El Sueño de La Oruga (2014)
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El sueño de la oruga Por Ricardo Díaz Vázquez
© D.R: 2013 José Ricardo Díaz Vázquez
Primera edición digital 2013
ISBN: En trámite
Mamá: Si supieras los caminos por donde ha andado tu hijo,
Tal vez nunca lo imaginaste o tal vez porque lo imaginaste
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I
“¡Me lleva la chingada!”, gritó Julián después de haber girado la llave del encendido en
vano; ni el tablero ó las luces interiores respondían. Oprimió el centro del volante, el
claxon permaneció mudo. “Para acabarla de chingar, no traigo un pinche centavo. Faltan
dos días para la quincena, las tarjetas de crédito hasta el tope, “Esto sólo me pasa esto a
mí.” Marcó el número para auxilio vial, una grabación le contesto:
—Su llamada no puede ser completada por falta de saldo.
“Estoy bien pendejo, ¿Cuándo me convenció Fabiola de comprar este carro? Las
mensualidades me tienen jodido, falta un año y medio para acabar de pagarlo, por si fuera
poco, comenzó de nuevo a fregar con lo de la boda.”
Caminó del estacionamiento hacia las oficinas; pasaban de las seis de la tarde,
sudaba a chorros. Se aflojó el nudo de la corbata mientras un montacargas dejaba una
estela de negra humareda opacando la vista del letrero: Transformadores Del Alba S.A. de
C.V. Lo distrajo el tronido de un avión despegando a lo lejos; siguió pensando en cuál de
sus tarjetas de crédito podría cargar la batería nueva. Pasó por la recepción, donde la chica
del conmutador guardaba sus cosas alistándose para irse. Antes de llegar a su cubículo se
topó con Graciela.
—¿Juliancito? ¿Y esa carita?
A Julián se le retorcían los intestinos cuando esa mujer, tan sólo dos años mayor a
él, le hablaba en diminutivo.
—Falló la batería.
—Lástima, así son esos modelitos orientales, no como el mío, me ha salido tan
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bueno. No te desanimes, échale ganas, encuéntrale el lado bueno a todo —fijó una mueca
de sonrisa mientras movía las caderas enfundadas en una minifalda bajo la cual unas
torneadas piernas enfilaban hacia un cajón cercano a la puerta, en la única área techada del
estacionamiento.
“¡Pinche vieja, siempre chingando!”, pensó mientras en internet buscaba un
servicio de cambio de acumuladores a domicilio. Marcó, luego de contestar varias
preguntas sobre la marca, modelo del auto, le informaron la cantidad total resultante de
sumar los cargos por ir fuera de la zona de cobertura, el precio del acumulador y mano de
obra. No tenía otra opción, aceptar.
Disimuló su fastidio tratando de relajarse en la silla giratoria. Casi lo conseguía
cuando frente a su escritorio, casco de seguridad en la mano, pasó Miguel camino a su
lugar, proveniente del interior de la planta. Se detuvo en seco al verlo de reojo.
—Acuérdate no se pagan horas extras compañero
—No sirve la batería del carro.
—¿Cuánto tenía?
—Tres años, desde cuando salió de la agencia.
—Ya la tocaba fallar —Miguel se quitó la bata color gris con su nombre bordado
para colocarla en un perchero, descolgó una camisa, mientras la abotonaba movía la
cabeza.
—No esperaba este gasto —suspiró desanimado Julián.
—¿Quieres un aventón?
—Ya pedí por teléfono el servicio.
—Llama para cancelar, vamos a comprar una, te ayudo a cambiarla.
—Te lo agradezco, Miguel, mejor te molesto en otra más importante.
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—Como quieras. Luego no digas: Este no quiso cooperar. Te he visto preocupado
desde hace tiempo. Sí quieres cuéntame.
—Lo mismo de siempre: apenas vivo con mi sueldo, estoy ahorcado, debo hasta la
risa. Para acabarla, mi novia empezó de nuevo con la pregunta ¿cuándo nos casamos,
amorcito? —dijo imitando una voz chillona.
—Así son las viejas cuando quieren casarse. Tú y yo ganamos lo mismo, no
mantienes hijos ni mujer, se te va la lana como agua. La güerita esa tu novia también
trabaja, imagínate yo con sólo un sueldo en el hogar.
—Con Fabiola no cuento, todo se le va en pinturas, ropa, aretes, salones de belleza
y esas pendejadas.
—Entonces sí está difícil. Nos vemos, suerte.
Apenas se fue Miguel, pasó delante de él Mireya, la joven asistente del
departamento. Iba tan deprisa cargaba varios objetos en los brazos, uno de ellos se le cayó
sin ella notarlo.
—Tiraste un libro.
—Mañana me lo das, tengo mucha prisa, ya vinieron por mí.
Julián recogió el ejemplar. Grandes letras, colores vistosos formaban la portada de
“Éxito a tu alcance”, un libro de no más de 70 páginas, en la contraportada un tipo
cuarentón, vestido con traje oscuro de diseñador internacional e impecable corte de pelo,
se empeñaba en parecer interesante. Leyó un texto de la solapa interior:
¿El Amor, la Fortuna, la Bonanza no le sonríen como a otros? La respuesta es
simple: usted tiene miedo de ser un triunfador, un ser libre, un ganador, no se concibe así
en su mente, Usted es alguien especial, pero su inconsciente sabotea sus oportunidades de
triunfo. Yo te diré cómo romper las camisas de fuerza mentales, lastres personales
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anclando el surgimiento de un líder, un fuera de serie, poderoso, la persona con quien ha
soñado ser siempre.
Luego, cuando pasó a la semblanza, se entero cómo Zenón Sáenz fue en un inició
vendedor de aspiradoras de puerta en puerta en la capital, hasta ese día cuando cambió su
actitud, arrancando una ruta ascendente: de jefe de vendedores de enciclopedias, llegó a
gerente de ventas de seguros, después fue director de ventas de terrenos, más tarde
presidente de una compañía de cosméticos. Lo mejor apenas estaba por venir: la
coronación de su carrera al convertirse en motivador, líder espiritual de miles de personas
quienes realizaron un cambio positivo en sus vidas al aplicar las técnicas recomendadas
por Zenón en conferencias, ahora ese material podía consultarse en formato impreso. En la
otra solapa se anunciaban más libros del autor, videograbaciones, discos compactos, la
Agenda del éxito seguro, incluso una línea de afiches para reforzar los mensajes
adquiridos.
Julián vio el precio marcado: no era ninguna ganga.
Sonó el teléfono: el guardia de la puerta solo atinó a decir con voz aguardentosa;
— Aquí lo busca uno de una camioneta de baterías.
Fue hasta donde estaba el técnico; le indicó el auto averiado, lo acompañó, abrió el cofre,
lo dejo haciendo su labor. Volvió a acomodarse en su escritorio, los pies sobre la cubierta,
tratando nuevamente de relajarse. Iba a hojear el libro, pero otro timbrazo se lo impidió. Al
levantar el auricular, escuchó una voz sobrecargada de dulzura:
—¡Hola!, ¿cómo está mi cosita más preciosa?
“Nada más esto me faltaba”, pensó Julián.
—No estoy bien del todo, falló la batería del carro, estoy sin dinero...
Su novia no lo interrumpió.
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—Basta no sigas, me vas a mandar pura mala vibra. Sólo llamé para decirte cuanto
te amo, tú en lugar de decirme lo mismo me mandas pura mortificación, ¡cómo me
maltratas!
—Está bien. Ahora estoy muy ocupado, ¿hablamos luego?
—Andas bien negativo, cosita. Te tengo una noticia, te va a alegrar, no me aguanto
tanto. Mis amigas van a ir el sábado con sus novios al Expresso Bar, un lugar nuevo de
comida italiana, de lo más prendido, Se debe reservar con una semana de anticipación.
Como el novio de Chiquis conoce al gerente, consiguió lugar para todos este sábado, me
hablaron, faltaban dos lugares en la mesa para completarla, pensaron en mi, acepte a
nombre de los dos les agradecí el detalle.
—Fabiola, no traigo un centavo, tengo muchos pagos por hacer, seguro ahí los
precios han de estar por las nubes.
—Tú siempre con el tema del dinero. Cada vez cuando te digo mis deseos de
pasarla bien, sales con lo mismo. Deberías de agradecerme mi actitud con mis amigas.
—Mejor luego hablamos.
Se escuchó un sollozo en el auricular.
—No entiendo, te gusta hacerme sufrir —siguió con voz entrecortada—, te
encanta hacerme sentir mal, me cortas la iniciativa cuando mi único deseo es ayudarte.
—Discúlpame, Fabiola, he tenido un día terrible; lo siento de verdad.
—Tan contenta hasta te hablé para darte la noticia, tú me maltratas, lo disfrutas…
—Debo cortar, luego hablamos.
No le dio tiempo a ella de decir algo; todavía tenía el teléfono en la mano cuando
volvió a timbrar.
“¿Ahora quién chingados será?”, pensó Julián.
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La misma voz aguardentosa de hacia un rato ahora anunció.
—Ya terminaron de cambiarle la batería.
Julián sacó una tarjeta, se persignó con ella, se encaminó a la recepción.
Suspiró con alivio cuando el técnico confirmó la aceptación del cargo por el
servicio. Decidió llevarse el libro escrito por Zenón Sáenz. Nuevamente repasó cómo
pagar las deudas. Con rápidos movimientos del volante se fundió con la interminable
caravana de faros enfilados de la periferia al centro de Monterrey. Al ver la gran masa
mecanizada desplazándose delante de él a vuelta de rueda, se preguntó: “¿Tendrá toda esta
gente las mismas broncas mías, o seré el único pendejo así?”.
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II
Al estacionarse frente al edificio de condominios, enfilo hacia los edificios, por el sendero
se topo con una chica delgada de piel morena clara; el cabello rizado caía sobre los
hombros desnudos, usaba mini falda de la cual salían unas piernas torneadas sobre unos
tacones caminando aprisa. Le sonrió tímido, la muchacha le correspondió en forma franca,
disfrutó oliendo la estela de perfume dejada a su paso, volteo la cabeza, la vio abordar un
taxi. Camino a su departamento no dejó de pensar en ella. Dio vuelta a la llave dentro de la
cerradura, el rechinido de las bisagras le dio la bienvenida.
“Está bien buena la vecina, como para sacarle platica, a ver sí se puede hacer algo
mas. De seguro iba a reunirse con otras amigas para tomar café o cenar, después seguro a
un antro a reventarse, de haber sabido no la dejo tomar un taxi, la llevo a donde quisiera a
ver si se armaba algo luego con ella”. Su mente viró en forma involuntaria hacia Fabiola.
Ya no era como al principio; entonces la podía llevar a la cama cuando a él se le antojaba.
Pero cuando empezó con insinuaciones de contraer matrimonio, él a no hacerse aludido,
los contactos íntimos empezaron a espaciarse; habían pasado meses desde la última vez.
Fabiola le brindó la oportunidad de poder escapar de la monotonía —todos sus amigos
estaban casados—, se resignó a convivir sólo con las amigas de ella y sus novios, era el
mayor del grupo, en un círculo de relación cada vez más estrecho, frustrante. La
costumbre ya era un plomo.
Calentó en el microondas los restos de la cena de ayer. Mientras comía, vio el libro
sobre la mesa de lámina donde cenaba.
—Total no tengo otra cosa por hacer
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Al abrirlo, las frases lo capturaron:
Ahora estás tomando la decisión más valiosa de tu vida.
La mayoría no vive, sólo vegeta en un mundo sin expectativas, parte de la masa
amorfa, viviendo contenta con ser mediocre.
Todos envidian a los fuertes, poderosos, pero pocos están dispuestos a pagar el
precio del éxito. ¿Tú estás dispuesto?
La diferencia única entre los pocos triunfadores y el gran montón de perdedores
radica en lo siguiente: Los primeros tomaron el control de su vida. Un día decidieron ser
amos y señores de su destino, no dejaron a nadie decidir por ellos.
Si decides triunfar, si tu deseo es superior a tu resignación, entonces aún puedes
enfilar la embarcación de tu vida hacia playas paradisíacas donde la felicidad es la
moneda de uso corriente.
¿Te ves en el espejo y no estás satisfecho con el reflejo? Muchos no están de
acuerdo con su imagen, pero en lugar de aceptar el reto de cambiar para tomar el camino
correcto para permitirles construir lo anhelado, deciden mejor amoldar su pensamiento,
su manera de ser de acuerdo con lo reflejado.
Para lograr éxito en tu vida, hoy debes decidirte a triunfar. Inflámate con un
deseo, con un frenético anhelo por la obtener la victoria...
Julián sentía como si todo hubiera sido escrito para él en particular.
Devoró la tercera parte del libro, hasta cuando involuntariamente sus parpados se
cerraron; después soñó seguir leyendo.
— o —
—Por fin llegaste: tenemos junta con los de producción.
—¿En la planta?
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—No, guey, en una alberca con edecanes y tomando whisky.
—No seas mamón.
—Ándale, guey, vámonos. Por el patio del almacén corre algo de aire. ¿Ya supiste
lo del licenciado Gutiérrez? Al parecer no vuelve.
—A ver, cuenta más.
—Gutiérrez dice sentirse cansado: ha estado en la empresa desde cuando vivía y la
dirigía el papá del director. Prefiere retirarse, vivir de lo ahorrado, lo conoces, además por
algo lo tenían de gerente administrativo, por tacaño. Al parecer con lo del infarto casi no la
cuenta de nuevo, estará vacante esa gerencia —dijo Miguel
—Me imagino el licenciado Del Alba tiene al remplazo.
—Ésa es la bronca, De Alba no esperaba lo del retiro así de repente; le hizo la
lucha para conservarlo más tiempo, como el viejo conoce todos los manejos, pero no hubo
poder para lograr hacerlo cambiar de opinión. Aparte de pichicato es terco.
—Por fin contaste algo bueno, no las pendejadas de siempre
—Luego de la junta va a ser hora de comer, ¿comemos juntos?
—No traje, no tengo lana, me voy a echar una soda con unos fritos.
—Te invito, a mí me pusieron un chorro de tacos.
—Me da pena, han sido muchas bateadas.
—No hay vergüenza suficiente para aguantar el hambre, no te hagas del rogar.
Vamos a darle rápido a la junta.
— o —
Después de comer, Julián comenzó a distribuir las copias del reporte semanal en las
oficinas. Cuando llegó al escritorio de Graciela, lo dejó en una charola. Con el tono de voz
habitual para quienes ocupaban una posición inferior a la de gerentes, ella le dijo:
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—Juliancito, mira las fotos de mi último viaje, fui a Cancún, salieron bien. La
cámara digital te da imágenes preciosas, mira como salí.
Era un ritual luego de volver de vacaciones, paseos de fin de semana, cualquier
evento para evidenciar como podía darse lujos. Si mostraban indiferencia recibían como
castigo el no tener en adelante un acceso fácil al director de la empresa; ella diría siempre
con un tono de voz rayando en lo infantil: Esta ocupado, regresa luego.
—¿Conoces esas playas, Juliancito?
—Sí, fui cuando me gradué con todo el grupo.
—Pues está muy cambiado, si vas hoy no lo reconocerías.
Julián sonrió forzado mientras pensaba: “Pinche vieja, sólo lo suyo está bien”.
—Mira, Juliancito, te diré como lograrlo: Debes de hacer una alcancía, cada
quincena destinar una cantidad, cuando tengas suficiente, también podrás ir de vacaciones
a Cancún. Hay planes de viaje económicos, hoteles no tan lujosos como ése de las fotos,
ahí donde me alojé, pero la playa es la misma. Puedes andar por ella como todo mundo,
pasarla bien, no le hace si vas de forma austera.
Julián estaba a punto de estallar. La forma como esa mujer se dirigía a él le
molestaba aún más; pero contuvo su rabia.
—Pues sí, estaría bien ir. Me voy a repartir los reportes.
Se alejó del escritorio de Graciela con el sabor de la bilis en la boca. Cuando llegó
a su lugar, al verle Miguel la expresión en su cara, se extrañó.
—¿Te pasó algo?
—Esta vieja cabrona de Graciela. Una hueva con esa obligación de decirle a fuerza
alabanzas de cómo sale en las fotografías de sus viajes.
—Si, ya las vi, de perdido salió en traje de baño. Tiene buena pierna, de esa gallina
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todavía se saca algún caldo. Bueno, voy a la planta.
El teléfono fracturó su concentración cuando alimentaba datos en la computadora.
Al levantar el auricular, una ametralladora de palabras chillonas le hirió los tímpanos:
—No hablas, no te importo, no me buscas.
—Fabi, mi amor, estaba un poco depre, no salí del depa.
—No te creo, no debería llamarte luego de haberme colgado el teléfono.
—Vamos a vernos esta noche —dijo él en tono conciliador.
—Llévame a cenar.
“Otro gasto, pero si digo algo se vuelve a encender.”
—Luego podemos ir al depa, ¿cómo ves? —aventuró en tono meloso.
—No empieces, no traigo humor para eso, además ando en mis días.
— o —
A la salida, el embotellamiento de automóviles era de mayor intensidad a lo
acostumbrado. Dos carriles eran ocupados por una grúa colocando un anuncio
panorámico.
Su desesperación por no avanzar se transformó en furia; maldijo la grúa, el tráfico,
sus deudas, su trabajo, a Fabiola. Recordó el libro. Tenía razón el autor: estaba así sólo por
su culpa.
13
III
—¿Hasta cuándo seguirá esa mujer controlándote? Si de reconciliarse se trataba, la
hubieras llevado a comerse unas enchiladas. Te salió cara la ocurrencia de ida al sushi.
¿Sabe cuánto ganas y tus deudas?
—Cuando quiero hablarle de eso, me cambia el tema de inmediato.
