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CAPITULO VIII El marxismo analítico en la filosofía política contemporánea JHON PALACIOS* Introducción EL DESARROLLO DE LA DOCTRINA DE Marx después de su muerte siguió ini- cialmente la orientación de la corriente principal de la II Internacional (cons- tituida en 1889) y después se dividió en dos corrientes distintas: el marxismo soviético y el marxismo de occidente o marxismo heterodoxo. El marxismo so- viético se caracterizó por una profunda preferencia por la aseveración sobre la argumentación 1 , en tanto que el marxismo heterodoxo no compartía muchas de sus tesis, sobre todo la teoría del reflejo 2 . Con fines expositivos, aquí se tratará sólo el marxismo heterodoxo. La Internacional fue dominada por el Partido Socialista Alemán (SPD) cuyos lí- deres teóricos eran conjuntamente el ruso Georgui Plejánov y Karl Kautsky. Este último sostuvo que la teoría del reflejo no era científica y que era posi- ble hacer reformas desde la superestructura, al tiempo que resaltó la impor- tancia de potenciar la democracia. Hacia 1900 surgió una sedición contra la postura del SPD, encabezada por Eduard Bernstein, quien apuntaba que la revolución era improbable y que los objetivos socialistas podían ser realiza- dos por medios no violentos. * Estudiante de Ciencia Política, Universidad Nacional de Colombia. 1 Leszek Kolakowski, Las principales corrientes del marxismo, 3 vols. Madrid: Alianza, 1980, vol. 1, p. 8. 2 Ésta enunciaba que el orden jurídico-político y las formas de conciencia social (la superestructura) eran el reflejo de la estructura económica. [363]

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CAPITULO VIII

El marxismo analítico en la filosofía política contemporánea JHON PALACIOS*

Introducción

EL DESARROLLO DE LA DOCTRINA DE Marx después de su muerte siguió ini­cialmente la orientación de la corriente principal de la II Internacional (cons­tituida en 1889) y después se dividió en dos corrientes distintas: el marxismo soviético y el marxismo de occidente o marxismo heterodoxo. El marxismo so­viético se caracterizó por una profunda preferencia por la aseveración sobre la argumentación1, en tanto que el marxismo heterodoxo no compartía muchas de sus tesis, sobre todo la teoría del reflejo2.

Con fines expositivos, aquí se tratará sólo el marxismo heterodoxo. La Internacional fue dominada por el Partido Socialista Alemán (SPD) cuyos lí­deres teóricos eran conjuntamente el ruso Georgui Plejánov y Karl Kautsky. Este último sostuvo que la teoría del reflejo no era científica y que era posi­ble hacer reformas desde la superestructura, al tiempo que resaltó la impor­tancia de potenciar la democracia. Hacia 1900 surgió una sedición contra la postura del SPD, encabezada por Eduard Bernstein, quien apuntaba que la revolución era improbable y que los objetivos socialistas podían ser realiza­dos por medios no violentos.

* Estudiante de Ciencia Política, Universidad Nacional de Colombia.

1 Leszek Kolakowski, Las principales corrientes del marxismo, 3 vols. Madrid: Alianza, 1980, vol. 1, p. 8.

2 Ésta enunciaba que el orden jurídico-político y las formas de conciencia social (la superestructura) eran el reflejo de la estructura económica.

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Dentro del marxismo heterodoxo también se encontraba el marxismo austríaco, que subrayaba que era difícil comprobar empíricamente las ideas marxistas del socialismo y la revolución. A su juicio, no se podía hacer ciencia de fenómenos que no han sucedido; de esta manera el marxismo resultaba sien­do ética y no ciencia. Entre los principales teóricos que fundamentaron la he­terodoxia marxista están Karl Korsch, Georg Lukacs y Cari Bloch. Para Korsch, las relaciones entre superestructura y estructura son interdependientes; en su criterio el planteamiento ortodoxo hace una interpretación mecánica de la dia­léctica materialista de Marx, y pretende llevar la conciencia de clase al prole­tariado desde afuera3.

Con la publicación en 1923 de Historia y conciencia de clase, Georg Lukacs anticipa de manera notable la reinterpretación hegeliana de Marx. Lukacs res­cata el concepto de totalidad concreta: constituida por subtotalidades media­das por el conflicto, a la luz de la cual podemos comprender la economía como un subsistema, una mediación concreta que es interdependiente dentro del todo; y no como la más determinante.

Por su parte, la obra de Antonio Gramsci figura como un punto de recon­ciliación entre la heterodoxia y la ortodoxia marxista. Introduce los concep­tos de bloque de poder y fracciones hegemónicas; para él, las contradicciones entre estos dos niveles solo dan lugar a reformas políticas y jurídicas que legi­timan el orden capitalista, generan falsa conciencia, por lo tanto la dimensión emancipatoria se ve socavada.

Una influencia más duradera tuvo la Escuela de Frankfurt, que conta­ba entre sus miembros originales con Herbert Marcuse, Max Horkheimer y Theodor von Adorno, y cuyo descendiente contemporáneo es Jürgen Habermas. En los tres primeros autores podemos ver una lectura de la so­ciedad a través de una conjunción entre Marx y Freud. Según Elster, gran parte de la obra de la primera Escuela de Francfort está desvirtuada por el oscurantismo hegeliano, mientras que la filosofía de Habermas se funda más sólidamente en argumentos racionales4.

Los representantes de la primera fase del marxismo francés, Jean Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty, leyeron a Marx a través del prisma de Husserl

3 Leszek Kolakowski, op. cit, p. 9.

4 Jon Elster, Una introducción a Karl Marx, México: Siglo XXI, 1991, p. 16.

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y de Heidegger. La segunda fase, la desarrolló Louis Althusser a través de Ferdinand de Saussure, fundador de la lingüística estructuralista. Con la inter­pretación de Althusser apareció nuevamente el cientificismo del marxismo, tras una generación de marxistas que habían declarado que las categorías de la ciencia natural eran inapropiadas para el estudio de la sociedad. También desde el marxismo estructural, Nicos Poulantzas considera el orden político, jurídico, las formas de conciencia social, la ideología, como superestructura que actualmente se nos presenta en las formas de legitimidad, Estado de dere­cho y consenso. También están los desarrollos del posestructuralismo francés, cuyo autor más representativo es Michel Foucault.

En este contexto aparecerían los trabajos sobre filosofía, historia, econo­mía y ciencia social marxista, que Callinicos ha denominado anglomarxismo, después conocido como marxismo analítico. Por otro lado, estaría el marxis­mo de los países llamados tercermundistas, que incluye la teoría de la depen­dencia de André Gunder Frank, la teoría del intercambio desigual de Aghiri Emmanuel y la teoría de la acumulación a escala mundial de Samir Amin. Fi­nalmente, y en un plano distinto, estaría el marxismo radical de Antonio Negri.

Para comprender los antecedentes teóricos contiguos y la ubicación tem­poral del marxismo analítico en el debate filosófico-político actual, también es necesario señalar un mapa general que va desde la obra de Rawls, pasando por las primeras repercusiones de su propuesta que se dan en la década de los setenta y que provienen de la orilla liberal, específicamente de los modelos neocontractualistas5, hasta la entrada de la década de los ochenta cuando se produce la reacción comunitarista, que marca el comienzo de una de las más significativas polémicas filosófico-políticas del siglo XX, conocida como el de­bate liberal-comunitarista6.

5 Desarrollados principalmente por Robert Nozick, Anarquía, Estado y utopía, México: Fondo de Cultura Económica, 1988; James Buchanan, The Limits of Liberty, Chicago: University of Chicago Press, 1975; Friedrich von Hayek, Derecho, legislación y libertad, Madrid: Unión Editorial, 3 vols. (1976, 1985, 1988) y David Gauthier, La moral por acuerdo, Barcelona: Gedisa, 1994.

6 Óscar Mejía Quintana, "Desarrollos posrawlsianos de la filosofía política contemporánea: republicanismo, marxismo analítico y democracia deliberativa", en revista Politeia No. 28, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, Bogotá: Unibiblos, 2002, p. 304.

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Desde la crítica liberal, los modelos neocontractualistas tienen como de­nominador común la reivindicación de la libertad sin constricciones, la autorregulación de la economía sin intervención estatal, la minimización del Estado y la reivindicación del individuo y su racionalidad instrumental7. De otro lado, entre los autores de las objeciones comunitaristas al proyecto libe­ral se encuentran a Alasdair Maclntyre, Charles Taylor, Michael Walzer y Michael Sandel. Para Maclntyre, la paradoja de la tradición liberal es su falsa creencia de que todo fenómeno cultural puede ser traducido a su propio len­guaje, el liberal. El liberalismo no concede un lugar central al mérito en sus ale­gatos sobre la justicia, en su visión individualista, éste y las virtudes que lo fundan son descartadas.

Taylor rescata las raíces colectivas de la individualidad, mostrando que todo ser humano se define desde una tradición y unos valores encarnados en la comunidad que no pueden ser desconocidos. Para Walzer, los bienes socia­les primarios enunciados por Rawls no pueden ser fijados en términos uni­versales, pues cada comunidad posee un patrón de bienes sociales específicos. El liberalismo impone en forma hegemónica su concepción particular de bie­nes sociaies, contradiciendo sus postulados uc nuertau. En oanuei, su critica se dirige a la reducción liberal de que la vida colectiva de la comunidad se ago­ta exclusivamente en su dimensión política, en detrimento de otras esferas no menos fundamentales8.

