEL SIGLO XIX

A_ Condiciones y tensiones básicas en el sionismo

1_ La creación del “judío universal” a partir del judaísmo europeo occi-

dental

El movimiento Sionista aparece en el último cuarto del siglo XIX1,

constituyéndose en el primer movimiento judío de carácter nacionalista

después de casi dos milenios de desarrollo polifacético de la cultura judía

sin el resguardo de las fronteras de un territorio que pudiera considerar

propio, es decir, sin adoptar la forma moderna del estado nacional. Mo-

vimientos anteriores de repoblación judía en Palestina, en ese tiempo par-

te del imperio otomano, no alcanzaron jamás el grado de organización y

efectividad del movimiento sionista. Su fracaso se debió principalmente a

que estos intentos no fueron organizados teniendo en cuenta las variables

geopolíticas implicadas, pues era el judaísmo como condición social y no

el estado el centro de sus reflexiones y objetivos2.

1 El texto fundacional del Sionismo Político El Estado Judío de Herzl se publica en 1896 y el Primer Congreso Sionista se realizó en Basilea, Suiza, en agosto de 1897. En una discusión pertinente, algunos autores sugieren que es más adecuada la traduc-ción El estado de los judíos. Aunque consideramos válida la corrección, volcamos aquí, simplemente, la forma más utilizada en las ediciones castellanas. 2 No obstante, Ben Ami y Medin en su Historia del estado de Israel (RIALP, 1992) intentan prologar su obra enfatizando la relación entre los judíos en la diáspora duran-te 2000 años y la tierra de Israel, de acuerdo a un “nexo esencial”, escasamente ava-lado por auténticas experiencias re-fundacionales de un estado hebreo en esta tierra, aún cuando no pueda negarse la relación ideológica entre la etapa estatal antigua y los discursos propios de la ideología judía durante este largo proceso. Por otra parte, de la mera persistencia de poblaciones judías en la región no puede deducirse una tendencia

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Esta sola característica advierte de una singularidad, pues la ideología

sionista presuponía –y supone todavía– una unidad conceptual del pueblo

judío que no era ni es de ningún modo evidente. Porque la experiencia

cultural judía, considerada como conjunto, no es homogénea: la mezcla de

tradiciones y modos de vida propios con otros adquiridos se da en ella con

singular intensidad. Ello no implica que con el sionismo se intentara ne-

gar la pluralidad interna, sino que se sometía esta pluralidad a la posibili-

dad de una homogeneización de índole política. Tampoco se contaba en-

tonces con canales permanentes de comunicación entre las comunidades

de diversas geografías, y que constituían de por sí una cantidad notable de

experiencias culturales particulares. Que los elementos comunes a todas

ellas pudieran identificarse y caracterizarse como una serie más o menos

definida de rasgos de identidad de una única cultura no constituye sino un

ejemplo de la voluntad política de reconstruir las identidades. Esta ten-

dencia es muy propia de la modernidad, pero no necesariamente es acer-

tada como estrategia de supervivencia cultural.

Sin embargo, cuando se observan en términos comparativos dos espa-

cios culturales las diferencias deben ser tenidas en cuenta al menos tanto

como las similitudes, pues de otro modo se corre el riesgo de diluir cual-

quier capacidad descriptiva que el término cultura pudiera tener. No obs-

tante, ello no quiere decir que no existiera un substrato social y cultural,

aunque en ningún caso étnico o racial, que pudiera reconocerse como jud-

ío, en tanto heredero de una tradición común3. Por el contrario, el concep-

general del judaísmo a la reconstrucción de un hogar nacional, como parecen inferir los autores. 3 En su trabajo El sionismo contra Israel, (Fontanella, 1970. Pág.80 y sstes.) Weins-tock sugiere que, en cierta medida, el sionismo incorpora al pensamiento judío estas categorías, al proclamar la “alteridad esencial” del judío frente a las demás naciones. Aquí, más bien, señalaremos que esta diferencia es relativa, pues Weinstock no llega a considerar el carácter homogéneo de las experiencias culturales cuando éstas se vincu-lan a las características centrales de las sociedades de masas modernas.

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to de “lo judío” se hallaba presente y existía la conciencia de unas presun-

tas particularidades, aunque dicho concepto era más bien abstracto. De

diferentes modos, esa “sustancia de lo judío” se hallaba mezclada con

otras formas sociales y culturales, o había adquirido características pro-

pias y específicas, irreductibles en muchos casos al concepto genérico con

que se definía esta presunta sustancia. Tal circunstancia conduce a reali-

zar la distinción conceptual entre el Judaísmo como religión y, sí se quie-

re, como matriz histórica y cultural, y la Judeidad, como representación

del conjunto de circunstancias particulares y específicas mediante las cua-

les el judaísmo primitivo llegó a desarrollarse. Por otro lado, aunque asu-

mimos en plenitud el carácter “impuro”, mixturado, de cualquier tradición

colectiva, no por ello asumimos la posibilidad de intercambiar pacífica-

mente una tradición por otra. En otras palabras, que una cultura no sea

pura no significa, según nuestro entender, que esa cultura no sea “ella

misma”, capaz de generar principios de identidad propios y no intercam-

biables por los de otra cultura.

En otras palabras, en términos históricos más que estrictamente consti-

tutivos, Judaísmo sería el mínimo común denominador y Judeidad la

máxima ampliación posible del reconocimiento de lo judío como parte de

la identidad de comunidades e individuos. Incluso los límites de uno y

otro concepto son imprecisos: según el primer concepto, los Caraítas (an-

cestral tendencia anti-rabínica) no serían judíos pero, ¿qué otra cosa podr-

ían ser? Ellos mismos se consideran como tales; es más, se consideran los

“auténticos” judíos; según el segundo concepto el Islam y, menos clara-

mente, el cristianismo serían sendas expresiones de la “Judeidad”, cuando

evidentemente han seguido su propio camino y desarrollado su propia ri-

queza cultural interna, además de haberse nutrido de otras experiencias

culturales. Ocurre que la “materia” histórico-social se resiste a ser encasi-

llada en conceptos cerrados y acabados y cierta incertidumbre e indeter-

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minación son parte inseparable de sus contenidos. Esta última observa-

ción debe conjugarse con la constante verificación de que, como señalara

Geertz, el análisis cultural es intrínsecamente incompleto.

En cualquier caso, cuando el sionismo aparece lo hace en un contexto

específico y, por lo tanto, es formulado originalmente para responder a las

necesidades y expectativas de un colectivo judío concreto y no a las de

todas las formas existentes de judaísmo. El “judío abstracto”, cuyos pro-

blemas el sionismo vino a tratar, era en la historia efectiva el judío con-

creto de algunas comunidades urbanas de Europa occidental; esto es, un

judío que, pese a tratar de integrarse en la sociedad, era rechazado y se-

gregado por ésta, precisamente por su condición definida de judío. Así,

cuando el fundador del movimiento sionista, Teodoro Herzl, impulsa la

idea de la creación de un estado nacional judío y para alcanzarla contribu-

ye a la creación del movimiento sionista, lo hace intentando resolver un

problema derivado de la tensión entre la condición general de miembro de

la sociedad europea y la particularidad de la condición judía. No tenía en

realidad en mente los problemas de todo el conjunto de las manifestacio-

nes culturales que partían de la matriz judaica, como el pensador Ahad

Ha´am, supo señalar con nitidez.

Siendo un movimiento de carácter reactivo, como una respuesta a la

situación externa de la discriminación sistemática, el sionismo no nace

tanto como una propuesta positiva a este problema, al interior de la socie-

dad en la que aparece, sino como un intento de separar ambos mundos, de

alejar el problema de la discriminación del colectivo afectado4. Así: “El

nacionalismo judío es, ante todo, un nacionalismo reflejo, una reacción

defensiva contra la burguesía ascendente, que justifica su antisemitismo

con la exaltación del sentimiento nacional”5.

4 Cfr. Pinsker, Auto-Emancipation. [1882], Federation of American Zionists, 1916. 5 Weinstock, El sionismo contra Israel, Op. Cit. Pág. 63.

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Con curiosidad se descubre que el problema es tratado desde su inicio,

en el seno del movimiento sionista, con el sello inequívoco de la moder-

nidad. Porque se trata del intento de crear, mediante el ejercicio de la vo-

luntad política, la solución a un conflicto, impulsando la creación de un

estado para responder a las necesidades de un colectivo que es a su vez el

resultado de una abstracción. A la vez, el etnocentrismo característico de

la Europa decimonónica se reproduce en la intención de resolver la cues-

tión judía para la Judeidad en su conjunto, sin importar las sustanciales

diferencias en las circunstancias concretas de otros colectivos judíos. El

mecanismo ideológico de universalización de un modelo de judaísmo

mediante la abstracción de las comunidades judías concretas es análogo al

mecanismo liberal clásico para la asignación de derechos individuales,

compartiendo las virtudes y los defectos de este modelo. La gran diferen-

cia es que la mayor parte de los estados modernos se conformaron a partir

de formaciones sociales bastante definidas, mientras que el sionismo tra-

bajó en el contexto de unas comunidades minoritarias y de escasa integra-

ción recíproca.

Como se verá en la etapa realizadora del sionismo y también durante

el proceso de afirmación del estado de Israel, la tendencia a adaptar las

estructuras sociales y estatales a este modo particular de ser judío, conver-

tido en Universal, no dejarán de incrementarse y de ganar espacios insti-

tucionales. Pero, al mismo tiempo, esta tendencia termina por incorporar

plenamente las tensiones sociales existentes en este ámbito ideológico al

interior del propio movimiento sionista.

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2_ La Tensión entre Liberalismo y Socialismo

Originalmente, la propuesta de crear un estado judío es recibida en

forma despareja por las comunidades judías, incluso en Europa occiden-

tal. Desde el principio, aún entre aquellos que la reciben con entusiasmo,

penetran en la estructura del movimiento los conflictos sociales y políti-

cos característicos de esa etapa de la modernidad. La lucha por los dere-

chos civiles está muy lejos de haber terminado y el pensamiento socialista

se encuentra en auge en los años que siguieron a la muerte de Karl Marx

(1883). Así, cuando se reúnen los congresos sionistas la influencia del ala

izquierda judía fue importante, pues el socialismo (en tanto expresión po-

tencial de los sectores socialmente subordinados) había calado hondamen-

te en las comunidades judías. De hecho, es posible afirmar que el socia-

lismo se extendió entre las comunidades judías del levante europeo con

más consistencia que en ningún otro colectivo, probablemente porque a

sus reclamos económicos y políticos de carácter clasista se agregaban los

problemas generados por la segregación religiosa y cultural, pues es ésta,

también, la época de los mayores pogromos6.

De esta forma, el propio intento de crear un estado judío debió lidiar

desde el comienzo con la tensión política interna. Se trataba de crear un

estado liberal –objetivo de los principales impulsores del movimiento– o

un estado socialista –tendencia representada a partir del Segundo Congre-

so Sionista (1898) y acentuada por las características colectivistas, aunque

heterogéneas, de las primeras oleadas de colonos al territorio de Palesti-

na–. Por ejemplo, a pesar de a sus contradicciones internas, el socialismo 6 Marx intentó responder a esta necesidad con un alegato por una emancipación uni-versal de las clases trabajadoras que fuera el camino para la emancipación particular de los judíos. No obstante, la crítica de Marx comprende principalmente a la judería aburguesada, que ciertamente reclamaba por sus derechos civiles y políticos en tanto parte del ideal burgués de persona política. Sería completamente inadecuado extender esta misma crítica a todos los judíos europeos de la época.

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sionista, concentrado principalmente en torno a “Poalé-sión” (Obreros de

Sión) y el pensamiento de Borokhov, no puede en ningún caso ser con-

fundido con una forma subterránea del colonialismo de los imperios occi-

dentales. De modo que la confusión entre sionismo y colonialismo, si bien

no es un tema menor no es aceptable para comprender al sionismo como

fenómeno. Además, luego de la muerte de Lenin y las purgas estalinistas

–que terminaron con un auténtico exterminio de intelectuales judíos en la

URSS después de la segunda guerra mundial– los vínculos entre el socia-

lismo judío y el mundial quedaron definitivamente dañados.

Lógicamente, nacido en el seno de la modernidad, el movimiento sio-

nista no tenía más remedio que cargar con las contradicciones de ésta. En

la práctica, esta tensión fue contenida por la organización cooperativa y

en muchos casos colectivista de los asentamientos en Palestina, frente a

una organización de los congresos sionistas (que hasta 1936 se realizaron

en Europa) en donde los representantes del liberalismo político ocupaban

puestos clave. Sí para la vida práctica en las colonias el cooperativismo

era indispensable, era sobre todo un medio circunstancial que no necesa-

riamente se correspondía con el pensamiento predominante entre los líde-

res políticos del movimiento. Sí el socialismo aportó buena parte de las

fuerzas vivas necesarias para la realización práctica de los objetivos sio-

nistas, su matriz ideológica y, posteriormente, las conflictivas relaciones

políticas entre los bloque del este y del oeste terminaron por diluir su in-

fluencia, dado el posicionamiento pro-occidental que el estado de Israel

debió asumir. Esta tensión se mantendrá en la forma habitual de la lucha

política partidaria luego de la creación de las instituciones del estado jud-

ío7. Sin embargo, debe atenderse a que el capitalismo de la primera mitad

del siglo XX muestra una profusa tendencia a generar movimientos que

combinan ciertas formas de corporativismo de estado con el manteni- 7 Cfr. Ben Ami, Israel, entre la Guerra y la Paz, Punto de Lectura, 1996.

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miento de las relaciones capitalistas de producción, en muy diferentes

proporciones: tal fue el caso del New Deal americano, del fascismo italia-

no y del nacionalsocialismo alemán.

3_ La Tensión entre Laicismo y Religión

Puede sorprender, en todo caso, una importante ausencia en la base de

este movimiento de liberación cultural que devino en nacional. El elemen-

to religioso, que a priori podría interpretarse como una característica fun-

damental de este colectivo en particular, y que por ello debía hallarse pre-

sente en el desenvolvimiento del movimiento, no tenía la fuerza que debi-

era tener en una lectura principalmente religiosa de la condición judía.

Los representantes del sionismo religioso (que es ciertamente anterior al

sionismo político, pues comienza a operar desde 1880, enviando grupos

reducidos a la tierra de Palestina) no unieron fuerzas, y no sin grandes

reticencias, con el movimiento sionista sino hasta 1904-1905, en el marco

del Sexto Congreso Sionista, realizado también en Basilea. El movimien-

to político-religioso Hibat Zión fue el principal exponente de esta tenden-

cia, que devino posteriormente en la formación de alguno de los partidos

religiosos israelíes.

Su presencia en la estructuración del movimiento fue más bien débil,

lo cual se percibirá con claridad en la organización jurídica y política del

futuro estado, en donde muy pocas de las prescripciones religiosas habrán

de tener auténtica cabida, sino que se presentarán más bien como conce-

siones al apoyo político. Quizá su principal influencia –y no es poca co-

sa– haya sido en el aspecto decisivo de la determinación del marco territo-

rial específico en el que el sionismo podría y debería desarrollarse. Para

los sionistas religiosos quedaba completamente claro que ningún territorio

era apropiado para el pueblo judío sí no era la tierra de Israel. Por otra

parte, no debe pensarse que el sionismo religioso se hallaba exento de la

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influencia filosófica y política del socialismo. Por el contrario, algunos de

los principales exponentes de esta tendencia, como Rabí Abraham Isaac

Kook (1865-1935), incorporaban esta tendencia con facilidad al pensa-

miento judío religioso, debido sobre todo al alcance moral de los conteni-

dos compartidos en función de la idea de justicia social.

Ya desde fines del siglo XVIII el movimiento intelectual de la Has-

calá, el “Iluminismo Judío”, había propiciado la apertura hacia la moder-

nización mediante la incorporación de los sucesivos desarrollos filosófi-

cos característicos de la burguesía emergente. Pero, en lo que hacía a las

prácticas políticas, mucho más decisivo es en el sionismo el componente

nacionalista secular. De hecho, puede interpretarse también que el sio-

nismo permitió a muchos judíos librarse de contenidos culturales que ya

no se correspondían con sus prácticas sociales para adoptar otros, más

modernos e ideológicamente más ajustados a sus auto-representaciones

sociales, sin renunciar a su auto-representación de “judíos”. Este es quizá

uno de los efectos más importantes del sionismo dentro de la judeidad

como conjunto.

En los tiempos de la formación del sionismo político, la herencia de la

tradición revolucionaria burguesa y el nacionalismo militante son los

principales motores del movimiento, muy por encima de la ancestral tra-

dición cultural judía. Por ello, pese a la abundante tradición de carácter

religioso que auguraba la reconstrucción de Israel como expresión históri-

ca de la voluntad divina, desde sus comienzos y hasta el presente el sio-

nismo se organizó como una corriente de pensamiento predominantemen-

te secular.

Es difícil negar que la tendencia a comprender al judaísmo como una

totalidad con un “centro” imaginario en Jerusalén había persistido durante

toda la baja edad media, especialmente entre los intelectuales sefardíes,

como Maimónides o Yehuda Ha-Levi e incluso, posteriormente, Yosef

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Karó. Este último publicó en Venecia, en 1565, un texto fundamental para

el desarrollo posterior del judaísmo europeo, especialmente en lo que a la

organización moral y legal se refiere: el Shuljan Aruj –“La Mesa Tendi-

da”– con una marcada influencia del racionalismo legal sefardí anterior

que recoge una parte importante del pensamiento ético y jurídico de esa

etapa. Yosef Karó argumenta en favor de la Khlal Israel, la “Comunidad

de Israel” que anticipa las formas modernas de universalización. A pesar

de ello, no existió un intento serio de reconstruir en Palestina un estado

judío, aunque sí existió una migración doctrinal en la que destacaron los

cabalistas de Safed. Pero, ya en el siglo XIX, el sionismo religioso reco-

gió el elemento nacionalista de una forma diferente al sionismo político.

Más que un fin en sí mismo, el estado judío sería el medio para salvar a la

cultura judía de las constantes amenazas, verificadas en forma de violen-

cia directa en Europa oriental, a diferencia de la discriminación efectiva

pero no inmediatamente destructiva que se verificaba en la Europa occi-

dental8. Se trata de un plan de acción político, antes que el resultado una

revelación religiosa.

Sí bien fue la tendencia laica la que terminó por imponerse, es induda-

ble que el agregado del elemento religioso le permitió ganar fuerzas en

tanto movimiento integrador y cohesivo al momento de intentar llevar a

cabo su programa. A pesar de esta integración táctica y de la conforma-

ción predominantemente laica de las estructuras del estado de Israel, al

día de hoy permanecen activos y con fuerza considerable partidos políti-

cos de inspiración religiosa (en una forma muy particular y pragmática de

comprender los contenidos religiosos). Por otra parte, no dejan de existir

movimientos religiosos judíos anti-sionistas, posición que se comprende

interpretando la misma tradición profética de la Reconstrucción de Jeru-

8 Cfr. Ahad Ha´am, Jewish State and Jewish Problem, JPSA, 1912.

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salén como una tarea exclusivamente divina, que no puede acometerse ni

debe apresurarse mediante acciones humanas.

B_ Nacionalismo y racismo en el pensamiento occidental

En el siglo XIX la relación entre judaísmo y nacionalismo no era clara

ni evidente, aunque así lo parezca desde nuestra actual perspectiva. Y no

llega a comprenderse sí no se considera un elemento particularmente im-

portante al momento de indagar en la situación de los judíos, y de las re-

laciones interculturales en general, en muchos de los estados europeos de

la época. Ocurre que, como en otros aspectos relativos a la comprensión

de lo social, el tratamiento que se le daba al judaísmo como fenómeno no

era sólo religioso y cultural, sino también racial y biológico. Ello tenía

también una decisiva influencia ideológica en la percepción de lo “nacio-

nal” –pues es también la época de Darwin y Spencer– e incluso el pensa-

miento jurídico no dejaba de reflejar esta tendencia.

Conscientes de su pluralismo interno, los judíos no necesariamente

asumieron en aquella época esta distinción racial. Pero, dado que la defi-

nición externa tenía una importancia capital por ser el ambiente mismo de

desarrollo de la ideología judía moderna, no pudo dejar de influir en el

movimiento. Porque las estrategias políticas, debido a su naturaleza an-

tagónica, no pueden hacer exclusión del “discurso del otro”.

La interpretación del judío individual como miembro de un “pueblo”,

no de una “raza”, es absolutamente predominante. La noción de “raza jud-

ía” no se encuentra presente en los autores judíos, sionistas o no, pero sí,

y con gran profusión, en los autores no-judíos, aún en aquellos que no

mostraban ninguna animosidad contra este colectivo. Entre los judíos, la

auto-apelación colectiva predominante es la de “Ham-Israel” (Pueblo de

Israel), lo cual explica también la crónica referencia a Palestina como

“Eretz Israel” (Tierra de Israel) sin que ello implique en forma necesaria

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una vocación nacionalista atemporal, como luego recogerá la ideología

sionista.

Lejos de agotarse en el siglo XIX, el tratamiento de la cuestión judía y

nacional en general como un problema biológico no dejó de acrecentarse

hasta estimular el racismo político alemán con las consecuencias conoci-

das de intentar expandir las fronteras que limitaban a la “raza superior” y

la tentativa de exterminio masivo conocido como la “Solución Final”9.

Entre los filósofos sociales que atendieron a este fenómeno probablemen-

te Michel Foucault, en su Genealogía del Racismo es quien mejor ha cap-

tado la relación existente entre el racismo como ideología y la estructura

sociopolítica y, así, nos dice del racismo que: “... es el modo en que, en el

ámbito de la vida que el poder tomó bajo su gestión, se introduce una se-

paración, la que se da entre lo que debe vivir y lo que debe morir, a par-

tir del continuum biológico de la especie humana, la aparición de las ra-

zas, la jerarquía entre razas, la calificación de unas razas como buenas y

otras como inferiores...”10.

En la etapa de expansión de los imperios europeos, este tipo de razo-

namiento funcionaba de manera extendida y completamente legitimada,

desplazando a modos pretéritos de establecer la jerarquía social. De

hecho, la jerarquía racial sólo parece haberse vuelto completamente “ma-

la” cuando se volvió contra las propias potencias europeas, que la habían

utilizado ampliamente para legitimar la esclavitud y el expansionismo

imperialista hacia lo que posteriormente se denominó “tercer mundo” y

que luego se rebautizarán como “economías emergentes”. En este último

sentido, dado que actualmente nos hallamos racialmente igualados por la

9 Por otra parte, es incorrecto suponer que el “racismo científico” involucraba sólo al nazismo alemán, pues se hallaba igualmente presente en Italia, Francia e Inglaterra. 10 En Genealogía del Racismo, (La Piqueta, 1992). Se trata de una definición que tiene diversos usos: “lo que debe vivir y lo que debe morir”, no se trata sólo de sujetos bio-lógicos, sino también de sujetos sociales y culturales comprendidos históricamente.

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legislación internacional, la jerarquía social adopta un carácter economi-

cista, en especial en materia de relaciones internacionales (esto es, la dis-

tinción entre desarrollo y subdesarrollo), menos inadecuado, pero no ne-

cesariamente menos perverso11. No falta tampoco el discurso que tiende a

jerarquizar las culturas o las civilizaciones entre superiores e inferiores.

La jerarquía ideológica de los “tipos” humanos puede rastrearse hasta

filósofos clásicos como Platón y Aristóteles, pero sólo con el racismo

moderno se reviste de un discurso con apariencia de cientificidad.

Durante siglos fue la adherencia a determinadas concepciones religio-

sas el mecanismo de integración social preferido para marcar las diferen-

cias: por entonces, ser monoteísta (en general) era mejor que ser “paga-

no”; ser cristiano mejor que judío o musulmán; ser católico (por ejemplo)

mejor que protestante y ser feligrés de una parroquia, también mejor que

concurrir a una capilla rival. Pero al suplantar, siquiera parcialmente, el

nacionalismo militante al componente religioso –un proceso que en Euro-

pa demando varios siglos y multitud de sangrientos enfrentamientos– el

biologicismo fue el encargado de mantener las jerarquías sociales en su

lugar. Para ello fue utilizado el esquema racista tanto fuera como dentro

de las fronteras del “mundo civilizado”. Empujado el proceso ideológico

por los gigantescos beneficios derivados de la explotación de las pobla-

ciones aborígenes amparadas bajo las presuntas bondades de la civiliza-

ción y de la trata de esclavos, mecanismos que ciertamente superaron la

etapa de transición entre uno y otro modo de regulación ideológica. Y to-

do ello a pesar de las claras advertencias de los mayores expertos en la

materia: “Aunque en las razas humanas existen diferencias entre sí, por

varios conceptos, como son color, cabellos, formas de cráneo, proporcio- 11 No obstante, la Declaración Universal de los Derechos Humanos no está rigurosa-mente actualizada al respecto, pues se sigue mencionando en ella a la “Raza”, como si existiera la posibilidad de verificar entre las poblaciones humanas las distinciones biológicas que el término implica.

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nes del cuerpo, etc., sin embargo, consideradas en su estructura total, se

halla que se asemejan mucho en un sinfín de puntos. Gran parte de estos

son de poca importancia, o de naturaleza tan especial, que es muy difícil

suponer que hallan sido adquiridos independientemente por razas o espe-

cies desde su principio distintas. La misma observación tiene igual o ma-

yor fuerza respecto a los variados puntos de semejanza mental que exis-

ten entre las razas humanas más distintas. Así, por ejemplo, los indígenas

americanos, los negros y los europeos discrepan en sus facultades menta-

les unos de otros, tanto como cualesquiera otra raza que se quiera nom-

brar; y, sin embargo, siempre me sorprendía considerablemente en el

tiempo en que viví con los fueguinos, a bordo del Beagle, los mil numero-

sos rasgos de carácter que me probaban lo semejante que eran sus facul-

tades a las nuestras, y otro tanto advertí en un negro puro con quien tuve

mucho trato”12. Lo cual influye en la consideración conceptual siguiente,

que fue primorosamente olvidada, a todos los efectos prácticos, por la

mayor parte de la sociedad europea civilizada: “Asimismo, es casi indife-

rente que se designen con el nombre de razas las variedades humanas, o

que se las llame especies o subespecies, aunque este último término pare-

ce ser el más propio y adecuado”13.

Pero, enfocando hacia dentro, la ideología predominante reprodujo el

mecanismo, recalificando sus propias relaciones de dominación y, mien-

tras al criminal y al trabajador le fueron endilgadas “cualidades naturales

y congénitas” para realizar sus tareas respectivas, el judaísmo corrió idén-

tica suerte. Se retrocedió buena parte de las conquistas que bajo el manto

de la “igualdad” se habían conseguido desde la revolución francesa, pues

la “diferencia” de profesar otra religión, insustancial bajo las tesis moder-

nas, fue reemplazada por la pertenencia a una “raza”, si no claramente

12 Darwin, El origen del Hombre, Edad, 1989. Pág. 175. 13 Ídem. Pág. 177.

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inferior, al menos aproximadamente maligna. No se trata de una novedad

ideológica, establecida ad hoc para los judíos: los esclavos africanos de

las colonias francesas tampoco se encontraron nunca bajo el amparo de

los Derechos del Hombre, menos aún de los del Ciudadano, por no hablar

de la situación relativa de la mujer en general.

Todo ello sin desmedro de que pudieran combinarse ambos elementos

discriminatorios, pues precisamente el comportamiento religioso es el

principal “fenotipo” de identidad del judío europeo decimonónico, aunque

con frecuencia se pretendió “ilustrar” físicamente una singularidad cultu-

ral e ideológica, asignando un “cuerpo (anti)ideal” al judío arquetípico.

Esta caricatura decimonónica es la que permite al actor mediocre caracte-

rizar un Shylock medieval más o menos convincente con muy poco talen-

to14.

El sionismo surge como un intento de responder a esta forma discrimi-

natoria a través del mecanismo de la liberación nacional. Paradójicamen-

te, su triunfo se debe a largo plazo al buen uso de las herramientas jurídi-

co-políticas existentes en el propio espacio cultural europeo y a un ajusta-

do conocimiento del balance de las relaciones de poder, negociando las

condiciones para el establecimiento del “Hogar Nacional” para el pueblo

judío. En este sentido, el sionismo se adapta perfectamente a la transición

ideológica que marca el decaimiento de la distinción racial y el predomi-

nio de la particularización nacional. Así, los judíos dejan paulatinamente

y por su propia elección ideológica de ser considerados una raza para ser

percibidos como una nación. Es una calificación tan inadecuada, en

términos socio-históricos, como la anterior, pero más sencilla de vincular

a los mecanismos ideológicos existentes. Dicho de otra forma, el naciona- 14 En El Sionismo contra Israel, (Op. Cit., Pág. 79) Weinstock dice que la historia del judaísmo como “pueblo-clase” explica parcialmente esta situación. Acertadamente, este autor reúne la condición étnica con la económica, aunque sin recordar que existe una categoría sociológica para dicha situación, es decir, la de “casta”.

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lismo judío es también un resultado de la necesidad de superar el trance

de la discriminación biológica. Como lo señala claramente la historia jud-

ía del siglo XX, esta superación no llegó lo bastante pronto, sino dema-

siado tarde.

No obstante, el sionismo político no reprodujo ni en sus discursos ni

en sus prácticas este carácter racista derivado de la jerarquía biológica. Es

decir: que el racismo fuera una de sus causas no implica que fuera una de

sus consecuencias. En este sentido, el carácter de segregación que pueda

tener la actual articulación política del estado de Israel se debe a su condi-

ción de estado moderno, que establece las distinciones jurídicas y admi-

nistrativas sobre la base de la distinción entre “Ciudadano” y “No-

ciudadano”. Si existe algún componente etnocéntrico concreto éste se ve-

rificará no en una discriminación interna de tipo racial, sino en la asigna-

ción de la condición de ciudadano con más facilidad al judío que al no-

judío15. Esto no es un modelo exclusivo, sino que reproduce la política

migratoria de la mayor parte de los estados, especialmente de aquellos

concentrados en el norte opulento.

El sistema parlamentario israelí protege a las minorías no judías garan-

tizando sus derechos civiles y políticos, pero ello es, ciertamente, con la

condición tácita de que los partidos “judíos”, laicos y religiosos, conser-

ven siempre la mayoría parlamentaria y ejecutiva, pues de otra manera se

disolvería por completo el carácter de “hogar nacional” que ostenta hoy

en día el estado.

Puede sugerirse al respecto que el problema subyace en la propia natu-

raleza política de los estados nacionales modernos. Son estructuras que

pueden integrar eficazmente extensas fuerzas productivas, con una amplia

división del trabajo en sociedades masivas y complejas pero, pese a ello,

15 Cfr. Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz. Op. Cit. Dónde se destacan las dife-rencias de adaptación incluso entre los diferentes colectivos judíos.

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su capacidad de organización económica no conduce a una capacidad de

administrar todas las esferas de lo social. Esto es especialmente cierto con

todo aquello que no pueda o se resista a convertirse en mercancía, que es

a su vez la principal tendencia del sistema. Por ello, a largo o mediano

plazo, estas contradicciones comenzarán a afectar al carácter “judío” del

estado de Israel.

Esta es quizá la principal consecuencia de haber aceptado como una

verdad ontológica la concepción ideológica del sionismo político original,

que postulaba implícitamente la condición judía como la de una “nación”

para la cual había que crear un “estado”. Intentando esquivar la trampa

del estigma de lo racial, el sionismo se hundió profundamente en las are-

nas movedizas de lo nacional. Su organización se lleva mal con la plura-

lidad característica de la judeidad, dónde no todo cabe en Israel como es-

tado, ni puede convertirse en un elemento de lo político, y así es como el

estado nación no alcanza a gestionar eficazmente las diferencias cultura-

les internas.

Las consecuencias de estas falencias son enormes porque condujeron,

en el aspecto práctico, a un tipo de integración con los habitantes árabes

de Palestina poco adecuado a las estructuras sociales existentes, provo-

cando situaciones de intensa desigualdad que con el tiempo condujeron a

una incapacidad jurídica y política catastrófica para resolver los conflic-

tos.

C_ Sionistas y no–sionistas: la integración del sionismo

A las diferencias ideológicas entre el socialismo y el liberalismo que

afectaban al conjunto de las sociedades europeas de fines del siglo XIX,

se sumaba una diferenciación intrínseca a las comunidades judías. Porque

las comunidades judías de las grandes ciudades no eran idénticas a las

comunidades-pueblo rurales, conocidas como Shtetls, con lo que a la dife-

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rencia entre “izquierda” y “derecha”, se sumaba la tensión “ciudad-

campo”, que no alcanzaba a desprenderse totalmente de un contraste so-

cioeconómico. Siguiendo las tendencias de la población en general, y

aunque existía una considerable proporción de pobreza judía urbana, los

estratos altos judíos tendían a concentrarse en las ciudades.

También existían conflictos entre las tendencias laicas, que sólo pre-

tendían resolver la “cuestión judía” como un problema político, y aquellas

derivadas e influidas por el pensamiento religioso tradicional. Éste último

veía en la “reconstrucción” del estado judío no sólo una institucionaliza-

ción capaz de dar respuesta a algunos de sus problemas, sino también una

revitalización de antiguas promesas míticas ligadas a ésta reconstrucción.

La percepción de estos tres pares conflictivos interrelacionados (Libera-

lismo-Socialismo, Ciudad-Campo y Laicismo-Religión), que no son los

únicos pero son quizá los más significativos ayuda a comprender que es

poco menos que una fantasía interpretar al sionismo como un movimiento

homogéneo, propio de un colectivo también homogéneo o, lo que es peor,

como una instancia política clasista y colonialista. Además, es una pers-

pectiva insostenible desde toda perspectiva analítica que no sea mera re-

tórica apologética o difamatoria.

Por otra parte, es imposible omitir que a cada una de las tendencias

implicadas en el sionismo le correspondía su par entre los judíos que no

eran sionistas, vale decir, entre aquellos que no consideraron por entonces

que la creación de un estado judío constituía una respuesta para sus pro-

blemas colectivos o particulares. En esta misma época se está producien-

do el gran éxodo de judíos desde Europa oriental hacia el oeste, funda-

mentalmente hacia los EUA y, en menor medida, hacia países latinoame-

ricanos. Este desplazamiento significó una porción de un fenómeno mi-

gratorio de intensidades que no han vuelto a repetirse en el mundo “occi-

dental”, pues alcanzaba no sólo a los judíos: alemanes, polacos, irlande-

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ses, españoles e italianos, entre otros, se desplazaban también, escapando

de la pobreza, en cantidades extraordinarias hacia espacios sociales en

crecimiento, en donde al menos pudieran garantizarse un mínimo sustento

material inmediato y existieran perspectivas futuras de crecimiento y as-

censo social16. Así, mientras el sionismo producía sus primeros pequeños

contingentes de emigrantes hacia Palestina, en los primeros años del siglo

XX la mayor parte de los judíos europeos que decidían emigrar no lo hac-

ían hacia Palestina, sino hacia América. Por otro lado, en Palestina existía

ya una comunidad judía significativa, generada parcialmente por el “go-

teo” migratorio del pre-sionismo religioso y por el sistema de caridad que

permitía a muchos judíos mayores de edad pasar sus últimos años en la

tierra considerada sagrada. En este mismo sentido, el propio fundador de

la doctrina sionista discute en un texto fundacional las opciones de crear

un estado judío en Palestina o en Argentina, y lo hace en los siguientes

términos: “¿Deberemos elegir Palestina o Argentina? Deberemos tomar

lo que nos sea dado, y lo que sea elegido por la opinión pública judía. La

sociedad determinará ambos puntos. Argentina es uno de los países más

fértiles del mundo, se extiende sobre una vasta extensión territorial, tiene

una escasa población y un clima suave. La república Argentina podría

obtener un considerable beneficio de la cesión de parte de su territorio a

nosotros. La actual infiltración de Judíos produce algún descontento y

sería necesario iluminar a la república de la diferencia intrínseca de

nuestro nuevo movimiento. Palestina es nuestro siempre recordado hogar

histórico. El mero nombre de Palestina atraería a nuestro pueblo con una

fuerza de maravillosa potencia. Si Su Majestad el Sultán nos diera Pales-

tina, podríamos como contrapartida encargarnos de la regulación de to-

das las finanzas de Turquía. Podríamos formar allí una parte de la mura-

lla de Europa contra Asia, una avanzadilla de la civilización opuesta a la 16 Cfr. Bruun, La Europa del Siglo XIX (1815–1914), FCE, 1999.

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barbarie. Podríamos como un estado neutral mantenernos en contacto

con toda Europa, garantizando así nuestra existencia. Los santuarios de

la Cristiandad serían salvaguardados asignándoles un estatus extraterri-

torial, el cual es bien conocido para la Ley de las Naciones. Deberíamos

formar una Guardia de Honor para esos santuarios, respondiendo al

cumplimiento de ese deber con nuestra existencia. Esa Guardia de honor

sería el gran símbolo de la solución de la cuestión judía, después de die-

ciocho siglos de sufrimiento judío”17.

Este fragmento expone una serie de problemas que es necesario men-

cionar y que requieren por ello de algún análisis del texto.

En primer lugar, el texto destaca la inconsistencia de estos primeros

postulados nacionalistas, implicados en la mera falta de decisión sobre un

punto capital a la hora de intentar construir un estado, como es la cuestión

territorial. Herzl parece suponer, al respecto, que la negociación con las

potencias europeas sería más fácil que con el Sultán Turco, propietario

nominal de la tierra más adecuada para el establecimiento del estado na-

cional judío y con quién, en efecto, fracasaron las negociaciones apenas

comenzado el siglo XX. Pero lo que resulta significativo es que le parece

posible pensar la realización de este proyecto en una geografía tan distan-

te y ajena a él mismo como era la Argentina. La república Argentina era

entonces rural y oligárquica, con realidades sociales y ambientales dife-

rentes a las de la mayor parte de las comunidades judías existentes18. Pese

a que reconoce que “El mero nombre de Palestina atraería a nuestro

pueblo con una fuerza de maravillosa potencia”, analizando la dirección

que tomaron los principales contingentes migratorios judíos de los años

subsiguientes puede apreciarse que no ocurrió así. Con posterioridad, 17 Herzl, The Jewish State (1896), Edición informática del original editado en 1946, TAZEC. 18 Sólo en 1889 comienzan a asentarse colonias judías rurales de importancia, en las provincias argentinas de Entre Ríos y Santa Fe.

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también el “Proyecto Uganda”19 fue largamente debatido, e incluso una

propuesta para colonizar la península del Sinaí. De modo que, lo que en la

obra de Herzl es todavía especulación, alcanzó un grado aproximado de

probabilidad unos años después. Finalmente predominó la tesis opuesta,

que argüía para el Pueblo de Israel un único y específico espacio territo-

rial posible, en Palestina. La “opinión pública judía” tomó, en este senti-

do, una decisión muy clara.

En segundo lugar, hay que destacar el lugar que el pensamiento pro-

gramático y racionalista propio de la modernidad tiene en el discurso de

Herzl. Pese a que el proyecto que vuelca en las páginas de “El Estado

Judío”, suele pecar de voluntarismo y un optimismo injustificado –propio

de un texto de retórica política, que intenta convencer más que demostrar–

, el discurso confía en la razón, en la capacidad de encontrar beneficios

mutuos, a través de la “iluminación” de las conciencias.

En tercer lugar, directamente ligado con el punto anterior, debe desta-

carse la monolítica convicción en la superioridad de la cultura europea,

convicción tanto más sorprendente cuando es de la propia irracionalidad

del racismo occidental de la que nace la necesidad de escapar de Europa

para fundar un estado judío autónomo. Por esta razón, sólo puede atribuir-

se a la hegemonía ideológica del proyecto ilustrado que Herzl haya pro-

puesto crear un estado que sea a la vez “Hogar Nacional” y muralla exte-

rior o vanguardia (Outpost) de “la civilización frente a la barbarie asiáti-

ca” . La creación de la “guardia de honor” y la protección a los santua-

rios de la Cristiandad –olvidando o ignorando que también para el Islam,

religión protegida por “Su Majestad, el Sultán”, Jerusalén guarda tesoros

de incalculable valor espiritual– no parecen tener otro objeto que preca-

verse frente a las posibles críticas perspicaces y tener de resguardo alguna

19 Se trata de una propuesta del gobierno británico de crear una autonomía judía en Uganda, que se debatía todavía en 1903.

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moneda simbólica de cambio. El ofrecimiento explícito de “ocuparse de

las finanzas del imperio” es otra muestra del calado de la ideología occi-

dental en cuanto al judío arquetípico en los orígenes del sionismo político.

Por último, pese a su desinterés inicial, pues no discute sus preferen-

cias, sino que deja la respuesta a la opinión pública y la suerte política,

Herzl pretende poner fin a “Dieciocho siglos de sufrimiento judío”. Y lo

hace asumiendo un discurso que supone una continuidad, siquiera simbó-

lica, entre el futuro estado nacional judío y los remotos y extintos reinos

davídicos, lo cual nos recuerda que, aunque no lo menciona en este párra-

fo, el imaginario bíblico continuaba operando en forma abierta o sublimi-

nal en la conciencia de los ideólogos sionistas no-religiosos.

Y no sólo en este sentido el sionismo quiere revestirse con la fuerza

del discurso racional para garantizar el cumplimiento de sus objetivos

políticos, sino que considera “natural”, influido por el discurso dominante

de la época, que el pueblo judío busque materializar su nacionalidad. Así,

vemos a otro precursor del sionismo, el ruso León Pinsker, sostener que la

razón por la cual los judíos no son reconocidos como iguales por el resto

de las naciones es, precisamente, que no se deciden a auto-emanciparse,

construyendo su propio estado que los iguale al resto de las naciones:

“Esta es la piedra fundamental del problema, tal como yo lo veo: Los

judíos comportan un elemento distintivo entre las naciones en las que vi-

ven, y así nunca podrán asimilarse o ser eficazmente subsumidos por

ninguna nación. Entonces la solución radica en encontrar la manera de

reajustar este elemento exclusivo a la familia de las naciones y así la ba-

se de la cuestión judía será removida en forma permanente”20.

20 Pinsker, Auto-emancipation. Op. Cit. La emancipación individual mediante la pose-sión de un estado que se revela aquí está en perfecta consonancia con el desarrollo del pensamiento liberal moderno.

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39

Así vemos que para este autor, como para Herzl, el problema no es la

aculturación o la amenaza de genocidio, sino la imposibilidad de realizar

eficazmente la conversión de lo cultural en lo nacional en el marco del

territorio europeo por medio de la asimilación. A tal punto llegaba la po-

tencia del pensamiento dominante que los no-asimilados debían lamentar-

se de ello y buscar los caminos para superar el trance. Por supuesto, no

debemos pensar que el préstamo lingüístico del concepto “asimilación” es

inocente, sino que está directamente vinculado con el pensamiento socio-

biológico imperante. El propio Pinsker se encarga de acentuar esta idea

unos párrafos después, asegurando que: “El gran impedimento en el ca-

mino de los judíos a una existencia nacional independiente es que ellos

mismos no sienten su necesidad. Y no sólo eso, van tan lejos como para

negar su autenticidad. En el caso de un hombre enfermo, la falta de ape-

tito es un síntoma muy serio. No siempre es posible curarlo de su omino-

sa pérdida de apetito. Y aunque su apetito se restablezca, queda todavía

la cuestión de sí es capaz de digerir la comida, aún cuando la desee. Los

judíos se encuentran en la infeliz condición de esta clase de paciente”21.

De esta forma, la falta de “apetito nacional” es presuntamente un

síntoma de una enfermedad grave, pues iría contra la naturaleza del ser

social racional, que es el de constituirse en torno al modelo occidental de

estado-nación. Por supuesto, esta concepción organicista está fuertemente

relacionada con el corporativismo propio de muchos movimientos socia-

les de la primera mitad del siglo XX, de modo que su influencia no se

agotó en el suministro de metáforas aptas para el consumo técnico o re-

tórico. El fragmento que consideramos aquí muestra también hasta qué

punto el sionismo político no era hegemónico –y buscaba con ahínco tal

grado extremo de legitimidad– pues existían elementos que negaban pa-

tológicamente la autenticidad de la “nacionalidad” judía. 21 Pinsker, Auto-emancipation. Op. Cit.

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40

Como contrapartida, el sionismo político no sólo reprodujo el naciona-

lismo como estrategia, camino y necesidad, sino que no cesó de ejercitar

una activa propaganda interna –es decir, entre la propia “opinión pública

judía”– para posicionarse frente a otras tendencias sociales y políticas en

las comunidades judías. El organicismo era una parte importante de la

ideología hegemónica, al punto tal que la sociedad como conjunto llegó a

ser considerada según parámetros biológicos22. De cualquier manera, no

debe sorprender que en este ambiente ideológico también el sionismo

haya nacido con algunas de estas nociones incorporadas. Las metáforas

biologicistas –“nacimiento”, “incorporación”– continúan utilizándose sin

mayores inconvenientes semánticos en las ciencias sociales y en la lengua

coloquial.

Pero lo que resulta importante aquí es denotar que esta manera de

comprender la búsqueda de la independencia nacional se enfrentaba a la

estrategia de supervivencia tradicional de las comunidades judías, es de-

cir, la tendencia a la trans-culturización. Ésta se resolvía con el recurso de

conservar un conjunto variable de elementos de identidad que actuaban a

su vez como defensas de resistencia cultural frente a los cambios del en-

torno, incorporando para responder a las restantes necesidades buena par-

te de los componentes de este mismo entorno. En cambio, el sionismo

propuso la completa separación respecto de los múltiples entornos –en

especial de las ciudades de Europa occidental– para generar un “entorno

propio”. Para ello, en realidad, intentaba copiar en otra escala el modelo

segregacionista del que supuestamente quería escapar.

22 En Arqueología del saber (Siglo XXI, 1988. Pág. 286), Foucault nos dice que: “En un cuarto de siglo, de 1790 a 1815, el discurso médico se modificó más profundamen-te que desde el siglo XVII, que desde la edad media, y quizá incluso desde la medicina griega”. De modo que no sorprende que tal revolución haya afectado a todo el cono-cimiento disponible.

Page 41: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

41

La trans-culturización como estrategia de supervivencia goza de una

historia muy larga para las comunidades judías, al menos desde el período

de los Gaonim23, y el sionismo introdujo una tensión en la posibilidad de

mantenerla por su continua ambición hegemónica. Evidentemente, sí sólo

se puede emancipar al judío mediante su “nacionalización”, esto excluye

toda posibilidad de encontrarse emancipado manteniendo otra nacionali-

dad, pues a efectos prácticos la nacionalidad implica una exclusividad ju-

risdiccional. Esta abstracción del judío como sólo judío es análoga al re-

pertorio liberal de conversiones de los hombres abstractos, que sólo como

abstracciones se convierten en sujetos de derecho, bajo el cobijo de la

ciudadanía24.

El sionismo político pretendía alcanzar la Igualdad formal mediante la

separación territorial, no retornar a las fuentes judías, pues la avasalladora

creencia en la superioridad de la civilización occidental había penetrado

profundamente en las conciencias judías ilustradas. De hecho, la interpre-

tación de la condición judía como “intrínsecamente ilustrada” llegó a ser

parte del imaginario y la auto-representación de muchos judíos, sionistas

o no, durante los siglos XIX y XX.

De este modo, el triunfo político suponía una claudicación cultural que

los dirigentes sionistas no eran capaces de comprender, en parte por ce-

guera ideológica y en parte porque la sociología de la época no era capaz

de explicar esta clase de tendencias sociales. La influencia del iluminismo

en el mundo judío no era novedosa, ni el sionismo fue su primera mani-

23 Entre los siglos VIII y XI, los gaonim eran los directivos principales de las escuelas jurídico-religiosas en Babilonia, en especial de las academias de Sura y Pumbedita. Eran nombrados por el “exilarca”, regente de las comunidades judías en el exilio y cumplieron un importante papel en la conservación y desarrollo de la ley judía pos-talmúdica. 24 Cfr. Touraine, Qu'est-ce que la démocratie?, Fayard, 1994.

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42

festación, pero con este movimiento alcanza la posibilidad de convertirse

en discurso dominante, si bien nunca llegó a ser hegemónico25.

25 Cfr. Weinstock, El Sionismo contra Israel, Op. Cit.

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43

CAPÍTULO II

GÉNESIS DEL SIONISMO COMO FENÓMENO POLÍTICO

El sionismo aparece en momentos en que el sistema económico y polí-

tico mundial se encontraba en un momento de inflexión. Nuevas poten-

cias (Alemania, Italia, Rusia) se apresuraban a mover los ejes del poder

mundial, apoyadas en una revolución económica tardía en relación con

los centros industriales europeos, pero que habrían de basarse en nuevos

sistemas organizativos que derivarían en una completa transformación de

los sistemas productivos. El nuevo complejo tecnológico se apresuraba a

descomponer buena parte de los sistemas productivos tradicionales, tanto

en las bolsas preindustriales remanentes en Europa –en los Estados Uni-

dos la guerra de secesión había acelerado el proceso– como en el ámbito

de los imperios coloniales de las potencias centrales e incluso en muchos

países independientes de la periferia. Esta época registra, por ejemplo, el

desarrollo del capitalismo en Rusia y Japón, por citar ejemplos de singu-

lar importancia.

El nacionalismo secular, básicamente republicano, era la ideología

política predominante en los estados centrales, aún en los que seguían

siendo formalmente monarquías, y se perfilaban ya las características ope-

rativas de las democracias representativas, aun cuando las prácticas dista-

ran bastante de lo que actualmente se entiende por democracia26. En el

primer congreso sionista se reproducen las restricciones políticas propias

de esta etapa del liberalismo político: las mujeres, por ejemplo, tenían voz

pero no voto en las deliberaciones. Por otra parte, las más importantes

potencias imperialistas ponían en juego su capacidad militar fuera de las

26 Cfr. Mendelsson, From the First Zionist Congress (1897) to the Twelfth (1921), JAI, 2000.

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44

fronteras europeas, con el objeto de mantener el sistema colonial, funda-

mental en esta etapa para el proceso de reproducción ampliada de las in-

versiones de capital27.

De ninguna de estas condiciones dejó de nutrirse el Sionismo, y con

ninguna pudo evitar medirse e incluso enfrentarse. Pronto fue evidente

que sólo Palestina reunía las condiciones ideológicas para constituirse en

el objeto de la lucha colectiva por un territorio específico, gracias a la

permanencia de las antiguas tradiciones religiosas28. Si de allí podía deri-

varse un Derecho a la tierra –a ese territorio en particular– es como poco

dudoso, pero en cualquier caso no era menor al de quienes ostentaban el

poder político en el lugar.

Palestina era todavía, formalmente, parte integrante del imperio turco.

Pero las potencias imperiales europeas, en particular Francia e Inglaterra,

se apresuraban a repartirse los restos de este imperio, agregando esta parte

del mundo a su ámbito de influencia y constituyéndose como los auténti-

cos interlocutores del movimiento sionista. Hay que considerar al respec-

to que el Imperio Británico era todavía la principal potencia mundial. A la

partición de Palestina entre judíos y árabes le precedió la repartición del

cercano oriente entre Francia e Inglaterra, quedando Palestina y Transjor-

dania bajo el mandato británico y Siria y el Líbano bajo la influencia

francesa, con alguna previsible participación del Imperio Ruso, que se

diluyó, por supuesto, con la Revolución de Octubre de 1917 29.

Si bien la población autóctona en el área de influencia del imperio

británico se hallaba sólo parcialmente sometida, de ningún modo sería 27 Cfr. Amín, Imperialismo y desarrollo desigual. Fontanella, 1976. 28 Como se ha dicho, la propuesta de crear un territorio autónomo judío en Uganda, sobre la base de una propuesta de Joseph Chamberlain en 1903, fue largamente deba-tida y finalmente rechazada, lo cual produjo la primera división de considerables pro-porciones en el sionismo. Cfr. Mendelsson, Zionist Congresses Under the British Mandate, TAICE, 2002. 29 Véase la Partición del Cercano Oriente según el acuerdo Sykes–Picot de 1916.

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45

reconocida en pie de igualdad con los súbditos de la corona victoriana.

Como los hindúes o los maoríes, los beduinos y otros grupos locales que

podrían, quizá, ostentar el título de “palestinos autóctonos”, eran conside-

rados por los británicos como socios comerciales, como mano de obra

barata, como medios políticos o como una molesta resistencia a la cultura

europea30. Ninguna de las demás potencias coloniales ostentaba otros títu-

los legítimos que no fueran su interés económico y político en las tierras

ocupadas. Ni aspiraban a otra cosa que a los beneficios que pudieran ob-

tener, pues el mantenimiento de los ejércitos imperiales no se justificaba

sino por el rendimiento neto que el imperialismo representaba en el aspec-

to económico.

Pero, curiosamente, si el sionismo nace en una etapa álgida del impe-

rialismo, su etapa realizadora se corresponde más exactamente con el pe-

riodo posterior, el de la descolonización, cuyo resultado sería el cambio

de la política de enclaves por la política de “zonas de influencia”, que al-

canzara su máxima expresión durante la Guerra Fría, entre 1945 y 1985.

En otras palabras, el estado judío independiente comienza a ser viable

cuando se demuestra insostenible el mantenimiento del sistema imperial,

un decaimiento acelerado luego de la Primera Guerra Mundial que tuvo

como resultado el establecimiento de la adecuada posición de cada poten-

cia en el panorama mundial en función de la relación de fuerzas existente.

Sólo que, en vez de resultar una auténtica descolonización para Pales-

tina, el triunfo del ideario sionista significó una recolonización de ese es-

pacio territorial. Porque las colonias judías no desaparecieron con la des-

colonización, sino que esa población inmigrante pasó a ser el grupo social

dominante en Palestina al retirarse la potencia mandataria. En todo caso,

es necesario señalar que ni siquiera en los espacios en los que la descolo-

30 Weinstock (El Sionismo contra Israel, Op. Cit.) describe la mala situación de los campesinos árabes antes del advenimiento de los colonos judíos sionistas.

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46

nización fue efectiva se produjo un completo repliegue de la cultura occi-

dental. Aunque ya no gobernaran enviados de potencias extranjeras, los

cambios sociales y económicos introducidos, que habían desarticulado y

desplazado a los sistemas tradicionales de cada región, dejaron una im-

pronta estructural que terminó por traducirse también en cambios políti-

cos profundos. Estos cambios se podían percibir antes incluso de que fi-

nalizara formalmente el período de dominación imperial31.

Dos son los legados principales, profundamente interconectados, de

este período: la extensión a escala global del estado-nación como expre-

sión política y la mundialización de las sociedades que organizaron sus

economías en función de la producción de excedentes para el consumo

interno o la exportación: estas son las características generales que en ma-

teria de economía comparten el estado liberal y el socialista burocratiza-

do, así como todas las formaciones sociales intermedias.

Pero una significativa diferencia separa al sionismo de otras luchas na-

cionales. Ésta consistía en que parte de la lucha debía darse “sobre el te-

rreno”, en el seno mismo de la sociedad europea, al interior de sus propios

canales institucionales y mediante sus propios mecanismos de influencia

política. Este doble aspecto del sionismo se explica parcialmente por su

carácter re-colonizador. Pero le imprime un tono singular a su lucha, pues

los problemas culturales y políticos que desata estaban latentes no en una

lejana isla de la Polinesia ni en el lejano oriente, sino en cada ciudad im-

portante de Europa. La actividad sionista reasumía conflictos instalados

en la propia cultura local y que al imperio británico le tocaba gestionar

debido a su posición predominante en Europa y en la región en conflicto.

El sionismo debía realizarse en Palestina por el peso simbólico de la Tie-

rra de Israel, pero también, como bien lo comprendieron los fundadores

del movimiento, porque no podía realizarse en Europa la emancipación 31 Cfr. Bruun, La Europa del siglo XIX (1815–1914). Op. Cit.

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47

del judío de las tradicionales desventajas devenidas de su condición so-

ciocultural. Ello se aplicaba igualmente al judío pequeño-burgués y al

empobrecido artesano o trabajador judío de Europa oriental.

Dado que no existían los instrumentos jurídicos para administrar un

reclamo de éstas características el desarrollo del caso siguió el camino

habitual de la lucha política y social, que es el camino mediante el cual

los instrumentos jurídicos terminan por ser creados. Y ello pese a que

Herzl, Pinsker y otros ideólogos sionistas aluden repetidamente a la “Ley

de las Naciones”, comprendida así como una suerte de extensión de la

Ley Natural aplicada a unos derechos colectivos todavía indefinidos32.

Tanto las relaciones con los representantes de la potencia imperial como

con los habitantes no judíos de la región terminaron siendo resueltas me-

diante acciones políticas, sociales y militares claramente no jurídicas, al

margen del inmenso cúmulo de negociaciones jurídicamente encaminadas

a regularlas. La legislación existente, buena o mala, terminó relegada a un

segundo y ostensiblemente inútil plano.

No existía una auténtica legislación internacional a la que los sionistas

pudieran apelar para realizar sus objetivos y, sin embargo, todavía podía

conseguirse que los poderosos de la tierra “crearan” un derecho, si se los

persuadía y convencía de la utilidad de éste: “Esta es, entonces, la situa-

ción diplomática a la que el movimiento Sionista se enfrenta. Cuatro Po-

deres, incluyendo a los mayores del globo, se han mostrado favorable-

mente dispuestos, si no con el pueblo Judío, en cualquier caso sí con el

movimiento Sionista. Su majestad el emperador alemán expresó su sim-

patía con nuestro movimiento y sus principios. El gobierno Británico está

preparado para evidenciar su simpatía de una manera muy práctica y

sustancial: en la forma de una garantía territorial. El gobierno Ruso ha

32 Cfr. Pinsker, Auto-emancipation, Op. Cit.; Herzl, The Jewish State. Op. Cit.; Ahad Ha´am (A. Ginsberg), Jewish State and Jewish Problem. (1897), Op. Cit.

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48

declarado su buena voluntad hasta comprender el asentamiento Judío en

Palestina. Los Estados Unidos de Norteamérica han dado recientemente

dos pasos diplomáticos que justifican la esperanza de que cuando llegue

el momento no reclamaremos su simpatía en vano”33.