—¿Cómo le harás para pagar todo eso? Debes hasta la risa.
—Estoy pagando el mínimo, cuando llegue el aguinaldo lo pagaré todo.
—Cuando llegue el aguinaldo, vas a deber otro tanto igual. Párale al gasto, pídele
a tus papás o un préstamo a la empresa; eres como los jugadores empedernidos, no pueden
dejar de apostar, tú no puedes dejar de tener deudas —dijo en tono serio Miguel.
—No digas pendejadas, ¿a quién le gusta deber? Además, mis papás están para
ayudarles, a la empresa ya le debo dinero —Julián contestó molesto.
— o —
Al mediodía, salió a efectuar sus pagos; todos los lugares a donde fue estaban saturados.
Regresó a su oficina media hora después de la hora de entrada. Encontró dos papeletas
pegadas a la pantalla de su computadora; le pedían se reportara. Como una avalancha
sorda cayeron sobre su escritorio los papeles de sus manos, se dirigió a la oficina de su
jefe.
—Espérate, no entres.
—Tus recados decían urgente.
—Sí eran urgentes, pero está en una llamada.
Julián permaneció en silencio, de pie a un lado del escritorio de Mireya. La mujer
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se puso a hacer otra cosa; luego observó su teléfono, una luz dejó de destellar.
—Ya terminó, puedes entrar.
—Te tardaste demasiado, Julián, ¿Estabas en el baño con diarrea?
—Fui hacer unos pagos. Había mucho tráfico aparte filas muy largas a donde fui.
—Ni hablar. Pero siéntate, Julián. Te he estado buscando por lo siguiente, me
llamó hace más de una hora el licenciado Del Alba: nos asignarán el pedido de reguladores
para las computadoras del nuevo sistema tributario. La orden nos ocupará toda la
capacidad de la planta durante seis meses, debemos completar las entregas en cierta fecha,
ponte a sacar las listas de todo los materiales necesarios para la producción, compras debe
empezar las negociaciones. Se trata del modelo RC-4. No podemos fallar; es el pedido más
grande recibido, se necesita un esfuerzo extra.
Julián aprovechó el silencio al terminar su jefe de hablar, preguntó:
— ¿Sabe usted quién ocupará el lugar del licenciado Gutiérrez?
— ¿Te interesa esa posición?
—Pues sí, es la gerencia administrativa.
—Hablaré con el licenciado Del Alba, se te tomará en cuenta. El día de hoy, no
salgas a tu hora normal de salida, debes reponer el tiempo de tu llegada tarde.
— o —
Julián encontró a Miguel camino a su escritorio.
— ¿Te dijo el jefe lo del pedido?
—Sí, claro. Al final de la plática le pregunté por el sucesor de Gutiérrez.
— ¿Dijo algún nombre?
—Aún no se escoge el reemplazo, pero me preguntó si me interesaba ser tomado
en cuenta en el proceso de selección.
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—De seguro dijiste sí.
—Pues claro, no estoy tan güey.
—Pues me da gusto por ti, Julián, pero no te hagas muchas ilusiones.
—No seas envidioso, cabrón.
—Para nada, pero ¿de cuando acá Arroyo ande tan dispuesto a ayudar a los
subordinados?
—No seas tan negativo.
—Te “amarró la zanahoria” al frente, así le hacen con los burros, empiezan a
caminar, pero nunca la alcanzan; a ti te darán cuerda con eso.
—¿Tú crees?
—Pareces nuevo. Nos vemos luego; voy a la planta.
— o —
Fabiola llamó antes de salir, le comento sobre el festejo es noche del cumpleaños de una
de compañera de trabajo. Julián agradeció en su fuero interno no verla; eso significaba no
gastar esa noche. Podría terminar de leer el libro.
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IV
Se despertó hasta el mediodía del sábado. Se desveló terminando el libro. Su conclusión:
Sus problemas se debían a lo siguiente, todos quienes lo rodeaban habían decidido por él.
Era hora de hacer algo por sí mismo.
Su refrigerador estaba vacío; decidió visitar la casa paterna.
— o —
Llegó, saludó a sus padres. Les dijo sólo llegar un momento para ver cómo estaban,
cuando su madre le sugirió comer con ellos, Julián accedió en el acto.
Durante la comida hablaron de trivialidades. De pronto, su madre le dijo con tono
de preocupación:
—Hijo, mira cómo estás flaco.
—Peso lo mismo, mamá.
—Sí por lo menos tuvieras una mujer para atenderte, estaría tranquila.
—Estás como Fabiola, siempre en la primera oportunidad saca lo del matrimonio.
—Mujer, matrimonio y mortaja del cielo bajan —fue la aportación del padre, sin
dejar de comer añadió—: No me preocupa si vives por tu cuenta, mientras no te hagas
viejo, ya sabes: soltero maduro...
—Papá, me ofendes, yo no le hago a eso.
—Mi hijo, yo nada más decía.
Terminada la comida, inventó una excusa para irse de inmediato, prometiendo otro
día volver para estar más tiempo con ellos.
Mientras manejaba de regreso a su departamento, su celular timbró.
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—¿Fabi?
—Si no te llamo, tú no hablas en todo el día. Nos veremos con las otras parejas a
las nueve de la noche, ¿te acordabas de eso o no?
—No, no se me ha olvidado, ¿cómo crees? —mintió.
—Ni me has preguntado cómo me fue ayer, eres un desconsiderado.
—Voy manejando, mejor paso por ti al rato y estamos juntos aquí en el
departamento. Me tienes muy desatendido.
— Tengo que ir al salón de belleza, pues si estuviéramos casados, no tendrías ese
problema.
En cuanto terminó la llamada, siguió pensando lo leído en el libro. Estaba inquieto
por no saber cómo pagar sus deudas, también por sentir no haber hecho nada importante
con su vida; deseaba ser otra persona, alguien diferente a quien había sido.
Al llegar, volvió a ver a la vecina de las piernas torneadas; esta vez traía minifalda.
Sin importar lo apresurado de su caminar, la joven le dirigió un ligero guiño de ojo. Julián
la contemplándola embobado. “Puro filete y yo pasando hambres”, pensó. Faltaba mucho
para la cita, como no tenía otra cosa en mente, por no dejar tomó el libro, releyó
fragmentos.
— o —
Fue por Fabiola a la hora acordada.
—¡Estás guapísima!
—Pasé toda la tarde en el salón de belleza —repuso ella sin ocultar su orgullo.
Julián no encontró tema de conversación en el trayecto; hizo referencia a la
reunión con su jefe, sobre la posibilidad de ser considerado para ocupar la gerencia
administrativa.
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—Si no lo pides, no te la ofrecen. ¿Cuánto gana un gerente?
—Como el triple de mi sueldo.
—¡Te imaginas! Podríamos casarnos pronto, sin ningún problema. Debes de
conseguir esa promoción a como de lugar. ¿Para cuándo deciden? ¿Sabes quién decidirá?
¿Has hecho los suficientes méritos? —el interés de Fabiola casi rozaba la excitación.
—Será pronto, la decisión la toma el director, también es el dueño—mientras decía
esto, llegaron al Expresso Bar. Julián dejó el automóvil en manos de un acomodador.
Las otras dos parejas los esperaban ya dentro. Héctor, su novia Chiquis, Armando
y Susana, su prometida la mejor amiga de Fabiola. Luego de saludase fueron a la mesa, se
sentaron, comentó Chiquis:
—¡Cuánta gente!, miren la fila de espera —de alguna manera, presumía así la
amistad de su novio con el dueño, gracias a ella los seis estuviesen ya cómodamente
instalados.
—Éstos son negocios —afirmó, tautológico, Armando.
—Es por la novedad, vamos a ver si luego sigue igual —fue la aportación de
Julián a los comentarios.
—Siempre sales con lo tuyo —le susurró Fabiola.
Luego de disfrutar de los aperitivos, ordenaron la cena. Fabiola anuncio su visita al
tocador, haciéndoles una seña con las cejas a sus amigas, ellas la siguieran. Apenas
cruzaron la puerta del tocador, dijo entre grititos:
—Me moría de ganas de decirles...
— o —
—Cómo se tardaron. ¿Había fila para entrar al baño? —preguntó Armando.
—No sé entiendo la razón de ir todas juntas al tocador —dijo Héctor.
19
Los platillos fueron servidos tan pronto ellas se sentaron. Mientras cenaban, hubo
miradas y sonrisas de complicidad entre ellas, mientras los varones se miraran entre sí
extrañados. Armando resaltó:
—Algo se traen éstas, cuenten, para saber todos.
—Nos dijo Fabi, muchas felicidades, Julián, por lo de tu ascenso —dijo Susana
con una gran sonrisa.
Julián masticaba un bocado de pasta, por poco se ahoga al escuchar las
felicitaciones de algo ya dado como confirmado.
—Tranquilo, hombre, toma un poco de agua —auxilió Armando.
—Se nos ahogue el nuevo gerente administrativo —bromeó Chiquis.
—A ver, ¿cómo está eso?, te lo tenías bien calladito, Julián —comentó Armando.
—Propongo un brindis para festejar el éxito de Julián —dijo Héctor mientras
levantaba su vaso, todos lo seguían en la acción; Fabiola no cabía de contenta.
—Esperen un momento, creo existe una confusión. Estoy siendo tomado en
cuenta, pero aún no me han dado el puesto —dijo Julián mientras se reponía de la tos.
—Mejor no brindamos, si no luego se salan las cosas —comentó Armando, quien
añadió—: Pero cuéntanos todo.
Disimulando su enfado, lo consideraba una mala pasada de Fabiola, les explicó a
grandes rasgos lo sucedido en su trabajo. Cuando terminó de hablar, Susana dijo:
—¡Actitud!, de eso se trata todo: mentalidad positiva, acciones concretas, como lo
dice Zenón Sáenz en uno de sus libros. Debes actuar como si ya te hubieran dado el
puesto; demuéstrales, tú eres la persona indicada.
—Sus ideas me parecen muy válidas —Julián confirmó el conocer al autor.
—¡Lo has leído! ¡Está lo máximo! Te da la receta para ser feliz —exclamó
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Susana, emocionada por haber encontrado eco en alguien.
Al escuchar hablar su novio sobre algo considerado tan valioso por su amiga,
Fabiola se mostró interesada en el tema.
—La verdad yo no les creo mucho a esos merolicos —dijo Armando—: Quieren
quitarte dinero, al final no te dan nada.
—Si gratis te lo dan, gratis desprecias. Las cosas deben costarte para valorarlas,
sentir cómo pudiste lograr algo antes no hecho; eso refuerza tu confianza en ti para lograr
metas elevadas en tu vida. Así lo dice Zenón Sáenz, ¿verdad, Julián? —sentenció Susana
en calidad de sacerdotisa motivacional.
—Mi papi dice: Querer es poder —comentó Fabiola.
—Debes repetir las cosas, decirlas muchas veces para materializarlas como uno las
quiere —intervino Chiquis; nadie deseaba mantenerse fuera de la participación de
conceptos acerca del tema.
—Del dicho al hecho, hay mucho trecho —dijo Armando, quien ante las miradas
reprobatorias dirigidas por las mujeres, decidió no decir nada más al respecto.
—El espíritu negativo generado por uno es el principal obstáculo —pronunció una
Susana inspirada, repetía como mantras las ideas.
—Eso le digo a Julián de la mala vibra: ese negativismo se percibe a veces cuando
hablamos siento como me lo transmite, luego veo todo negro, cuando un instante antes
estaba bien —Fabiola deseaba aportar sus vivencias dentro de la conversación.
Nadie prestaba atención a la comida. Julián pensaba en lo todo lo dicho; de
sentirse molesto con su novia, había pasado a un estado de reflexión; ahora veía más
viable la promoción. El mesero se acercó a ofrecerles café y postres.
El cambio en los sabores contribuyó al fluir de las ideas. Todos reforzaban lo
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expuesto; el estado era de una euforia colectiva, cuyo torrente arrastraba a los
participantes.
Llegó la hora de la cuenta. Héctor la tomó, la iba a dividir entre tres, cuando
Armando dijo:
—Yo pago lo de Julián y Fabiola, por lo de su ascenso.
—Por favor no, de ninguna manera —dijo el aludido.
—Nosotros invitamos, cuando te hayan dado el nombramiento formal, nos invitas
tú —propuso Héctor, los demás asintieron.
—Bueno, está bien: es un trato—afirmó sonriente Julián, convencido de su futuro
éxito.
Esa cena no le causó un fuerte desembolso como lo pensaba, sólo gastó en la
propina para el acomodador de autos. Al arrancar, Fabiola preguntó:
—¿A dónde vamos, amorcito?
—Te llevo a tu casa
—Es temprano, invítame a tomar algo a tu departamento.
Apenas entraron, ella comenzó a besarlo. La puerta se cerró a sus espaldas; la luz
penetraba del exterior lo suficiente para reconocerse. Ella lo llevó hasta el sofa.
—Saca los condones, mi amor.
Comenzaron en el sofá; terminaron en la alfombra.
—¿Te gustó, amorcito?
Tendido de espaldas, con la cabeza de su novia posada sobre su pecho, pensó en
los postulados de Zenón Sáenz. Aún no era gerente administrativo y ya había obtenido
beneficios; era cierto eso, el secreto del éxito consistía sólo en proponerse uno alcanzarlo.
Con esa actitud, el triunfo llegaba incluso sin ir buscarlo.
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V
El timbre del teléfono rompió al mediodía la quietud de un apacible sueño concebido en la
madrugada, al regreso de dejar a Fabiola en su casa.
—¿Cómo amaneció mi amorcito? Aquí en mi casa todos te apoyan, están muy
contentos de tu logro —dijo una voz en un tono excesivo de ternura.
Julián hizo esfuerzos por emerger del mar de somnolencia donde su pensamiento
estaba hundido. No le gustaba el matiz tomado de los acontecimientos. Una cosa era
Fabiola diciéndolo a sus amigas como ocurrencia, luego los novios de ellas lo hubieran
celebrado, pero otra muy diferente su familia aceptándolo como un hecho.
—Fabi, por favor, no sigas diciendo a todo mundo eso. Te repito: sólo estoy
postulado, me están tomando en cuenta, supongo hay algunos otros.
—El negativismo, el miedo a triunfar, eso tiene atadas a la mayoría de las
personas, bien me lo dijo Susy; ella me lo comento hace rato.
Julián maldijo el momento cuando se le ocurrió contarle sobre su probable
ascenso. En un principio creía favorable sobre Susana también supiera de la existencia del
dichoso motivador, ahora se le revertía. Decidió cambiar el tema.
—Fabi, lo de anoche estuvo sensacional, ¿no te gustaría repetirlo hoy?
—Te espero a las cinco de la tarde en el café “La Nada”. Te tengo una sorpresa.
Permaneció acostado luego de terminar la llamada, recreando el momento de
intimidad de la noche anterior, esperando una sorpresa de ese tipo por parte de Fabiola.
Julián sintió hambre; encontró en la alacena una solitaria lata de frijoles con carne,
luego se duchó y vistió.
— o —
23
Fabiola lo esperaba en el establecimiento, acompañada de Susana, quien tenía a su lado las
obras de Zenón Sáenz aparte folletos.
—Susy nos hace el favor de acompañarnos para reforzar lo platicado anoche. Ella
de buena gana quiere colaborar con nosotros.
Apenas se sentó a la mesa de madera rústica, sin darle tiempo de decir algo,
Susana comenzó a explicar, señalándolo con el dedo índice:
—En realidad lo importante, debes creer para poderlo hacer, no sólo decirlo con
los labios sino afirmarlo con el corazón, con total convencimiento pleno de lograrlo; con
fe para poder generar toda esa aura de energía positiva la cual trabaja sin notarlo,
ordenando el universo a su favor. Dime, Julián, ¿realmente quieres ser gerente
administrativo?, ¿lo deseas con todas las fuerzas de tu mente, corazón y ser?
Las dos mujeres lo miraban de la misma forma como se espera a un médico decir
si alguien está vivo o muerto. Julián nunca en su vida, fuera del sexo, había deseado tanto
algo como ser gerente administrativo; toda su existencia futura dependía de esa decisión:
necesitaba alcanzar esa promoción para ser alguien en el mundo. Apretó los puños; las
venas de su cuello saltaron por la emoción. La respuesta afirmativa brotó con fuerza de su
pecho; se sentía igual al recién nacido cuando da su primer grito.
Las dos mujeres exclamaron de alegría, se pararon de sus sillas, lo abrazaron.
Fabiola lo besó en la boca, Susana se asió fuertemente a él, de las mesas vecinas surgieron
miradas extrañadas, pero fuera del asombro de unos segundos, nadie les prestó mayor
atención.
—Mi amor, lo sabía, dentro de ti existe un triunfador.
Con lágrimas en los ojos, Susana dijo como si declamara:
—Poca gente había visto en la vida con tanta convicción, tú mismo no te habías
24
dado cuento potencial posees. Has dado el paso más importante de tu vida, estoy orgullosa
de haber sido testigo del nacimiento de un gran líder. Éste es el mismo camino seguido por
los iluminados, han hecho historia, como Jesucristo, Mahoma, como Gandhi. Primero no
te debe faltar de leer ningún libro de Zenón Sáenz, tendrás una idea completa de todo el
mapa mental cuyo trazo debes completar; así tú inconsciente podrá hacer realidad los
deseos.
— Me faltan libros ¿Puedes prestármelos?
—Ahí está la primera trampa tendida por tu antigua manera de ser: si no te los
presto, va a pensar: Susana es la culpable de mi falta de progreso. Por eso debes de
adquirirlos; si te los prestan, no disfrutarás el esfuerzo de haberlos conseguido.
—No lo había visto de esa forma.