Óscar Mejía precisa que en el contexto de la obra de Rawls y el debate que ésta suscitó, se despliegan tres divisiones de la filosofía política contemporánea. La primera la compone el republicanismo que resurge en la década de los se­tenta, con los trabajos de Pocock y Skinner. La segunda, que se consolida a fi­nales de los setenta, la hallamos en el marxismo analítico, cuyos principales autores son Gerald A. Cohén, fon Elster, John Roemer y Philippe van Parijs, entre otros. De esta manera, el marxismo analítico aparece como el desarro­llo de una filosofía política posrawlsiana. Principalmente, la recepción euro­pea de Rawls se guía por otras inclinaciones, retomando los términos de la disputa liberal-comunitarista, pero conectándola a la tradición marxista desde una interpretación heterodoxa. Y una tercera, resultado tanto del fortaleci­miento de sus planteamientos como en réplica a los mismos, de John Rawls y

7 Ibid.,p.315.

8 / tel,pp.317,318y319.

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Jürgen Habermas, que retomando gran parte de las ideas republicanas coin­ciden en la propuesta de un modelo de democracia deliberativa9.

La particularidad del marxismo en tanto pensamiento teórico, método de análisis de la realidad y proyecto político transformador, lo hizo altamen­te vulnerable no sólo a las crisis académicas sino también a las vicisitudes de los movimientos políticos que se articularon en su nombre. Una vez agotado el auge progresista de los sesenta e inicios de los setenta, el descenso de estas fuer­zas políticas precipitó la necesidad de reflexionar sobre la viabilidad o no de las estrategias de transformación social. Frente a la caída del Muro de Berlín, y el consecuente desvanecimiento de las expectativas del triunfo final del socialis­mo, aquellas necesidades se volvieron indispensables.

El marxismo, que en los años setenta se había constituido como una vigo­rosa corriente de pensamiento en las grandes universidades de Europa y Amé­rica del Norte, inicia un proceso de reformulación que culmina en lo que hoy conocemos como el marxismo analítico10. Este proceso se verifica principal­mente en los Estados Unidos y el Reino Unido, localización geográfica que po­dría explicarse, según Perry Anderson, por el desarrollo de la filosofía analítica en el mundo anglosajón.

Un grupo de profesores de universidades europeas y norteamericanas, convocados por el filósofo canadiense Gerald A. Cohén, autor de La teoría de la historia de Karl Marx. Una defensa11 y profesor de Teoría Social y Política en Oxford, se reúnen en Londres en 1979 y comienzan a discutir sobre la pertinen­cia de las categorías e hipótesis fundamentales del marxismo clásico en la épo­ca contemporánea.

Esta primera reunión fue la plataforma de lanzamiento de esta nueva es­cuela de pensamiento marxista, y en sus sucesivas reuniones anuales se empe­zaron a analizar constantemente las elaboraciones de cada uno de los integrantes. El denominado Grupo de Septiembre ha estado constituido pri­mordialmente por los que asistieron a la reunión fundacional. Ellos son, aparte de Gerald A. Cohén, John Roemer y Robert Brenner (economistas profesores

9 Ibid., p. 305.

10 Erik Olin Wright, "What is Analytical Marxism?", en Socialist Review, vol. 89/4, octubre/diciembre, 1989, p. 37.

11 Gerald A. Cohén, La teoría de la historia de Karl Marx. Una defensa, Madrid: Siglo XXI y Editorial Pablo Iglesias, 1986.

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de la Universidad de California), Jon Elster y Adam Przeworski (filósofo no­ruego y politólogo polaco respectivamente, ambos profesores de la Universi­dad de Chicago) y Erik Olin Wright (sociólogo norteamericano, profesor de la Universidad de Wisconsin). El grupo se completa además con Philippe van Parijs, Robert van der Veen, Pranab Bardhan, Hillel Steiner, Samuel Bowles y Alien Wood.

i. El marxismo considerado desde una perspectiva analítica i.i.¿Qué es el marxismo analítico?

El marxismo analítico se caracteriza por un acercamiento no dogmáti­co a temas clásicos de la tradición marxista y por su insistencia en la búsque­da de fundamentos en general y de microfundamentos en particular, la coherencia interna, el análisis conceptual, la claridad expositiva y el rigor in­telectual. Se reconocen, de modo explícito como resultado de las tradiciones marxista y no marxista12.

Sus estudios parten de que el marxismo es una ciencia social que nace du­rante el siglo XIX y que como tal está sujeta a ciertas limitaciones. No obstan­te, reconocen que su poder para explicar ciertos periodos y hechos históricos es tan fuerte que deja la impresión de tener una esencia válida pero que necesi­ta ser aclarada y analizada. En este contexto, los marxistas analíticos se han visto impulsados a revisar algunos principios sustanciales de la arquitectura teóri­ca clásica.

El marxismo ha experimentado un extraño proceso, por el cual el aspec­to que parecía menos relevante, se ha ido transformando en el que lo conserva vivo: la teoría moral marxista, que para autores como Althusser, constituía residuos ideológicos en el pensamiento de Marx. La mayoría de marxistas ana­líticos han encontrado en ella el punto de partida de la contribución marxista al mundo contemporáneo, de allí proceden las bases para la crítica de la explo­tación y la alienación.

Erik Olin Wright enuncia algunos de los rasgos distintivos del marxismo analítico: Primero, un compromiso con las normas científicas convencionales, que lleva a que los autores inscritos en esta corriente enfaticen el valor de la in­vestigación empírica y sometan sus argumentos a una crítica y revisión perma­nentes. Segundo, una acentuada preocupación por la definición de conceptos

12 John E. Roemer (comp.), El marxismo: una perspectiva analítica, México: Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 9.

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y por resguardar la coherencia lógica de los distintos análisis que se llevan a cabo. Tercero, el explícito uso de modelos abstractos, en ocasiones altamente formalizados. Cuarto, la importancia otorgada a las acciones intencionales de los individuos, tanto en las teorías explicativas como en las normativas13.

Las diferencias al interior del grupo, no sólo en términos teóricos sino también en adscripciones políticas y orígenes disciplinarios, llevaron a los mar­xistas analíticos a buscar un espacio común que los convocara, a definir algu­nos de los temas acerca de los cuales era fundamental establecer el diálogo y la confrontación. Wright explica cuáles fueron algunos de los ejes en los que se centraron la discusión y el intento de reformulación teórica emprendidos por esta corriente: el concepto de explotación, el individualismo metodológico, la crítica ética del capitalismo y la centralidad del concepto lucha de clases en las transiciones históricas14.

1.2. Metodologías del marxismo analítico: Individualismo metodológico, teoría de juegos, teoría de la elección racional y explicación funcional Podría decirse que la influencia de la renaciente filosofía política sobre el

marxismo analítico ha sido todavía mayor: más allá de los temas sustantivos examinados por estas nuevas teorías de la justicia, se encontraba la metodolo­gía propia de estos estudios. En efecto, estos nuevos estudios toman como pun­to de partida al individuo, tratan de definir claramente los conceptos que emplean, y plantear y poner a prueba las hipótesis. En definitiva, apelan a he­rramientas propias de la filosofía analítica y se preocupan por alcanzar un alto rigor científico. Intentan separar hechos y valores.

Entonces, la influencia de esta nueva filosofía política sobre el marxismo analítico sería doble: influencia en los temas abordados e influencia en el modo de abordarlos. Uno de los aspectos metodológicos a través de los que el mar­xismo analítico se distingue a sí mismo del marxismo tradicional es la respon­sabilidad irrestricta hacia la necesidad de la abstracción. Para Roemer, en su mayor parte, el marxismo tradicional duda cuando se aleja demasiado de la historia real. Se hace preciso aceptar la necesidad de la abstracción cuando se

13 Wright (1994), citado por Roberto Gargarella, "Marxismo analítico y teoría de la justicia", en Las teorías de la justicia después de Rawls. Un breve manual de filosofía política, Barcelona: Paidós, 1999, p. 102.

14 Erik Olin Wright, op. cit, p. 38.

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desea centrar la atención y revelar de modo adecuado las partes dinámicas de cualquier teoría.

Otra característica del marxismo analítico es la búsqueda de fundamen­tos, para responder a cuestiones que el marxismo tradicional no consideraba indispensable formular, por ejemplo, el problema de la justicia. El método del marxismo es la dialéctica. Para Elster, la lógica dialéctica se basa en varias pro­posiciones que pueden tener cierto atractivo inductivo, pero que están lejos de constituir reglas de inferencia. Este autor sostiene que en la ciencia social mar­xista la dialéctica se utiliza a menudo para justificar un tipo de razonamiento teleológico muy endeble, en el que los desarrollos deben ocurrir para que la his­toria se desarrolle tal y como se había planeado.

El esfuerzo por contestar a nuevas preguntas se deriva de la necesidad de comprender cuáles son los principios primordiales que subyacen a los juicios marxistas. Así, esta indagación conduce a la construcción de esquemas y mo­delos. Para Roemer el éxito desigual del socialismo y el dudoso fracaso del ca­pitalismo son dos hechos contemporáneos que indudablemente representan grandes retos para el marxismo15. Entonces, serían estos fenómenos en conjunto los que llevaron a ia búsqueda de fundamentos, la cual condujo a su vez a abor­dar temas que probablemente para el marxismo ortodoxo eran secundarios, y a usar los métodos de la filosofía analítica y de la ciencia social positivista tal como se encuentran actualmente.

La presencia masiva que han conquistado en los principales centros aca­démicos estadounidenses, especialmente en el área de estudios de política nor­teamericana, las teorías de la elección racional, el individualismo metodológico y la economía neoclásica aplicada a las ciencias sociales16, ha llevado tanto a los marxistas como a quienes se inscriben en las corrientes teóricas más tradicio­nales a repensar algunos de los problemas centrales de la teoría.