Entonces, ya en 1903 existían indicios de que no sólo las potencias

mundiales apoyaban la creación de un Hogar Nacional para el pueblo jud-

ío, sino que, además, existían las bases políticas para llevarlo adelante en

el territorio de Palestina. Todo ello supuso un aliciente importante para

que se continuara llevando a cabo la política colonizadora judía34. En este

contexto, diferentes sociedades en Europa, como la Sociedad para la Co-

lonización Judía de Viena, y otras muchas, principalmente en Rusia, in-

tensificaron sus actividades35. Así, combinándose la insistencia política

con la persuasión económica, los líderes sionistas, como Jaim Weiz-

mann36, consiguieron un importante logro político al emitir el gobierno

británico la “Declaración Balfour” 37: “El gobierno de Su Majestad ve con

favor el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo

Judío, y hará su mayor esfuerzo para facilitar el cumplimiento de este

objetivo, quedando bien entendido que nada se hará que pueda perjudi-

33 Max Nordau, Mensaje en el Sexto Congreso Sionista, Basilea, 24 de Agosto de 1903. 34 Cfr. Ruppin, Buying the Emek. TNP, Mayo de 1929. 35 Es muy interesante al respecto el cuadro que traza para la Sociedad de Viena Rup-pin en 1907, acerca del estado de los asentamientos judíos en Palestina. Buying the Emek, Op. Cit. 36 Weizmann (n. 1874) es quizás el más importante líder del Sionismo político. Tuvo una importante participación en los primeros congresos sionistas –acompañado de figuras tan representativas como Martín Buber o Leo Motzkin– siendo presidente de movimiento sionista hasta la creación del estado de Israel, del cual fue el primer pre-sidente hasta su muerte, en 1952. 37 Nota enviada por la Oficina de Asuntos Exteriores del gobierno británico (Foreign Office) el 2 de Noviembre de 1917 al barón Rothschild, uno de los principales peticio-narios. Cfr. Weizmann, Historia de la Declaración Balfour. CJM, 1967. Incluye un facsímil de la declaración.

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49

car los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías exis-

tentes en Palestina o los derechos y estatus políticos de los que disfrutan

los judíos en cualquier otro país”38.

Weizmann había colaborado con los ingleses en su carácter de quí-

mico en la Primera Guerra Mundial y Rothschild era un importante finan-

ciero dedicado al armamentismo39. Pero esto no debe velar que la coloni-

zación territorial sionista de Palestina ya había comenzado de hecho, en

especial por la corriente migratoria del este europeo, en donde había pre-

dominado el Sionismo político-religioso de Hibat Zion40 y donde los pro-

blemas de la población judía eran materiales e inmediatos. Como nos des-

cribe Ahad Ha´am41: “En los países orientales el problema (de los judíos)

es material: ellos deben luchar constantemente por satisfacer sus necesi-

dades físicas más elementales, para ganar un mendrugo de pan o un so-

plo de aire, cosas que les son negadas porque son judíos. En el Oeste, en

las tierras de la emancipación, su condición material no es particular-

38 Los problemas ocasionados por la situación de los judíos a los imperios y los inten-tos de resolverlos son de larga data, así: “Tiberio Claudio César Augusto Germánico, sumo pontífice, investido del poder tribunicio, proclama:... Desde ahora es también derecho de los Judíos, quienes están en todo el mundo bajo nuestro poder, que podrán mantener sus costumbres ancestrales sin impedimento alguno, y así también les orde-no que usen de mi bondad de la manera más razonable, sin despreciar los ritos reli-giosos de otras naciones, aunque observando sus propias leyes”. Edicto de Claudio sobre los derechos de los judíos. 41 e. C. Internet Ancient History Sourcebook. Dieci-nueve siglos para que la historia termine por imitarse a sí misma. 39 Cfr. Weizmann, Historia de la Declaración Balfour. Op. Cit. y Lorch, Las Guerras de Israel, Plaza & Janes, 1979. 40 “Amor de Zion”. Movimiento en donde confluyeron diversas tendencias religiosas en contra del mayoritario rechazo de los Rabinos al Sionismo; en particular, la fuerte relación establecida por los “Hassidim” –movimiento renovador religioso surgido en el siglo XVII– entre Ley Judía y Trabajo, resultó fundamental para el establecimiento de las primeras comunidades agrícolas en Palestina. Cfr. Ruppin, A Picture in 1907. Ha-aretz Press, 1936. 41 Célebre intelectual sionista ruso, cuyo seudónimo significa, en hebreo, “Uno es el Pueblo” y que formó parte de la oposición al proyecto del sionismo político planteado por Herzl y su sucesor Max Nordau.

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mente mala, pero el problema moral es serio: quieren tomar plena venta-

ja de sus derechos, pero no pueden hacerlo”42.

Lo que está recusando Ahad Ha´am del sionismo político es su fuerte

tendencia a la desprotección del judaísmo en tanto cultura, religión y tra-

dición. Y ello debido precisamente a la identificación de los “Judíos del

Oeste” con la cultura europea, su ethos, y su modus vivendi más que con

lo que él considera importante rescatar con la creación de un estado judío:

“El Judío Occidental, después de dejar el Ghetto y buscando unirse al

pueblo del país en el que vive, es infeliz porque su esperanza de una cor-

dial bienvenida es desengañada. Él retorna, reluctante, a su propio pue-

blo, y trata de encontrar dentro de la comunidad Judía esa vida por la

cual suspira, pero en vano. La vida y los problemas comunales ya no lo

satisfacen. El ya se ha acostumbrado a una más amplia vida social y polí-

tica, y por el lado intelectual el acervo cultural judío no lo atrae, porque

no formó parte de su formación primaria, y es para él un libro cerrado.

Entonces, en ese dilema, se vuelve a la tierra de sus ancestros, y se figura

cuán bueno sería si un Estado Judío se restableciera allí, un Estado or-

denado y organizado exactamente según los parámetros de otros Estados.

Entonces él podría vivir una vida plena entre su propio pueblo, encon-

trando en casa todo lo que ve afuera, frente a sus ojos pero fuera de su

alcance”43.

Al margen de la notable perspicacia demostrada, esta crítica material –

respecto de la desigual condición de los judíos occidentales y orientales

(que antes resumimos como un conflicto ciudad-campo, pero que es tam-

bién un conflicto de carácter clasista)– se reúne con su crítica a los obje-

tivos del sionismo, por cuanto entiende la relación orgánica entre ideo-

logía de clase e ideología política. El análisis de Ahad Ha´am es tanto

42 Ahad Ha´am, Jewish State and Jewish Problem. Op. Cit. 43 Ídem.

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51

más destacable por cuanto lo ha realizado “sobre el terreno”, sin las con-

siderables ventajas que la perspectiva histórica nos ofrece. Si algunas de

sus advertencias no fueron dichas en vano –el sionismo político terminó

por comprender la necesidad ideológica de contar con los exponentes de

Hibat Zion– otras nos sirven para completar el carácter ambivalente del

sionismo como movimiento de emancipación, ambivalencia resultante de

la presencia inextirpable de las formas ideológicas occidentales en su

conformación y desarrollo. También nos ayuda a visualizar el carácter

ambiguo de los comienzos de la colonización judía en Palestina: “Esta es

la base del Sionismo Occidental y el secreto de su atractivo. Pero el

Hibat Zion Oriental tiene un diferente origen y otro desarrollo. Origi-

nalmente, como el “Sionismo”, era un movimiento político; pero, siendo

el resultado de dificultades materiales, no pudo descansar satisfecho con

una “actividad” consistente sólo en la expresión del sentimiento y deli-

cada fraseología. Esas cosas pueden satisfacer al corazón, pero no al

estómago. Entonces, Hibat Zion comenzó a expresarse en actividades

concretas: en el establecimiento de colonias en Palestina”44. No es sor-

prendente así que este intelectual se haya sentido decepcionado por el

desarrollo de la colonización judía en Palestina45.

La tensión entre ambas tendencias no alcanzó una clara resolución,

aunque en el largo plazo vemos un relativo triunfo del sionismo occiden-

tal, en lo que a la organización del estado de Israel se refiere, dejando fi-

nalmente al colectivismo agrícola relegado a un papel secundario, aún

cuando éste jugara un papel determinante en el largo proceso de instala-

ción y organización material de las bases del futuro estado. Esta organi-

zación material se basaba, sobre todo, en la adquisición de tierras en Pa-

lestina, bajo el compromiso de no volver a venderlas y destinarlas al

44 Ídem. 45 Cfr. Weinstock, El Sionismo Contra Israel, Op. Cit.

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mantenimiento, mediante su incorporación al aparato productivo, de la

colectividad judía en Palestina. Tal es el caso del Emek Izreel, el valle

más amplio y fértil de la Baja Galilea, que lentamente fue adquirido y

explotado por los colonos judíos, pero cuya apropiación no dejó de deto-

nar agudos conflictos, en particular con el gobierno turco –y los grandes

terratenientes locales, pues existía una marcada concentración de la pro-

piedad de la tierra–, que rehusaba favorecer a las colonias judías median-

te la venta de tierras en Palestina: “El Gobierno Turco rehusó autorizar

la venta [de parte del valle], y eso aunque el permiso oficial no fue reque-

rido por el Fondo Nacional [Judío], ni por la Compañía para el Desarro-

llo de Palestina, sino por un judío particular, Efraim Krause, quien era

ciudadano turco. El gobernador en Nazareth, un anti-sionista rabioso,

declaró que combatiría esa operación hasta las últimas consecuencias;

además, ignoró las órdenes de su superior, el Gobernador del Distrito en

Acco, quien no deseaba dificultades para la transacción. No obstante,

fuimos forzados a apelar ante el Valí, el Gobernador General en Beirut.

Fue necesario apresurarse mucho, porque la operación estaba comen-

zando a llamar la atención y círculos influyentes hacían su mejor esfuer-

zo para anularla”46.

Ruppin no lo destaca, pero buena parte del valle era propiedad de un

único terrateniente.

De modo que a la lucha ideológica interna se sumaba, en las dos pri-

meras décadas del siglo XX, la resistencia comprensible del gobierno tur-

co a desprenderse sin más de parte de su soberanía, habida cuenta de las

dificultades internas que debía soportar y que lo llevaron a tomar el peor

partido posible en la Primera Guerra Mundial. El intento de moderniza-

ción del imperio, que coincide con las revoluciones burguesas de media-

dos de siglo XIX, tuvo resultados tan desastrosos, aunque en un sentido 46 Ruppin, Buying the Emek. Op. Cit.

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53

bien diferente, como la orientación hacia el capitalismo liderada por la

dinastía de los Romanov en el imperio ruso. El problema principal, por

supuesto, consistió en intentar convertir al imperio tradicional en un im-

perio burgués sin que se hubieran desarrollado las clases sociales propias

del capitalismo.

Por otra parte, ya en 1903 Nordau había advertido que la simpatía del

gobierno ruso por algunos de los principios sionistas disuadiría al gobier-

no turco de oponerse a ellos abiertamente, por temor al enojo de “su más

temible enemigo”47. Ninguna de estas disputas, no obstante, interesaba al

gobierno británico en lo que a su relación con el sionismo se refiere. Para

el gobierno inglés los “judíos occidentales” que conformaban los cuadros

del sionismo político eran los únicos interlocutores válidos respecto del

proyecto de crear una autonomía judía en Palestina, y a quienes, en defi-

nitiva, estaba reservada la responsabilidad de resolver los problemas

“jurídicos”. Así, se establece un doble camino para el sionismo: por una

parte, los líderes políticos en Europa intentaban establecer el Estado Jud-

ío de Jure, mientras que en Palestina, por la otra parte, los colonos ya se

apresuraban a edificarlo de Facto, utilizando las nuevas colonias y rela-

cionándolas con las antiguas comunidades. En Palestina persistían pobla-

ciones de judíos sefardíes, así como algunos pobladores de origen yeme-

nita o marroquí. Estas comunidades, relacionadas con las de Siria o Ale-

jandría, por ejemplo, se hallaban bien integradas con la población árabe y

los beduinos, y era de hecho el árabe su lengua habitual. El despliegue

del nacionalismo sionista y los conflictos étnicos desatados terminaron

por disolver esta particular forma de convivencia48. Pero la actitud del

gobierno británico, refrendada en la Declaración Balfour, no se mantuvo

en relación con estos colonos, cuya presión social y política comenzaba a

47 Nordau, Mensaje en el Sexto Congreso Sionista, Cit. 48 Cfr. Ruppin, A Picture in 1907. Op. Cit.

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hacerse sentir y a generar conflictos con las poblaciones autóctonas del

territorio de Palestina. Apenas terminada la Primera Guerra Mundial co-

menzó a hacerse evidente que la situación geopolítica planteada por el

desmembramiento del imperio turco, y en particular por la presencia

prácticadel sionismo, precisaba de alguna respuesta internacional: “El 19

de abril de 1920, los aliados (Inglaterra, Francia, Italia, Grecia, Japón y

Bélgica) convinieron en San Remo (Italia) discutir el tratado de paz con

Turquía. En dicha conferencia se decidió asignar a Gran Bretaña el

mandato sobre Palestina, en ambas márgenes del Jordán, y la responsa-

bilidad de hacer efectiva la Declaración Balfour”49.

La importancia de la conferencia de San Remo es sustancial, por cuan-

to se hizo evidente la voluntad de las potencias europeas de realizar, si-

quiera parcialmente, el proyecto sionista, lo cual motivó la inmediata re-

acción de la población árabe –que había sido prevista por algunos de los

principales actores– y algunos episodios de violencia en Jerusalén que

motivaron la creación de las fuerzas paramilitares judías: “El Vaad Hatzi-

rim50 encargó a Ze´ev (Vladimir) Jabotinsky la tarea de organizar la au-

to-defensa judía. Jabotinsky fue uno de los fundadores de los batallones

judíos que habían servido en el ejército británico durante la Primera

Guerra Mundial y había participado en la conquista de Palestina a los

Turcos”51.

Así, se hace evidente que la colaboración entre el movimiento sionista

–en la forma de los “batallones judíos”– y el imperio británico no era una

novedad, como no lo fue tampoco la existencia de regimientos judíos en

el ejército rojo durante la segunda guerra mundial. De hecho, conforma-

49 Lapidot, The Stablishment of the Irgun, en www.us-israel.org. 50 El Vaad Hatzirim (“Secretaría de Delegados”) era el órgano ejecutivo principal de los colonos judíos en Palestina, directamente relacionado con la Organización Sionista Mundial. 51 Lapidot, The Stablishment of the Irgun, Cit.

Page 55: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

55

ban una alianza táctica de considerable valor para ambos, aunque las acti-

tudes posteriores del gobierno británico demostraran que una alianza

táctica no tiene valor una vez superado el objetivo inmediato por el cual

es pactada. Este hecho no pudo dejar de tener importantes consecuencias,

en vista del inminente establecimiento del mandato británico sobre Pales-

tina y Transjordania. La más evidente de estas consecuencias es de carác-

ter político, pues automáticamente los judíos quedaron mejor posiciona-

dos que la población árabe frente a la potencia mandataria. Una segunda

consecuencia importante fue la formación del primer cuerpo militarizado

autónomo judío de defensa, conocido como la Haganá, literalmente, “De-

fensa”.

Los conflictos también se desplazaron al interior de las colonias jud-

ías, pues el propio Jabotinsky promovió la formación de un movimiento –

llamado Revisionista– al interior del sionismo, cuyas posiciones se acer-

carían bastante al modelo corporativo-militarista de la Italia fascista. La

reacción de las cooperativas agrícolas de tendencia socialista, que con-

formaban el segmento principal de la colonización sionista, consiguió

contener esta “revisión”, que se mantuvo, sin embargo, en la tradición

corporativa del movimiento Betar52, en donde puede observarse una nue-

va influencia de las corrientes ideológicas predominantes en occidente

dentro de las múltiples líneas de pensamiento sionistas.

Desde que el mandato británico se hizo efectivo, parecía claro que los

pasos siguientes debían tender a efectivizar materialmente el contenido

de la Declaración Balfour. No obstante, un cuarto de siglo mediaría entre

la conferencia de San Remo y el proyecto de partición de Palestina pro-

puesto primero por la potencia mandataria y, luego de que ésta decidiera

abandonar su mandato, por la Organización de las Naciones Unidas en

52 Este apelativo recuerda al último reducto en caer ante los ejércitos del emperador Adriano durante la última guerra romano-judía (132-135 EC.).

Page 56: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

56

1947. En este interregno, la faz geopolítica del mundo cambiaría radical-

mente, sin que ninguno de los sectores participantes pudiera dejar de ser

afectado por estos cambios.

El fin de la Primera Guerra Mundial trajo consigo la novedad del esta-

blecimiento de la primera sociedad sostenida políticamente por la ideo-

logía socialista. Esto significó, en vista de que esta sociedad era una con-

siderable potencia militar, una polarización de los conflictos en otras so-

ciedades europeas53. Marcó, además, un gradual pero sostenido giro a la

derecha de muchos gobiernos occidentales, tendencia a su vez contenida

por la necesidad de intentar controlar, con las herramientas de la econom-

ía política de las que disponían los estados, la emergente crisis económi-

ca54. De esta combinación surge la posibilidad (acaso la necesidad) de

mantener y empujar al capitalismo industrial mediante un estado fuerte,

capaz de controlar las tensiones sociales resultantes del proceso, en vez

de minimizar la acción del estado en la esfera pública, que sería la ten-

dencia “natural” del liberalismo. Pero mientras fronteras adentro era po-

sible mantener una regular apariencia de orden –pagando un costo social

y político (en materia de protección de derechos) elevadísimo– el deterio-

ro de los imperios como estructuras productivas y comerciales se volvió

una carga demasiado pesada de mantener, pues la retracción del mercado

licuaba las ganancias, mientras que se resentían las vías de comunicación

comercial. En forma pareja, y no sólo en las potencias derrotadas en la

guerra, el mundo liberal y progresista que los sionistas políticos habían

tomado como modelo comenzaba a ceder. Se sucedieron intensas activi-

53 La creación del Ejército Rojo tendrá una incidencia decisiva en la derrota de la Alemania Nazi (Cfr. Hobsbawm, Historia del Siglo XX. Crítica, 1995). No deja de ser una ironía (trágica) que su principal promotor fuera judío: Lev Davidovich Bronstein, es decir: León Trotsky, cuya condición étnica le impidió suceder a Lenin en la Secre-taría General del Partido Comunista Soviético, facilitando el ascenso de Stalin. 54 Cfr. Hobsbawm, Historia del Siglo XX. Op. Cit.

Page 57: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

57

dades represivas que no consiguieron más que dejar a las sociedades co-

lonizadas en un estado deplorable para reconstituirse en sus aspectos so-

ciales y económicos. Las regiones que no tuvieron la suerte de encontrar-

se flotando en petróleo –e incluso algunas que sí lo están– continúan, más

de medio siglo después, pagando el costo de ese proceso.

El ala socialista judía no-sionista organizada en torno al Movimiento

Socialista de Trabajadores Judíos (BUND), después de una actuación

destacadísima en los sucesos revolucionarios rusos de principios de siglo,

terminó por fundirse en la estructura partidaria bolchevique, campeona de

la Revolución de Octubre y victoriosa también –o, al menos, sobrevivien-

te– de la guerra con los “Blancos”, conservadores y reaccionarios. La

participación del BUND en este proceso es incuestionable pues: “¿Cómo

olvidar que el manifiesto del congreso constitutivo del POSDR55 fue edi-

tado en la imprenta clandestina del BUND y que los militantes del BUND

participaron masivamente en las huelgas de 1903-1904” 56.

Los EUA y otros países con buen futuro eran todavía el objetivo de

buena parte de los emigrantes, aunque el flujo se contrajo para finalmente

detenerse a medida que la crisis tomaba también las grandes ciudades in-

dustriales norteamericanas57. El gobierno norteamericano llegó a imponer

cuotas a la inmigración que redundaron en un crecimiento del atractivo

de Palestina como destino migratorio de numerosos judíos.

En Palestina, la relativa paz existente luego de los últimos disturbios

de 1921, ya bajo la jurisdicción británica, se quebró con los enfrenta-

mientos de 1929, y que se iniciaron en Hebrón, un lugar sagrado para

judíos y musulmanes58. Pero ya en 1921, desde el inicio mismo de su

mandato efectivo, comenzó a perfilarse (o más bien: a desdibujarse) la 55 Siglas del Partido Obrero Social-Demócrata Ruso 56 Weinstock, El Sionismo contra Israel, Op. Cit. Pág. 85. 57 Cfr. Hobsbawm, Historia del Siglo XX. Op. Cit. 58 Cfr. Lorch, Las Guerras de Israel. Op. Cit.

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58

política británica respecto a la situación en Palestina, en una ambivalen-

cia irritante para todas las partes y que se mantendría hasta el final del

mandato, lo cual desembocaría directamente en el establecimiento del

estado Judío –sin que pudiera acordarse la situación del estado Palestino–

y en la llamada “Guerra de la Independencia” (desde el punto de vista de

los israelíes) de 1947-49. Esta ambivalente política británica tenía sus

raíces tanto en el temor que causaba la posible expansión de la revolución

rusa como la endeble situación económica de casi todas las economías

occidentales, que no habían, sin embargo, tocado fondo: “En sus conver-

saciones con los líderes judíos, Churchill59, a la vez que reafirmaba el

principio reconocido en la Declaración Balfour, también hacia hincapié

sobre la importancia de impedir la inmigración de gentes sospechosas de

< traer consigo doctrinas bolcheviques>. La sensibilidad británica sobre

este punto contribuyó sin duda al estallido de los disturbios árabes que

se produjeron de nuevo tras el desfile del 1º de mayo de 1921, en Jaf-

fa” 60.

La escalada de violencia y la tensión existente derivó en la emisión, a

instancias del propio Churchill, del llamado Documento Blanco, que obs-

taculizaba la inmigración judía vinculándola a la capacidad de absorción

económica que tuviera el país61, y que a largo plazo extinguiría de hecho

la vigencia de la Declaración Balfour. Sin embargo, la presión migratoria

de la población judía del este europeo continuaba arreciando y, a media-

dos de la década del 20, recibió un nuevo empujón por la conjugación de

las cuotas impuestas a la inmigración por el gobierno norteamericano y al

crecimiento de políticas anti-judías en el este europeo.

59 Winston Churchill, a la sazón Secretario de Estado para las Colonias, visitó Palesti-na en marzo de 1921. 60

Lorch, Las Guerras de Israel. Op. Cit. Pág. 35. 61 Ídem. Pág. 40.

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59

Pero, con o sin Documento Blanco, los acontecimientos políticos eu-

ropeos daban constantes alientos a la emigración judía hacia Palestina. El

prestigio del ideal sionista creció a medida que se hacía más evidente que

el racismo del nacionalsocialismo alemán tenía al judaísmo –sea como

fuere que éste fuera concebido– como un objetivo (y un medio) de su

propaganda política, desarrollada desde finales de la década del 20 de un

modo tan desgraciado como eficiente. El resultado de la constante pre-

sión migratoria judía hacía que la Yishuv62 creciera a la vista –hasta casi

triplicarse en el quinquenio 1931-35– a pesar de las restricciones estable-

cidas. Como no podía ser de otra forma esto contribuía, junto con la ya

citada ambivalencia gubernativa, a irritar a los líderes y a la población de

origen árabe. La violencia se convirtió en una actitud cotidiana en ambas

partes, en un espacio en el cual las fuerzas del orden –las fuerzas de segu-

ridad militar y policíaca británica– actuaban sin coordinación aparente.

Así, la organización de las fuerzas vivas de la población árabe de Palesti-

na, partiendo de las jefaturas de clanes a menudo enfrentadas entre sí, se

gesta en un caldo de cultivo tan adverso como era posible: malestar so-

cial, acostumbramiento a la violencia, falta de canales políticos e institu-

cionales efectivos, presión policíaca (militarizada) y una absoluta ausen-

cia de diálogo político entre las partes.

De estos disturbios se desprendió una importante consecuencia: len-

tamente, el desplazamiento de la población que huía de los conflictos fue

dejando zonas de la región bajo el predominio de uno u otro colectivo.

Eso acabó con la convivencia judeo-árabe de antaño en varias ciudades y

la convirtió en una fuente de conflicto en otras. Finalmente derivó en la

posibilidad de establecer “campos” para cada bando, lo cual no habría

62 En el ideario y la fraseología sionista, la Yishuv (“Asentamiento”) es la población judía en Israel, en contraposición con la Galut, es decir, la población judía en la Diás-pora.

Page 60: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

60

sido posible con el modelo mixturado original, en el cual las poblaciones

convivían en cada ciudad, barrio y casa.

El gobierno inglés tampoco decidió a favor de los árabes la organiza-

ción política autónoma de Palestina. Una representación proporcional da-

ba todavía la mayoría absoluta a los líderes árabes y, si Inglaterra no

quería un estado judío, mucho menos quería un estado árabe, al menos

por el momento. Con esto consiguió también postergar sine die la organi-

zación de un órgano ejecutivo político capaz de resolver pacíficamente

las diferencias. La adjudicación de un estatus exclusivamente árabe para

la Transjordania no tuvo en cuenta ni los intereses de la población árabe

de Palestina ni las diferencias entre distintos colectivos árabes.

No obstante, la inminente lucha europea y el fracaso de las negocia-

ciones de febrero de 1939 entre árabes y judíos –por la violencia desatada

en la región– condujo al gobierno británico a revisar su política, lo que

representaba un inesperado éxito político para la parte árabe y que a pun-

to estuvo de acabar con las realizaciones sionistas: “Tras el fracaso de la

Conferencia, el Gobierno Británico vio el camino libre para publicar, el

17 de mayo de 1939, el Documento Blanco MacDonald que, en efecto,

anulaba la Declaración Balfour y la obligación contraída bajo el manda-

to vis–a–vis del hogar Nacional Judío. Decretaba drásticas limitaciones

en las ventas de terrenos en Palestina y la restricción de la inmigración

judía a quince mil personas por año y para los siguientes cinco años, al

final de cuyo periodo Palestina se convertiría en Estado independiente,

con su permanente mayoría árabe reflejada en sus instituciones guber-

namentales. El Documento Blanco señalaba el fin de lo que pudiera lla-

marse sociedad de veinte años entre el movimiento Sionista y Gran Bre-

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61

taña. Trágicamente, llegó en el momento en que fue mucho mayor la ne-

cesidad de que los judíos emigrasen de Europa”63.

Finalmente estalló la Segunda Guerra Mundial, cuyas consecuencias

vinieron a alterar definitivamente el esquema geopolítico de la zona. El

genocidio nazi, que redujo en un tercio, aproximadamente, la población

judía mundial, terminó por exaltar al sionismo como principal esperanza

para muchos judíos, tanto supervivientes de Europa como miembros de

otras comunidades, especialmente en América64. Las fuerzas de la

Haganá y de sus fuerzas especiales –el Palmaj– se reforzaron en número

y en experiencia y ni el mantenimiento de las políticas restrictivas britá-

nicas consiguió detener el enfrentamiento, que ya no sólo oponía a judíos

con árabes, sino también a judíos contra británicos, quienes ya no podían

controlar lo que habían contribuido a crear.

Dado que había fracasado la propuesta de partición de la “Comisión

Peel” de 1936, que consideró agotada también la política del “Mandato”,

el conflicto se intensificaba. Después de la anulación práctica de la De-

claración Balfour, las fuerzas paramilitares judías desataron una guerra

de guerrillas contra la propia potencia mandataria, en especial entre el fin

de la guerra y 1948. El malherido imperio británico, que veía desmoro-

narse todo su “capital colonial”, dio por terminada su participación en

Palestina y anunció el fin del mandato, lo cual precedería a la retirada de

sus tropas del territorio. La responsabilidad de resolver la partición terri-

torial fue delegada en las Naciones Unidas, heredera de la Sociedad de

Naciones: “Este cuerpo despachó al UNSCOP –Comisión Especial de

las Naciones Unidas para Palestina que (...) recomendó la partición de

Palestina en tres zonas: un Estado Judío, un Estado Árabe y un enclave

internacional alrededor de Jerusalén. (...) La Asamblea General de las

63 Lorch, Las Guerras de Israel. Op. Cit. Pág. 60. 64 Cfr. Ben Ami y Medin, Historia del estado de Israel, Op. Cit. Págs. 53 y sstes.

Page 62: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

62

Naciones Unidas adoptó una resolución sobre la partición de Palestina

basada en estas recomendaciones, contra una virulenta oposición árabe,

el 29 de noviembre de 1947...”65.

El mandato británico, oficialmente, perduraría hasta mayo del siguien-

te año y, a medida que sus tropas se fueron retirando –abandonando a la

fuerza de las armas un conflicto que la propia política imperial se había

encargado de activar–, se intensificaron los combates por la posesión

efectiva de las porciones respectivas de territorio. Sin embargo, esta etapa

de la guerra fue de “baja intensidad”, considerando la posterior invasión

de Palestina por parte de las tropas de los países árabes circundantes,

producida al día siguiente de la declaración de independencia del Estado

judío, el 14 de mayo de 1948. La guerra duraría hasta junio del siguiente

año, cuando terminó con la sorprendente derrota de los ejércitos árabes.

Con la firma del armisticio con Siria el ideal sionista quedó definitiva-

mente establecido.

A partir de la independencia del estado, el sionismo se encontró en

posición de estimular su propio crecimiento a partir de ese logro indiscu-

tible y aparentemente benéfico para los intereses de toda la Judeidad.

Cualquier judío contaba a partir de entonces con una referencia política

legítima y reconocida a nivel internacional Se trataba de un logro de tales

proporciones que ni siquiera el estado de guerra casi permanente consi-

guió opacarlo.

65 Lorch, Las Guerras de Israel. Op. Cit. Pág. 65.

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63

CAPÍTULO III

EL SIONISMO REALIZADOR : DEL FENÓMENO MIGRATORIO AL CONFLICTO

INTERNACIONAL

A_ Apuntes sobre las migraciones humanas

El período de desarrollo y concreción del sionismo político, junto con

las condiciones impuestas por el anti-judaísmo en Europa y las diferentes

políticas migratorias nacionales, significó un total reposicionamiento de

las poblaciones judías a escala global. Por esta razón es imprescindible

comprender al sionismo como fenómeno migratorio, además de político

y cultural.

Sin embargo, antes de dedicar nuestra atención al sionismo como

fenómeno migratorio, debemos ocuparnos con brevedad del desplaza-

miento de poblaciones como objeto de estudio en general, para compren-

der sus condiciones de aparición, razones y variedades posibles, antes de

indagar con qué tipo particular de migración humana estamos tratando.

En primer lugar, una migración humana implica el desplazamiento de

fracciones considerables de una población determinada, de modo tal que

puedan rastrearse las causas sociales de dicho desplazamiento. No es su-

ficiente, ni conceptualmente considerable, el desplazamiento de unos po-

cos individuos, pues en ese caso los motivos de la migración estarán refe-

ridos a situaciones no generalizables, remitiendo el hecho a un ámbito

distinto al de nuestro marco de estudio.

En segundo lugar, cabe distinguir entre las migraciones sistémicas y

las migraciones coyunturales. La primera clase de migraciones identifica

a los desplazamientos que forman parte de la vida cotidiana de una co-

munidad humana, como es el caso de los pastores trashumantes y las po-

blaciones nómadas en general, que hacen del desplazamiento una forma y

Page 64: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

64

un medio de vida. La segunda clase de migraciones, en cambio, se verifi-

ca cuando una población se ve impulsada a desplazarse por razones ex-

cepcionales, que no se vinculan con su modo anterior de subsistencia.

Desde los albores de las grandes civilizaciones, vale decir, desde la crea-

ción de los grandes estados, es este segundo tipo de desplazamiento el

que atrae la atención, tanto por la paulatina desaparición de las poblacio-

nes nómades como por el carácter invariablemente traumático de la expe-

riencia migratoria de carácter coyuntural. Porque la migración sistémica

puede poner en contacto pacífico e incluso fructífero a diferentes forma-

ciones sociales, pero la migración coyuntural, al poner en contacto a so-

ciedades no preparadas para el encuentro, supone siempre un cierto grado

de conflictividad, que puede incluso resultar catastrófica para alguna de

las partes implicadas.

En tercer lugar, debe considerarse la posibilidad de entender los

fenómenos migratorios cuyas causas eficientes no hayan sido producidas

por el desenvolvimiento propio de una sociedad determinada, sino que

afecten a esta sociedad por la acción de otra sociedad o por las condicio-

nes existentes en otras sociedades, condiciones que fuerzan o estimulan

el desplazamiento. Tal es el caso del desplazamiento de población en la

forma de mano de obra esclava, conocida desde la antigüedad y que en-

contró diversas formas hasta bien entrada la modernidad. Este es también

el fenómeno que se presenta detrás del “Efecto Llamada”, que promueve

el desplazamiento de poblaciones de zonas pobres hacia zonas, si no ri-

cas, al menos mejor posicionadas en términos laborales o vitales, tanto en

el ámbito regional como nacional y, a partir del siglo XIX, internacional

y hasta intercontinental. Este último es un factor de principal importan-

cia, como se verá, para comprender el fenómeno sionista.

Por último, debe atenderse a los casos en los que la migración de una

parte de la población de una región sea producida por la expulsión gene-

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65

rada por otro grupo social. Estos dos últimos aspectos del fenómeno mi-

gratorio son particularmente importantes en los desplazamientos de las

poblaciones durante el último siglo y medio. En cualquier caso, los efec-

tos de la migración coyuntural son inevitablemente traumáticos, como se

ha dicho, e implican cambios importantes para las poblaciones desplaza-

das, generándose modificaciones en sus pautas sociales y culturales y

dando lugar a sucesos inesperados en la historia de las culturas. Eviden-

temente, los resultados son traumáticos también para las poblaciones re-

ceptoras de la migración coyuntural. Todo ello no niega que pueda existir

enriquecimiento cultural en el intercambio verificado pero, lógicamente,

se busca aquí comprender los problemas sociales, y ello supone concen-

trar la mirada en los aspectos desfavorables de los procesos implicados.

Queda todavía una modalidad particular de migración: la colonizado-

ra. En este caso el proceso de desplazamiento se realiza en el marco de

una cultura y una formación económico-social dominante o que pretende

serlo66. Esta modalidad es importante para nuestro caso, y profundizare-

mos en ella más adelante, cuando hablemos del imperialismo moderno y

los procesos de colonización y descolonización. No obstante, diremos

que el apoyo económico, logístico y militar de una potencia imperial

convierte a la colonización en un caso límite y excepcional. Se trata de

un caso más cercano a las migraciones sistémicas, por cuanto se desarro-

llan en el marco social específico de un proceso de colonización como

política imperial, que a su vez responden a necesidades económicas o

demográficas de la propia potencia imperial. Hechas estas consideracio-

nes, podemos fijar nuestra atención en las formas modernas de las migra-

ciones para contemplarlas en perspectiva y atender a sus especificidades

con mayor facilidad.

66 Cfr. Amín, Imperialismo y desarrollo desigual. Op. Cit.

Page 66: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

66

Al respecto, hay que señalar en primer lugar que el desarrollo de los

modelos políticos exportados desde Europa a partir del siglo XV agota-

ron las existencias de áreas libres de jurisdicción, es decir, de zonas en

las que un colectivo migratorio pudiera establecerse sin colisionar o in-

teractuar con un marco político preexistente en la región de acogida. Por

lo tanto, cualquier desplazamiento de población que se verificara desde

entonces no sólo encontraría al colectivo desplazado bajo un sistema

jurídico-político diferente al propio –aún cuando el colectivo decidiera

permanecer aislado– sino que, en la práctica, debería adaptarse a las con-

diciones impuestas por el estado receptor. Por su parte, el completo éxito

del modelo de estado-nación, a veces encubierto bajo el sistema colonial,

imperial o de mandato, convirtió al fenómeno migratorio en un asunto de

relaciones internacionales. Le confirió una entidad jurídica que no nece-

sariamente abarcaba todas las posibilidades, ni tampoco garantizaba por

ello mejores condiciones para las poblaciones desplazadas, pero que en

todo caso es insoslayable para atender a las formas actuales del fenóme-

no.

Incluso los casos de desplazamiento forzado –represiones, guerras,

persecuciones, etc.– se enmarcan desde entonces en la esfera de lo nacio-

nal y se tratan como problemas de relaciones internacionales. Sobre esta

base se levanta un complejo sistema de administración de las migracio-

nes humanas cuya dimensión predominante, pero no exclusiva, es

económica, sustentada sobre todo en los intereses políticos de los secto-

res gobernantes y los intereses económicos de las clases capitalistas de

las potencias imperiales, tanto en su propio territorio como en sus colo-

nias. La lucha inter-imperialista y los conflictos armados desatados en

pro de una mejor posición en el mercado mundial habrían de convertirse,

de hecho, en el principal aliciente para los desplazamientos forzados,

Page 67: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

67

mientras que las condiciones económicas desiguales de diversas regiones

estimulaban las migraciones coyunturales relativamente voluntarias.

El desarrollo económico promovió a partir del siglo XVII la migra-

ción del campo a la ciudad, que se convirtió en la pauta dominante de

distribución demográfica en muchos estados nacionales. El despliegue

industrial de la segunda mitad del siglo XIX creó las condiciones para

que amplias masas de población se desplazaran a los centros industriales

de Europa occidental y Norteamérica.

Durante el siglo XX tanto las políticas de expulsión o persecución

como la re-estructuración o desaparición de los sistemas económicos tra-

dicionales se han convertido, ante la desaparición del esclavismo y el

nomadismo, en las causas principales de las migraciones coyunturales.

Como veremos, ambas condiciones interactúan en el caso que nos ocupa,

y su reconocimiento es útil para enmarcarlo y comprenderlo en el contex-

to de un proceso más amplio.

B_ La migración judía a Palestina durante el período pre-estatal

1_ Elementos generales de la migración judía a Palestina

Así como los conflictos con la población árabe de Palestina y con los

países árabes vecinos no terminaron con la Guerra de 1947 a 1949, el

fenómeno sionista tampoco se agotó con la creación del estado de Israel.

De hecho, su particularidad como fenómeno migratorio coyuntural es la

prolongación en el tiempo de su vigencia efectiva, motivada por el impac-

to ideológico del sionismo en la judeidad. Al día de hoy, condiciones ide-

ológicas, políticas y jurídicas continúan alimentando la migración de di-

versos colectivos judíos hacia Israel, sí bien por razones bien distintas.

Esto contribuyó a la vigencia del sionismo en su aspecto realizador

además de ideológico-político y al variable pero reiterado afincamiento de

Page 68: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

68

población judía inmigrante desde muy diversas geografías. Desde lo que

se considera la primera Aliá67, la primera corriente de colonización judía

en Palestina impulsada por el sionismo religioso de Hibat Zion, hasta las

últimas olas migratorias de la última década del siglo XX, signada por la

instalación de grandes contingentes de judíos rusos que provenían del de-

rrumbe del imperio soviético ha pasado un periodo de tiempo significati-

vo.

Esta extensión en el tiempo puede explicarse sólo en forma multilate-

ral, pues no es un mero impulso inercial de nacionalismo judío lo que

arrastró a cada oleada migratoria. En cualquier caso, todas las oleadas mi-

gratorias que antecedieron a la formación del estado guardaban una rela-

ción particular. En ellas, en el aspecto ideológico, se combinaban un prin-

cipio de acción racional con arreglo a valores que se puede denominar

“tradicional”68, alimentado por la constante presencia de la Tierra Prome-

tida como elemento central en la mitología judía y también en elementos

de carácter escatológico, como interpretación del cumplimiento de las

“promesas permanentes” que eran interpretadas de las Sagradas Escritu-

ras: nos referimos aquí, particularmente, a la renovación del Reino Daví-

dico como acto y símbolo de la redención del Pueblo Judío69. El adveni-

miento del Reino Renovado contaba, además, con una promesa esperada

y temida por los creyentes de las tres religiones monoteístas: El Fin del

Mundo, el Juicio Final y la Consagración del último estado de Perfección

67 Aliá (pl. Aliot): Éste término es sumamente significativo, pues su traducción literal es “ascensión”, la elevación –física y espiritual– a la Tierra de Sion. El emigrante a Israel es un Olé, un “ascendente”, de modo que el sustantivo mismo adjetiva la acción social, asignándole un valor moral positivo. Como Aliot son designadas las sucesivas corrientes migratorias intensas, como se desarrolla más adelante. 68 Cfr. Weber, Economía y Sociedad, FCE, 1992. 69 Jeremías y Ezequiel son, quizá, los libros canónicos hebreos en los cuales este tema es abordado de manera más extensa.

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69

Cósmica; de modo que el atractivo puramente místico de la empresa no

puede ser descartado sin más.

A este principio tradicional se une el elemento axiológico moderno,

aportado principalmente por el sionismo político y su propaganda en las

comunidades judías, que hemos intentado caracterizar más arriba. Por su-

puesto, ambos dispositivos ideológico-prácticos implicaban una actividad

que podríamos caracterizar como un objetivo general: el de la creación de

un estado judío en Palestina. Pero este principio teleológico es secunda-

rio, siendo una derivación necesaria de la combinación de los elementos

axiológicos destacados.

Pero el fermento principal de la experiencia, que cambiaba en cada ca-

so, es quizás el mecanismo de acción racional con arreglo a fines que im-

pulsó a cada oleada migratoria a fijar su destino en Palestina. Al repasar

con algún detalle las cifras de los contingentes migratorios y los contextos

históricos de las principales fuentes geográficas de cada caso, puede ob-

servarse como el contexto social original de cada colectivo emigrante ex-

plica los motivos de una decisión siempre difícil para una población ajena

al nomadismo como modo de vida, impulsada a un proceso dificultoso de

migración coyuntural.

En el caso de los inmigrantes judíos a Palestina, dos son los elementos

principales que influyeron en la decisión: el antisemitismo ideológico y la

pobreza. Porque, exceptuando casos extremos de convencimiento ideoló-

gico, la enorme mayoría de los emigrantes que se radicaron en Palestina

se enfrentaban en sus países de origen a uno de estos elementos, y en oca-

siones a ambos, como ya lo destacaba Ahad Ha´am. Los componentes

axiológicos de la decisión influían en el destino elegido, pero era la

búsqueda de mejores condiciones sociales y económicas lo que empujaba

la migración, convirtiéndola de una posibilidad en una acción.

Page 70: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

70

No es adecuado, por otra parte, simplificar la cuestión relacionando

uno de los factores con uno los destinos, uniendo la causa “Antisemitis-

mo” con el destino “Palestina” o la causa “Pobreza” con otros destinos: la

valoración de los ideales del Sionismo, político o religioso, tuvieron un

peso importante en la selección del destino, lo cual dividió las decisiones

en buena parte de las comunidades.

En cualquier caso, ambas causas interactuaban generando oleadas

cíclicas en las que el factor ideológico introducido por el sionismo se

transformó en una causa de creciente importancia. Ello ocurrió a medida

que ganaba consistencia política, lo cual le otorgaba visos de posibilidad

al planteamiento utópico que, a su vez, ganaba legitimidad.

Porque las condiciones de las poblaciones judías tendían a empeorar

debido tanto a la paulatina destrucción de las bases económicas tradicio-

nales, en el caso de las comunidades rurales y de las masas trabajadoras,

como por el incremento del factor racista en las políticas de estado, mien-

tras que los asentamientos judíos en Palestina ganaban en organización y

capacidad de desarrollo. Posteriormente, la concreción del ideal político

sionista contribuyó también a estimular oleadas posteriores de diferentes

colectivos, tanto en forma pasiva, por su sola presencia como nuevo cen-

tro político del mundo judío, como en forma activa, llevando adelante

políticas migratorias de diferente tipo, tanto en el aspecto de la absorción

como en el de la motivación. No es casual que el estado de Israel sostenga

desde mediados de la década de 1960 un “Ministerio de Absorción” de

nueva población, ni que haya llevado adelante planes tan arriesgados co-

mo el “rescate”, en operaciones militares, de colectivos judíos como el

iraquí o el etíope.

Hasta la Segunda Guerra Mundial se cuentan cinco olas migratorias de

importancia, signada cada una de ellas por uno o dos picos significativos.

El análisis cualitativo de cada caso muestra que los colectivos inmigrantes

Page 71: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

71

son diferentes entre sí, tanto por el lugar de origen como por su confor-

mación. Por otra parte, la mayoría de los inmigrantes de esta época termi-

naron por dedicarse a las labores agrícolas. Estas labores tenían el doble

objetivo de mantener a la Yishuv y de “fijar” la tierra como medio de

apropiación territorial previo a la creación del estado.

2_ La Primera Aliá (1882–1903)

Como se ha dicho, se conoce como “Primera Aliá” al asentamiento de

las primeras comunidades europeas judías europeas a fines del siglo XIX,

impulsadas ideológicamente por el pensamiento nacionalista-religioso de

Hibat Zion, y prácticamente por los pogromos de 1881–8270. Más que

importante en su número, apenas sumó entre 20 y 30 mil emigrantes, es

importante como antecedente práctico para el sionismo político y realiza-

dor, pues sus comunidades rurales, conocidas como “moshavot”71, sirvie-

ron de ejemplo para los asentamientos posteriores, que llevaban ya el sig-

no del sionismo político.

Aproximadamente al mismo tiempo que el millonario Edmond de

Rothschild brindó apoyo económico a esta iniciativa, otro filántropo jud-

ío, el barón de Hirsch, prefería ayudar a los emigrantes judíos europeos

para asentarse, por ejemplo, en las amplias zonas rurales de Argentina.

Pese a la indudable importancia de esta “Primera Aliá”, los esfuerzos (fi-

nancieros, se entiende) de Hirsch, dieron mejor resultado que los de

70 Tanto la denominación de las olas migratorias judías hacia Palestina como los gua-rismos aproximados que ofrecemos para ellas pueden encontrarse en diversas fuentes, que aparecerán en la bibliografía. 71 El régimen de la Moshavá es diferente al del Kibutz. Este último responde a la in-fluencia del socialismo, mientras que el modelo de la Moshavá es heredero de las co-munidades-aldea de Europa oriental, los Shtetls, y se caracterizan por un cooperati-vismo rural o manufacturero combinado con propiedad privada.

Page 72: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

72

Rothschild. Porque las dificultades con la población árabe, el gobierno

turco y el propio territorio, considerado en términos económicos, contri-

buyeron para que aproximadamente la mitad de esos inmigrantes decidie-

ran marcharse luego de Palestina, reafirmando la tesis de la importancia

de la acción de acuerdo a fines frente a los valores involucrados. El

“Amor por Sión”, en este caso, no alcanzaba el completo sacrificio, sino

que se encontraba matizado por los intereses más concretos de la estabili-

dad, la seguridad y la supervivencia.

Si se considera que la población judía estimada a escala mundial para

principios del siglo XX era de unos 11 millones de personas72, la mayor

parte de ella afincada todavía en Europa oriental, vemos que esta iniciati-

va afectó sólo a una fracción poco significativa de esta población. La ma-

yor parte de esta ola provino de Rusia, y se trataba de campesinos con

fuertes convicciones religiosas. Junto a ellos se trasladaron intelectuales y

rabinos que contribuyeron también a la activación de la vida cultural pro-

piamente judía en la zona.

Parte de esta población emigrante se asentó en las ciudades, especial-

mente en aquellas en donde ya existían barrios judíos. Por ejemplo, en

Jerusalén la población del sector judío creció con la llegada de emigrantes

Teimanim, es decir, judíos yemenitas. Éstos se sumaron a la actividad

económica como obreros de la construcción y, posteriormente, como tra-

bajadores rurales en las Moshavot dedicadas a la producción de cítricos.

Su llegada marca la primera aparición de población judía de origen no-

europeo vinculada al sionismo, y con ella la oportunidad de verificar las

enormes diferencias culturales existentes entre colectivos judíos diferen-

tes. Décadas después de creado el estado de Israel la adaptación de los

Teimanim continuaba siendo considerada un problema73. El componente

72 Fuente: World Jewish Congress (WJC). Lerner Publications Company, 1998. 73 Cfr. Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz. Op. Cit.

Page 73: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

73

“oriental” de la población judía en Palestina, con el desarrollo del nacio-

nalismo árabe, violentamente anti-judío en muchos casos, se incrementó

notablemente hasta el momento de la creación del estado74.

3_ La Segunda Aliá (1904–1914)

Sin ser tampoco impresionante en cifras el impacto social y político de

la segunda oleada migratoria, con sus 40.000 personas inmigrantes, fue

mucho mayor, aunque también de esta oleada casi la mitad de las familias

decidieron no radicarse en Palestina. Esto destaca la circunstancial debili-

dad del sionismo como fuerza política efectiva, pues no sería en verdad

influyente sino hasta el establecimiento del predominio británico en la

zona, al finalizar la primera guerra mundial. Pero esta oleada migratoria

marca el primer triunfo del sionismo político en su aspecto realizador,

pues se suma a los indudables avances que en materia de legitimación y

consenso –y también de apoyo financiero– obtenían los sucesivos congre-

sos sionistas en Europa.

Estos colonos, que inauguran realmente la etapa jalutziana75 del sio-

nismo, llegan también principalmente desde Rusia, empujados por los

grandes pogromos y portando ahora modernos principios socialistas que

se ponen en práctica con la formación de los primeros Kibutzim, siendo

el primero de ellos Degania, fundado en 1909, y la institución de las

primeras fuerzas de autodefensa judías en Palestina: Ha-Shomer, “El

Vigía”; sin embargo, este cuerpo es cualitativamente diferente de la

Haganá, porque no se trata de una policía militarizada, sino de pioneros

que cumplían dicha función en forma supletoria. Las diferencias religio-

74 Cfr. Ben Ami y Medin, Historia del estado de Israel Op. Cit. 75 De Jalutz, pionero. El movimiento jalutziano es, en general, la fase práctica del sio-nismo político.

Page 74: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

74

sas no eran obstáculo para la formación de estas particulares explotacio-

nes colectivas, que en estos primeros tiempos eran de carácter netamente

agropecuario y en conjunto desempeñaron un papel clave en el desarrollo

de la colonización judía de Palestina.

En esta etapa comenzarán a desarrollarse las ciudades pobladas casi

exclusivamente por judíos, como Tel–Aviv, pues en el resto de la región,

incluyendo Jerusalén, la población, sólo con minorías judías (o carecían

completamente de judíos). Este elemento contribuirá a la larga a la con-

formación demográfica y por lo tanto incidirá en un aspecto clave para la

distribución del territorio, como es el factor de las mayorías relativas de

población. Consecuentemente, este factor fue considerado fundamental en

los posteriores intentos políticos de partición del territorio. También para

esta época comienza a utilizarse el hebreo, modernizado durante el siglo

XIX, como lengua cotidiana76, pues el lenguaje principal de los judíos

asquenazíes era el yiddisch (o directamente el ruso), mientras que el de

los Sefardíes era el judeo-espanyol y el de los mizrahíes el árabe. Esta

renovación lingüística resultó en una insignia cultural del sionismo, como

símbolo frente al judaísmo arcaico, no nacionalista, con quien se enfren-

taba ideológicamente. Sin duda es una ironía histórica que el yiddisch re-

presente al “viejo judaísmo”, por cuanto es una lengua relativamente nue-

va, pues su historia, desde el primitivo “Laaz” , no alcanza todavía los

nueve siglos de edad, frente a una lengua como el hebreo, no sólo varias

veces milenaria, sino que en el siglo XIX estaba prácticamente muerta

como lengua coloquial77. Para la mayor parte de las comunidades judías el

hebreo se conservaba como lengua litúrgica e incluso algunos sectores la

reservaban a este papel en forma imperativa, considerándola como

Lashón Ha-Kodesh, la Lengua de lo Sagrado, que sólo debía usarse para

76 Cfr. Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz. Op. Cit. 77Cfr. Shyovitz, The History and Development of Yiddisch, www.us-israel.org.

Page 75: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

75

oficiar el culto, en forma análoga a lo que ocurriera con el latín en el culto

católico romano.

Tanto ésta Aliá como la primera tienen en conjunto otro importante

significado político, que consiste en preestablecer las bases de una pobla-

ción judía autónoma en Palestina, fundamental para el período de manda-

to británico, pues constituye una fuente de legitimación y de presión polí-

tica, sin la cual difícilmente el sionismo hubiera conseguido sus objetivos.

A escala mundial, no obstante, el sionismo como fenómeno migratorio

continuaba siendo marginal para las poblaciones judías europeas, que se-

guían prefiriendo otros destinos, en especial la costa este de los EUA. Los

partidos políticos y las organizaciones obreras también comienzan a

hacerse presentes, consolidando la vida judía institucionalizada y llevando

a la región formas de vivir (y de luchar) occidentales, convirtiéndose así

en factores importantes de la localización en Palestina de las costumbres

europeas.

4_ La Tercera Aliá (1919–1923)

Al finalizar la primera guerra mundial la población judía residente en

Palestina contaba con unos 50.000 miembros y, con esta tercera oleada,

algo mayor que las anteriores, el número se elevó a casi 90.00078. Este

incremento incorporó más de 6000 nuevos colonos por cada año y se su-

maba a la creciente influencia británica en la región. Todo ello acrecenta-

ba el riesgo de que la Declaración Balfour y la resolución de la conferen-

cia de San Remo comenzaran a dar avisos de efectividad, y ello no podía

78 Para esta etapa, la fuente de los guarismos que indican las poblaciones parciales y el incremento debido a la inmigración ha sido The Emergence of the Palestinian-Arab National Movement, 1918-1929. Frank Cass, 1996, pp. 17-18, 39. Citado por Bard, British Restrictions on Jewish Immigration. Una fuente más fiable, aunque menos detallada, que confirma estos datos es: Statistical Abstract of Israel, CBS, 1998.

Page 76: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

76

dejar de intranquilizar a la población árabe, que ninguna fuente declara

que haya sido consultada respecto de la posibilidad de crear el estado jud-

ío en Palestina.

Las indudables mejoras que se producen ya en ésta época en materia

de explotación agrícola y diversificación de las manufacturas no compen-

saron el déficit político que representó este tratamiento del asunto. Algu-

nos sectores de la población árabe notaron, sin embargo, la constante in-

versión en bienes de capital y la ampliación del mercado regional, que era

manifiesta. Así: “el sector de los musulmanes pobres, quienes precisa-

mente se habían beneficiado con los primeros asentamientos judíos, en

general tenían buena predisposición hacia los judíos, mientras que los

árabes cristianos les eran hostiles”79. Porque si bien el gobierno británi-

co, ante la avalancha migratoria (en un quinquenio ingresaron más judíos

que en las dos décadas anteriores), estableció “cuotas” para la Aliá, esto

sólo sirvió para fomentar la inmigración ilegal. Los guarismos se dispa-

rarán de todas formas los años subsiguientes, y con ellos la excitación

política, produciéndose importantes enfrentamientos judeo-árabes en

1921, que prefigurarán los graves conflictos de 1929. No obstante esto, la

población árabe continuaba siendo la absoluta mayoría en el territorio:

para 1922 el censo contabilizó 84.000 judíos y 643.000 árabes (incluidos

los árabes cristianos)80.

En el plano interno de la colonia judía, las instituciones políticas del

futuro estado comienzan a prefigurarse: se crea la poderosa central obrera

judía, la Histadrut, y emergen el Consejo Nacional y la Asamblea de Re-

presentantes. Las estructuras económicas comenzarán a perfilar alternati-

vas al trabajo rural, que continuará siendo la actividad predominante, al

conformarse las primeras manufacturas industriales sustitutivas. Este de-

79 Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz. Op. Cit. Pág. 99. 80 Bard, British Restrictions on Jewish Immigration. Op. Cit.

Page 77: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

77

sarrollo de la colonia judía en medio de la ambivalente política imperial

se interpretó –correctamente– como un avance del sionismo político, lo

cual contribuyó a reforzar la capacidad política del movimiento, cuyos

congresos continuaban reuniéndose en Europa. Pero también crecieron los

motivos de incomodidad y sedición entre la población no-judía mayorita-

ria.

5_ La Cuarta Aliá (1924–1929)

Aún cuando sucede en el tiempo a la oleada anterior, sin que se inte-

rrumpiera el flujo migratorio por una gran guerra (como entre la segunda

y la tercera) y sin que mediaran diferencias ideológicas (como entre la

primera y la segunda), este momento es crítico y cualitativamente diferen-

te a los anteriores: empujado por una crisis económica mundial sin prece-

dentes. La razón es que el desplazamiento alcanzó a comunidades urba-

nas, en especial de Alemania.

En sólo tres años a partir de 1924, ingresaron cerca de 60.000 personas

y, consecuentemente, muchas lo hicieron en forma clandestina. Ya no se

trataba sólo de trabajadores rurales, sino también de profesionales y técni-

cos que contribuyeron a darle un nuevo impulso económico a la colonia

judía. Al mismo tiempo, volvían más palpable su presión demográfica,

pues un crecimiento tan brusco de una población que ya resultaba conflic-

tiva no podía dejar de tener graves consecuencias, en la forma de una re-

acción violenta de los líderes árabes. No parece, en realidad, que éstos

últimos tuvieran otros medios de influir sobre la política británica, que no

obstante mantuvo en vigor el “Documento Blanco”. Nuevamente, el etno-

centrismo occidental, al negar políticamente a una parte importantísima

de la población, se muestra como uno de los puntos de partida de los con-

flictos crónicos posteriores.

Page 78: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

78

Además, este brusco crecimiento puso seriamente en duda la capaci-

dad de absorción de la tierra, pese a las importantes mejoras ya realizadas,

y de hecho una cuarta parte de los inmigrantes de esta Aliá abandonaron

el país. Como resultado, en 1927, dos años después del pico más alto de

inmigración, la cantidad de emigrantes superó a la de nuevos inmigrantes,

que apenas pasó la exigua suma de 3000 personas, si se consideran las

más de 34.000 ingresadas dos años atrás. Esta etapa terminó con los vio-

lentos enfrentamientos de 1929, lo cual supuso el estrangulamiento de la

paciencia imperial y el incremento de la actividad represiva en ambos

“frentes” el judío y el árabe. No obstante, los acontecimientos europeos,

por completo irrefrenables, pronto volverían inútiles estos esfuerzos.