—Cuando leas los libros, sentirás como si Zenón Sáenz te hablara a ti en
particular, pone a tu disposición todo su conocimiento, su experiencia, él tiene una misión
especial, única, ayudar a los demás a lograr ser felices.
Julián asentía con la cabeza cuando Susana terminaba cada frase.
—Debes trabajar en cual es tu imagen proyectada al mundo, es reflejo de tu
interior. Así mostrarás en realidad quién eres, quienes te traten, verán alguien seguro de
obtener en la vida únicamente el éxito, nunca menos. No es el arreglo personal en sí, es tu
reflejo, como lo usas, la forma de portarlo. Muestra quién realmente eres, desecha lo
anterior, eso forma parte de la antigua forma de ser; de ahora en adelante vestirás sólo lo
más exclusivo, demuestra estar habituado a la excelencia.
—No tengo dinero para renovar mi guardarropa.
—Debes encontrar la manera de hacerlo, es tu primer reto: hacer las cosas cuando
éstas parecen imposibles, buscar dentro de ti, no te límites. Toda tu imagen debe ser
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renovada, será la forma de gritar al mundo: Soy alguien único, especial e irrepetible, quien
ha decidido tomar control de mi vida, enfilar el destino por encima de la mayoría. Toma
nota de lo todo.
Luego se dirigió a Fabiola: Tú papel en todo esto era sumamente importante.
Debes auxiliar a Julián, animarlo a hacer las actividades para enfilarlo hacia el fin último;
en una palabra, serás como su sombra, la tentación de rendirse empezaría a atacarlo sobre
todo en las etapas iniciales, las más peligrosas.
Susana hacía pausas para tomar café mientras adoctrinaba a Julián.
—En adelante, cada vez cuando te topes con cualquier persona no será una
casualidad, sino una oportunidad del destino para cimentar la construcción del gran
edificio de tu futuro. Debes dejar huella en todos quienes te rodean. Deben sentir esa
fuerza emanada de su interior como un manantial de energía inagotable. Debes de invertir
comprando los libros de Zenón Sáenz, la Agenda del éxito seguro, el juego de videocintas
con la guía práctica del resto de tu vida, los discos compactos con mensajes, las tarjetas de
motivación para reforzar las ideas. Todo esto es necesario para estar inmerso en la actitud
de cambio; además puedes pedir el material por teléfono. Aquí está el número, es una línea
sin cargo para quien llama; toma estas hojas del catálogo, señalé todo lo necesario. Cuando
pregunten quién te recomendó, dales por favor mi nombre.
Mañana debía hablar temprano, podía pagar con tarjeta de crédito. Entre más
pronto tuviese todo, así de rápido sería su ascenso.
Las horas pasaron, sin cambio en la conversación. Los comensales llegaban,
consumían, se iban. Cerca de las dos de la mañana sólo ellos permanecían. Al momento
cuando el encargado del establecimiento les anuncio la hora de cierre, Julián pagó la
cuenta, abultada por una las numerosas horas de consumo.
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—Yo llevo a Fabi, Julián, su casa esta en mi camino de regreso.
—Mi amorcito, estoy tan orgullosa de ti, mañana hablamos
El automóvil de Susana estaba enfrente del café. Julián pensó en la buena suerte
para conseguir un buen lugar tan cerca del establecimiento donde ya apagaban sus luces
exteriores. Debía de ser por la actitud positiva.
De regreso a su casa repasó algunas de las ideas. Primero debía conseguir fondos
para su cambio de imagen. Recordó: “No existe límite para la capacidad”. Si uno se lo
proponía, era fácil encontrar el camino por donde las cosas salgan.
— o —
— Eres afortunada en tener un novio como Julián —comentó Susana—. No es como el
mío, él considera esto puras tonterías y para mí es importante.
—Al parecer Julián ahora sí se convertirá en mi galán, dejará de ser mi peor es
nada.
27
VI
A Julián le urgía llegar a su trabajo para mostrar su imagen renovada. Se puso el traje
usado para las bodas. Al conducir su auto se repetía a sí mismo: “actitud, mentalidad
ganadora, liderazgo, soy un campeón, un campeón, un triunfador. Proyectar seguridad,
fuerza de carácter, convicción”.
— o —
Instalado en su escritorio, como si estuviera planeando una operación de conquista militar,
anotó todo por adquirir para reforzar su nueva imagen: trajes, ropa casual, zapatos,
corbatas, más pensaba, más la lista crecía de tamaño.
Una hora después comenzó a repartir los reportes de producción. En lugar de ir
apresurado, como de costumbre, se tomó su tiempo; parecía como si estuviera en una
pasarela. Graciela, extrañada, lo contemplo cuando llegó a dejar el reporte para el gerente
general.
—Juliancito, ¡vienes muy guapo!, ¿dónde es la boda?
Ahora no le molestó oír su nombre en diminutivo.
—De esas veces, Gracielita —remarcó la última palabra
—Mi nombre es Graciela.
—Cuando te enojas, hasta guapa te ves, no importa si se te marcan arrugas.
Le entregó el reporte en la mano, dio media vuelta, dejándola sin habla. Julián
estaba sorprendido de sí mismo.
Graciela lo siguió con la vista. “Juliáncito anda muy alzado, cómo si fuera otro”
— o —
28
—¡Julián Huerta!
—Mi amorcito, hasta para contestar el teléfono te escuchas diferente, te felicito.
Ya tengo la solución para resolver lo de tu guardarropa. Te veo a las siete de la tarde en la
entrada de Valle Oriente, la de la avenida.
— o —
A la hora de la comida, Miguel asomó la cabeza por arriba del panel divisorio.
—¿Nos vamos a comer?
—Espérate un rato, mi comida no ha llegado.
—¿Mandaste pedir algo a la cafetería de enfrente?
—De un poco más lejos.
— o —
Veinte minutos después le avisaron, había llegado su comida. Un motociclista sostenía una
bolsa de fino papel con vistoso logotipo de un lujoso restaurante. Julián vio la nota
adherida, sacó un billete, le dejo el cambio como propina.
—¿Cuánto pagaste? Mi esposa me pone lonche toda la semana con esa cantidad.
—Miguel, de vez en cuando es bueno cambiar.
En el comedor, la indumentaria de Julián era el centro de las miradas. Julián se
percató de esto, le gustó ser el centro de atracción.
Mientras comían, uno su modesto guisado, otro su torta europea con una ensalada,
Miguel comentó:
—En la mañana me estaba sirviendo un café en la cocineta, Graciela llegó
enfurecida: tenía la cara roja, hasta la quijada le temblaba de coraje.
—No aguanta nada, le dije algo inofensivo —dijo Julián con una sonrisa.
—Tú sabes cómo es, ¿para que la provocas? No la retes.
29
—Tranquilo Miguel, no le tengas miedo.
Desde otra mesa los veían Graciela, Mireya y Amparito, la coordinadora de la
gerencia administrativa; fungía como responsable a partir de cuando el licenciado
Gutiérrez sufrió el infarto.
—Juliancito llegó este día con los humos muy altos, miren cómo viene vestido,
hasta mandó traer comida cara —dijo Graciela; mientras lo miraba con rabia en sus ojos.
—Ya ves cómo son los jóvenes. En el departamento tenemos a Marcelo, sale con
cada puntada —dijo suavemente Amparito.
—Sí, pero Marcelo se acaba de graduar. Julián está más crecido —acotó Mireya.
—Pues más vale sea algo pasajero; si sigue así de alzado, deberé ubicarlo —dijo
Graciela mientras alejaba su plato de comida con un gesto de disgusto.
30
VII
Fabiola lo esperaba impaciente. Apenas lo vio, se dirigió hacia él tan apresurada como le
permitieron sus zapatos de tacón y el entallado uniforme.
— ¿Cómo te fue, amorcito?
—Bien, muy bien. ¿Cómo estuvo el día en el despacho?
—Con los abogados siempre es igual, contratos, acuerdos, más contratos. Me
canso de teclear todo el día. También necesito un cambio. Pero pronto me llegará el
momento, como a ti.
—Claro —casi cortó Julián; deseaba poner manos a la obra—: ¿Cuéntame cómo le
vamos a hacer aquí?
—En la mañana vi en el periódico una promoción de estos almacenes; si
demuestras tener un ingreso fijo y por lo menos dos tarjetas de crédito, te otorgan crédito
inmediato. Localice el modulo donde nos atenderán.
Mientras verificaban la información contenida en la solicitud, recorrieron la tienda
para pasar escoger la mercancía.
Sólo seleccionó ropa de diseñador. Un cinto equivalía a dos meses de servicio de
cable; una camisa, a una semana de renta del departamento; un par de zapatos, a un recibo
de energía eléctrica; una corbata, a un tanque de gasolina; un pantalón, a una ida al
supermercado; un traje, a una mensualidad del automóvil. En el lapso de una hora,
adquirió cinco trajes, uno para cada día de la semana; dos sacos short; un buen número de
camisas de vestir también casuales; una docena de corbatas; igual número de calcetines;
tres cintos; cuatro pares de zapatos; un basto surtido de ropa interior de marca.
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—Mi amor, escucha, están voceando tu nombre.
Julián se acercó a una caja para reportar donde se encontraban. La promotora
quien les dio la solicitud, le entregó una tarjeta de cartón con el logotipo de la tienda, el
nombre de Julián impreso en una etiqueta. Su crédito fue aprobado, le extendían una
tarjeta provisional; por mensajería le enviarían luego el plástico definitivo. La forma como
lo trataron le hizo sentirse bien.
—Cuando uno se lo propone, las cosas se dan solas —repitió Julián.
—La idea fue mía amorcito no se te olvide—enfatizó Fabiola.
Con semblante serio, como si firmara la declaración de independencia de un país,
firmó el primer pagaré por lo adquirido en ese departamento. El empleado, sonriente, las
comisiones generadas por esa venta cubrían su cuota semanal, les dio como cortesía un
calzador para zapatos, empacó la ropa en bolsas con el logotipo de los almacenes.
Siguieron el recorrido por otros departamentos. Seleccionó un teléfono celular; dos
juegos de plumas importadas; lociones; cremas; un reloj de lujo, otro para trotar; ropa
deportiva; tenis; dos maletines para la oficina. Cuando empezaron a apagar las luces se
percataron de la hora de cierre. Entre los dos apenas podían cargar la cantidad de bolsas.
—Te ves muy bien con todo. No vas a parecer gerente administrativo, sino el
dueño de la empresa.
—Sí, la imagen es todo. Amplifica tu persona.
Después de llegar a su departamento y descargar lo comprado, Julián abrazó por
detrás a Fabiola, la besó en el cuello.
—Mi amorcito, tengo hambre. Vamos a cenar algo especial.
Julián no le dio mucha importancia al no ser correspondido.
—¿A dónde te gustaría ir?, tú mandas.
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—Quiero ir al lugar ese por la avenida Constitución rumbo al Obispado, uno muy
fino.
—Bueno, pues vamos.
— o —
—Buenas noches, ¿tiene reservación, señor?
—No
—Sólo tenemos una mesa al fondo.
—Quiero una enfrente del ventanal.
—Lo sentimos, están reservadas.
—Tengo mucha hambre, amorcito.
—Está bueno, dénos ésa.
—Mira, amorcito, ése es el gobernador, ese otro el dueño de un banco, ella es la
conductora de un programa de televisión, estoy muy emocionada.
La música de piano se escuchaba de fondo. No vieron la carta; siguieron las
recomendaciones del capitán, desde el aperitivo hasta el postre y los digestivos. A Julián le
incomodó ver la gran cantidad de cubiertos como de copas enfrente de él; no sabía cómo
se usaban. Algunos comensales además de los meseros atendiendo su mesa notaron su
equivocación al usarlos; no faltó quien cuchicheara entre si sonriendo.
Al traer la cuenta, Julián no pudo disimular abrir los ojos de asombro por el total.
Incluía propina para los camareros y el chef; ordenó sin tener idea de los precios. Sacó
todo el efectivo de su cartera para no usar las tarjetas de crédito. En una charola de plata le
devolvieron la nota de consumo ya pagada con unas mentas, le supieron amargas. La
última moneda de su quincena de sueldo se la entregó al acomodador de autos. Aún no
había pagado la renta, ni los recibos por los servicios públicos, ni adquirido las compras
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del supermercado. La solución para sus problemas monetarios llegaría por sí sola, igual
como sucedió con la cuestión de su guardarropa; “Tener fe”; se repetía. Recordó haber
oído o leído en algún lugar: “La fe mueve montañas”, él ahora estaba lleno de ella.
34
VIII
“Dijeron para antes de las 10 de la mañana se le entrega, ya son y nada, rastreé el número
de guía por Internet, sólo aparece un mensaje: Programando en la ruta de entrega. Así
sucede cuando esperas con ansias algo. Cuando más lo deseas, mayor tiempo tarda; esto es
como la vida. Han de saber para quien es el destinatario, quieren sabotear mi plan; así son
los mediocres, no pueden ver triunfar a un líder. Les falta actitud de servicio en esa
empresa de mensajería. Antes me decían: Su envío se entregara antes del mediodía, pero
ahora me contestan con enojo por haberles llamado más de una vez, ¡si para eso están,
para dar informes! Si lo hubieran entregado, sí hicieran su trabajo bien, no habría quién les
reclamara. Cuando digo el nombre del destinatario, me cuelgan; no soportan cuando
alguien de posición les señales sus errores. A ese guardia de la entrada, no le debe de
importar cuantas veces vaya a la puerta a ver si viene la camioneta de la mensajería; son
unos exagerados; ¿Cómo no desesperarse ante tanta ineficiencia? Por fin, gracias, Dios
mío, gracias por tu ayuda en recibir esto.”
La caja venía con cinta adhesiva además con fleje, no era pesada pero sí
voluminosa. La cargó con un cuidado extremo, la colocó sobre su escritorio; con unas
tijeras hizo cortes rápidos para retirar la cinta y el fleje, luego los dejó caer al suelo. Abrió
las tapas con emoción mezclada con éxtasis, ni siquiera contestó el teléfono, ya había dado
varios timbrazos. Dio un grito de alegría al contemplar el contenido.
“Era cierto, no me habían mentido: Zenón Sáenz cumplía sus promesas, era
autentico, verdadero, un ser fuera de serie.”
— o —
35
—Traes un alboroto de poca madre, pareces gallina clueca.
Julián alineó todo el material sobre su escritorio; la caja vacía fue lanzada a un
rincón. Tomó el primer ejemplar, de forma lenta hojeó las páginas, decidido a comenzar a
leerlo en ese mismo momento. Las palabras tenían un nuevo significado; si el teléfono
sonaba, sólo decía estoy ocupado, luego él llamaría. No tomó nota de quiénes eran, ni el
motivo de la llamada. Llegó la hora de la comida, pero no le interesó; subrayaba con
marcador fluorescente todo lo considerado importante. El tiempo pasó sin notarlo
— o —
—¿No fuiste a comer?
—Estoy ocupado.
—No con el trabajo, no has dado golpe en todo el día.
—Al rato me repongo.
—Las cosas están poniéndose de la fregada con lo del macro pedido .
—No es para tanto. Yo sé mis asuntos.
Miguel hizo un gesto de desacuerdo, se fue rumbo a la planta.
— o —
“Juliancito, te traes algo entre manos, En la mañana estuvo inquieto, se calmó al recibir un
paquete. Luego no lo he visto en todo el día. Voy a la cocineta; con el pretexto de un café,
podré pasar enfrente de su lugar.”
—Con razón estabas tan callado.
—¿Se te ofrece algo, Gracielita? —Julián la veía directo a los ojos.
—No pareces trabajar, Juliancito— Graciela sostuvo la mirada.
—Tú tampoco —dijo las palabras lentamente—
—No me faltes al respeto, andas muy alzado.
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—Te perdonó tu genio por ser una solterona; estás así por falta hombre.
—Desgraciado, te vas a acordar de esto, te lo juro.
—Tengo miedo —dijo burlonamente.
Graciela dio media vuelta apretando los puños; tenía ganas de borrarle con las
uñas esa expresión de la cara.
Julián retornó a su lectura, regocijándose por la nueva victoria sobre esa mujer.
— o —
“No entiendo los motivos de Julián para echarse de enemiga a esa arpía, ella es capaz de
cualquier cosa, todo mundo ha de haber escuchado la bronca, lo veo raro desde hace
tiempo, muy cambiado, ¿no estará consumiendo drogas?”
— o —
Julián permaneció bastante tiempo después de la hora de salida, hasta no haber terminado
de leer el primero de los libros. Utilizó la misma caja para poder llevarse todo a su
departamento. En su automóvil comenzó a escuchar uno de los discos compactos del
motivador. En el gran anuncio espectacular recién montado, se apreciaba la cara de un
hombre de mirada desafiante vistiendo un lujoso traje; las letras mayúsculas sólo decían,
como un gran presagio:
PRÓXIMAMENTE EN ESTA CIUDAD
Se apreciaba la primera letra del nombre; era una Z.
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IX
Julián permanecía tras el volante luego de haber llegado a su domicilio. El disco compacto
había finalizado hacía rato, pero las palabras seguían haciendo eco en sus oídos.
Lo sacó de su concentración ver pasar ágilmente en pantalones ajustados a la
vecina de piel morena clara, cabello rizado. Ya en la acera, hizo frenar de forma brusca a
un taxi apenas levantó el brazo. Al ver sus formas no pudo pensar en otra cosa, ésa era la
mujer para un triunfador.
Dejó la caja sobre la mesa de centro. Llamó su atención ver una oruga sobre el
borde del respaldo de una silla. La contemplo pasmado durante largo rato. La pensó
descansando en un profundo sueño; su destino era transformarse en algo diferente, así
como el destino de Julián era la grandeza. Tomó de la caja otro libro, el tercero de la serie,
para iniciar la lectura; se acomodó en el sillón de la sala, tomó del refrigerador lo único
dentro: una manzana de piel arrugada. Se entregó a la lectura por horas, de forma lenta se
fue desconectando su cerebro; sus ojos cerraron las ventanas. No se percató cuando la
oruga caía del borde.