En efecto, el paradigma emergente colocaba una serie de exigencias -y re­velaba un conjunto de lagunas explicativas- en relación con la comprensión de las acciones y estrategias de comportamientos individuales que las teorías ba­sadas en el análisis de los agregados colectivos no podían, al menos en princi­pio, resolver adecuadamente.

15 John E. Roemer, op. cit., p. 10.

16 Adam Przeworski, "Marxismo y elección racional", Zona Abierta 45, octubre/diciembre, 1987, p. 99.

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Con algunas excepciones, el individualismo metodológico es un rasgo común de varios de los marxistas analíticos. Según Elster, este punto de par­tida implica considerar que "todas las instituciones, los patrones de compor­tamiento, y los procesos sociales pueden ser explicados en principio en términos de individuos exclusivamente; a partir de sus acciones, metas, creen­cias, intenciones, propiedades, relaciones y acciones racionales". El individua­lismo metodológico, en cambio, no los compromete con el presupuesto de que los hombres son egoístas y simplemente racionales.

Partiendo de la premisa de que no existe un método propio del mar­xismo, estos autores han propiciado la combinación del individualismo metodológico, de la teoría de juegos y de la teoría de la elección racional, es de­cir, la metodología de las ciencias positivas, con el propósito de preservar las importantes y explicativas categorías teóricas del marxismo.

Esto plantea al marxismo la necesidad de hallar los microfundamentos que permitan reconocer en el plano general de un problema social los mecanismos y los procesos que actúan a nivel individual, porque sin ello, para Elster, "las grandes reivindicaciones marxistas acerca de las macroestructuras y el cambio a largo plazo están condenadas a permanecer en un nivel especulativo"17.

Elster sostiene que las ciencias sociales en general, pero muy especialmente el marxismo, están invadidas por "explicaciones funcionalistas en las cuales los resultados son reconstruidos como si fueran las causas"18, añadiendo que este tipo de explicación sólo es válida en la biología. El núcleo de la crítica elsteriana se centra en la adopción por parte del marxismo de paradigmas funcionalistas que consisten en proponer una acción sin actor19.

17 Jon Elster, Making sense of Marx, Cambridge: Cambridge University Press, 1987, p. 23.

18 Alien Wood, "Materialismo histórico y explicación funcional", en Zona Abierta 43-44, abril- septiembre, 1987. Gerald A. Cohén, "Réplica al marxismo, funcionalismo y teoría de juegos de Elster", en Zona Abierta 33, octubre-diciembre, 1984. Philippe van Parijs, "El marxismo funcionalista rehabilitado. Comentario sobre Elster", en Zona Abierta 33, octubre-diciembre, 1984.

19 Jon Elster, "Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos. Alegato en favor del individualismo metodológico", en Zona Abierta 33, octubre/ diciembre, 1984, p. 24.

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Para Elster, la adopción del individualismo metodológico que involucra a la teoría de juegos y los modelos de acción racional es una buena opción ex­plicativa que permitiría al marxismo dar cuenta de sus concepciones más fuer­tes y de la posibilidad del cambio.

Sin embargo, el marxismo de elección racional ha sido visto como una contradicción de términos. Roemer se pregunta que si el marxismo destaca tan­to la importancia de la lucha de clases y de la acción colectiva como la forma­ción social del individuo, ¿cómo podría emplearse un método que postula al individuo como un agente con preferencias y objetivos, que maximiza su com­portamiento de forma individual y sujeto a restricciones?

Roemer señala que la importancia del individualismo metodológico den­tro del marxismo reside en que éste indica cómo la acción de clase y la for­mación social del individuo pueden estudiarse por medio de modelos de elección racional. Jon Elster afirma que debe aplicarse la teoría de juegos a los problemas del marxismo y sostiene que las débiles explicaciones del mar­xismo son funcionales, lo cual debe repararse mediante el estudio de los microfundamentos para los fenómenos considerados. La teoría de juegos re­conoce ia existencia ue constricciones estructurales y sostiene que estas no de­terminan totalmente las elecciones de los actores. Lo que distingue a la teoría de juegos es que constituye una variante de la teoría de la elección racional que permite al investigador ir más allá de las elecciones racionales de un actor in­dividual y estudiar la interdependencia de las decisiones y las acciones de diver­sos actores.

Elster identifica tres interdependencias entre los actores implicados: Pri­mera, la recompensa de cada actor depende de las elecciones que hagan los de­más actores. Segunda, la recompensa de cada actor depende de la recompensa que reciben los demás. Y finalmente, la elección de cada actor depende de las elecciones de los demás actores. El análisis de juegos (como el conocido "dile­ma del prisionero", en el que los actores terminan peor si persiguen sus intere­ses que si los sacrifican) ayuda a explicar las estrategias de los diversos actores y la emergencia de colectividades tales como las clases sociales20.

Para este autor, la teoría de los juegos resulta valiosa en interacciones de estrategia, comportamiento y consecuencia. Elster ofrece múltiples ejemplos que muestran la eficacia de la teoría de los juegos en los problemas marxistas.

20 Jon Elster, "Metodología marxista", en Una introducción a Karl Marx, op. cit., pp. 31-32.

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Al contrario de Elster, Cohén señala que el único camino que confiere sentido a la teoría del materialismo histórico es una explicación funcional. La diferen­cia entre Elster y Cohén con respecto a la validez de las explicaciones funcionales no se registra en la importancia de los mecanismos básicos del cambio históri­co en el comportamiento racional de los individuos. Se trata de una diferencia de opinión acerca de la necesidad de comprender estos micromecanismos an­tes de poder pensar en la explicación de un hecho.

Alien Wood mantiene una posición semejante a la de Cohén, mientras que Elster, individualista metodológico, que también ha realizado una extensa la­bor exegética en su Making sense ofMarx, se muestra en desacuerdo en muchos puntos y, en especial, respecto a la explicación funcional21. La orientación de la elección racional de Elster, que encontramos expresa en su obra Making sense ofMarx, afirma que el método básico que utiliza Marx para explicar los fenó­menos sociales implica una preocupación por las consecuencias inesperadas de la acción humana, en contra de la mayoría de los marxistas que consideran a Marx como un bolista metodológico preocupado por las macroestructuras. Según Elster, Marx practicó un individualismo metodológico, o la doctrina de que todos los fenómenos sociales -su estructura y su cambio- son en principio explicables únicamente en términos de los individuos. De esta manera, Elster utiliza la perspectiva de la elección racional para criticar la orientación de los marxistas estructurales.

Adam Przeworski se inclina por aceptar el individualismo metodológico, observando no obstante que su aplicabilidad mediante la teoría de los juegos no ha logrado todavía el desarrollo suficiente como para permitir su cabal apli­cación a algunos conceptos como el Estado, el capitalismo y las clases sociales. Por su parte, Wright señala que cuando era estudiante se veía sistemáticamente enfrentado a la necesidad de probar empíricamente, ante los representantes de la sociología positivista, la validez contenida en los principios teóricos a los cua­les se adhería.

21 La revista Zona Abierta ha recogido buena parte de este debate. Véase, J. Elster, "Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos", y las réplicas de Cohén y Van Parijs en ZA 33, 1984; A. Wood, "Materialismo histórico y explicación funcional" y Jon Elster, "Nuevas reflexiones sobre marxismo, funcionalismo y teoría de juegos", ZA 43-44, 1987; A. Przeworski, "Marxismo y elección racional", ZA 45, 1987 y Andrés de Francisco, "Marxismo analítico: teoría y método", ZA 48-49, 1988.

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Por eso sostiene que para el marxismo es de fundamental importancia armarse de una herramienta metodológica que le permita neutralizar el cues­tionamiento del positivismo que lo excluye del ámbito de la ciencia. La inten­ción de los analíticos va a estar centrada en una doble articulación: por un lado las categorías teóricas marxistas y su preeminencia, y por el otro el de­sarrollo de un método concreto de análisis que permita una adecuada refe­rencia a los antecedentes empíricos y que despoje al marxismo de toda reminiscencia metafísica.

Mientras que ninguno de estos proyectos se basa en la creencia en un sim­ple modelo empírico para probar ideas teóricas complejas, sin embargo, todos concuerdan con el precepto científico convencional de que "los avances teóri­cos dependen, al menos en parte, de su vinculación con datos relevantes deri­vados de la investigación empírica"22. Esto conduce a la necesidad de hallar y articular los microfundamentos constitutivos de la macroteoría, pero esa evi­dencia, de acuerdo con Wright, no implica necesariamente la adopción del in­dividualismo metodológico, y mucho menos realizar el análisis de los microfundamentos desde los modelos de acción racional.

Según Levine, Sober y el propio Wright, hay muchas otras clases posibles de microfundamentos de los fenómenos sociales; se pueden utilizar también las teorías de la socialización que hacen hincapié en la inculcación de las normas y hábitos. También la teoría marxista de la ideología, entendida como una teo­ría del proceso de formación de los sujetos sociales, puede servir de base en el proceso de esta búsqueda.

Como puede verse, la necesidad de analizar los microfundamentos pare­ce ser un punto de convergencia dentro de esta corriente teórica, aunque no así la metodología utilizada para estudiarlos. La relevancia de este enfoque está centrada en la posibilidad de conocer más exhaustivamente el universo a inves­tigar, para así formular las preguntas y los objetivos de la investigación de ma­nera más precisa.

Para ellos, el eje de esta revisión se situaba en la dificultad de encontrar des­de el marxismo (y ése fue el tradicional flanco de ataque de sus adversarios) un método de análisis empírico que permitiera darle estatuto de ciencia recono­cida al materialismo histórico. Enfrentados con la necesidad de comprobar sus hipótesis, los marxistas analíticos adoptaron el individualismo metodológico,

22 Erik Olin Wright, op. cit, p. 42.

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la teoría de juegos y los modelos de acción racional como los pilares que con­sagrarían la disciplina empírica de sus trabajos.