6_ La Quinta Alía (1930–1939)

En este período de casi una década se concentran momentos cruciales

marcados por el profundo deterioro de todas las relaciones políticas inter-

étnicas e internacionales. En lo que hace al fenómeno migratorio en sí,

pueden observarse dos etapas bien definidas: la primera de ellas abarca el

trienio 1930-32, en el cual la inmigración judía se vio contenida por la

política británica y por la propia falta de impulso del movimiento sionista.

Pero con la ascensión al poder del partido nacionalsocialista en Ale-

mania, que hizo del antisemitismo una parte central de su programa polí-

tico, las cifras de inmigración volvieron a superar los índices conocidos.

Si en 1932 ya se notó un fuerte incremento con respecto al quinquenio

anterior, a partir de 1933 los picos se suceden hasta alcanzar la máxima

expresión en 1935, con más de 66.000 inmigrantes en un sólo año. En to-

tal, desde la llegada de Hitler al poder hasta 1939, ingresaron a la región

unas 235.000 personas. De este modo, para 1940 la población judía en

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79

Palestina alcanzaba las 450.000 almas, lo cual acortó sensiblemente las

diferencias respecto de la población árabe.

Con esta oleada dejan de contarse las Aliot como experiencias pione-

ras, si bien ello de ninguna manera representó el fin del sionismo como

fenómeno migratorio, Por el contrario, éste alcanzará un nuevo nivel en

los años que siguieron al fin de la guerra.

C_ La activación del conflicto mediante la realización de la utopía

Sí fuera necesario marcar un período para el inicio del conflicto árabe-

palestino-israelí éste debe indicarse en el período comprendido entre la

segunda ola migratoria y el comienzo de la quinta. Es durante este lapso

que el sionismo político desarrolla su estrategia de ocupación territorial,

mediante el asentamiento de población, la creación de órganos políticos

propios y la adquisición de tierras, haciendo evidentes sus intenciones

(que siempre fueron explícitas), tanto para la población autóctona como

para las potencias imperiales. Al respecto deben destacarse las particula-

ridades de la colonización sionista, que representa la base poblacional de

la realización nacionalista, pues son circunstancias decisivas para com-

prender el tipo de enfrentamiento planteado, tanto en el ámbito político

como en el ideológico. Pero, coincidentemente, este período está marcado

por una fuerte inestabilidad política a escala internacional que hace difu-

sos los límites de los hechos históricos. Esta indeterminación se ha acre-

centado por causa del constante tratamiento interesado de la problemática

en la bibliografía existente y en los discursos ideológico-políticos de las

partes involucradas e incluso de terceros interesados en favorecer una u

otra posición. Hasta tal punto llega la dificultad que no es fácil encontrar

datos cruzados que corroboren las principales fuentes, incluyendo a los

Page 80: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

80

datos producidos por organismos internacionales, presuntamente neutra-

les. Como consecuencia, es en el análisis cualitativo en donde se encuen-

tran mejores respuestas.

En primer lugar, el sionismo no representa un modo típico de coloni-

zación pues puede decirse de sus activistas que “Se trataba de coloniza-

dores y no de colonialistas. Su objetivo no fue el de aprovechar las mate-

rias primas para enriquecerse fácilmente, sino que se dedicaron a dese-

car pantanos y a luchar contra la inclemencia de los desiertos. Tampoco

llegaron para explotar la mano de obra de los árabes, sino que elevaron

el principio del propio trabajo a fe religiosa y vieron en el mismo el me-

dio esencial para la redención de los judíos”81. Ciertamente, este modo

de expresar la cuestión no carece de contenido ideológico, pero no deja de

describir adecuadamente el funcionamiento de las colonias judías pione-

ras. En segundo lugar, se trataba de una colonización dependiente de los

intereses de potencias imperiales con sus propios y característicos modos

políticos. La dependencia de la jurisdicción otomana primero y de la

británica después, que nunca fueron completamente pro-sionistas, implica

una diferencia importante respecto de otras experiencias colonialistas, en

las que la potencia dominante apoyaba con su fuerza militar el estableci-

miento de emprendimientos colonizadores.

Un grado considerable de utopía, de intención redentora, bien diferente

de la pura codicia que impulsó ideológicamente al capitalismo desde sus

comienzos, subyace en el discurso fundacional del sionismo. La exalta-

ción “del propio trabajo” no coincide sólo con la vocación socialista: ya

el movimiento de los Jasidim sostenía esta tradición al menos desde un

siglo antes del surgimiento del socialismo político. Pero, pese a no ser

colonialista en el estricto sentido de la expansión capitalista de los siglos

XVII al XIX, el sionismo realizador tampoco podía pretender ser neutral 81 Cfr. Ben Ami y Medin, Historia del estado de Israel, Op. Cit. Pág. 34.

Page 81: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

81

y objetivo ante la situación social con la que se enfrentaba el emprendi-

miento. Parece bastante claro, considerando los discursos de los principa-

les líderes sionistas, que el aprovechamiento de la política expansionista

francesa y británica es conciente, y más todavía después de haber fracasa-

do los intentos de negociar con el imperio otomano. Este aprovechamien-

to suponía obtener una posición ventajosa frente a poblaciones autóctonas

relativamente indefensas. Porque era también evidente que en el territorio

deseado existía una población autóctona no judía que no podía ser neutral

ante la idea de vivir en un estado con una vocación etnocéntrica tan mar-

cada como la que pretendía el ideal sionista: “Observamos que Borokhov

menciona en ciertos escritos a los Fellahs de Palestina. Esta evocación

de los habitantes del país es bastante ocasional en la literatura sionista

de la época, cuya característica precisamente es ignorar deliberadamente

la existencia de los autóctonos”82.

Esta observación es pertinente y se corresponde con los intereses

explícitos del sionismo. Pero destaca al mismo tiempo sus diferencias con

el colonialismo clásico, pues éste centra su atención en el control y la ex-

plotación de las poblaciones colonizadas. La población autóctona de Pa-

lestina vivía en su mayor parte en malas condiciones, bajo la forma es-

tructural de un capitalismo agrícola cuasi-feudal, estructuralmente arcaico

y tecnológicamente atrasado, pese a los fallidos intentos modernizadores

que se intentaron en el imperio otomano. Era un sistema basado en la

concentración de la tierra y la riqueza y en el endeudamiento de las masas

campesinas, y bajo la forma política de un imperio decadente en dónde el

poder se distribuía en forma despareja y arbitraria. Por ello mismo, no

tiene sentido oponer a la pintura idílica del sionismo progresista, pionero

y justiciero frente a los palestinos –aunque lamentablemente incompren-

dido–, un cuadro bucólico de un pueblo palestino secularmente feliz y 82 Weinstock, El Sionismo contra Israel, Op. Cit. Pág. 87.

Page 82: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

82

libre de las garras del sionismo. Ambas imágenes son igualmente falsas.

La realidad es más similar a la de muchos pueblos que, con la llegada de

los conquistadores europeos, se vieron liberados de una forma de domina-

ción para terminar en otra forma de opresión. La ceguera de esta situación

no era total en las filas del sionismo político, sin embargo: “ [Martín] Bu-

ber recordó hasta qué punto el lugarteniente de Herzl, Max Nordau, fue

trastornado por el descubrimiento (!) de que Palestina estaba poblada de

árabes y que los sionistas cometían, de hecho, una injusticia respecto a

ellos”83.

Sin embargo, de esta conciencia y de esta conmoción no se siguieron

unos pasos políticos destinados al diálogo con la población autóctona. Es-

ta falta de diálogo sólo puede atribuirse a la evidencia del antagonismo de

intereses, pues no podía esperarse que la población árabe (cristiana o mu-

sulmana) se sometiera sin más a la jurisdicción de un estado étnico (y,

para peor, judío) en forma pacífica y comprensiva. Las grandes potencias

tampoco tuvieron en cuenta el punto de vista árabe, de modo que llegó un

momento en el cual la curva de la realización política superó la de la utop-

ía y se concentró en la consecución de su objetivo, dejando de lado los

ideales pacifistas que sin dudas existieron, pero que resultaron desborda-

dos por las necesidades inmediatas.

Por otra parte, los efectos conciliadores de la modernización económi-

ca introducida por los colonos sionistas (un aspecto crónicamente olvida-

do por la propaganda anti-sionista, incluida la de tipo progresista) no al-

canzaron a mitigar los efectos políticos a largo plazo. Porque unas mejo-

res condiciones de vida para la población árabe campesina implicó una

pérdida de poder relativo de los terratenientes árabes tradicionales y su

correspondiente agitación. Con toda probabilidad, el desplazamiento pre-

maturo de la mano de obra árabe (lo cual, de todas formas, terminó por 83 Ibídem. La bastardilla y el signo de admiración son del autor.

Page 83: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

83

ocurrir) habría tenido idénticos efectos negativos. Pero la cuestión central

es que, dada la preexistencia de población autóctona en Palestina, todo el

proyecto sionista era inviable a largo plazo sin un enfrentamiento político

de fondo, como ocurre en cualquier emprendimiento colonial. Y ello tanto

con la población árabe, dado que la admisión de la creación de un estado

étnicamente no-neutral en su territorio implicaba la aceptación de una

ciudadanía de segunda clase (sin ir más lejos, en lo que a beneficios mi-

gratorios se refiere, afectándose ampliamente la “igualdad de oportunida-

des”), como con la potencia imperial que ocupara la zona.

Ciertamente, de no haber contado la Yishuv con la capacidad suficiente

de generar una estructura social propia, el proyecto del estado étnico

podría haber fracasado, debido a la necesaria compaginación de las colo-

nias judías con la población árabe, reconduciendo la situación a un com-

plejo típicamente colonial y, en este sentido, étnicamente insostenible.

Pero la cíclica y creciente llegada de nuevos inmigrantes judíos, una bue-

na proporción de los cuales debía ofrecerse como mano de obra en los

asentamientos rurales, supuso la aparición de una clase obrera propiamen-

te judía en Palestina. Con ella se dieron las bases para la existencia de una

sociedad estructurada en términos occidentales, pero conformada por una

población casi completamente judía, con sus correspondientes conflictos

y fórmulas de administración de los mismos. Con esta división social

termina por hacerse posible un estado judío sin árabes o palestinos, y ter-

mina también la construcción de la utopía, abriéndose el camino de la

evolución política hacia el estado nacional.

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84

D_ El sionismo en el contexto de la segunda guerra mundial

1_ Hacia la Tierra

En la práctica, cada Aliá representó una duplicación de la Yishuv, si se

observan en forma homogénea sus resultados y elevando a la vez las cres-

tas y los valles de cada ola. Pero la revolución causada por la Quinta Aliá

y su entorno histórico a escala internacional es total, pues no dejó de

cambiar ninguno de los parámetros geopolíticos importantes.

Esta etapa marca el agotamiento de la capacidad negociadora del im-

perio británico. El régimen del mandato era inoperante para administrar el

problema planteado en una forma que no fuera coactiva, al mismo tiempo

que su propia posición en el ámbito internacional se veía amenazada y no

tardaría en caer, estimulada por la inestabilidad de buena parte de su im-

perio colonial y por la ascendente capacidad militar de Alemania y tam-

bién de la Unión Soviética84. Los disturbios de 1936 y el fracaso rotundo

de la propuesta de la “Comisión Peel” para la partición de Palestina, que

daba a su vez por terminada la utilidad del régimen mandatario, agotaron

los mecanismos políticos en este aspecto. Por otra parte, el dubitativo ali-

neamiento de los líderes árabes frente a la inminente guerra europea no

les ayudó a mantener sus posiciones políticas, pues al menos Gran Breta-

ña no podía dudar de la posición que tomaría cualquier colectivo judío al

respecto y, de hecho, varios batallones judíos sirvieron para el Imperio en

diferentes frentes.

Pese a ello, las relaciones eran sumamente ásperas en este lado tam-

bién, principalmente debido al mantenimiento del Documento Blanco y la

liquidación práctica de la Declaración Balfour. Demasiado tarde los agen-

tes del imperio británico decidieron darse cuenta que la población árabe

84 Cfr. Hobsbawm, Historia del Siglo XX. Op. Cit.

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85

no había sido tomada en consideración pero que, a su vez, el sionismo

realizador había crecido demasiado como para anularlo sin más. Y más

aún cuando no parecían quedarle al judaísmo muchas opciones de super-

vivencia, lo cual catapultó definitivamente al sionismo en su margen de

legitimidad interna: con el terror racista nazi, los mecanismos sociales de

exclusión que habían convencido a Herzl de la necesidad de separar a los

judíos y brindarles la protección de su propio entorno nacional parecían

una necesidad ineluctable más que una opción política. En estas condicio-

nes, la polarización y el integrismo aparecen como un resultado indesea-

ble, pero de ninguna manera sorprendente.

Dado el desarrollo de la guerra, la atención imperial estaba puesta en

su propia supervivencia, y el problema palestino quedó relegado en la lis-

ta de las prioridades políticas. Antes de la invasión a Polonia se había in-

tentado reunir a las partes en una conferencia infructuosa, de modo que al

finalizar la guerra el problema era una herida abierta de creciente exten-

sión. Los grupos sionistas más activos continuaron la lucha contra el pro-

pio imperio británico en dos frentes. En el frente demográfico, crearon

una red integral de tráfico ilegal de inmigrantes judíos (junto con otros

elementos necesarios). Se la llamó Alyah Beth (literalmente “Aliá ‘B’”).

En el frente militar, creando fuerzas de choque y enfrentamiento que poco

tenían que ver con la autodefensa, cuyo grupo principal fue el Irgún.

El fin de la guerra y la revelación del alcance del genocidio nazi (o

más bien: la capacidad de medir sus efectos socio-políticos) alteraron por

completo el panorama. Mientras que la restringida e ilegalizada entrada

de judíos a Palestina se redujo a unos 20.000 inmigrantes al año entre

1939 y mediados de 1948 (incrementando la Yishuv hasta unas 650.000

personas), la comunidad internacional tomó conciencia de que debía darse

una respuesta a la cuestión judía. Gran Bretaña decidió abandonar el

régimen del mandato, acordado en 1922 con la extinta Liga de las Nacio-

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86

nes, a la que la Organización de las Naciones Unidas vendría a suplantar

respondiendo al nuevo balance estratégico global. Como no se optó por

perseguir una solución consensuada (por ser considerada imposible), se

prefiguraba ya –y se evaluaban los posibles resultados– el enfrentamiento

entre las poblaciones árabes y judías ya fuera en términos políticos o terri-

toriales. Para los operadores internacionales parecía claro que sólo la

fuerza resolvería la cuestión, o al menos eso se deduce de las posiciones

tomadas al margen de los discursos. De este modo, realmente ninguna

parte actuó para evitar que el enfrentamiento ocurriera.

En términos demográficos, el genocidio nazi produjo un violento reba-

lanceo en la distribución de las poblaciones judías, que habían desapare-

cido prácticamente de toda Europa oriental, excepto en la Unión Soviéti-

ca, en dónde de todas formas se encontraban en una situación deplorable

por la animadversión del régimen estalinista contra las diferencias inter-

nas de todo tipo. En particular, los intelectuales judíos en la URSS fueron

víctimas de una caza de brujas, una suerte de Macartismo en versión co-

munista85.

De todo ello resultó que el brusco descenso en el recuento de la pobla-

ción judía mundial fortaleciera relativamente a la población judía en Pa-

lestina, pues los que habían podido refugiarse en Palestina se habían sal-

vado del exterminio, cumpliendo las profecías auto-realizadoras sionistas

al pie de la letra: “Los supervivientes de los guetos y de los campos, aque-

llos que habían salido con vida de la pesadilla de la total desesperanza y

abandono –como si el mundo fuera una jungla en la que a ellos les co-

rrespondiera el papel de presa inerme–, tan solo tenían un deseo, el de-

seo de ir allí donde jamás volvieran a ver un rostro no judío. Necesitaban

la presencia de los emisarios del pueblo judío de Palestina, a fin de saber

85 Cfr. Senderey, Crónica Judía Contemporánea (1925-1950), Ed. Israel, 1950. y Sneh, Historia de un Exterminio, CJM, 1967.

Page 87: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

87

que podían ir allí, legal o ilegalmente, de cualquier modo, y que allí ser-

ían bienvenidos. No, no era preciso que los emisarios los convencie-

ran” 86. Eso significó el triunfo definitivo del Sionismo como instrumento

ideológico de salvación para todo lo que se pudiera denominar judío. Sólo

quedaba por ver si el cuasi-estado judío sería capaz de resistir la inminen-

te guerra.

2_ Hacia la Guerra

La victoria israelí en la guerra de 1947-48 tuvo dos partes. Primero,

sobre la población árabe de Palestina, que sufrió el temido desplazamien-

to con el que se veía amenazada desde hacía una década, que aun cuando

no fuera forzado manu militari como sostiene parte de la historiografía

israelí fue, como no podría ser de otra forma, igualmente terrible para la

vida de estas poblaciones. Después, conteniendo el avance de las tropas

de los países árabes vecinos sobre sus “fronteras”, que resultaron más

amplias si se compara con el plan de partición presentado por la ONU en

194787.

De allí resultó esta consagración final de un circuito ideológico auto-

afirmado: a la mayor concentración relativa de judíos en Palestina-Israel,

correspondía una mayor legitimidad del sionismo, que a su vez contaba

con más poder para estimular la colonización. Ahora, además, se sumó el

reconocimiento de la ONU, en noviembre de 1947, de las aspiraciones

sionistas, y la posterior declaración formal de independencia, el 14 de

mayo de 1948, día en que terminó definitivamente el mandato británico88.

86 Cfr. Arendt, Eichmann en Jerusalén, Lumen, 2000. Pág. 343. 87 El desarrollo de las guerras árabe-israelíes se encuentra ampliamente documentado, por lo que sólo nos referiremos a sus consecuencias sociales y políticas más significa-tivas. Cfr. Lorch, Las guerras de Israel, Op. Cit. 88 Cfr. Warzawski, Historia de la Partición de Palestina. CJM, 1967.

Page 88: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

88

La victoria militar, la necesidad de contar con más combatientes para

futuras contiendas y el clima internacional relativamente favorable de la

posguerra estimularon un nuevo impulso migratorio. Este llevó en tres

años y medio, entre junio de 1948, mientras continuaba la última fase de

la guerra, y 1951, a una nueva duplicación de la población israelí por el

camino de la inmigración. Ello significó que, del menos del 1% de la po-

blación judía mundial comprometida con la causa sionista luego de la Se-

gunda Aliá, debido al fenómeno migratorio y al exterminio nazi, para me-

diados del siglo XX más del 10% de la población judía mundial –

alrededor de 1.300.000 personas– se concentraba en Israel.

La concisa brutalidad aritmética de los cómputos no permite apreciar,

sino apenas intuir, el completo descalabro que en materia humana y cultu-

ral significó para la judeidad este período tan cercano en el tiempo, y poco

podemos aquí hacer más que resumirlo en unas pocas líneas: con los des-

plazamientos forzados, la emigración, el exterminio sistemático y la opre-

sión cultural, formas culturales particulares quedaron reducidas a su

mínima expresión, en especial en el centro y el sur de Europa. De ello se

derivó una homogeneización forzada de las poblaciones judías, acelerán-

dose la transformación hacia formas más modernas, pero también menos

reconocibles, de organización comunitaria y cultural. El problema del ju-

daísmo como cuestión biológica desapareció de todas las agendas y de

casi todos los discursos occidentales, deseosos de separarse, no siempre

con completa buena fe, de cualquier relación con la experiencia nazi.

Se reunieron en el triunfo sionista, por un lado, la falta de pericia u op-

ciones de los líderes árabes en materia política, producto de su desventa-

josa situación: muchos de sus países habían sido “creados” tanto o más

Page 89: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

89

que Israel por las potencias imperiales89; y, por otro lado, la intrincada

maraña estratégica extendida a escala mundial por la inminente Guerra

Fría. Así fue como el estado de Israel se convirtió en un aliado estratégico

de los EUA, la nueva gran potencia occidental. En condiciones bien dis-

tintas a las previstas por Herzl, realmente este pequeño país se convirtió

en una avanzada de occidente frente a la “barbarie” del este. La marcada

hegemonía del partido laborista (MAPAI) y de su líder, David Ben Gu-

rión, y el poder de la central obrera judía, no representaron obstáculos se-

rios para esta alianza, porque las necesidades políticas y económicas pre-

dominaron por sobre los valores y las ideologías, ya que la debilidad rela-

tiva del estado de Israel no dejaba mucho margen de maniobra a sus diri-

gentes. Debe apreciarse en este sentido el gran peso político de la pobla-

ción judía norteamericana, que se constituyó en un importante grupo de

presión política.

Pese a la voluntad de diálogo de algunos dirigentes judíos, la política

israelí fue intransigente con sus vecinos árabes90. Esta política fue incen-

tivada por las actitudes soviéticas y norteamericanas, que se apresuraban a

convertir al mundo en un enorme tablero de ajedrez, en donde Israel y sus

vecinos pronto no fueron más que una casilla más para dominar o atacar

la posición del rival91. La actitud furiosamente anti-judía de los países

árabes no colaboró para abrir nuevos caminos diplomáticos: “Este argu-

mento de la defensa [de Otto Adolf Eichmann durante su juicio en Israel

(1961)] estaba peligrosamente emparentado con la más reciente teoría

antisemítica referente a los Padres de Sión, expuesta pocas semanas an- 89 Tal es el caso de Jordania, Siria, Irak y el Líbano, directamente implicados en el crónico conflicto con Israel. La influencia británica en Egipto era también importantí-sima. 90 Cfr. Alperin, Nahum Goldmann, CJM, 1976. También, Davis, Miths and Facts, 1985. A concise record of the Arab-Israeli conflict. NER, 1986. 91 Cfr. Maerz, Israel entre dos imperialismos, Actitudes, 1971; Gothelf, El Comunis-mo, el Problema Nacional y el Antisemitismo en la Unión Soviética. Actitudes, 1971.

Page 90: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

90

tes, con toda seriedad, en la Asamblea Nacional Egipcia, por el ministro

adjunto de Asuntos Exteriores Hussain Zulficar Sabri, según la cual,

Hitler no tuvo responsabilidad alguna en la matanza de los judíos, sino

que fue una víctima de los sionistas que ‘le obligaron a perpetrar crímenes

que, más tarde, les permitirían alcanzar sus ambiciones, es decir, crear el

Estado de Israel’” 92.

Por su parte, el conjunto de la población árabe de Palestina desplazada

no encontró reposó: en la desgracia y por la desgracia comenzó el lento

camino de la creación de una conciencia colectiva. Al finalizar la guerra93,

los territorios que le habían sido asignados al todavía no configurado pue-

blo palestino por el plan de la ONU –en forma artificial y forzosa– se

hallaban ocupados por otros poderes regionales. La zona norte, fronteriza

con el Líbano, fue anexionada por Israel y ni siquiera ha sido motivo de

disputa, en un silencio que delata también la ineficacia, e incluso la com-

plicidad, de las resoluciones internacionales posteriores. La región de Cis-

jordania, reducida por la intrusión de las tropas judías hasta Jerusalén,

quedó en manos de Jordania, quien la anexionó en 1950 para renunciar a

ella más tarde; algo similar ocurrió con la Franja de Gaza (considerable-

mente más extensa en el mapa de la ONU que en su formulación poste-

rior), que quedó durante años bajo control del ejército egipcio.

Los cambios de autoridad militar de estos últimos territorios (y en los

Altos del Golán) durante la guerra de los Seis Días en 1967, no hicieron 92 Cfr. Arendt, Eichmann en Jerusalén, Op. Cit. Pág. 36. 93 Es notabilísima la diferencia entre diversos autores (Por ejemplo: Iglesias Velasco, El proceso de paz en Palestina -UAM, 2000- y Ben Ami y Medin, Historia del estado de Israel, Op. Cit.) respecto de la composición de las fuerzas militares de uno y otro bando en la primera guerra árabe-israelí y de los resultados sociales de la misma. Si se cotejan los datos que se entregan a los lectores, resultará claro que detrás de esas dife-rencias cuantitativas se despliega un interés ideológico. Por ello, nuevamente, nos basaremos para nuestro análisis no sólo en los datos más seguros, sino en aquellos que coincidan con las consecuencias históricas verificables, pues en este caso la verosimi-litud es más fiable que la revisión cuantitativa.

Page 91: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

91

más que empujar aún más a parte de esta población, en un problema que

no encontraba solución y que tendía ya a saltar una generación. El “arras-

tre histórico” de la situación de los palestinos es un agravante a la situa-

ción jurídica del conflicto al que el derecho internacional es, al margen de

la falta de voluntad política, completamente incapaz de responder. El de-

recho internacional es ciego al arrastre histórico no por error o por casua-

lidad, sino porque los países que impusieron el actual sistema legal inter-

nacional serían los más perjudicados si se contemplaran las experiencias

históricas de la población mundial de los últimos siglos en función de una

reparación de los males sociales y personales causados.

Al mismo tiempo, el estado de Israel se reforzaba por su persistencia

en la historia contemporánea, como no lo habían supuesto ni sus propios

antiguos aliados. Una situación humana como aquella no podía más que

dar malos frutos, como la matanza producida en Jordania en 1971, cono-

cida como el “Septiembre Negro”. Las resoluciones de la ONU y sus or-

ganismos –en especial la número 242– no fueron eficientes. Porque la

anexión de tierras se produjo igualmente y no se resolvió sino por vía mi-

litar, como es el caso de la Galilea y de Cisjordania. La excepción ha sido

la cuestión de la península del Sinaí.

Como consecuencia del constante conflicto dos fenómenos migratorios

se superpusieron, uno centrífugo, el desplazamiento de la población árabe

de Palestina, y otro centrípeto, la llegada de nuevos contingentes judíos

incentivados por la política poblacional sionista, que continuaba siendo

uno de los ejes fundamentales del estado de Israel. Así, con las guerras se

consolidó un esquema de reemplazo poblacional que terminó fijando te-

rritorialmente un orden político conflictivo. Pero junto con un tipo de po-

blación, de cultura, de gobierno y de estado se fue creando una conciencia

social en la que la militarización y la violencia inter-étnica formaron parte

de la vida cotidiana.

Page 92: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

92

E_ La ley del retorno: la inmigración como política del estado judío

A partir de la sanción de la “Ley del Retorno”, el 5 de julio de 195094,

la inmigración se convirtió en parte de la política oficial del estado de Is-

rael, legalmente instituida. Su artículo primero asegura que: “Todo judío

tiene el derecho de venir a este país en calidad de Olé [Inmigrante jud-

ío]” . Significativamente, la expresión “judío” no se encuentra desarrolla-

da en el resto del texto, y sólo se definirá la expresión en la segunda en-

mienda de la ley, en marzo de 1970 (sección 4B), destacándose que: “Pa-

ra los propósitos de esta ley, “Judío” significa todo aquel que haya naci-

do de madre judía o que se haya convertido al judaísmo y no sea miem-

bro de otra religión”. De este modo, el estado gana en capacidad de se-

leccionar a los candidatos a beneficiarse de esta ley (pues su ejercicio

comportaba el deber del estado de facilitar la absorción de los inmigrantes

adscritos a la categoría de Olé –plural Olim–), reforzando su papel de

árbitro en torno a la vieja definición de “judío”. Esta definición había sido

relegada en los primeros tiempos, precisamente porque la voluntad de

emigrar a Israel podía considerarse el mejor aval para la condición de jud-

ío; todo ello a pesar de que el grueso de la inmigración se adaptaba mejor,

aunque no siempre más allá de toda duda razonable, a la primera parte de

la definición. Así se diferencia el concepto de ciudadanía del estado judío

respecto de los cánones habituales en las naciones occidentales, pues no

se trata de un Ius Sanguinis puro, sino que se combina con una adscrip-

ción religiosa y, más precisamente, a la pertenencia a comunidades étni-

camente diferenciables e identificables con el judaísmo en diversas geo-

94 Las fechas oficiales del “Sefer Ha-Jukim” (el Libro Oficial de las Leyes del estado, que pese a su nombre hebreo recoge buena parte de la legislación británica del Manda-to), se inscriben según el calendario hebreo. Así, la Ley del Retorno se sanciona el 20 de Tamuz de 5710. Aquí se han preferido, sin embargo, las fechas en el calendario común.

Page 93: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

93

grafías. Que el judaísmo y, más todavía, la judeidad sean fenómenos co-

lectivos de carácter religioso es por lo menos tan opinable como la califi-

cación de “raza” para cualquier colectivo judío. De hecho, la incertidum-

bre es preservada por la propia actitud del estado frente a grandes contin-

gentes migratorios, como ha sido el caso de la gran inmigración desde las

repúblicas soviéticas, en las cuales el elemento religioso fue omitido es-

crupulosamente.

La inmigración continúa siendo una cuestión prioritaria para Israel

luego de la fundación del estado, tanto por sus necesidades de crecimiento

económico y defensa como por la necesidad de responder al menor cre-

cimiento vegetativo relativo de la población judía secularizada respecto

de las familias palestinas. Contaba, además, con estimulación financiera

suficiente que se dilapidaría si no se invertía en forma productiva, y con

su propia matriz ideológica, cuya tendencia era a concentrar, al menos

potencialmente, a los casi 12 millones de personas que componían a me-

diados del siglo XX la población judía mundial.

Semejante capacidad de absorción, que se sumaba a la creciente tasa

de multiplicación de la población característica del siglo XX, componía

un logro claramente imposible. Porque buena parte de la judería mundial

que quedaba no tenía la menor intención de abandonar sus domicilios, lo

cual es particularmente evidente en el caso de la mayor comunidad judía

del mundo: la norteamericana. Conteniendo, al menos durante esta etapa,

más judíos que todo el estado de Israel debido a las buenas condiciones de

vida en EUA, esta comunidad proporcionó en términos relativos menos

Olim que comunidades bastante menores, lo cual se explica también por

las malas condiciones de vida imperantes en algunas de estas comunida-

des. Dicho esto de otro modo: entre 1952 y 1990, y si bien los principios

axiológicos del sionismo se mantenían en pie, atrayendo a contingentes

regulares de más de 30.000 inmigrantes al año de promedio, con despare-

Page 94: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

94

jos picos quinquenales, no se produjeron ya esos enormes saltos pobla-

cionales por efecto de la inmigración que caracterizaron a la primera mi-

tad del siglo XX.

La política de estado en materia de inmigración no fue pasiva. En las

grandes comunidades el sionismo continuaba operando en su aspecto ide-

ológico con particular éxito en Latinoamérica, por ejemplo, que desde la

década del 60’ aportó regularmente contingentes importantes de “Aliá

ideológica”, es decir, de migrantes convencidos de la centralidad de Israel

en la vida judía. Se consiguió reemplazar en la educación al Yiddisch por

el hebreo en buena parte de las comunidades y se hizo de la historia del

sionismo parte central de la historia judía, intentando generar, y consi-

guiéndose en gran parte, una hegemonía consistente en muchas comuni-

dades.

La cuestión del judaísmo se cerró en torno del estado nacional, centra-

lidad que no todos aceptaron, pero que pocos combatieron. Porque el re-

cuerdo de la desprotección absoluta frente al nazismo estaba todavía de-

masiado fresco como para rechazar esa coraza de seis puntas en la bande-

ra del estado judío95. Además, se implementaron políticas de atracción y a

veces de “importación” de comunidades enteras de países próximos, ame-

nazadas. Este ha sido el caso de los judíos iraquíes, sirios, yemenitas, et-

íopes, marroquíes y tunecinos, cuya incorporación al cuerpo social, bási-

camente eslavo, aportó una variedad que no fue apropiadamente respeta-

da, pues la consigna de la igualdad en tanto que judíos, reflejada en una

encomiable igualdad y progresividad de derechos, no procuró sino tan-

gencialmente la defensa de las particularidades de cada colectivo96.

95 La estrella de Seis Puntas (o los dos triángulos superpuestos) es conocida popular-mente como “Maguén David”, y se dice que era el blasón del escudo del rey David. 96 Cfr. Ben Ami y Medin Historia del estado de Israel, Op. Cit.

Page 95: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

95

Esta política terminó por polarizar la demografía judía, caracterizada

con anterioridad por su dispersión extendida. A mediados de la primera

década del siglo XXI, si bien se encuentra comunidades judías en más de

110 países, las que tienen poblaciones de más de 100.000 personas son

sólo 11, que reúnen más del 92% de la población total y, de ellas, las que

superan el millón no son más que dos: EUA, en primer lugar, con cerca

de 6 millones; e Israel, con 5 millones de personas aproximadamente. De

modo que estas dos grandes comunidades albergan al 75% de los judíos

del mundo (41% y 34% respectivamente), mientras que el que era el prin-

cipal depositario de su riqueza social y cultural hace un siglo, Europa, hoy

sólo contiene un 14,5% de los 14.200.000 de judíos97 contabilizados para

el año 2000, repartidos en partes similares entre Europa occidental (con-

centradas en Francia, el Reino Unido y, muy por detrás, Alemania y

Bélgica), por un lado, y Europa oriental (Rusia, Ucrania, Hungría y Bielo-

rrusia) por otro. Encontramos también otro 6% repartido entre las restan-

tes comunidades de más de 100.000 personas: Canadá, Suráfrica, Brasil,

Australia y Argentina; todas ellas formadas entre fines del XIX y princi-

pios del pasado siglo. Tal es la magnitud de los movimientos migratorios

y las consecuencias demográficas de la combinación entre anti-judaísmo

y pobreza en el lado de la emigración, y del sionismo político y realizador

en el lado de la inmigración.

En una fecha tan tardía como 1968 –luego de la Guerra de los Seis

Días– los intereses del sionismo no habían cambiado demasiado, excep-

tuando, claro está, el objetivo ya alcanzado de la creación del estado: 97 Existe un desajuste entre el cómputo total de la fuente (algo más de 13 millones) y la sumatoria total; la agregación de los datos se acerca más a la sumatoria (unos 14.2 millones) por lo que elegimos este guarismo para realizar los porcentajes presentados, el cual, asimismo, se ajusta mejor a los valores agregados de otras fuentes, así como a la tasa tendencial de crecimiento vegetativo, que de todas formas es muy baja, debido principalmente a los procesos de asimilación y aculturación que se registran en mu-chas comunidades importantes.

Page 96: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

96

“Las metas del Sionismo son: La unidad del pueblo Judío y la centrali-

dad de [el estado de] Israel en su vida; la concentración del pueblo Judío

en su Hogar Nacional histórico, Eretz [la Tierra de] Israel, por medio de

la Aliá desde todas las tierras; el fortalecimiento del Estado de Israel

fundado sobre los principios proféticos de Justicia y Paz; la preservación

de la identidad del pueblo Judío a través del fomento de la educación jud-

ía y hebrea y de los valores espirituales y culturales Judíos; la protección

de los derechos de los judíos en cualquier lugar”98.

Es posible apreciar, no obstante, giros novedosos en el discurso res-

pecto de los principios sionistas pre-estatales: la centralidad política del

estado de Israel –y lo que resulta más sorprendente: su centralidad cultu-

ral– y la recuperación de valores religiosos que permanecían alejados de

los principales discursos del sionismo político. Pero lo que interesa en

este aspecto es que permanece intacta la vocación centralizadora y pro-

motora de la inmigración que caracterizara al movimiento en la etapa rea-

lizadora, ya superada. El discurso nacionalista había calado tan profun-

damente –reforzado por las enormes proporciones de patriotismo y soli-

daridad interna necesarias para soportar un estado de guerra casi perma-

nente– que no sólo se suponía posible reunir a toda la población judía en

el “Hogar Nacional Histórico” (¡Cómo sí la idea de “hogar nacional” tu-

viera milenios de edad y no menos de un siglo!); esa era, en realidad, la

directiva para las políticas de estado.

Desde la disolución de la Unión Soviética, Israel impulsó una nueva y

fuerte corriente de inmigrantes desde estos países99, alcanzando en la

98 De la Enmienda del 27º Congreso Sionista (Jerusalén, 1968) al Programa de Jeru-salén de 1951, que resumía los objetivos del movimiento. 99 Aunque no es posible asegurarlo, esta política se vinculó probablemente a la inten-ción de compensar la mayor tasa de natalidad de la población palestina o de reempla-zar, siquiera parcialmente –y con escaso éxito– la creciente necesidad de mano de obra palestina.

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97

última década del siglo XX la cifra aproximada de un millón de nuevos

inmigrantes. Este desplazamiento masivo es conocido como la “Gran

Aliá” , de modo que la concentración de población judía no se ha deteni-

do, y continúa siendo impulsada por las acciones teleológicas que apuntá-

bamos más arriba: el deseo de los emigrantes de mejorar su situación so-

cial o económica. Esta migración debió obedecer a razones de índole

práctico, porque de la población judía de la ex URSS no se esperaba un

convencimiento ideológico de retornar al territorio ancestral del pueblo

judío ni tampoco una fuerte identidad religiosa.

Analizando el fenómeno en términos demográficos y migratorios, po-

demos decir que el sionismo resultó una respuesta política defensiva fren-

te al anti-judaísmo. A su vez, representó una alternativa vital estructural

que lo conformó como respuesta migratoria a la pobreza. Pero también

fue, por su momento y modo de inserción práctica, una variante tardía del

colonialismo que no pudo conciliar su desarrollo con un tratamiento ade-

cuado de los contactos con la población autóctona. De hecho, como en

toda relación colonial (aunque fuera “colonizadora” y no “colonialista”),

yacía en la base misma de la práctica sionista un conflicto étnico, cultural

y político latente que no podía resolverse sin un enfrentamiento que re-

sultó a la vez largo y doloroso, gravoso para todas las partes y, en defini-

tiva, causa constante de grandes injusticias. De la combinación de estos

elementos debe entenderse el relativo éxito (también el relativo fracaso)

del movimiento sionista.

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99

CAPÍTULO IV

EL SIONISMO Y EL ESTADO DE ISRAEL EN EL CONTEXTO DE LAS RELA-

CIONES INTERNACIONALES

A_ Elementos preliminares y contexto general

Las consideraciones que puedan hacerse sobre el sionismo como caso

particular de migración humana son relevantes pero insuficientes para

comprender el fenómeno. Es necesaria otra perspectiva de los temas con

los cuales se vincula, situándolos en el proceso histórico del que forman

parte a la luz de nuevas fórmulas teóricas o conceptuales, inexistentes al

momento de originarse el proceso pero relevantes para interpretarlo.

Dos son los elementos relevantes para cotejar la información reunida

hasta el momento. En primer lugar, la globalización en tanto contexto y

ámbito de desarrollo de los conflictos, porque se trata de una circunstan-

cia que ya no puede dejar de ser considerada y, en segundo lugar, los ins-

trumentos políticos en el contexto internacional pasado y presente.

En relación con la globalización, el sionismo sirve de caso testigo para

fenómenos que sólo muy posteriormente se comienza a analizar y, en este

sentido, actúa como prueba del largo tiempo de maduración y desarrollo

que requieren tanto los fenómenos sociales como su interpretación. Así,

vemos como el sionismo actúa como agente particular para la expansión

global del estado nacional basado en relaciones capitalistas de produc-

ción100. Sin embargo, la tendencia a la globalización del estado nacional

no tiene un origen aleatorio, sino que nace con los sistemas expansivos de

la modernidad (el colonialismo y el imperialismo) y se integra con los

100 Cfr. Boaventura de Sousa Santos, La globalización del derecho, ILSA, 1998.

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100

diferentes modos de regulación del capitalismo como sistema económico,

es decir, las diferentes formas en las que las relaciones entre capitalistas y

trabajadores se establecen y se vinculan con los mercados y con el estado.

En cuanto a los instrumentos jurídicos internacionales, si son conside-

rados como instrumentos jurídicos positivos poco habría que agregar más

que verificar el grado de su observancia por las partes en conflicto a partir

de su promulgación. Porque la Declaración Universal de los Derechos

Humanos fue creada con posterioridad a la activación del conflicto árabe-

israelí. Esta creación normativa, que no necesariamente ha tenido carácter

vinculante con las acciones de los estados en general, coincide con los

años de la segunda posguerra, en la que el conflicto toma proporciones

supra-nacionales.

Si las guerras mundiales fueron un impulso para que la ONU se deci-

diera a elaborar un catálogo de Derechos Humanos, sin importar otra cosa

que un mínimo acuerdo no exento de numerosas incongruencias derivadas

del conflicto geopolítico bipolar emergente de la segunda posguerra, fue

también porque se hizo evidente que los mecanismos preexistentes no

habían sido efectivos para la regulación de los enfrentamientos. Por otra

parte, puede considerarse a estos derechos como el resultado del mismo

proceso histórico y, más que contenidos jurídicos en toda regla, se trataría

de principios generales destinados a un modo de hacer en las relaciones

humanas y que se dispusieron como límite a los estados y sus institucio-

nes.

En este último aspecto, sí bien su éxito, y el de las organizaciones in-

ternacionales, ha sido moderado, es difícil negar su capacidad de actuar

como contralor y parámetro de las acciones que se emprenden en perjui-

cio de personas y colectivos. Porque sí estos derechos son básicamente

individuales, en la práctica parecen haber inspirado (y contenido) más

bien los comportamientos institucionales que los personales.

Page 101: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

101

Ello no debe, por otra parte, sorprendernos. Porque son las institucio-

nes jurídicas y políticas de los estados, y no los individuos, las unidades

de sentido en las que el contenido material de la Declaración Universal de

los Derechos Humanos se dispuso para intentar hacerse efectivo. Asu-

miendo esta característica sí pueden valer estos instrumentos como pará-

metros para evaluar los comportamientos de las partes implicadas, aún los

desarrollados antes de que el catálogo de los derechos humanos tuviera

consistencia política.

En este aspecto tiene mucha importancia la comprensión del movi-

miento sionista como fenómeno directamente vinculado con las tenden-

cias ideológicas imperantes en su contexto de aparición, que conllevaban

una práctica política determinada: el ambiente del Imperialismo. Sí se

permite esa mirada retrospectiva, multitud de consecuencias adversas en

relación con el catálogo de derechos: la opresión, la explotación, la expo-

liación y la discriminación son elementos centrales en el marco de las re-

laciones coloniales, que en muchos sitios consiguieron sobrevivir incluso

a la caída de los imperios que les daban sustento y legitimidad, en manos

de agentes locales en las esferas de la producción y del gobierno.

Desde esta perspectiva parece posible comprender al sionismo como

una modalidad de este movimiento ideológico-práctico general. Pero es

necesario señalar que no hubiera alcanzado sus objetivos sin el apoyo,

siquiera táctico y circunstancial, de la potencia dominante con la que tenía

mayor contacto, pues era en sus orígenes un movimiento extremadamente

débil en términos de capacidad de acción política: sin verdadera influen-

cia en el gobierno, sin ejército propio, sin medios de financiación sufi-

cientes. Aún sí el colonialismo sionista evitó mantener las perniciosas re-

laciones coloniales, lo hizo en una situación particular de expansión impe-

rialista, porque estas relaciones son también variables y tienen dimensio-

nes singulares.

Page 102: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

102

El retrato del colonizado que hace Memmi es muy ilustrativo de esta

situación: “He dicho que era de nacionalidad tunecina; como los restan-

tes tunecinos, era tratado como un ciudadano de segunda clase (...) Pero

yo no era musulmán, lo que en un país donde coexisten tantos grupos

humanos, pero todos muy celosos de su propia fisonomía, tenía una con-

siderable significación. Para simplificar digamos que el judío participa

tanto del colonizador como del colonizado. Sí era indiscutiblemente un

indígena, como se decía entonces, muy cerca del musulmán por la inso-

portable miseria de su pobreza, por la lengua materna (mi propia madre

no supo nunca el francés), por la sensibilidad y las costumbres (...) sin

embargo, trataba desesperadamente de identificarse con el francés. En

un gran impulso que le llevaba a occidente, que le parecía el parangón

de toda verdadera civilización y cultura, volvía alegremente la espalda a

Oriente...”101.

El sionismo político y realizador recoge esta tensión casi en estos

mismos términos y en su propio territorio, como viéramos al analizar el

discurso de Herzl, y estas relaciones confusas no dejaron de influir en las

relaciones con la población árabe. Así, aún cuando no lo quisiera su dis-

curso, sus propias prácticas se hallaban marcadas, si no por el abierto

desprecio, al menos sí por un acusado desinterés por las consecuencias de

sus propios actos sobre los otros colectivos humanos presentes en la re-

gión. En términos de derechos humanos no cabe disculpar las consecuen-

cias, sin importar lo imperiosas que le parecieran sus propias necesidades

culturales y por muy justificables que les parecieran los medios emplea-

dos para la supervivencia nacional. Porque la característica fundamental

de la categoría de Derechos Humanos es su alcance universal y toda afir-

mación particular de los mismos no puede (en teoría) suponer la vulnera-

ción de otros derechos de la misma categoría. 101 Retrato del colonizado, Edicusa, 1971. Pág. 45.

Page 103: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

103

Esto implica, evidentemente, la violación del principio de igualdad,

que se reproduce en las mismas condiciones que en su origen ideológico:

sobre la base de una abstracción y a un modelo de ciudadano –y de no-

ciudadano– indefectiblemente ligado a un modelo específico de sociedad:

el estado nacional centralizado con una estructura económica capitalista.

En este sentido, no tiene casi relevancia que la Declaración de los Dere-

chos Humanos haya sido convalidada también por las potencias y países

socialistas, pues compartían con las potencias capitalistas dos obsesiones

interrelacionadas y fundamentales: la soberanía del estado nacional y la

ampliación permanente de la capacidad productiva. En relación con estas

dos obsesiones basaban también su presunta superioridad sobre cualquier

otro modo de articulación social.

Entonces, mientras el imperialismo tuvo como resultado secundario la

expansión del modelo de estado-nación occidental a casi todo el mundo,

el sionismo aprovechó el interés y la capacidad del imperio Británico pa-

ra forzar la recolonización de Palestina, utilizando en su beneficio la bre-

cha abierta en el imperio Turco. En todo caso, sí al imperialismo como

modo de articulación del capitalismo de fines de siglo XIX y principios

del siglo XX le corresponde buena parte de la responsabilidad política e

ideológica por la mala gestión de los conflictos locales que tanto daño

causaron a la población autóctona en Palestina, eso no supone restar las

responsabilidades inmediatas que bajo los mismos supuestos le caben al

sionismo en lo que a la falta de atención sobre los efectos que sobre la

población no-judía de Palestina tendría el proceso de formación de un

estado étnico, ni mucho menos de los efectos causados por la acción

efectiva del estado creado.

Es siempre un motivo de fuerte polémica, seguramente inevitable, la

asignación de responsabilidades frente a una situación extendida y conti-

nuada de violación de derechos, cuando esta situación es resultado de un

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104

proceso histórico extenso y que abarca varias generaciones. Ideológica-

mente, y como resultado de la aplicación del principio de responsabilidad

individual y de daño individual (que son débiles e insuficientes para tra-

tar este tipo de casos), el proceso es contemplado como una fatalidad, en

donde lo histórico y lo sociológico no parecen tener sentido.

Las situaciones estructurales de vulneración de derechos resultantes

de procesos sociales e históricos continúan siendo un lado ciego a la hora

de tratar los casos concretos. En realidad, esta debilidad es una condición

necesaria para el mantenimiento del conjunto de las situaciones globales,

pues poco y nada de lo que hoy existe en las relaciones internacionales

terminaría sin ser “pesado en la balanza, y encontrado falto de peso”102.

Considerar al sionismo en éstos términos históricos, juzgándolo como un

modo de colonialismo e imperialismo, con los que sin duda está relacio-

nado, implicaría la necesidad de extender el juicio al conjunto de las si-

tuaciones análogas y ninguna potencia de la tierra parece dispuesta a en-

carar semejante empresa. Se trata, en última instancia, de la comprensión

de un estado de relaciones de fuerza, donde los vencedores que propug-

nan la universalidad de los derechos humanos se niegan a aplicar esta

universalidad cuando es su propia práctica la que debe ser juzgada.

A diferencia del sistema de derechos existente, la percepción judía re-

ligiosa tradicional –y también el derecho musulmán103– sí atendía a la

posibilidad de comprender las situaciones trans-generacionales como ob-

jeto de juicio moral. Aún más, para justificar la colonización de Palestina

esta “memoria” fue ampliamente utilizada e incluso aceptada en su mo-

mento por los propios organismos internacionales: “En vista de que se ha

dado reconocimiento a la conexión histórica del pueblo judío con Pales-

102 Cfr. Daniel 5, 27. 103 Cfr. Coulson, Historia del derecho Islámico, Bellaterra, 1998.

Page 105: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

105

tina y a las tierras para reconstituir su hogar nacional en ese país”104. Sí

el recurso histórico vale para la práctica enunciación de un derecho co-

lectivo ¿Por qué no ha de valer también para asignar responsabilidades

frente a situaciones estructurales de vulneración de derechos, aún las cau-

sadas por generaciones anteriores? Sí el pueblo judío podía reclamar por

un territorio luego de dos milenios, eso supondría el establecimiento de

un peligroso precedente: casi ningún habitante del planeta dejaría de ser

parte de algún proceso histórico que nunca tuvo una reparación jurídica,

ya sea como víctima o descendiente de víctimas o como victimario o

descendiente de victimarios, e incluso puede sospecharse que buena parte

de la humanidad representaría varios casos de ambas clases. Lógicamen-

te, al menos en el contexto presente, la discusión no tiene auténtico senti-

do, porque lo que realmente determina las diferentes situaciones sociales

es el estado de las relaciones de fuerza en materia política, económica,

militar e ideológica y no un sentido trascendental de justicia, tan ajeno a

la modernidad.

Un último punto a destacar en estos elementos preliminares es un lla-

mado de atención acerca de los resultados del sionismo en la propia ju-

deidad y en relación con lo que ésta contenga de cultura judía. A pesar de

la concentración en Israel de buena parte de la población judía mundial

existente, la población judía mundial no ha seguido durante el último

medio siglo el crecimiento demográfico de la mayor parte de la población

en general. Esa concentración ya parece acercarse, por otra parte, al lími-

te de absorción medioambiental de la región, principalmente por la gran

escasez de recursos hídricos.

Esta debilidad relativa de la curva de crecimiento no se debe a un des-

censo particular de la tasa de natalidad, ni a condiciones externas de per-

104 Prólogo en: Resolución del consejo de la Liga de las Naciones sobre el Mandato de Palestina, del 24 de julio de 1922.

Page 106: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

106

secución política, sino a una alta tasa de aculturación (reconocida gene-

ralmente como asimilación cultural o pérdida de la identidad). Conjugan-

do ambos datos, parece claro que la creación del estado de Israel sólo ha

cumplido a medias con su misión de salvar a la cultura judía. La medida

en que el sionismo sea causa de este estancamiento demográfico no debe

impedir observar otras causas que deben estar influyendo en este aspecto.

Es probable que la tremenda presión que ejercen las ideologías dominan-

tes, a escala global, estén mermando las fuerzas de las identidades tradi-

cionales y para ello, no hay duda, ni el sionismo en su aspecto político ni

el estado de Israel pueden ofrecer respuestas, precisamente porque desde

su matriz son representantes de esa misma ideología dominante. Sobre

estas cuestiones trataremos más adelante con algo más de profundidad.

Así vuelven a reunirse e integrarse los elementos conflictivos que lla-

man nuestra atención: sionismo, relaciones internacionales y globaliza-

ción, pues ya no pueden considerarse aisladamente ni reducirse los con-

flictos a su expresión más inmediata, sino que deben ser articulados con el

contexto general en que se desarrollan.

El movimiento sionista y, posteriormente, el estado de Israel, depen-

dieron en sus orígenes de la evolución de las relaciones políticas interna-

cionales para su propio desarrollo. Debe atenderse a su relativa debilidad

como movimiento político, en el primer caso, y como nuevo estado en el

segundo, siempre en relación con las estructuras políticas y administrati-

vas nacionales e imperiales relevantes en la época. En buena medida,

además, su evolución o, mejor dicho, la evolución de sus circunstancias,

sirve de contraste para esas mismas relaciones internacionales, como pie-

dra de toque para la evaluación preliminar de su constitución, evolución e

importancia relativa frente a otros factores, ya sean económicos, políti-

cos, culturales e incluso militares.

Page 107: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

107

En primer término, el período de desarrollo del sionismo como mo-

vimiento político y el establecimiento del estado judío coinciden –en

forma no totalmente casual ni causal– con la evolución de importantes

organismos e instituciones tendientes a regular y controlar, si bien no

siempre con buenos resultados, las relaciones internacionales, entre los

cuales destacan la Liga de las Naciones, la Organización de las Naciones

Unidas y, en el marco de ésta última organización, el Consejo de Seguri-

dad. En segundo término, la situación conflictiva planteada desde el ini-

cio por la intención y posterior concreción de la actividad colonizadora

sionista permite observar y evaluar las sucesivas acciones internaciona-

les, la vocación y calidad negociadora de las instituciones y las relaciones

de fuerza entre los bloques enfrentados en este caso concreto.

La ubicación espacial y temporal del conflicto no es casual. Se trata,

por una parte, de una época (hablamos del fin del siglo XIX) en la que

los estados con capacidad de dominación imperial basada en relaciones

capitalistas de producción avanzadas se encontraban en posición, antes

de enfrentar sus propias crisis, de expandir su influencia, compitiendo

con oponentes sumidos en un estancamiento crónico y una paulatina de-

clinación: los imperios de Europa central y el oriente próximo y lejano.

Por otra parte, la tierra de Palestina en disputa se encuentra en uno de los

límites de la lucha, hasta convertirse en una trinchera más de la enorme

guerra de posiciones políticas desarrollada por estos años y hasta el fin de

la primera guerra mundial105. Así, ambos contextos, el local y el interna-

cional, deben ser tenidos en cuenta.

Para facilitar el análisis del largo período histórico en el que el sio-

nismo y el estado de Israel se comunican e interactúan con las institucio-

nes internacionales y su contexto conflictivo, hemos dispuesto el recorri-

do en cuatro etapas: la primera de ellas abarca el período de gestación del 105 Cfr. Hobsbawm, Historia del Siglo XX. Op. Cit.

Page 108: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

108

proyecto sionista, marcado por la lucha entre los imperios de diversa

índole, hasta el conflicto mundial 1914-1918, en donde eclosionan nue-

vos actores y situaciones que influirán poderosamente en ambos contex-

tos; la segunda etapa comprende los años de entreguerras, que es un per-

íodo signado políticamente para la región por el mandato británico y por

el rebalanceo de las fuerzas existentes en el sistema geopolítico mundial,

una de cuyas expresiones significativas es la “Liga de las Naciones”, esta

etapa concluye con la segunda guerra mundial para el panorama interna-

cional y con la creación del estado de Israel en el contexto particular; la

tercera etapa comprende un período particularmente importante en térmi-

nos institucionales, pues el fin de la Segunda Gran Guerra trae consigo la

institucionalización de la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración

Universal de los Derechos Humanos, junto con la institución del Consejo

de Seguridad, cuya importancia estratégica en la gestión del conflicto lo

hace merecedor de un apartado; en el plano local esta etapa se distingue

por la guerra árabe-israelí y la terminación de la posibilidad de establecer

un estado palestino independiente durante muchas décadas. Esta imposi-

bilidad es origen, a su vez, de buena parte de los conflictos que continúan

activos actualmente. Por último, como parte fundamental, podremos ana-

lizar el estado actual del conflicto y de las relaciones internacionales que

han cambiado y cambian en forma acelerada, aún cuando ello tarde en

verificarse en términos institucionales.

Dado que a la historia local hemos dedicado páginas anteriores, es al

contexto internacional al que daremos ahora mayor importancia, hacien-

do a la realidad particular del oriente medio las referencias indispensa-

bles, además de aquellas que aporten nuevos datos. Por su parte, el análi-

sis de las prácticas institucionales de los organismos internacionales y de

las principales potencias mundiales en cada etapa no será exhaustivo ni

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109

mucho menos. Por el contrario, estará acotado a los aspectos relaciona-

dos con nuestro tema.

B_ En la era de los imperios

Es un uso común hablar de Imperios y de intenciones y prácticas im-

perialistas. Si nos atenemos a la etimología latina del término, verifica-

mos que el “Imperio” denota un área geográfica bajo control militar cuya

cabeza era el emperador. Las fronteras de los imperios son habitualmente

difusas y menos precisas que las del moderno Estado-nación, pues están

ligadas a la capacidad de control militar y administrativo, pero no es tan

claro el alcance de la jurisdicción jurídica y política. En cualquier caso, lo

que define al sistema imperial es su vocación expansionista, pues no es

otra cosa lo que lo diferencia de otros sistemas estatales. Esta vocación

expansionista debe responder, a su vez, a necesidades políticas o econó-

micas concretas, pues el expansionismo nunca deja de provocar situacio-

nes de conflicto interno y por fuerza las causas sociales que impongan la

tendencia a la expansión deben ser muy importantes. La presencia de un

alto grado de militarización no es sino la consecuencia de esta vocación y,

por ello mismo, un sistema imperial planteará grandes efectos en las rela-

ciones interculturales, ya sea en la etapa de expansión o en la de consoli-

dación de la dominación. En efecto, los imperios se han caracterizado por

la concentración del poder en campos sociales fragmentados, resultando

especialmente aptos para administrar sociedades cuyo sustrato productivo

requiriera de grandes contingentes de trabajadores esclavos o de pobla-

ciones tributarias.

Desde la primitiva organización de los estados en torno al sistema im-

perial, entres tres y cuatro mil años antes de la era cristiana, que es una

Page 110: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

110

característica de sociedades amplias y complejas, este sistema no ha de-

jado de cumplir un papel importante en la evolución histórica de la

humanidad. Este hecho, debe ser tenido en cuenta porque la evolución de

los imperios ha marcado el desarrollo de occidente. La causa de esta in-

fluencia no es un secreto, pues la vocación expansionista que caracteriza

a los imperios se explica a partir de sus necesidades estructurales.

Todo imperio debe mantener un elevado nivel de gasto interno en ma-

teria de manutención de las clases dominantes y de vastos contingentes

militares, que son, en primera instancia y desde un punto de vista econó-

mico, consumidores improductivos. En el caso de los imperios antiguos,

la constante necesidad de nuevos contingentes tributarios, en dinero, es-

pecias o mano de obra, suponía el incremento de ambos factores de con-

sumo, lo cual abría las puertas para una futura y necesaria etapa de ex-

pansión imperial.