Lo despertaron los dolores en la espalda como en el cuello. Miró su nuevo reloj de
pulsera marcaba casi las nueve de la mañana. Se desvistió, dejando la ropa regada camino
al baño; al afeitarse se hizo cortaduras en la piel del cuello. Eligió traje y corbata nuevos.
Antes de salir, tomó el libro, además otro disco compacto.
Se pasó la luz roja de un semáforo. Un oficial en motocicleta le indicó detenerse;
Julián se mantuvo sereno cuando le pidió la licencia de manejar y los documentos del
automóvil.
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El hombre de éxito debe saber resistir los embates de todos los resentidos por la
envidia de ver cómo alguien triunfa, mientras ellos siguen en sus vidas mediocres. El
primer signo de triunfo: Los demás no soportan ver la felicidad en la cara de otros; esto
es producto de sus estrechas mentes, no les des el gusto de verte molesto, eso quisieran.
Tú en cambio ten la digna actitud de un noble...
El reloj de la recepción marcaba las 10:30 de la mañana cuando pasó corriendo
hacía su escritorio.
—Te buscó hace rato Mireya. El jefe necesita algo —lo informó Miguel.
— o —
—Por fin apareciste. Mi jefe necesita verte.
Dio dos golpes leves a la puerta con sus nudillos, giró el picaporte, entró.
—No me importa si están saturados, también nosotros; deben tener listo ese
pedido en la fecha prometida.
En cuanto el ingeniero Arroyo vio a Julián entrar, interrumpió su conversación
sólo para estirar la mano, pasarle un legajo y decirle:
—Según compras las cantidades solicitadas de estos materiales no serán
suficientes, revisa las cifras. No quiero excusas achacándonos la culpa. Entrégalo de nuevo
antes de mediodía, es urgente.
No le dio tiempo de añadir nada, enfrascándose de nuevo en la llamada. Julián dio
media vuelta, desconcertado. Pensaba sentarse un rato, charlar con él de igual a igual. Tal
vez la presión del gran pedido lo hizo comportarse de manera apresurada, sin darle tiempo
de mostrarle esa deferencia debida para con los ubicados por encima de los simples
subordinados.
Julián hubiera deseado terminar de leer el tercer libro pero la encomienda
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ameritaba atención inmediata. En efecto, estaban mal los cálculos, pero no creía haberse
equivocado; podía haber sido un error al momento de alimentar datos en la computadora.
Pensó la posibilidad: Alguien pudo dar mal la información a Arroyo para dañar su imagen;
de seguro veían en él a una amenaza potencial.
El rebaño disperso de pusilánimes se convierte en una manada de lobos rabiosos
para atacar a quienes han destacado y con su éxito les machaca en el rostro aún más su
mediocridad…
Entregó el trabajo corregido al departamento de compras poco después del
mediodía. De regreso, decidió pasar por las oficinas de la gerencia administrativa. Sería
bueno ver, más bien reconocer, sus futuros dominios; era ya la hora de la comida, la
mayoría se encontraba fuera de su sitio.
La puerta de la oficina del gerente aún tenía la placa con el nombre del licenciado
Gutiérrez. Se encontraba abierta, el personal de limpieza acababa de aspirar la alfombra.
Un impulso lo empujó a pasar; todo estaba ordenado, pulcro. No pudo resistir la tentación
al ver el sillón detrás del escritorio de chapa de nogal. La sensación era única, era el lugar
donde encajaba a la perfección. Pronto estaría ahí de forma oficial, sólo era cuestión de
unos días.
La grandeza es tu única opción, no puedes conformarte con menos, es el destino
desde toda la eternidad deparado para ti, sólo faltaba tu decisión.
Estaba absorto, con los ojos cerrados contemplándose a sí mismo cuando el sonido
de una voz lo hizo estremecerse violentamente.
—Si hasta pareces la mera verdad.
Abrió los ojos de inmediato, giró la cabeza, halló la figura dulce, casi maternal, de
Amparito, con sus lentes a media nariz. Lanzó un suspiro de descanso.
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—¿Vas a ir a comer, Julián? Ya me iba, pero al ver la oficina abierta, pensé: Los
de limpieza no la cerraron.
—Amparito, ¿cómo va todo?
—Bien, Julián, con mucho trabajo, pero las cosas van saliendo… —la mujer echó
un vistazo discreto, acaso para comprobar si algo faltara; acto seguido, con la voz
ligeramente autoritaria, conminó—: ¿Te parece si nos vamos a comer?, me han de estar
esperando las muchachas; de pasada cerramos la oficina.
—A ver si un día se sienta en mí mesa.
—Cuando tú me invites —respondió amablemente la mujer mientras cerraba la
puerta.
41
X
De regreso a su departamento, Julián vio el anuncio panorámico recién terminado:
ZENÓN SÁENZ EN TU CIUDAD
El impacto fue una conmoción, detuvo su auto en el acotamiento. Tomó su celular,
marcó a la expendedora de los boletos, dio el número de su tarjeta de crédito para pagar
dos, los pidió frente al escenario; después de una pausa le comunicaron no poder culminar
la transacción debido al sobregiro en su cuenta la tarjeta había sido rechazada. Manejó
rumbo a las oficinas, pagó las entradas en efectivo; las acarició, guardándolas dentro de su
cartera con sumo cuidado.
En su departamento, comprendió su prioridad inmediata, debía ocuparse de tiempo
completo para terminar las lecturas faltantes, escuchar a conciencia los discos compactos;
podría solicitar días de vacaciones para asimilar todo ese caudal de conocimientos, dudó
se lo llegaran a permitir con la carga de trabajo actual. O bien podría inventarse una
enfermedad, pero el solo hecho de faltar demeritaría seguir proyectando su imagen de
triunfador.
El timbre de la puerta rompió la línea de sus pensamientos. Observó por la mirilla
para ver; quedó paralizado. Decidió no abrir, el timbre insistía, una voz gastada reclamaba:
—Señor Huerta, ¡ábrame! está ahí dentro, vi su automóvil abajo.
Era el señor Carrillo, dueño del edificio de departamentos. Julián llevaba más de
una semana de demora. Por un instante se lamentó haber gastado todo; luego reasumió el
control. Ya más sereno se recriminó, pero por haber dudado de sí mismo. La voz
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desesperada le urgía a abrir; Julián giró la perilla.
—Lleva una semana de demora, no se esconda.
—Lo escuché pero estaba en el baño, ¿usted no va al baño?
—Sí, pero no me meto allí una semana.
—Estuve de viaje, regresé apenas hoy, pero mañana le cubro la renta; no traigo
efectivo.
—Con usted son puras molestias —el señor Carrillo se dio la media vuelta sin
despedirse.
Se preguntó cómo allegarse fondos. Después de un buen rato, un relámpago
iluminó su pensamiento. Buscó el periódico de días antes, con frenética pasión dio vuelta a
las páginas hasta encontrar lo buscado. Una sonrisa se dibujó en sus labios; sus cejas se
arquearon. Recortó el anuncio de una casa de préstamos. No cabía duda en lo dicho por
Zenón Sáenz:
Cuando se pone a trabajar a la mente en dirección hacia el triunfo, por sí sola
encuentra las respuestas a nuestros problemas.
Mañana a primera hora iría a ese lugar. El resto de la noche lo utilizó en oír con
suma atención los discos compactos faltantes.
— o —
El despertador sonó a la hora habitual, Julián lo apagó con un manotazo; una hora después
abrió un párpado. Los silenciosos números rojos marcaban su demora en estar en la casa
de préstamos, ubicada al otro extremo de la ciudad, luego debía hacer el recorrido inverso
para dirigirse a su trabajo, no se bañó.
Condujo rápido por las atestadas calles; pensó los demás conductores me darían el
paso si hubieran sabido la importante naturaleza de mi misión.
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En la casa de préstamos, había en una especie de sala de espera por lo menos una
veintena de personas sentadas o de pie. Alguien le señaló tomar una ficha; al desprender el
pedazo de papel, una solitaria letra Q no le dijo gran cosa. De pronto, un dependiente
apostado tras uno de los escritorios donde atendían a los solicitantes dijo en voz alta:
—Letra D, letra D.
Una regordeta señora con un niño en cada mano se dirigió con el empleado. Al
comprender la mecánica del procedimiento, Julián le marcó a Mireya.
—Tuve una emergencia, si preguntan por mí, en un rato llegó.
— ¿Cuánto tardas?
—No demoro.
— ¿Estás enfermo?
— ¡No!
— Sí me preguntan, debo decirle algo
—Luego te explico, adiós.
Una de las personas parada a un lado suyo le sonrió en forma solidaria, como
comprendiendo su negativa a decir dónde se encontraba.
Dos horas después, un empleado con muestras evidentes de fastidio lo atendió. El
trámite no resultó fácil ni mucho menos rápido; debían de verificar su historial crediticio,
por lo menos se llevaría tres días. Julián inventó una serie de desgracias sucedidas. Al final
de escuchar la emocionada exposición de motivos, el empleado dejó escapar un suspiro,
dijo llamarlo dentro de dos días.
— o —
Cuando llegó a su trabajo, ya era hora de comer.
—No te vi en toda la mañana. Cuando le pregunté a Mireya, dijo tenías un
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problema personal —le comentó Miguel al topárselo en uno de los pasillos.
—No fue nada, algo sin importancia realmente.
—¿No vas al comedor?
—No traje ni encargué de comer.
—Te convido de lo mío, ése no es problema.
—No, la verdad, vete tú a comer, no iré.
—¿Te sientes bien? Tras algo, es como si fueras otro.
—Me di cuenta de ciertas cosas, quiero cambiar en mi vida. Tal vez no lo notes,
vives la misma situación así estaba yo. Todo lo hecho en mi vida hasta hace unos días me
ha llevado a ser un mediocre, un don nadie, alguien sin éxito.
—Aún puedes lograr mucho, las cosas son despacio, un paso a la vez, estás joven.
—Ésos mismos argumentos me los han repetido, pero la realidad es otra.
—Muchos no tienen esto, pero parece ahora ya para ti no es suficiente.
—Sí, ya he escuchado eso, también la historia de la niña llorando por no tener
zapatos pero cuando vio una niña sin pies; entonces dejó de llorar al ver lo afortunada por
si tenerlos ella. Ahora la veo como una historia de conformistas. Con esas ideas uno solo
consigue volverse pasivo e instalarse en la mediocridad, justificando el precio de ser
cobarde, hasta el punto cuando un día terminas parado afuera de la morgue, esperando ver
llegar a los muertos para dar gracias por estar vivo.
—Estás muy trágico.
—Me di cuenta de mis errores, decidí ser un triunfador, como dice Zenón Sáenz.
Ése fue el día cuando comencé el renacimiento de mi existencia.
—¿Quién dices ha dicho eso?
—Zenón Sáenz, el motivador, un verdadero triunfador, un ejemplo para todos.
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—¿Es el güey ése de la foto en la parte de atrás del libro de Mireya? ¿A poco le
crees todo eso? ¿Sólo con desear las cosas éstas se dan?
—No, debes luchar por ellas.
—Yo también deseo mejorar, ¿No me crees?
—No, probablemente no: una cosa es lamentarte, otra ponerle remedio.
—No me siento, ni me he sentido ningún mediocre, ¿está claro? Si tú te sentías de
esa forma, era muy tú cuento; antes de seguir con esas ideas inspiradas por Zenón no sé
quien chingados, mejor pon los pies en la tierra…
—Es inútil hablar contigo, estás resentido en exceso.
—…y deja de hacer enemigos gratis.
—Lo dices por esa pinche vieja de Graciela. Cuando sea gerente administrativo
me las pagará.
—Ya salió el peine, ¿te ha entrevistado el dueño?, ¿por lo menos nuestro jefe?
—En el momento adecuado lo harán.
—En verdad estás meando fuera del olla, pero de a madre; sigue soñando arriba de
tu nube, cuidado cuando te des el madrazo
—No le veo caso a esta conversación; ya perdí mucho tiempo contigo Miguel.
—Cada quién su onda.
Miguel dio media vuelta, dejo caer la bolsa con sus alimentos sobre su escritorio y
se dirigió a la planta.
Julián se sentó en su lugar. Estaba irritado, pero no sabía exactamente la razón y con
quién, si con Miguel o con él mismo; sentía eso como parte del precio a pagar cuando se va
en la ruta correcta, no todos comprenden la magnitud del esfuerzo.
Se dedicó a reducir la gran cantidad de papeles apilados sobre su escritorio, todos
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relacionados con el macro pedido asignado.
De regreso a su casa, pensó en el rentero, en cuanto tardarían en autorizarle el
préstamo. Después de la discusión, ni modo de pedirle dinero a Miguel, a quien más
confianza le tenía en el trabajo, tampoco podía ir con sus padres a pedirles para el alquiler.
Decidió dejar su automóvil estacionado a tres calles del edificio. No encendió luces ni
contestó el teléfono cuando timbró; no deseaba ser descubierto por el señor Carrillo. Pasar
una velada en penumbras era parte del precio a pagar por un futuro mejor.
Por la mañana salió temprano, también en forma cuidadosa por si el señor Carrillo
andaba por ahí; suspiró aliviado al no verlo en las inmediaciones.
Fue nuevamente al día siguiente a la casa de préstamos. Llegó más temprano; sólo
había cuatro personas antes. Al llegar su turno, el empleado mostró asombro al escuchar
las insistentes razones argumentadas por Julián; habían comenzado la investigación de su
historial de crédito, en caso de ser fuera aprobado, harían todo lo posible para terminar de
procesar la solicitud ese mismo día.
Julián llegó a su trabajo 30 minutos después de la hora de entrada. Saludo a
Miguel, quien correspondió el saludo en forma cortés sin ningún esfuerzo por hacer mayor
conversación. A media mañana le llamó por teléfono Fabiola, preguntándole dónde había
estado la noche anterior; le había llamado tanto a su departamento como al teléfono
celular. Le comentó haber estado en una reunión a la cual su jefe lo citó por la tarde
prolongándose hasta la medianoche; ella lo felicitó por haber sido tomado en cuenta como
un directivo. Julián dijo tener mucho trabajo; acordaron verse esa noche en su casa.
Durante la mañana llamó en forma insistente a la casa de préstamos, cuando el
empleado atendió la llamada, habían revisado su historial crediticio, las referencias, podía
pasar por la tarde para firmar el contrato con los pagarés. Julián calculó salir a media tarde,
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alcanzaría a recoger el cheque e ir al banco para hacerlo efectivo.
En la hora de la comida fue a la máquina expendedora, con unas monedas
encontradas en un cajón del escritorio, se compró unas galletas. No tenía ganas de ver a
nadie, sentía hostilidad en su contra, otro de los precios pagados por destacar, soportar la
envidia de los otros, como bien lo decía Zenón Sáenz: El camino al éxito está lleno de
momentos de soledad.
Decidió ir a la casa de préstamos. No podía salir sin avisar, tampoco deseaba
decirle a Miguel el motivo real para ausentarse. Aprovechó cuando Mireya estaba al
teléfono, le hizo una señal de marcharse; ella no le prestó atención.
Lo atendieron de inmediato, pensó: por fin se han dado cuenta de mi categoría.
Pusieron delante de él un contrato con letra apenas podía distinguir, pagarés, una hoja con
un desglose de cifras.
—¿Todo esto es necesario?
—Todo es parte del procedimiento.
Al revisar el desglose, Julián notó diferencias.
—Debe de haber un error: me estás dando las tres cuartas partes de lo solicitado;
yo dije a 12 meses de plazo, los pagarés están fechados a 24; también me estás
capitalizando los intereses mensualmente, cobrando intereses sobre los intereses, deberé
hacer pagos cada 15 días.
—Su crédito se tramitó con celeridad, usted nos dijo necesitar con urgencia los
fondos, para lograr la autorización inmediata las condiciones se debieron volver más
atractivas para nuestra empresa; los intereses se cobran por adelantado, una práctica
común en el medio. Ahora, si las condiciones del préstamo le parecen excesivas, está en
todo su derecho de negarse a tomar el crédito, licenciado Huerta.
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Julián no tenía más alternativa, solo firmar; ellos también lo sabían, con desgano
estampó su firma.
Apenas alcanzó a llegar al banco a cobrar; cuando llego al complejo de edificios
donde vivía; afuera de su departamento lo esperaba el señor Carrillo.
—Ayer vine, como me dijiste, pero fue en vano.
—Sí, tuve una junta en el trabajo, pero aquí esta el dinero, mire.
—Debería cobrarte extra por la demora además de las vueltas.
Dejó al señor Carrillo con sus habituales expresiones. Se tumbó sobre su sofá
cuando llamaron a la puerta. Era Fabiola, no la esperaba tan temprano; ella sonrió al decir
—Amorcito, estaba pensando, sería bueno si solicitaras una membresía en un club
de golf o de tenis; una persona de categoría debe reunirse en lugares exclusivos con los de
su misma clase para hacer relaciones.
—No lo había pensado, tienes razón.
—Revisé: el Sport Nova Club es exclusivo, justo para ti. Vamos a pedir informes,
aún están abiertas las oficinas.
— o —
Una recepcionista les entregó una solicitud, en fino papel, donde venían los requisitos. La
cuota por membresía equivalía a seis meses del sueldo actual de Julián, debía de ser
recomendado por otros tres socios y ser finalmente aprobado por un comité.
—Aquí se reúne gente como uno, no vas a batallar en hacer amigos, recuerda el
dicho: “Dinero llama dinero” ¿Te pasa algo?, ¿y ese silencio?