Finalmente, es interesante conocer la saludable reformulación que el marxismo analítico introdujo en las preocupaciones sobre la rigurosidad del método, intentando sin lugar a dudas que el marxismo se involucre en nue­vas preocupaciones y temas, fundamente mejor sus desarrollos normativos a partir de realidades sociales concretas, buscando asimismo continuar con la defensa de sus ideas en los debates y construyendo propuestas tanto teóri­cas como políticas.

Perry Anderson acordaría en darle la bienvenida a esta puesta en dis­cusión de ciertos principios teóricos del marxismo clásico, sin que por ello se adscriba a las tesis del individualismo metodológico, puesto que para este historiador marxista el resultado sería una búsqueda excesiva de la cientificidad de la teoría que debilitaría su conexión con los hechos reales y su realización en la práctica. Anderson afirma que "la presencia de erro­res es uno de los signos de toda ciencia, la afirmación de que no los hay sen­cillamente ha desacreditado la pretensión del materialismo histórico de ser

1.3. El materialismo histórico

Uno de los estudios centrales en este campo fue el de Gerald Cohén, quien se dirigió a reivindicar las tesis esbozadas por Marx. Cohén trata de dotar de contenido empírico suficiente a la evolución de la historia dentro de la filosofía marxista, a fin de permitir que las afirmaciones en juego re­sultasen comprobables o refutables.

Cohén presenta una interpretación de la teoría del materialismo históri­co, en el cual la naturaleza de la estructura económica, incluidas las relaciones de propiedad, depende del desarrollo de las fuerzas productivas. Este autor sin­tetiza la visión marxista en dos tesis fundamentales. La primera es la de la pri­macía de las fuerzas productivas, que sostiene que las mismas constituyen un factor explicativo de primera importancia para entender los cambios sociales de larga escala y la estabilidad de las estructuras sociales. La segunda tesis es la del desarrollo, según la cual las fuerzas productivas se desarrollan a lo largo de

23 Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, México: Siglo XXI, 1985,p.l37.

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la historia, permitiendo que las estructuras sociales menos productivas sean reemplazadas por otras más productivas24.

La obra de Cohén está considerada como una de las mejores defensas y re­construcciones del materialismo histórico que se han hecho, y ha tenido una importancia fundamental en la formación de esta corriente. No obstante, pese a su estatus de fundador de la misma, el libro de Cohén no encaja con buena parte de la caracterización que Roemer desarrolla en sus trabajos. En lugar de heterodoxia, Cohén realiza un minucioso ejercicio de exégesis. Además, Cohén intenta ser en cierto modo ortodoxo y defender un materialismo histórico tra­dicional, monista y tecnológico.

Por otro lado, aunque -en parte, a causa de sus críticos- Cohén tiene en cuenta qué es lo que resulta individualmente racional hacer ante bienes públi­cos como el progreso productivo o las revoluciones, no utiliza modelos ma­temáticos, ni la teoría de juegos, pone en discusión que estos instrumentos sirvan para analizar las tesis centrales del materialismo histórico y sigue ape­gado a la explicación funcional. G. Lock apunta que Cohén se ha convertido en el principal filósofo marxista del mundo anglófono. Ni siquiera sus críti­cos han escatimado reconocimientos a la claridad de su reconstrucción y la lucidez de su defensa.

No obstante, Isaiah Berlin ha subrayado que "la clarificación puede expo­ner las deficiencias de una teoría"23. Y a juicio de Lock, esto es lo que Cohén ha logrado en parte con esta versión del marxismo. El número de artículos y libros que siguió a la publicación de esta obra sugiere que ha provocado tendencias en ambas direcciones. Por un lado, ha revitalizado el marxismo, atraído a mu­chos y renovado el interés por los temas que estudia; y por otro, ha expuesto la estructura teórica a una constante crítica y refutación de sus tesis, desde di­versos flancos, incluso desde las filas analíticas.

El libro de Cohén -como su prólogo indica- defiende una concepción tradicional del materialismo histórico en la que "la historia es fundamen­talmente el desarrollo de la capacidad productiva del hombre y en la que las formas de sociedad crecen y decaen en la medida en que permiten o im­piden ese desarrollo".

24 Gerald A. Cohén, La teoría de la historia de Karl Marx. Una defensa, op. cit, 1986.

25 G. Lock, "Louis Althusser y G. A. Cohén: A Confrontation", Economy and Society 17, 1988.

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Robert Brenner adopta una posición casi diametralmente opuesta a la de Cohén, puesto que sostiene que los cambios en las relaciones de propiedad de­ben preceder al desarrollo económico o desarrollo de las fuerzas productivas, y no derivarse de ese desarrollo26, como lo pensaría Cohén. A diferencia de Cohén, Brenner no afirma la existencia general de una determinación materia­lista de transformación económica.

Respecto al tema de las clases sociales, Elster no pone en duda el papel tras­cendental de las mismas, pero sí que sean las colectividades centrales para com­prender la historia, puesto que sostiene que pueden tener igual o más importancia las coaliciones organizadas alrededor de otras esferas tales como la nacionalidad o la religión.

1.4. El marxismo analítico y el problema de la justicia

El trabajo de Van Parijs obtuvo indiscutiblemente un fuerte impulso a par­tir de la obra de Rawls27. La evolución del marxismo analítico se vio definida por dos tipos de contextos, muy distintos entre sí: 1) la evidencia de que la so­ciedad no marchaba necesariamente hacia el comunismo, hizo que algunos marxistas comenzaran a plantearse cuestiones vinculadas a la justicia y la igual­dad, que anteriormente no habían tratado; 2) las crecientes reflexiones sobre cuestiones valorativas, poco apreciadas, aparecieron en el momento en que la discusión sobre la teoría de la justicia de Rawls se desarrollaba plenamente.

Estos autores no comulgaron con la teoría de la justicia rawlsiana. Mu­chos de ellos, por el contrario, criticaron a Rawls y mostraron la insuficiencia de su teoría como propuesta igualitaria. Las discusiones llevadas adelante por estos marxistas sobre el trabajo de Rawls mostraron que ellos empezaban a to­mar la justicia como un problema teórico fundamental.

Llevados a justificar distribuciones más equitativas de la riqueza, vieron la necesidad de apelar a principios de justicia como principios motivadores para la acción y comenzaron a examinar qué principios normativos, si había alguno, eran compatibles con los más clásicos fundamentos del marxismo. La

26 Robert Brenner, "La base social del desarrollo económico", en John E. Roemer (Comp.), El marxismo: una perspectiva analítica, op. cit., pp. 37-38,

27 Roberto Gargarella, "Marxismo analítico y teoría de la justicia", en Las teorías de la justicia después de Rawls. Un breve manual de filosofía política, op. cit., p. 99.

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mayoría de ellos se han replanteado la relación entre marxismo y justicia y, en su generalidad, han terminado aceptando la presencia de una cierta teoría marxista de la justicia.

La noción de autorrealización, por su parte, ha estado anclada en el mar­xismo y ha sido, a la vez, una idea que ha despertado el interés y el estudio des­de otras corrientes. En particular el liberalismo igualitario de Rawls siempre se ha afirmado a partir del valor de la autonomía, que guarda un claro paren­tesco con el de la autorrealización. La idea de autorrealización aparecería li­gada al libre desarrollo de algunas capacidades individuales. Esta es una idea que no parece separarse de los usuales reclamos del liberalismo igualitario. En este sentido, marxistas analíticos y liberales igualitarios compartirían, al me­nos, una misma búsqueda: la de una sociedad que haga posible el desarrollo individual autónomo.

Por su parte, Alien Wood se enfrenta con la idea de que el marxismo equi­vale a una lucha por un igualitarismo omnipresente28. Lo anterior, según este autor, se debe a que de acuerdo con el marxismo, el igualitarismo es tan sólo un medio de alcanzar la abolición de la sociedad de clases y de la opresión.

La concepción de justicia de Van Parijs se constituye en su primera obra, ¿Qué es una sociedad justa? En ella, se retoman el proyecto rawlsiano y las críti­cas de Nozick y del libertarianismo a éste. El punto central de la discusión gira en torno al segundo principio de diferencia de Rawls, en cuanto parecería estar contradiciendo al primero de igual libertad, en tanto que la distribución a fa­vor de los menos favorecidos colocaría en duda la libertad igual para todos, es­tablecida por este último, al implicar no sólo la distribución misma de los recursos naturales sino el reconocimiento legítimo de los talentos naturales de los individuos29.

Para Van Parijs la perspectiva libertariana, incurriría en una incoheren­cia al haber aceptado que el reconocimiento de la propiedad de sí mismo su­pone el reconocimiento de la propiedad colectiva de los recursos naturales. Porque entonces se verían abocados a pasar de fundamentos en términos de propiedad de sí mismo a unos cimentados en criterios de acceso a los recur­sos naturales. Es decir, pasar de una concepción de libertad formal a otra de libertad real.

28 Alien Wood, "Marx y la igualdad", en John E. Roemer (comp.), El marxismo: una perspectiva analítica, op. cit., pp. 321-322.

29 Óscar Mejía Quintana, op. cit., p. 322.

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Esta sería una posición libertariana real que, además de radicalizar a Rawls y fundar una alternativa oportuna a Nozick, recoge la tradición marxis­ta, dirimiendo la disyuntiva entre la propiedad de sí mismo con la propiedad colectiva sobre los recursos naturales, incluyendo la apropiación de los talen­tos en los términos de la cooperación social30.