A diferencia de este modelo, que puede calificarse como “tradicio-

nal”, el imperialismo moderno, basado económicamente en la producción

masiva e industrializada, no tiene en la base de sus necesidades expan-

sionistas una relativa debilidad interna en materia de capacidad de pro-

ducción de excedentes. Por el contrario, muestra la urgente necesidad de

encontrar válvulas de escape y desarrollo para sus fuerzas productivas,

que son extraordinariamente dinámicas. En cualquier caso, ambos mode-

los tienen en común unas marcadas tendencias expansionistas cuyo prin-

cipal motor se encuentra en las necesidades materiales objetivas de sus

clases y sectores dominantes. Estos sectores se ven periódicamente obli-

gados a romper el statu quo de las relaciones sociales internas o externas

a fin de conseguir los medios para su reproducción social. En el caso de

los imperios apoyados en relaciones capitalistas de producción es tam-

bién una reproducción necesariamente ampliada y no, como en el caso de

Page 111: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

111

los imperios tradicionales, una ampliación de las propias clases dominan-

tes o de sus contingentes armados.

Hemos apuntado ya que toda organización estatal ligada a un sistema

imperial debe desarrollarse en una sociedad compleja. En relación pro-

porcional a esta complejidad, dichos estados deben poseer una estructura

jurídica en dónde representan un papel sustancial la jerarquía de las per-

sonas jurídicas vinculadas recíprocamente por contrato y la expresión

legal de las relaciones productivas (las condiciones de propiedad que

hacen a la apropiación de la riqueza producida socialmente). Así, cada

imperio configura un particular estado administrativo de las regiones y

espacios sociales bajo su mandato, articulados en una jerarquía específi-

ca. Por otra parte, las características del sistema imperial implicaban que,

dados dos imperios, las aspiraciones expansionistas de uno y otro casi

siempre concluían con un enfrentamiento por el control de las zonas limí-

trofes o, eventualmente, por el conjunto del territorio.

Esta caracterización que hemos esbozado servirá para ubicarnos en el

problema específico que debemos tratar para comprender la particular si-

tuación del sionismo en el momento de su aparición como agente político.

Cuando esto ocurre, ya asomándose en el horizonte el siglo XX, el impe-

rialismo se encuentra en su apogeo, pues casi cualquier fracción del pla-

neta se hallaba afectada por sus relaciones con un estado imperial o por su

pertenencia a algún imperio106.

El régimen de mandato, que tantas complicaciones traería para el caso

de Palestina, fue ampliamente utilizado en este período. El estado actual

de buena parte de África, por ejemplo, es una prueba más de la inoperan-

cia de los organismos internacionales de la época, pues esta región fue la

más afectada por las malas prácticas de los imperios modernos. También

es ejemplo de la perversión existente en todos los casos de dominación 106 Cfr. Bruun, La Europa del Siglo XIX. Op. Cit.

Page 112: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

112

imperial, agravada por la figura hipócrita de la “protección” implícita en

la fórmula del mandato y que la Carta de la ONU asume con naturalidad.

En los años que precedieron a la primera Guerra Mundial el mapa del

mundo era un tablero de juego para los intereses imperiales enfrentados.

Las cambiantes relaciones de fuerza implicaban una complicada maraña

de alianzas y oposiciones que desatarían el conflicto bélico más feroz del

que se tuviera noticia, tanto por su extensión geográfica, como por la can-

tidad de víctimas y la mortífera tecnificación de las armas utilizadas107.

Con la primera guerra mundial se determinó el posicionamiento de los

imperios europeos en el mundo y es en el proceso que prepara este desen-

lace cuando aparece el sionismo. Pero ni la alineación de las fuerzas en

este conflicto ni el resultado del mismo es casual. La primera guerra

mundial trajo consigo la seguridad de que, si existía una forma de domi-

nación imperial que tuviera futuro, ésta sería la del imperio basado en po-

derosas fuerzas productivas internas, dándose por terminada la era de los

imperios “tradicionales” tributarios, esclavistas o semi-feudales. Al ter-

minar la guerra los imperios centrales fueron divididos y privados de bue-

na parte de sus colonias y su organización interna se vio forzada a la se-

mejanza respecto de las potencias centrales.

La Rusia zarista se había convertido en el núcleo de la Unión Soviéti-

ca, ejemplo de una nueva forma de imperialismo burocrático, pero susten-

tada por una productividad promedio muy superior a la de los imperios

tradicionales, ya que terminó por incorporar con facilidad los principios

de racionalización instrumental de la producción. Finalmente, en el aspec-

to que más interesa aquí, el Imperio Otomano fue desmembrado y su área

de influencia en oriente medio se repartió entre Francia e Inglaterra, apa-

rentemente los grandes vencedores de la guerra. En esta repartición de

oriente medio las potencias imperiales europeas terminaron con una larga 107 Cfr. Hobsbawm, Historia del Siglo XX. Op. Cit.

Page 113: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

113

tradición y fijaron los límites de los estados modernos, convirtiendo a los

territorios bajo su jurisdicción política o militar en potenciales mercados

para las manufacturas o en proveedores de materias primas y mano de

obra barata108. La dominación inglesa en Palestina tuvo como consecuen-

cia introducir al movimiento nacionalista judío en el centro de un enfren-

tamiento de un rango más amplio y con profundas consecuencias sociales.

Al eliminar al Imperio Otomano como factor regional de poder y asis-

tir al mismo tiempo a la realización del ideal sionista, el imperio británico

instaló un mecanismo conflictivo en donde la cobertura ideológica del

“progreso de la civilización”, en la forma más concreta del etnocentrismo

europeo, ocultó estas mismas condiciones conflictivas.

No obstante, una vez eliminado como enemigo el imperialismo tradi-

cional, los antiguos aliados se volvieron enemigos, pues competían por la

ampliación de los mercados y las zonas de influencia. El obligado cambio

político y económico dentro del desmembrado imperio alemán, sumado a

las opresivas condiciones impuestas por los vencedores y a las dificulta-

des para controlar las contradicciones sociales dentro de la propia Europa,

instalaron las condiciones que conducirían al auge del nacionalsocialismo

y a la Segunda Guerra Mundial.

En la etapa previa a la Primera Guerra Mundial, el sionismo político

no representó un papel relevante, ni fue realmente tenido en cuenta pese a

los constantes intentos de los líderes sionistas por aproximar sus reivindi-

caciones a los gobernantes de todos los imperios implicados. La consoli-

dación de los imperios y los conflictos inter-imperialistas no eran asuntos

en los que un grupo insignificante de intelectuales que no actuaban real-

mente en representación del colectivo implicado –pues dicho colectivo

era una construcción ideológica y no una realidad sociológica– pudieran

intervenir con alguna posibilidad de éxito. Esta posibilidad se presentaría, 108 Cfr. Amín, Imperialismo y desarrollo desigual. Op. Cit.

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114

no obstante, una vez que el conflicto se encontraba en vías de definición y

se tornaba importante delinear una política que atendiera a la administra-

ción de las regiones y poblaciones reconfiguradas por el resultado de la

guerra. A pesar de la escasa información documental acerca de las razo-

nes que llevaron al gobierno británico a apoyar la causa sionista entre

1917 y mediados de la década de 1920, podemos analizar algunos aspec-

tos a la luz de sus consecuencias y considerando el tipo específico de re-

laciones sociopolíticas que se desarrollaron entonces.

C_ El período de transición colonialista

Colonización y descolonización no son, como podría parecer, dos pro-

cesos sucesivos, dos etapas que implicarían modos distintos de regulación

política para la etapa expansiva del capitalismo, aunque esta segunda ca-

racterización se encuentra más cerca de captar el fenómeno. Sí mediante

la colonización se procura un modo extensivo de acumulación de capital,

el proceso de descolonización marca el agotamiento del modelo, que pasa

a centrarse en la intensificación de la acumulación por otros medios.

Pero no se trata de dos etapas diferenciadas por completo en la historia

efectiva. Porque mientras en algunos lugares del mundo se retrocedía en

la vocación colonialista, en otras regiones la colonización misma co-

menzó en forma tardía. Cada región del mundo no-europeo ha seguido un

ritmo distinto en sus procesos de colonización y descolonización. El colo-

nialismo es un modelo político general y un modo de valorización del ca-

pital, pero ha presentado numerosas variantes dependiendo de las carac-

terísticas de la población local y de los colonos –e incluso de los recursos

y medios de producción que se pretendían extraer de cada región–, y tam-

bién del momento histórico, lógicamente.

Page 115: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

115

El proceso puede rastrearse verificando las fechas de las declaraciones

de independencia de los países por región, donde encontraremos que en

una fecha tan tardía como la década de 1970 continúan apareciendo esta-

dos en África; e incluso después, si se considera la reaparición de estados

incorporados al mundo soviético, que recuperaron su autonomía a partir

de 1990. A pesar de que la independencia de cada estado particular solía

suponer un fracaso para el imperio mandatario y para el imperialismo

como sistema, en realidad se produce una reafirmación importante del

sistema capitalista mundial.

Porque la “independencia nacional” supuso normalmente la aceptación

de las reglas políticas de la modernidad, condensadas en la forma del es-

tado-nación vinculado a relaciones de producción de tipo capitalista (o, al

menos, a la producción masiva de excedentes), pues de otro modo se difi-

cultaba el acceso al mercado mundial. Esta es una condición necesaria

para la globalización como acontecimiento general, pues para la relativa

superación progresiva del estado-nación tradicional a escala mundial este

modelo debía imponerse primero a la misma escala.

En el cercano oriente, por otra parte, dichos procesos se producirán en

forma tardía, pues no hay que confundir la dominación de una región por

parte de un imperio tradicional con la dominación de una potencia impe-

rialista: sus modos de funcionamiento y sus efectos son por completo di-

ferentes. Palestina debió esperar a que las condiciones geopolíticas madu-

raran y que cayera en la zona de influencia de los imperios coloniales para

que estos introdujeran las condiciones que la transformarían en una parte

integrante del mercado capitalista mundial.

Pero los efectos no son sólo políticos, económicos o culturales, sino

también demográficos. El desarrollo de las relaciones capitalistas de pro-

ducción trajo consigo un explosivo incremento de la población a escala

mundial. En realidad, el crecimiento de la población humana acompañó el

Page 116: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

116

desarrollo de las grandes sociedades, por la sencilla razón de que sólo

podía producirse un aumento de población en aquellas estructuras sociales

que aseguraran, a un ritmo mayor o menor, el incremento de la producti-

vidad.

En el caso europeo, la población había crecido ininterrumpidamente

desde comienzos de la edad media, exceptuando la crisis demográfica del

siglo XIV, producida por la peste negra. Desde los albores de la moderni-

dad el crecimiento se acelera notablemente para pasar de 52 millones a

principios del siglo XV a 95 millones a principios del XVIII, es decir,

trescientos años para aproximarse a su duplicación. Pero en los doscientos

años siguientes, la población se triplicaría hasta alcanzar los 295 millones

en 1900109. Esto significa que el período de mayor crecimiento de la po-

blación europea se corresponde con la etapa de expansión imperial, pues

la tasa de crecimiento en Europa desciende con bastante brusquedad a

partir de 1950110. Pero el efecto de este crecimiento es mayor en términos

relativos pues, aunque el subcontinente indio y el sudeste asiático alber-

gaban históricamente mucha más población absoluta que Europa (entre 4

y 5 veces más), su crecimiento explosivo característico es propio del siglo

XX, cuando el colonialismo ya había desarticulado los sistemas económi-

co-sociales tradicionales de estas regiones111: “Las cifras correspondien-

tes a Europa, por sí solas, no son suficientes para indicar toda la magni-

tud del logro europeo en materia de crecimiento de la población. Entre la

caída de Napoleón, en 1815, y el estallido de la primera Guerra Mundial,

en 1914, más de 40.000.000 de emigrantes abandonaron sus patrias eu-

ropeas para establecerse en otros continentes. Las consecuencias de esta

vasta migración hicieron que los europeos se convirtieran, en gran parte,

109 Cfr. Livi–Bacci, A Concise History of World Population. Blackwell, 1992. 110 Ídem. Pág. 31. 111 Ibídem.

Page 117: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

117

en una raza extra-europea. En 1814 había menos de 20.000.000 de per-

sonas nacidas en Europa o de sangre predominantemente europea del

otro lado de los mares. Hacia 1914, el total se había multiplicado diez

veces, hasta sumar cerca de 200.000.000. Este incremento y dispersión

de los europeos durante el siglo XIX fue un reflejo fiel de su espíritu im-

perial. Hacia 1914 había tantas personas de ascendencia europea fuera

de Europa, como habitantes había tenido este continente el siglo ante-

rior” 112.

Lo que nos interesa de estos datos demográficos es constatar que el

proceso de colonización sionista de Palestina se encuentra, en este senti-

do, completamente integrado al proceso general de colonización como

“exportación” de la población europea. No obstante, se trata también de

un caso específico y que presenta importantes singularidades.

Si puede considerarse a la colonización como un tipo particular de mi-

gración, sustentado en un sistema imperialista, inmediatamente debemos

decir que se trata, sobre todo, de un mecanismo idóneo para la transfor-

mación estructural de las áreas afectadas. A diferencia de una fuerza mili-

tar de ocupación, cuya tarea es mantener un territorio bajo el control ju-

risdiccional de un estado (sean o no imperialistas o expansionistas sus in-

tenciones), la población colonizadora tiene por objeto general transformar

una estructura económica, ya sea importando a una región determinadas

poblaciones socializadas en un contexto específico de relaciones sociales

o transformando las relaciones preexistentes en la región. En estas condi-

ciones, la relación con la población autóctona de una región, implicará su

dominación, su expulsión e incluso un eventual exterminio.

Porque la colonización es, ante todo, un tejido de relaciones inter-

sociales e inter-culturales que persigue un fin específico que está relacio-

nado con la estructura social de la que parte el colonizador: no es simple- 112 Cfr. Bruun, La Europa del Siglo XIX. Op. Cit.

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118

mente un abandono del país de origen. Por el contrario, la colonización,

desde la perspectiva del colonizador, implica la transformación de un

nuevo espacio social a la imagen y semejanza de la sociedad de origen,

aunque otro, y muy distinto, es el destino de los colonizados: “El coloni-

zador marcha a la colonia porque es el medio con el que cuenta para lo-

grar un estatuto económico superior al metropolitano y porque, además,

al vivir en un sistema basado en la opresión, puede alcanzar rápidamente

un ascenso social que tampoco habría obtenido en la Metrópoli. En el

extremo inferior de la escala social colonial, ya fuera de ella, se encuen-

tra el indígena; en el superior, el colonizador, ya sea comerciante (con

más pingües ganancias y beneficios menos controlados), ya sea funciona-

rio (trabajando no en una mediocre prefectura, sino en un auténtico vi-

rreinato), ya sea militar (liberado de la observación de los políticos y do-

tado permanentemente de facultades excepcionales)”113.

Esta caracterización del colonizador contribuye a acercarnos una idea

importante: que no todas las áreas por las que un imperio podía extender-

se eran zonas aptas para la colonización. Sí el primer paso para lograr la

incorporación de un territorio era la conquista militar –sea cual fuese la

excusa para tal ocupación– la lógica de la expansión es fundamentalmente

económica, y los pasos que siguen a la ocupación militar implican la in-

corporación del nuevo territorio al área de acción económica de la poten-

cia imperial. El primer paso es dado por el estado, que es entonces un es-

tado volcado al servicio de una clase social. Pero la colonización debe ser

desarrollada por particulares con apoyo de este estado. Por lo tanto, para

que existan candidatos a desplazarse de la metrópoli a la colonia deben

existir oportunidades efectivas de crecimiento económico y social para

estos candidatos. Porque el militar de carrera y el funcionario continúan

formando parte del aparato del estado imperialista, pero no hacen a la 113 Sartre, Prólogo en Memmi, Retrato del Colonizado. Op. Cit. Pág. 14.

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119

transformación de la estructura económica de la colonia sino como fuer-

zas auxiliares.

Ahora bien, en aquellas zonas ocupadas militarmente que no ofrecían

este tipo de incentivo resultaba entonces mucho más difícil establecer una

colonización efectiva. A largo plazo, la ocupación no resultaba rentable

para el imperio. De hecho, ciertas zonas eran ocupadas por su importancia

estratégica y no por su valor económico, para conservar el sistema impe-

rial. De esta forma, las colonias de América, por ejemplo, representaron

desde el primer momento una fuente de riquezas fácilmente extraíbles

para los conquistadores, atrayendo de inmediato la atención de los impe-

rios y facilitando la atracción de colonos, junto con adelantados, misione-

ros y aventureros de toda índole. En otras regiones, como el sudeste asiá-

tico, la presencia de grandes sociedades refrenó la presencia colonial, que

se concentró en enclaves urbanos, antes que en grandes extensiones de

propiedad rural, resultando el comercio desigual la mayor fuente de ga-

nancias. No hace falta insistir en el particular beneficio que se obtuvo de

África.

Pero Palestina, como otras partes del cercano oriente, no ofrecía las

oportunidades de otras regiones. Como resultado, la victoria sobre el Im-

perio Otomano no garantizó un convincente botín para la instalación de

contingentes migratorios europeos que colonizaran este territorio. Por otra

parte, esta conquista se obtuvo en forma tardía –porque tampoco había

sido deseada antes– en relación con otras zonas del mundo. El cercano

oriente no se encontraba “maduro” para la independencia nacional, vale

decir, no existían todavía las condiciones sociales en la forma concreta del

beneficio colonial para la implantación del estado-nación. Pero precisa-

mente era esta la ambición política de los estados imperiales europeos en

las regiones que no anexionaban y de dónde no obtenían suficientes bene-

ficios directos: la implantación global del sistema del estado-nación, con

Page 120: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

120

vistas a crear y obtener nuevos mercados y fuentes de ganancias o mate-

rias primas. Por ello no es sorprendente que el imperialismo británico y el

francés se retiraran sólo después de crear una serie de estados nacionales

cuya población se encontraba sometida a los designios de las clases do-

minantes –a menudo en forma de clanes poderosos– apoyadas por los im-

perios salientes.

Uno de los grandes éxitos del capitalismo como sistema social es su

tendencia a la “clonación” política. Porque, a diferencia de las sociedades

estamentales, se basa en la liberalización de las individualidades econó-

micas (sea cual fuere la posición en el mercado de cada individuo) y en la

expansión continua de sus mercados. Con ello, al enfrentarse con otras

formaciones sociales complejas, le basta con destruir el tejido social exis-

tente en las tierras invadidas, mediante el uso de la violencia imperial,

para que el capitalismo, buscando oportunidades de crecimiento, llene el

vacío dejado por la vieja estructura. La instalación controlada de las rela-

ciones mercantiles capitalistas induce a la articulación política local a co-

piar o adaptar paulatinamente el modelo de los países centrales. Si la ope-

ración sale mal, y la estructura política no es copiada, siempre quedan

como opciones el saqueo y el abandono posterior.

El reparto del cercano oriente entre Francia –que ocupó la zona de in-

fluencia Sirio-Libanesa– y Gran Bretaña –que ocupó el resto de la región–

fue relativamente sencillo, precisamente porque la zona no era demasiado

prometedora: el arreglo pacífico implicaba que no valía la pena una gue-

rra por el control de esa zona. Pero, dado que el esclavismo estaba agota-

do y que el modelo imperial se hallaba ya en retroceso, las posibilidades

efectivas del sistema colonial apenas fueron aplicadas a la región. Por otra

parte, el sistema colonial es efectivo si el intercambio con la metrópoli es

fluido y constante, vale decir, si el capitalismo central se encuentra en

buenas condiciones. Pero la salida de la Primera Guerra Mundial encontró

Page 121: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

121

una Europa occidental a las puertas de la paralización económica que fre-

naba cualquier fluidez en los intercambios. El estado no había desarrolla-

do todavía toda su capacidad de intervención interna en el manejo de la

economía114, que sólo sería desarrollada por el Fascismo y el Nazismo

(como se hacía ya en la Rusia Soviética) y, posteriormente, por el Keyne-

sianismo práctico. Esta relación entre el estado fascista y el estado de

bienestar no debe sorprender: se trata en ambos casos de un modelo cor-

porativista de estado intervencionista, y es en este sentido en el que debe

realizarse la equiparación, no en cuanto a las formas políticas y los dis-

cursos implicados.

Frente a este estado de cosas, el sionismo vino a resolver parcialmente

este problema para Gran Bretaña en lo que a la colonización de Palestina

se refería, ofreciendo una masa colonizadora importante, motivada y que

no pedía de la metrópoli sino que la dejaran instalarse allí. El hecho de

que este movimiento procurara su propia independencia nacional no cons-

tituía en realidad un inconveniente, pues al menos tendería a establecer la

forma políticamente correcta en la región para el establecimiento de rela-

ciones económicamente provechosas y, además, se podía esperar mante-

ner el poder en la región manu militari, de modo que dicha “independen-

cia” siguiera bajo su control. La Segunda Guerra Mundial se encargaría

de destruir esta última percepción, aunque el principio sigue siendo váli-

do: en la actualidad Israel es considerada una nación moderna (en el sen-

tido europeísta) en contraste con sus vecinos de la región.

Así se comprende que, de todos los estados creados por las potencias

europeas por aquellos años en la región (Siria, Líbano, Iraq, Jordania,

etc.), sólo Israel acabara teniendo, durante varias décadas, la forma de es-

tado característica de los estados nacionales europeos avanzados y tam-

bién que sólo en Palestina se produjera un auténtico recambio poblacio- 114 Cfr. Hobsbawm, Historia del Siglo XX. Op. Cit.

Page 122: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

122

nal. Las corrientes migratorias sionistas actuaron como los colonizadores

que la escasa atracción de la región impidió desarrollar eficientemente en

los países vecinos. Bien distintas habrían sido las cosas, puede suponerse,

de haberse sabido y comprendido el valor geopolítico y económico de los

yacimientos petrolíferos de la región.

Como se ha visto, de todas formas existió un elemento económico im-

portante para dicho desplazamiento, derivado de la situación sociopolítica

inestable en Europa oriental. Pero a la potencia imperial, en principio, po-

co le importaban estas causas: de los pioneros sionistas, pocos y ninguno

era ciudadano inglés. El imperio proveyó a la zona de soldados y gober-

nadores. Sin embargo, hasta el fin de la guerra era otro imperio el que

dominaba en la zona, y sólo el Gran Sultán tenía entonces peso en ella. La

actuación “internacional” comenzó cuando este dominio llegó a su fin.

Como hemos visto, la política imperial europea de fines del siglo XIX

y comienzos del siglo XX, a diferencia del viejo imperialismo, no se ba-

saba en la anexión territorial directa sino en el control colonial. Esta polí-

tica encontró su sanción jurídica, también tardía, en el régimen de Manda-

to, según el cual se otorgaba a una potencia imperial el control jurisdic-

cional de un territorio, refrendado por el envío de tropas y funcionarios115.

El cambio en las relaciones internacionales que siguió a la Primera

Guerra Mundial produjo una rearticulación de este sistema. Mientras que

antes de 1914 la conquista imperial se basaba en el dominio militar, con

la consiguiente posibilidad de desatar conflictos de interés con otros con-

quistadores, con la creación de la Liga de las Naciones se incorporaron, al

menos en apariencia, los marcos jurídicos para administrar mejor esos

conflictos. La guerra había puesto en evidencia que la ausencia de un

marco de regulación para las relaciones internacionales –y, más precisa-

mente, inter-imperiales– podía acarrear serios problemas de supervivencia 115 Cfr. Bruun, La Europa del siglo XIX. Op. Cit.

Page 123: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

123

para los propios imperios. Además, ahí estaba la revolución bolchevique

como muestra y advertencia de lo que los conflictos podían llegar a repre-

sentar para los imperios capitalistas.

Esto no significó que los imperios renunciaran a ejercer su poder. Se

encontraban implicados en la tensión que existía entre la necesidad de de-

sarrollo (que hemos destacado como una característica general del impe-

rialismo) y la necesidad de asegurar un marco de subsistencia política que

tendía a refrenar este mismo desarrollo. Esto ocurría en un momento

histórico en el que el despliegue capitalista europeo se hallaba detenido y

hasta en retroceso, porque el sistema expansivo utilizado hasta el momen-

to, que se apoyaba en el régimen “colonialista” de acumulación, mostraba

ya claramente sus limitaciones. Por otra parte, la necesidad existente lue-

go de 1918 de establecer canales de comunicación política se hizo eviden-

te pues: “Para quienes se habían hecho adultos antes de 1914, el contras-

te era tan brutal que muchos de ellos, incluida la generación de los pa-

dres de este historiador o, en cualquier caso, aquellos de sus miembros

que vivían en Europa Central, rechazaban cualquier continuidad con el

pasado. <Paz> significaba <antes de 1914>, y cuanto venía después de

esa fecha no merecía ese nombre (...) en la Primera Guerra Mundial par-

ticiparon todas las grandes potencias y todos los estados europeos excep-

to España, los Países Bajos, los tres países escandinavos y Suiza”116. La

primera guerra mundial abre también la era de los genocidios, con la ma-

tanza de 1.500.000 armenios por parte del imperio turco. La virtual ruina

económica que resultó para los países “vencedores” del conflicto acentuó

la sensación de brutalidad del conflicto, y sin duda contribuyó a acelerar

la desintegración de los sistemas imperiales. Esto, como se ha dicho, no

fue obstáculo para que resultara en una conquista para el capitalismo, en

la forma de la globalización del modelo de estado-nación. 116 Hobsbawm, Historia del Siglo XX. Op. Cit. Págs. 30-31.

Page 124: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

124

No obstante, el organismo creado para de contener el conflicto me-

diante el diálogo multilateral, la Liga de las Naciones, en ningún momen-

to tuvo una capacidad política efectiva, e incluso se transformó en un me-

dio cuasi-legal para la aplicación de políticas imperialistas. De esta forma,

cuando en 1922 se promulgó el mandato de Palestina, que daba la conce-

sión política de la zona al imperio británico: “La mayoría árabe objetó

que el mandato inconstitucionalmente violaba el Convenio, frustrando la

independencia nacional que el artículo 22 había reconocido provisional-

mente para aquellos que fueran habitantes indígenas de Palestina desde

antes de 1919. Pero la perspectiva inglesa del Mandato no puso un énfa-

sis semejante en el rol legal del artículo 22 o, ciertamente, de la Liga de

las Naciones en general”117. Así se señala la improcedencia legal del

mandato en relación con las atribuciones británicas, y destaca su contra-

dicción con el Pacto de la Sociedad de Naciones.

En este sentido, es evidente que el imperio no estaba intentando dis-

minuir su propio poder, y ninguna atribución concreta había sido atribuida

a la Liga: la función de ésta parece haber sido crear los canales de comu-

nicación necesarios entre las potencias, pero en ningún caso limitar su

poder como lo haría un organismo auténticamente supranacional. David

Ott recoge al respecto unas declaraciones esclarecedoras de Lord Balfour,

que mantiene una actitud soberbia e imperialista: “<Debe recordarse que

el Mandato es una limitación auto-impuesta por los conquistadores sobre

la soberanía obtenida por ellos sobre los territorios conquistados (...) los

Poderes Aliados (...) han consultado a la Liga de las Naciones para que

los asistieran (...) pero la Liga de las Naciones no es la autora de la polí-

tica, sino su instrumento>. Él [Balfour] Concluye que <el Mandato no

117

Ott, Public International Law in the Modern World, Pitman, 1987. Pág. 61.

Page 125: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

125

fue hecho por la Liga, ni puede, en sustancia, ser alterado por la Li-

ga>” 118.

Semejante postura excluye toda consideración sobre la capacidad de

la Liga de las Naciones no ya de regular, sino siquiera de condicionar las

acciones de los estados imperiales. De todas formas, repasando el texto

mismo del Mandato, nos encontramos con que éste ha sido redactado pa-

ra mayor gloria de la potencia mandataria, de modo que en la práctica la

Liga de las Naciones funcionó, en este sentido, como un instrumento “in-

ternacional” de legitimación de la política imperial, sin importar lo que

dijeran sus estatutos fundacionales. Es un antecedente que debe tenerse

en consideración para el futuro desarrollo de las relaciones internaciona-

les por medio de organismos multinacionales.

De la misma forma que el Mandato establece en su artículo primero la

casi completa discrecionalidad de la potencia mandataria que “tendrá

plenos poderes de legislación y administración”, asimismo el texto com-

pleto asume como propia la Declaración Balfour de 1917. Lo hace en su

preámbulo, en donde se la cita expresamente como decisión de los pode-

res aliados el acuerdo de que “el mandatario será responsable de poner

en efecto la declaración originalmente hecha (...) por el gobierno de su

majestad Británica (...) en favor del establecimiento en Palestina de un

hogar nacional para el pueblo Judío”; y en el artículo segundo declara

directamente que “el Mandatario será responsable de poner el país bajo

condiciones políticas, administrativas y económicas tales que aseguren

el establecimiento del hogar nacional judío (...) y el desarrollo de insti-

tuciones de auto-gobierno, así como salvaguardar los derechos civiles y

religiosos de todos los habitantes de Palestina, sin consideración de su

raza y religión”.

118 Íbidem.

Page 126: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

126

El remate político de este documento consiste en establecer una

Agencia Judía encargada de mantener las relaciones con la potencia

mandataria. Dicha Agencia no sería otra que la Organización Sionista

(Art. 4). En cuanto a la estructuración jurídica “El Mandatario será res-

ponsable de observar que el sistema judicial establecido en Palestina

asegurará a los extranjeros, tanto como a los nativos, una completa ga-

rantía para sus derechos” (Art. 9).

Dado que estos artículos protegen los derechos “civiles y religiosos”

de los habitantes de Palestina, hay que aclarar que quedan fuera de la dis-

cusión los derechos políticos de los mismos. Sea cual fuere el país que se

construyera a partir del Mandato, desde la óptica británica los habitantes

no-judíos de Palestina no tendrían nada que decir acerca de la constitu-

ción política o judicial, por no hablar de la estructura económica y admi-

nistrativa. Lo que se considerara desarrollo o no desarrollo quedaba tam-

bién bajo la jurisdicción británica hasta nuevo aviso, pues el mandato tie-

ne fecha de inicio pero no de terminación.

Muy pobre es el aporte efectivo de la Liga de las Naciones a la situa-

ción regional que nos ocupa, como pobre era en realidad el diálogo entre

las potencias. Los EUA se encontraban más preocupados por su propio

desarrollo que por los problemas europeos, y su inmenso territorio le

permitía por el momento esquivar la necesidad de expansión colonial. De

hecho, Hobsbawm señala que esa es una de las causas por las que los

EUA no pudieron tomar el relevo de Gran Bretaña como impulsores del

capitalismo internacional119.

En realidad, ya había desarrollado tal experiencia contra la población

indígena norteamericana, México y España durante el siglo XIX. A su

vez, las potencias derrotadas de Europa central fueron tratadas con una

impiedad y un rigor que no podía dejar de sentar las bases para un futuro 119 En Historia del siglo XX, Op. Cit.

Page 127: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

127

conflicto regional. Los veinte años que mediaron entre el fin de la prime-

ra Guerra Mundial y el comienzo de la segunda no resultaron más que

una larga espera en materia de acción bélica internacional.

Sin embargo, esta espera política no era posible en términos socioe-

conómicos ya que, luego de terminada la guerra: “la mundialización de

la economía parecía haberse interrumpido. Según todos los parámetros,

la integración de la economía mundial se estancó o retrocedió. En los

años anteriores a la guerra se había registrado la migración más masiva

de la historia, pero esos flujos migratorios habían cesado, o más bien

habían sido restringidos por las guerras y las restricciones políticas”120.

De hecho, entre mediados de la década de 1920 y mediados de la siguien-

te el sistema económico mundial se derrumbó y con él, por largo tiempo,

el ideal liberal de funcionamiento de la economía doméstica de los países

centrales, que debieron buscar otros sistemas distributivos ya fuera en la

izquierda o en la derecha, con resultados similares.

Pero el auténtico colapso político lo experimentaron las relaciones co-

loniales, pues era ese el régimen de acumulación capitalista que se en-

contraba en crisis. Declinaba la era de las gigantescas ganancias produci-

das por el intercambio desigual, basado en el constante detrimento de los

términos de intercambio, al menos bajo la forma política del imperialis-

mo decimonónico. La posesión de vastos territorios ultramarinos ya no

representaba para los imperios una razón de prosperidad, mientras que el

mantenimiento de la administración de las colonias se volvía proporcio-

nalmente más oneroso y difícil de mantener.

En este contexto, el mantenimiento de Mandatos improductivos era

fuente de problemas y no de soluciones para los gobernantes imperiales,

y sí eran mantenidos era por su presunta importancia estratégica. Por su

parte, la Liga de las Naciones no contaba con ninguna facultad u orga- 120 Hobsbawm, Historia del Siglo XX, Op. Cit. Pág. 95.

Page 128: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

128

nismo subsidiario que pudiera siquiera ocuparse del problema económi-

co, pues el “sistema mundial” se había desarrollado sin ninguna dirección

que no fuera la constante persecución de nuevas ganancias.

Uno de los motivos principales de la desarticulación del mercado

mundial consistía en que el sistema imperial no preveía que las colonias

o los países dependientes de las economías centrales se convirtieran en

demandantes de producción, reactivando la economía desde el “eslabón

débil” de la cadena. No obstante, fue necesario que la Segunda Guerra

Mundial desplegara toda su capacidad destructiva para que se compren-

diese que la era de los imperios coloniales, y con ella la de los Mandatos,

había llegado a su fin.

D_ Los cambios en las relaciones internacionales

Una de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial fue el intento

–fallido– de “humanizar” los conflictos armados, intento que tuviera por

herramienta principal a la convención de Ginebra (1925)121. El recuerdo

de los horribles efectos del gas tóxico –en realidad, apenas un comentario

acerca de los horrores vividos– condujeron a la prohibición de este tipo de

armamento, por lo demás bastante ineficaz como elemento de destrucción

masiva, aunque algunas potencias imperiales no dudarían en utilizarlos

contra colonias poco sumisas122.

Todavía más terrible, más extensa e inhumana que la primera, la Se-

gunda Guerra Mundial hizo comprender que lo que debían humanizarse

121

Cfr. Ott, Public International Law in the Modern World. Op. Cit. 122 Lo cual constituyó la verdadera razón de su abandono. El desarrollo de los auténti-cos gases letales debió esperar a la guerra fría, con su alucinante repertorio de “arma-mento no convencional” y su uso en “guerras sucias”, como Vietnam. Cfr. Hobs-bawm, Historia del Siglo XX, Op. Cit.

Page 129: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

129

no eran los conflictos armados, sino las relaciones internacionales y, al

menos entre las potencias mundiales, qué es lo que podía y qué es lo que

no podía ser destruido sin más. Para agilizar las relaciones entre los países

se crea la Organización de las Naciones Unidas, y para aproximar un

acuerdo acerca de lo que debía defenderse desde este ámbito se redacta la

Declaración Universal de los Derechos Humanos como un catálogo de

acuerdos mínimos para encarar las relaciones internacionales.

Las profundas críticas que merecen ambas instituciones, especialmente

en lo que a sus usos políticos se refiere, no deben ocultarnos su marco

histórico, signado por la experiencia traumática de dos guerras descomu-

nales y un interregno que, para el mundo capitalista al menos, estuvo

marcado por un continuo vivir al borde del abismo social y económico

antes de caer en el precipicio bélico. Así, la propia Carta de las Naciones

Unidas se presenta a sí misma como un producto del trauma causado por

esa época terrible: “Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, resuel-

tos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, que

dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos

indecibles...”123. Siendo un producto de las potencias mundiales más que

de la humanidad a quien estaba dirigida, la Carta consintió en omitir los

sufrimientos indecibles infligidos a la humanidad por esas mismas poten-

cias antes de los conflictos armados a los que alude la carta.

La Carta de las Naciones Unidas, si bien pretende que el alcance de

sus buenas intenciones sea universal, tiene un efecto inmediato, que es el

de sancionar definitivamente la figura del estado nacional como la forma

organizativa por excelencia de las sociedades humanas. Se trata de un ac-

to de un etnocentrismo tan apabullante que pasa por lo general desaperci-

bido y resulta tanto más paradójico por cuanto se apoya, en términos mo-

123 Carta de las Naciones Unidas (San Francisco, junio de 1945).

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130

rales, en un marcado individualismo ético, que inmediatamente entra en

conflicto con la forma de organización impuesta.

La fórmula política de la organización para la toma de deisiones: “un

estado, un voto” –que, como veremos, será de inmediato inoperante–

tiende a sancionar un estado de cosas mediante el cual se ratifican los

triunfos europeos sobre el resto de la humanidad. En este sentido, la “his-

toria” también ha operado en favor del ideal sionista. Porque, dadas las

diferentes concepciones de lo “judío”, la única que encontrará un estatuto

de máximo nivel en este contexto será precisamente la que se apoye en la

idea del estado nacional, que es precisamente lo por aquellos años que

intentaba concretar en Palestina el movimiento sionista. Y la construcción

se hallaba en un estado bastante avanzado de desarrollo, por otra parte, si

se consideran las dificultades a las que se enfrentaba. Cualquier colectivo

humano que lograra su independencia y se organizara en torno a un estado

nacional pasaría automáticamente a ser un ente protegido por la Carta,

ciega en la práctica para cualquier otra forma de colectivización humana,

acorazando los flancos políticos del nuevo estado. En su defensa de la paz

internacional, no le quedaría a la Organización de las Naciones Unidas

más remedio que la de apoyar su subsistencia, dado que la alternativa im-

plicaría necesariamente un conflicto armado de gran envergadura relativa,

como efectivamente ocurrió, de todas formas.

Pero la Carta tiene otros efectos de capital importancia, pues instituye

organismos clave que se sustentan en una base bastante contradictoria.

Mientras su artículo 2.1 destaca que “La Organización esta basada en el

principio de la igualdad soberana de todos sus Miembros”, su desarrollo

posterior instala en el centro del poder político que la ONU pudiera tener

un mecanismo de toma de decisiones derivado de la Segunda Gran Guerra

y de las nuevas condiciones geopolíticas, marcadas por el enfrentamiento

bipolar: el Consejo de Seguridad.

Page 131: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

131

Bajo el dominio de las potencias coloniales e imperiales los mapas

políticos del mundo se dibujaron más de una vez, incluso en el propio te-

rritorio europeo. Cada una de las “correcciones” de las fronteras trazadas

implicó algún conflicto bélico o social. La Paz entre Estados es el hilo

argumental, casi obsesivo, de toda la experiencia institucional de la ONU

en su etapa fundacional. Sin embargo, otros temas se le presentaban tam-

bién como amenazas al orden mundial. Así, la experiencia de la ONU na-

ce con un conjunto de instituciones que funcionaban supuestamente bajo

su órbita o en relación con ella: ellos son el Consejo Económico y Social,

la Corte Internacional de Justicia y, principalmente, el Consejo de Seguri-

dad. El núcleo formal de todo el aparato es, no obstante, la Asamblea Ge-

neral de las NU, bosquejo moderno de Ágora en donde cada estado

miembro presenta sus situaciones, opciones y opiniones frente a los de-

más y en igualdad de condiciones. La máxima autoridad adquirida por

este organismo da especial relevancia a su documento más extendido: la

Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue consensuado

por el conjunto de los países miembros cerca de dos años después de la

Carta. Con todos estos instrumentos, se esperaba hacer de las Naciones

Unidas –suponemos– una herramienta eficaz para alcanzar un estado de

cosas a escala mundial acorde con los “valores universales” volcados en

la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Sin embargo, desde un primer momento la ONU se pierde en el des-

concierto implicado en las diferencias ideológicas y políticas instaladas en

su seno, en especial en el desarrollo de la bipolaridad creciente. Por esta

razón el conflicto desatado en oriente medio es útil como situación para

evaluar la actuación de las instituciones internacionales

Por otra parte, al momento de desarrollarse las instituciones interna-

cionales y a pesar de la extensión del modelo de estado nacional como

modo de organización política y económica, quedaban numerosos rema-

Page 132: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

132

nentes coloniales, subordinados a las potencias dominantes que ejercían la

soberanía en esos territorios. Así lo refleja, por ejemplo, el artículo 2.2 de

la Declaración de los Derechos Humanos: “No se hará distinción alguna

fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o terri-

torio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un

país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria,

no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía”. Por

otro lado, el artículo 15.1 asegura que: “Toda persona tiene derecho a

una nacionalidad”, de modo tal que depender de la jurisdicción de un es-

tado nacional se convierte en una condición necesaria para disfrutar real-

mente de los posibles beneficios de la Declaración. Para los habitantes

autóctonos de Palestina esta posibilidad llegó demasiado tarde, pues para

entonces Gran Bretaña se había retirado virtualmente de la región, mien-

tras que la persistencia del estado de Israel, mediante la victoria militar

sobre los países árabes en 1948, implicó la aparición de nuevas fronteras

para los habitantes de la zona y la denegación de una nacionalidad me-

diante la cual vincularse a la ONU.

El problema de Palestina fue uno de los primeros con los que la fla-

mante organización debió enfrentarse. El caso era particular, aunque esta-

ba lejos de ser único: era un territorio que quedaba fuera de toda jurisdic-

ción nacional, dado que la potencia mandataria, en forma unilateral,

abandonaba la región dejándola librada a su –mala– suerte política y a un

más que probable enfrentamiento armado con una organización militar-

mente superior que dio como resultado un amplio desplazamiento pobla-

cional, acompañado de una considerable incapacidad de organización so-

cial de los palestinos.

Como en realidad no existían mecanismos de legislación internacional

para la resolución de un conflicto de estas características, la Asamblea

General de la ONU recurrió al único dispositivo político del que disponía

Page 133: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

133

pese a que los capítulos XI, XII y XIII de la Carta intentan resolver la

situación de los “territorios no autónomos o fideicometidos”. Eso supuso

una pésima solución del conflicto y una grave auto-atribución de jurisdic-

ción que sentaba un pasmoso precedente. La ONU, sin competencias ni

atribuciones legítimas y sin más apoyo que las convicciones ideológicas

imperantes, continuó la política de sus predecesores políticos en la región,

e impulsó la constitución de dos estados, mediante la resolución 181 de la

Asamblea General: “En 1947, la Liga Árabe propuso referir el caso Pa-

lestina a la Corte Internacional de Justicia (...) pero la Asamblea General

se negó a hacer tal cosa, decidiendo entonces (en un acto que trasgredía

su poder de acuerdo con la Carta de las NU) la partición del país en un

estado judío y otro árabe”124.

La causa de esta decisión es, evidentemente, política: se había acorda-

do, por diversos precedentes, tales como el Mandato de Palestina de 1922,

otorgar al pueblo judío su Hogar Nacional, y la continuidad de la comu-

nión territorial significaba anular esta decisión si no se aseguraba un mar-

co territorial para una mayoría judía importante. Las Naciones Unidas

asumen así, con legitimidad más que dudosa, el punto de vista sionista,

según el cual la condición judía era una condición nacional, posición nada

fácil de sostener en 1947 o en cualquier otro momento. Sin mayores mi-

ramientos la ONU asume lo mismo para la población árabe de Palestina

(que ni siquiera tenía una representación propia ante la Asamblea, ni pod-

ía tenerla, por cuanto era un colectivo débilmente constituido en aquél

momento), aunque tanto posteriormente la Organización para la Libera-

ción de Palestina como muchos defensores de la causa del pueblo palesti-

no hayan intentado construir retroactivamente una imagen nacionalista del

mismo, ¡imitando al sionismo en sus postulados básicos!

124 Ott, Public International Law in the Modern World. Op. Cit. Pág. 61.

Page 134: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

134

Así, la ceguera sociológica y la incapacidad política de la ONU hun-

dieron a la población autóctona de Palestina en el limbo de la indetermi-

nación jurisdiccional, pues la obligó a tomar por un camino que no había

elegido, y para el cual no se encontraba preparada ideológica, económica

ni políticamente, porque las sociedades no se articulan automáticamente

siguiendo las instrucciones de una resolución. El resultado de esta pésima

estrategia fue una guerra inmediata –precisamente lo que la ONU habían

querido a evitar– y la súbita creación de un inmenso número de refugia-

dos cuya desgracia se transformaría en un problema crónico y que ha tras-

cendido las generaciones. Sin resolver el problema heredado del Mandato

Británico y conformando un eslabón más, y no el último, en una triste ca-

dena de desinteligencias (o excesos de malintencionada astucia) la parti-

ción de Palestina signa un gran fracaso de la nueva organización.

Desde entonces, en lo que a la Asamblea General se refiere, el pro-

blema “Palestina” continuó apareciendo periódicamente en las resolucio-

nes y preocupaciones generales de sus sesiones. Pero a medida que el

tiempo pasaba este organismo pasó a ocuparse del tema preferentemente

desde el punto de vista del asistencialismo humanitario. El conflicto ára-

be-israelí, que produciría al menos tres guerras abiertas, sumadas a una

pacificación intermedia siempre inestable, siguió el mismo camino frente

a la organización.

Sin embargo, las causas de la permanencia del conflicto no se encuen-

tran en este caso en una mala política de la ONU, sino en la articulación

del conflicto con la situación global, cuyo epicentro institucional no era la

Asamblea General de la ONU, sino su Consejo de Seguridad.

Resulta sumamente ilustrativo repasar el principal documento emitido

por la ONU respecto al intento de Partición de Palestina y contrastar sus

objetivos y mecanismos con lo que efectivamente ocurrió, de modo que

pueda medirse, siquiera aproximadamente, el alcance del fracaso de la

Page 135: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

135

organización. Dicho fracaso no es, por cierto, motivo de la menor alegría

para ninguna de las partes. Pero la fuerza de las organizaciones interna-

cionales en términos de legitimidad institucional obliga a tenerlas en con-

sideración para cualquier análisis consecuente de la situación, enmarcada

todavía en el proceso de descolonización que ya hemos caracterizado y

con independencia de su auténtica capacidad de resolución de conflictos.

La Resolución 181 de la Asamblea General de la ONU es emitida el

29 de noviembre de 1947, es decir, cuando la primera fase del conflicto

ya se había desatado ante la retirada progresiva de las tropas británicas.

De este modo, la primera parte de la resolución nace ya muerta, pues en

ella se prevé que “las fuerzas armadas de la potencia mandataria serán

progresivamente retiradas de Palestina, la retirada se completará lo an-

tes posible y en cualquier caso no después del 1 de agosto de 1948”. Para

dicha fecha el conflicto ya había crecido en intensidad y, pese a que ello

supuso la anulación de toda la arquitectura institucional que sigue el tex-

to, la resolución fue emitida.

No obstante este descarado intento de la realidad por abortar los planes

de la organización, un mapa político e institucional bastante completo se

traza para la región. Se asegura que una comisión especial facilitará el

tránsito del mandato a la independencia, la libertad de cultos (con la

explícita protección de todos los lugares santos) y, en consonancia con la

Declaración Universal de los Derechos Humanos, se asegura a todos los

habitantes de Palestina la ciudadanía. Pero el punto más interesante en

términos institucionales es el intento de crear un país sui generis, novedo-

so y refrescante para la activa vida de la zona. Se trató de separar políti-

camente el país –aunque siguiendo un criterio marcadamente étnico–

manteniendo una unión económica íntima, lo cual incluía el manejo

común de las finanzas, la libre circulación, la unidad aduanera y otras

condiciones de máxima importancia para el manejo de la economía, como

Page 136: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

136

el control justo y equitativo de los importantísimos, por escasos, recursos

hídricos.

De este modo, la separación es sólo relativa, pues las exigencias de

una unión económica terminan siempre por imponer importantes coinci-

dencias políticas e institucionales o la subordinación de un grupo étnico

respecto del otro, como ocurrió finalmente en este caso. Sólo en el marco

de esta unión económica es posible comprender el rompecabezas de las

fronteras propuestas para ambos estados en la parte II de la Resolución

181. Dicha propuesta consiguió disponer una frontera extensísima en un

territorio pequeñísimo, a lo que se agrega la condición especial prevista

para la ciudad de Jerusalén, dividida de tal modo que resultara una mala

opción para cada una de las partes implicadas. Esta solución “no-

conflictiva” sólo es comparable, por su ingeniosa idiotez, con la división

de Alemania en la segunda posguerra y la construcción del Muro de

Berlín, cuya caída supuso tantas alegrías para el mundo occidental. El

mapa resultante de la resolución es un garabato insostenible.

Al concluir la guerra pudieron apreciarse mejor las distancias que se-

paraban a la decisión de las Naciones Unidas de la realidad: Israel había

declarado su independencia, anexionando la franja del norte que hubiera

correspondido al estado árabe y también un pasillo que lo conectaba con

su parte de Jerusalén; Jordania había hecho lo propio con el Banco Occi-

dental, que pasaría a formar parte del reino Hadremita hasta la Guerra de

los Seis Días de 1967; la “Franja de Gaza”, también dividida, sería con-

trolada por Egipto hasta la misma fecha. Toda posibilidad de crear un es-

tado palestino había quedado abortada, al igual que toda posibilidad de

pacificar la región. La sistemática negativa a atender la posición de los

países árabes no había sido un hecho menor en la ONU, pues sus conse-

cuencias fueron graves y nocivas para todos los implicados.

Page 137: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

137

Una pregunta clave al respecto gira en torno a la sinceridad institucio-

nal de la Resolución 181. ¿Realmente se creyó que el plan era viable en

las condiciones que se presentaban? ¿Podía ignorarse el inminente enfren-

tamiento? No parece haber una respuesta clara para esta “ceguera”, no ya

ideológica, sino política. Sin embargo, el poder mandatario saliente parec-

ía prever el conflicto, hasta el punto de presuponer un resultado desfavo-

rable a Israel que finalmente no se dio125.

En este punto, nuevamente, las fuentes históricas no se ponen de

acuerdo por razones ideológicas: para unos, las potencias y organismos

internacionales favorecieron a Israel claramente, para otros, actuaron a

favor de las fuerzas árabes con la misma claridad. Más probablemente, en

el aspecto diplomático fueron incapaces de encontrar una solución institu-

cional acertada; en el aspecto político, fueron observando interesadamente

el curso de los acontecimientos, para hacer las paces con el vencedor; y,

por último, en el aspecto humanitario, fueron indiferentes hasta la com-

plicidad con las consecuencias del enfrentamiento.

Sólo en marzo de 1948 la Resolución 181 encuentra un nuevo lugar en

la ONU, con la emisión de la resolución 42 del Consejo de Seguridad, que

a partir de entonces sería el órgano encargado de administrar, o al menos

de considerar, el problema de Palestina. Así, el conflicto local se abrirá

definitivamente al orden mundial, pues estar en el centro de las discusio-

nes del Consejo de Seguridad implicaba formar parte del juego diplomáti-

co de la recién estrenada bipolaridad mundial.

Aún cuando formalmente no sea sino una parte de la estructura de la

ONU, el papel protagónico del Consejo de Seguridad, al menos hasta el

fin del siglo XX, es difícil de sobreestimar. La propia Carta de las Nacio-

nes Unidos le dedica un espacio más que considerable, pues aparece en la

misma ocupando una posición clave en buena parte de las funciones eje- 125 Cfr. Lorch, Las guerras de Israel. Op. Cit.

Page 138: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

138

cutivas. La comprensión de su importancia para el caso que nos ocupa,

tanto cuando actúa como cuando se abstiene de hacerlo, requiere de algún

detalle previo de su estructura y modo de funcionamiento.

Se trata de un producto directo de la Segunda Guerra Mundial, pues

intenta equilibrar las tensiones existentes a escala global de acuerdo con

el resultado de dicho conflicto. La guerra fría, aún antes de comenzar en

forma efectiva, encuentra un espacio de desarrollo idóneo en el particular

sistema organizativo de este cuerpo. Según cualquier parámetro que se

desee tomar, se trata también de un organismo increíblemente antide-

mocrático, en contraposición con el principio de “igualdad entre las na-

ciones” que rige para la Asamblea General. La primera evidencia de esto

radica en su composición, que originalmente se reducía a 11 miembros

antes de ampliarse a 15 en 1963. Por otra parte, el altísimo nivel diplomá-

tico del Consejo comporta en general un secretismo en sus negociaciones

que escapa a cualquier control de la opinión pública incluso de los países

más profundamente democráticos que puedan encontrarse.

El “núcleo duro” estaba originalmente compuesto por las potencias

vencedoras de la Segunda Guerra Mundial (EUA, Gran Bretaña, Francia y

la URSS) a las que se sumaba China. Estos cinco estados eran los miem-

bros permanentes del cuerpo y sin duda el espacio interior de las decisio-

nes de máximo nivel. El resto de los integrantes eran no-permanentes, y

carecían de las capacidades especiales de estas potencias. Con bastante

prontitud se desarrolló este núcleo en torno a otra cuestión elemental,

pues los Miembros Permanentes del Consejo eran, además, los encarga-

dos de hecho de mantener a raya la posibilidad de un conflicto en el que

se implicara el uso de armamento nuclear.

Pero la característica más interesante es el modo implícito que este

cuerpo tuvo históricamente para dibujar la agenda internacional. Sus

enormes atribuciones frente a la Asamblea General y el Consejo Econó-

Page 139: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

139

mico y Social –y también frente a la Corte Internacional de Justicia– in-

cluían la posibilidad de vetar el tratamiento de asuntos que a cada uno de

los miembros permanentes le resultaría inmediatamente molesto poner

sobre la mesa de discusiones. De este modo, los asuntos tratados en forma

efectiva por el Consejo y, por extensión, por la ONU en su conjunto, in-

variablemente se desentendían de los aspectos que afectaran directamente

a alguna de las potencias principales. Los conflictos políticos tratados se

desplazaban entonces hacia los márgenes de este sistema126.

Esta situación, por una parte, contribuyó a alejar el peligro de un en-

frentamiento directo entre los dos grandes bloques y, por otra parte, supu-

so que vastas regiones terminaran incluidas en la pugna maniquea este-

oeste, en general para su propio perjuicio. Así, cada potencia podía reali-

zar las acciones que considerara pertinentes en su ámbito de influencia,

pero la cobertura del veto en el Consejo de Seguridad impedía que el tema

llegara a tratarse en forma efectiva, lo cual tendía a no ocurrir con los

acontecimientos que no implicaban directamente a estos poderes. Argelia,

Corea, Vietnam, Afganistán, Nicaragua, Nepal, etc. y, sobre todo, las

políticas internas de las grandes potencias se convirtieron, junto con mu-

chos otros, en temas tabú para el Consejo, secretos a voces que todos es-

cuchaban y sobre los que nadie podía hablar. Este es el motivo por el cual

casi no aparecen resoluciones del cuerpo respecto de los mayores conflic-

tos armados de la segunda mitad del siglo XX. Dónde la influencia de es-

tos poderes menguaba o se mantenía oculta, por otra parte, existía una

mayor posibilidad de acción, un rango diplomático más amplio.

Por supuesto, esto coloca a la capacidad de acción de toda la ONU

muy lejos del marco de colaboración y diálogo que había venido supues- 126 Huntington, en su obra Choque de Civilizaciones (Paidos, 1997), esboza una hipó-tesis similar, aunque consideramos insostenible la línea ideológica que defiende este autor, orientada a la construcción de enemigos políticos más que a una interpretación socio-histórica equilibrada.

Page 140: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

140

tamente a conseguir. Eso repercutió en un hecho notable: si bien no se

presentaron nuevas contiendas armadas a gran escala, el mundo sufrió

numerosos conflictos locales durante varias décadas. Porque si la guerra

fue fría para los países centrales, no lo fue para el mundo que se mantenía

en su periferia. América Latina, África, el Oriente Medio y el Sudeste

Asiático ardieron alternativamente y con diferentes modalidades (Guerras

Civiles, Guerras Secretas, Guerras Sucias, Guerra de Guerrillas, etc.),

acumulando un desparejo pero constante goteo de atrocidades. Uno de

estos conflictos avivados constantemente por las grandes potencias en esa

guerra de desgaste que duró entre la rendición de Japón y la caída del Mu-

ro de Berlín, fue el enfrentamiento árabe-israelí, en el que quedó atrapada

la población palestina. En esta dura fragua de sufrimiento esta población

fue moldeando buena parte de su identidad.

Cuando el Consejo de Seguridad comienza a intervenir en el conflicto

árabe-israelí, por intermedio de su Resolución 42 de marzo de 1948, inicia

una extensa relación con este conflicto, que habrá de convertirlo en gran

protagonista de las disputas internacionales. El sistema de tratamiento de

los problemas entre las potencias, que derivaba la atención hacia la perife-

ria, sumado a la política auto-restrictiva que desarrollaron en sus relacio-

nes recíprocas, pueden ayudar a explicar la notable presencia de este

asunto particular en las prácticas de las organizaciones internacionales de

máximo nivel. Sin tener en cuenta este sistema y su contexto, puede sor-

prender que un área geográfica limitada y una población implicada relati-

vamente reducida acapararan tanto la atención de estas organizaciones.

Si se contabiliza el total de resoluciones del Consejo de Seguridad

desde su creación hasta el comienzo del siglo XXI resulta que, de algo

más de 1400 resoluciones unas 250 se relacionan directamente con este

Page 141: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

141

conflicto, es decir, cerca de un 17,5% del total127. Asimismo, la Asamblea

General –y también el Consejo Económico y Social– recoge un número

muy importante de resoluciones relacionadas. Sólo desde la perspectiva

de la acción humanitaria esta importancia relativa se aproxima a la reali-

dad. Sobre las razones que contribuyen a explicar esta desmedida aten-

ción, por otra parte crónicamente ineficaz, y como conjetura razonable,

puede sugerirse que, paradójicamente, la relativa falta de importancia es-

tratégica de la región puede ser una razón principal.