—Fabi, hay ciertos puntos donde todavía me siento un poco débil, como la cuota
de ingreso, tampoco conozco a nadie para recomendarme.
—Mi amor, bien nos lo advirtió Susy: Ya estás flaqueando, pero aquí estoy para
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apoyarte. Necesitas sentirte bien, te voy a ayudar, invítame una copa.
En el bar, ella siguió repitiendo los argumentos pronunciados días antes por
Susana. Él comentó sobre la presentación de Zenón Sáenz, los deseos de conocerlo;
después de tomar un par de copas, ella le pidió fueran a su departamento para hacerlo
sentirse mejor.
Fabiola cumplió nuevamente todos sus deseos, dejándolo extenuado. Tenía los
ojos cerrados, tratando de atrapar de nuevo el aliento, cuando escuchó la voz melosa de
Fabiola:
—Amorcito, ¿cuánto tiempo después de cuando te nombre gerente administrativo
nos vamos a casar?
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XI
—Cómprame algo, amorcito —dijo Fabiola al llegar al recinto donde sería la conferencia
de Zenón Sáenz.
Luces; música rítmica a alto volumen torturaba los tímpanos; pósters con la
imagen del conferencista en actitud de triunfo tapizando las paredes; módulos de ventas
con todo tipo de artículos, desde material impreso, hasta gorras, tazas y camisetas con
frases alusivas al evento.
Se encaminaron a sus lugares. Una figura los saludaba desde arriba del escenario:
veían moverse los labios pero no oían sus palabras. Bajó, los abrazó con fuerza.
—Lo sabía, ustedes no me fallarían.
—Susy, ¿y ese gafete?,
—Soy de las embajadoras de Zenón aquí en la ciudad, me gusta ayudar a hacer
feliz a la gente conociendo los pensamientos del maestro Sáenz.
—Tú novio, ¿dónde está?
—Julián, no todos los hombres son como tú. Pedro no comulga con estas ideas.
Las luces del salón se apagaron, la música calló; segundos después, mientras el
telón se levantaba, una voz anunció:
—¡Con ustedes el hombre quien ha cambiado la vida de miles de sus prójimos!, el
éxito mismo en persona, el máximo ganador: ¡Zenón Sáenz!
Un haz de luz se posó en la figura del centro del escenario; vestía traje de
diseñador internacional, reloj y anillos de oro; un impecable corte de pelo.
—Es él, amorcito.
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—Si, es él —exclamó Julián boquiabierto.
—Buenas noches, ganadores, Dios los bendiga a todos.
El equipo de edecanes, disperso por el salón, estalló en aplausos. La multitud
siguió el ejemplo. Mientras, Zenón daba saltos, corría de un extremo a otro del escenario,
gritando más frases, animando al público a gritarlas en coro.
Julián reconoció las frases, eran las mismas escritas en los libros, la figura no era
igual de joven a la mostrada en pósters y contraportadas.
Pasaron al frente personas, dieron testimonio de cómo sus vidas cambiaron luego
de seguir los consejos de los libros. Zenón pedía una fuerte ovación para cada de ellas una
antes de despedirla con un abrazo. Luego de los testimonios, anunció con una enorme
sonrisa:
—Les quiero mostrar una exclusiva: mi nuevo libro.
Atrás de él se iluminó un gran póster con la leyenda: “Ganador, tu hora ha
llegado”, se provocó un flujo interminable de aplausos.
Durante el resto de la presentación, recitó frases del nuevo material; luego puso
cara de tristeza.
—Mis amigos, debo retirarme, pero ustedes moran en mi corazón. Ayuden a otros
a conocer la luz como ustedes la han conocido, regalen mis libros a sus amigos, familiares,
compañeros de trabajo, vecinos, sorprendan a un extraño en la calle, regalándole uno de
mis libros. Ánimo, ganadores.
Al momento de retirarse hubo más aplausos. Regresó para agradecer las
ovaciones. Al fin se cerró el telón. Las luces se encendieron, la música rítmica se dedicó
otra vez a martirizar los tímpanos mientras el equipo de edecanes invitaba a las personas a
pasar a adquirir lo anunciado minutos antes.
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Susana, desde otro extremo del lugar, les hacía de nuevo ademanes llamándolos a
acercarse.
—¡Zenón en persona los va a recibir! ¡Le comenté acerca de ti, Julián!
Julián no daba crédito a lo escuchado.
Susana los condujo al centro de atención. Era mucha la gente apretujándose en
torno al motivador, pidiéndole autógrafos, buscando cruzar un par de palabras.
—¡Zenón, aquí están los amigos, te comenté sobre ellos!
Le estrechó la mano a Julián, luego dio un fuerte y prolongado abrazo a Fabiola,
acompañado de un beso en cada mejilla.
—Bien, muy bien, muchacho, me han hablado mucho de ti, de tus logros, ¿ya
compraste mi nuevo material?
—No, aún no.
—Dales el mejor presente a tus amigos, ¿cuántos ejemplares vas a comprar: 10, 20,
30? Te lo agradecerán de por vida, no me falles, no les falles a los otros; anda ve a
comprarlo.
Zenón Sáenz se volteó hacia otra persona, una mujer madura, a quien saludó como
a Fabiola, con un abrazo fuerte y besos en las mejillas. Julián estaba desconcertado;
esperaba algo más.
—Hay mucha gente deseando saludar a Zenón, por favor no estorbemos, tuvieron
su oportunidad —dijo Susana acompañándolos hasta una de las mesas de ventas, donde
indicó—: Julián, no te olvides de darles mi nombre a quien te tome el pedido, recuerda soy
como tú hada madrina dentro de esto.
Ella se reunió con otras personas, también las llamó por su nombre, les prometió
también conducirlos con Zenón Sáenz. La excitación sentida por Julián se disipó al ver el
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costo del libro, superior al de los anteriores. Al percibirlo desanimado, sin decidirse a
pagarlo, el vendedor atinó a decir:
—No se deje guiar por el precio marcado; el beneficio es superior a su costo, no se
arrepentirá, créame. Ya lo leí, está impreso en el extranjero, en papel de la más fina
calidad.
—Déme uno.
—¿Desea llevar algún otro material?
—Lo tengo todo.
—Lo felicito por su inteligente compra, señor.
54
XII
Ése habría de ser su gran día. Se preguntaba cómo harían el anuncio; de seguro primero se
lo comunicarían en privado, luego lo harían público, llamando a todos; hasta lo publicarían
en las páginas de la sección de negocios de los periódicos. Sería el momento de su victoria,
la primera de muchas.
Le comunicarían su nuevo sueldo, los beneficios adicionales; luego la toma de
posesión de su nueva oficina, presentándolo antes sus colaboradores, ellos se pondrían a
sus órdenes. Parte de su nueva rutina sería asistir a reuniones de trabajo como sociales con
los otros gerentes: sus iguales, sus pares.
El día transcurrió sin sobresaltos. Cuando Mireya lo llamó para darle un mensaje
del ingeniero Arroyo, los latidos del corazón de Julián se aceleraron; pero un gesto de
decepción apareció en su rostro cuando escuchó sobre no olvidar pasar al departamento de
compras las cifras verificadas de las tarimas requeridas para la siguiente semana.
Ordenó una ensalada a un establecimiento del centro de la ciudad, comió en su
escritorio. Pensó en llamar por teléfono a Zenón para darle la noticia en cuanto le
confirmaran su ascenso; pedirle a Susy le diera su número, comentaría incluso cuando
viniera de nuevo a la ciudad podrían cenar juntos.
Una hora antes de la salida, Graciela se dirigió al tablero de anuncios con una hoja
de papel en la mano. Desclavó algunas chinchetas, reacomodó memorandos le halló al fin
un buen lugar al comunicado interno en la lámina de corcho.
—¡Ya tenemos nuevo gerente administrativo!
Julián se arrojó literalmente hacia el tablero, donde leyó:
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Para: Todo el personal.
De: Dirección General.
Por medio del presente, se notifica el nombramiento del licenciado Marcelo
Góngora-Ponce a partir del día de hoy como el nuevo gerente administrativo de esta
empresa…
Seguía una petición de apoyo por parte de todos a fin de lograr el buen desempeño
de funciones del nuevo gerente, bajo el cuerpo del escueto documento, la rúbrica del
director general.
Julián no podía creerlo. Debía de ser un error, una broma, un malentendido, una
jugarreta de Graciela y los otros. Anhelaban verlo descompuesto, pero ahora mismo
aclararía las cosas.
—¿No te suena el apellido Góngora-Ponce? —escuchó a Miguel a sus espaldas.
—¡No y me vale madre!
—Marcelo es sobrino de un político quien por coincidencia tomó la decisión para
la asignación del macro pedido de reguladores a nuestra empresa.
—No la chingues, Miguel, está recién graduado. Éste es su primer trabajo, tiene
apenas seis meses de antigüedad en el puesto, es un pendejo.
—Sí, pero un pendejo con recomendación.
—Del Alba me va a escuchar —Julián arrancó el comunicado del tablero.
— o —
—¿A donde vas? Mi jefe no te llamó.
—Hazte a un lado.
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—No me avientes
Julián abrió la puerta de una patada. El licenciado Del Alba estaba el teléfono.
—Me vas a explicar en este instante la razón de haber nombrado gerente
administrativo a ese Marcelo no se quien en lugar de darme el puesto; vas a corregir esto
de inmediato, me darás el nombramiento a mí, lo merezco. No toleraré un insulto de este
tipo. La gerencia administrativa me corresponde, ¿no lo entiendes?.
—Te me vas a la chingada. Nadie me grita en mi oficina.
Graciela ya había ido por el guardia ubicado en la recepción.
—Serás el dueño, pero estás ciego, ¿no has visto quién soy?
—¡Saquen a este pendejo, si no yo mismo lo echo a patadas!
El guardia se encontraba ya al lado de Julián. Graciela permanecía afuera, pero
estiraba el cuello para no perderse ningún detalle acontecido en la oficina.
—Acompáñeme, por favor; salga por las buenas, hágame caso joven —mientras
hablaba, el guardia retiró despacio el seguro de protección a un bote de gas lacrimógeno.
Todos permanecieron callados, el instante parecía una eternidad; de nuevo se
escuchó la voz del guardia:
—Acompáñeme a la salida, joven —había tomado el bote a la fornitura del
cinturón, listo para usarlo si era necesario, con la otra mano empuñaba ahora la macana de
madera.
—Prefiero irme a seguir en esta compañía de mierda.
Julián dio la media vuelta seguido por el guardia, mientras el licenciado Del Alba
gritaba:
—¡Alguien dígame quién era ese pendejo! ¿Trabaja aquí?
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XIII
Era cerca de la medianoche. El teléfono sonó casi una docena de veces, no contestó. Tenía
rato sentado en el suelo, sin zapatos ni camisa; al llegar destapó una de las botellas
compradas días antes, cuando compró bebidas selectas de acuerdo a la posición la cual
creía iba a ocupar. Para esa hora, ya había bebido directo de la botella la mitad del
contenido. Una voz pastosa decía en voz alta:
—Todo esto fue una pinche farsa: ni siquiera estuve cerca de lograrlo, fue un
invento. Pinche gerencia administrativa, pinche Fabiola, pinche Susana, pinche Del Alba,
y el más pinche de todos, pinche Zenón Sáenz pinche. Yo me creí toda la bola de
pendejadas ésas, pensando: Deseando las cosas, solas llegaban.
Siguió tomado hasta dejar la botella vacía. El sueño lo abrazo lentamente, por
primera vez en mucho tiempo, no soñó soñar.
La sed fue su despertador a media mañana. Sentía reseca no sólo la boca sino
también la garganta. La cabeza estaba a punto de explotarle con cada paso dado;
permaneció inmóvil para ver si pasaba el efecto, pero ahora lo sentía cada vez con cada
latido de su corazón. Tomó el primer líquido encontrado por sus manos dentro del
refrigerador; tenía ganas era de desvanecerse.
Permaneció estático no supo si segundos, minutos, horas; se quitó los pantalones
para estar más cómodo. Un sonido provenía de la puerta: el cartero había dejado unos
sobres con los logotipos de las casas comerciales donde había contratado crédito; ésa
ahora era su única, su verdadera realidad.
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Como en un acto reflejo, se dirigió hacia donde estaba guardado el licor, destapó
otra botella comenzó a beber del pico. La embriaguez le anestesió los sentidos. Le dio
mucha risa visualizarse así, vencido, sucio, torpe.
El teléfono sonó tres o cuatro veces, perdió la noción; cuando la tarde fenecía, oyó
a lo lejos golpes en a la puerta.
—Amorcito, ¿estás ahí?, ¿estás bien?, ¿te pasa algo?
Julián abrió; llevaba otra botella en la mano. Al momento de ver a Fabiola, se
colocó delante de ella.
—Mi amor te llamé desde ayer pero no contestas. En el trabajo no me supieron dar
razón de ti. Déjame pasar. Te tengo dos noticias una mala, la otra, buena. La mala, ayer
llamé al Sport Nova Club para preguntar sobre la solicitud y una tipa burlonamente dijo:
Fue rechazada, ¿te imaginas?, ellos se lo pierden. Deberemos de intentar en otro lado. La
buena noticia, para dentro de un año cuando sea nuestra boda, todo cuanto quiero está
disponible, por eso necesitaba verte para fijar la fecha exacta...
—Cállate, cabrona.
—Traes un tufo insoportable,…
—¡Cierra la pinche boca, ya te lo dije! me importa una mierda si no soy aceptado
en un puto club deportivo.
—Amorcito ¿Te sientes bien?
—No me dieron la gerencia administrativa, ni siquiera me tomaron en cuenta para
ser candidato. Todo lo hecho no sirvió para nada, fui un estúpido payaso, un pendejo por
escuchar toda la bola de pendejadas dichas por Susana y tú como perico las repetías.
Maldita sea la hora cuando me entere de la existencia de ese hijo de la chingada de Zenón
Sáenz.
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—No me hables así, no tengo la culpa de nada.
—No habrá promoción, tampoco dinero, ni boda, ni nada: no hay una chingada,
entiéndelo.
—Luego vendré, cuando de nuevo seas tú.
—Éste a quien ves es el verdadero yo, no quiero volver a verte nunca.
Sin dar oportunidad de réplica, le cerró la puerta en la nariz, regresó a dejarse caer
en el sofá. No escuchó el llanto de su ahora ex novia.
Continuó bebiendo, abandonándose nuevamente a la deriva mental.
— o —
El siguiente día el teléfono volvió a sonar varias veces, pero siguió sin contestarlo. Por la
tarde, alguien llamó a su puerta. Se fijó por la mirilla, distinguió a Miguel; decidió abrirle
y dijo en su cara
—¿Tú también vienes a chingarme?
—Estoy preocupado por ti.
—No quiero tu puta lástima
—No es lástima, tú me conoces, me preocupas.
—Tú eres cuate, pasa, tómate algo.
Miguel contempló el desorden reinante en el departamento: restos de comida,
botellas vacías, el ambiente enrarecido por las ventanas estaban cerradas.
—Busca un vaso, por ahí debe de haber uno, sírvete… Te hubieras servido más.
Vino Fabiola, ya estaba harto, decidí mandarla a la chingada.
—Del Alba citó a todo mundo para averiguar lo sucedido; nuestro jefe justificó tu
comportamiento debido a una medicina muy fuerte para los nervios recetada hace varias
semanas. Si vas y pides una disculpa, seguro te la perdonan. Con esto del macro pedido,
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como estamos de urgidos, con una buena regañada la libras.
—No sé, déjame pensarlo.
—No le pienses, deja de tomar, hazte presente mañana; no dejes pasar más tiempo,
no te vayan a salir con alguna novedad.
Miguel se levantó de la silla, le extendió la mano a Julián, éste la estrechó.
—Está bueno, Miguel, déjame reponerme y voy.
Después de retirarse Miguel, Julián contemplo la botella en su mano, la agito
viendo como la mitad del contenido bailoteaba, decidió terminar de vaciarla. En la
madrugada sintió pesadez en sus parpados, no pudo luchar contra ella; no escuchó el
sonido de la botella vacía contra el suelo.
— o —
Despertó después del mediodía, con escalofríos y ganas de vomitar, quiso hacerlo, pero
nada le salía del estomago. Todo le empezó a dar vueltas, la visión se le nublo, no podía
ponerse en pie, tenía la piel erizada; cayó sobre el piso, temblaba sin poder controlarlo,
sintió como si algo se le encajaba en piernas como brazos, se sintió sofocado, se encorvó
poniéndose en posición fetal. Oía la voz del dueño gritándole eres un pendejo, la cara de
Graciela riéndose a carcajadas, gritándole: “Pobre Juliancito”, Zenón Sáenz señalándolo
con índice de fuego, llamándolo a gritos por su nombre, mostrándolo desnudo ante un
auditorio lleno con un letrero amarrado a su cuello con la palabra: PERDEDOR, las burlas
de todos en la oficina, su padres moviendo la cabeza desaprobándolo, Susana metiéndole
por la boca un libro de Zenón Sáenz, Fabiola pateándole en testículos; De su garganta no
salía voz, deseaba gritar: ¡Déjenme sólo, váyanse a la chingada todos!. Nunca había
sentido tanto malestar, ¿morir sería algo semejante a como se sentía en ese momento?,
¿Acaso estaba en el infierno?
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XIV
Viernes. Sus ojos por fin se abrieron, aún se sentía débil. Tomó una ducha, la
primera desde el lunes. Se puso ropa limpia; antes de irse abrió las ventanas para liberar el
humor atrapado; luego limpiaría el desorden. Pensaba hablar primero con su jefe, después
con el dueño para disculparse; este asunto de seguir las ideas de Zenón Sáenz había sido
como la borrachera de los últimos tres días: La resaca era lo único palpable.