1.5. La explotación

Los nuevos presupuestos reconocidos por los marxistas analíticos lleva­ron también a profundos replanteamientos de tradicionales conceptos como el de la explotación. Esta necesidad de reconsiderar la idea de explotación se acompaña de otras relaciones adicionales, derivadas de la renovada orienta­ción normativa de los analíticos.

Para Roemer, la explotación implica un desigual acceso a los medios de producción, siendo concebida como una "consecuencia distributiva de una in­justa desigualdad en la distribución de los recursos y los activos productivos"31.

Este autor sostiene que los conceptos de clase y explotación no son deter­minados de manera esencial con referencia a un mercado de trabajo, sino que se encuentran íntimamente relacionados con los derechos de propiedad. El mercado de trabajo es tan sólo una forma particular, aunque de una importan­cia fundamental, para aplicar las consecuencias de una distribución desigual de la propiedad inicial sobre los medios de producción32.

Así, Roemer hace una generalización de la teoría marxista de la explota­ción, la cual emplea las ideas de la teoría de los juegos cooperativos y permi­te analizar el problema de la explotación definida a partir de la desigualdad. Pese a los cuestionamientos hechos a la particular propuesta de Roemer, lo importante es que, a partir de la ruptura por él trazada, esta implicó incluir como parte integrante del concepto de explotación la idea de justicia33; tras

30 Ibid., p. 324.

51 John E. Roemer, "¿Deberían los marxistas interesarse por la explotación?", en John E. Roemer (comp.), El marxismo: una perspectiva analítica, op. cit., pp. 295, 310, 311 y 314.

31 Ibid.,pp. 12 y 13.

33 Reiman (1989), citado por Roberto Gargarella, "Marxismo analítico y teoría de la justicia", en Las teorías de la justicia después de Rawls. Un breve manual de filosofía política, op. cit., p. 115.

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la repercusión de Rawls, surgió la preocupación del marxismo analítico por dicho concepto.

Cohén, por su parte, asoció la explotación a la carencia de reciproci­dad. De acuerdo con su visión, el acento tiene que estar puesto en que, du­rante el proceso productivo, los trabajadores producen cosas que tienen valor y agentes no productivos (los empresarios) obtienen el mayor bene­ficio. La objeción al capitalismo, entonces, vendría formulada en términos de falta de reciprocidad34.

Jon Elster afirma que la idea más ortodoxa de explotación carece de va­lor moral fundamental porque situaciones que tradicionalmente pueden ser descritas como explotadoras no encierran siempre algo reprobable. Y, al igual que Cohén y Roemer, tiende a ligar la idea de explotación con cierto principio normativo de equidad como el de "darle a cada uno de acuerdo con su contri­bución". Así, la explotación, "cuando está mal, esta mal no sólo porque es ex­plotación sino porque se agregan otros rasgos adicionales"35. Por ejemplo, cuando está unida a la coerción física.

1.6. La revolución En primer lugar, los marxistas analíticos se plantean serios interrogan­

tes en cuanto a que pueda producirse una revolución comunista en el mo­mento de mayor expansión de las fuerzas productivas capitalistas, tal como lo creía Marx.

Los marxistas analíticos sostienen que los trabajadores tienden a resistirse a cargar con los gravísimos costos de la transición al comunismo; tal apuesta implica dejar lo que se tiene (aunque sea muy poco), en pos de una utopía in­cierta, que implica el tránsito por un camino cargado de riesgos36. Como dice

34 ídem.

35 ídem.

36 Adam Przeworski, Capitalismo y socialdemocracia, Madrid: Alianza Editorial, 1988. De acuerdo con Przeworski, el socialismo puede ser efectivamente más exitoso que el capitalismo en la satisfacción de los intereses materiales de los obreros. Sin embargo, aun así, puede resultar más racional para los trabajadores el no optar por el socialismo. Ello debido, antes que nada, a los costos de transacción. Pero, adicionalmente, debido a la posibilidad de pactar un cierto modus vivendi con la dase de los capitalistas.

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Elster, cierto grado de miopía y de aversión al riesgo pueden predisponer a los obreros, más bien, a una actitud de rechazo a la revolución37.

Przeworski y Elster señalan en sus estudios que la revolución puede no ser factible en los países capitalistas avanzados. Partiendo del materialismo histó­rico, Elster sostiene que la transición hacia el socialismo es improbable, por­que requeriría la satisfacción simultánea de dos tipos de condiciones que tienden a darse por separado: las condiciones objetivas (alto nivel de desarro­llo productivo) y las subjetivas (la motivación revolucionaria de amplios sec­tores que viven en la pobreza). Con base en este planteamiento, en el Primer Mundo faltarían las condiciones subjetivas para que la transformación se lle­ve a cabo, y en el Tercer Mundo las condiciones objetivas para que ésta se reali­ce apropiadamente.

1.7. Capitalismo y socialismo Muchas de las críticas formuladas desde el marxismo analítico hacia las

explicaciones más tradicionales del marxismo implican dejar algunas impor­tantes piezas del tradicional soporte marxista. Sin embargo, esta actitud no lle­va a los analíticos a conformarse con un modelo impotente de marxismo. Por el contrario, la mayoría de ellos se han concentrado en la elaboración de posi­bles alternativas al capitalismo. En líneas generales sus propuestas han sido di­versas, y no siempre consensuadas entre todos ellos; han procurado aceptar criterios de eficiencia, tomar en cuenta el problema de las externalides y, fun­damentalmente, orientarse hacia la autorrealización individual y la disminu­ción de la alienación en el trabajo38. Van Parijs sostiene que el llamado Grupo de Septiembre se caracteriza por el compromiso con los valores característicos de la izquierda.

El marxismo analítico analiza críticamente viejas y nuevas acusaciones contra el capitalismo, tomando seriamente el llamado pensamiento neoliberal y la defensa liberal del capitalismo, con lo que busca la posibilidad de que la iz­quierda pueda recuperar el nervio ideológico que necesita para avanzar algo más allá de batallas puramente defensivas. Uno de los más lúcidos representan-

37 Jon Elster, An Introduction to Karl Marx, Cambridge: Cambridge University Press, 1990, p. 160.

38 Jon Elster y Karl Ove Moene (comps.), Alternativas al capitalismo, Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1992.

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tes del marxismo analítico, el economista John Roemer, planteó en términos sucintos los grandes desafíos del marxismo de nuestro tiempo: dar respuestas a la crisis del mundo socialista y aceptar la dificultad de concretar la desapari­ción del capitalismo39.

Consideran que alguna forma de socialismo es superior al capitalismo ac­tual y que la alienación e injusticia del capitalismo contemporáneo pueden ser superadas en ese tipo de socialismo.

Para ellos, probablemente la mayor tarea del marxismo de hoy es cons­truir una teoría moderna del socialismo, ésta debe incluir una explicación de las ineficiencias e injusticias del capitalismo moderno, así como un proyecto teórico para corregir esas fallas en una sociedad socialista factible; asimismo, consideran que los métodos y herramientas del marxismo analítico son los que se requieren para elaborar tal teoría.

Adam Przeworski argumenta que la transición al socialismo no necesa­riamente está en el interés material de las clases trabajadoras de los países ca­pitalistas avanzados, a causa de la existencia de costos de transición de un régimen a otro. Los trabajadores pueden ser racionales en su elección del compromiso socialdemócrata, el cual permitiría que los capitalistas reten­gan todavía una cierta porción para "continuar con el mejoramiento del bien­estar de los trabajadores"40. De acuerdo con este argumento de Przeworski, la justificación y reivindicación del socialismo debe hacerse con base en la li­bertad y no en el interés material.

1.8. Alternativas Sin duda, una de las propuestas más controvertidas fue la que hicieron

Philippe van Parijs y Robert van der Veen, llamada "una vía capitalista al co­munismo"41. Su tesis se fundamenta en garantizar a los individuos un ingre-

39 Andrés de Francisco, "Marxismo analítico: teoría y método", en Zona Abierta, No. 48/49, julio/diciembre, 1988, p. 220.

40 John E. Roemer (Comp.), El marxismo: una perspectiva analítica, op. cit, p. 13.

41 Philippe van Parijs y Robert van der Veen, "Una vía capitalista al comunismo", en Theory and Society, 15, 1987, pp. 635-655. Versión en español publicada en Zona Abierta 46-47, enero-junio de 1988, traducción de Natalia Pardo, pp. 19-45.

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so suficiente para satisfacer sus necesidades básicas, que sea incondicional e in­dependiente respecto de trabajos actuales o pasados, de su renta y de sus nece­sidades particulares.

Esta propuesta se formula bajo los siguientes indicios: la situación de des­empleo estructural y el hecho de que al menos en los países desarrollados se ha­bría llegado a un nivel de abundancia relativa, condición esencial para la realización del comunismo.

Respecto de la transición al comunismo, los planteamientos de Van der Veen y Van Parijs conllevan serias modificaciones al enfoque tradicional. Por ejemplo, en ella se dejan de lado algunos compromisos básicos con ideas como las de igualdad de renta, la propiedad pública de los medios de produc­ción y la planificación global de la economía; incluso descartan la necesidad de una etapa socialista intermedia como vía para llegar al comunismo.

A pesar de estas rupturas con ciertas convicciones tradicionales del mar­xismo, se mantienen aquí acuerdos inherentes a ellas, como la idea de que to­dos los individuos tienen que ver sus necesidades básicas satisfechas, o la independencia que debe existir entre lo que una persona aporta a la produc­ción y lo que la persona recibe por su trabajo productivo.