Porque las grandes potencias carecían de auténticos intereses en la zo-

na, excepto como un mercado para el tráfico de armas, de tal manera que

el juego de la guerra era bastante inocuo en términos de amenaza para la

paz mundial. Esta situación se prolongó hasta que la crisis del Canal de

Suez en 1956 y la crisis del petróleo de comienzos de la década de 1970

obligaron a replantear estas políticas. A diferencia de los hechos en los

que las potencias estaban inmediatamente implicadas, y por lo cual las

posibles intervenciones del Consejo de Seguridad eran o serían con segu-

ridad vetadas por alguno de los miembros permanentes, la cuestión árabe-

israelí podía ser discutida hasta el hartazgo sin que ello implicara ninguna

posibilidad de “contagio” en materia de conflictos internacionales. Esto

no significa que los bandos enfrentaos no tuvieran preferencias, pues el

mundo se había convertido en un inmenso tablero de ejercicios y manio-

bras encubiertas, pero sí que preferían medir sus fuerzas en un campo cu-

ya pérdida no significaría una auténtica derrota para ninguno de ellos. De

aquí, posiblemente, la inutilidad de tantas resoluciones tomadas a lo largo

de cuarenta años, y el olvido de los principios enumerados en la Carta de

las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de los Derechos

Humanos.

127 El dato, de cuya producción primaria somos responsables, corresponde a julio de 2002, pero sigue siendo muy significativo casi una década después.

Page 142: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

142

Otra razón posible de la permanencia de la contienda puede rastrearse

en el intento irreflexivo de resolver cuestiones internas –como había sido

la cuestión judía en el siglo XIX europeo– recurriendo a herramientas le-

gadas de la conquista territorial y el ejercicio del colonialismo y el impe-

rialismo. La “creación” de estados no ha dado precisamente un buen re-

sultado, como puede apreciarse no sólo en este caso. También en la divi-

sión de Corea o Alemania, en el eterno conflicto Indio-Pakistaní, en los

Balcanes y en la partición de África se observan resultados crónicamente

desastrosos. La exposición de estos sucesos como si fueran inevitables

tiende a ocultar que son el fruto de una imposición ideológica y política.

Particularmente sorprendente y paradójica es al respecto la Resolución

242 del Consejo de noviembre de 1967, motivada por el resultado de la

Guerra de los seis Días, considerando que: “Israel, al final de la corta

guerra, poseía 68.672 kilómetros cuadrados de territorio que antes se

hallaban en manos de los árabes o lo que era igual a unos 1.115 kilóme-

tros cuadrados en los Altos del Golán, 5.870 en Judea y Samaria, 360 en

la franja de Gaza y 61.175 en el Sinaí”128.

Este hecho constituye el corazón de la Resolución 242, pues en ella se

rechaza la posibilidad de obtener soberanía sobre una región conquistada

por medios militares. Lo que las potencias habían desarrollado durante

varios siglos y que había conformado el mundo tal como se lo conocía,

suponía ahora una grave violación a la ley internacional, dado que el Con-

sejo de Seguridad se hallaba en posición de determinarlo así. No obstante,

la misma resolución recoge una de las principales consignas de la política

israelí desde entonces: la importancia de la seguridad y el derecho a dis-

poner de unas fronteras defendibles, lo que era totalmente impensable pa-

ra Israel con el mapa de la partición propuesta en 1947, “dónde cada es-

tado pueda vivir en seguridad”, según la jerga de una resolución que era: 128 Lorch, Las guerras de Israel, Op. Cit. Pág. 108.

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143

“necesariamente vaga, como resultado de la necesidad de conseguir tan-

to el apoyo de los Estados Unidos como el de la Unión Soviética”129.

Cuarenta años más tarde, de los conflictos existentes al final de la

Guerra de 1967, sólo la cuestión del Sinaí ha sido resuelta satisfactoria-

mente –y se ha agregado, como contrapartida, la cuestión del Líbano–,

producto de la decisión de Egipto de abandonar la política nacionalista

seguida por Nasser. Pero la resolución tampoco se acercaba, siquiera re-

motamente, al problema humanitario con el que debían lidiar los palesti-

nos desde hacía al menos 20 años. Una nueva generación había nacido y

crecido entre la ineficacia de la Resolución 181 y la ambigüedad parali-

zante de la Resolución 242. En estas condiciones, no es sorprendente que

se hayan desarrollado movimientos insurreccionales que recurrirían a la

violencia inmediata de acuerdo con los medios de los que dispusieran.

La ayuda militar prestada por los soviéticos a los países árabes, así

como la ayuda occidental prestada a Israel, se enmarcaba en el amplio

conflicto internacional que mantenía ocupadas a las potencias, es decir:

los conflictos derivados de la última etapa de la descolonización en diver-

sas regiones del globo y que había llegado a coagular (pero no a cristali-

zar) en el movimiento del Tercer Mundo –por entonces una denominación

política más que económica– que reunía situaciones diferentes y no equi-

distantes del conflicto bipolar principal. El éxito de la revolución cubana

y la experiencia de la lucha insurreccional en Argelia y Vietnam fueron

escuela para los movimientos independentistas palestinos de carácter na-

cionalista, como Al-Fatah y no dejaron de tener una fuerte influencia en

los movimientos de carácter político-religioso. Por otro lado, estas expe-

riencias sirvieron también de antecedentes para los aparatos represivos

“antisubversivos” o “antiterroristas” de muchas regiones planeta en las

décadas de 1960 y 1970. 129 Íbidem.

Page 144: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

144

Los movimientos independentistas palestinos intentaron adaptar el

modelo insurreccional a su situación particular, pues el estado de Israel

era considerado una potencia invasora (como sí hubiera una potencia im-

perialista judía en otra región) y no un país vecino y rival. De esta mane-

ra, se aprecia que en oriente medio se combinaron varias modalidades

conflictivas.

Luego de esta época convulsionada, en particular luego de la caída del

comunismo de estado en la URSS –cuyo lugar en el Consejo fue ocupado

por Rusia–, varias resoluciones del Consejo de Seguridad (338, 1397,

1402, 1403 y 1405, por ejemplo) recogen infructuosamente el espíritu de

la resolución 242. Se incorpora ahora la necesidad de resolver los proble-

mas vitales de los palestinos, luego del relativo avance en la situación que

constituyera, después de 1990, la afirmación de la Autoridad Palestina,

que pasaría, sin embargo, por numerosas situaciones de inestabilidad en la

siguiente década y hasta el presente.

En resumen, si bien el Consejo resultó una válvula útil para adminis-

trar los conflictos entre las potencias nucleares, su acción efectiva, más

que resolver los conflictos, contribuía a desplazarlos hacia los márgenes

del sistema y de allí que el equilibrio logrado por esta vía institucional

fuera la fuente perenne de enfrentamientos en oriente medio y otras re-

giones. Pero aún cuando finalmente se contuvo, ya que no se resolvió re-

almente, el conflicto árabe-israelí, que había sido provocado por la deci-

sión unilateral de las potencias de occidente de crear estados “étnicos” en

la región, el problema de los palestinos –en realidad, el problema para los

palestinos que se refleja en problemas para los israelíes– continuó sin so-

lución alguna. El apoyo que recibieron durante su lucha armada contra

Israel de los países árabes, sin medios adecuados y sin auténticas esperan-

zas de victoria, fue atenuándose más y más, hasta que el alineamiento de

varios de esos países con los EUA y el temor de los demás a represalias

Page 145: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

145

militares (como terminó por ocurrir) implicó que sólo recibieran alguna

ayuda económica en forma de donativos.

Tanto como las resoluciones de la Asamblea General, las del Consejo

de Seguridad tienden a obtener escasos resultados cuando las potencias no

se deciden a imponer realmente sus determinaciones. Esto denota un défi-

cit en la máxima organización internacional, y marca una profunda dis-

tancia respecto del estado-nación. Porque este último modelo, que se ha

ido modificando pero que, en esencia, sigue siendo la base del sistema

político en casi todo el planeta, cuenta siempre con los medios –más o

menos limitados– para imponer su voluntad política y legislativa, mien-

tras que en el ámbito de la ONU eso depende todavía de los intereses par-

ticulares de las potencias implicadas.

E_ En el “nuevo orden”

Lógicamente, la causa principal por las que las resoluciones de los di-

ferentes órganos de la ONU no han tenido el efecto que declaraba su con-

tenido, es necesario señalar en primer lugar la falta de decisión política

de las potencias implicadas de hacer valer ese contenido. El hecho de que

más sesenta años después de emitida la resolución del Consejo 242

(1948) las resoluciones siguientes de este órgano respecto de la situación

de los territorios ocupados por Israel no hayan cambiado demasiado en

su contenido, es prueba suficiente de ello.

Sí resulta sorprendente que las instituciones destinadas a proteger los

Derechos Humanos no hagan demasiados esfuerzos por hacer acatar sus

resoluciones y que la legitimidad de este sistema, por no hablar de su uti-

lidad, no sea puesta en duda por quienes tienen el poder para alterarlo, es

forzoso concluir que esos poderes se encuentran satisfechos con el fun-

Page 146: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

146

cionamiento existente. En estas condiciones, el sistema no es solamente

ineficaz, sino también perverso, en el sentido de que no pretende en rea-

lidad defender a las personas de acuerdo a los derechos que les son atri-

buidos por la Declaración Universal de los Derechos Humanos sino a los

intereses de ciertos estados e incluso de ciertos grupos de presión dentro

de los estados. Caso por caso, año por año, tal vez resultaría difícil soste-

ner esta tesis, considerando las dificultades de cada evento particular. Sin

embargo, se han acumulado ya seis décadas de buenas intenciones, omi-

siones interesadas y desacatos sin castigo alguno –del que la Resolución

242 es un caso preclaro– que, por mera acumulación, señalan la tenden-

cia general del dispositivo. No obstante, esta imputación no implica des-

merecer los valores implícitos en los Derechos Humanos. Es sólo que

parece que se ha producido una profunda brecha, una dislocación entre su

uso político y su significación axiológica: en general, el pragmatismo

político, económico o militar se ha impuesto sobre los valores humanita-

rios.

A todo ello se ha sumado en las últimas décadas, por una parte, la cri-

sis financiera de la ONU, sostenida de manera poco convincente por los

estados miembros, pues se encuentra atravesada transversalmente por

intereses económicos que nunca invierten por nada y, por otra parte, el

desequilibrio de poder producido en el Consejo de Seguridad por el de-

rrumbe del socialismo de estado.

La responsabilidad de este proceso no puede, evidentemente, achacár-

sele a la ONU, aunque sí abre la posibilidad para sostener el carácter re-

lativo de los Derechos Humanos, resultado de la forma unilateral de ejer-

cer el poder, que exige rápidos alineamientos y escaso sentido crítico de

las políticas decididas de esta forma. De esto resulta un quiebre, una frac-

tura en la incipiente organización del orden socio-jurídico, como lo se-

ñaló Chomsky: “si tomamos la definición –un estado que rechaza sus

Page 147: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

147

obligaciones internacionales, que actúa unilateralmente, que se abre pa-

so violentamente– Estados Unidos es el “estado ilegal”, por ser de lejos

el país más poderoso y extremo en la violación de la ley internacional,

en su rechazo de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Na-

ciones Unidas. La posición oficial es que Estados Unidos no está limita-

do por convenciones internacionales. (...) El Departamento de Estado

dijo que antes podíamos contar con que la mayor parte del mundo estar-

ía de acuerdo con nosotros, si no sufrirían las consecuencias. Cuando

llegó la descolonización el mundo se diversificó y no podíamos esperar

más que todos estuviesen de acuerdo. En consecuencia nos reservamos

el derecho de decidir lo que está dentro de nuestra jurisdicción”130.

De esta forma puede profundizarse el mal funcionamiento del sistema

“universal” de protección de los derechos, incluyéndolo como parte en un

proceso más amplio y convirtiendo los valores absolutos que se pretendía

defender en variables al servicio de la política del poder político o

económico. La alineación tradicional del estado de Israel con los EUA

sin duda contribuyó también a la polarización del conflicto, pues en toda

actividad política en donde existen “socios”, el socio menor queda inme-

diatamente implicado en las decisiones tomadas por el socio más podero-

so.

Situada al borde del mecanismo neo-imperial, que ya no usa en gene-

ral de la ocupación militar sino del control político-económico de cada

región, Palestina, pese al fin de la Guerra Fría, se encuentra todavía en

una de las fronteras más conflictivas del sistema. En otras palabras, Israel

ha contado con el apoyo de la mayor potencia mundial, pero a condición

de seguir ligado a los intereses políticos o económicos de esta potencia

aliada. Esta posición subordinada se ha convertido en una premisa de la

130 Chomsky, Noam, Entrevista, en diario Página 12, Bs. As, 13 de noviembre de 2000.

Page 148: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

148

política israelí y redunda en un continuo deterioro de su imagen interna-

cional, que no deja de reflejarse, a su vez, en la reaparición crónica de

prejuicios anti-judíos cuyo origen es, no obstante, parcialmente indepen-

diente de la situación en el oriente medio, porque los prejuicios étnicos

muestran una notable resistencia a la desaparición.

Considerando el grado de mundialización de la política actual, este

régimen no puede ser pasado por alto al intentar analizar el estado de la

cuestión en Israel-Palestina. Porque no es razonable intentar describir –y

menos aún prescribir– la política que sigue o debería seguir un estado en

un asunto que implica problemas de derechos humanos si no se atiende al

peso específico del contexto. Por ello, cuando se juzguen los procedi-

mientos políticos del estado de Israel, no puede hacerse abstracción de

las condiciones globales que contribuyen a determinarlos. La relativa in-

eficacia de la Derechos Humanos no es exclusiva de la cuestión Palesti-

na, sino que afecta a la mayor parte de la población mundial.

Este proceso de acumulación y concentración de la riqueza, confirma-

do por los datos oficiales de los organismos internacionales, no habla

precisamente en favor del éxito de estos mismos organismos, así como

tampoco pueden presumir de haber conseguido atenuar otras formas de

conflictividad. Las relaciones económicas entre el estado de Israel y los

territorios palestinos que ocupó desde 1967 –si bien con diferentes gra-

dos de intervención– no son sólo estrechas, sino que marcan un grado de

integración “de hecho” notable, aunque bien distinta que la prevista por

la Resolución 181 de la Asamblea General de la ONU en 1947. Estas re-

laciones deben ser comprendidas también dentro de los movimientos ge-

nerales de la economía mundial.

En este sentido, el enfrentamiento palestino-israelí se entrelaza con las

condiciones de la globalización como fenómeno, con marcados y tras-

cendentales efectos sobre los derechos humanos y sobre la condición de

Page 149: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

149

ciudadanía, que se convierte en un mecanismo que establece la condición

de una persona dentro de un marco jurisdiccional nacional, atendiendo al

uso común del derecho administrativo: “El problema y los conflictos

surgen precisamente cuando se constata que los <diferentes> ya no se

encuentran solamente <fuera>, sino también <dentro> de una misma y

supuestamente homogénea organización política”131.

Este parece ser, precisamente, el resultado de la crónica relación isra-

elí-palestina: la conjugación de una interacción económica fortísima y

sumamente desigual con la acusada diferencia en el estado de ciudadanía

de las poblaciones condujo al distanciamiento permanente de la situación

de ambas poblaciones, en beneficio, claro está, del aparato gubernamen-

tal mejor establecido y de la población mejor situada para aprovechar

este desequilibrio jurídico: “Las desigualdades extremas en la distribu-

ción de distintivos fundamentales como son los ingresos, la riqueza, el

status, la instrucción y los grados militares equivalen a desigualdades

extremas en las fuentes de poder político. Obviamente el país que man-

tenga desigualdades extremas en el acceso a los resortes políticos tiene

grandes posibilidades de producir tremendas desigualdades en el ejerci-

cio del poder, de ser un régimen hegemónico”132.

En líneas generales, la regionalización de la economía en permanente

conflicto ha estructurado una relación que ha colocado a la parte más

débil, en función de la falta de una estructura estatal autónoma, en una

posición sumamente desventajosa. De ninguna manera se trata de un caso

aislado. De la misma manera, otras sociedades han sido sometidas a la

discrecionalidad de organismos internacionales o nacionales verificada

en una similar ausencia de autonomía política. Estos organismos se

131 Fariñas Dulce, Globalización Ciudadanía y Derechos Humanos. Dykinson, 2000. Pág. 38. 132 Dahl, La Poliarquía. Participación y oposición, Tecnos, 1989. Pág. 84.

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150

hallan encargados de introducir las políticas públicas que faciliten la rup-

tura de las condiciones sociopolíticas preexistentes para reemplazarlas

por otras más convenientes al régimen de acumulación que pretende im-

ponerse a escala mundial, lo que en buena medida se ha conseguido ya,

conduciéndose al ya indicado incremento de la desigualdad: “La globali-

zación, por supuesto, no está evolucionando equitativamente, y de nin-

guna manera es totalmente benigna en sus consecuencias. Muchas per-

sonas que viven fuera de Europa y Norteamérica la consideran, y les

desagrada, una occidentalización (…) La mayoría de las multinacionales

gigantes están también instaladas en EUA y las que no, vienen de los

países ricos, no de las zonas más pobres del mundo. Una visión pesimis-

ta de la globalización la tendría mayormente por un asunto del norte in-

dustrial, en el que las sociedades en desarrollo del sur tienen poco o

ningún peso. La vería destrozando culturas locales, ampliando las des-

igualdades mundiales y empeorando la suerte de los marginados. La

globalización, razonan algunos, crea un mundo de ganadores y perdedo-

res, unos pocos en el camino rápido hacia la prosperidad, la mayoría

condenada a una vida de miseria y desesperación. En efecto, las estadís-

ticas son angustiosas (…) En lugar de una aldea global, alguien podría

decir, esto parece más el saqueo global. Junto al riesgo ecológico, con el

que está relacionado, la creciente desigualdad es el mayor problema que

afronta la sociedad mundial”133.

En consecuencia, en este contexto de globalización corresponde ana-

lizar el estado actual del conflicto en Palestina, porque es el contexto en

el que se desarrollan las restantes variables. No obstante, esto no implica

de ninguna manera que el estado desaparezca como agente político, aun-

que hayan cambiado sus funciones.

133

Giddens, Un mundo desbocado. Taurus, 2000. Pág. 27.

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CAPÍTULO V

EL CONFLICTO LOCAL Y SU INSERCIÓN EN EL ÁMBITO GLOBA L

A_ la globalización como contexto de la situación local

Aunque el sionismo como experiencia general es nuestro objeto de es-

tudio y no el conflicto palestino-israelí, resulta imposible no dedicarle una

mirada atenta a la persistente lucha regional. Porque esta lucha crónica es

ya parte constitutiva no sólo de la historia, sino también de las institucio-

nes del estado de Israel y, a la vez, afecta todos los aspectos comunitarios

y culturales en la judeidad en su conjunto. No obstante, es fácil perderse

en las complicaciones del problema sin llegar a conclusiones útiles, debi-

do sobre todo a la gran cantidad de apreciaciones diferentes y antagónicas

que se han hecho sobre los mismos hechos.

Medio siglo de guerras supone una formación particular de la con-

ciencia y las instituciones; medio siglo, además, en el que el mundo no ha

dejado de cambiar. Aunque son elementos bien diferentes los que pueden

recogerse, en este capítulo el análisis se centrará en las condiciones es-

tructurales del conflicto, es decir, en sus aspectos políticos y económicos.

Queda hecha, no obstante, la advertencia de que difícilmente se hallarán

aquí respuestas a los interrogantes que un observador cualquiera pudiera

tener pues la descripción del conflicto se desarrolla aquí no para explicar-

lo, ya que no es el objeto de nuestro análisis, sino como contexto del sio-

nismo desde el momento de la independencia de Israel.

Cuando se habla de la globalización resulta más fácil captar los efec-

tos puntuales de este fenómeno que construir una definición capaz de

abarcar todos esos efectos y que al mismo tiempo no sea tan ambigua que

el concepto mismo pierda valor. Por otra parte, la ausencia de definicio-

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152

nes totalmente aceptadas o precisas no es, como podría parecer, síntoma

de ninguna deficiencia teórica: se trata simplemente de reconocer que la

globalización es un proceso socio-histórico muy complejo que funciona

como un sistema. No se trata de un acontecimiento que pueda resumirse

en una fórmula o en una ecuación. A eso se agrega que: “el término

<globalización> aparece siempre envuelto en cierto grado de indetermi-

nación conceptual, cuando no de obviedad y de evidencia, es decir, la

globalización forma parte ya de nuestro lenguaje y nuestra comprensión

comunes y se nos presenta como algo inevitable”134, lo cual no contribu-

ye a hacer más claro el panorama, sino que obliga a prestar atención al

intentar referirse a situaciones afectadas por el mismo proceso.

Por otra parte, sí podemos apreciar que el sistema que se está desarro-

llando causa tantas y tan diferentes transformaciones que puede requerir

–o estimular– el establecimiento de nuevas pautas de observación de las

múltiples realidades sociales que involucra. Así: “La universalización no

se refiere sólo a la creación de grandes sistemas, sino a la transforma-

ción de los contextos locales, e incluso personales, de experiencia so-

cial” 135; esta predisposición amplia para la comprensión del fenómeno no

es incompatible con una interpretación crítica del proceso, ni tampoco es

obstáculo para entenderlo como a un régimen autónomo pues: “Algunas

de las tendencias que se suponía harían la vida más segura y predecible

para nosotros, incluido el progreso de la ciencia y la tecnología, tienen a

menudo el efecto contrario”136.

No obstante, la globalización no es un fenómeno carente de orienta-

ción ni de origen incierto. Por el contrario, parece tener fuentes específi-

cas y una orientación clara. Porque aunque no se trate “sólo, ni siquiera

134 Fariñas Dulce, Globalización, Ciudadanía y Derechos Humanos. Op. Cit. Pág. 5. 135 Giddens, Más allá de la izquierda y la derecha, Cátedra, 1996. Pág. 14. 136 Giddens, Un mundo desbocado. Op. Cit. Pág. 14.

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153

principalmente, de un fenómeno económico”, ya que en él “las tradicio-

nes tienen que explicarse, abrirse a preguntas y a debates”137, es indu-

dable que sus alcances económicos son enormes. Muchas interpretacio-

nes que le dan forma giran en torno a las condiciones de vida que se ge-

neran en su seno o que son alteradas por él y en las que el componente

económico es inextirpable y fundamental. Por ejemplo, la definición que

propone Castells postula que la globalización: “En sentido estricto es el

proceso resultante de la capacidad de ciertas actividades de funcionar

como unidad en tiempo real a escala planetaria”, lo cual supone un

hecho de fundamental importancia pues “la economía global no es, en

términos de empleo, sino una pequeña parte de la economía mundial.

Pero es la parte decisiva” 138.

Por un lado, se verifica un continuo y acelerado proceso de transna-

cionalización de los factores económicos, ya sean productivos, financie-

ros e incluso políticos, en lo que respecta todavía a las políticas económi-

cas nacionales y regionales que ya no pueden, en general, abstraerse del

contexto global. No obstante, por otro lado, deben apreciarse las profun-

das diferencias y yuxtaposiciones que se presentan en el sistema globali-

zado en cuanto a formas y políticas económicas que se superponen, com-

plementan y contraponen en la enorme complejidad del sistema.

Esto hace de la globalización un sistema no sólo complejo, sino que

opera en diversas secuencias simultáneas y no en un único sentido: así,

por ejemplo, una compañía multinacional puede funcionar dentro de un

conjunto de referencias jurídico-económicas en su país-sede, mientras

que al mismo tiempo lo hace en otras “coordenadas” jurídicas en un país

137 Giddens, Más allá de la izquierda y la derecha. Op. Cit. Pág. 15. 138 Globalización, estado y sociedad civil: el nuevo contexto histórico de los derechos humanos. Isegoria nº22, 2000. Pp. 5–17.

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154

periférico139. Sin embargo, pese a este desdoblamiento, ambos procesos

funcionan de manera simultánea, por ejemplo, para determinar el precio

total de una empresa, y ambos contextos son tenidos en cuenta al evaluar

los ejercicios financieros y al proyectar las estrategias de la compañía.

La competencia ya no ocurre en un espacio acotado, en el mercado de

trabajo o en el mercado de bienes y servicios a escala nacional o regional.

En el contexto de la globalización es posible ver que la competencia ocu-

rre en varios espacios simultáneos y que los aliados en un mercado son

adversarios en otros. Por otra parte, la globalización se origina no sólo en

un desarrollo socioeconómico que no había sido previsto, sino en una

revolución tecnológica –o, mejor dicho, a una serie de ellas– que en las

primeras etapas de la era industrial nadie podía siquiera imaginar. Lo que

podemos observar hoy con claridad es que la globalización se desarrolla

en diferentes secuencias que se entrecruzan e interactúan a distintos nive-

les. De este modo, la explicación de un caso particular puede servir como

punto de partida para otro análisis, pero no como parámetro explicativo

de situaciones “similares”, porque la pluralidad de los contextos es lo que

caracteriza a este momento histórico.

Lo cierto es que, sí se comparan las condiciones mundiales desde

1945 hasta comienzos de la década de 1970 con la actualidad, podremos

verificar que dichas condiciones no sólo se mantienen sino que incluso se

han fortalecido. Es posible destacar al respecto algunos elementos sus-

tanciales.

a) El estado-nación, pese a la crítica y la presión económica de otras

corporaciones, no ha sido eliminado ni superado como modelo de orga-

nización de las sociedades. En la actualidad no existe un auténtico siste-

ma jurídico supranacional eficiente, ni los estados han cedido sus princi-

pales atribuciones ni abandonado sus principales funciones, aunque está 139 Cfr. Castells, La era de la información, Alianza, 2000.

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155

claro que existen estados subordinados y con escasa autonomía. Para

apreciar este aspecto de la cuestión debe observarse que las formas alter-

nativas de organizar las sociedades que persistieron hasta mediados de

siglo XX –imperios tradicionales, sistemas de aldeas o de castas–, han

quedado reducidas a su mínima expresión.

b) Con el derrumbe del socialismo de estado la economía de mercado

se ha consolidado como sistema económico hegemónico, e incluso una

potencia socialista sobreviviente como China puede parecer más como

una variable híbrida de capitalismo de estado, que avanza, como lo ha

hecho ya la URSS, hacia su extinción como ejemplo de “socialismo re-

al”.

c) En el ámbito ideológico y cultural, la “profesionalización”, la estan-

darización de las industrias culturales y el culto de la individualidad no

han cedido casi terreno alguno, a pesar de las inagotables promesas de

revolución artística y vanguardismo.

d) Los modelos educativos directos e indirectos, fundamentales para la

reproducción y adaptación de la división social del trabajo, se han man-

tenido de acuerdo a premisas ya tradicionales y, en todo caso, se han

acentuado las tendencias preexistentes.

e) Los modelos jurídicos basados en el constitucionalismo y los dere-

chos liberales –y con ellos la existencia de cuadros burocráticos especia-

lizados– se han extendido en forma imparable hasta que sus principios

éticos han alcanzado una hegemonía de considerable fortaleza en el

ámbito mundial. La indeterminación que existía en la Declaración de los

Derechos Humanos por la convivencia forzada con el Socialismo de Es-

tado se ha resuelto en favor de este mismo modelo liberal de derechos.

f) La democracia formal se ha transformado en el único modelo legíti-

mo de administración del estado. Sin embargo, la mayor parte de las de-

mocracias actuales son sistemas corporativos y burocratizados en donde

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156

elección periódica de los mismos es un mecanismo formal con escasa

capacidad de decisión popular sobre los actos de gobierno o sobre las

políticas corporativas, tanto privadas como públicas: “Desde la perspec-

tiva subjetiva del ciudadano del sistema económico, el compromiso del

estado social consiste en que se gane lo suficiente y se obtenga la sufi-

ciente seguridad social para poder reconciliarnos con las tensiones de

un trabajo más o menos alienado, con las frustraciones de una función

más o menos neutralizada como ciudadano sin más, con las paradojas

del consumo de masas (...) con el fin de reconciliarse con la miseria de

una relación clientelista con la burocracia”140.

Por causa del predominio del modelo político occidental y la estructu-

ra de la economía de mercado pareciera que la globalización no ha hecho

otra cosa que extender el predominio de las formaciones culturales,

económicas y políticas de los países centrales, herederos todos ellos de la

Europa de la modernidad. Las necesidades de este sistema encuentran su

marco institucional en las políticas de los organismos financieros y co-

merciales internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mun-

dial, Organización Mundial del Comercio), que articulan mecanismos

completos y complejos en materia de políticas económicas que se impo-

nen a los países periféricos. Israel y los países del oriente medio no son,

en este sentido, ninguna excepción.

B_ Principales lineamientos de la articulación económica y política

del conflicto palestino-israelí

La guerra árabe-israelí de 1948 y los conflictos que le sucedieron ex-

tinguieron toda posibilidad de creación de un estado palestino hasta el

140 Habermas, Ensayos Políticos, Península, 1988. Pág. 35.

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157

presente cuando, en medio de una situación caótica y desastrosa en

términos humanitarios, vuelve a plantearse esa posibilidad141. Las poten-

cias occidentales, sumidas en el universo conspirativo de la Guerra Fría,

no hicieron gran cosa para subsanar el problema, pues casi de inmediato

Israel se convirtió en su único aliado en la región. La insegura posición

de los jefes de estado de los países árabes, que no acertaron a ponerse

bajo el ámbito de influencia de la unión soviética, contribuyó al mante-

nimiento de la ocupación israelí y al fermento de la conflictividad de la

zona. En 1964 se crea la Organización para la Liberación de Palestina

(OLP) en cuyo quinto congreso es nombrado Yasser Arafat presidente

del comité ejecutivo. Este movimiento político palestino termina por

plasmar las intenciones nacionalistas palestinas, en medio de una retórica

característica de los grupos revolucionarios africanos y latinoamericanos

y fuertemente marcada de un mesianismo arabista que contribuyó a su

desenvolvimiento coactivo. La inmediatez geográfica de su enemigo

político contribuyó decisivamente a la eclosión de la oposición oriente-

occidente, que determinó, andando el tiempo, que fuera el Islam un factor

geopolítico relevante a escala mundial en tanto “problema” para el des-

envolvimiento de los mercados. Por supuesto, a esto se suma el decisivo

factor del control del precio del petróleo.

Pero la lucha de la OLP no dio buenos frutos y, finalmente, la con-

junción de varios procesos regionales desmembró el bloque anti-israelí.

Para finales de la década de 1970, hace ya treinta años, los palestinos

141 La versión original de este texto fue redactada antes de las “Hojas de ruta”, los preacuerdos de Madrid y la desocupación de la Franja de Gaza. Pero cuando llegamos a revisarlo se han perdido de vista las soluciones pacíficas y se ha retornado a un mo-mento anterior, luego de sostenerse los ataques en el Líbano y de desestabilizarse la situación interna entre las facciones políticas palestinas. Los constantes cambios polí-ticos hacen imposible por el momento fijar un periodo de paz lo bastante largo como para abrigar auténticas esperanzas al respecto, a pesar de lo que aparenta ser un giro en la política exterior estadounidense a partir de comienzos del año 2009.

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quedaron prácticamente aislados frente a la realidad de un país inexisten-

te y la ocupación militar de sus tierras –es decir, de las tierras en las que

finalmente se les permitió vivir– por parte de una potencia extranjera:

“El debilitamiento de la OLP, delimitado por los cambios en la escena

internacional, la llevó a aceptar que el 60% de la Franja de Gaza junto

con las reservas de las tierras agrícolas permanecieran en manos de

cuatro mil colonos israelíes”142. Pero ni siquiera la retirada unilateral de

Israel de la franja, que altera lo que parece ser el contenido central de esta

noticia, ha cambiado el panorama d manera significativa. Entre los pro-

cesos históricos que se desarrollaron deben destacarse a) la guerra del

Líbano, que se extendería por muchos años siguiendo el modelo de la

guerra fría, es decir, evitando el enfrentamiento directo entre tropas isra-

elíes y sirias; b) el acuerdo egipcio-israelí, que cerraría ese frente, hasta

ahora en forma definitiva, con la devolución del Sinaí a la soberanía

egipcia; c) la alineación de los algunos de los principales países árabes

productores de petróleo con occidente; d) la guerra iraquí-iraní y, más

recientemente, e) la invasión norteamericana a Irak.

Se han acumulado así más de cuatro décadas de ocupación o inter-

vención militar israelí en los territorios de Cisjordania y la Franja de Ga-

za. Es previsible que una pésima relación tan prolongada haya determi-

nado consecuencias importantes para ambas partes, pues sólo con el apa-

ciguamiento del conflicto árabe-israelí el “elemento palestino” queda ais-

lado. De este modo, aún cuando fuera cierto que los palestinos carecían

de un impulso nacionalista análogo al del sionismo, este largo período de

tiempo bastó para que fraguara un sentimiento general de pertenencia

colectiva, aunque las tensiones internas continúan siendo muy intensas.

A pesar de que la OLP y la Autoridad Palestina (AP) continuaron re-

cibiendo apoyo financiero, éste no alcanza para definir una política cla- 142 Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz, Op. Cit. Pág. 118.

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159

ramente pro-palestina, pues otros intereses (los de cada país, los de la

OPEP) tienen un peso decisivo. Además, luego de una convivencia for-

zada tan prolongada ni la percepción de Israel como un remanente colo-

nial ni la descripción de la resistencia palestina como un grupo terrorista

resultan ser perspectivas útiles para comprender la situación. Cuando los

ideólogos sionistas pretenden descubrir en la OLP, en Hamás o en Hez-

bollah una organización terrorista que tiene por único objetivo la desapa-

rición del estado de Israel, deliberadamente culpabilizan al pueblo pales-

tino, como quiera que éste sea concebido, y principalmente a sus dirigen-

tes, de su actual situación de pobreza material y marginación política.

Reservan así a Israel el papel de nación que intenta sobrevivir en el hogar

ancestral de su pueblo y que se ve permanentemente obligada a defender-

se de ataques injustificados.

Este discurso es falaz pero, por su parte, durante mucho tiempo la re-

tórica palestina y árabe en general se revistió de un fuerte carácter anti-

judío en general y anti-sionista en particular, lo cual no puede ser visto

por la población israelí sino como una amenaza constante a su existencia.

La población israelí también ha cambiado de generación en este período,

lo cual nos hace retroceder a un problema que hemos tratado con anterio-

ridad: la completa ineficacia de la legislación internacional para tratar

cuestiones que se extienden históricamente, afectando no sólo a grandes

poblaciones sino también a diferentes generaciones de cada población.

Por otra parte, la prolongación del problema político original ha dado

como resultado complicaciones extremas en otros aspectos, habida cuen-

ta del particular tipo de relaciones establecidas entre uno y otro colectivo.

A los problemas específicos de la ocupación militar y la batalla por la

legitimidad de las respectivas actividades políticas se suma la forzada

integración económica y, singularmente observables, los grandes pro-

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160

blemas que no afectan sólo a las poblaciones, sino a todo su entramado

simbólico y vital.

A las complicaciones políticas derivadas del conflicto se agregan las

relaciones económicas forzadas y restringidas, cuyas variables fueron y

son manejadas también como herramientas políticas y por ello ineficien-

tes en relación con la distribución de la riqueza y la producción. Las con-

diciones impuestas a la vida económica en los territorios palestinos ocu-

pados derivan en un singular estado de atraso tecnológico, de estructura y

de infraestructura y en una composición macroeconómica poco desarro-

llada. Esta situación es causa constante de nuevos conflictos pues, consi-

derando la superficie ocupada por el antiguo Mandato Británico, el país se

ha dividido en dos zonas económicamente muy diferenciadas.

En el lado israelí se encuentra una economía desarrollada y bastante

sólida, basada en la producción agro-intensiva pero también en la aplica-

ción y desarrollo de alta tecnología en diversos campos. Sus números ma-

croeconómicos nos muestran una sociedad muy similar en sus parámetros

principales a los de muchas naciones de Europa Occidental. Para fines del

siglo pasado, por ejemplo, Israel tenía un Producto Nacional Bruto per

cápita de 18.648 dólares, es decir, levemente superior al de España y bas-

tante superior al de las naciones del este europeo, aunque inferior al de las

economías principales en materia de producción industrial y tecnológi-

ca143. Su tasa de desocupación ha seguido una tendencia creciente pero es

también similar a los valores que se registran en Europa occidental y es

inferior al de buena parte de las economías “emergentes”, al menos hasta

la etapa previa a la última gran crisis mundial. Según todos los parámetros

–considerados a escala–, la economía israelí es mucho más dinámica y

sólida que la de todos los países de la región que no son productores de

petróleo, lo cual incluye a Egipto, Turquía, Siria, Líbano y Jordania. Estos 143 Fuente: CBS, Israel.

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161

datos no significan, ni mucho menos, que la economía israelí no tenga

problemas, en especial en la debilidad de su balanza comercial (que ter-

mina significando una crónica debilidad en su sector externo, vía balanza

de pagos) y se trata de una economía tan débil a las crisis internacionales

como cualquier otra en la actualidad. Pero en todo caso puede verse la

enorme diferencia con el sector palestino, en donde la desocupación es

muy superior y el producto bruto per cápita es muy inferior. En este sec-

tor, las condiciones políticas, que se tradujeron en ausencia casi total de

políticas para el desarrollo, contribuyeron a definir un espacio económico

atrasado, basado en la producción de materias primas o de manufacturas

con escaso valor agregado, que se agregan a la “exportación” de su mano

de obra de mediana o baja calificación. El principio de desarrollo mostra-

do desde mediados de la década de 1990 puede haberse truncado o dislo-

cado seriamente desde el estallido de la Segunda Intifada (Septiembre-

octubre de 2000) y la última década no ha visto mejoras tan significativas

en este rubro que permitan hablar de un cambio en los parámetros genera-

les. No obstante este desequilibrio regional y las diferencias políticas, que

pareciera mostrar dos mundos distintos, la economía israelí y la palestina

se encuentran fuertemente interrelacionadas. De hecho, si se considera el

régimen de intercambios recíprocos la economía palestina aparece como

una bolsa de atraso empotrada en el sistema productivo israelí, tal como

existen bolsas de miseria en muchas economías desarrolladas.

Para mantener los bajos estándares de vida palestinos un alto porcen-

taje de los trabajadores necesitaban trabajar dentro de las fronteras israel-

íes, en especial en los sectores de la construcción y en la agricultura.

Haciendo una retrospectiva de los últimos lustros, para 1994 más de 38

mil habitantes del Judea y Samaria (Cisjordania), la Franja de Gaza y el

sur del Líbano, cruzaban la frontera para trabajar en Israel, en total cerca

de un 15% de la población económica activa palestina. Por supuesto que

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162

esta situación no deja de afectar a la propia economía israelí pues resulta-

ba“cada vez más difícil sostener la creciente dependencia de la barata

mano de obra palestina”144.

No debe descartarse –ni afirmarse sin más– que el descenso de esta

ocupación –26.600 en 1996– haya motivado parcialmente el levantamien-

to palestino, pues la Autoridad Palestina no contaba (ni cuenta) con autén-

ticas posibilidades de manejar grandes y bruscos cambios en la situación

laboral de los territorios que controla nominalmente, porque carece de

medios para establecer una política económica o social autónoma. Pese a

la recuperación de estos números –35.000 de promedio entre 1997 y

1999– precisamente en el año 2000 se verificó un nuevo descenso en este

singular tráfico de servicios en forma de mano de obra barata. La política

de cierres fronterizos intermitentes se transformó en una política de pre-

sión del gobierno israelí, pues resultaba en una inmediata amenaza para la

economía doméstica palestina, ya que repercutía rápidamente en un buen

número de hogares, lo cual lo convierte en un sistema represivo de “esta-

do de sitio” particularmente odioso. La debilidad económica de los países

árabes de la región, por su parte, estimuló naturalmente esta relación des-

igual. Ni Siria, ni Jordania, ni mucho menos el Líbano, se hallaron nunca

en condiciones de absorber y compartir las necesidades de la población

palestina radicada en los territorios ocupados. Al mismo tiempo, son al-

gunos de los principales centros de absorción de refugiados palestinos

(Para el año 2000, en Jordania se contabilizaron 1.570.192 refugiados pa-

lestinos, 383.199 en Siria y 376.472 en el Líbano, el 56% de ellos menor

de 25 años)145.

144 Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz. Op. Cit. Pág. 117. 145 Informe de la UNRWA sobre la situación de los refugiados palestinos, datos hasta el año 2000.

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De este modo, Israel se convirtió en el único agente económico con

cierto dinamismo en la región, hasta que se consolidó una relación com-

pletamente despareja pero sólidamente integrada entre los dos sub-

sectores de la economía regional. En esta relación, el “socio menor”, se

encuentra completamente subordinado a las políticas económicas israel-

íes. Poco tiene que ver esta articulación con la proyectada por la Resolu-

ción 181 de la Asamblea General de la ONU de 1947. Se trata de un desa-

rrollo posterior y circunstancial, derivado de los conflictos militares pre-

cedentes y es un resultado de las invasiones egipcia y jordana, y no sólo

de la israelí. Pero también es un desarrollo dislocado, en el que la situa-

ción administrativa (ser palestino o israelí) ha resultado en una diferencia

enorme en cuanto al acceso a bienes y servicios materiales y simbólicos.

Esto se agrega al diferente acceso a la defensa de los derechos de cada

colectivo, puestos en relación con la Declaración Universal de los Dere-

chos Humanos.

La economía palestina paso a depender ampliamente de la israelí, en

un proceso que no se detendría en seco con la creación o independencia

próxima o lejana del estado palestino. Más del 90% de las exportaciones

palestinas tuvieron como destino a Israel en 1997146, que a su vez fue el

emisor de más del 80% de sus importaciones. Esta relación deja un im-

portante saldo a favor de Israel, pues el desigual intercambio permitió a

este último país cubrir una parte considerable de su propio déficit comer-

cial147. Por el otro lado, acentúa la dependencia de la economía palestina,

que para cubrir parte de su propio déficit debe recurrir a una importante

porción de donativos, que no crecen a lo largo del tiempo y que no esti-

mulan tampoco la productividad local. El tráfico de este dinero “libre”, a

146 UNCTAD, The Palestinian economy. 147 Fuente: CBS, Israel.

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su vez, unido a la delicada situación política, fomentó la existencia de un

grado de corrupción importantísimo en la Autoridad Palestina148.

El establecimiento de políticas económicas de largo alcance no ha si-

do posible por la situación política y, de hecho, sólo teniendo en cuenta a

Israel podría establecerse una política de desarrollo económico viable pa-

ra Palestina. Esta misma inestabilidad ha redundado en un serio perjuicio

para el comercio exterior israelí: la importación de “bienes de defensa”, es

decir, armamentos y tecnología militar, ha representado una parte consi-

derable de la importación149, y deben contarse las pérdidas causadas cícli-

camente por el descenso del turismo, una importante fuente de ingresos

para Israel y el más afectado por las acciones de los militantes palestinos.

El conjunto de factores supone un gasto superior incluso a los beneficios

obtenidos del tráfico con los territorios de la Autoridad Palestina e impli-

ca una carga tremenda para la economía regional.

En cualquier caso, son los palestinos quienes pagan mucho más caro

los resultados de la inestabilidad política resultante de la ocupación150. El

establecimiento de una tan desigual relación económica no hace sino

agravar las relaciones recíprocas, pues a las diferencias étnicas y políticas

vienen a sumarse diferencias de tipo clasista que enfrentan directamente a

los intereses de las dos poblaciones implicadas. En cualquier caso, el

mantenimiento de este último aspecto diferenciador es incompatible con

el establecimiento de una paz duradera y estable y permite suponer,

además, que existen intereses económicos preocupados por la posible re-

solución del conflicto, pues obtienen de él beneficios y oportunidades

económicas. Política y economía son, en definitiva, dos aspectos del

148 Cfr. Said, Crónicas Palestinas, Grijalbo, 2001. 149 Fuente: CBS, Israel. 150 La primera Intifada (1987-92): “Destrozó la ilusión de una ocupación humana: la Intifada llevó al hogar de los israelíes el precio absolutamente desalentador de la ocupación”, dice Ben Ami en Israel, entre la guerra y la paz, Op. Cit. Pág. 116.

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mismo fenómeno: “Los israelíes pueden seguir sin reflexionar acerca de

lo que hicieron en 1948 y, después, en 1967, cuando la ocupación. El mo-

vimiento de los nuevos historiadores lo ha intentado, pero no ha penetra-

do en la sociedad israelí. Ésta sigue sin saber que en 1948 un pueblo fue

desposeído y una sociedad destruida. La mayor parte de los israelíes des-

conoce esta parte de la historia, viven en una burbuja. (...) La realidad es

que la mayoría de los palestinos vive hoy con menos de dos dólares al

día. Los israelíes no lo saben, y nos corresponde a nosotros, a los pales-

tinos, el que tomen conciencia de lo que nos están haciendo. Pero en lu-

gar de avanzar por está vía, ponemos bombas en restaurantes, lo que

produce el efecto exactamente contrario”151.

En la práctica, el sistema resultante reprodujo en el ámbito local el

régimen de acumulación transnacional que impera en muchas relaciones

internacionales supuestamente interdependientes. Se trata de mecanismos

de expoliación en gran escala que suponen la implantación de un imperia-

lismo reticular (pues más que ningún otro mecanismo la “integración”

económica funciona en una red de nodos interconectados pero asimétri-

cos152) de nuevo cuño pero no menos destructivo que lo que fue su ante-

pasado colonialista.

Las consideraciones precedentes deben servir para comprender que la

situación planteada en Palestina no es ya sólo un conflicto entre partes

políticamente separadas, sino también un conflicto entre partes económi-

camente interdependientes. De hecho, durante el período en el que la Au-

toridad Palestina tuvo en sus manos algunos aspectos de la política

económica de los territorios ocupados (entre 1994 y 2000) esta relación

no se diluyó. De hecho, se reforzó mediante la implantación de una regu-

lación macroeconómica conjunta en cuanto al comercio exterior, lo que

151 Said, Entrevista, Diario Página 12, Bs. As., 9 de diciembre de 2001. 152 Cfr. Castells, La era de la información. Op. Cit.

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en la práctica significó que la Autoridad Palestina seguiría en forma au-

tomática la política israelí en la materia153.

En consecuencia, una auténtica resolución del conflicto no pasará sólo

por la rearticulación política, sino también por la reubicación de los facto-

res económicos, lo cual implicaría una reestructuración profunda que re-

sultaría ya difícil para un estado sin conflictos étnicos tan marcados. Pero

este aspecto se agrava porque la región en su conjunto se encuentra ligada

a un sistema transnacional de relaciones económicas y políticas que no

puede ser omitido, y sobre el cual las partes implicadas no tienen control

alguno.

Siendo como es el conflicto árabe-israelí en general y el problema pa-

lestino en particular uno de los campos de batalla más persistentes ante la

opinión pública mundial, y alrededor del cual se han tejido tantas con-

tiendas con buena y con mala fe, nos llegan desde esta pequeña porción

del mundo, periódicamente, malas nuevas para recordarnos y asombrar-

nos de lo que somos capaces los seres humanos. Sin embargo, pese a to-

do, sin intentar minimizar en ningún grado sus efectos, las bombas, el

tanque y los helicópteros artillados no son sino síntomas, medios o resul-

tados; rara vez son en sí mismos causas para el análisis y nunca son, en

cualquier caso, los procesos sociales de los que participan. Considerándo-

los en perspectiva, los Hombres-bomba y los tanques han tenido muchas

formas a lo largo de la historia y, así, es fácil caer en el maniqueísmo y la

demonización. Más arduo y menos compensatorio es intentar comprender

por qué algunos hombres se ven en la situación de convertirse en homici-

das u ocupantes, en qué contexto se instalan unas actuaciones moralmente

reprobables porque “la violencia revolucionaria no necesitó tener éxito

para ser eficaz. Sólo fue necesario que produjera divisiones sustanciales

153 UNCTAD, The palestinian economy. Op. Cit.

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167

dentro de la sociedad dominante, de modo que quedara comprometida la

capacidad del gobierno para emplear su fuerza”154.

Hasta aquí nos hemos ocupado de buena parte del contexto histórico y

social del conflicto en forma amplia, pero para continuar debemos fijar

nuestra atención en los acontecimientos de los cuales estos hechos forman

parte y en situaciones en las cuales ocurren e influyen de manera directa.

Tres problemas reclaman nuestra atención al respecto, tres asuntos sin

solución que se entremezclan con la situación social, política y económica

a la que hemos intentado dar forma hasta aquí y con esas imágenes que

todavía nos rodean:

a) La existencia de varios millones de refugiados palestinos, dentro y

fuera de los territorios ocupados por Israel en junio de 1967.

b) Los Asentamientos de “colonos” judíos en los territorios ocupados,

tanto en los que debiera imperar la Autoridad Palestina –Judea, Samaria

y, hasta hace relativamente poco tiempo, la Franja de Gaza– como en los

Altos del Golán, tomados a Siria.

c) La Cuestión de Jerusalén, ciudad reclamada por ambos colectivos

como ciudad capital, que guarda también importantes elementos religio-

sos para el islamismo, el judaísmo y el cristianismo.

a_ Los refugiados palestinos.

De acuerdo con los datos de la UNRWA, los refugiados palestinos,

diseminados por muchos países, en especial en los países limítrofes, cons-

154 Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz. Op. Cit. Pág. 116. Esto es parcialmente aplicable también a la segunda Intifada, aunque la “Guerra contra el Terror” desatada por los EUA desde el año 2001 con la invasión de Afganistán e Irak, que será recor-dadas, tal vez, como uno de los mayores engaños de la historia en razón de las excusas que intentaron legitimarlas.

Page 168: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

168

tituían a fines del siglo pasado cerca de un 18% del total de los refugiados

contabilizados en el mundo. Este organismo tiene registrados cerca de

3.740.000 refugiados palestinos y considera que esta cifra representa tres

cuartas partes del total de refugiados palestinos existentes, alrededor de 5

millones de personas.

La categoría de “refugiado” es muchas veces confusa en la práctica, y

mucho más en circunstancias en las que no existía, como en este caso, un

punto de partida jurisdiccionalmente adecuado para situar a la población.

Según el uso convencional del término un refugiado es aquella persona

que “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza,

religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opinio-

nes políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda

o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal

país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose fuera del país don-

de antes tuviera su residencia habitual, no pueda, o a causa de dichos

temores, no quiera regresar a él”155.

Dado que no existe un estado palestino, no deja de ser refugiado –y

apátrida– cada palestino que sea reconocido como tal. El problema que se

plantea aquí mezcla a las poblaciones distribuidas dentro de los territorios

ocupados, que desde la resolución 242 del Consejo de Seguridad es moti-

vo de reclamo contra Israel. Existen campos de refugiados de la UNRWA

–de un total de 59 para junio del 2000– dentro de los territorios ocupados

(19 en el Banco Occidental y 8 en la franja de Gaza) y fuera de ellos (10

en Jordania, 12 en el Líbano y 10 en Siria). Más de 1.200.000 personas,

un 32% del total de los refugiados registrados, soportan esta situación,

dependiendo en buena medida de la ayuda internacional y en partes simi-

155 Peral Fernández, Éxodos masivos, supervivencia y mantenimiento de la paz. Trotta, 2001. Pág. 36.

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169

lares en los territorios ocupados y en los tres países limítrofes citados,

aunque existen palestinos en muchos otros países156.

Aunque el desplazamiento de la población árabe pudo haber comen-

zado de manera efectiva como resultado de los enfrentamientos árabe-

judíos inmediatamente previos a la declaración de independencia del es-

tado de Israel, debemos tomar el año 1948 como el comienzo del proble-

ma en sí mismo, como resultado del violento re-acomodamiento de las

fuerzas resultante de la retirada de la potencia mandataria.

Para 1953, y hasta comienzos del siglo XXI, los primeros datos que

aporta la UNRWA contabiliza algo más de 870.000 refugiados, de modo

que en 50 años la población se ha cuadruplicado; en este mismo período

la población israelí ha pasado de 650.000 a 4.955.000 (un incremento de

factor 7,6)157, empujada violentamente en la última década por la política

migratoria israelí orientada hacia los judíos residentes en la ex URSS. Es-

ta política migratoria ha resultado fundamental para equilibrar la balanza

demográfica.

Así se ha constituido un mecanismo de “lucha de poblaciones” de tipo

demográfico, pero que tiene profundas connotaciones políticas y cultura-

les además de sociales. El reclamo del retorno de ésta población a su tie-

rra “original” implica un grave problema político, dado que ello determi-

naría el fin de Israel como “Estado Judío”, pues su carácter étnico está

asegurado, en un sistema de mayorías democrático como el que sustenta,

en la mayoría absoluta de judíos frente a otras minorías étnicas. El recla-

mo incluye, entonces, un dilema vital: Israel ha adquirido sus “derechos”

sobre el territorio de Palestina con todo el apoyo de la legalidad interna-

cional, aunque esta misma legalidad pueda ser puesta en duda, pero sobre

156 UNRWA, Palestine Refugees, Op. Cit. 157 Las cifras para la población refugiada ha sido obtenida del citado informe de la UNRWA, mientras que los datos para Israel han sido tomados de la CBS Israel.

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170

la base de unas necesidades y unas condiciones no del todo compatibles

con el modelo de estado nacional que mantiene. ´

Pero, por eso mismo, guarda esta contradicción con la regla de las

mayorías, que deben ser mayorías “cualificadas” en función de una cate-

goría, la de judío, que, como hemos visto, tampoco respeta íntegramente

las diferencias que pueden encontrarse bajo esta misma denominación. En

cualquier caso, resulta inaceptable, desde la perspectiva del estado judío,

el retorno de una población que supondría la eliminación de esta califica-

ción poblacional.

Sí la respuesta a este dilema es moralmente confusa, al menos pode-

mos tener la seguridad de que Israel no cederá a este reclamo y es como

poco dudoso que la comunidad internacional, sabedora del problema,

apoye a los palestinos en este punto. Sin embargo, la solución “nacional”

para la cuestión judía siempre entrañó estos problemas y, dado que la

formación del estado fue acompañada por el uso de la fuerza (primero la

de la potencia imperial y luego la del estado judío), ello no podía tener

más que malas consecuencias. Porque la inserción en el mercado mundial

y el carácter de las relaciones sociales e internacionales que se imponen

conducen a que el propio modelo de socialización estatal-nacional resulte

a mediano o largo plazo incompatible con las necesidades étnicas y los

intereses culturales de la población, cuando esta no es homogénea. En

otras palabras, a largo plazo el elemento étnico del estado deberá ceder a

su contenido propiamente político, porque así lo exigen las estructuras

internas y externas de las que depende su funcionamiento.

No obstante, el problema de los refugiados palestinos permanece acti-

vado, pues no han sido tomados en cuenta de manera realista por las solu-

ciones planteadas hasta el momento. Sin contar los problemas relaciona-

dos con la violencia y la ocupación, la Autoridad Palestina no es capaz de

mantener a su propia población sin concurso de la economía israelí y sin

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171

la ayuda internacional. Mucho menos sería capaz, entonces, de incorporar

en estas condiciones a los refugiados que se encuentran en terceros países

y que requieren, a su vez, mucha ayuda internacional. Los países que al-

bergan grandes poblaciones palestinas, en especial Jordania, son países

relativamente pobres y con situaciones socio-políticas internas delicadas.

Los territorios ocupados muestran ya una preocupante densidad de pobla-

ción y en Israel mismo ésta es de 277 habitantes por Km2, una densidad

que requiere de una economía dinámica y bien organizada, y que permite

suponer graves problemas ambientales futuros158.

En realidad, los refugiados suponen un problema de difícil solución

para cualquiera de los colectivos implicados. Pero, sobre todo, constitu-

yen un problema actual porque no se intentó seriamente dar una respuesta

a su situación cuando el momento histórico lo requería. Las políticas que

al respecto desarrollan los organismos internacionales no son hoy en día

más que paliativos; y paliativos bastante pobres, además, a la situación de

extendida pobreza y carencia de recursos. Como ocurre con el problema

de la debilidad estructural y de la dependencia económica, la solución de

este problema supone la alteración profunda de las condiciones existentes,

mucho más allá del mero establecimiento de una paz armada. Pues aún

con ella las situaciones sociales conflictivas no se solucionan, sino que

tan sólo se posponen; requieren en realidad de una gestión de largo rango

y no un súbito cambio de denominación.

158 Fuente: CBS, Israel.

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172

b_ Los asentamientos judíos.

Así como la cuestión de los refugiados es un arma demográfica de

presión política, también lo son los asentamientos judíos dispuestos en los

territorios ocupados por Israel, con el ingrediente de que son acompaña-

dos de una considerable fuerza de ocupación militar permanente destinada

a su “protección”, complementando a las tropas que controlan las pobla-

ciones palestinas. La cantidad y distribución de estos asentamientos deno-

ta claramente el apoyo gubernamental con que han contado, de modo que

su instrumentación como estrategia de ocupación no es meramente espe-

culativa. La pertenencia a estos asentamientos sólo puede deberse a un

estrecho convencimiento ideológico o a algún estímulo estatal. En el me-

jor de los casos, la cercanía de la relación entre el estado judío y la ten-

dencia anexionista que conlleva el establecimiento de estas poblaciones

no es un buen síntoma.

Los asentamientos y la fuerza de ocupación que implican constituyen

un permanente motivo de irritación. Aun cuando el pueblo palestino no

hubiera existido antes de 1967 –lo cual no es así– esta presencia sería mo-

tivo suficiente para agrupar a la población local invadida y recluida, cons-

tantemente humillada por la presencia de esos colonos que gozan de dere-

chos, libertades y oportunidades (sociales, económicas y políticas) que les

son vedadas. Nuevamente se trata de una reproducción en pequeña escala

del sistema colonial, que no tiene otro fundamento que la fuerza y el in-

terés y que, con certeza, no supone ninguna “seguridad” para Israel. En su

institución se encuentran presentes el mesianismo nacionalista que con

tanta frecuencia se pretende asignar a la otra parte, y una forma nada sutil

de terrorismo de estado.

La solución política del conflicto es difícil, y hablar de expulsión es la

forma más fácil de atenderlo (se trata de una población estimada en casi

Page 173: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

173

un cuarto de millón de colonos). Pero cabe también la posibilidad de in-

corporarlos como minoría, en un futuro estado palestino. No parece pro-

bable, por otra parte, que esta segunda solución, más racional, sea acepta-

da por estos mismos colonos, que consideran la tierra que ocupan como

parte integrante de la tierra sagrada en su conjunto. La retirada de los

asentamientos de la Franja de Gaza no ha sido sino una solución mínima

para este problema, porque el grueso de los asentamientos, y los más sóli-

damente establecidos, se encuentran en Cisjordania.

c_ La cuestión de Jerusalén.