Al llegar a la recepción, el guardia le pidió esperar. Una persona del departamento
de recursos humanos llegó con un legajo, sacó unos papeles, pidió los firmara de enterado,
así como un cheque por el lapso laborado en la quincena; luego le mostró un acta
presentada por parte de la empresa ante las autoridades laborales, donde se reportaba el
hecho de su ausentismo a su lugar de trabajo por tres días consecutivos sin causa
justificada. Procedían a darlo de baja como empleado de la empresa sin necesidad de
asumir ninguna obligación. Julián pidió hablar con su jefe; la persona le recomendó mejor
aceptar el finiquito; si deseaba hablar con alguien, debería concertar una cita por teléfono;
le recalcó: Usted ya no formaba parte de esta empresa, le extendió los brazos en uno el
recibo, en otro la pluma, resignado, meneando la cabeza, Julián firmó, acto seguido le
entregaron una caja de cartón, dentro sus pertenencias dejadas en su escritorio.
Decidió ir a una sucursal bancaria para cobrar el dinero de su liquidación, ahora
ese era todo su capital. En la fila pensó en vender todo cuanto tenía para pagar lo máximo
de sus deudas, la cifra llegaba a seis meses del sueldo con el cual ya no contaba; buscaría
otro empleo, se mudaría de nuevo a vivir con sus padres.
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Cuando llegó a su departamento, vio en el buzón un sobre grande con la leyenda:
“Ganador, tu hora ha llegado”; lo rompió en el acto. Abrió la puerta, el cansancio lo
derribó sobre un sillón.
— o —
Fuertes golpes sacudían la puerta. El reloj marcaba las nueve de la mañana.
—Julián Huerta.
— A sus órdenes.
—Ayer debió haber cubierto el primer pago de intereses de su crédito.
—Es cierto, lo olvidé; tuve una situación imprevista.
—Le llamamos a su trabajo, nos informaron sobre su baja laboral.
—Sí, es cierto.
—¿Dónde trabaja ahora?
—No tengo trabajo todavía.
—Los caballeros presentes son testigos de haber usted reconocido en este
momento, el no contar en la actualidad con una fuente fija de ingresos; al enterarnos sobre
su irregular situación laboral, se tomó la decisión de aplicar la cláusula de solicitar el pago
inmediato del adeudo.
—¿No entiendo una chingada?
—Modere su tono señor Huerta, en la cláusula 22 de su contrato está estipulado.
Vamos a tomar posesión de todos los bienes los cuales estimemos sean suficientes para
restituir el monto del adeudo.
De un empujón lo hicieron a un lado, entraron cuatro hombres, vestían trajes
baratos, olían a lociones dulzonas.
—Esto es un atropello, es contra la ley; no pueden embargar mis bienes sin un
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juicio mercantil previo, sin la resolución dictada por un juez, esto es anticonstitucional.
Julián pensó en enfrentarlos, llamar a la policía, denunciarlos por robo. Sin
embargo, no tenía fuerzas para armar una gresca.
—En la misma cláusula 22 usted acepta hacernos una cesión temporal, como
precaución, de todos sus bienes mientras el crédito esté sin liquidarse por completo.
—La misma famosa cláusula. Váyanse al carajo usted y la cláusula ésa.
—Me da gusto muestre ser razonable al respecto de esta desagradable situación
para ambas partes, señor Huerta; su cooperación hará posible concluirse de forma más
rápida esta acción sin el uso de la fuerza física. Ah, por cierto: su automóvil fue remolcado
por una grúa como parte de los bienes retenidos.
Se sentó a contemplar la forma como realizaban su cometido. Primero el
inventario, luego a tasar todo a un precio excesivamente bajo para poder llevarse el mayor
número de bienes. Cuando uno de los sujetos vio el material de Zenón Sáenz, indicó muy
seguro a otro:
—Deja eso ahí, no vale nada.
Julián estuvo de acuerdo con ellos.
Para terminar, le pidieron levantarse de donde estaba sentado; no dejaron ningún
mueble, le entregaron un documento impreso por ambos lados, Julián no quiso leerlo,
dieron media vuelta, se retiraron, para la tarde de ese sábado se encontraba saldado el
préstamo, pero también quedó sin ninguno de sus bienes; todo fue confiscado. Solo
periódicos esparcidos por el piso y el material de Zenón Sáenz. Se río al pensar; Fue mejor
no haber hecho limpieza, no hubiera sido tan buena como la hecha por esos buitres.
Antes de salir a caminar —no le veía caso a permanecer ahí contemplando los
espacios vacíos—, tomó todo lo relacionado con Zenón Sáenz, al bajar se colocó a unos
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pasos de los botes de basura, tomo cada pieza del material, la lanzó como si se tratara de
un partido de baloncesto, falló la mayoría de las veces, una anciana mujer trabajosamente
iba a depositar su bolsa de basura, al ver como Julián daba media vuelta dejando esparcido
el material, movió la cabeza en forma negativa repetidas veces. La vecina morena clara de
las piernas torneadas pasó ágilmente a un lado de él, ni siquiera lo vio.
—Hasta para ella me convertido en un ser invisible, pensó.
Luego de caminar cerca de una hora sintió sed; vio una cantina con un anuncio en
grandes letras de neón: Bar Renacimiento. Empujó las gastadas puertas de madera; una
barra despintada le dio la bienvenida, atrás de ésta, un espejo sucio; había mesas y sillas de
lámina por todo el local, cuyo piso era de cemento pulido.
Se sentó en la barra, ordenó la cerveza, su mente comenzó a repasar todo lo
acontecido. Él deseaba ser un ganador pero terminó convertido en un perdedor; tal vez
siempre lo fue, no se había dado cuenta de ello. En cierta forma, todos en la vida éramos
perdedores sin importar lo hecho o dejado de hacer, pues siempre había algo con lo cual
no estábamos contentos. ¿Quién entonces nos metía en la cabeza la necesidad de ser
ganadores?
Daba ligeros sorbos a la cerveza para hacerla rendir, cuando el cantinero le
preguntó.
—Mi amigo, cuénteme
—¿Te puedo preguntar algo?
—Dígame mi amigo.
—¿Alguna vez te has sentido como un perdedor?
—Ah, caray, está buena la pregunta.
Luego de pensar unos momentos, el cantinero contestó:
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—Pues sí, muchas veces he pensado cuanto me he fregado pero no salgo de
jodido.
—Todos en la vida estamos jodidos.
—Todos me dicen Rosales, ¿con quién tengo el gusto?
—Julián Huerta.
—Mucho gusto, Julián, venga esa mano.
—Igualmente, Rosales.
—¿Esa pregunta, Julián, nunca me la habían hecho?
—Todo mundo quiere ser un ganador, pero por más cuanto tratas, terminas con la
peor parte.
—Uno anda siempre detrás de algo, si no lo alcanza se queda uno con las ganas,
lamentándose, pero cuando lo consigues te entra la duda, si eso realmente lo querías…
—…mujeres, trabajo, dinero, familia: si obtienes un triunfo, en algo siempre
pierdes.
—Se nota, eres gente leída. ¿Esa tristeza?, ¿cuál es la pena?
—Me desocuparon del trabajo, rompí con mi novia, me embargaron, tengo deudas;
¿quieres más?
—Ésas son las cosas para las cuales, debe salir el carácter del hombre. Mira, lo del
trabajo, pues buscas otro; las mujeres, un clavo saca otro clavo, al rato aparece una hembra
mejor. Las deudas, el dinero va y viene, para eso lo hicieron redondo. ¿Otra cerveza?
—Sólo otra, no traigo para más.
—Tranquilo, todo sale, déjame darte una botana.
—Rosales: uno tiene lo que no quiere y lo que quiere no lo tiene.
—Así es, Julián. Tú Lolo, ¿tienes lo que quieres en la vida?
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—No me hagas reír, pinche gordo.
—Es en serio.
—En la vida siempre está uno con las ganas de algo. Tampoco te lo agradecen, la
gente es ingrata, es pinche, como tú, pinche gordo prieto. — Decía Lolo alzando la voz.
—Profesor Suárez, antes sentarse déjeme decirle algo, estamos tratando un tema,
muy bueno, ¿le sirvo lo de siempre? A ver, pregúntale al profesor.
—¿No siente como si en la vida todos fuéramos perdedores?
—Muchacho, a diario los humanos perdemos algo: inocencia, amor, salud, fe.
Desde el nacer se comienza a perder la vida.
—Ves, Julián, el profesor entiende de esto, vengan todos.
—No les haré el cuento largo. Yo creía ser alguien, de repente choqué con la
realidad, me di cuenta de una cosa, era un ganador, también descubrí no ser el único;
perseguimos cosas las cuales nunca alcanzaremos. Todos somos perdedores en la vida sin
importar lo hecho.
Intervino alguien más:
—Mi hermano se pasó la vida haciendo dinero; cuando logró tener una buena casa,
carro y mucho ahorrado ya estaba entrado en años, cuando busco una mujer para casarse,
la primera pregunta de ellas, era cuanto dinero tenía. Se la pasa amargado, para él todas las
mujeres son unas interesadas.
—El dinero no hace la felicidad —repuso solemnemente el profesor Suárez.
—Ve cómo el profe le da la razón, pinche gordo sírvele una cerveza a Julián, yo
invito.
—Gracias. Por favor escuchen mi pregunta, díganme ¿están felices como son?
Una docena de cabezas se movió en forma negativa.
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—Yo tampoco lo era, hasta reconocerme jodido, de todos modos lo seguiré
estando; todos de una u otra forma lo estamos. No tengo porqué sentirme mal, ni
avergonzado, no seré el primero, ni el último, ni el único: el mundo está lleno de
perdedores, pero como no aceptan su condición, viven infelices.
Al final de sus palabras, los asistentes en torno a la barra aplaudieron. Se sintió
contento por primera vez en semanas; no sentía presión de competir con otros, de
pretender ser alguien quien no era, de perseguir algo para ser feliz. Le siguieron invitando
cervezas. Tanto el profesor Suárez como Lolo comentaban experiencias, reforzaban lo
expuesto; los otros parroquianos contribuyeron con anécdotas al respecto.
Rosales miraba satisfecho al grupo. Por primera vez el ambiente era de concordia,
de reflexión, diferente como cuando eran los partidos de sóccer, con discusiones, mentadas
y broncas por cualquier cosa; por fin su cantina parecía un lugar de categoría.
Julián regresó a su departamento después de la medianoche, mareado, sin saber
cuántas cervezas le invitaron; pero esta vez el alcohol no era motivo de amargura. Tenía
tanto sueño, empezó a roncar acostado sobre unos periódicos.
68
XV
Pasó el domingo pensando en lo sucedido en el bar. El lunes se presentó allí desde
mediodía. Sentado en una mesa, empezó a escribir; se interrumpía para pensar, volvía a
anotar. Rosales no lo interrumpió; los parroquianos habituales lo saludaban, pero al
advertirlo concentrado en su tarea, nadie lo distrajo. De igual forma pasó el martes. El
miércoles le comentó a Rosales haber estado preparando para darles una conferencia sobre
lo comentado el sábado. Hasta título le encontró: “El ser un perdedor”. Le pedía su
autorización y recomendación para el mejor día.
—Mientras al negocio le deje dinero, sin ninguna bronca o algo chueco, por mí no
hay problema. Pero te sugiero el viernes, el sábado son los juegos de sóccer. Pon un cartel
en la entrada; aparte yo corro la voz.
El viernes por la noche, Rosales mandó bajar el volumen de la radiola; después,
dando golpes en una botella con un cuchillo, anunció ante el local lleno:
—Amigos, este establecimiento tiene el gusto de presentarles a un pensador
moderno, quiere hablarnos de sus ideas, algunos ya lo conocen, lo han escuchado: con
ustedes, el señor licenciado Julián Huerta.
Julián se puso de pie, aclaró la garganta.
—Por favor no me lo tomen a mal mis palabras. No es una predicación religiosa:
es la reflexión de una experiencia de vida. Recuerden sólo quien se ha quemado sabe como
es el fuego, yo fui abrasado por las llamas —tomó un sorbo de agua, continuó—: Todo
mundo nos impulsa a ser unos ganadores, líderes, triunfadores y mil pendejadas mas; nos
exigen, nos empujan a buscar ser alguien diferente a como somos. La realidad es simpe, no
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somos ganadores, nadie lo es. Es un hecho verdadero, somos unos perdedores, han
escuchado bien, perdedores, ésa es la palabra correcta la cual mejor describe la vida de
todos y cada uno. Mírense ustedes en su interior, ¿acaso están contentos con su vida?,
¿otros les hicieron desear cosas?,¿las han alcanzado por lo menos unas vez?, ¿se sienten
satisfechos con ustedes mismos? Respóndanse con sinceridad, ¿la respuesta les asusta?
Les voy a decir la razón, les duele reconocerse como son, se los digo de nuevo:
Perdedores. Perdieron su posesión más preciada por alcanzar eso nunca obtenido. Yo por
suerte me di cuenta de quién realmente era. Soy un perdedor, estoy feliz de haberlo
reconocido.
—Oye, yo soy gerente de una sucursal bancaria, comencé desde abajo, desde
mensajero, escalé en base a mi trabajo, no me considero un perdedor.
—Mi amigo, no me conteste, contéstese usted con sinceridad: ¿siguió viendo a sus
amigos de tu época de era mensajero?, o ¿los dejó de ver, ya no correspondían a su nueva
categoría? ¿Nunca dedicó tiempo de su familia por estar en la oficina? ¿Siempre le dieron
todo cuanto le prometieron?
—Pero en la vida debes pagar un precio por todo: sin sacrificio no hay ganancia.
—Piense… piensa en todo lo sacrificado —Julián calculó, el tutear le daría más
autoridad a su discurso—, ¿valió la pena? Te diré algo, aunque ya lo sabes: si no cumples
con la meta impuesta por tu jefe este año, a pesar de todo, sin importar lo hecho, te botaran
sin miramientos. ¿Acaso no lo han hecho con otros? Estás atrapado; su un día no cumples,
se desharán de ti, sin importarles haber dejado allí tu vida entera.
—Pero ¿Entonces como obtener las cosas?, ¿no superarse?, ¿ser un mediocre
siempre?
—Cállense, dejen al licenciado terminar de dar su mensaje, no lo interrumpan —
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ordenó Rosales.
—Revisen estas 10 verdades del perdedor, díganme si no se identifican con ellas.
Esto deseaba decirles, gracias por escuchar mi verdad.
Al final, muchos asentían con la cabeza: fuera por la pasión de su expresión, por la
novedad o lo extraño del tema. Pero todos le dieron una fuerte ovación.
—¡Te felicito, muchacho! ¡Has dicho grandes verdades!
—Gracias, profesor, sus palabras valen mucho para mí.
—Le juro, licenciado, hasta ganas de llorar me dieron al escucharlo. Me hizo
recordar muchas cosas de cuando era niño.
—Tú eres quien me emociona al decirme eso, Lolo.
—Julián, mi hermano, de verdad me dejaste apantallado.
—Rosales, para mí es un honor, gracias por dejarme hacer esto.
Recibió muchos apretones de mano, hasta abrazos; algunos permanecieron
callados en forma escéptica, Julián no los tomó en cuenta.
—Oiga, don Julián, lo felicito. Haga de cuenta estaba hablando de mí, como si me
conociera de años.
—Usted sí sabe cómo es la vida, señor Huerta. Siempre le va a uno como en feria,
todo por la pura ambición de las viejas, siempre están jode y jode con tener cosas, nunca
llenan de nada.
Todos tenían una historia para contar, encajaba con lo mencionado por el
expositor, el cual cenó y bebió por invitación de varios. Afuera, Lolo le dijo:
—Tengo un hermano, cuida unas bodegas, por San Bernabé, ¿Cómo ve si da una
plática allá? Hay algunas vacías, los pastores de otras religiones, los de los partidos
políticos juntan gente para ir a darles discursos, platicas, hay muchas colonias por ese
71
rumbo.
—No había pensado en dar otra plática.
—Sí, mire, le hacemos igual como los otros.
—¿Cómo le hacen los demás?
—Anunciamos en un altavoz por las calles para juntar a la gente, usted dice el
mensaje, ahí les vendemos refrescos, botana, comida, cuanto se nos ocurra.
—Pero ¿tú crees les interese? Aquí Rosales es cuate, me dio la mano.
—El prieto gordo aceptó porque vendría más gente, aumentaría el consumo.
—No me había puesto a verlo de esa manera.
—No le vamos a hacer mal a nadie; ni siquiera vamos a cobrar por la entrada: va
quien quiera. Si de pasada nos compran algo, pues todos ganamos.
—Bueno, vamos a probar, total.
—Dígame dónde vive. Voy a buscarlo mañana y hacemos arreglos para el
domingo.
72
XVI
Los dos estuvieron de acuerdo en contratar una camioneta con un altoparlante para los
recorridos por las colonias aledañas a la bodega; hicieron una lista de todas las cosas para
comprar y revender. Tomaron el transporte público para ir hasta San Bernabé. Conoció al
hermano de Lolo, quien sin muchos rodeos le pregunto de cuanto sería “la propina” por
dejarlos usar una nave vacía del lugar. El velador les comentó sobre una señora de esos
rumbos, doña Rosy, ella les podía acarrear gente por una cantidad. Fueron con ella,
pactaron el precio: a mayor número, más alta era la cantidad. Por la tarde, Julián le dijo a
Lolo necesitar volver a su casa para preparar algo diferente a lo dicho en el bar.
—Licenciado, diga lo mismo de ayer en la cantina, estará bien.
—No, Lolo, debo preparar algo mejor; para vender nuestra mercancía, debemos
hacer interesante la presentación.