La propuesta del ingreso básico garantizado intenta en parte abolir el problema de la alienación. Y el trabajo, en la visión de Van Parijs y Van der Veen, ya no estaría atado a recompensas externas. El salario universal garan­tizado de Van Parijs se articula sobre tres conceptos: de justicia, libertad y so­l idaridad, que permi ten , así, definir ampl iamente su concepción de legitimidad que se concreta en la fórmula libertad real para todos42. La funda-mentación del salario universal garantizado es realizada en su obra Libertad real para todos, que esboza el segundo concepto de libertad. Este concepto es­tipula la libertad en su amplia expresión de limitación de obstáculos, obje­tando también la reducción de éstos a obstáculos externos.

La particular reivindicación de la tradición marxista hecha desde el mar­xismo analítico, para Van Parijs se concretaría en su proyecto de la libertad real para todos. De este modo, Van Parijs señala que los miembros de una sociedad son realmente libres cuando ésta cumple tres condiciones; primero, que existe una estructura de derechos específica; segundo, cada persona es propietaria de

42 Óscar Mejía Quintana, op. cit, p. 322.

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sí misma; y tercero, que en esta sociedad cada persona tiene la mayor oportu­nidad posible para hacer cualquier cosa que pudiera querer hacer43.

Así, propone que una sociedad libre es aquella en la cual se leximizan las oportunidades de las personas, permitiéndose la protección de su libertad for­mal. Pero la libertad real de cada uno, además de precisarse como formalmente libre, se consigue en la medida en que se tiene el poder y no sólo el derecho de realizar todo lo que cada uno pudiera querer hacer. La consecuencia institu­cional más significativa del ideal de libertad real es el requerimiento de buscar el mayor ingreso incondicional para todos, que resulte adecuado con la segu­ridad y con la propiedad de sí mismo, sin relegar el trabajo asalariado o la ca­pacidad económica44.

Van Parijs aboga por la introducción de un concepto de solidaridad que se manifieste en un modelo normativo de Estado de bienestar y a su vez mate­rialice la concepción de libertad real y justicia solidaria cuya base sería el sala­rio universal garantizado. El modelo de Estado de bienestar que se necesitaría para este propósito es uno que integre los modelos normativos existentes: el modelo de seguro, el modelo solidario y el modelo de equidad.

En el modelo de seguro los trabajadores obligatoriamente ceden parte de sus salarios para transferirlo a un fondo que se dispondrá para cubrir los gas­tos de atención de su salud y para proporcionarles un ingreso cuando por cau­sas de edad, incapacidad o desempleo involuntario no puedan seguir trabajando. En el modelo solidario todas las personas con ingresos derivados del trabajo o del capital deben contribuir necesariamente con una parte de estos para la formación de un fondo común que les suministrará a todos los miem­bros de la sociedad la seguridad de la atención en salud y un ingreso en caso de desempleo -por edad o incapacidad- o por recibir un ingreso insuficiente. En el modelo de equidad todos aquellos que tienen un ingreso renuncian, necesa­riamente, a una parte de ellos, para construir un fondo que se emplee para pa­gar incondicionalmente un ingreso a todos los miembros de la sociedad45. Este último, que complementa a los dos anteriores, permite puntualizar la concep­ción de solidaridad que entraña la propuesta del SUG46. Una solidaridad que

43 ídem, 44 ídem. 45 Ibid., p. 326. 46 Salario universal garantizado.

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radica en darle a cada uno la posibilidad más amplia de desarrollarse según sus propias vocaciones.

Aquí vemos cómo la comprensión rawlsiana que hace Van Parijs de la so­lidaridad lo lleva a aceptar como legítimas sólo las desigualdades que contri­buyan a aumentar las posibilidades que la sociedad puede ofrecer de manera duradera a los menos favorecidos de sus miembros.

Dos cualidades tendría la alternativa de un ingreso básico universal. La primera, es que permitiría resolver la disyuntiva entre los dos principios de jus­ticia rawlsianos, viabiliza la aplicación del segundo principio de justicia en be­neficio de los menos favorecidos sin deteriorar el marco de igual libertad que conlleva el primero, en relación con la particular exigencia libertariana de la plena propiedad de sí mismo.

La segunda es que la refutación comunitarista se resolvería en parte con el concepto de Van Parijs. Si la dificultad estriba en el conjunto de bienes socia­les primarios prefijados a partir de una comprensión particular de vida bue­na, el ingreso básico universal facilitaría a las distintas concepciones la práctica de su proyecto de vida en dos direcciones, mediante la obtención de los medios para llevarla a cabo. Por medio de un reordenamiento del acervo de bienes so­ciales primarios rawlsianos, ubicando primariamente los pilares del respeto a sí mismo en que se sustenta la prelación y el reconocimiento de la propia visión de vida buena sobre cualquier otro bien social47.

No obstante, Óscar Mejía señala que la fragilidad de la propuesta de Van Parijs se encuentra en el problema del sujeto colectivo que llevaría los princi­pios a la práctica, para concretar la idea de un ingreso universal garantizado y por ende conseguir la libertad real para todos. En su criterio, Van Parijs focaliza confinadamente su atención en el Estado de bienestar como mecanismo de eje­cución del ingreso básico universal, condición que evoca aún la figura presen­te del Estado, sea éste totalitario, socialista o capitalista48.

Para autores como Jon Elster y Erik Olin Wright, la idea de subsidios uni­versales enfrenta algunos problemas. Las dificultades tendrían que ver con aquellos que se presentan para tornar al proyecto económica y políticamente viable. Mencionan cuestiones como la de si los trabajadores seguirían tenien­do incentivos para trabajar, o la de si los capitalistas estarían motivados para

7 Óscar Mejía Quintana, op. cit., p. 344.

3Ibid.,p. 345.

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invertir. Al parecer, incluso en los países desarrollados, esta propuesta mues­tra dos elementos difíciles de compatibilizar: los subsidios universales y el ca­pitalismo democrático49.

Jon Elster sugiere que no sólo resultaría imposible encontrar apoyo ma­sivo, sino que además las mayorías harían bien en restar soporte a ideas como la del baste income. Elster sostiene que las mayorías rechazarían la propuesta de los subsidios universales debido a la incapacidad de la misma de reflejar, de un modo razonable, principios de justicia aceptables; al no apelar a un senti­do básico de imparcialidad o equidad, podría permitir la explotación de los trabajadores por los perezosos50.

Al margen de si la propuesta es económica o políticamente factible, el am­plio debate que ha fomentando -en el que se han empleado diversos argumen­tos, basados en la eficiencia, la justicia, la libertad, el feminismo y la ecología-, como la fundamentación normativa de Van Parijs que recorre la historia del pensamiento político desde Fourier y Paine hasta Rawls y Dworkin, resultan importantes para diferenciar las posiciones, confrontar los planteamientos y conectar la discusión del campo académico con la realidad política y social.

El socialismo de mercado es otra significativa proposición del marxismo analítico. Los estudios relativos a este tipo de socialismo parecen haber gene­rado un mayor consenso entre sus miembros. El socialismo de mercado se basa en los proyectos de Osear Lange y Fred Taylor, se trata de hacer compatible cier­to rol de mercado con la ausencia de la propiedad privada de los medios de pro­ducción51. Por su parte, Elster y Alien Buchanan también han reformulado el tema, introduciendo nuevos elementos y fundamentos.

Podrían enunciarse algunas facultades de la propuesta de Alien Buchanan. En primer lugar, el no ser vulnerable como las propuestas de planificación cen-

49 Erik Olin Wright, "Why Something Like Socialism is Necessary for the Transition to Something like Socialism", in Theory and Society 15,1987. En este ensayo se encarga de aclarar que los defensores de los subsidios se han apresurado al decretar la innecesariedad del socialismo. Las críticas de autores como Wright resultaron suficientes para llevar a Van Parijs y Van der Veen a reconocer la necesidad del socialismo, para llevar adelante la propuesta que defienden.

50 Elster (1987), citado por Roberto Gargarella, "Marxismo analítico y teoría de la justicia", en Las teorías de la justicia después de Rawls. Un breve manual de filosofía política, op. cit., p. 119.

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tralizada a la crítica de Hayek, acerca de la imposibilidad del socialismo de co­nocer y utilizar toda la información necesaria para el funcionamiento eficien­te de la economía. En este caso, el mismo mercado provee la información.

Adicionalmente y dado el papel más amplio que asume el mercado, se evi­tan problemas como los que se presentan en el modelo de Lange y Taylor (el proceso de "ensayo y error", tratando de determinar qué producir y las posi­bles pérdidas de eficiencia). El socialismo de mercado superaría a los modelos simples de mercado, en cuanto que estos no alcanzan una eficiente asignación de recursos en la presencia de externalidades52. Este modelo permitiría enfren­tar mejor el problema del desempleo y resultaría importante en términos de igualdad distributiva.

Para Adam Przeworski, la distribución del ingreso asociada con el socia­lismo de mercado resulta más igualitaria que la que se logra con el capitalismo. Elster arguye que el sistema en cuestión representa un compromiso posible con muchas de las ideas de Marx, si se acepta que tales ideales no pueden ser reali­zados todos a la vez53.

Sin embargo, Przeworski apunta que el socialismo de mercado podría ser vulnerable a los atropellos y manipulaciones por parte de las burocracias, he­chos que se hicieron frecuentes en los países del "socialismo real".

De otro lado, resultaría poco convincente la superioridad del sistema en términos de eficiencia y su capacidad de eliminar la alienación, aunque con­tribuiría mejor que otros sistemas a la disminución de los problemas que el socialismo pretende afrontar. Y, finalmente, aun sería discutible la capacidad de esta propuesta para erradicar del todo las desigualdades de ingreso.

51 Osear Lange y Fred Taylor, On the Economics of Socialism, Nueva York: McGraw-Hill, 1956. En sus postulados, el mercado funciona respecto de los bienes de consumo y respecto del trabajo, pero resulta eliminado respecto de la producción de bienes. El gobierno, a través de un comité central de planificación, determina cómo asignar los recursos productivos, y cómo y cuánto invertir.