La Resolución 181 de las Naciones Unidas preveía para la ciudad de

Jerusalén un estatus particular, pues se tenía en consideración su impor-

tancia simbólica y cultural tanto para las partes árabe y judía como para

los cristianos (católicos, ortodoxos y protestantes, es decir, sectores im-

portantes en muchas de las grandes potencias). Aquella intención de in-

ternacionalizar la ciudad terminó, como todo el proyecto, con la guerra de

1948. El estado Judío elevó a categoría de ley su ancestral anhelo de re-

torno a la ciudad proclamándola su Capital, sede del Parlamento y de la

Suprema Corte de Justicia, aunque hasta 1967 sólo controló de manera

efectiva su parte occidental, es decir, la Jerusalén “nueva”. Pero al plante-

arse nuevamente el conflicto con el pueblo palestino –relegado durante la

ocupación Jordana de la ciudad vieja– no existe la menor intención de

retomar el camino de la internacionalización de la ciudad que contiene

tantos símbolos sagrados. No debemos olvidar al respecto que “símbolo,

mito, imagen, pertenecen a la sustancia de la vida espiritual; que pueden

camuflarse, mutilarse, degradarse, pero jamás extinguirse (...) El lengua-

Page 174: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

174

je simbólico (...) es consustancial al ser humano, precede al lenguaje y a

la razón discursiva”159.

Pero no es sólo el símbolo religioso, sino también el político el que se

defiende aquí. El mantenimiento de Jerusalén como capital le asegura a

Israel la conservación de un pasillo territorial que constriñe bastante las

fronteras de Judea y Samaria (regiones sur y norte de la Cisjordania),

manteniendo, además, dividido al territorio palestino: unos 25 Km. sepa-

ran a la Franja de Gaza del punto más cercano de Judea. Ninguna de las

propuestas israelíes, incluyendo la de Taba de enero de 2001 (que mejo-

raba considerablemente la propuesta de Camp David de julio de 2000),

renunciaba a este embudo, pues su base se ensancha a medida que se aleja

de Jerusalén160.

De los tres problemas planteados en este apartado, no obstante, el

problema de Jerusalén, a pesar de su peso simbólico, pareciera ser el me-

nos arduo de resolver. Pero ello no es motivo de alegría, pues esto sólo

quiere decir que “sería” más fácil de resolver si se resolvieran también los

otros puntos conflictivos. El problema de Jerusalén se enlaza con el de los

asentamientos pues se han construido algunos particularmente importan-

tes –en especial Ma´ale Adumim– al oriente de la ciudad vieja (es decir,

en la dirección opuesta al pasillo), cuyo mantenimiento parece incompati-

ble con una división apropiada o de la coparticipación de la soberanía de

la ciudad161.

A estos tres elementos conflictivos debe sumarse una “constante” re-

gional: la problemática relativa a la administración y distribución de los

escasos recursos hídricos. Podemos concentrarnos después en los fenó-

menos más inmediatos que son los detonantes de la observación pero que

159 Eliade, Mito y Realidad, Kairós, 1999. Pág. 11. 160 Cfr. Dossier, Le Monde, Paris, abril de 2002. 161 Ídem.

Page 175: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

175

corren el riesgo de transformarse en los árboles que oculten el bosque. No

es difícil apreciar que, en este caso, los hechos de violencia pasados con-

tribuyen a desencadenar actos violentos en el presente. Un régimen de alta

violencia recíproca se ha instalado como modus vivendi en la región, des-

atando una interminable cadena de represalias y fraguando las ideologías

respectivas en el resentimiento, el odio, la desconfianza y el prejuicio.

Como resultado, y habiendo estado su formación tan influida por los

acontecimientos violentos del siglo XX, y su supervivencia amenazada

con frecuencia, el estado de Israel es la sociedad occidental en donde

puede desarrollarse con mayor plenitud el concepto de “Guerra total”162.

Es decir, aquel estado en el cual los recursos de una región, humanos y

materiales, se vuelcan por completo al acto de guerra. Prácticamente la

totalidad de la población se encuentra en alguna medida capacitada para

actuar en caso de necesidad y el período durante el cual un reservista

cuenta como efectivo es más largo que en la mayor parte de las naciones

formalmente democráticas. La distinción de sexo no ha supuesto una me-

nor participación en el esfuerzo bélico. Por otra parte, hasta una edad más

avanzada de lo habitual los ciudadanos con periódicamente convocados

para reacondicionar su capacidad militar operativa.

Todo este esfuerzo, que tiene un componente económico nada despre-

ciable, no puede dejar de tener efectos sociales destacados. Las Fuerzas

de Defensa israelíes gozan de un prestigio que rara vez se encuentra en

sociedades democráticas y que trasciende en el plano interno su capacidad

militar: la mayor parte de los líderes políticos israelíes de peso, fueran de

izquierdas o de derechas, han tenido alguna importante participación en

alguna de las guerras libradas por Israel desde su independencia. Ser uno

de los fundadores del estado o haber participado activamente en la defen-

162 Cfr. Hobsbawm, Historia del siglo XX. Op. Cit.

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176

sa de éste han sido condiciones importantes, aunque no siempre necesa-

rias, para acceder a la jefatura del gobierno163.

Aunque la autoconciencia de estas fuerzas armadas se expresa sobre

todo como fuerzas defensivas del estado, basadas en la propia ciudadanía,

lo cierto es que un poder militar es siempre, básicamente, un poder de

destrucción o de control. Pero ello da lugar a interesantes paradojas: sólo

en Israel una parte considerable de los reservistas militarmente capacita-

dos pueden considerarse a sí mismos pacifistas sin que ello suponga un

estado de esquizofrenia. La defensa del país es un valor en sí que no se

contrapone con opiniones políticas no belicistas164. No obstante, toda

fuerza armada es utilizada con un fin político, incluso cuando no se en-

cuentra operativa, y en este caso lo es de la manera más concreta posible,

es decir, como fuerza de ocupación destinada a imponer el imperio de un

estado.

La cesión de parte de la soberanía efectiva a la policía de la Autoridad

Palestina terminó con encontrarse con la realidad de que estas fuerzas po-

liciales acababan por representar el oponente militar más visible de las

fuerzas de ocupación. Los tanques israelíes rodeando u ocupando las ciu-

dades palestinas no son sino la culminación, amplificada por su impacto

visual inmediato, de la red militar montada en los territorios bajo la excu-

sa de proteger a los colonos judíos asentados en ellos, de modo que su

163 Según la Ley Básica Israelí el primer ministro debe pertenecer, además, al parla-mento unicameral israelí (Knesset) y suele formar su gabinete siguiendo la relación de fuerzas políticas existentes, en donde cada partido lucha por el control de una cartera de su interés. De este modo, cada primer ministro se encuentra refrendado por un cier-to caudal de votos. Esto quiere decir que el prestigio militar suele representar un capi-tal político importante. 164 En abril-mayo de 2002 un grupo de oficiales israelíes firmó un comunicado me-diante el cual declaraba que no estaban dispuestos a seguir la política beligerante de su gobierno en lo que a la ocupación y el control del territorio palestino se refería. Dicha actitud no conllevaba una renuncia a la participación en la defensa del territorio isra-elí.

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177

retirada no significa, ni mucho menos, el fin de la ocupación. Pero por

ello mismo la presencia de los tanques no debe confundirnos, se trata de

una forma más de ejercer el poder sobre la población palestina, pero no se

trata de la única ni de la peor. La política de cierres preventivos de la

frontera y la construcción del muro de seguridad, destinados a impedir el

paso de hombres-bomba u otros agentes “terroristas”165, determina de

manera inmediata un violento descenso en el nivel de vida de la población

en general, estrangulando la capacidad económica de los territorios ocu-

pados. La ocupación como política de largo rango es lo que contribuye a

mantener en un punto muerto el desarrollo indispensable para superar las

condiciones de pobreza de la población palestina, y la retiene bajo condi-

ciones desiguales de intercambio de bienes y servicios, de las cuales el

estado de Israel es el principal beneficiario.

En consecuencia, así como la sociedad israelí se ha militarizado y se

comprende esta militarización como el efecto de medio siglo de guerras y

luchas casi continuas, así también los palestinos han vivido este tiempo

entre la ocupación y la falta de autonomía, entre la pobreza extendida y el

rencor social. Han desarrollado su ideología frente a un estado que pro-

clama a viva voz su constitución como estado étnico, y de una etnia de la

que los palestinos están formalmente excluidos.

En estas condiciones, resulta casi imposible que el conflicto no sea

percibido por sectores palestinos como una lucha vital y, según parece, le

corresponde al estado más beneficiado por el desarrollo histórico prece-

dente llevar adelante los mayores esfuerzos por desactivar esta lucha ex-

165 El término terrorismo, que ha adquirido un signo político particular, es siempre, no obstante, el resultado de una manipulación política. Por ello es peligrosa su utiliza-ción, pues dentro de esta categoría terminan por caber fenómenos tan disímiles entre sí como las bandas ocupadas de realizar secuestros o atentados que implican extorsión, grupos nacionalistas independentistas, sectores religiosos e incluso países enteros. Por lo tanto, sociológicamente, es un término insostenible.

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178

trema. Así lo han comprendido incluso sectores bastante amplios de la

población israelí, movilizados a favor de una paz que implica renuncias,

en algunos casos importantes166. Pero también es cierto que se ha produ-

cido el efecto contrario, en la forma de una radicalización de los senti-

mientos religiosos o nacionalistas, en otra parte de esta misma población.

Para empeorar las cosas, cuanto más se extienda en el tiempo la situación,

más se profundizarán las diferencias a menos que se produzca un giro

dramático en las condiciones existentes. Y más crecerán entonces las re-

nuncias necesarias para alcanzar una solución razonable al conflicto, lo

cual redundará en un aumento de los intereses e ideologías existentes para

no alcanzar una paz duradera basada en relaciones armoniosas: “se trata

de la lucha de dos mitologías nacionalistas que reclaman el monopolio

del sufrimiento y el martirio”167.

La lucha que se establece sobre el terreno es acompañada de una con-

siderable lucha simbólica que fluye mucho más allá de las fronteras del

oriente medio. Así, “los conceptos <judíos> de expulsión, exilio, Diáspo-

ra y Holocausto son en la actualidad parte de la ideología nacionalista

palestina”168. Uno de los principales valores que sustentaron la creación

del estado judío fue el reconocimiento de algún mecanismo de protección

de los colectivos judíos históricamente despreciados y perseguidos en Eu-

ropa, sensación que se volvió perentoria con el genocidio nazi. Pero el

reconocimiento de un derecho de protección ante un genocidio o la des-

trucción cultural excluye la posibilidad de realizar estos actos en perjuicio

de un tercer colectivo. No obstante esto, el mantenimiento de las pésimas

condiciones de vida para los palestinos acercan periódicamente esta acu-

sación al propio estado de Israel. Ello despierta viejos odios y prejuicios

166 Cfr. Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz. Op. Cit. 167 Ídem. Pág. 112. 168 Íbidem.

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179

igualmente injustificables, pues tiende a confundir la identidad cultural

con la acción estatal, ya que ni ser alemán implica ser nazi, ni ser esta-

dounidense implica ser imperialista, ni tampoco ser judío (o sionista) im-

plica mantener una ideología anti-palestina, anti-arabista o xenófoba en

general. El sionismo corre el riesgo de engendrar, si no ha engendrado ya,

un nuevo tipo de anti-judaísmo, basado en las evidencias del mal uso que

se realiza del estado nacional que se le ha concedido.

El método histórico que hemos ensayado en la primera parte se impo-

ne para la comprensión de las situaciones dadas en la región aún cuando

no se esté dispuesto a conceder el estado de racionalidad a algunos de los

actos que se contemplan con horror. La cita de Said que volcamos más

arriba también destaca el olvido histórico que actúa en perjuicio de la re-

solución del conflicto, y al respecto es también la población más benefi-

ciada por la historia local quien tiene mayores probabilidades de “recor-

dar” con menos rencor las acciones pasadas.

C_ La globalización del conflicto local

El carácter local del conflicto se diluye no sólo por la difusión mediá-

tica de sus acontecimientos sino también porque ha estado históricamente

situado en el centro de problemas de algunas situaciones fundamentales.

La descolonización, la lucha entre bloques ideológico-políticos y el cho-

que de culturas son factores que pesan en la balanza de esta pequeña re-

gión y que han colocado a una población que representa a bastante menos

del 0,2% de la humanidad en el centro de debates enconados. Se trata de

un caso testigo que, si no habilita analogías directas, al menos resulta un

episodio que nos permiten acercarnos a nuevas alternativas analíticas. Di-

cho de otra forma, este proceso relativamente acotado está ligado a tantos

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180

problemas importantes a escala mundial a lo largo de la historia reciente

que se ha convertido en sujeto de experiencia global. De cómo se intenta

resolver –o no resolver– los problemas existentes en esta región se des-

prenden consecuencias de gran escala para buena parte de la humanidad.

En otras palabras, la incapacidad que israelíes, palestinos y árabes expre-

san para resolver sus diferencias de manera no violenta refleja la incapa-

cidad de las sociedades contemporáneas de gestionar grandes conflictos

sociales.

Así, puede prestarse atención a las políticas que diferentes partes de-

dican a este fenómeno y a las reacciones que despierta para comprender,

sobre todo, cuales son las políticas predominantes que afectan a ese colec-

tivo mayor que es la humanidad comprometida con el proceso de globali-

zación. El problema palestino-israelí se presenta como un problema de

todos porque los problemas de todos en alguna medida se representan en

él, incluidos algunos problemas relacionados con sistemas de prejuicios

sociales y culturales que ni siquiera son reconocidos como tales.

El conflicto local se globaliza no sólo por su presencia mediática, sino

porque se ha instalado a partir de conflictos que son también globales. La

lucha ideológica entre la izquierda y la derecha, la función de las creen-

cias religiosas en la lucha política, la intolerancia y el diálogo intercultu-

ral, o el desarrollo de las relaciones de poder en el marco de la hegemonía

de la economía transnacional de mercado, son algunos de estos factores

globales que operan en el ámbito local.

Sobre el terreno, en cambio, la percepción de los problemas es bien

distinta. Desde la perspectiva local el problema es local con consecuen-

cias globales; en cambio, desde la perspectiva global, el problema es glo-

bal, con características locales. Otros conflictos importantes, en África, en

Asia Central, en América Latina, se mantienen más ligados a su “locali-

dad”, menos presentes en el discurso “universal”, aunque no por ello son

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181

menos destructivos y abominables. En el ámbito político a escala global

es posible componer un cuadro en el cual se vean las posiciones adopta-

das por grandes agentes con capacidad de operar en el desarrollo del con-

flicto. Así, puede observarse con qué apoyos externos cuenta cada colec-

tivo y trazar una semblanza de la auténtica correlación de fuerzas existen-

te.

El estado de Israel lleva también en este terreno una amplia ventaja,

pues mientras que sus aliados históricos se han visto favorecidos en las

últimas décadas, el pueblo palestino ha quedado prácticamente privado de

firmes apoyos externos más allá de un ejercicio insuficiente de caridad

internacional. Las simpatías que despierta la resistencia de los palestinos

entre intelectuales y movimientos de izquierda occidentales no tienen

consecuencias políticas prácticas, ya que los partidos socialdemócratas

con fuerte presencia en los aparatos de los estados occidentales no han

traducido en hechos esta simpatía excepto en la forma de una ineficiente

y, se diría, deliberadamente torpe asistencia diplomática. La preocupación

global no significa en modo alguno la posibilidad ni la voluntad efectiva

de una acción global. Por su parte, los EUA, la gran potencia emergente

de las últimas décadas, tiene en Israel un aliado firme aún cuando parece

que ese territorio le causa problemas. La alianza es comprensible porque:

a) Existe una fuerte relación económica entre ambos estados, de la que

el socio mayor obtiene beneficios;

b) Existe una importante comunidad judía en los EUA que tiene vías

directas de comunicación con el gobierno norteamericano y una conside-

rable capacidad operativa;

c) Existe una considerable coincidencia táctica frente a la determina-

ción del enemigo político, que se combina con una separación cultural: la

determinación del “factor islámico” como amenaza. Los intentos de cam-

biar esta percepción no han dado hasta ahora resultados apreciables.

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182

d) A diferencia de lo que ocurre con otros colectivos políticos, como

Japón, China, Rusia o la Unión Europea, Israel no puede representar para

los EUA una competencia económica seria;

e) Por último, Israel es el único país de la región cuyo sistema político

es discursivamente aceptable para el ideario norteamericano declarado

(con la excepción del Irak post-Saddam Hussein, remodelado a base de

tanques y bombarderos), aunque en la práctica otros regímenes son tole-

rados.

Por su parte, no existen entidades pro-palestinas que contrapesen esta

alianza, a menos que se destaque ciertas circunstancias puntuales que no

garantizan una acción conjunta efectiva. El bloque árabe y el mundo islá-

mico se encuentran divididos, y sus miembros menos dóciles están per-

manentemente amenazados por los posibles exabruptos bélicos de los

EUA. En lo que se refiere a intervención efectiva, el resto de los países

centrales, incluso cuando no se alineen detrás de la política exterior nor-

teamericana, tienen otras prioridades y objetivos cuando cualquier crisis

económica global o cualquier escándalo mediático de sus políticos de

línea aparecen en los titulares.

En definitiva, el problema palestino y el sufrimiento de los palestinos

despiertan auténticas simpatías en aquellos sectores que critican la acción

de los poderes imperantes en la globalización, pero que tienen escaso o

nulo peso político. Por ello no puede sorprender que entre los múltiples

problemas que se reúnen en torno a la lucha contra esta forma de univer-

salización incluyan la cuestión de Palestina, porque al menos en ese ámbi-

to no se olvida lo que la política oficial relega en la práctica: que allí se

están afectando valores relativos a los Derechos Humanos, al menos en lo

que a sus contenidos axiológicos se refiere, si no a los normativos. Por

otra parte, existe una oscilación derivada de la imposibilidad de definir

una solución práctica que no viole los derechos de otros implicados. Una

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183

vez más, el carácter individualista del catálogo de derechos humanos se

muestra como un obstáculo que vuelve al sistema incapaz de abordar pro-

blemas de larga trayectoria histórica, que afectan a colectivos humanos

complejos.

En lo que se refiere al papel de los estados, si bien es cierto que puede

hablarse de modificaciones de gran importancia producidas por la globa-

lización en la organización y funciones de los aparatos gubernamentales,

persiste la idea de que, en realidad, se trata una gradual extinción de las

funciones del estado, una agonía que comienza por el descontrol econó-

mico y que terminará en un irremediable colapso político. Por supuesto,

no diremos aquí que el estado nacional tal como lo conocemos –basado

en el control jurisdiccional y territorial, burocratizado, centralizado, etc.–

sobrevivirá y perdurará eternamente. Sólo señalamos que aún no está

muerto y que no es seguro que lo estará próximamente. Sí el estado pierde

sus funciones como organizador de las actividades relacionadas con el

control de los mercados, entre ellas la potencia de control jurídico de los

mismos, bien puede dárselo por muerto. Pero no es esto lo que ocurre con

los estados: sus funciones económicas han cambiado, pero no han desapa-

recido.

Sí se han perdido posibilidades de “controlar” al gran capital transna-

cional, y de hecho muchos estados parecen decisivamente influidos por

él, al estado le corresponden todavía dos funciones económicas esenciales

en cualquier lugar del planeta y ambas están íntimamente relacionadas. La

primera de ellas es el control económico de las poblaciones, pues éstas –

que constituyen la práctica totalidad de la humanidad– siguen atadas en su

inmensa mayoría a su espacio económico local y a sus vicisitudes: pagan

impuestos (e intentan evadirlos), adquieren y se desprenden de bienes y

servicios, se enfrentan judicialmente, se quieren y se matan por dinero. En

estas relaciones específicas los estados cumplen su misión controladora y,

Page 184: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

184

en ocasiones, distribuidora, a escala local. Incluso las mayores corpora-

ciones transnacionales necesitan que el estado mantenga esta función,

pues conseguir beneficios en una población sin control estatal es inviable

en las actuales condiciones de comportamiento capitalista. De hecho, las

entidades financieras internacionales no conocen otro interlocutor que el

estado y los propios integrantes de esas corporaciones viven en entornos

signados por el imperio jurisdiccional de un estado que garantiza en me-

nor o mayor medida sus derechos. La segunda función irrenunciable del

estado consiste en mantener el control coactivo de las poblaciones, en es-

pecial de aquellos sectores que se oponen al propio poder del estado: el

crimen y la insurrección popular son dos formas diferentes del conflicto.

El estado moderno puede adoptar todas las formas posibles mientras

estas dos necesidades funcionales se encuentren cubiertas. En este senti-

do, el estado en Israel las cumple ampliamente y para su población es tan-

to estado-distribuidor como estado-policía. Pero desde 1967 estas tareas

se ejercen en forma diferenciada en dos sub-regiones, pues el mismo apa-

rato estatal actúa de forma desigual con la población israelí que con la

población de los territorios ocupados, e incluso en ocasiones en los países

limítrofes, como es el caso del Líbano. El estado, que es todavía de un

relativo bienestar en Israel, garantizando educación y justicia al menos, es

de un decisivo malestar en los territorios ocupados –y también para los

trabajadores palestinos en Israel, pues la distinción es administrativa–; la

Ley Básica de Dignidad Humana y Libertad169 no tiene una auténtica

aplicación en la sub-región más desfavorecida, y aún cuando la Autoridad

Palestina ha ganado algunas funciones, éstas no excluyen en la práctica la

intervención del estado israelí en asuntos esenciales.

En estas circunstancias considérese si,es posible hablar de debilidad

del aparato estatal. La dislocación política israelí es, en este sentido, su- 169 Fuente: Ministerio de asuntos exteriores de Israel, MFA.gov.il

Page 185: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

185

mamente aguda: un kilómetro más acá es un modelo de estado democráti-

co de derecho, tolerante, que impulsa la renovación científica y tecnológi-

ca; un kilómetro más allá y se ha transformado en un monstruo de prepo-

tencia y discriminación, que mantiene unas condiciones que impiden a las

personas salir de la marginación y la pobreza.

Pero la inmediatez del cambio no debe confundirnos: este sistema se

encuentra funcionando ampliamente a escala mundial y ni siquiera la in-

dependencia de un estado palestino supone necesariamente un cambio

radical en la situación de su población aunque parezca deseable, de todas

formas. Ya que un estado palestino reforzado frente a Israel puede ser,

con todo, un estado muy débil frente a poderes económicos que exceden

largamente la pequeñez del estado judío. La inmediatez del conflicto

oculta a la propia población israelí este riesgo cierto.

La mercantilización y colonización de la vida privada no es un fenó-

meno que predomine entre las poblaciones más pobres sino en los estratos

medios y altos, y a veces redunda incluso en la pauperización de amplias

capas de clases medias170. Integrándose con el sistema local de domina-

ción sub–regional, el sistema global de control actúa sobre ambas pobla-

ciones a niveles diferentes pero interconectados. En este sentido el pro-

blema local es también problema global, pues sus características particu-

lares terminan por confluir por la poderosa dinámica de las relaciones

económicas internacionales. Lo que por un lado se hace transnacional im-

plica por otro una desintegración y recomposición de identidades, que no

por ello desaparecen y que resultan a veces en perjuicios y peligros ines-

perados.

La conclusión que podemos proponer respecto a estos problemas es

que la globalización tal como se presenta no constituye un agente eficaz

para alcanzar el cosmopolitismo –suponiendo que se lo valore positiva- 170 Cfr. Habermas, Autonomy and solidarity, Verso (New Left Books), 1992.

Page 186: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

186

mente– o la resolución de conflictos internacionales, por no hablar de una

solución o una correcta gestión de los mismos. Pero con ello no hemos

agotado los efectos del sistema que se impone.

Sí el sistema global es relativamente nuevo, muchos de sus factores

fundamentales se han desarrollado al menos desde el siglo XIX. La expe-

riencia sionista, aparecida y desarrollada en este entorno, ha quedado in-

disolublemente ligada a esos factores y al proceso de globalización en ge-

neral. De esta manera, muchas de las responsabilidades históricas que

pueden ligarse a este fenómeno son compartidas –y generadas– por proce-

sos más amplios y decisivos, con el imperialismo, el colonialismo y el

multifacético régimen de acumulación transnacional como ejemplos más

destacados. De hecho, el sionismo no es sino un desprendimiento particu-

lar del proceso histórico precedente.

Page 187: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

187

CAPÍTULO VI

EL SIONISMO Y EL PROCESO DE ADAPTACIÓN CULTURAL DE L A JUDEIDAD

A_ Los elementos básicos del fenómeno cultural

En las páginas que siguen nos desviaremos brevemente de nuestro

tema principal para dejar constancia de los elementos conceptuales que

conforman parte del análisis en esta sección de nuestro trabajo. La impor-

tancia del fenómeno cultural y de sus condiciones queda frecuentemente

empañada por la necesidad de dar respuestas a problemas de otra índole.

Por ello creemos que está justificada su introducción aquí, en la medida

en que forma parte de la experiencia sionista la modificación de la vida

cultural judía a escala mundial desde la aparición del movimiento nacio-

nalista.

El término “cultura” no sólo tiene diversos significados, sino que en

ninguna de sus posibles acepciones se encuentra un sentido unívoco co-

mo instrumento de reconocimiento analítico. No obstante, el fenómeno

cultural existe y es relevante, pues no todo cabe en el análisis político o

económico de un hecho social, no obstante lo cual los estudios culturales

no pueden –ni deben– omitir las categorías relativas a estos campos:

“Siempre está el peligro de que el análisis cultural (...) pierda el contac-

to con las duras superficies de la vida, con las realidades políticas y

económicas dentro de las cuales los hombres están contenidos siempre, y

pierda contacto con las necesidades físicas en que se basan esas duras

superficies. La única defensa contra ese peligro (...) es realizar el análi-

sis de esas realidades y de esas necesidades en primer término”171. Así,

puede observarse que la extensión de la indeterminación se extiende has-

171 Geertz, La interpretación de las culturas, Gedisa, 1997. Pág. 40.

Page 188: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

188

ta la metodología misma de la ciencia antropológica: “Creyendo con Max

Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación,

considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura

ha de ser, por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes,

sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones”172.

Además de esta dificultad general (de la que advertimos más arriba)

nos hallamos frente al problema específico planteado por una doble parti-

cularidad del sionismo: en primer lugar, es una práctica específica que se

ha desenvuelto dentro de un colectivo humano genérico, el de la judei-

dad, que no es homogéneo, pues ni siquiera es posible hallarlo desligado

de fuertes vínculos con otros colectivos. La multiculturalidad se trans-

forma así en una de las pocas coincidencias entre colectividades judías

diferentes. En segundo lugar, el sionismo y la judeidad como conjuntos

se encuentran afectados, en forma diferenciada, por el proceso de globa-

lización, que modifica algunas de sus características culturales en la me-

dida que modifica la estructura social en la que éstas necesariamente se

sitúan. A pesar de estas dificultades, la cuestión cultural continúa presen-

te. Teniéndola en cuenta, se debe expresar como punto de partida qué

concepción del fenómeno cultural se utilizará en relación con los proble-

mas referidos al sionismo y a la judeidad. A describir la aproximación

utilizada aquí nos dedicaremos a continuación.

En el contexto de nuestro universo biológico los seres humanos no

somos, en términos orgánicos, demasiado diferentes de otras especies

animales. Pero sólo nosotros reunimos en una única especie modos de

vida muy diferentes sin renunciar a ninguna de las actividades necesarias

para mantenernos con vida y sin que se diferencien biológicamente unos

colectivos humanos de otros. Debemos preguntarnos para empezar acerca

del por qué de esta variedad en los modos humanos de asociación, es de- 172 Ídem, Pág. 20.

Page 189: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

189

cir, indagar en la función biológica de esta diferenciación. La respuesta

inicial es relativamente sencilla: las conductas específicas difieren porque

la adaptación a contextos diferentes debe ser diferente a fin de asegurar la

supervivencia de un colectivo humano en particular. Una vez separada

específicamente la adaptación biológica de la adaptación cultural, ésta

sustituye parcialmente a aquella en la tarea de permitir la reproducción de

las generaciones humanas.

Esta diferente adaptación al medio, que incluye la posibilidad de en-

carar la supervivencia en contextos similares por medio de estrategias

diferentes, afecta tanto a los procesos económicos como a los políticos en

formas ideológicas y simbólicas particulares y, en líneas extremadamente

generales, eso lo que percibimos como “diferencias culturales”. La mag-

nificencia de la vida moderna a menudo hace olvidar que no fue hace tan-

to tiempo, desde el punto de vista de la vida de una especie, que el ser

humano abandonó el nivel de vida promedio de una horda de babuinos,

sin considerar las ocasiones en que recaemos a niveles bastante más ba-

jos. En conjunto, hace unos doscientos mil años no constituíamos todavía

un ejemplar biológico demasiado impresionante. Pero aquello cambiaría,

pues nuestra supervivencia dejó de estar inmediatamente ligada a la adap-

tación natural al medio, para pasar a depender de la más veloz adaptación

de las conductas, espacio de la existencia en el que resultó determinante

la capacidad de comprensión y creación comunicativa, el lenguaje, sin el

cual no habría existido ningún desarrollo cultural. Este sistema de adap-

tación particular es el que ha permitido que pasemos de depender para

nuestra subsistencia de un régimen de la organización social biológica-

mente adaptado a un régimen de la organización social culturalmente

adaptado, organización que, naturalmente, nunca puede desatender las

necesidades biológicas.

Page 190: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

190

Pero pese a la persistencia de nuestras necesidades fisiológicas en es-

ta nueva situación, con el despegue cultural se ha abierto una posibilidad

no biológica para que se multiplique el número de adaptaciones posibles

a las circunstancias en que dichas necesidades deben satisfacerse, no sólo

adaptando la cultura al medio ambiente sino también cambiando el medio

ambiente mediante los recursos culturalmente generados. Esto significa

que los seres humanos son capaces de “crear” alternativas de adaptación

independientes de nuestras capacidades individuales estrictamente bio-

lógicas. Pero la importancia de la identificación de las necesidades radica

en que sobre ellas se abre no sólo la posibilidad de identificar el origen de

las similitudes y diferencias culturales entre sociedades diferentes, sino

también las razones por las cuales llegan a producirse enfrentamientos y

disputas.

El proceso de adaptación cultural no sólo contribuye a la superviven-

cia de la especie humana, sino que también genera los rasgos más carac-

terísticos de la concepción del mundo en la que un ser humano particular

es introducido y de la que pasará a formar parte en el futuro. En este sen-

tido, el espacio cultural es también un espacio ético, al que corresponden

unas apreciaciones morales particulares y dinámicas. En conjunto, el sis-

tema funciona de acuerdo no sólo a las condiciones materiales, sino tam-

bién en estrecho vínculo con las relaciones simbólicas características de

una comunidad humana, relaciones que suelen sobrevivir y cambiar aún

cuando el espacio de relaciones materiales en el que ha surgido se haya

desintegrado o desaparecido173.

Esto hace posible que pueda rastrearse una continuidad histórica ex-

tensa, aunque el resultado de un proceso particular sea una organización

social completamente diferente a su fuente social más antigua identifica-

da. Los cambios serán tanto más significativos en cuanto los bienes 173 Cfr. Geertz, La interpretación de las culturas. Op. Cit.

Page 191: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

191

simbólicos que mantienen el imaginario de una comunidad mantendrán su

imagen pero cambiando profundamente de significado. Los integrantes de

un colectivo histórico así identificado darán en cada momento una dimen-

sión particular a los elementos propios de la cultura que integran, muchas

veces importando o intercambiando bienes simbólicos u modos de orga-

nización con otras culturas. Así, “la tradición nos permite pensar en

nuestra inserción en la historicidad, en el hecho de estar constituidos

como sujetos a través de una serie de discursos ya existentes, y de que

precisamente a través de esa tradición que nos constituye nos es dado el

mundo y es posible toda acción política”174.

La vida social es impensable sin las manifestaciones simbólicas y, al

mismo tiempo, los fenómenos simbólicos son aquellos que tienden a ser

más característicos de una cultura en comparación con otras, precisamente

porque es en el campo de lo simbólico y de la significación en donde las

necesidades tienen mayor posibilidad de encontrar formas diferentes de

interpretación y satisfacción. A su vez, a medida que avanza la historia de

cada cultura, y en la medida en que se presenten cambios en sus capaci-

dades y necesidades, es en este terreno en el que las características cultu-

rales encontrarán mayores oportunidades de diferenciarse. Y es en su re-

lación con la organización social que los contenidos simbólicos de cada

cultura ganan en “densidad”, son identificados y pasan a ser necesidades y

bienes que resultan ser mecanismos tan importantes y fundamentales co-

mo aquellas funciones ligadas a la integridad biológica de los individuos.

De esta forma, el espacio simbólico constituye también un ámbito de

satisfacción de necesidades y de lucha por el control de bienes estratégi-

cos. Los diferentes procesos de adaptación cultural desatan una multipli-

cación de las relaciones en el terreno de lo simbólico que, desde la pers-

pectiva de los miembros de una cultura particular en relación consigo 174 Mouffe, El retorno de lo político, Paidós, 1999. Pág. 128.

Page 192: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

192

mismos o con los integrantes de otras culturas, pueden llegar a representar

valores tanto o más importantes que los bienes de carácter material.

No obstante, todo intento de hallar elementos culturales “puros”, aje-

nos a la política o la economía, por ejemplo, está condenado al fracaso.

Las adaptaciones culturales resultan de una estrategia de supervivencia

integral e inconsciente, de modo que tiende precisamente a cruzar e inte-

grar los elementos relacionados con la organización social y económica.

De aquí también que toda declaración de respeto hacia una cultura que

pretenda, sin embargo, imponerle cambios institucionales (jurídicos, polí-

ticos o económicos) redundará en un cambio de la estrategia de supervi-

vencia de esa cultura.

En estos términos resulta difícil trazar una frontera clara entre una

“cultura” y una “sociedad”, pero es que hasta ahora sólo hemos tratado a

las culturas en forma abstracta, como si se tratara de elementos de socie-

dades aisladas. Pero la realidad es que las sociedades se relacionan entre

sí, provocando fusiones, contradicciones e incluso yuxtaposiciones entre

los elementos que componían su estructura cultural “original”, que se

contamina también, pues puede ser el fruto histórico de fusiones, contra-

dicciones y yuxtaposiciones precedentes. Este proceso de sedimentación

cultural se encuentra particularmente presente en la judeidad, con su ex-

periencia adaptativa de constante “re-sedimentación” de la experiencia

histórica175. Es en las relaciones entre miembros de sociedades diferentes

donde la identificación de un rasgo cultural cobra importancia política, al

convertirse en objeto de antagonismo, pues dicho rasgo aflora desde la

estructura en donde resultaba funcional para instalarse en otro universo

social, en donde puede resultar un rasgo conflictivo, como vimos que

ocurría en el caso de las migraciones.

175 Cfr. Berger y Luckmann, La construcción social de la realidad, Amorrurtu-Murguia, 1984.

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193

Aunque no existan jerarquías objetivas entre culturas, son abundantes

las “jerarquías” ideológicas, que provienen de un interés por fundamentar

o justificar una posición en las relaciones interculturales. Las consecuen-

cias prácticas del establecimiento de jerarquías culturales suelen ser la

desaparición de la cultura más débil, lo cual conlleva cambios más o me-

nos profundos en la cultura vencedora. No obstante, no es la estratifica-

ción cultural el único tipo de relaciones entre dos culturas. Es posible

hallar ejemplos de adaptaciones unilaterales o recíprocas más pacíficas, e

incluso de cohabitación funcional, en la forma simbiótica de la división

cultural del trabajo, en donde a un colectivo culturalmente diferenciado le

corresponde una tarea socialmente necesaria no realizada por ningún otro

estamento en un universo cultural.

Indudablemente, un contacto prolongado entre dos culturas supondrá

cambios en ambas partes –aunque no en el mismo grado–, e incluso dicho

cambio puede ser buscado por una de las partes para garantizar la cohabi-

tación. Pero no debe perderse de vista que existen elementos sustancial-

mente importantes, como los relacionados con el sistema productivo o el

político, que resultan decisivos a la hora de evaluar qué cultura desarro-

llará los mayores cambios en sus estructuras.

Entre las comunidades judías, la multi-culturación, que consistió en el

aprovechamiento de los rasgos culturales de la sociedad huésped, es de-

cir, su aprendizaje e incorporación pacífica con la condición tácita de no

renunciar (al menos de manera inmediata y explícita) a rasgos básicos de

identidad, constituye un ejemplo notable de relación intercultural. De

hecho, durante dos milenios la característica social más relevante de las

comunidades judías fue su estructura social incompleta, que se comple-

mentaba necesariamente con la cultura dominante en el entorno. En bue-

na medida, el discurso nacionalista del sionismo es una forma más de

completar dicha estructura incompleta, al mismo tiempo que permitió

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194

ideológicamente a muchos judíos cambiar rasgos culturales que ya no

resultaban importantes por otros valorados precisamente por su adaptabi-

lidad a las condiciones sociales modernas.

Durante la misma modernidad, el éxito militar, comercial, productivo

y demográfico de las sociedades occidentales implicó una aguda sensa-

ción de superioridad que no dejó de afectar al conjunto de las relaciones

internacionales, mediante la imposición de los rasgos característicos de

este universo cultural, en donde subsisten, evidentemente, múltiples for-

mas compatibles. Ello supuso un extendido proceso de empobrecimiento

de la humanidad respecto de su diversidad cultural y también una amena-

za para las formas culturalmente diferenciadas observables en la judei-

dad.

B_ La adaptación cultural de la condición judía

1_ De la crisis de supervivencia a la adaptación cultural

Al analizar la estrategia política del sionismo respecto de los propios

colectivos judíos, señalamos que una de sus tácticas consistió en estable-

cer la posibilidad de unificar la noción arquetípica de “judío”. Intentare-

mos explicar brevemente por qué puede considerarse que este empeño no

se adecuaba a la realidad de las diferentes comunidades judías de acuerdo

con la interpretación cultural que estamos desarrollando.

Desde el siglo segundo de la era cristiana el judaísmo perdió consis-

tencia como cuerpo social monolítico. Sí ya existían colonias judías im-

portantes fuera del territorio de la provincia romana de Judea, la destruc-

ción causada en la guerra de 132 a 135 e. C. dejó a estas comunidades, y

al mínimo remanente judío en la región, en situación de ejercitar un nue-

vo tipo de adaptación cultural en su lucha por la supervivencia. Este ca-

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195

mino ya había debido iniciarse en el siglo anterior, cuando la destrucción

del templo de Jerusalén y la extinción del sacerdocio supuso un cambio

notable en las estructuras jurídicas y religiosas judías. Los momentos de

crisis vital, como el planteado en el siglo II, obligan naturalmente a un

forzoso replanteo de las condiciones culturales. La eliminación de la po-

blación judía de Judea forzó el desarrollo de una percepción diferente de

su propia existencia a los colectivos de tradición religiosa y jurídica judía

de otras regiones (Persia, Egipto, Roma, etc.). La estrategia seguida hasta

el momento, que consistía en referir la identidad judía a la centralidad de

Jerusalén y su culto religioso, no resultaba ya la más conveniente para

sobrevivir culturalmente y fue necesario tomar nuevos caminos. Nace

entonces el judaísmo descentralizado, en el cual las escuelas rabínicas de

interpretación legal –cuyo resultado directo es el Talmud, el gran cuerpo

legal y filosófico del judaísmo, que ha contribuido a mantener la unidad

conceptual de la cultura–, representaron un papel fundamental176.

Las comunidades judías que pervivieron solventaron la crisis vital

convirtiéndose, en resumidas cuentas, en sub-culturas jurídicamente or-

ganizadas. La organización estatal imperial tributaria que predominaba en

la época, si bien restringía la autonomía de los colectivos subordinados a

su autoridad, no exigía sino en casos límite la adscripción al sistema le-

gal-religioso imperial. En otras palabras, mientras pagaran sus impuestos

y respetaran a los agentes políticos imperiales, las provincias y los súbdi-

tos podían profesar la fe y las costumbres que mejor les parecieran, regu-

lando los comportamientos sociales de acuerdo con sus propias tradicio-

nes jurídicas. Por supuesto, la “libertad de cultos” se hallaba condiciona-

da por dos constantes: el sometimiento político y la opresión económica,

176 Cfr. Soltonovich, Judea después de la destrucción del templo. Estrategias de su-pervivencia y fragmentación cultural, mimeo, 1999.

Page 196: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

196

que afectaban con mucha más intensidad a los sectores sociales subordi-

nados. De modo que incluso las prácticas jurídicas propias podían volver-

se, en estas circunstancias, instrumentos de opresión. Porque los sectores

dominantes locales, como en toda sociedad estratificada verticalmente,

tendían a utilizarlas para proteger sus propios intereses inmediatos, más

que para solventar problemas culturales o desigualdades sociales.

Debido a la dispersión de las escuelas jurídicas judías, éstas ya conta-

ban con características singulares que las diferenciaban unas de otras, si

no en la fuente legal, al menos sí en la interpretación de las mismas. Cada

comunidad debía adaptarse a las circunstancias de la región en la que es-

tuvieren asentadas. Así, no era lo mismo lo que la comunidad judía de

Alejandría debía cambiar o re-evolucionar para pervivir que la de Roma o

la de Persia, tanto en sus rasgos folklóricos como en sus costumbres jurí-

dicas. Con el paso del tiempo y la aparición de nuevos contextos sociales

interculturales las diferencias se acentuaron. Cambiaron las costumbres

gastronómicas, la entonación de las oraciones religiosas, la interpretación

de los mismos párrafos de las Escrituras consideradas sagradas, el len-

guaje popular. El resultado de dieciocho siglos de transformaciones es

una serie bien definida de diferentes culturas judaicas.

En este sentido, la multi-culturación como adaptación sistemática de

la condición judía a las necesidades y posibilidades de las sociedades en

las que habitaban, se convirtió en una estrategia excelente durante este

largo período. Porque el colectivo judío continúa siendo perfectamente

reconocible. En parte esto se debió a la consistencia ideológica del núcleo

de la ideología judía: la referencia continua a un texto complejo como es

el Tanaj, conocido como Antiguo Testamento, un texto capaz de desarro-

llar una historia mítica completa al mismo tiempo que, a la manera de las

constituciones modernas, fija los principios éticos y morales para el com-

portamiento interpersonal.

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197

Sin embargo, consideradas individualmente, no todas las adaptacio-

nes culturales judías corrieron la misma suerte, ni resultaron ser igual-

mente efectivas. Por ejemplo, la táctica del “encriptamiento”, el oculta-

miento de las características culturales judías, bajo la aparente aceptación

de elementos culturales impuestos por la cultura dominante, fue la estra-

tegia adoptada por una parte de las familias sefardíes durante las persecu-

ciones religiosas de la inquisición a finales de la edad media. Pero esta

estrategia resultó a largo plazo un fracaso tanto en Europa como en Amé-

rica, pues estas comunidades terminaron por ser asimiladas en términos

culturales. En cambio, para este mismo colectivo original resultó efectiva

la táctica de la dispersión territorial, que a su vez contribuyó al enrique-

cimiento de la propia cultura sefardí177.

Pero en un marco de relaciones culturales múltiples y muchas veces

peligrosa, toda supervivencia exitosa debía pagarse igualmente con la

adaptación, es decir, con la renuncia a elementos culturales que resultaran

prescindibles e incompatibles con el entorno social, respetando el difuso

límite de la identidad, que hasta el siglo XIX era principalmente religio-

so. Así, el siglo XIX encuentra multitud de comunidades dispersas que no

pueden, excepto formando un arquetipo limitado, resumirse en una única

identidad, aun cuando conservaran los elementos característicos centrales

de la religiosidad y la regulación de las conductas interpersonales propia

de la Ley Mosaica.

La estrategia sociocultural de fragmentación desarrollada en el ju-

daísmo para superar la crisis del siglo II es bien distinta de la de otras eta-

pas. De este modo, cada circunstancia histórica general y cada ámbito so-

cial específico determinó la existencia de diversas experiencias de adapta-

177 Cfr. Soltonovich, Dispersión y encriptamiento: estrategias de supervivencia de la cultura sefardí, mimeo, 2000.

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198

ción que significaron cambios culturales correlativos, Estos cambios se

ubicaron en procesos divergentes que podían ser contemporáneos entre sí.

Pero el judaísmo no sólo debía producir las características que le per-

mitirían subsistir en cada contexto social. Muchas veces no podía sino

aceptar las condiciones que este espacio le imponía como colectivo y

adaptarse a existir con ese condicionamiento externo. Tal es la experien-

cia de muchas comunidades judías del occidente europeo durante la edad

media.

A diferencia de la modernidad, que intentó disolver las diferencias

culturales para construir a partir de allí un modelo de ciudadano y de na-

ción, en los estados que predominaron en el ámbito europeo durante la

edad media la diferenciación estamental constituía la base misma de la

organización social. Sin las distinciones que separaban al hombre laico

del religioso, al noble del plebeyo, al cristiano del infiel, el orden feudal

sencillamente no habría existido. Con respecto a la última distinción, los

judíos ocupaban un lugar particular. Se trataba de uno de los colectivos

que, siendo considerados infieles y ser por ende repudiados y abomina-

dos, cumplía, sin embargo, funciones sociales importantes y característi-

cas. Es de hecho este desprecio radical la base que hizo posible construir

el modelo de judío apto, en términos estamentales, para funcionar en el

mundo feudal cristiano178. Sí nos extendemos sobre este punto, tan ante-

rior a nuestro tema, es porque el reconocimiento simbólico del judaísmo

en la modernidad y en particular respecto de los prejuicios que afectaron a

sus comunidades tomaron forma en esta etapa previa.

Analizando brevemente la estructura del orden feudal cristiano po-

dremos comprender mejor en qué consistía la función de “los judíos”,

aunque la generalización es ciertamente inadecuada. Dicho orden social

se sustentaba en una base económica que era predominantemente no mer- 178 Cfr. Delacampagne, Racismo y occidente, Arcos Vergara, 1983.

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199

cantil, es decir, que el grueso de la producción no se transformaba en

mercancías, sino que era consumida en las mismas unidades productivas

en concepto de bienes de consumo que satisfacían necesidades básicas.

Este sistema tampoco concentraba su atención en la producción regular y

masiva de excedentes ni daba prioridad a los intercambios. Esta configu-

ración restringía el desarrollo monetario y entorpecía así, por la vía pro-

ductiva y la distributiva, el desarrollo del comercio. Pero que la acumula-

ción monetaria y el comercio entre feudos, regiones y áreas de influencia

imperiales no fueran las prioridades económicas del sistema, esto está

muy lejos de significar que no existieran o que fueran indeseables179. Por

el contrario, quienes tenían acceso a los bienes excedentes los apreciaban

en gran medida, pues eran a la vez bienes materiales y simbólicos que

destacaban y protegían su dignidad y su poder.

El sistema, por otra parte, carecía de medios institucionales para ad-

ministrar las necesidades y la distribución de estos bienes, y era particu-

larmente sensible a las carencias de dinero en efectivo para cubrir necesi-

dades urgentes. Los propios estamentos feudales y religiosos no se prove-

ían a sí mismos de un sistema eficaz para subsanar estas deficiencias por-

que las tareas necesarias para solventarlas eran, por una parte, indignas

desde el punto de vista de los estamentos ideológicos, militares y admi-

nistrativos dominantes y, por otra parte, requerían de una capacidad para

el despliegue geográfico y ciertos conocimientos específicos de los que

carecían.

Dos elementos correlacionados, originalmente independientes de esta

evolución histórica, determinaron que a los judíos les fuera reservada,

aunque no en forma exclusiva, la responsabilidad y la obligación de per- 179 Cfr. Le Goff, Mercaderes y Banqueros de la Edad Media. Eudeba, 1962. El autor deliberadamente no acepta distinguir entre mercaderes de diversas etnias, porque con-sidera el hecho irrelevante para comprender el funcionamiento comercial y financiero medieval.

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200

mitir el funcionamiento de este subsistema económico de gran importan-

cia. En primer lugar, la prohibición de que este colectivo tuviera tierras en

propiedad o sirvientes cristianos restringían sus oportunidades de inte-

grarse al escalafón social en forma plena y, en segundo lugar, el desprecio

religioso los convertía en los factores sociales ideales para desarrollar ta-

reas consideradas “indignas”. Sin ser los únicos ni los principales posee-

dores de conocimientos comerciales –que obligaban a veces a construir

complejas redes de tráfico interregionales– o de dinero metálico acumula-

do, sirvieron de enlace para las tareas que los estamentos superiores dele-

garon en ellos o – mejor dicho– en el subsector de la población judía que

contaba con los medios para desarrollar estas actividades. Aunque no

existen estadísticas para saber qué proporción de la población judía exis-

tente se dedicaba a estas actividades, las restricciones de la época en ma-

teria de producción y consumo debía acotarla bastante. Resultaba así que,

en realidad, sólo una fracción de la población judía podía, en realidad,

realizarlas.

De estas actividades la que ha tenido mayor repercusión, por razones

ideológicas, ha sido el ejercicio de la usura que, a diferencia del enorme

prestigio conque cuenta hoy en día –bajo la denominación de “capital fi-

nanciero”–, era una actividad repudiada en la edad media180. De hecho los

judíos, a partir de la ley Mosaica, también la repudiaban en lo que a sus

relaciones intracomunitarias se refería y uno de los principales tratados

legales judíos bajo-medievales, el citado Shulján Aruj de Yosef Caro, la

condena explícitamente. Sin embargo, recurrir a este estamento como in-

termediario era una necesidad cuando existían excedentes para comerciar

o se precisaban urgentemente sumas de dinero considerables.

180 Cfr. Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo en Ensayos para una sociología de la religión, Taurus, 1988.

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201

La adaptación cultural propia de este período y estos espacios sociales

consistió entonces en aceptar las condiciones impuestas siempre que se

permitiera continuar profesando la fe judía, lo cual implicaba un cierto

grado de independencia jurídica, evitando en lo posible las conversiones

masivas y forzosas o las matanzas ocasionales que caracterizaron, no obs-

tante, a la etapa de las cruzadas181. De esta forma, puede apreciarse cómo

la organización social e ideológica del contexto social dominante terminó

por ser decisiva en la transformación adaptativa de la cultura judía euro-

pea, proceso bien distinto al desarrollado paralelamente en las comunida-

des judías afincadas en territorios controlados por el Islam. Consecuente-

mente, estos hechos terminan por confluir en la conformación de rasgos

culturales característicos que no eran compartidos por todas las comuni-

dades judías.

Porque sin que dejara de existir la distinción religiosa, en el Islam la

situación social del judío no se encontró tan desfavorecida como en el or-

den feudal cristiano. La organización de los imperios musulmanes, más

similar a la del antiguo imperio persa, al que las comunidades judías se

habían adaptado notablemente antes y después de la crisis del siglo II, ex-

plica parcialmente esta situación diferenciada, mientras que la tradicional

tolerancia de la religión mahometana respecto de sus “ancestros” mono-

teístas hizo el resto182. En el Islam, la conversión religiosa a la Fe del Ma-

homa no tiende a ser compulsiva, como sí ocurriera en la cristiandad me-

dieval.

De este modo, una diferente combinación ideológico-estructural ex-

plica también la situación del judaísmo en este contexto. Al respecto debe

recordarse que la cultura sefardí encuentra en estas relaciones, al menos

en Occidente y en Egipto, un clima más propicio para un desarrollo am-

181 Cfr. Delacampagne, Racismo y occidente. Op. Cit. 182 Cfr. Coulson, El derecho Islámico. Op. Cit.

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202

plio y autónomo, y que habría de influir notablemente en el resto de las

juderías en los siglos siguientes183. En este caso, la transformación del

pensamiento y las culturas judías, transformación igual o mayor que en la

cristiandad, se deslizó por los caminos más fáciles del aprendizaje y el

intercambio: el racionalismo aristotélico, el metodismo jurídico y las ma-

temáticas avanzadas, por ejemplo, penetran así en el universo judío, en

donde adquirieron un sabor original184. Desde el siglo VII al menos y has-

ta bien entrada la modernidad, grandes familias comerciales judías pros-

peraron en los califatos más importantes185.

Así reconoceremos la última instancia que corresponde destacar aquí

de este sistema de adaptaciones e intercambios culturales que presenta-

mos de la manera más simplificada posible antes de entrar en los proble-

mas de adaptación cultural específicos de la modernidad. Se trata sim-

plemente de señalar la importancia de los comerciantes judíos en las rela-

ciones entre sociedades, más aún tratándose de civilizaciones crónicamen-

te enfrentadas, entre las que el monoteísmo y la existencia de comunida-

des judías constituían los más destacados rasgos culturales comunes. Hay

que señalar esta situación para destacar a la ley mosaica y rabínica como

norma válida para el tejido comercial judío en el mediterráneo medieval.

En buena medida, entonces, esta tradición jurídica se transformó en una

lex mercatoria de la época en buena parte de la cuenca mediterránea.

183 Cfr. Stavroulakis, The Jews in Greece, Talos press, 1990. 184 Tal es el ambiente original del pensamiento racionalista de Maimónides o del caba-lismo. Cfr. Barnatán, El Zohar. Introducción a la Cábala (Del Dragón, 1986) y Solto-novich, Ontología de la Cábala, mimeo, 2001. 185 Cfr. Stavroulakis, The Jews in Greece. Op. Cit.

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203

2_ La adaptación cultural en la modernidad

“Ser Judío es Ser Judío en el Exilio”. El filósofo judío lituano Levi-

nas supo dar esta definición críptica de una condición particular para

abrirnos las puertas a un debate general sobre la ontología de las identi-

dades socio-culturales en la modernidad. Dos desarrollos se sucederán a

partir de esta proposición.

Uno, que no seguiremos, se relaciona con una tradición de seguridad

mesiánica y formato mítico-religioso. Según esta corriente de pensamien-

to, que condujo al anti-sionismo religioso, el pueblo judío fue expulsado

de la tierra prometida por voluntad de dios y a causa de las faltas cometi-

das por el pueblo de Israel. Así, lo que dios ha sentenciado no debe desa-

fiarse con una voluntad política, de modo que la presunta “sentencia” –el

Exilio y la Diáspora– debe cumplirse voluntariamente hasta que, por me-

dio del Mesías, se alcance la redención o la perdición definitiva186.

Otro camino consiste en comprender al “Ser en el Exilio” con una in-

tención sociológica, es decir, interpretarlo como un desarrollo cultural

característico de una historia singular. Es una interpretación que, por otra

parte, también le cabe al sionismo, en tanto movimiento desarrollado ori-

ginalmente en Europa. En el marco del ideario mesiánico descripto, la

vocación sionista es claramente reprobable. En cambio, en el segundo

camino se trata de un episodio más, que a su vez puede colaborar a bifur-

car los caminos hacia atrás en esta definición del “Ser Judío”. Por un la-

do, el Ser en el exilio puede considerarse una situación contingente, resul-

tado de un proceso histórico pero, por otro lado, puede consistir en una

característica intrínseca del Ser, por devenir con el paso del tiempo en un

elemento estructural, de modo tal que acabar con el Exilio –con la condi-

186 Cfr. Segal, Varieties of orthodox judaism. Calgary Univ., 2002.

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204

ción de pertenecer y no pertenecer a la vez a un cuerpo social– es acabar

con el Judío.

El sionismo sostuvo y sostiene –sobre todo a través de sus prácticas–

que esto no es así y que, por el contrario, acabar con el exilio es salvar al

judaísmo de los peligros que acechan en el mundo para la condición judía

elaborada, eso sí, en torno a la figura arquetípica del judío europeo mo-

derno. Existe, por lo tanto, una interpretación divergente y antinómica de

una condición particular.

Suponer que el ser judío se confunde necesariamente con la condición

de exiliado supone decir también que existen rasgos comunes a cualquier

judío que se definen en esta condición y sólo en esta condición. El pen-

samiento sociopolítico moderno, atrincherado en el estado-nación, puede

contemplar una definición así con una mezcla de escepticismo cínico e

incredulidad antropológica y, por supuesto, el sionista convencido no

puede menos que rechazarla de plano: para él, la condición judía no pue-

de realizarse mejor, más libremente, más decisivamente que dentro de las

fronteras protectoras del estado judío, al punto de suponerse la creación

de un “Nuevo judío”187. Aún cuando admita que existen judíos fuera de

Israel y que pueden, si lo desean, seguir así, la idea de que el exilio es

parte inextirpable de la condición judía habrá de parecerle siempre extra-

ña, contradictoria y, en alguna medida, peligrosa. Porque el Ser en el exi-

lio contradice la creencia ideológica en la necesidad de conformar un es-

tado nacional en donde realizar la condición judía.

Una concepción estrictamente sociológica de esta condición judía

impide tomar la definición de Levinas en un sentido literal. Porque debe

asumirse que una condición propia de cualquier colectivo humano es su

historicidad, fraguada y expuesta a través de rasgos culturales relativos a

su supervivencia, identificables pero dinámicos. En este sentido, “Sio- 187 Cfr. Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz. Op. Cit.

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205

nismo” y “Diáspora” son, en principio, dos alternativas culturalmente

válidas de adaptación, que encierran peligros y oportunidades diferentes.

No obstante, la definición es atractiva como desafío intelectual. Por-

que es en el espacio del exilio en donde los rasgos de la tradición judía se

han diversificado y multiplicado. A diferencia de otros colectivos –y a

semejanza de otros–, no se ha fijado a un único marco territorial, y en

buena medida se ha distinguido hasta el siglo XX como cultura no solo

no-nacional, sino también no-imperial. Es la dispersión resultante de un

proceso histórico concreto lo que ha permitido que la cultura judía, ob-

servada en perspectiva, adquiera esa imagen plural. Buena parte de las

combinaciones en cuanto al peso relativo de los rasgos culturales carac-

terísticos pueden hallarse en la judeidad como conjunto: la combinación

es también el resultado de la interacción con la sociedad en que cada co-

munidad se encuentra situada.