Pasó el resto de la tarde pensando, escribiendo, tachando; al final sólo
permanecieron varias líneas. Había oscurecido. Fue a un lugar de fotocopiado de esos
abiertos hasta la medianoche donde sacó 100 copias de ideas acerca de su discurso; tenía
pensado repartirlas entre la gente para hacer atractiva su presentación.
La tarde del domingo, Julián y Lolo estaban listos afuera de la bodega. Desde el
día anterior, la camioneta con el altoparlante no dejó de anunciar el evento. Contrataron un
par de muchachos para ayudar con los refrescos y demás vendimias. Doña Rosy llegó con
un contingente de casi treinta personas; luego de un rato, entre atraídas por la curiosidad y
la venta, se acercaron más.
Sobre un templete improvisado, utilizando el mismo altoparlante de la camioneta,
73
Julián comenzó su participación. De inmediato captó la atención de los asistentes, parejas
con niños de brazos, jóvenes, ancianos. Decía algo muy diferente a los otros predicadores
o políticos: hablaba de las verdades del perdedor. Mucha gente asintió mientras exponía
con una pasión inusitada, Julián gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
1. Todos somos perdedores, sin importar cuanto hayamos logrado en la vida:,
siempre fallamos en algo.
2. No tenemos lo que queremos, y no queremos lo que tenemos.
3. Nadie espera mucho de uno, ya saben, los vamos a decepcionar.
4. Hace 10 años no pensábamos estar tan mal y el futuro puede aún ser peor.
5. No importa cuanto hagamos: estamos destinados al fracaso. Alguien hará las
cosas mejor.
6. Uno sólo sirve para hacer las cosas mal.
7. La felicidad es un espejismo, no existe.
8. Los demás ya perdieron la fe en uno.
9. No recordamos cuándo fue la última vez cuando fuimos felices.
10. La mejor prueba de ser uno perdedor: Sobras en donde estas.
Al final le dieron un aplauso, muchos no entendieron lo dicho. Cuando se
retiraban, los muchachos contratados empezaron a repartir las hojas con las ideas
presentadas con más ejemplos. Los primeros al recibirlas recibieron dieron a cambio unas
monedas, de tal suerte los siguientes los imitaron. Al terminar de repartirlas, le dieron el
dinero a Julián; no lo esperaba, además la cantidad era ligeramente superior a las
utilidades producto de la venta de refrescos y botanas. Al final, descontando los gastos y
74
una parte para Lolo, la cantidad restante le permitirá a Julián sobrevivir modestamente la
semana. Nada mal por tan pocas horas de trabajo.
—¿Vio, licenciado?, así hecho al vapor; ahora imagínese si lo hacemos bien.
—Mañana búscame en el departamento, Lolo, vamos a platicarlo más.
Por la noche, varias ideas cruzaron por su mente.
La mañana siguiente decidieron presentarse el domingo en el mismo lugar, si les
iba bien irían a las colonias circunvecinas. Decidieron imprimir carteles, mejorar la calidad
de las hojas a repartir, marcándoles un precio de costo; se las ofrecerían a la gente
pidiéndoles a cambio como cooperación, no necesariamente el monto marcado.
Contratarían de nuevo a doña Rosy para acarrear más gente.
El número de personas aumento; los carteles colocados en postes y vitrinas, el
sonido anunciando el evento desde el viernes, el material escrito llamativo, causaron sin
duda mayor impacto, reflejándose en lo recolectado.
— o —
—Vamos a ir a otra colonia el próximo domingo Doña Rosy, ¿no tiene amigas para
ayudarnos a llevar gente?
—Sí, señor, yo conozco gente en todos lados.
—Oiga, ¿y esa muchacha?
—Es mi hija, se llama Magaly.
— ¿Está trabajando? Ella puede encargarse de vender la comida.
—Sí trabaja, pero el domingo no hace nada. Yo la llevo, apenas cumplió los 19;
verá cómo nos ayuda, es muy inteligente.
Julián vio irse a doña Rosy acompañada de su hija; un pensamiento lujurioso lo
asaltó luego de ver las bien torneadas piernas morenas de la muchacha.
75
XVII
Julián festejó con su equipo el segundo aniversario del inicio de “Las Charlas”, así se
refería s sus actividades. Hubo carne asada, lechón al ataúd, borrego a la griega, barriles de
cerveza; un conjunto norteño amenizó el festejo, terminó con menudo la mañana siguiente.
A los colaboradores iniciales, Lolo, doña Rosy, su hija Magaly, se fueron sumando otros,
hasta completar un equipo de 20 personas. Contaban con dos camionetas de modelo
reciente y un auto mediano nuevo, para Julián; Lolo era su chofer.
Ya habían visitado todas las colonias populares de la periferia y los poblados
suburbanos. Planeaban volver a recorrer los sitios donde comenzaron.
— o —
—¿Cuándo vas a platicar con mamá de lo nuestro, Julián?
—Una noche sin estar tan apresurados voy a tu casa.
—Habla con ella, no me gusta andar a escondidas. Ya sospecha algo, me ha hecho
comentarios, se le hace raro, siempre al final de los eventos mandas a Lolo a llevarla a
casa, ya ha preguntado a otros, se da cuenta, despachas a todos para quedarnos tu y yo
solos
—Luego voy, luego voy Magaly ahora reúne al equipo para las instrucciones
finales.
— o —
—Vamos a repasar el programa. La música tocará fuerte una hora antes. A la hora del
show, entra primero el presentador, habla unos 15 minutos. Luego más música, luces; entro
yo, doy el mensaje, hago pasar a quienes darán testimonio de cómo cambió su vida cuando
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aceptaron ser perdedores, primero los habituales para animar a los espontáneos.
Emociónenlos: quiero por lo menos dos llorando. Los colaboradores colados entre el
público deben aplaudir mucho, así el resto los sigue. Luego presento el material, rifo dos
libros con su autógrafo, los entrego, más aplausos e invitó al público a pasar a los
módulos. Las edecanes con minifalda se enfocan a los hombres de más de 40; los asistentes
deberán atender a las mujeres mayores, entre más feas y gordas estén háganles más guato.
Inviten luego a todos a consumir alimentos. Debemos vender, vender, vender.
— o —
La calidad de los materiales mejoró en forma significativa: folletos, trípticos, carteles se
mandaban maquilar en imprentas bien establecidas; los discos compactos en empresas
especializadas; los videos, con realizadores de comerciales para la televisión.
Julián tomó clases privadas de oratoria. Las ventas eran en efectivo, las actividades
sólo sábados y domingos. Vendedores, electricistas, edecanes, asistentes, personal de
seguridad, eran contratados a destajo. Los aspectos legales y contables eran manejados por
un despacho.
No había vuelto a ver a Fabiola ni a ninguno de se antiguos compañeros de trabajo.
A sus padres rara vez los visitaba; en una le preguntaron por su nueva ocupación: les dijo
dedicarse a dar consejo a las personas. Seguía viviendo en el departamento, ahora
amueblado y equipado a todo lujo. Ahí instaló una oficina donde controlaba las
operaciones. Ya no tenía deudas. Lolo estaba con él desde temprano.
— o —
—Éste es el tipo sobre quien hable en la monografía para la clase. Vea la forma como
tiene todo armado. Lo he seguido durante cuatro semanas en los diferentes lugares donde
se exhibe y he podido video grabarlo, aparte compré el material que vende; con las ventas
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hace una cantidad de dinero para no creerse.
—¿Cómo diste con este sujeto, Gonzalo?
—Un día acompañé a mi novia que da catecismo en una de esas colonias, cuando
pasó una camioneta con altavoz anunciando al fulano éste. Me dio curiosidad, fui a oírlo,
quedé impactado de lo bien montado de sus presentaciones. Desde entonces me he
enterado dónde seguiría presentándose. Me pareció interesante incluirlo en el trabajo final
de la materia, ¿Cómo ve al tipo?
—Te felicito por la investigación, Gonzalo. Me interesó saber de quién hablabas;
estos tipos me enferman.
—Al principio se me hizo divertido, ahora se me figura peligroso.
—¿Sabes dónde se presentará la próxima semana?
—Sí, maestro.
— o —
El maestro Morales, decano de la carrera de ciencias de la comunicación, asistió el
siguiente fin de semana al lugar donde Gonzalo investigó se llevaría a cabo otra
presentación.
La reunión se desenvolvía como las otras. Julián pidió pasaran a dar testimonio.
Levantó la mano un hombre de más de 50 años, desentonaba con el común de los
residentes del rumbo; Una edecán en minifalda lo acompañó a subir al escenario.
—Dinos tu experiencia, perdedor
—Todos tus enunciados son falacias, eres un charlatán, un vividor.
—Fala... no te entiendo.
—Falacias, mentiras disfrazadas de verdades; presentas ideas de cierta forma las
haces parecer convincentes.
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—Pues hoy tenemos a un perdedor muy ilustrado, los ojos de Julián se avivaron.
—No soy ningún perdedor— Sonaba la voz con aplomo.
—Tenemos un perdedor quien aún no se ha dado cuenta de serlo. — Reía mientras
se dirigía al público
—Tus ideas no soportarían un verdadero debate, eres un charlatán.
—¿Debate?, ¿con quién? — Julián parecía divertirse.
—Conmigo.
—Adelante, hagámoslo, vamos.
—Si tan seguro estás de tus ideas, te reto, pero no aquí.
El lugar estaba en silencio, todos esperaban oír las respuestas de Julián ante el
desafío.
—¿En dónde?
—En el auditorio de mi escuela— Pronunció el nombre una conocida institución.
—De acuerdo, como tú digas, ¿cuándo será? — Julián exageraba la cortesía.
—El viernes próximo, al mediodía.
—Mejor a las seis de la tarde, ¿te parece? Ahora, perdedor, di tu nombre.
—Pregunta por el maestro Morales, no necesitas más.
—Ahí estaré, perdedor Morales; ya oyeron todos.
— o —
Al día siguiente ordenó la impresión urgente de buen número de carteles anunciando el
debate; habría transportación gratuita para quienes desearan ir; las camionetas con los
altavoces andarían por todas las colonias anunciando el evento. Transmitió a doña Rosy
una orden: Llevar gente como nunca lo habían hecho; habría camisetas, gorras y refrescos
para todos los asistentes.
79
Todo el esfuerzo de la organización se enfocó para el debate.
Mando investigar quién era el maestro Morales, le informaron: Es un pilar
académico de su institución.
— o —
Los autobuses rentados llevaron a más de 700 personas; la mayoría participó sólo para salir
de la rutina.
La gente no cabía en el austero auditorio; muchos comenzaron a sentarse sobre la
alfombra oscura de las escaleras; otros, de pie en los pasillos, veían en las pizarras los
anuncios dirigidos a los estudiantes. Quienes no pudieron entrar se instalaron en los
jardines, sin importarles los guardias de seguridad prohibiéndoles estar ahí. Afuera de las
instalaciones, camionetas con altavoces reproducían los mensajes de Julián. Durante el
trayecto en los camiones habían instruido a los asistentes: cuando alguien diferente de
Julián tomara el micrófono para hacer uso de la palabra, deberían de abuchearlo, chiflarle;
cuando fuera el turno de Julián, debían de guardar silencio; al final, deberían estallar en
aplausos.
El rector mandó llamar al maestro Morales, exigiéndole una explicación, el evento
distaba mucho de lo comentado originalmente. Luego dio orden de solicitar la presencia de
la policía, esperando con ello se retiraran todas esas personas. Al ver la multitud, las dos
patrullas enviadas pidieron refuerzos; elementos del cuerpo de control de motines fueron
asignados al lugar, las cámaras de televisión no tardaron en presentarse.
El debate dio inicio. La multitud, siguiendo puntualmente las instrucciones, soltó
una gran rechifla cuando el maestro Morales quiso hacer uso de la palabra; subieron
incluso el volumen del micrófono, pero fue inútil: la multitud comenzó a corear el nombre
de Julián. El rector decidió dar por terminado el evento. El maestro Morales bajó del
80
podio, se retiró; la gente gritaba con más fuerza el nombre de Julián. Los guardias del
instituto comenzaron a empujar al gentío hacia fuera; de repente una bomba de gas
lacrimógeno estalló. Entre gritos, la gente corría en todas direcciones; hubo quienes
agredieron a los policías, éstos contestaron con fuerza. La prensa televisiva captó todo.
Los medios preguntaron de inmediato quién era el líder de ese grupo; pensaban se
trataba de un político. Un reportero de televisión dio con Julián dentro del instituto cuando
cerraron los accesos al iniciar las escaramuzas, comenzó una entrevista en vivo.
—Explíquenos el motivo de su asistencia hoy aquí.
—A debatir mis ideas con uno de los catedráticos de este plantel. Le aclaro, él me
invitó a venir.
—¿Díganos el nombre del catedrático?, ¿La razón de la invitación?
—El maestro Morales. Sus motivos los desconozco; pregúntenselo a él.
—¿Pertenece a un partido político señor Huerta?
—No tengo ideas políticas, comunico un mensaje a mis prójimos.
—¿Díganos sobre el tipo de mensaje?
—Tengo una filosofía de la vida, permite ayudar a todos.
—¿Podría decirnos algo al respecto?
—En la vida, todos somos perdedores. La fuerza de esto radica en ver si lo
aceptamos o no; lo llamo “El Manifiesto del Perdedor”.
—¿Podría explicarnos más?
—Si quiere saber, asista a una de mis charlas. Ahora discúlpeme, debo ir a ver
cómo ayudo a mi gente reprimida por la policía.
Dejó hablando solo al muchacho, quien no tuvo otro remedio sino repetir lo dicho
por Julián.
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Los noticieros reportaron abundantemente el suceso; la prensa escrita también hizo
lo propio. La policía recalcó no haber disparado la bomba de gas lacrimógeno. Al otro día,
Julián se dedicó a visitar a los quienes fueron llevados a las salas de urgencias; no pasaba
de una docena de fieles, sus lesiones no eran de cuidado. Se presentó con un abogado ante
la policía para pagar las fianzas y poner en libertad a quienes fueron detenidos; no eran
más de 10. Ante la autoridad solicitó el esclarecimiento de un acto tildado de una infame
agresión en su contra.
En la noche, Lolo se retiró del departamento a la hora habitual. Julián esperó una
hora, salió, condujo hacía un depósito de autos chocados localizado en una de las colonias
de los recorridos. Había un grupo de hombres reunido en torno a una fogata; bebían
directo del pico varias botellas de aguardiente pasadas de mano en mano.
—Panzón: aquí está lo acordado, más un extra. Sálganse de la ciudad mientras se
calma todo. Hicieron un buen trabajo. Si por alguna razón los detienen, mantengan la boca
cerrada; diles te llamen a ti, tu le hablas a este abogado y él se lanza a sacarlos. Pero si
llegan a decir mi nombre, ¿a ver quien los saca? Así de fácil.
—No se apure licenciado, mi gente son puro de confianza, aunque los atore la ley,
no hablan, cuando necesite otro trabajito ya sabe, aquí estamos.
82
XVIII
—Puede explicarnos, licenciado Huerta, el significado del “El Manifiesto del Perdedor”.
—Es un gran honor haber sido invitado a un programa como éste el cual goza de
seriedad. Llamé manifiesto a los postulados a ser debatidos. Pero personas afectadas en
sus intereses instrumentaron sabotear dicho evento.
—¿Podría ahondar en su mensaje?
—Desarrollamos conceptos sobre la base de muchos años de conducir
observaciones sobre el comportamiento humano. La necesidad de ser amado, aceptados
nos ha llevado a forjar patrones al respecto del ideal de como deberíamos ser para lograr
reconocimiento social, dándole un sentido falso a nuestra existencia. Todos quieren ganar,
triunfar, vencer, ser líderes, tener carisma, simpatía, ser bellos. La masa, ellos sostienen el
sistema, se sienten frustración por no alcanzar la cima; quienes forman la punta, al paso
del tiempo son destruidos por estar en ese lugar. A fin de cuentas, todos son perdedores:
unos por no llegar, otros por sí lograrlo, pero enfrentando fuerzas asociadas a su acción. La
felicidad del ser humano radica en aceptar su condición: no importa su hacer o lograr,
siempre ha sido y será un perdedor.
—Muy interesante su planteamiento. ¿Podría explicarnos más?
—Sí, con todo gusto, ser un perdedor...
— o —
Luego de esa entrevista, programó una presentación en un lujoso hotel. Ahora se enfocaría
a otro público; por lo mismo, necesitaba otro perfil de colaboradores. Encontró el número
telefónico buscado, lo marcó.
83
—Susy, mi gran amiga, necesito verte, cuanto antes, mejor.
—¿Puedo preguntar el motivo?
—Para hacer negocios, ¿puedes cenar conmigo hoy?
—Sí, claro, ¿a que hora pasas por mi?
— o —
Susana le comentó la razón de la ruptura de relación con Pedro, terminó por
incompatibilidad de metas. Julián explicó sus proyectos: necesitaba de alguien para
ayudarle para coordinar los nuevos eventos y su promoción; el sueldo sería mayor al de su
actual empleo. Después de la cena y de varias copas, él le dijo:
—Eres muy bonita.
—Tú siempre me has resultado muy interesante.
—Necesito una pareja, tú podrías ser.
—¿Y Fabiola?
—Te debes de haber enterado.
—Sí, me enteré.
—Siempre he pensado, las cosas pasan por algo
—Coincido contigo.
—¿Te gustaría entonces trabajar para mí?
—Tal vez.
—La razón de conocernos, tenemos una misión…
—Tal vez.
—…una misión juntos.
—Tal vez.
—¿te gustaría conocerme más?
84
—Tal vez.
Julián la besó en la boca, ella le correspondió.