52 John E. Roemer (1992 y 1993), citado por Roberto Gargarella, "Marxismo analítico y teoría de la justicia", en Las teorías de la justicia después de Rawls. Un breve manual de filosofía política, op. cit. p. 121.

53 ídem.

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2. Críticas al marxismo analítico y su metodología

Se dice que una de las características de la heterodoxia es no aplicar mé­todos positivos al marxismo, ya que se arguye que la fortaleza del método está en la búsqueda de una nueva sociedad. Esto plantearía cierta contradicción con el enfoque metodológico del marxismo analítico que es positivista, pero que, sin embargo, hace parte de la heterodoxia marxista tras la ruptura con la teo­ría del reflejo.

Una de las posiciones más críticas en relación con los marxistas analíticos, formulada por Ellen Meiksins Wood, sostiene que el análisis teórico y epistemológico de esta corriente transita por caminos análogos a los que reco­rrieran en su momento el althusserianismo y el posmarxismo. Y que ellos sos­tienen que también comenzaron estableciendo la necesidad de fundar la cientificidad del marxismo y concluyeron con su renuncia teórica y práctica.

Para él, dado el hecho de que éstos situaron el eje del cambio en el discur­so y no en los verdaderos actores, y que los analíticos lo hacen en el plano abs­tracto de las decisiones racionales y los dilemas de la teoría de los juegos, hace surgir serias dudas acerca de si los nuevos teóricos están refiriéndose a lo que efectivamente ocurre en la historia54.

Incluso hay autores que han llegado a preguntarse ¿qué tienen de mar­xistas los marxistas analíticos? En opinión de María Alicia Gutiérrez, este in­terrogante generó polémicas al interior del propio marxismo, expresadas en forma de adhesiones y rechazos55. Para ella este continúa siendo un dilema difícil de dilucidar.

Significa esto que, después de todo, ¿era cierto que la metodología bur­guesa tenía consecuencias conservadoras y los marxistas debían rechazarla? No. En primer lugar, estas críticas pueden hacerse desde diversas posiciones metodológicas, excluyendo los extremos e incluyendo la del sentido común. En segundo lugar, la extensa obra de los analíticos, mucho menos apegada a Marx que la de Cohén, desmiente esta asociación.

54 Ellen Meiksins Wood, "Rational Choice Marxism: Is the Game Worth the Candle" in New Left Review, 177, September/October, 1989.

55 María Alicia Gutiérrez, "Para leer al marxismo analítico: controversias metodológicas e implicancias teóricas", Doxa No. 2, Buenos Aires, noviembre de 1990.

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F I L O S O F Í A P O L Í T I C A C O N T E M P O R Á N E A

Sin embargo, esto plantea un conflicto. Hoy, no es tan fácil creer simul­táneamente en el materialismo histórico, en la superioridad tecnológica del capitalismo y en la factibilidad ineludible del socialismo.

Otra objeción presentada consiste en el hecho de que los marxistas orto­doxos no abordaron problemas como el de la justicia porque consideraban que para Marx la justicia no era un tema fundamental para el proyecto comunista (resultaba algo ideológico), y se sostenía que la sociedad comunista no reque­riría promulgar la justicia porque ella misma era justa.

Por el contrario, los marxistas analíticos sí se interesaron por este proble­ma, incluso algunos de ellos sostienen que el marxismo sí contiene una propia concepción y principios de justicia. En consecuencia, esto los llevó a desterrar algunas teorías clásicas del marxismo debido a que la cuestión de la justicia co­rrespondía más a los principios y a las creencias morales que a las empíricas, más a los fundamentos que a la metodología.

La crítica de Ellen Meiksins Wood precisamente se dirige al argumento antes esbozado, ya que esto no correspondería con el enfoque de los marxistas analíticos de elaborar y pulir sus métodos a partir de la contribución de las cien­cias positivas.

Los marxistas analíticos dicen que el haber cambiado la metodología no implica que en el plano de las ideas hayan abandonado todas las principales te­sis del marxismo. Habría que reconocer que el análisis normativo que han he­cho los marxistas analíticos ha permitido mantener aún el papel de la filosofía de Marx, como a su vez rescatar la importancia del pensamiento socialista en nuestro tiempo.

El materialismo histórico, las clases sociales, la explotación y el socialis­mo, ideas centrales de la arquitectura teórica marxista, aún son retomadas como categorías importantes en los estudios de los marxistas analíticos; ade­más, creen que el socialismo es preferible al capitalismo. Elster afirma que mu­chas de las ideas que defiende como ciertas e importantes las encuentra en la obra de Marx.

Si bien el esclarecimiento y la confrontación de estas ideas con otro tipo de teorías han conllevado a una mejor fundamentación del marxismo, también han dado lugar al surgimiento de refutaciones a las cuales ha sido difícil dar una respuesta completa.

Si partimos, como Elster, de reconocer que el marxismo tiene ciertas limi­taciones y de entender el contexto histórico en el que surgió y que como tal no podría estar equipado con todas las respuestas teóricas y prácticas para trans-

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formar la sociedad, se podría decir que la labor del marxismo analítico como corriente de pensamiento ha sido esforzarse para fortalecer teórica­mente al marxismo.

A pesar de construir su metodología a partir de los aportes de la econo­mía neoclásica, el marxismo analítico no comparte sus fundamentos centrales con ella, ya que mantiene su interés por la acción colectiva para cambiar la so­ciedad y parte de la idea de que el capitalismo es un sistema injusto.

Lo cierto es que, pese a los acuerdos o desacuerdos, la propuesta sigue en pie. Los marxistas académicos anglosajones, con una minuciosa elaboración teórica y la firme convicción de preservar al marxismo del olvido, se han hecho cargo del mismo, reformulando y dando respuestas a los interrogantes más conflictivos del marxismo clásico.

2.1. Cohén y la lectura exegética del materialismo histórico

Cohén afirma que Marx empleó en su obra una forma funcional de expli­cación e identifica los siguientes ejemplos de explicación funcional en la obra de Marx: las relaciones de producción corresponden a las fuerzas productivas, la superestructura legal y política se erige sobre fundamentos reales, los pro­cesos sociales, políticos e intelectuales están condicionados por el modo de pro­ducción de la vida material, la conciencia está determinada por el ser social.

En cada uno de estos ejemplos, el segundo concepto explica el primero. En general, los fenómenos sociales se explican en términos de las consecuencias que tienen sobre otros fenómenos sociales. Cohén cree que Marx practica el pen­samiento funcional e intenta explicar los fenómenos sociales y económicos de esta manera.

Cohén reinterpreta a Marx utilizando las ideas filosóficas de la co­rriente ortodoxa. Se esfuerza por distinguir el pensamiento funcional de la variante sociológica del funcionalismo estructural. Así mismo, señala tres tesis principales en el funcionalismo estructural: primera, todos los elemen­tos del mundo social están interconectados; segunda, todos los componen­tes de la sociedad se refuerzan mutuamente y refuerzan el conjunto de la sociedad; tercera, cada aspecto de la sociedad es como es en virtud de su contribución al conjunto de la sociedad. De acuerdo con él, los marxistas rechazan estas tres tesis. No obstante, sostiene que los marxistas pueden emplear las explicaciones funcionales mencionadas sin aceptar ninguno de los principios del funcionalismo.

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2.2. Roemer y la teoría de la explotación

Frente al debilitamiento de la teoría del valor-trabajo, muchos estudios de la tradición marxista han demostrado que la teoría de la explotación pue­de ser reconstruida sobre un armazón que no requiere a la teoría marxista clásica56. Marx derivó la teoría de la explotación a partir de la teoría del valor-trabajo en la formación de precios. Roemer reconoce que hacer la crítica de la teoría de la explotación no implica una evaluación demoledora al proyecto marxista. Considera que las razones que invocan los marxistas para interesarse por la explotación son importantes y que eso es justamente lo que distingue al marxismo de otras teorías sociales.

De otro lado, en el ámbito de la ética, el marxismo resalta la necesidad de un acceso igual a los medios de producción y percibe con duda cualquier des­igualdad en este acceso; en tanto que lo que prima en la ciencia social es la in­clinación a justificar dicha desigualdad sobre dist intas preferencias temporales, habilidades heterogéneas e incluso la suerte diferente de cada per­sona. En este último caso, Roemer se refiere específicamente a Nozick, ya que él considera que la suerte es un método justo para conseguir bienes57.

El marxismo también se detiene a estudiar la dominación. Según Roemer, ésta es interesante por sí misma y no para evidenciar la pertinencia de la explo­tación. Este énfasis en la dominación ha dado origen al surgimiento de una amplia bibliografía sobre el proceso de trabajo y el desarrollo técnico en el ca­pitalismo, lo que para Roemer indica cómo esta pregunta especialmente mar­xista (que estuvo sometida en un comienzo a inquietudes normativas) proporcionó un nuevo análisis de carácter positivo.

La preocupación por la acumulación ha suministrado a los marxistas una perspectiva del capitalismo en la que éste se orienta por la continua búsqueda

56 lohn Roemer, ¿Deberían interesarse los marxistas por la explotación?, en John E. Roemer (comp.), El marxismo: una perspectiva analítica, op. cit, p. 316. Roemer afirma que muchos marxistas (Morishima 1973, Elster 1985, Cohén 1979 y el mismo Roemer 1981, 1982) han explicado la imposibilidad de defender la teoría del valor-trabajo; también señala el argumento de que el análisis marxista consigue una reflexión especial para deducir una relación entre valores por trabajo incorporado y precios. Así mismo, a su juicio, no hay una teoría especial que explique la formación de precios con principios rigurosos.