Como introdujimos en el primer capítulo, la materialización del ideal

sionista condujo, partiendo de sus premisas éticas, a la construcción de un

judío modélico, una criatura social que nunca había existido: el judío na-

cionalista, hebreo-parlante, moderno en términos políticos y, sobre todo,

diferente de ese judío del exilio, segregado y sin protección en un am-

biente radicalmente hostil a su particularidad. En resumen, pretendió

construir un judaísmo sin exilio, saltando dieciocho siglos de historia pa-

ra reiniciarla en su propio “hogar nacional”. Se trata de una construcción

racional, pues era políticamente necesaria, que derivó en una vocación

apta para resolver problemas existentes y cuyo peso no puede negarse,

pero que no podía dejar de tener profundas consecuencias, por cuanto

implicó un cambio revolucionario en la ideología y la forma de vida de

muchas comunidades.

El judaísmo como hecho social no-nacional persiste. La reproducción

innumerable de los mitos hebreos y de los textos sagrados; la presencia

Page 206: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

206

indeleble de los judíos en la historia de occidente y en su herencia cultu-

ral –ahora mundializada–; la amplitud de su dispersión geográfica; por

último, la multitud de reacciones que sobre el judaísmo se han generado;

todos estos son hechos que parecen probar la existencia de un colectivo

singular. A este colectivo deben estar ligadas determinadas pautas cultu-

rales y definen a sus integrantes, conocidos con el nombre genérico de

“judíos”. Sin embargo, la pluralidad de las formas y costumbres que ca-

racterizan a este colectivo convierten a menudo en una tarea difícil identi-

ficar sí un individuo en el que estén presentes algunos de estos rasgos

culturales puede separarse de su entorno social específico sin que queden

anuladas no sólo las características de este entorno, sino la propia manera

de ser judío.

La definición de Levinas encierra precisamente este secreto: que lo

que pueda existir como propiamente judío es inseparable de una relación

pero también de un extrañamiento con su entorno. Sí se separa al judío de

ese entorno particular, su propio judaísmo, adaptado singularmente, se

pierde. Pero también se pierde sí se acerca demasiado a él. Por eso, tal

como se ha dado históricamente, “Ser Judío” ha significado exactamente

eso: ser un exiliado en su lugar de origen. Ahora bien, esto es cierto sólo

parcialmente, porque el grado de integración al entorno social ha variado

significativamente de una comunidad judía a otra y de un individuo a

otro, de modo que la pluralidad de comportamientos prescinde de toda

norma en este aspecto. De esta manera, el judaísmo se ha presentado –e

incluso auto-representado– como cultura mixta. Y la razón de que ello

ocurra reside en que la estrategia de supervivencia cultural eficiente obli-

ga a cualquier colectivo judío –incluyendo a los existentes en el estado

judío– a “completar” con las prácticas aprendidas y desarrolladas en otros

entornos sociales las instituciones que garanticen la continuidad social.

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207

Pero las innovaciones ideológicas traídas por las revoluciones bur-

guesas, que incluyen el intento de considerar al hombre como un ser abs-

tracto, susceptible de ser considerado genérico o universal, han tocado la

línea de flotación del mecanismo de cultura mixta. Porque tiende a privar

a los sujetos de toda determinación previa para subsumirlo luego en la

categoría general de “ciudadano”. Sí el judío acepta esa carta de ciuda-

danía, debe hacerlo sin reservas, porque es una imposición política y no

una materia sujeta a la elección comunitaria o individual, quedando suje-

to a los derechos y deberes generales y a la jurisdicción de la nación a la

que está ligado. Esto es así porque la modernidad termina con el plura-

lismo jurídico medieval en donde la ley no era igual para todos, para sus-

tituirlo por otro pluralismo ligado a la funcionalidad de la justicia más

que a la situación social del material humano considerado administrati-

vamente.

Pero, justamente, lo que permitía al judío mantenerse sólo a medias

en relación con el entorno era la separación parcial que significaba poseer

una ley y una historia, propias de su comunidad particular. Lo que distin-

guía al judío era su adscripción a la ley de Moisés, los talmudistas y los

rabinos, y el respeto de sus instituciones. No obstante, el poder avasalla-

dor de las sociedades occidentales ha configurado una situación en la que

todo sistema jurídico que difiera de sus principios funcionales es automá-

ticamente invalidado, considerado inferior y apto para ser destruido188. La

Declaración Universal de los Derechos Humanos es el punto culminante

de este proceso, y por eso es declarada Humana y Universal, es decir,

que abarca a la mayor cantidad de individuos en el espacio jurisdiccional

más amplio posible.

Con todo, el sistema jurídico extendido entre las comunidades judías

se vio sólo parcialmente afectado por este sistema impuesto, sí se lo 188 Cfr. Foucault, Genealogía del Racismo, Op. Cit.

Page 208: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

208

compara con los de otras sociedades, y ello por una razón muy sencilla:

los valores subyacentes en esta declaración general de derechos represen-

tan parte de la herencia que el judaísmo pretérito legara a las culturas que

pasaron a predominar en el mundo desde el siglo XVI, a través del ejerci-

cio continuado de la iglesia cristiana como fuente moral y legal más im-

portante. Sin embargo, la exigencia inmediata para cualquier ciudadano

es que renuncie a cualquier sistema jurídico incompatible con el del esta-

do nacional, y no sólo a los contenidos normativos incompatibles con los

propios, borrando así la diferencia en términos legales entre estos indivi-

duos y el resto de la población. Por su propia lógica jurídica estructural,

que se manifiesta en efectos sociopolíticos concretos, los mecanismos

legales de los estados nacionales tienden a extinguir la posibilidad de que

existan “exiliados” en su sistema, donde “ilegal”, “irregular” o “indocu-

mentado” ocupan las más bajas posiciones sociales posibles.

Las particularidades de los colectivos judíos rara vez se limitaron al

aspecto jurídico de la organización social, y muchos de sus mecanismos

de integración e interacción específicos quedaron al margen de la senten-

cia de extinción. En cualquier caso, debe atenderse a este fenómeno por-

que con el triunfo de la modernidad europea la sujeción alcanzó por igual

a casi todas las comunidades judías importantes. Así, las disparidades de

los diferentes entornos tendieron a disolverse y la posición unificadora

sionista encontró una justificación ideológica importante.

En el contexto de esta tensión la combinación entre la segregación

cultural y la presión de los cambios sociales ha dado lugar en la judeidad

a la aparición de una estrategia novedosa, notable por su perspectiva radi-

cal: la estrategia nacionalista. Desde esta perspectiva cultural, el sionismo

representó un intento de compensar, mediante la masiva introducción de

valores “modernos”, la debilidad relativa de los judíos europeos en rela-

ción con las condiciones precedentes de supervivencia. La tremenda pre-

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209

sión de los sistemas administrativos nacionales, al menos desde el modé-

lico Código Napoleónico, para borrar las diferencias jurídicas, incluían la

“necesidad” sistémica de desarticular la identidad jurídica de los colecti-

vos minoritarios, en particular de la ley judía189. Se sumaba a esta presión

la persistencia de las ideologías anti-judías que no sólo no desaparecieron

con la modernidad, sino que se adaptaron las percepciones de lo judío pa-

ra convertirlo no ya en enemigos de la cristiandad, sino en enemigos de la

nación, como quedó retratado en el famoso caso Dreyfuss; algo más tarde,

el judío terminó siendo clasificado como enemigos de la propia “raza

humana”, y no sólo por los ideólogos del nazismo alemán. Ya se ha trata-

do en los primeros capítulos de la organización política y las condiciones

sociales de aparición de este fenómeno, de modo que sólo pretendemos

articularlo aquí con las consideraciones que hemos venido realizando so-

bre los fenómenos relativos a la adaptación cultural.

C_ Las estrategias actuales de adaptación cultural y sus debilidades

La dispersión comunitaria resistente de tipo multi-cultural y el nacio-

nalismo sionista constituyen entonces las dos principales estrategias cul-

turales de supervivencia que pueden encontrarse hoy en la judeidad. Pero,

a su vez, no debe olvidarse que existen en ambos espacios múltiples posi-

bilidades: la pertenencia a diferentes comunidades religiosas o la existen-

cia de diferentes ideologías políticas conducen a la existencia de diferen-

tes tipos de instituciones y organizaciones.

189 Napoleón Bonaparte combinó una estrategia de presión política al Sanedrín francés (máximo tribunal judío) con promesas conciliatorias de difícil cumplimiento, que in-cluían la reconstrucción del Templo de Jerusalén o, al menos, la restauración de la ciudad.

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210

En el primer caso, aunque cada comunidad judía se revista con carac-

terísticas específicas, incorporando un localismo o adaptándolo a las

prácticas tradicionales, queda abierta la posibilidad de hallar otros muchos

cruces culturales en cada sector. Los diferentes sectores pueden optar por

continuar con las tradiciones religiosas de manera ortodoxa, conservadora

o reformista, pueden participar de la vida política de su comunidad o de la

sociedad que actúa como entorno, o pueden sentirse más ligados en forma

emocional o ideológica a una corriente política. Las alternativas de re-

configuración cultural son prácticamente ilimitadas, de modo que nos

hallamos frente a una gran variedad de posibilidades para ese “Ser” que

no es posible analizar rápidamente. Ni siquiera el análisis de cada caso

daría una idea de las combinaciones posibles y cualquier síntesis repre-

sentaría así una simplificación inaceptable. Pero sí puede apreciarse co-

mo, en conjunto, diversas comunidades han optado por mantener sus rela-

ciones con las sociedades en las que se encuentran instaladas sin renun-

ciar por ello a su identidad judaica, aún cuando esa identidad no sea

homogénea.

Esta estrategia se opone en la práctica a la concentración territorial

propuesta por el sionismo, que será en la misma medida cultural, y hemos

visto a su vez como se producen tensiones entre este esquema y la lógica

del estado-nación moderno, que tiende a borrar toda característica étnica

de sus integrantes, aunque casi siempre en forma incompleta. No obstan-

te, la oposición conceptual no impide que exista un determinado grado de

negociación entre ambas tendencias, que compiten frente al mismo “audi-

torio”, gracias a que las condiciones globales de comunicación intercultu-

ral se han modificado profundamente durante el último siglo. Básicamen-

te, se trata de presentarse como opciones vitales, que implican diferentes

renuncias y alternativas para los individuos que opten por una u otra. Por-

que es posible elegir entre vivir en una comunidad instalada en otra socie-

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211

dad, conservando así los rasgos característicos –y también cambiantes– de

la cultura-marco, o trasladarse a un espacio territorial cuyo estado defien-

de una particular forma de ser judío, aunque nunca a lo judío en general,

por mucho que lo pretenda el discurso legitimador.

En la materialización del sionismo se conjugaron los ideales con una

evaluación racional de las condiciones de vida de los individuos y las fa-

milias, a veces, incluso, de las comunidades. Así, lógicamente, en una

comunidad judía despreciada, pauperizada o perseguida la estrategia de la

concentración territorial, que al parecer asegura mejores condiciones para

la defensa de los individuos judíos, tenderá a encontrar una mayor pro-

porción de adeptos, mientras que en comunidades bien adaptadas y acep-

tadas dicha tendencia será menor. Por supuesto, esto no es una regla, pues

la propaganda política puede elevar la proporción de sionistas en una co-

munidad mediante el convencimiento ideológico. No obstante, como se

reveló al analizar las migraciones judías en el capítulo tercero, hay que

señalar que esta propaganda ha resultado sólo marginalmente efectiva. Ha

contribuido a decidir el destino de un sujeto decidido a abandonar su lu-

gar de origen, pero sólo en pocos casos ha estimulando la emigración en

sí. Por otra parte, entre los judíos que no sean anti-sionistas religiosos o

que no reparen en los riesgos y las consecuencias implícitas en la adop-

ción de la estrategia sionista, difícilmente no ha despertado ésta alguna

simpatía, aun cuando la estrategia vital del individuo particular no opte

por la emigración a Israel. Los crímenes cometidos contra las comunida-

des judías durante al menos diez siglos no son fantasías. Son hechos do-

cumentados, sea cual sea el uso político que de esta realidad histórica se

haga en el presente, al punto tal que su recuerdo ha llegado, en algunos

casos, a formar parte integrante de la identidad judía. Al mismo tiempo, el

sionismo –al menos desde las políticas de estado, si no desde la perspecti-

va de la defensa del pluralismo cultural– es capaz de apreciar que una ex-

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212

cesiva concentración le restaría apoyos externos, al margen de la insufi-

ciencia territorial del estado judío existente para absorber una cantidad

ilimitada de judíos.

Así, se ha alcanzado en las últimas décadas un delicado equilibrio en-

tre ambas estrategias. La segunda mitad del siglo XX ha visto como el

sionismo ha ganado una inmensa fuerza relativa en función de la concen-

tración territorial y la extensión de la ideología sionista, o al menos pro-

sionista, en muchas comunidades. A esto se ha sumado el estado de Israel

como vía de escape para muchos judíos que se encontraron en situaciones

sociales o políticas peligrosas en sus países de origen. Por otro lado, la

capacidad de absorción demográfica del estado judío muestra ya clara-

mente sus límites, de modo que no debe esperarse un éxito completo en

este objetivo, a menos que se considere como un éxito la desaparición de

otras formas de judaísmo.

Hasta la aparición del sionismo la dispersión de las comunidades, des-

arrollada desde la destrucción del segundo templo en el siglo I de la era

común, fue la gran estrategia de supervivencia de la judeidad. Hay buenas

razones, sin embargo, para pensar que se encuentra hoy en día amenaza-

da. Evaluando las tasas de reproducción de las diferentes comunidades la

amenaza principal no parece surgir de la competencia con el sionismo,

aunque la emigración a Israel de grandes contingentes judíos debilite de-

mográficamente a sus comunidades de origen. Por el contrario, el sionis-

mo como ideología judía no parece ser aquí más que un síntoma del pro-

blema central: la debilidad de la estrategia multi-cultural característica de

la judeidad hasta el fin del siglo XIX, problema que afecta también a la

cultura judía radicada en el propio estado de Israel.

Los efectos de la globalización son impresionantes en el terreno de la

política y la economía, y lo son también en el ámbito de la cultura. Frente

a la presión de la economía expansiva de mercado y sus instituciones

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213

políticas anexas, el aislacionismo cultural o el repliegue identitario –que

representan otras posibilidades de supervivencia cultural– son poco via-

bles para unos colectivos habituados a intercambiar información y modos

de vida con otras culturas, como es el caso de las comunidades judías. A

los efectos generales de la globalización, la economía de mercado y las

condiciones políticas resultantes de su expansión característica sobre las

estrategias de supervivencia cultural y a las relaciones entre estas estrate-

gias se dedica el último capítulo de este trabajo. Porque sólo analizando

este contexto podremos recomponer una imagen general del estado actual

del problema y los efectos particulares del fenómeno sionista.

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214

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215

CAPÍTULO VII

PROYECCIONES: EL IMPACTO DEL SIONISMO EN LA CULTURA JUDÍA

MUNDIAL

A_ La lucha por la supervivencia cultural del judaísmo

1_ Reproducción social y cambio cultural

Para la observación de objetos inanimados, existir significa simple-

mente que permanezcan en una continuidad espacio-temporal; para los

animales y plantas, no dotados de auto-conciencia, consiste en verificar la

satisfacción mecánica de necesidades orgánicas predeterminadas. Para los

seres humanos, en cambio, existir significa más que eso, pues “existir”

incluye la percepción de ser reconocido y reconocer a sus semejantes. La

existencia física y psíquica de un ser humano depende de su integración

en una estructura social, lo cual se logra por medio de la socialización y el

ejercicio de la acción comunicativa y la experiencia simbólica. El comple-

jo animal humano incluye entre sus condiciones de existencia la auto-

percepción y el reflejo de la percepción de otros, satisfaciendo la necesi-

dad existencial de reconocimiento de los demás miembros de su comuni-

dad (más o menos orgánica, más o menos integrada), y que supone una

doble conexión entre la identidad y la diferencia. En resumidas cuentas, el

“Yo” se auto-reconoce porque existe un “otro” social, límite y continui-

dad a la vez, a tal punto que la mente humana puede considerarse una

función de esta relación social: “La mente no es un componente de siste-

ma, es el producto emergente de la interacción entre las personas, obje-

tos y artefactos en la actividad. La mente no existe bajo la piel del sujeto

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216

ni está inscrita en los instrumentos culturales. La mente es una cualidad

sistémica de la actividad humana mediada culturalmente” 190.

A su vez, esta relación vendrá a producirse siempre entre seres

humanos que se reconozcan recíprocamente, independientemente de que

hayan sido educados o no en la misma estrategia cultural de supervivencia

biológica. De modo que “la cultura proporciona estrategias cognitivas

que contribuyen a organizar, interpretar y representar el mundo físico y

social”191.

La base biológica común a todas las culturas humanas posibles –

mientras los genetistas no nos conviertan en otra cosa–, está vinculada

con la capacidad de mantener con vida al colectivo humano concreto, de

individuo a individuo pero también de generación en generación. Esto

tiene como consecuencia que una estrategia cultural de supervivencia es

reconocible por otra según las funciones que realiza para alcanzar su pro-

pia continuidad, en la forma de analogías funcionales, para responder de

diversas formas a la satisfacción de sus necesidades vitales. La percepción

de estas analogías abre el espacio del diálogo intercultural, para que exista

la posibilidad de articularlas en una estrategia común, aunque esto no dice

nada del mantenimiento de las relaciones sociales preexistentes ni de la

justicia o bondad de las relaciones pretéritas o de las resultantes, refleja-

das en sus respectivas estructuras jurídico-políticas.

En este contexto, para una cultura “existir” significa que sus integran-

tes se reconozcan, en menor o en mayor medida, dentro de los límites de

una determinada estrategia de supervivencia, lo cual no significa que sean

necesariamente conscientes de ella como tal. Significa también que se es-

fuercen, en el medio natural o social en el que se encuentran (o en los que

190 Cole y Engestrom, Commentary. Human Development, 38 pp. 19–24.Citado en Herranz Ybarra y Sierra García. Psicología Evolutiva I, UNED, 2002. Pág. 39. 191 Ídem. Pág. 42.

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217

son incorporados), por conservar los elementos característicos –siempre

históricamente cambiantes– de esa estrategia general. Compartir una es-

trategia de supervivencia es, entonces, la base social de la identidad, que

es el dispositivo principal del auto-reconocimiento cultural.

No obstante, los miembros de una cultura, o una parte de ellos, pue-

den optar por modificar o ser obligados a cambiar, incluso sistemática-

mente en ambos casos, algunos de los dispositivos culturales de satisfac-

ción de necesidades por otros, construyendo un nuevo modelo cultural en

el cual la siguiente generación será socializada. Así, una cultura, tal como

se la reconoce en un momento dado, puede desaparecer, efecto que se

consigue también mediante la opresión sistemática o el genocidio. Sin ser

seres vivos o conscientes, las culturas que han demostrado a sus integran-

tes ser capaces de mantenerlos con vida y reproducirse se comportan ani-

madamente: cambiando, persistiendo y, en definitiva, luchando por so-

brevivir. Y sobreviven precisamente porque los individuos socialmente

integrados que las componen consideran, sean cuales fueren las fuentes de

sus creencias éticas e ideológicas o las consecuencias de aplicarlas en la

vida cotidiana, que esa es una forma adecuada de vivir. Aún así, el mero

conocimiento de la existencia de otras culturas puede conllevar el replan-

teo de la propia en ciertos aspectos de su desarrollo.

Prácticamente toda cultura –a menos que se encuentre en una fase

próxima a la extinción– dará respuesta a las necesidades básicas de sus

integrantes y se organizará en torno a un conjunto de reglas de comporta-

miento para intentar garantizar la reproducción de las instituciones desti-

nadas a ello. Esto explica por qué, para muchas culturas, dichas institu-

ciones suponen la vida misma de la comunidad, y que sean consideradas

muchas veces más importantes que los propios individuos, que son casi

siempre reemplazables en sus funciones sociales.

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218

Aunque es difícil de apreciar desde el presente, esta situación es más

bien la regla que la excepción en la conformación de las sociedades

humanas. El individualismo ético de matriz liberal rompe parcialmente

con esta tendencia cambiando la cultura deontológica del deber ser del

sujeto en la sociedad por la cultura ontológica del deber hacia el sujeto

propietario de derechos inalienables. Pero, a pesar de su éxito ideológico,

es todavía demasiado pronto para considerar todas sus consecuencias.

Unos pocos siglos de existencia social no garantizan a una cultura ningún

éxito de adaptación seguro. Además de la historia de las civilizaciones,

los peligros medioambientales y sociales a los que nos vemos expuestos y

que son sufridos por buena parte de la humanidad nos advierten sobre los

límites del modelo económico y social vinculado a este entorno cultural.

Con todo, difícilmente habrá una relación simétrica entre culturas. En

este sentido, la sociedad cuyos sistemas internos favorezcan, estimulen o

necesiten una mayor obtención de bienes materiales tenderá a expandirse

y, si lo consigue, a imponerse sobre otras formaciones sociales. Y mucho

más cuando, como es el caso de la economía de mercado moderna, preci-

san de la constante ampliación de sus fronteras económicas para sobrevi-

vir, ya sea hacia fuera, colonizando poblaciones y territorios, o hacia de-

ntro, mercantilizando ámbitos de lo social anteriormente excluidos del

sistema económico.

De modo que las relaciones culturales entre diferentes sociedades no

sólo no son simétricas, sino que pueden tener entre sus mecanismos inter-

nos los medios para producir agentes específicamente preparados para

producir cambios en otras culturas además de en la cultura propia, cuyas

características variarán de acuerdo a las concepciones. En realidad, este

mismo proceso, desde el punto de vista económico y político, es el que

hemos caracterizado anteriormente acerca del imperialismo como régi-

men político expansionista y del colonialismo como práctica acumulativa

Page 219: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

219

particular. En el campo cultural el proceso es menos evidente y continuo,

pero no menos efectivo, y en este sentido la judeidad no ha constituido

una excepción.

2_ Judeidad y modernidad

Buena parte de la judeidad no sólo se desarrolló en los últimos siglos

vinculada a los procesos característicos de la modernidad, sino que en

buena medida se desarrolló en el interior de los mismos. Porque muchas

comunidades eran ya expresiones multiculturales que contaban con una

parte de su “matriz” judaica, junto con otra parte seleccionada –o impues-

ta– desde las culturas existentes dentro de las sociedades en las que se

desarrollaban los motores de la “cultura occidental”. En términos socioló-

gicos, no hay posibilidad de afirmar la existencia de una única o verdade-

ra cultura judía, ni mucho menos de identificar sus elementos “puros”,

“esenciales” “permanentes” o “eternos”. Para la cultura judía existe, ape-

nas, la posibilidad de identificar elementos que han evolucionado, dado

que la consistencia de las culturas es material, social e histórica, no me-

tafísica.

El resultado, sin embargo, no es que no exista la judeidad como cultu-

ra sino que, al contrario, existen –y persisten– numerosas formas cultura-

les dentro de la judeidad. Todas ellas se hallaban ligadas en alguna medi-

da, hasta el advenimiento del sionismo al menos, a la atención en la vida

comunitaria de los relatos y preceptos –localmente reinterpretados– de las

Escrituras Canónicas y de sus interpretaciones admitidas. Esta centralidad

conduce inevitablemente a la existencia de instituciones propias y carac-

terísticas en donde se desarrollen sus efectos prácticos, como la sinagoga,

el rabinato, el centro de estudios judaicos, los tribunales rabínicos, etc. La

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220

multiplicidad de las culturas judías en ámbitos multiculturales implica una

consecuente pluralidad de culturas “con” judíos, con formas diferencia-

das, a su vez, de atender a los conflictos derivados de dicha identidad

multicultural. No obstante, ser un elemento integrante o yuxtapuesto con

la cultura dominante y expansiva, para el caso de las comunidades judías

inmersas en las sociedades occidentales, no asegura de por sí la inmuni-

dad frente a la “colonización” interna, que supone el establecimiento de

una hegemonía ideológico-práctica en el manejo y control de las relacio-

nes sociales. Por el contrario, el peligro y la lucha por sobrevivir se vuel-

ven inmediatos y constantes, hasta el punto de convertirse en una necesi-

dad consciente. Como otras culturas y sub-culturas locales, como otras

sociedades, la judeidad de todo el mundo, sea cual fuere su forma origi-

nal, recibió el impacto multidimensional de la expansión europea. Como

no podía ser de otra manera, una de las manifestaciones de este impacto

fue el propio sionismo.

Con todo, el desarrollo completamente desigual de la globalización

obliga a no exagerar el papel de la homogeneización cultural, pues toda

cultura se desarrolla en un medio ambiente socioeconómico particular,

decisivo a la hora de determinar diferencias culturales. Así, hay culturas

afectadas por la globalización que no se benefician de su despliegue

económico, como se ha visto en el quinto capítulo. Esas experiencias cul-

turales son constantemente degradadas y, en forma eventual, destruidas.

Toda interpretación jurídico-política que, en el análisis de las relaciones

interculturales, no tenga en cuenta esta asimetría parece condenada a ses-

gar las opiniones. Simplemente, en las nuevas condiciones dejan de res-

ponder positivamente a la necesidad de reproducirse a sí mismas, garanti-

zando el éxito reproductor de sus integrantes, y son abandonadas. A me-

nudo el “folklore” no resulta ser más que un triste remanente local, que

pudo sobrevivir por su escasa importancia en el ámbito mercantil o preci-

Page 221: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

221

samente porque se lo ha convertido en atracción turística o en artesanía

comercializable192. Actualmente, la destrucción cultural ocasiona que am-

plios sectores de diversas poblaciones sean incapaces de articularse so-

cialmente, y continúan sumergidos en la marginación, la miseria y la vio-

lencia recíproca.

Con la gran diversidad de situaciones adversas que las comunidades

judías europeas debieron transitar durante siglos, hay que decir que mu-

chas de ellas sobrevivieron. Sin embargo, la cultura sefardí, por ejemplo,

no sobrevivió sino con enormes cambios a la experiencia de la expulsión

de España en 1492, no obstante lo cual su “matriz judaica” tendió a per-

manecer, como así también su sabor ibérico.

Que la cultura judía contiene importantes elementos jurídicos propios

y que constituyen una de sus principales singularidades no es algo que se

discuta fácilmente, luego de dos milenios de influencia en Europa, Asia y

África de sus principios éticos y morales. Sin embargo, una de las más

crudas características de la globalización (porque es algo propio de las

economías de mercado a escala) es que no tolera conductas que se opon-

gan a la mercantilización de la vida en general, de modo que incluso la

dureza de este núcleo jurídico, que supo ser también el núcleo de la resis-

tencia cultural judía desde la edad antigua, se encuentra amenazada.

Existen dos elementos fundamentales que contribuyen a comprender

los alcances de la globalización en cuanto a la injerencia cultural de la

modernidad en el universo cultural judío. El primero de ellos es el marca-

do retroceso de la capacidad organizadora de los discursos tradicional-

mente unidos a lo religioso a lo largo de toda la modernidad. Sobre todo,

importa el abandono de la Trascendencia como elemento central del sim-

bolismo religioso, atando a las ideologías imperantes a la “realidad” del

192 Cfr. García Canclini, Las culturas populares en el capitalismo, Casa de las Améri-cas, 1982.

Page 222: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

222

“aquí y ahora”, elemento que se conjuga perfectamente con el modelo

antropológico individualista y egoísta característico del pensamiento libe-

ral y que se entreteje con todo el marco efectivo de la globalización. El

segundo elemento está dado por la imposición de un sistema económico

versátil y multifacético, como es el capitalista, que siempre ha exigido de

las sociedades en las que se instala profundos cambios que no pueden de-

jar de afectar a la estrategia de supervivencia cultural que anteriormente

se manifestara en cada colectivo.

Una postura excesivamente relativista tiene también dos aristas. La

crítica habitual a este pensamiento consiste en que excederse en esta tesi-

tura implica caer en un abstencionismo moral frente a las atrocidades co-

metidas en nombre de la autonomía cultural. No obstante, este planteo se

deriva a su vez de un comportamiento etnocéntrico marcado: existe un

peligro que consiste en imponerse la tarea ideológica de juzgar a otros

colectivos a través de la matriz jurídica y moral propia. Esta es una heren-

cia ecuménica de la tradición religiosa occidental.

El capitalismo-liberal, como bloque cultural, considera ideológica-

mente que tiene el deber, además del derecho, de imponerse por doquier,

dado que supone que su sistema productivo y su sistema de derechos son

incontestablemente superiores, según su propia evaluación, adherida al

sistema políticamente infalible de buscar la paja en el ojo ajeno antes que

intentar quitar la viga del propio. Juzgar, antes que comprender y, peor

aún, destruir antes que conocer, son dos características que han acompa-

ñado a la expansión comercial y política de los países centrales desde el

período de formación de los imperios coloniales, es decir, desde bastante

antes incluso de que se impusiera el modelo ético-jurídico liberal y, tam-

bién, mucho antes de la aparición del sionismo.

Por otra parte, la carga de la imposición cultural se incrementa por la

gran expansión productiva del capitalismo, que suele descomponer a otros

Page 223: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

223

sistemas económicos sin que se pueda constituir una reacción eficaz que

permita equilibrar las relaciones sociales, económicas y culturales. De

este modo, se descubre un profundo interés, ajeno a los valores humanita-

rios, en las acciones que supusieron y suponen la expansión de la ideolog-

ía dominante.

En el caso de la judeidad, es el proceso de debilitamiento de la reli-

gión como discurso de legitimación institucional lo que posibilita la con-

moción de sus propios sistemas de supervivencia multi-culturales, y lo

que abrió la posibilidad de que una nueva ideología, signada por el pre-

dominio del nacionalismo, se abriera paso en sus estructuras culturales.

Por ello el sionismo resultó una opción ideológica tan eficaz. Por un lado,

ofreció una alternativa a una identidad religiosa amenazada por las ten-

dencias imperantes en la modernidad; por otro lado, encontró las vías

políticas para materializar su propuesta. Pero que el resultado de todo el

proceso sea la supervivencia cultural de la judeidad es todavía una cues-

tión incierta. El sionismo no sólo introduce una nueva forma de identidad,

sino que debe, por sus propios contenidos y por el entorno social que

asume y reproduce, disolver permanentemente las formas y signos de

identidad cultural que hay más allá del icono y la referencia política pun-

tual. Y el punto más grave de este proceso es que sus protagonistas suelen

ser completamente inconscientes del mismo y sus consecuencias.

3_ Nacionalismo sionista y religión

Sin embargo, a pesar del debilitamiento de los discursos religiosos en

tanto representaciones ideológicas consideradas válidas, los fenómenos

nacionalistas presentan diversos puntos de contacto con aquellos porque,

en realidad, la vinculación ética con el mundo tiene siempre un aspecto

Page 224: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

224

moral que no escapa, sociológicamente hablando, de una determinada

concepción de lo sagrado y lo profano, es decir, de las fronteras socioló-

gicas del ser colectivo y su interpretación particular del bien y del mal, del

tótem que habilita la integración social y el tabú que previene su desinte-

gración. Esto es particularmente cierto en la concepción de los discursos

organizadores de la vida social. Dicho de otra forma: el cambio en el mo-

do discursivo no necesariamente implicó en todos los casos un cambio de

los dispositivos de integración, interacción y control social.

Uno de los principales puntos de contacto es que ambos fenómenos, el

religioso y el nacionalista, permiten el desarrollo de formas de reconoci-

miento e integración social, de inclusión y exclusión de una comunidad

determinada, más o menos amplia y con características particulares. Esto

implica un conjunto de actitudes y expectativas frente a las acciones de

los correligionarios o compatriotas entre sí. Tienen así una capacidad im-

portante para determinar los tipos de comportamiento considerados lícitos

o ilícitos, enmarcados dentro de determinados marcos éticos, que consis-

ten en una juridicidad determinada, aún cuando no se encuentre en nor-

mas legales, y dan “sensibilidad” al tejido social. Esta sensibilidad lo hace

comprensible para sus integrantes y les permite organizar sus discursos y

acciones relativos a la posición y función que cada cual ocupa en las es-

tructuras sociales. Aunque la identidad religiosa, por supuesto, puede vol-

carse en formas de reconocimiento más amplias que las fronteras políticas

nacionales, esta capacidad también se encuentra enmarcada en las condi-

ciones históricas de auge, conflicto y preeminencia efectiva entre ambas

formas discursivas.

Históricamente, y en occidente, sólo en tiempos modernos se ha dado

una contradicción política radical entre estos dos términos de identidad y

legitimación de las instituciones sociales, debido al retraso de las religio-

nes dominantes para adaptarse a las reglas de juego capitalistas en parte,

Page 225: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

225

también por el papel central que cumplía la fe religiosa en la organización

social medieval pero, en alguna medida, por la contradicción entre los

principios éticos de la religión humanista y la ciega instrumentación mer-

cantilista que persigue el beneficio particular.

Al combatir los aspectos políticos de la religión socialmente dominan-

te en el sistema feudal como organizadora del ethos colectivo, la burgues-

ía, en su posterior expansión y por las formas éticas e ideológicas que de-

bió desarrollar en la lucha contra el feudalismo, extendió su desprecio

político por las religiones a todo lo largo y ancho del mundo. Del triunfo

de este discurso se desprenden muchas posiciones contemporáneas res-

pecto de otras sociedades y formaciones políticas.

No obstante, esto no implicó la abolición de las creencias, actitudes y

sentimientos religiosos de las nuevas clases sociales en el poder, sino que

limitó y redujo el campo de aplicación de los discursos religiosos tradi-

cionales como organizadores de la vida social, relegándolos a aspectos

relativos a la privacidad de los individuos o, como mucho, de algunos

grupos minoritarios. Pero, no obstante el enfrentamiento, el nacionalismo

se asemeja a algunos fenómenos religiosos, en especial en lo que hace a la

organización jurídica de los estados burocratizados. Esto hace posible

que, en muchos casos, ambos discursos –aparentemente escindidos de

manera definitiva por la modernidad– vuelvan a reunirse, cuando apare-

cen intereses confluentes o cuando no se encuentran mejores vías discur-

sivas de legitimación para una estrategia política.

Las identidades nacionales, al igual que las religiones, también preci-

san para su confirmación de la existencia de momentos fundacionales y

figuras heroicas, y no parece haber un obstáculo serio para que una iden-

tidad de matriz religiosa derive en una nacional. Este es parcialmente el

caso del sionismo, siempre y cuando se verifiquen las demás condiciones

que definirían la existencia de una identidad nacional en términos moder-

Page 226: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

226

nos. Sí en algunos estados antiguos y medievales la religión ocupaba un

lugar central en la conformación del estado, especialmente en el ámbito

de la generación de discursos que dieran sentido a las estructuras sociales

existentes, la razón positiva moderna parecería dar otra forma al sentido

utilizado para comprender al estado. Sin embargo, en muchas sociedades

modernas, y en especial en el ámbito europeo, el tránsito de la sociedad

feudal a la moderna produjo un desplazamiento de las formas de pensa-

miento religiosas ligadas a lo institucional, por lo que las nuevas institu-

ciones no dejaron de presentarse sacralizadas: “La Patria”, “El partido”,

“La Nación”, “El Estado”, “La Democracia”, incluso “los Derechos

Humanos” son nuevas formas que, si bien desplazan al señor, al rey, a la

tierra, al viejo estado, a la iglesia, en definitiva, a la antigua expresión de

los estratos sociales, no por ello alteran la lógica de sustentación discursi-

va de esas instituciones sociales pretéritas.

Porque estos nuevos discursos tampoco son ajenos a la estructura de

clases ni al estado de la lucha entre ellas, ni al modo de producción soste-

nido por una sociedad determinada, aunque presenten profundas diferen-

cias socioculturales frente a otras sociedades. Así, la nación moderna no

es el resultado de la aplicación inteligente de un sistema social racional,

sino el resultado de la maduración histórica de procesos económicos, so-

ciales y culturales coligados, representados en diversos discursos que no

alteran fundamentalmente las razones por las que los sujetos individuales

o colectivos los sustentan aunque cambien sus formas externas. En este

sentido, la nación moderna no es más “racional” que el estado feudal, lo

cual no quiere decir que no lo sea, por ejemplo, la utilización de los recur-

sos o el desarrollo de los medios y factores de producción, aunque siem-

pre en términos instrumentales mediados por la maximización esperada

de la ganancia.

Page 227: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

227

Atender al discurso religioso como dador de sentido y en algunos ca-

sos como organizador legítimo de las relaciones sociales nos habla de

formas históricas de organización del estado, no necesariamente de dife-

rencias de grado entre aquel discurso y los discursos políticos que organi-

zan el estado moderno. Estos discursos políticos, además, nacen también

de la observación de los cambios que ocurren en los sistemas anteriores,

de la necesidad de dar sentido a las nuevas realidades sociales. Como en

todos los discursos tendientes a organizar sociedades y grupos humanos,

más que la veracidad técnica importa comprender la plausibilidad social,

la capacidad del discurso de dar sentido de manera coherente y compren-

siva a las realidades sociales a las que se enfrente.

El estado moderno es el que ha resultado del proceso de ascensión y

asentamiento del capitalismo como forma productiva dominante. Sobre

él, entonces, debieron concentrarse los discursos para darle forma, legali-

dad y legitimidad, aspectos que los discursos de tipo religioso (lo que se

entendía entonces por religioso) no podían satisfacer, precisamente por

estar ligados a las viejas formas de organización social. Una vez asentada

en las potencias dominantes, ya desde los primeros momentos de la ex-

pansión colonial, los estados centralizados europeos sólo reconocieron

como organizaciones sociales precisamente a aquellas que presentaban un

estado centralizado. Extendido el modelo en forma global por su propia

lógica material, todo grupo o comunidad que pretendiera regirse autóno-

mamente frente a las potencias dominantes (las nuevas potencias imperia-

listas) debió manejarse en el marco de esta órbita discursiva.

Esto es lo que ocurrió con el sionismo, con la variante de que las pre-

misas religiosas que sustentaban a la ideología judía tradicional y plural

no habían estado ligadas a las formas políticas medievales dominantes.

Por el contrario, habían estado ligadas a las formaciones sociales subordi-

nadas, por lo que pudieron acoplarse sin tantas fricciones con el nuevo

Page 228: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

228

modelo. No obstante, el contenido político de la religión judía, que se ex-

presa en sus normas jurídicas, resultó sumamente restringido, como

hemos visto, en el desarrollo del sionismo político y en el período funda-

cional del estado de Israel: la ideología nacionalista secular resultó am-

pliamente vencedora en el reparto del poder legítimo, principalmente por-

que los contingentes pioneros más poderosos y activos eran seculares. De

otro modo, la creación del estado habría resultado inviable. Esto ubicó al

conflicto en el seno mismo del planteo ideológico sionista en particular y

judío en general.

El conflicto nación-religión instalado es de difícil solución, dado que

la ideología judía nacionalista no podía en ningún caso prescindir del todo

de los elementos religiosos si se pretendía lograr la permanencia de la

identidad nacional étnica. Aún los judíos más afectos al laicismo tendían

a mantener, aunque fuera en forma de tradiciones y costumbres, elemen-

tos simbólicos y religiosos –relatos, rituales, mitos, arquetipos, ceremo-

nias– que constituían el marco en el cual se desplegaran las formas tradi-

cionales de estudio y comprensión del mundo desde el judaísmo, al me-

nos entre la compilación de la Mishná hasta la modernidad: una múltiple

herencia de más de 1500 años de edad.

Según la manera moderna de comprender el estado, el profesar una re-

ligión no es un elemento válido para pretender tener un estado propio,

pues el estado abarca funciones específicas y enfáticamente no-religiosas.

Así lo entendieron también muchos judíos ortodoxos, que prefirieron la

acentuación de sus modalidades religiosas y culturales para enfrentar el

riesgo de la asimilación cultural en vez de la lucha por la creación de un

estado propio.

Los sectores judíos más secularizados también podían entenderlo así,

pero la particular situación de discriminación y persecución los obligaba a

plantear el problema y buscar una solución, que sólo pudo darse política-

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229

mente en los canales de las líneas discursivas dominantes en las potencias

que controlaban el flujo del capital expansionista. Desarrollado en los

centros mismos de este poder imperial en sus expresiones más acabadas

hasta ese momento (Inglaterra y Francia), no eran muchas las opciones

ideológicas que pudiera tener un movimiento judío autonomista, lo cual

no significa que pudieran dejarse de lado las formas de identidad cultural

arrastradas y modificadas durante generaciones. La relación entre ambos

aspectos fue, al mismo tiempo, conflictiva y necesaria tal como se revela

en el discurso de los fundadores del sionismo político que analizamos en

el capítulo segundo.

Los primeros sionistas entendieron claramente que su acción tendía a

ser una estrategia de supervivencia pero sin poder plantearse demasiado

profundamente qué era lo que se pretendía salvar (si tradición, pueblo,

cultura o espíritu), más allá de los sujetos humanos que componían las

comunidades. Sólo la tradición jurídico-religiosa podía dar, todavía, un

sentido coherente y comprensivo a las orientaciones políticas judías, por-

que la teoría social y antropológica que podría haber ayudado a compren-

der sus circunstancias no se hallaba todavía lo bastante desarrollada o ex-

tendida y, por otra parte, no son los discursos científicos los que suelen

predominar en las formaciones ideológicas, porque la ciencia se ocupa del

conocimiento predispuesto al cambio histórico, mientras que la ideología

tiende a establecer como sentido común presupuestos que tienden a la

conservación, negando su propia historicidad.

El estado nacional moderno que debían fundar, tal como era com-

prendido por el sentido común (y aún lo es), debía entonces estar ligado al

control jurisdiccional de un territorio habitado mayoritariamente por los

miembros ciudadanos del mismo y regido autónomamente por éstos: un

estado étnico que, en realidad, el modelo nacional moderno no puede so-

portar indefinidamente. El pensamiento dominante judío podía adaptarse

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230

a la idea de perseguir un estado, pero no de un estado que renunciara por

completo a los discursos tradicionales que daban sentido a su historia y a

su existencia, es decir, a sus condiciones previas de identidad.

Por otra parte, una vez consolidado este objetivo nada pudo impedir

que la historia de este estado no se viera regida por las condiciones que

marcan el desarrollo de cualquier otro estado nacional contemporáneo, así

como las comunidades judías no pudieron desvincularse de sus contextos

sociales. Sí los estados modernos, para pasar de los modelos ideológicos

medievales a formas discursivas basadas en la razón, debieron ir despla-

zando lentamente a los discursos religiosos, los intelectuales orgánicos

sionistas debieron, para imponer su ideología política, revalorizar y recu-

perar perdidas ideas “religiosas” para legitimar sus pretensiones naciona-

les: “Israel, como toda nación, está basada sobre una serie de mitos fun-

dacionales cuya esencia es la adopción de tradiciones arcaicas y atávicas

al servicio de un renovado nacionalismo”193.

En el caso del sionismo, evidentemente, la ideología religiosa es la

que da forma y contenido a la posibilidad de un reconocimiento nacional,

configurándose en un caso de coagulación religiosa-nacional posterior al

asentamiento del capitalismo en su etapa descolonizadora. No obstante, el

fundamento último del reconocimiento “nacional” judío sionista es la

existencia de una historia, real o mítica, común. Sólo que en la selección

de los mitos fundacionales fueron preferidos aquellos relativos al control

territorial que a acontecimientos religiosos y jurídicos del pasado mítico,

que habían llegado a desprenderse de la necesidad de establecerse en un

contexto territorial específico. Relatos épicos de las guerras judeo-

romanas, como la resistencia de Masada (siglo I) o de Betar (siglo II) y,

principalmente, la advertencia implícita en el recuerdo constante del ge-

nocidio nazi (a pesar de que ocurriera medio siglo después de la funda- 193 Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz, Op. Cit. Pág. 69.

Page 231: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

231

ción del sionismo político), pasan a conformar el cuerpo mismo de la

identidad estatal: “El Holocausto del judaísmo europeo fue y sigue siendo

una piedra fundamental en la construcción de la nueva nación. El Holo-

causto no sólo reivindica la necesidad de un estado judío soberano e in-

dependiente, sino que al mismo tiempo subraya una de las tensiones más

esenciales de la nueva sociedad israelí, la tensión entre el judío diaspóri-

co, perseguido y aniquilado, y el judío israelí, el hombre nuevo del rena-

cimiento nacional. El Sabra, el israelí nacido en Israel, es retratado por

la joven literatura hebrea como quien lleva sobre sus robustas espaldas

la carga de la derrota histórica del judaísmo diaspórico” 194.

La identidad mítica del sionismo no es entonces tampoco exclusiva-

mente religiosa, dado que es interpretada no como un suceso religioso en

sí, sino como un acontecimiento histórico, plenamente ligado al mundo

sensible, con todas las características de un mito fundacional que es re-

configurado para ser un mito de fundación nacional.

B_ La judeidad en el proceso de cambios culturales

En su libro “El País de las Últimas Cosas” el novelista norteamerica-

no Paul Auster hizo notar que cada generación de judíos se considera a sí

misma la última. Una esperanza mesiánica, un deseo de conocer el final,

sea terrible o dichoso, puede esconderse detrás de esta sensación íntima.

No obstante, está claro que, en cuanto a la identidad cultural al menos,

las estrategias de las poblaciones judías han resultado, hasta el presente,

eficaces. Puede sostenerse esa afirmación porque existe todavía un cierto

número de personas que se identifican con esta condición aunque, indu- 194 Ibídem. Ben Amí no lo anota, pero la propia expresión “holocausto” remite a con-tenidos de orden religioso: al sacrificio ritual y al castigo divino. Por eso en el texto preferimos utilizar sistemáticamente la idea de genocidio.

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232

dablemente y con completa independencia de lo que ellos mismos crean,

sus tradiciones y costumbres no se parecerán a ninguna de las que existie-

ron en los tiempos en que reinaba la Casa de David. La selección cultural

ha jugado, en los últimos siglos, en contra de las pequeñas sociedades y

las culturas de escasa extensión. Y no porque se haya multiplicado la po-

blación mundial sino porque las grandes sociedades contemporáneas re-

presentan un peligro inmediato, ya que tienden a seguir expandiéndose.

Las formaciones sociopolíticas ligadas a la economía de mercado han sal-

tado, no obstante, los niveles de cualquier escala acerca de sus efectos

inmediatamente observables.

Nunca antes, en sus muchos siglos de existencia –considerando la

continuidad histórica más general– la judeidad, con sus diversas adapta-

ciones culturales, debió enfrentarse a un enemigo tan poderoso. Y debe

considerarse que los judíos sobrevivieron como cultura a las ciudades-

estado griegas, a los imperios persa y romano, a la expansión del Islam y

al feudalismo, todas ellas formaciones sociales sólidas y muchísimo más

extensas que los reinos judíos o las comunidades dispersas. El precio de

esta permanencia ha sido el de la adaptación constante, pero con la condi-

ción de preservar un conjunto de contenidos mínimos reconocibles. Por

otra parte, si han sobrevivido varias formaciones culturales judías, mu-

chas otras se han extinguido también, al punto que las transformaciones

existentes dificultan la apreciación del pasado, pues éste se recicla y es

reinterpretado constantemente, de modo que hay elementos que parecen

haber desaparecido pero perviven en nuevas formas y otros elementos

que, por el contrario, parecen subsistir, aunque en realidad han perdido su

contenido social y cultural.

El precio que reclaman las actuales condiciones para la adaptación

puede resultar, con todo, demasiado alto, y el sionismo, en especial en su

aspecto realizador y en su estructuración estatal, se muestra dispuesto a

Page 233: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

233

pagar ese precio, que nunca es una garantía. La judeidad, al aceptar la

forma del estado nacional, debe incorporarse también a unos circuitos de

integración e interacción sociales incompatibles, en términos jurídicos,

con los que sostuvieron la estrategia cultural emergente de la crisis del

siglo II, que hemos descripto como multi-culturación.

Si es posible “medir” la riqueza cultural de la humanidad consideran-

do la variedad de adaptaciones culturales, hay que decir que estas mismas

condiciones que amenazan a la judeidad representaron un empobreci-

miento violento y radical para prácticamente todas las sociedades existen-

tes, razón por la cual hemos insistido en la importancia de comprender el

proceso de globalización. En este marco, la alteración continua del ethos

de cada sociedad en general y de las formas judías de socialización no

parece ser un hecho que se pueda juzgar a la vez en términos morales, al

menos no sin caer en una contradicción con los términos de análisis pro-

puestos. La incomodidad ante la desaparición de formas culturales no

puede ser, en este sentido, más que estética, pues no hay derecho positivo

que defienda a las culturas como valores en sí mismos. En el mejor de los

casos, se las trata como valores y bienes de individuos dignos de recibir

protección.

El problema moral aparece, de todas formas, cuando esta tendencia a

la homogeneización de las prácticas sociales a escala mundial viola y co-

rrompe constantemente y de forma sistemática los propios valores en los

que reclama apoyarse y que se encuentra lista a defender en la forma del

poder militar de sus formaciones políticas predominantes. Al crear un es-

tado moderno para el pueblo judío, el sionismo ha abierto una puerta que

parece conducir a un tipo de adaptación cultural en la cual los elementos

que se pretendía defender no serán más que un recuerdo ocasional. En las

actuales condiciones de conflicto crónico, dicha elección es objeto de

críticas no sólo culturales, sino también morales. En la actualidad, mien-

Page 234: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

234

tras aparentemente se refuerzan Israel y la comunidad judía norteamerica-

na, el resto de la judeidad mundial languidece y tiende a desaparecer, des-

pojada de sus singularidades y disminuida en su capacidad de reproducir-

se, principalmente porque cada generación de sujetos que la componen

renuncia crecientemente a identificarse con las estrategias de superviven-

cia propiamente judías que perviven, incluyendo la sionista.

Cuando se crea el sionismo como movimiento político, la judeidad eu-

ropea carecía de un centro de poder desde el cual se establecieran directi-

vas hacia todas las comunidades. Coincidentemente, las masivas migra-

ciones hacia América diversificaban aún más la distribución demográfica

judía. No existía una institución que tuviera poder suficiente para imponer

una identidad legítima “absoluta”, frente a la cual disciplinar o expulsar

disidentes. Esta ausencia de un modelo central, entonces, eliminó la disi-

dencia como problema político, aunque las diferencias se profundizaban:

judíos ortodoxos, conservadores o reformistas religiosos se diferenciaban

entre sí, tanto como los asquenazíes de los sefardíes. Pero los antagonis-

mos no derivaban hacia intentos importantes de imponer una determinada

legitimidad frente a las sociedades contingentes o frente a los demás gru-

pos.

En este sentido, y al margen de las opiniones sobre la validez o justi-

cia, necesidad o mandato, de construir –o reconstruir– un estado judío, el

sionismo fue un poderoso agente para la reflexión, sí como fue un agente

de ruptura con los marcos tradicionales de identidad, restringidos a acce-

der a una totalidad por la profundización de sus particularidades. El sio-

nismo permitió que las poblaciones judías dispersas se repensaran a sí

mismas y que se admitiera la existencia de diferentes tradiciones dentro

de un marco común. Al mismo tiempo, el sionismo como ideología per-

mitió a muchos judíos comprender su condición en términos que podían

considerar “modernos”, es decir, legítimos. Porque una de las condiciones

Page 235: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

235

impuestas por la modernidad es la sensación de que las formas preceden-

tes de comprender la vida social, basadas en discursos religiosos o tradi-

cionales, carecían de un auténtico sentido.

El nuevo judaísmo propuesto por el sionismo brindaba así, en esta

línea de ideas, la oportunidad de revalidar la propia condición judía. Sin

embargo, esta es una postura puramente ideológica, ni más ni menos ra-

cional que otras, y su pretensión de centralidad derivó en un empobreci-

miento de las opciones de lucha por la supervivencia cultural entre las

comunidades judías en donde el sionismo resultó ser influyente.

Durante el extenso período de dispersión de las comunidades, la ley

de Moisés, extendida y complementada con el Talmud y sucesivos inten-

tos de re-codificación de la ley halájica, había permitido no sólo estable-

cer una base para el reconocimiento colectivo. La elaboración de una juri-

dicidad amplia y autónoma había permitido el establecimiento de una po-

derosa red comercial, cuyo funcionamiento se regía precisamente en ese

marco legal, unido en forma indistinguible a una religión, pues el ambien-

te ideológico de la época no exigía su separación sino su integración. En

la baja edad media y la modernidad esos lazos se deshicieron por la lucha

y los procesos de cambio social y ahora, en la modernidad, debían com-

prenderse nuevamente. Pero, precisamente, la ruptura de la modernidad

con las formas tradicionales religiosas de articulación social, se instalaba

ahora en el seno mismo de la judeidad.

Se establecieron así los principios para una lucha, a veces casi imper-

ceptible y manifiesta en otras ocasiones, por crear una historia legítima,

un relato oficial que expresara las nuevas ideologías e intereses de los

grupos involucrados. Los defensores de la fe no necesitaban más que los

relatos comprendidos en los ya antiquísimos textos y los códices jurídicos

que pautaban sus vidas. Pero los precursores del estado necesitaban más

que eso: necesitaban una historia, un relato que validara los derechos so-

Page 236: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

236

bre el territorio. Esta necesidad obligó a la imposición de la historiografía

ideológica sionista, según la cual la condición judía era, hasta ese momen-

to, la del exilio y la diáspora, la de la ausencia forzada de una tierra a la

que se pertenecía en cuerpo y en espíritu. Los casi dos milenios de histo-

ria (en realidad, de historias) se reducirían drásticamente entonces, en el

discurso sionista, a una condición dolorosa a la cual debería oponérsele el

bálsamo de la independencia nacional. Sí los primeros sionistas tenían

claro que su búsqueda era la de la salvación, para las siguientes genera-

ciones esa búsqueda sería ya una necesidad inherente a la condición judía.

Que ello implicara la destrucción del “viejo judaísmo” no es más que la

consecuencia necesaria de la extensión de esta forma ideológica. Debido a

sus condiciones ideológicas, entonces, el nacionalismo judío imponía

límites a sus vínculos con otras formas posibles de concebir el judaísmo.

Lógicamente, el conservadurismo y la ortodoxia en materia religiosa tam-

poco proveían un discurso que permitiera una mejor comprensión recí-

proca. Sí el distanciamiento no derivó en una ruptura, ello se debió prin-

cipalmente a que las diferentes tendencias no estuvieron nunca lo bastante

integradas como para tener un espacio político común en el cual desarro-

llar la lucha.

Para los judíos no involucrados en el proyecto sionista este desarrollo

intelectual no resultaba necesario ni evidente, pues su pertenencia e iden-

tidad seguían definidas por cánones religiosos o tradicionales en relacio-

nes multi-culturales históricamente eficientes. Estas posturas no eran indi-

ferentes para el discurso sionista. Por el contrario, resultaban necesaria-

mente peligrosas para el activismo sionista, porque le restaban a la vez

legitimidad y fuerza política frente a los estados nacionales que cada vez

más admitían la libertad de culto dentro de los marcos jurídicos impuestos

por sus organismos legislativos en el ámbito de lo privado. La desapari-

ción, aun gradual e incompleta, de la discriminación con motivos religio-

Page 237: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

237

sos no jugaba a favor del ideal sionista, sino más bien lo contrario. Esto se

verifica en la decadencia de la emigración ideológica hacia Israel en las

últimas décadas.

Por supuesto, el acceso a la igualdad ante la ley burguesa equivalía a

la renuncia parcial a las propias leyes (y a su subordinación efectiva) y

por lo tanto a la autonomía relativa que había sido una característica cen-

tral del judaísmo en occidente. No obstante esto, los procesos de asimila-

ción, iniciados con la propia modernidad, habían dejado su profunda hue-

lla, y no fue por el mantenimiento de la autonomía jurídica que los judíos

sionistas se pusieron en marcha. Lógicamente, una nación nacida de euro-

peos precisaba para ser reconocida por Europa y Norteamérica de la exis-

tencia de una ley que le permitiera tratar en términos compatibles con las

potencias centrales, aún con todas sus restricciones y particularidades.

Los derechos del Hombre, su Vida, su Propiedad, su Capacidad Indivi-

dual de Desarrollo Económico, las Posibilidades de Asociación Con Fines

de Lucro, la Permeabilidad a los Mercados Externos, debían presentarse

de una forma moderna para ser legítima. Y ni la ley antigua, ni la talmú-

dica o la halájica respondían a estos cánones. Y no sólo por su antigüedad

y posible falta de actualización, sino, fundamentalmente, por los proble-

mas éticos que acarrearía su incorporación a las reglas modernas de las

relaciones sociales. Cualquier estado judío viable debería necesariamente

responder a las condiciones impuestas por las relaciones internacionales y

el mercado mundial y todo aquello que implicara entorpecer esta respues-

ta, por muy importante que fuera, debía ser relegado a un segundo plano

para mantener la viabilidad del proyecto nacionalista.

Page 238: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

238

C_ Características generales de los efectos del sionismo en la judei-

dad

1_ De la Religión sin Estado a la Religión para el Estado

Como discurso que debe organizar al menos una parte del pensamien-

to social, la religión no puede abstraerse de los cambios que ocurren con

el paso del tiempo. Sí la religión no consigue adaptarse a esos cambios, o

adaptarlos a sus propias formas, difícilmente podrá seguir cumpliendo su

función como mecanismo de integración social. Con el advenimiento de

la modernidad y el predominio de la economía de mercado la religión

perdió espacios en dónde dar sentido a la vida cotidiana. Sin embargo,

importantes segmentos de las relaciones humanas siguieron ligadas a ella,

en especial en lo que se refiere a las relaciones consideradas correctas en-

tre las personas, que es nada menos que la base sobre la que se asienta

toda estructura jurídica o moral.

La religión judía, que desde fines de la Edad Media sostuvo normas

de comportamiento muy rígidas en sus expresiones más conservadoras y

muy permeables en otras, no es ajena a los cambios ocurridos en Europa y

América. Pero aún mantenía, hacia mediados del siglo XIX, gran influen-

cia ética entre sus seguidores y también una relativa autonomía frente a

los estados nacionales. Pero sólo con la creación del estado de Israel el

judaísmo como religión tuvo oportunidad de ser “religión del estado”. No

obstante, como se ha dicho, las fuerzas predominantes en la formación del

estado fueron las tendencias políticas seculares y los sectores religiosos

lograron consolidarse como fuerza política bastante después de la inde-

pendencia y sólo gracias a un fuerte proceso de reorientación de sus dis-

cursos (especialmente hacia un nacionalismo-teológico fundamentalista),

lo cual ha dado como resultado situaciones pasmosas: la televisión israelí

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239

ha llegado a mostrar a rabinos conminando a enfermos hospitalizados a

votar a sus partidos políticos, a cambio de asegurar la protección divina

en el trance de la enfermedad. La visita, compañía y asistencia a los en-

fermos es un importante precepto de solidaridad judío, pero difícilmente

su sentido original haya sido presionar a los enfermos para conseguir un

rédito político. Así, desde una perspectiva laica: “el mesianismo político

religioso, con su violento desafío a la democracia en nombre de una ab-

soluta e intransigente religión, representa uno de los actuales peligros de

la realidad israelí”195. Pero debe considerarse que el carácter “absoluto e

intransigente” del mesianismo religioso ha sido estimulado por la necesi-

dad de enfrentarse a una absoluta e intransigente secularización de la polí-

tica, mientras que las posturas nacionalistas y militaristas han tenido en

Israel consecuencias igualmente graves en este sentido.

Los creadores del estado judío, en donde predominaron políticos mo-

dernistas de inspiración socialista o liberal-corporativista, tuvieron mucho

interés y cuidado en no fundar una nación basada en una religión que no

era capaz de dar por sí sola respuestas a las condiciones sociales de un

estado nacional moderno. Las necesidades ideológicas del sionismo ten-

dieron –infructuosamente– a intentar negar o atenuar las diferencias étni-

cas con respecto al que consideraban “judaísmo verdadero”, encarnado

por el ideal sionista que tendía a coincidir con los relatos y creencias reli-

giosas, destacando la importancia de los textos recopilados durante la ex-

periencia “nacional” pre-cristiana, que muy poco podía parecerse a la es-

tructura de los estados nacionales modernos. Sin querer ser religioso, en-

tonces, el sionismo tomó para sí la religión, en una relación debida a la

necesidad que tenía de sus matrices discursivas. Pero a la vez la relación

implicaba el rechazo, por lo que “lo religioso” representaba de arcaico y

perimido para su matriz moderna, racional y occidental. 195 Ben Ami, Israel, entre la Guerra y la paz. Op. Cit. Pág. 22.

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240

La religión judía, que no había tenido estado, se transformó, modifi-

cada a conveniencia, en religión para el estado, aportando principalmente

su capacidad discursiva de consolidar identidades partiendo de compo-

nentes dispersos, lo cual se consigue sacralizando determinados aspectos

de la vida social o, como ocurre en este caso, diversos símbolos y rituales

ligados a lo nacional: la bandera, el himno, el servicio militar son ejem-

plos de esta renovación ideológica. Persistía igualmente en el mundo el

judaísmo como religión sin estado, como expresión de la fe y la concien-

cia de diversos grupos humanos. Otros grupos de la misma fe optaron por

aceptar ese estado pero no lo eligieron como propio, prefiriendo continuar

sus vidas en los espacios que ocupaban de la forma en que lo habían

hecho hasta el momento. Otros consideraron que esos actos humanos pro-

venían del plan de Dios para la redención del pueblo de Israel. Sin embar-

go, ninguna de estas posturas puede investirse como oposición al naciona-

lismo secular representado por el sionismo político, que es la fuerza que

emerge con la capacidad de orientar realmente el contenido de la ideolog-

ía judía respecto del estado de Israel. La antigua religión, ya fragmentada,

se dividió todavía más con el proyecto de estado primero y con el estado

ya creado luego. Y le quedaba todavía una forma más para adoptar.

El sionismo sigue la tradición nacionalista porque establece para los

ciudadanos una relación fuertemente emotiva y trascendente con el estado

judío. Se vuelve indispensable el “amor a la patria” para que tenga sentido

dar la vida por defenderla tanto como debía darse para los creyentes por la

ley y la fe de Moisés. Esta situación se acentuó por el alto grado de mili-

tarización de la sociedad israelí, que implicaba una profunda conciencia

del “adentro” y del “afuera” para identificar con rapidez y eficacia a los

enemigos y a los aliados. Por supuesto, cuanto más alto sea el grado de

esta cohesión, más cerca estaremos de hablar de aquello que se conoce

por integrismo, que no es sino un eufemismo para nombrar al fanatis-

Page 241: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

241

mo político. Las etapas de colonización, fundación y lucha por la supervi-

vencia del estado de Israel estuvieron ciertamente marcadas por estas ca-

racterísticas, y todavía más lo están los discursos contemporáneos para

justificar o defender las políticas desarrolladas por el estado en materia

interior o exterior.

De otra forma, los objetivos no hubieran podido ser llevados a cabo,

tanto en lo que se refiere a la organización productiva de las colonias o la

organización militar de las fuerzas de autodefensa o las fuerzas armadas

israelíes. Vale la pena recordar que casi todos los movimientos revolucio-

narios socialistas del siglo XX, y también el corporativismo de Europa y

los EUA, estuvieron marcados fuertemente por esta condición de “reli-

gión del estado” implícita en todos los discursos patrióticos nacionalistas.

En ella los destinos del estado nacional estaban indisolublemente ligados

con los de la revolución o el destino del pueblo, y que requerían la acep-

tación de los principios establecidos. De modo que al sionismo no le tocó

innovar nada en este sentido, sino colorear con su tinta el dibujo ya traza-

do por la historia.

El estado judío, sacralizado de esta manera, tenía, sin embargo, una

característica particular: la mayor parte de las personas y comunidades

capaces de sentirse, al menos potencialmente, vinculadas a esta forma sa-

cra vivían todavía fuera de sus fronteras. Aún más, durante las primeras

décadas de existencia de este estado, estas comunidades fueron importan-

tes para el mantenimiento y renovación del cuerpo social del mismo, que

consumía recursos en mantener su impulso migratorio a la vez que busca-

ba constantemente apoyo financiero: se solicitaba de las comunidades o

los judíos pobres que aportaran inmigrantes y, de los sectores más favore-

cidos, recursos.

Para el sionismo extremo, el judío no sionista era tan sospechoso co-

mo para el ortodoxo lo era el judío ateo o reformista, y por lo tanto lo era

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242

todo aquel que se sintiera ligado a su país de origen o al que sus padres

hubieran decidido emigrar. Se repudió incluso al yiddisch o al ladino co-

mo formas impuras o arcaicas de la vida judía, remanentes de un triste

pasado o síntomas de la adulteración del judaísmo nacionalista “auténti-

co”. Pero, al margen de casos límite, ésta “fe del estado”, que en muchos

casos menospreciara a la antigua religión, se obligó a fundar sus propios

centros de absorción ideológica y a influir fuertemente en el desarrollo de

las comunidades dispersas. A partir de entonces estas comunidades fueron

concebidas principalmente como “diáspora” y “exilio”, y no como unida-

des socioculturales valiosas por sí mismas.

Este es probablemente el problema más importante que la aparición

del sionismo introdujo en la judeidad porque obstruye y dificulta mucho

el mantenimiento de las comunidades judías y, tal vez sin quererlo, con-

tribuye a la desaparición gradual de muchas formas culturalmente apre-

ciables y a debilitar sus propios recursos simbólicos (y, a la larga, prácti-

cos) para mantener la cohesión de Israel como un estado diferente, dedi-

cado a la condición judía.

2_ Efectos del triunfo sionista.

a_ La modernización del judaísmo

Ningún pueblo, religión o cultura que haya entrado en contacto con el

capitalismo y sus exponentes nacionales o imperiales pudo salir indemne

de esa relación, y ni el judaísmo ni la judeidad fueron una excepción, ni

siquiera en sus expresiones más conservadoras. El capitalismo es la es-

tructura social y económica más dinámica que se conoce, pero tal dina-

mismo no es siempre progresivo en lo económico o lo humano, porque es

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243

también fuente de numerosos problemas, desde la resistencia ecológica

del medio ambiente a la resistencia de la diversidad biológica o cultural.

La aparición del sionismo, si bien estaba condicionada profundamente

por las ideologías emergentes, introdujo las modificaciones impuestas por

la economía de mercado en seno mismo de la judeidad, volviendo inter-

nos sus conflictos y convirtiendo en propiamente judías a las condiciones

que hasta ese momento habían afectado a los judíos como factores par-

cialmente externos a su cultura. Esto no significa de ninguna manera que

sin el sionismo el judaísmo hubiera quedado protegido de las consecuen-

cias de la expansión del capitalismo, sino simplemente que el discurso

nacionalista le dio un nuevo impulso y una forma muy eficiente de trans-

formación social para las comunidades judías.

Las diversas reacciones de las comunidades judías ante los procesos

de cambio, desde la secularización de su cultura a la exacerbación de las

costumbres, dieron mayor fluidez a unas relaciones sociales internas que

nunca habían sido realmente estáticas, pero que ahora están sometidas a

procesos de transformación muy violentos. Sí antes los cambios se pro-

ducían de generación en generación, ahora acontecen muchas veces y en

muchos sentidos durante una misma generación. De esta forma, el sio-

nismo no viene a destruir una organización construida para edificar una

nueva sobre los escombros, sino que continúa, en uno de los caminos po-

sibles, el proceso constante de cambio del judaísmo y de bifurcación de

sus posibilidades de adaptación sociocultural. Sin embargo, lo hace cam-

biando formas de resistencia cultural debilitadas pero sólidas por estrate-

gias coyunturalmente fortalecidas, pero que son estructuralmente débiles,

porque no se deben a los factores internos de la cultura judía, sino a facto-

res externos a la misma.

Sí algo de magnífico tiene la judeidad histórica para ofrecer a los pen-

sadores sociales es su capacidad para fragmentarse y elegir todos los ca-

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244

minos posibles, lo cual implica la constante lucha por el reconocimiento y

el auto-conocimiento, el permanente diálogo sobre la ontología y deonto-

logía de cada grupo judío y cada judío en particular. Habituadas a pensar-

se como pueblos dentro de pueblos, las comunidades judías supieron ser,

al menos en el pasado, instrumentos versátiles y eficaces para superar la

selección cultural.

Dada la relativa debilidad de cada corriente de pensamiento judío res-

pecto de las sociedades en las que se hallaran, los conflictos internos per-

manentes pocas veces pudieron ser resueltos mediante la eliminación de

la ideología judía rival. Por ello predominaron la pluralidad, el diálogo y

las composiciones antes que las resoluciones unidireccionales o totalita-

rias, los cismas antes que las victorias facciosas y los cambios culturales

antes que la consolidación de una única forma legítima para el ser social

de cada comunidad196. Al mismo tiempo, la debilidad de esas comunida-

des obligó a encontrar dispositivos de adaptación y supervivencia que im-

primían nuevas formas de multiplicidad.

Este desarrollo fue posible dentro de sociedades que desconocían los

derechos individuales y que se apoyaban en excluyentes discursos religio-

sos y políticas de coacción directa. Paradójicamente, las posibilidades de

desarrollo cultural se ven trabadas en un sistema mucho más dinámico y

persuasivo, con discursos más abiertos a la pluralidad y con respeto for-

mal por las formas de vida individuales, como es el modelo imperante en

la modernidad occidental. Su dinámica constantemente expansiva tiende a

construir un mundo a su imagen y semejanza, dado que la “esencia natu-

ral” de los hombres se confunde entre su carácter de productores de bie-

nes tangibles e intangibles con su condición de consumidores compulsi-

196 Lo cual está lejos de significar que no existieran sanciones para lo que se conside-raran excesos de “resignificación”. Allí está, para recordarlo, la figura y la vida del filósofo Baruj Spinoza.

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245

vos, conductores de necesidades nuevas dentro de un sistema todavía ba-

sado en la desigualdad económica y social.

La aceptación tolerante de las diferencias individuales y culturales se

sofoca en la contradicción que supone un deber excluyente: el de compor-

tarse de acuerdo a las relaciones de mercado que dominan la vida social.

Y como las culturas no son estructuras ajenas a las formas productivas en

la vida social, el cambio de las formas productivas implica la mutación o

destrucción de esas culturas, en el caso extremo de que no consigan adap-

tarse. El fenómeno, en general, no guarda demasiados secretos: la expan-

sión de la economía de mercado requiere la eliminación de las formas no

capitalistas de producción, proceso que prácticamente ya ha alcanzado a

todo el planeta. Quizá es verdad que actualmente cualquier religión o cul-

tura es dejada en paz. Pero eso es siempre y cuando su concepción del

mundo no se oponga al mercado o interfiera en su avance. Esto implica

también, obviamente, que todos y cada uno deben renunciar a leyes escri-

tas o normas tácitas que no avalen las formas jurídicas y las prácticas pro-

pias de la economía de libre mercado en cualquiera de sus expresiones, lo

cual alcanza a sociedades en cuyas bases jurídicas rija un “exceso de soli-

daridad distributiva”, que entorpezca la obtención de ganancias. Por otro

lado, no cualquier forma política alcanza el reconocimiento formal, sino

sólo aquellas implícitas en los marcos del liberalismo. En el caso del sio-

nismo se producen los dos movimientos en forma paralela, que en rela-

ción con sus principios motores implican una cierta contradicción.

Con el sionismo, la judeidad alcanza una forma legítima dentro de es-

tos límites, transformándose en una forma más moderna y aceptable de

judaísmo. Pero al mismo tiempo esto implicó dejar de lado, para quienes

apoyaron el proyecto, las formas tradicionales de comportamiento indivi-

dual y colectivo. Este abandono no es consecuencia de procesos internos

de creación y superación, sino de la influencia implacable de la ideología

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246

dominante y sus formas legítimas de actuar en términos políticos. La con-

tradicción radica en que, siendo un movimiento iniciado para asegurar la

existencia del judaísmo, sólo puede alcanzar su objetivo renunciando a

buena parte él, abandonando sus señas de identidad, negando otras y exa-

gerando otras más, pero no necesariamente superándolas.

El precio de la eficacia política es alto (en el futuro sabremos si no es

quizá demasiado alto), porque implica la renuncia a la autonomía de una

manera tan profunda como sutil. Pero también se paga con horror, porque

con el estado judío parte de la judeidad se vuelve capaz de materializar

horrores que en el pasado sólo la habían tenido como víctima: la posibili-

dad cierta de oprimir a poblaciones enteras mediante el ejercicio de la vio-

lencia estatal.

El judaísmo asiste a una modernización forzada de sus expresiones

políticas tradicionales, sin que explícitamente se reniegue de ellas, pero

restándoles su fuerza vital, que radicaba en su capacidad de organizar los

discursos y prácticas sociales, ya fuera mediante las formas religiosas o

rituales y las jurídicas o morales derivadas de ellas. Por supuesto, el sio-

nismo no es sino el punto culminante, en este sentido, de los procesos que

ya se habían ido gestando desde la disolución del régimen feudal, y es así

más una consecuencia que una causa.

Sin embargo, parece cierto que su aparición, y sobre todo la creación

efectiva del estado de Israel, sirvieron para acelerar e incrementar el pro-

ceso. Desde la perspectiva externa, los judíos, contando con un estado

propio, no tendrían ya más derecho a considerarse diferentes dentro de

otras sociedades, pues tienen ahora la opción de trasladarse a un territorio

que pueden considerar propio. Con esto se negaban de hecho las particu-

laridades de los siglos de desarrollo interactivo, acomodando las decenas

de manifestaciones dentro del molde único del estado nacional, tendencia

Page 247: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

247

que al día de hoy se manifiesta en muchos países en relación con sus res-

pectivas minorías culturales.

Independientemente de las influencias y presiones ejercidas sobre ca-

da sector y comunidad judía, el sionismo se transformó, sin proponérselo,

en el principal agente ideológico del pensamiento dominante al interior de

la judeidad, dado que propendía a la institucionalización de sus prácticas

en el conjunto de las comunidades y ejercer su representación legítima

frente a organizaciones más amplias e influyentes.

b_ El sionismo y la reconstrucción del pasado

Con la globalización creciente como contexto ideológico y político, el

sionismo, por sus propias necesidades históricas, comenzó a ejercer una

fuerte presión sobre las formas de pensar el pasado judío y la condición

judía. El “recuerdo” de la vida pretérita del pueblo judío como conjunto

en la tierra que fuera el reino de David y Salomón, se fue tornando más

fuerte y preciso que la “vaguedad histórica” de los dos milenios de dis-

persión cultural; la unidad del pueblo se volvió más importante que su

diversidad y se achacó a esta diversidad la debilidad histórica de los jud-

íos frente a los demás pueblos. Después del genocidio nazi en particular,

el sionismo pudo plantear la inseguridad de vivir fuera de las fronteras

nacionales aún con las normas liberales de comportamiento interétnico,

dado el estado de profunda desprotección de los judíos en el resto del

mundo. El pasado de decenas de experiencias judías en cuatro continentes

pasó a ser una muerta recopilación de dolorosas crónicas frente al vivo,

glorioso y luminoso presente nacional y muy pronto el Día de la Indepen-

dencia de Israel (Iom Haatzmaut) y la conmemoración del genocidio (Iom

Hashoá), se convirtieron en ceremonias del ritual colectivo, unidas en el

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248

calendario litúrgico a costumbres milenarias. El idioma hebreo se trans-

formó en la lengua oficial judía no sólo en Israel sino en todas las comu-

nidades con fuerte presencia del ideario sionista. Las lenguas que habían

crecido con el judaísmo fueron expuestas como lenguas muertas por el

sionismo ideológico: “El gran logro del Sionismo, la rehabilitación de la

lengua hebrea, estaba también aparentemente ligado a la principal idea

nacional europea del siglo XIX. El renacimiento lingüístico y literario del

idioma nacional era un prerrequisito ideológico para la existencia de una

nación según el modelo europeo”197. La historia en el exilio, convertida

en un extenso martirologio por la ideología sionista, encontraba su reden-

ción en la aparición del estado.

Reconstruida la historia, no podía dejar de reconstruirse la identidad y

un supuesto judío eternamente sufriente y errante tenía la oportunidad de

convertirse ahora en parte activa del renacimiento judío, participando en

la construcción del estado. La Ausencia de Sión, el exilio, que pocas veces

había estado presente como tal y nunca fue dominante en las idas y veni-

das de los judíos por el mundo, era ahora la condición principal a superar.

Por supuesto, la ideología sionista nunca pudo imponerse por completo,

ni siquiera al interior del movimiento o del estado. Porque no tuvo más

opción que recoger sus principios idealistas del legado de dos mil años de

transformaciones, y no pudo recuperarlos inmaculados desde el estado

davídico antiguo, en donde pueblo y nación tenían sentidos completamen-

te diferentes a sus formas modernas.

La predominancia europea y secular en el movimiento político devino

en su preeminencia en la forma del estado y en sus políticas internas y

externas, tendiendo a la homogeneización de la cultura nacional con pre-

ponderancia de su propia ideología. La cultura occidental predominó y

recompuso el “atraso” representado por las comunidades iraquíes, turcas o 197 Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz, Op. Cit. Pág. 14.

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249

yemenitas “repatriadas” desde sus lugares de origen y a su vez amenaza-

das en ellos precisamente por la existencia del estado judío, dado que

existe también “el fracaso del socialismo israelí en su intento de incorpo-

rar a los judíos orientales en el sistema social”198. Se incrementó de esta

manera la visión dominante del judaísmo occidental y moderno frente a

las “arcaicas” formas de expresión orientales, ligadas culturalmente al

mundo árabe y musulmán. Esta división no dejó de tener importantes

consecuencias en la distribución de la riqueza social generada dentro de

las fronteras israelíes.

El sionismo expansivo se expresó en una política de centralidad del

estado, frente al pasivo desorden de la judeidad como conjunto, para esta-

blecer los cánones de lealtad al exterior de las fronteras de Israel. Las

políticas sionistas hacia las comunidades dispersas, empapadas de una

vocación de liderazgo con matices culturales ligados a la ideología nor-

teamericana, no sólo impulsaban dudosas definiciones de identidad. For-

zaban también una división taxativa de la autoridad que resultó repelente

e impermeable a formas de relación más flexibles y horizontales, si bien

el poder real que el estado judío tenía para imponerse en las comunidades

estaba limitado por su propia falta de recursos ideológicos y materiales.

Su vocación de predominio ideológico chocó con la posibilidad política

de éste, en función de su debilidad y del peso específico de los localis-

mos, lo cual fue notable incluso dentro de las fronteras de Israel durante

las primeras décadas de su existencia.

Al intentar modernizar y unificar al judaísmo el sionismo abrió una

brecha por donde ingresaron las fuertes corrientes de desintegración cul-

tural de la modernidad occidental. La autonomía religiosa y la jurídica no

sólo dejaron de ser características centrales en la ideología judía, sino que

paulatinamente dejaron de ser pensadas como categorías relevantes, dado 198 Idem. Pág. 86.

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250

que se las supuso subsumidas en la autonomía nacional. La historia de dos

milenios de juridicidad interna terminó por disolverse en un cúmulo de

anécdotas sobre una riqueza cultural endurecida en códigos sumamente

restrictivos, ligados a una ortodoxia defensiva, tanto menos creativa cuán-

to más carente de flexibilidad.

Como ni siquiera esta forma de cristalización de las creencias religio-

sas y morales, por sí misma tan válida como cualquiera otra, quedó fuera

de la construcción o engrandecimiento del estado, no tardaron en reclamar

a éste por sus propias perspectivas ideológicas, instalando el conflicto en-

tre la religión y la secularización en su propio seno.

Por principio, siendo la religión, o más precisamente los relatos aso-

ciados a ella, el substrato básico de la justificación de su existencia, el es-

tado de Israel no puede librarse de sus reclamos restringiendo esos inter-

eses a una esfera propia y limitada, como ocurrió parcialmente en el resto

de la cultura política de occidente, en donde la influencia religiosa se mo-

vió en general por canales más indirectos a lo largo del siglo XX al me-

nos, sino que debió admitirlos como parte integrante legítima de sí mis-

mo. Durante el largo período de defensa militar del país, este conflicto

permaneció latente, cubierto por las necesidades inmediatas de organiza-

ción total requerida para el mantenimiento de la posición militar. Pero al

estabilizarse los conflictos exteriores, todavía en el marco de la Paz Ar-

mada y con el problema de la relación con el pueblo palestino aún vigen-

te, el panorama interno comenzó a complicarse por la presión de cada sec-

tor ideológico por obtener posiciones preeminentes. No obstante la in-

fluencia parcialmente nociva del predominio de la ideología sionista sobre

la herencia cultural judía, no han aparecido corrientes influyentes en la

judeidad que tiendan a contrarrestar sus efectos, sin que esto implique ne-

cesariamente la negación del estado, sino la apreciación de sus circuns-

tancias y consecuencias. Para comprender este proceso, que es quizá la

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251

razón principal de todo este trabajo, es necesario ordenar las considera-

ciones ya expuestas.

En primer lugar se encuentra el avance de la globalización, en cuyo

contexto la modernidad no representó una solución para los problemas

medievales judíos de segregación, sino sólo una mutación en sus formas y

acaso la salvación de unos pocos y la pérdida de la mayoría. En segundo

lugar, derivado directamente de la primera cuestión, se encuentra el triun-

fo ideológico del sionismo al interior de la judeidad, provisto de las

herramientas discursivas y prácticas de lo más dinámico de las ideologías

dominantes. En tercer lugar, la pasividad en la judeidad no sionista deri-

vada de la conexión íntima, emocional, que prevalece frente a la lucha

sionista, aunque no se compartieran sus objetivos, y la ignorancia frente a

las implicancias de la expansión ideológica del nacionalismo judío. La

razón es que dicha expansión fue entendida en general como una moder-

nización del judaísmo, no como la intromisión de una cultura dominante

al interior de los propios contenidos populares. Ciertamente, sólo el análi-

sis sociológico revela esta situación. El predominio político de los secto-

res económicamente más poderosos al interior de las principales comuni-

dades judías, expresados incluso en movimientos sociales de cierta impor-

tancia, es una muestra tangible de este proceso de absorción y sumisión

del judaísmo.

La judeidad no sionista debió enfrentarse al capitalismo de la misma

manera que todos los pueblos sometidos debieron enfrentarse a él. Como

en otros, aparecieron fracciones que, con las mejores intenciones, tomaron

lo que en él hay de progreso, de desenvolvimiento de las potencialidades,

interiorizando esa dominación sutil que el discurso libertario e igualitario

oculta del capital. Obviamente, no son muchas las opciones dejadas a las

culturas dominadas, porque la resistencia es interpretada como bestiali-

dad, fanatismo o arcaísmo, tres formas modernas, siguiendo a Foucault,

Page 252: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

252

de distinguir al inferior, al monstruo, al que debe morir o desaparecer.

Dado que ha sido el particular sistema jurídico judío uno de los principa-

les agentes de autonomía judía en el pasado y uno de los elementos más

codiciados, por su capacidad formativa y performativa, para cualquier

pensamiento que busque la hegemonía, se puede utilizar el sistema judi-

cial de una nación para verificar el grado de “ajuste” a las exigencias mo-

dernas, en relación con los mecanismos tradicionales característicos.

c_ Ley antigua y ley moderna: el ajuste del sistema judicial israelí

Para comenzar hay que decir que el sistema judicial del estado de Is-

rael, instituido mediante una Ley Básica, no es demasiado diferente del de

otros países occidentales199, en el sentido de que se trata de una organiza-

ción profesionalizada y burocratizada, en donde los herederos de la lega-

lidad judaica tradicional, basada en los textos rabínicos más importantes y

en los comentarios innumerables acumulados durante más de un milenio,

tienen, con todo, dos vías de entrada. Una es por la vía legislativa, en

donde pueden proponer leyes de acuerdo con su interpretación tradicional

de la legalidad hebrea. La otra es por intermedio de los tribunales rabíni-

cos –existen también tribunales musulmanes, de diez comunidades cris-

tianas, Ba´hai y druzos– que constituyen una instancia optativa, funcio-

nando así como las cortes rabínicas de las comunidades del largo periplo

europeo pre–estatal. Estas instancias judiciales están supeditadas a los

estamentos superiores del sistema judicial (lo cual es una exigencia para

la estabilidad de cualquier estado nacional), en dónde existe una Corte

Suprema que puede actuar por propia resolución en los casos graves o

199 Véase el claro retrato que de su funcionamiento -y de sus defectos- hizo Arendt (Eichmann en Jerusalén. Un ensayo sobre la banalidad del mal, Op. Cit.).

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253

urgentes que se le presenten y que actúa asimismo como Tribunal Supe-

rior y de última instancia. Este tribunal se asienta en Jerusalén –al igual

que el Knesset (parlamento legislativo unicameral)–, y por debajo de él se

encuentran las Cortes de Distrito y las Magistraturas; en el último es-

calón, lógicamente, se encuentran los tribunales administrativos y labora-

les de primera instancia, y también los tribunales religiosos, que no tienen

en realidad más atribuciones que las de resolver en casos de derecho de

familia. Existen también tribunales militares, de gran importancia relativa

debido a la casi constante movilización militar de una parte proporcio-

nalmente elevada de la población adulta. No por casualidad, la herencia

“multicultural” en materia de cortes de justicia, no es herencia del manda-

to británico, sino que constituye un legado del anterior dominio otomano,

que el Mandato de 1922 de la Liga de las Naciones recoge en forma

pragmática para anticiparse a los conflictos legales que podrían surgir de

la imposición de un sistema legal monolítico en la región, lo cual no im-

plicó nunca observarlo como un modelo multicultural de aplicación judi-

cial que pudiera aplicarse, por ejemplo, dentro de las propias fronteras

europeas. "Mientras que las cortes militares y laborales no son exclusivas

del sistema legal israelí, sí lo son las cortes religiosas. El sistema legal

israelí es único entre los sistemas legales modernos en la utilización de

varios estatus legales personales en el área del derecho de familia, apli-

cado por cortes religiosas. Este fenómeno tiene raíces históricas y políti-

cas: existía bajo el dominio otomano y fue mantenido por el británico

después de conquistar el territorio"200.

La experiencia resulta sin duda interesante, aunque bien pronto se ob-

serva que poco hay más allá que la confianza depositada en estos tribuna-

les por las partes. En general, las sentencias sobre las apelaciones son re-

sueltas por un tribunal (por un cuerpo judicial que acaba en una instancia 200Cfr. VVAA, The Judiciary, mfa.gov.il. Pág. 6.

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254

superior al tribunal de primera instancia en lo familiar) cuyas leyes y

principios poco tienen que ver con valores religiosos, y sí mucho con los

valores burgueses desplegados con la revolución francesa. Libertad y

Dignidad Personal y Defensa de la Propiedad son las consignas básicas

del sistema con la notable excepción de las tierras, cuya enajenación del

cuerpo del estado esta vedada por una ley Básica, resultado del sistema

original de adquisición de territorios para la causa sionista por el sencillo

expediente de ser adquirida por las instituciones sionistas pre-estatales, y

con la menos notable excepción de los momentos de crisis militar o de

seguridad.

El sistema judicial israelí se presenta como una organización suma-

mente independiente, aunque su jurisdicción no alcanza, por ejemplo, a

los territorios ocupados –a menos que así lo decida arbitrariamente el po-

der ejecutivo– por lo cual los derechos básicos de la población palestina

no se encuentran protegidos, en general, por ninguna institución soberana.

Y es bien sabido que un derecho, por humano o fundamental que sea y

evidente que resulte su necesidad de protección o tutela, vale muy poco

sin una auténtica fuerza estatal que lo respalde.

La globalización ha causado un daño en la forma de la degradación

cultural, y esto no podía dejar de reflejarse en la organización judicial de

las sociedades afectadas. En este aspecto, lógicamente, Israel no fue tam-

poco una excepción, sino más bien una experiencia pionera. En pocos

países independizados durante el proceso de descolonización tardío se

produjo una asimilación tan completa y compatible con los sistemas judi-

ciales existentes en occidente, y ello a su vez es el resultado del predomi-

nio de posturas políticas no sólo laicas, sino también progresistas y defen-

soras de la “modernización”, que en este aspecto significa la eliminación

o subordinación de organizaciones e instituciones incompatibles con las

que predominan en el mundo actual.

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255

d_ Efectos del “problema palestino”

La situación planteada por el conflicto abierto con el pueblo palestino,

sumado a la política militar del estado de Israel, particularmente desde la

Guerra de los Seis Días, han tenido importantes consecuencias, algunas

de ellas previsibles, pero otras por completo inesperadas. La conjugación

de la permanencia crónica del conflicto con la extensión de instituciones

en casi todas las comunidades importantes que simpatizan con el ideal

sionista o el estado de Israel, ha contribuido a expandir los límites geográ-

ficos del enfrentamiento ideológico por la cuestión palestina, llevando

incluso a confundir sus límites y convirtiendo el problema en un conflicto

cultural, cuando lo cierto es que no existen diferencias culturales que por

sí mismas expliquen o inciten el enfrentamiento, cuyas causas son funda-

mentalmente políticas y económicas. Los elementos que pudieran prove-

nir del ámbito religioso son los que menos tendrían que importar en una

relación judeo-musulmana: ninguna de las dos formaciones culturales

(ambas plurales y multi-étnicas) contiene elementos que supongan la eli-

minación ideológica o física de los representantes del otro colectivo.

El judaísmo ha tenido históricamente una escasa vocación ecuménica,

mientras que para el Islam, con múltiples vicisitudes, el judaísmo ha teni-

do casi siempre un status privilegiado respecto de otros “infieles”, pues si

bien los judíos no han aceptado al Sello de la Profecía que es el Corán y

la Doctrina del Profeta, al menos se los considera como precedentes im-

portantes en el monoteísmo y, al fin y al cabo, el mito bíblico mantiene

una estrecha relación de parentesco entre los colectivos étnicos presunta-

mente “originales” de ambas religiones, en las figuras ancestrales de los

hermanos Ismael e Isaac, hijos de Abraham, el ancestro mítico común. No

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256

obstante ello, en la actualidad los más activos referentes del enfrentamien-

to local son integristas religiosos de uno y otro bando, pues mientras son

los Mártires de Al-Aqsa, los integrantes de Hamas o de la Jihad Islámica

(grupos que responden a diferentes tradiciones internas) los sindicados

como “terroristas” por excelencia del lado palestino, son los integristas

judíos de Gush Emunim (Cuerpo de los Creyentes) y otros colonos reli-

giosos los principales referentes de la ocupación civil de los territorios

que ha adoptado la forma del Asentamiento y la ocupación en nombre del

“Israel bíblico”. Sin embargo, el elemento religioso se ha convertido más

bien en un instrumento de la lucha política que en su causa efectiva, y es-

to debe tenerse en cuenta pues a menudo los observadores externos no

han sabido –o no han querido– evaluar correctamente estos elementos.

En verdad no debería sorprender que los fanatismos religiosos ocupen

las primeras líneas en las batallas, precisamente porque la fe los convierte

en fervientes defensores de una causa –aún cuando no la entiendan con

profundidad, o la entiendan en términos que ningún estado moderno estar-

ía en condiciones de aceptar para la vida política nacional– y se encuen-

tran a la vez protegidos del miedo a la muerte en virtud de las recompen-

sas que se esperan recibir de dios una vez cumplido el rito del martirio,

que no tiene para las sociedades en las que actúan sino motivaciones polí-

ticas201. En cambio, las comunidades judías en general se han encontrado

a medio camino entre sus simpatías por Israel y las acusaciones de tolerar,

solventar o promover la opresión del pueblo palestino, acusaciones que

indudablemente no deben en conciencia ni pueden razonablemente plan-

tearse a ningún judío no sionista por el sólo hecho de ser judío, mientras

que incluso para los sionistas más convencidos debería caber el beneficio

201 Curiosamente, el Islam y la Cristiandad han aprovechado mucho más la figura del Mártir en su dinamismo doctrinal y ecuménico que el judaísmo, en donde, en general, no se ha estimulado la mortificación terrenal con fines político-religiosos.

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257

de la duda, como lo demuestra la existencia de amplios movimientos isra-

elíes pacifistas y resistentes a la ocupación, si no a la intervención cons-

tante de las fuerzas armadas israelíes en los territorios ocupados.

Cualquiera sea la evaluación del fenómeno sionista, y no hemos aho-

rrado críticas al respecto, la actual situación no ha sido buscada por la

ideología sionista en sí, pues la sujeción de otro pueblo no era un compo-

nente de su ideología original. Sí alguna crítica puede hacerse es al exce-

sivo apego a ciertos valores occidentales comprendidos como “auténticos

rasgos civilizados” que mostraron los fundadores del movimiento político

y también la excesiva condescendencia con las políticas de las potencias

occidentales en las relaciones ulteriores con los países vecinos desarrolla-

da por la mayor parte de los líderes del estado judío, fueran de una u otra

facción política.

Básicamente, no existen en el plano doctrinal razones para que un país

étnicamente dispuesto en torno a valores judaicos no pueda convivir con

otros países de matriz islámica. Todo esto no excluye, por supuesto, la

valoración política y moral de las acciones del estado israelí o de los inte-

grantes de los movimientos armados palestinos, sino que se pretende con-

siderarlas dentro de su contexto histórico, al margen de consideraciones

de tipo sentimental, generalmente cargadas de prejuicios intransigentes.

Siempre resulta difícil, en una situación estructuralmente compleja, de-

terminar la causa de un fenómeno, pues suele ser resultado de procesos

amplios y recíprocamente influyentes. Y en este caso debió haber habido

un particular cuidado en identificar las razones del enfrentamiento.

Todo ello no es un obstáculo, lamentablemente, para que el desarrollo

de los procesos no desemboque en un auténtico odio intercultural, porque

las culturas, no lo olvidemos, continúan desarrollándose en un universo

de complejas relaciones multilaterales e incorporan constantemente nue-

Page 258: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

258

vos elementos ideológicos a sus estructuras cuando tienen oportunidad y

necesidad.

Nuevamente es necesario destacar la influencia del contexto histórico

en el que el sionismo político de desarrolló y que culminó con la indepen-

dencia del estado de Israel y el conflicto con los países árabes. Incluso

actualmente, la reunión táctica entre la comunidad judía más importante

del mundo y los intereses de los EUA en su política intercultural no con-

tribuye sino a dificultar el diálogo, pues los acontecimientos políticos

contingentes y los omnipresentes intereses y necesidades económicas no

apuntan a la reconstrucción del diálogo entre dos ideologías religiosas que

han experimentado momentos de convivencia pacífica altamente signifi-

cativos.

El cuerpo social israelí no ha asimilado el conflicto, sin embargo, co-

mo un enfrentamiento cultural, pese a que no ha gestionado correctamente

las propias diferencias internas, mientras que el espíritu militar sí ha cala-

do hondamente en su imagen nacional y su auto-percepción. El prestigio

de su capacidad militar y de sus servicios de inteligencia, ha trascendido

ampliamente las fronteras del pequeño estado judío, lo cual, de alguna

manera, ha contribuido a agravar la situación, exportando la imagen beli-

cista del país.

Dado que el debate acerca de las consecuencias de este proceso ha si-

do constantemente postergado por la constante crisis regional, exportada a

las comunidades judías y al resto del mundo –aunque en forma mucho

más mediatizada–, más de medio siglo después de producida la primera

guerra árabe–israelí incluso el frente cultural permanece abierto, aunque

es significativo que nunca haya formado parte de la agenda en las discu-

siones. Las comunidades judías en los países árabes “enemigos” han sido

en general “rescatadas” mediante operaciones de gran envergadura, mien-

tras que las minorías árabes israelíes han sido medianamente respetadas e

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259

integradas políticamente al cuerpo de la sociedad israelí, lo cual no signi-

fica que estén exentas de discriminación negativa. Discriminar al judío

del no judío es una premisa administrativa de Israel en tanto estado étni-

co, como lo es, por otra parte en la mayoría de los países democráticos

occidentales especialmente en materia de inmigración. En términos cultu-

rales, esto ha dado lugar a fuertes contrasentidos: muchos inmigrantes de

pobre e incluso dudosa cultura judía son beneficiados por su “presunción

de judeidad”, mientras que la población árabe, mucho más integrada y

afín al universo cultural israelí, sufre la condición de ciudadanía de se-

gunda clase.

Por último, el conflicto no deja de poner en evidencia procesos de otro

tipo, que comprenden a las relaciones entre las comunidades judías asen-

tadas en otros países: en Francia, por ejemplo, la opresión del pueblo pa-

lestino ha sido excusa para la destrucción de sinagogas y ya es usual en

calles y pancartas ver carteles, presuntamente pro-palestinos, en los cuales

la estrella de David es equiparada a la esvástica nazi. La confusión es in-

justificable y no puede ser atribuida sino a remanentes ideológicos relati-

vos a prejuicios en parte religiosos y en parte raciales que no han sido del

todo superados, al menos en occidente. Estos remanentes discriminatorios

han impedido también, al menos hasta el momento, una lectura profunda

del fenómeno sionista desde el pensamiento crítico y progresista.

La alineación de la política israelí con la agenda exterior norteameri-

cana es también una razón que explica que la situación del pueblo palesti-

no se haya convertido en una bandera de segmentos ligados a la anti-

globalización y la constante reedición de las disputas políticas –que han

alcanzado los máximos niveles institucionales– respecto de un problema

indiscutiblemente grave y crónicamente pendiente de solución, pero que

no es el único ni mucho menos el más grave en términos de déficit huma-

nitario de los muchos que aquejan actualmente a la humanidad.

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260

Pero, pese a los conflictos, hoy Israel es uno más entre los países del

mundo. A todos los efectos prácticos, su condición étnica no representa

ninguna diferencia. Esto es especialmente cierto en el plano estructural y

económico, pues no sólo posee las características políticas que se esperan

de las naciones modernas, sino que también posee una economía basada

en relaciones mercantiles y una notable inserción en el mercado mundial,

pese a su pequeñez relativa. Evidentemente, en términos culturales tam-

bién se han introducido cambios significativos, pues justamente no se tra-

ta de un estado étnico combinado con un distanciamiento del mercado

mundial de bienes y servicios. Sin ninguna duda, se trata de uno de esos

países serios y previsibles con los que el mercado prefiere tratar, pues esa

seriedad, reflejada en la estabilidad económica o, al menos, en la coinci-

dencia con las vicisitudes del capitalismo central en tiempos revueltos.

También en este sentido se presenta Israel como una experiencia exi-

tosa, pues ha superado los temores que para el mercado mundial estaban

implícitos en el peso de sus organizaciones sindicales y sus partidos de

izquierda, pues incluso las coaliciones de centro-izquierda de la última

década y media no dejan de representar a esa variante moderada que se

acerca a la “tercera vía”, bien conocida –aunque en la práctica bastante

indefinida– en Europa; sin embargo: “El concepto de la sociedad israelí

como solidaria y preocupada por el bienestar público se ha ido deterio-

rando; las empresas colectivas de la experiencia sionista –histadrut, ki-

butz, moshav y la política de partidos– como instrumentos de socializa-

ción y movilización se encuentran en estado de descomposición total; el

debate público ha perdido las agendas coherentes del pasado”202. En este

sentido, la organización política israelí es mucho más europea que ameri-

cana, aunque siempre está marcada por toques particulares. “La conexión

simbiótica entre la política sionista y la herencia europea aparece como 202 Ben Ami, Israel, entre la guerra y la paz, Op. Cit. Pág. 114.

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261

un rasgo constante –si bien no exento de problemas y dificultades– en

cada una de las etapas del movimiento sionista”203. ¿De qué otra forma

podría ocurrir en una población dominante europea asentada en un con-

texto no-europeo?

El peso de los partidos religiosos judíos es considerable, y su influen-

cia ha tendido a aumentar en los últimos tiempos, lo que asegura a estos

sectores cierta presencia en el gobierno ejecutivo, si bien están muy lejos

de tener una mayoría, siquiera relativa. Con la permanencia del conflicto

con el pueblo palestino, que se ha alimentado últimamente con una verti-

ginosa espiral de violencia y en donde los sucesivos experimentos de re-

solución política se suceden siempre en una posición permanentemente

inferior de los defensores de la causa palestina, el estado de Israel ha car-

gado sobre sí con buena parte del antiamericanismo que se ha extendido

en otras regiones del mundo.

Por supuesto, este conflicto ha supuesto un lastre importante para el

desarrollo de la ideología y el discurso sionista actual, pues ha derivado

en una defensa más o menos orgánica de las acciones del estado de Israel

respecto de esta cuestión, en forma no siempre justificable o tan siquiera

argumentable, pues de inmediato se recurre al expediente de las “necesi-

dades” de supervivencia, la política pragmática, o al presunto antisemi-

tismo latente de quien mantenga una postura crítica. En este sentido, al

menos parcialmente, el discurso sionista se ha transformado, más que en

un discurso a favor del estado judío como mecanismo de supervivencia de

la cultura judía, en discurso legitimador de unas políticas estatales deter-

minadas.

Por otra parte es también un error (o una tendenciosa perspectiva

analítica), confundir una fase del discurso con la otra, pues en ese caso se

cargaría retrospectivamente al movimiento sionista con las culpas de una 203 Ídem. Pág. 13

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262

ambición de dominio étnico sobre la población palestina, lo cual no se

infiere de la revisión de los planteamientos sionistas que derivaron en la

creación del estado, confundiendo totalmente, al mismo tiempo, la voca-

ción sionista con la vocación imperialista o colonialista. Las relaciones

entre ambos discursos, como hemos mostrado, no son inexistentes, pero

no pueden traducirse simplemente como una ecuación, resultando así que

el sionismo sea interpretado como una “extensión judía” del imperialismo

inglés o norteamericano, aunque sus intereses hayan coincidido muchas

veces. No obstante, la tendencia simplificadora de muchos propagandistas

–sionistas y anti-sionistas– ha inducido a la confusión de la multitud de

factores sociales e históricos en unos pocos argumentos relativos a las

“intenciones” del sionismo. Dichos discursos simplificados, aunque ocu-

pen cientos de páginas, no terminan nunca de salir de sus prejuicios axia-

les (palestinos [buenos-malos] vs. sionismo [bueno-malo]), derivados de

una posición política irreflexiva, y también de una falta de información

sobre algunos aspectos históricos y sociales del fenómeno.

A este último grupo de problemas hemos intentado acercar alguna cla-

ridad, pues frente al maniqueísmo es bien poco lo que puede hacerse des-

de el discurso que planteamos aquí, que intenta atender más a la exposi-

ción informativa que a la convicción ideológica. Esta última nota, por otra

parte, debe entenderse en el contexto ideológico que asigna una gran im-

portancia relativa al problema palestino-israelí en el análisis del fenómeno

sionista.

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263

3_ Los efectos del sionismo en las comunidades judías

a_ Israel como nueva comunidad judía

Indudablemente, poco más de un siglo ha sido suficiente para que Is-

rael se convirtiera en una comunidad judía sumamente importante –tal

como se desprende de los procesos demográficos retratados en el capítulo

III–, en donde imperan, además, condiciones novedosas para un colectivo

derivado de la judeidad. En principio, este hecho afecta al conjunto de las

comunidades existentes, influenciadas en forma simbólica y política por

el ejercicio del sionismo político. Pero una de las características de esta

“nueva comunidad” consiste en encontrarse perfectamente adaptada al

modelo socio-político dominante y, como se dijo al analizar la dinámica

general de las culturas en un ambiente determinado, esto conduce necesa-

riamente a modificaciones estructurales y a la aparición de nuevos hábitos

y costumbres, que afectan a todos los niveles de la “cultura”. Particular-

mente, deseamos destacar los efectos del cambio producido por la organi-

zación social en torno a un aparato estatal complejo en circunstancias

históricas particulares.

Ya se ha dicho que la militarización resultante de los conflictos cróni-

cos con colectivos vecinos introdujo un tipo particular de relaciones so-

cio-políticas. A ello se agrega la virtual renuncia a sostener un sistema

jurídico propio y autónomo, lo cual no significa que no tenga la organiza-

ción jurídica israelí rasgos particulares. Sólo que el estado nacional re-

quiere de una organización judicial particular, que vincula el derecho ad-

ministrativo a las conductas cotidianas a un nivel inalcanzable para las

formas tradicionales judías de organización social, que complementaban

sus mecanismos legales con los de la sociedad en la que cada comunidad

se encontraba situada y que se desarrollaron en contextos sociales en

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264

cualquier caso mucho más reducidos y menos complejos que las actuales

sociedades. Así, por ejemplo, las cortes rabínicas –entre otras institucio-

nes de matriz “religiosa”– ocupan su lugar en la organización judicial is-

raelí, pero subordinadas a las tareas de control de un sistema judicial

heredado principalmente del período de dominación británica, lo cual ex-

plica la inexistencia de una “constitución” israelí, reemplazándola por una

serie de “leyes básicas”, que incluyen una ley sobre dignidad humana y

libertad personal que no recoge los valores de la ley antigua, sino los de-

rivados de las revoluciones burguesas, en los que la Propiedad ocupa un

lugar superlativo.

De este modo, junto con la organización estatal se imponen también

unos mecanismos judiciales que portan valores fundamentales que termi-

nan por subordinar a los valores tradicionales, pues el tribunal superior

israelí no puede sino basarse en estas leyes básicas con preferencia sobre

las leyes utilizadas, por ejemplo, por los tribunales rabínicos.

Sí bien los valores que se imponen desde el estado no son una nove-

dad para las comunidades judías, en este caso la perspectiva cambia por-

que se trata de un estado legitimado en términos étnicos y culturales, pese

a que sus mecanismos generales de acción sean idénticos a los de muchos

otros estados disolviendo, en este sentido, toda particularidad de la comu-

nidad judía israelí. El estado pasa a ser parte de la propia “tradición” cul-

tural, que es a su vez re-significada para incorporar las novedades socio-

políticas. Así, por ejemplo, ha surgido un nuevo tipo de “religiosidad”

nacionalista judía, diferente del nacionalismo religioso decimonónico,

cuyos exponentes más radicales, como hemos dicho, conforman el cuerpo

principal de los asentamientos judíos en los territorios ocupados. Este me-

canismo particular sería casi anecdótico dentro de la multitud de circuns-

tancias particulares de las diferentes comunidades judías, si no fuera por

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265

las proporciones que ha alcanzado el fenómeno sionista en éstas, propor-

ciones que redundan en efectos sumamente significativos.

b_ Los efectos del sionismo en las comunidades dispersas

Además de los efectos relativos a la distribución demográfica y a las

consecuencias políticas de la existencia del estado judío, que ya hemos

analizado, el sionismo ha determinado una serie de cambios y efectos ide-

ológicos e institucionales en las comunidades dispersas, diferentes pero

afines a las características que han adoptado en el propio estado de Israel.

Entre estos efectos podemos contabilizar los derivados de la intensa pro-

paganda política y de la acción efectiva del sionismo frente a algunas co-

munidades amenazadas que, conducidas por las políticas migratorias del

estado judío, han terminado por incorporarse al cuerpo del estado judío

hasta disolverse en él. Casi todas las comunidades importantes cuentan

con sistemas ya sea de divulgación del ideal centralizador sionista o de

apoyo incondicional y activo al estado de Israel, cuyo caso más significa-

tivo es el de los grupos de presión norteamericanos204. También en ellas

existen consecuencias derivadas del éxito del ideal sionista, lo cual se ha

sumado a la destrucción o desaparición de muchas comunidades europeas

y orientales durante el último siglo.

Así, el estado se ha integrado culturalmente a tradiciones muy varia-

das, y este proceso ha sido estimulado por la aceptación internacional de

esta forma de judaísmo. A su vez, el marcado y creciente debilitamiento

de la ley judía tradicional como mecanismo de integración social en com-

paración con los sistemas jurídicos estatales de matriz liberal ha determi- 204 El principal de ellos, AIPAC, reúne a 50.000 miembros de 50 estados de la unión y está considerado por The New York Times y la influyente revista Fortune como uno de los cinco grupos de presión más importantes en los EUA.

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266

nado la posibilidad de que el nacionalismo judío representado por el sio-

nismo se transforme en el cuerpo de valores preferido para sectores im-

portantes de cada comunidad, produciéndose un reemplazo de los ejes de

la vida judía: los relatos bíblicos, la ley Halájica, las tradiciones particula-

res de cada comunidad, ceden espacios simbólicos de legitimación e inte-

gración a la centralidad ideológica y simbólica del estado judío. Sin em-

bargo, este carácter central no refleja una capacidad paralela de integra-

ción y reproducción social y, por esta razón, las comunidades tienden a

empobrecerse en lo simbólico y en lo cultural, facilitando los procesos de

asimilación y aculturación que se derivan de las condiciones sociales exis-

tentes.

En un período muy corto de tiempo, entonces, la diversidad cultural

de la judeidad, como ha ocurrido con la diversidad cultural de la humani-

dad, se ha empobrecido tanto en extensión geográfica como en contenidos

característicos. Esto no se debe a un dispositivo perversamente diseñado,

sino a las consecuencias de un largo proceso de degradación cultural. Una

de las razones que explicarían el virtual estancamiento demográfico de la

población judía mundial sería, en este contexto, no tanto la imposición de

otras culturas –pues estar subordinada a ellas es el modo “tradicional” de

ser judío en muchos países centrales– sino más bien la carencia de incen-

tivos para mantener la identidad judía en términos culturales. El reempla-

zo de los bienes simbólicos y culturales por otros representados en el

mercado facilita la transición, que se acelera de generación en generación.

El estado judío es partícipe principal de este proceso, pues ha subordinado

a su condición de estado moderno cualquier característica particular y, así,

para muchos judíos resulta lo mismo ser nacional de este estado o de otro,

mientras que la intransigencia de los sistemas jurídicos occidentales y su

incapacidad para registrar y tolerar las diferencias han hecho el resto.

Page 267: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

267

En el ámbito discursivo, esto se ha expresado como la creación de un

“nuevo judaísmo”, pero también de un nuevo judío arquetípico, capaz de

defenderse y prosperar bajo el manto del estado nacional judío. Aunque

estamos hablando de una tendencia, y no de un hecho consumado, las cir-

cunstancias que describimos no son tampoco un diagnóstico de lo que

puede ocurrir en el futuro, sino de una concatenación de hechos que se

verifican en casos concretos, en términos demográficos y culturales. El

problema no consiste tanto en que los judíos no “pueden” seguir siendo

judíos, sino en que no existe ninguna ventaja cultural en serlo en términos

de supervivencia y adaptación, mientras que la presión de la cultura del

mercado, del consumo y del individualismo homogéneo, minan las resis-

tencias subjetivas a este proceso. Los judíos dejan de ser judíos porque se

diluye su interés en pasar sus vidas realizando actividades culturalmente

reconocibles como judías, y este tiempo es utilizado para la práctica del

consumo de masas.

Paradójicamente, luego de enfrentarse con bastante éxito a las socie-

dades cerradas que explícitamente excluían a lo judío, las sociedades

abiertas, que protegen la libertad de culto y que se sustentan en una eco-

nomía de mercado con gran dinamismo socio-cultural, están minando la

fuerza vital del judaísmo, al convertir a una parte importante de las tradi-

ciones y costumbres en bienes mercantiles y, en cuanto tales, en mercanc-

ías que pueden reemplazarse por otras, perdiendo así fuerza como ele-

mentos para la integración de las comunidades judías.

Page 268: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

268

D_ Epílogo: El Polvo del Santuario

En el camino que hemos recorrido para aproximarnos al fenómeno

sionista prestamos especial atención a sus aspectos problemáticos, a sus

inconsistencias, a sus incongruencias. Y, sin embargo, no es difícil apre-

ciar que, detrás de estos problemas, hay también aspectos luminosos, hay

sueños cumplidos y esperanzas realizadas. Porque el camino hacia el San-

tuario Desolado, según los nuevos mitos, fue duro y doloroso, y cierta-

mente no se trata leyendas sin fundamento. El sionismo, a través del dis-

curso y de la práctica, recuperó una sensación de seguridad en la condi-

ción judía y en sus posibilidades futuras que ningún otro camino en la ju-

deidad ha tomado con fuerza semejante en el camino muchas veces vio-

lento de la modernidad. Ha alcanzado a crear parcialmente a ese nuevo

judío, aún cuando se juzgue innecesaria o incluso deplorable y contrapro-

ducente la oposición al “viejo”. Es sin duda alguna, por otra parte, una

forma legítima del ser y no podemos imponer un juicio a este fenómeno

por consecuencias que nadie supo prever, y mucho más cuando no se trata

sino de un ejemplo de lo que ha ocurrido con buena parte de la humani-

dad, debido a la imposición de mecanismos mucho más amplios y diná-

micos a los que debe responder de una u otra manera.

Aunque consideramos necesaria la evaluación moral y política de es-

tas consecuencias y la reacción ante los daños causados, y no hemos aho-

rrado al respecto crítica alguna, en especial cuando se ven afectadas per-

sonas y poblaciones, en lo que a los efectos que causa el empuje ideológi-

co sionista en el propio tejido social de la judeidad no presentamos obje-

ciones de tipo moral, pues ya nos hemos desviado tanto del mítico camino

original que la desviación nos impide incluso “saber de qué nos estamos

desviando”. Nos preocupa, eso sí, lo que el ideario sionista deja por el

Page 269: El Polvo Del Santuario-Alejandro Soltonovich

269

camino, lo que intenta abandonar en el pasado como una carga inútil, esas

experiencias que atraviesan siglos de aprendizaje, a las que seguimos li-

gados parcialmente, por motivos culturales, sentimentales y acaso estéti-

cos.

La ciencia puede penetrar profundamente en el tejido social y psi-

cológico de esta condición, pero no sin desagregar y debilitar estas mis-

mas sensaciones, pues los discursos que se hacen sobre el mundo no son

el mundo –ni mucho menos la percepción sensible del mundo–, al punto

que podemos intuir –pero no exactamente saber– que deshacernos de

ellas, desbrozándolas con la observación metódica y la práctica analítica,

u olvidándolas definitivamente en favor de otras opciones culturales, es

una de las peores cosas que pudieran ocurrirnos si no pudiéramos recupe-

rar el aspecto sensible de esa forma de ser, aún cuando comprendamos

que se trata de opciones legítimas y respetables.

Por eso persiste, al lado de la preocupación por los males sociales y

personales, la preocupación por la destrucción cultural y el empobreci-

miento de identidades que pasan cada vez más veloces, pues ya las gene-

raciones no parecen querer reflejarse en las que las precedieron –como si

tal abandono fuera posible–, buscando en una inmediatez de egoísmo ab-

soluto y de consumo –que es también una dependencia extrema– la satis-

facción de las necesidades físicas y psicológicas. Curioso y triste destino

para el único animal que parece capaz de pensar en recrear el mundo a la

medida de sus utopías.

Como, a pesar de los cambios y de las diferencias, hay en el sionismo

y en la sociedad israelí mucho de lo que todavía podemos considerar pro-

pio o afín, duelen más y causan más enojo las injusticias que se cometen

en nombre de ese colectivo que, de alguna manera, nos incluye y nos in-

tegra. Sí a eso se le agrega la degradación de los elementos que nos per-

miten reconocernos en el peligroso caos del mundo actual, quedarán cla-

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270

ras las motivaciones para intentar comprender este fenómeno. Puede ocu-

rrir también, y tal vez sea pronto para saberlo, que alcanzar el Polvo del

Santuario por el camino de la Independencia Nacional no sea el destino

que buscan los corazones puestos en Oriente y éstos deberán decidir algu-

na vez –si pueden– entre seguir andando o atravesar las puertas del eterno

olvido.

Pero mientras nos quede mundo bajo los pies, hayamos elegido o no

ese camino, debemos respetar nuestro sentido del bien, sin rendirnos ni

cerrar los ojos ante la injusticia, en especial aquella que se cometa en

nuestro nombre y en nuestro presunto beneficio. “¿Te has comportado

justicieramente con tus semejantes?”, es la primera pregunta que se nos

haría a los judíos al morir y, quizá, “es una pena que no exista dios” para

formularla. En cualquier caso, esa es la pregunta que debemos hacernos

ante cada decisión colectiva, antes de entrar en la leyenda.

“Este es el fin de nuestra historia, la cual prometimos

contar con toda verdad (...) La manera y el orden que

en contar la verdad de ella se ha guardado, la dejare-

mos para que los lectores la juzguen...”

Flavio Josefo, De la Guerra de los Judíos y la Des-

trucción de Jerusalén.

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