57 Robert Nozick, Anarquía, Estado y utopía, México: Fondo de Cultura Económica, 1988.

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de ganancias, la cual sería irracional en el sentido colectivo; en tanto que el en­foque contrario (que se encuentra en la economía neoclásica) representa al ca­pitalismo como colectivamente racional.

Roemer concibe que la explicación de la lucha de clases puede ser una ra­zón consistente para interesarse en la explotación. En su opinión, la existencia de la lucha de clases ocurre porque aquellos que están dominados sufren una injusta distribución de activos. Sin embargo, en su concepción, la causa de la lucha de clases no puede ser el intercambio desigual de trabajo, y ello debido a que uno de los puntos de vista clásicos del marxismo sostiene que los cálculos sobre el plusvalor están encubiertos por el mercado y que por ello los explota­dos no advierten el origen efectivo del intercambio desigual que provoca la ex­plotación. Por tanto, ese intercambio desigual tan solo sería el indicio de lo que propicia la lucha de clases58.

Roemer dice que como afirmación empírica (aquella que se refiere a la sig­nificación cuantitativa de las relaciones), las cuentas sobre el plusvalor refle­jan mejor la desigualdad en la propiedad sobre los medios de producción. Pero que en cuanto a la solidez de sus fundamentos, la explotación concebida como un intercambio desigual de trabajo podría ser suplantada por la explotación conceptualizada como uno de los efectos distributivos de una injusta distribu­ción de los activos y recursos productivos.

La teoría de la explotación, para Roemer, estaría insuficientemente equi­pada para dar respuesta a una pregunta ética básica, a saber: ¿cuál es la distri­bución de activos correcta en términos morales? La explotación, señala, es una medida práctica pero sólo cuando se correlaciona de forma adecuada con la propiedad desigual de los activos productivos enajenables; no obstante, reco­noce que esta ajustada proporción no siempre alcanza validez59. Frente a lo an­terior, Roemer se refiere al hecho de admitir que las personas tienen distintos talentos y preferencias. ¿Entonces los principios de un igualitarismo marxista de esta manera deberían extenderse a los recursos inalienables?

Roemer no está de acuerdo con esta interpretación, ya que al basarnos en este argumento, la explotación, como el intercambio desigual de trabajo, se convertiría en una dimensión aún menos apropiada de la desigualdad

58 John Roemer, ¿Deberían interesarse los marxistas por la explotación?, en John E. Roemer (comp.), El marxismo: una perspectiva analítica, op. cit, p. 317.

59 Mi. , p. 319.

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éticamente justificable. Finalmente, considera que la importancia de la teoría de la explotación reside en haber ofrecido una respuesta aproximada a la cues­tión de qué activos (o de ingreso) transferibles ofrece la compensación justa ante las dotaciones y necesidades inalienables diferenciales en el modo de produc­ción capitalista.

2.3. Cohén frente a Rawls

Cohén no se distancia mucho de la idea de sociedad justa que Rawls plan­tea, pero sí en relación a lo que Rawls entiende por distribución justa. La justi­cia en la distribución, de acuerdo con lo esbozado por Cohén, reside en un cierto perfil igualitarista de recompensas, por lo que sería posible que haya una distribución justa en una sociedad que no es justa en sí misma60.

Para suponer esto, Cohén piensa en una sociedad cuyo ethos, pese a que no se apoye en la igualdad como convicción, dé lugar a una distribución justa por razones culturales o sociológicas; entonces, dicha sociedad sería justa ac­cidentalmente, mas no constitutivamente.

Para Cohén, un ethos que consiga la igualdad del principio de la diferen­cia en la época contemporánea tendría que estar suscitado en la igualdad, si lo que se busca es un resultado justo de cargas y beneficios para los individuos. También expone el caso contrario, en el que las personas se esfuerzan por guiar su proceder por principios justos, pero la condición de los hechos externos o las dificultades de la acción colectiva u otra cosa impide su propósito de tal for­ma que persiste la injusticia en la distribución.

Para Cohén, la conclusión de su objeción a Rawls es que se hace necesario un ethos que guíe la elección dentro de reglas justas en una sociedad compro­metida con el principio de la diferencia. Para debatir con Rawls, su reflexión no reposó en los aspectos de su concepción de la justicia que se diferencian del mis­mo, sino en las ideas que comparten de lo que es una sociedad justa.

Mientras que la concepción de justicia distributiva para Cohén exige un ethos causal que trata de trascender la consonancia con las reglas justas, éste no involucra una condición en su objeción al argumento de los incentivos contra Rawls.

60 Por ejemplo, aquella en la que sus ciudadanos no aceptan, ni actúan acorde con los principios de justicia. Cohén afirma que una condición necesaria de una sociedad justa es que haya justicia en las propias decisiones de los ciudadanos que la componen.

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De otro lado, David Estlund y Andrew Williams han desaprobado a Cohén y su refutación de los incentivos de Rawls, de dos maneras diferentes. En la primera, dicen que el interés principal en relación con esta objeción es la es­tructura básica de la sociedad. En la segunda, reconocen la visión de Cohén de que el principio de la diferencia debería condenar los incentivos, pero opinan que Rawls la aceptaría, ya que piensan que su compromiso con este principio es incondicional y entonces no consideran la actitud de Cohén como una crí­tica hacia Rawls61.

No obstante, Cohén sostiene que quienes responden de esta última forma, no se dan cuenta de que el liberalismo rawlsiano enfrentaría grandes dificulta­des si tomara la vía que ellos conciben que tiene a su alcance.

En este contexto, según Cohén, Rawls se convertiría en un socialista igualitarista radical, cuya orientación sería muy distinta a la de un liberal que construye y propone la idea de una sociedad justa, pero que declara que las profundas desigualdades son inevitables en la estructura básica de cualquier sociedad.

2.4. Van Parijs Frente a Nozick Para Van Parijs no sería suficiente resaltar la desigualdad de oportuni­

dades para rechazar la explotación capitalista, porque, de lo contrario, se tendría que objetar a su vez (en la perspectiva de Roemer) la explotación so­cialista, en la que se distribuya un salario diferencial que dependa de cualificaciones que son en parte definidas por una desigualdad de oportuni­dades tanto social como biológica62. De esta manera el principio de distribu­ción socialista "A cada uno según su trabajo" terminaría debilitado al ponerse en entredicho su legitimidad ética.

Van Parijs sostiene que un libertariano de verdad admitirá que hay legi­timidad en la explotación voluntaria, ya sea en el modo capitalista (apoyada en la riqueza) o socialista (en las cualificaciones), exclusivamente si se deriva

61 Gerald A. Cohén, "Dónde está la acción. En el lugar de la justicia distributiva", en Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?, Barcelona: Paidós, 2001, pp. 181 y 182.

62 Philippe van Parijs, "La tradición marxista frente al desafío libertariano", en ¿Qué es una sociedad justa? Introducción a la práctica de la filosofía política, Barcelona: Ariel, 1993, p. 130.

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de la condición de una igualdad de oportunidades de una libertad real distri­buida de forma equivalente.

Pero en la perspectiva de Roemer, esto exigiría una igualación substancial de oportunidades y de los puntos de partida, en donde cualquier clase de cesión o traspaso de bienes entre generaciones y entre personas no sería acertado para conseguir esa igualdad de oportunidades; en oposición a Nozick que establece la donación como un principio de transferencia justo.

Además, tendrían que suprimirse las desigualdades de oportunidades re­lacionadas con los distintos talentos de los individuos, ampliando la restricción a los bienes no materiales.

Pero Van Parijs no comparte esto, él apunta que la sociedad comunista no es una sociedad íntegramente liberada, también en ella cada persona provee­rá de acuerdo con sus capacidades, por lo que la igualación tajante no sería una propuesta congruente, si lo que se busca es organizar una sociedad comunista que sea libre63.

En su criterio, sólo a través de la demostración empírica se podría expli­car si la prohibición total de la explotación capitalista o de la propiedad pri­vada de los medios de producción son disposiciones útiles. Por su parte, es evidente que Roemer no comparte con Van Parijs la posición frente a la propie­dad privada de los medios de producción.

Van Parijs considera que el valor de la réplica marxista a la posición libertariana consiste en contribuir a definir el propósito que se busca y a precisar el tipo de sociedad que se considera realmente libre y justa, donde los planteamientos de Nozick no conforman una alternativa verdaderamente libertariana a esta cuestión.

Conclusiones

En un plano general, aunque polémico, el marxismo analítico ha ayuda­do a revitalizar un pensamiento que, por diversas razones, parecía haber sido dejado de lado. Con sus estudios, desde el terreno académico continúan brin­dando algunas respuestas y herramientas teóricas a problemas sociales actua­les. En consecuencia, por sus fundamentos, éstas resultan importantes y permiten considerar que su justificación y consecución pueden resultar una posibilidad válida dentro de la práctica política.

'Ibid., 132.

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Finalmente, considero que la contribución a la filosofía política hecha por el marxismo analítico, además de reivindicar aún la tradición marxista, es con­tinuar dando el debate y la confrontación en el plano de la teoría normativa a aquellos autores contemporáneos que como Nozick, Buchanan y Hayek, han tratado de legitimar al capitalismo de una manera estructurada.

Tanto el marxismo analítico como Rawls han planteado propuestas fun­damentadas que constituyen alternativas prácticas al capitalismo. No obstan­te, si bien reconozco la trascendencia de Rawls para la filosofía política del siglo XX, no puedo ignorar que las diferencias con Marx y su proyecto son grandes. En nuestro tiempo pensar a Rawls es importante, pero no podemos relegar la filo­sofía de Marx tan fácilmente.

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