— o —
La mañana siguiente, Julián le presentó a Lolo a la responsable de la nueva rama de la
organización. Lolo comprendió inmediatamente el rol a desempeñar por la sonriente
mujer.
— o —
El fin de semana antes del evento en el hotel lo aprovechó haciendo presentaciones dobles
en los rumbos habituales. No lo había hecho antes, pero la gente respondió bien, no le
importó pagar la entrada; lo atribuían por ser una figura apareciendo en los medios, eran
muchos más los perdedores buscando verlo. Susana lo acompañó todo el tiempo. Al final
del domingo, Magaly le dijo:
—Julián, necesito hablar contigo a solas.
—Después, ahora estoy ocupado.
— No puede esperar, debo decirte algo importante.
—¿No puede ser otro día? —dijo mientras miraba el segundero de su reloj.
—No.
— Susy espérame en el automóvil, ahora si habla rápido
—No me buscas como antes.
—¿Eso es todo? Ya me lo dijiste —volvió a ver el segundero.
—Es otra cosa, no sé cómo lo vas a tomar, estás muy raro.
—No tengo tiempo, termina de una vez —ahora miraba a los lados como si
esperara a alguien.
—Estoy embarazada.
85
—Esas bromas no me gustan.
—El médico ya lo confirmó
—¿Desde cuándo estás panzona?
—No uses esa palabra.
—¡Con una chingada, ya no la hagas tan cardiaca!
—Ocho semanas.
—Te esperaste mucho, ¿o ese era tu plan?
—Tenía miedo decírtelo, no eres el de antes —Lagrimas corrían por sus mejillas.
—Ya estuvo bueno, ¿quién es el padre?
—Sólo he sido tuya, tú lo sabes
—¿A quién más le has dicho?
—A nadie.
—¿Ni a tu mamá?
—No, ni a ella.
—Podemos remediar la situación fácilmente.
—No te entiendo.
—Si nadie sabe de tú embarazo, tampoco sabrán si has dejado de estarlo.
—¡Eres un hijo de la chingada!—La palma de Magaly se estrelló en el rostro de
Julián.
—Te la perdono por el desbalance hormonal pero vamos a dejar en claro las cosas.
A nadie le dices nada, no es mío entiéndelo. No vendrás más, te mandaré dinero
con Lolo cada semana.
—No sé cómo me enamoré de ti, Eres un desgraciado
—Ya párale, cuando estábamos juntos hacías todo, menos llorar.
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—Eres un cabrón, esto no va a quedar así, ya verás.
—Si me provocas, ni eso te daré; acéptalo: te tocó perder.
Julián dio la medía vuelta, A Magaly le surcaban lagrimas de rabia por su rostro.
Al subir él al auto Susana preguntó:
—¿Y esa mujer?
—Nadie importante, es una perdedora.
— o —
Llegó al automóvil, le pidió a Susana adelantarse. Instruyó a Lolo:
—Buscas mañana temprano a doña Rosy en su casa, le avisas, ya no la voy a
necesitar para acarrear gente; también dile a Magaly pero cuando no esté cerca la vieja, ni
se le ocurra venir a mis oficinas o donde yo ande: yo las ayudaré cada semana por haber
cooperado desde el inicio de las cosas.
—Sí, patrón— Dijo Lolo en tono serio.
— o —
La conferencia en el hotel fue un éxito. Muchos asistieron por mera curiosidad. El equipo
de edecanes formado por Susana no descansó; al final, muchas personas compraron libros
o discos por la tenacidad de los vendedores. Se registró una estadística con el porcentaje
de asistentes quienes adquirieron material para usarla como herramienta mercadotécnica
en las próximas presentaciones. Julián empezó a ser contratado por empresas como
conferencista en sus convenciones.
— o —
En el intervalo entre las presentaciones en hoteles seguía asistiendo a las colonias
populares. Susana trabajaba en el proyecto sobre su primer libro. Contaban con una línea
de larga distancia sin costo para poder ordenar los productos. Julián supervisaba
87
directamente las operaciones de venta, los ingresos y egresos.
Continuaba apareciendo en entrevistas de programas, revistas; nunca se negaba a
ninguna, estaba consciente: Gran parte de su poder radicaba en estar siempre a la vista del
público. Seis meses después de los acontecimientos del frustrado debate, empezó a
despachar en unas lujosas oficinas en la calzada del Valle. Habían adquirido más
vehículos, para él uno importado de lujo, de color negro; Lolo seguía siendo su chofer,
pero ya lo escoltaba otro auto con guardaespaldas.
Una noche discutía con Susana la forma de manejar una organización la cual
crecía en forma galopante:
—No puedes, son demasiadas cosas, Julián, comienza a delegar actividades.
—Debo asegurarme de todo.
—A este ritmo te va a dar un infarto.
—Quiero abarcar más territorio.
—Tu madre cumple años mañana, ¿no vas a ir a verla?
—Mándale un ramo de flores, también un regalo bonito.
—No la conozco, no sé sus gustos, tú dime.
—Tu escoge cualquier cosa, tu eres mujer debes saber.
— ¿Por lo menos te la comunico por teléfono?
—Estoy ocupado, ¿no me pediste empezar a delegar?
—Yo nada más te recordaba la fecha.
— ¿Cómo vas con lo del libro?
—Bien, en seis semanas estará listo para la venta.
—Lo necesito antes, en un mes será el lanzamiento internacional.
—¿Hablas en serio?
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—Mañana vendrán los directivos de una empresa de comunicaciones
específicamente televisión vía satélite. Les compré una hora de tiempo para dentro de un
mes; tendremos cobertura en toda Latinoamérica. Debemos ordenar diez veces la cantidad
de material vendido en promedio mensual, por eso el libro debe estar listo para reforzar
todo. Mañana también cerraré el contrato para comercializar los productos en el
extranjero.
—Por lo menos me hubieras dicho algo, para poder ayudarte.
—Ya te lo estoy diciendo.
—Sí, cuando todo está hecho.
—Esto del satélite costará una fortuna; debemos poder responder, nos abrirá las
puertas en otros lados, ya no en hoteles o auditorios, sino en estadios: no serán cientos sino
miles a quienes llegaremos. Debo preparar nuevos discursos y ampliar.
—Julián ¿te sientes bien?, estas muy pálido, Julián, mi amor, dime algo, dime
algo, ¿es el corazón?
Se le fue el color de la cara; comenzó a empaparse de sudor, la vista perdida, se
empezó a ir de lado en la silla. Susana trataba de enderezarlo, era en vano
—¡Lolo, Lolo!, alguien venga a ayudarme, ¡algo le pasó a Julián!
Lolo y los guardaespaldas vieron a Julián tendido en el piso, inconsciente, Susana
sosteniéndole la cabeza. Uno de ellos le aflojó la corbata, el otro le echaba aire con unos
papeles, mientras Lolo llamaba a una ambulancia. Cuando ésta llegó, Julián había vuelto
en sí, extenuado ya sobre un sillón. Le diagnosticaron agotamiento crónico; sugirieron
internarlo para hacerle más pruebas, él se negó. Lo convencieron por lo menos de
practicarse un análisis de sangre.
Julián no iría a un laboratorio, tenía compromisos programados, Susana consiguió
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una enfermera para ir a las oficinas a sacarle muestras.
— o —
—Listo, ya ve cómo no le dolió.
—Me sacó mucha sangre; mire, llenó los dos tubos.
—No es tanta, serán varias pruebas, entre más pronto las mande, mejor.
Julián mandó llamar a Lolo en cuanto salio la enfermera.
—Llevas primero esto al laboratorio del Hospital San José; de regreso pasas a casa
de Magaly, le das este sobre. Pero le dices bien claro: Si su madre sigue levantándome
falsos, ya no le mandaré dinero; es mi última advertencia.
—Sí, patrón, le daré el mensaje.
— o —
“Primero voy a casa de Magaly, por ese rumbo aprovecho para comerme unos tacos, luego
al hospital; también la vieja mandona me encargó hoy muchas cosas. De un tiempo para
acá siento al patrón muy ocupado, ya casi no platica conmigo como en el inicio; aparte,
desde cuando llegó la vieja ésa con sus ínfulas de grandeza él está más raro. Al rato no me
extrañaría si también me botan para poner en mi lugar otro chofer, uniformado, joven,
como los de las películas; si a Magaly, embarazada de él, la corrió…”
— o —
Magaly buscó consejo legal; Julián no conseguiría desentenderse, debería reconocer al
futuro bebé. Lolo le dio el sobre en la puerta de la casa; también le repitió el mensaje
integró de Julián.
—¿Cómo está él?
—No muy bien, Magaly, ayer se desmayó.
—¿Le pasó algo? ¿está enfermo?,
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—Está muy cansado; de hecho llevo mucha prisa, debo ir a un laboratorio a dejar
una sangre del patrón, hace rato se la saco una enfermera.
—Oye, necesito hacerme unos exámenes de laboratorio, ¿no me llevas de pasada?
—Claro, Magaly, nada más con cuidado al subirse. ¿Cuándo nacerá el bebe?
—En menos de dos meses. ¿Ahí llevas la sangre de Julián?
—Sí, en hielo para conservarla.
—Lolo, quiero pedirte un favor bien grande.
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XIX
—Una dama quiere hablar con usted, licenciado. Pero esta necia, no entiende de hacer cita
previa, insiste en verlo. Dice llamarse Fabiola.
—Hazla pasar, la conozco, es mejor atenderla un minuto y deshacerse de ella.
La secretaria la condujo al despacho.
—¿Y? —Pronunció Julián en cuanto la vio.
—¿No me vas a decir toma asiento?
—Estoy muy ocupado—veía el segundero del reloj de pared.
—Esta muy bonita tu oficina, te ha ido muy bien, mucho mejor a si hubieras sido
gerente administrativo.
—Con una chingada, ¿éstas sorda o eres pendeja? Habla ya —Julián se paró entre
ella y su escritorio.
—Todavía te quiero, Julián, no te he podido olvidar, pienso mucho en lo nuestro.
—La verdad no se si eres desvergonzada o muy valiente; a lo mejor sólo estás
loca. Estabas siempre acosándome para ser alguien con éxito. Les decías a tus amigas ese
no es mi galán sino mi peor es nada; a ver si un buen día me lograra.
—¿Quién te dijo eso?
—Tengo mis fuentes.
—Julián, volvamos a ser novios, es mi único deseo, por favor, mira...
No la dejó terminar:
—Cierra la boca, yo evolucioné, tú no has hecho nada: sigues donde mismo,
teniendo sueños de grandeza pero nunca serán realidad.
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Fabiola, tomándolo de pronto de las manos, musitó sollozando:
—Yo te amo, entiéndeme.
Julián se sacudió las manos violentamente; la miraba con desprecio.
—Nunca te quise, sólo estaba enamorado de tu culo, era tú única gracia, pero ya lo
veo aguado. Lárgate de mi vista, pinche perdedora, eso has sido, eres y siempre lo serás.
Fabiola estalló en llanto a grito abierto. En eso entró Susana de improviso.
—Pensé estabas solo, al rato tenemos junta con los de… Y ésta ¿Quién la trajo?
Al verla el semblante de Fabiola se transformó: las lágrimas de dolor se
convirtieron en rabia. Exclamó furiosa:
—¡Puta cabrona!
Se abalanzó sobre Susana, arañándola, golpeándola, estrujándola. Julián trataba de
detenerla mientras pedía ayuda a gritos. Julián, Lolo más dos guardaespaldas, apenas
pudieron controlar a Fabiola. la llevaron en vilo hasta la puerta, ahí la arrojaron a la calle.
—Si regresas, llamaré a la policía, para meterte a un manicomio —gritó Julián al
tiempo de dar un portazo.
Arreglándose las solapas del saco, le dijo a Susana:
—Ve al baño a arreglarte: Está loca de remate tu amiga.
—Examiga, recuerda también fue tu novia —contestó molesta—. ¿Tú le hablaste?
—Ni loco, ella se apareció aquí, todo mundo quiere algo del rey.
— o —
Faltaba menos de una semana para el día de la presentación por vía satélite. Venían de ver
una casona recientemente comprada por Julián en Villa de Santiago, a donde se mudaría
con Susana tan pronto estuviera reacondicionada. Se detuvieron a comer a un restaurante
de comida italiana.
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Julián se percató, en una de las mesas se encontraba su antiguo compañero Miguel
junto con su familia. Observó al mesero llevarles el postre; llamó al capitán del lugar
dando instrucciones de cargar el consumo íntegro de esa familia a su cuenta. Cuando
Miguel pidió la cuenta, le notificaron era cortesía de un caballero en otra mesa. Le
indicaron quién era Miguel lo reconoció en el acto. Se paró para ir hacía su mesa, como
Julián hizo lo mismo, se encontraron a medio camino. Se abrazaron con gusto, con calidez
fraternal.
—Mi viejo y gran amigo Miguel. Mi único amigo.
—Un gusto verte, güey.
—Te vi estabas con tú familia, por eso no quise interrumpir.
—Vinimos a celebrar a mi hijo mayor, cumplió 12 años quería conocer el lugar.
—Así son los muchachos.
—Gracias por el detalle de la cuenta, no te hubieras molestado.
—Es un gusto. De hecho, aún estoy en deuda contigo muchas veces me salvaste de
morir de hambre en el trabajo.
—Ni digas eso, por favor.
—¿Cómo te ha ido?, ¿cómo van las cosas?
—Cumplimos ese famoso macro pedido , ¿recuerdas? Después me nombraron
coordinador de producción.
—Felicidades —se acercó a Miguel, le dijo en tono serio—: Nunca se me ha
olvidado solo tú fuiste a buscarme a mi casa a advertirme.
—Era mi deber de cuate.
Después de una pausa, Julián detalló:
—Miguel, tú eres el único amigo verdadero con quien cuento. A fin de cuentas,
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fue mejor lo de mi despido. Mi organización va a crecer en muchas partes, tengo grandes
planes, necesito una persona de mi total y absoluta confianza, ese eres tú, ¿quieres ser mi
brazo derecho? Tu dime cuanto quieres ganar, te lo pago, hasta te ofrezco parte de las
utilidades. ¿Aceptas?
Miguel se aclaró la garganta para contestar:
—No me lo tomes a mal, estoy a gusto ahí; pero si un día decido cambiar de giro,
te buscó, espero aún este en pie el cooperar contigo de alguna forma. ¿Cómo la ves?
Julián, esbozando una sonrisa triste, contesto pausadamente:
—Ni hablar. La verdad me duele no tenerte ahora a mi equipo, pero no pierdo las
esperanzas en un futuro. Si alguna vez necesitas cualquier cosa, si tienes una emergencia
económica, lo que sea, no importa, estoy a tus órdenes, conozco a mucha gente.
Miguel le devolvió la sonrisa, le dijo: Gracias, cuídate mucho.
—Claro, tú también; piensa en mi oferta, ten mi tarjeta, ese es mi número privado,
puedes llamarme las 24 horas del día.
—Así lo haré.
Se estrecharon la mano, se dieron otro abrazo; luego cada cual volvió a su mesa.
— o —
Esa noche Julián daba una presentación. A media charla, una mujer mayor se paró de su
butaca, extendió con sus brazos un cartel, decía con grandes letras mayúsculas:
JULIAN HUERTA, CUMPLE COMO HOMBRE.
NO TE BURLES DE MI HIJA
Reconoció a la portadora. Susana mandó a dos guardias de seguridad. Trataron de
arrebatarle el cartel, pero ella lo defendió como fiera. Optaron por dejárselo, no sin antes
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empujarla hacia la salida.
Julián capitalizó la escena:
—Mis enemigos ya armaron antes un zafarrancho. Ahora me mandan mujeres
mayores a insultarme. No quiero imaginarme lo siguiente— Mantenía una amplia sonrisa.
Los aplausos estallaron en diversos puntos del público, luego se generalizaron; la
concurrencia lo ovacionó.
Al final de la presentación, Julián salió del escenario. Después de saludar a
quienes esperaban saludarlo en persona, dar autógrafos y posar para fotos, a solas las
sonrisas se esfumaron; maldecía a doña Rosy. Les dijo a sus guardaespaldas, alzando el
tono de voz:
—Mañana les doy unas fotos de esa vieja. No la dejen entrar a ningún evento.
Lolo: vas con Magaly, le dices: Se acabó, se lo advertí.
Estaba todavía furioso cuando reconoció a lo lejos un figura femenina quien le
hacia señas con la mano. Era Graciela. La mandó traer con Lolo.
—Es un gusto verte, tanto tiempo.
—¿Te puedo servir en algo? —contestó, cortés pero frío.
—¿Puedo saludarte? —Hablaba con un tono empalagoso—. Desde tu diferencia
de opiniones con el dueño, cuando dejaste la empresa, no supe nada de ti, te me perdiste,
hasta hace poco te vi en la televisión. Lo sabía, tu fortaleza de carácter te iba a llevar por el
camino del triunfo.
Se le ocurrió algo para olvidar el coraje provocado por doña Rosy.
—¿Tienes planes esta noche? —Su tono de voz ahora era más dulce.
—Nada, no tengo ninguno.
—Vamos a cenar, ¿te parece?
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—Como digas —contestó contenta.
—Lolo nos vamos. Mando un mensaje de texto a Susana: No me esperes
Fueron a cenar al restaurante de un hotel situado en un extremo opuesto de la
ciudad. Después de una botella de champaña, todo eran risas, armonía en su conversación.
Se levantó un momento, fue a la puerta de entrada, le hizo un ademán a Lolo quien
esperaba afuera junto con los guardaespaldas, consígueme una habitación; también le dio
instrucciones sobre unas cosas para llevar al cuarto, Lolo debería regresar a buscarlo unas
cuatro horas más tarde. De vuelta con Graciela, esperó a Lolo llegar para darle la llave de
un cuarto luego suavemente le dijo a ella en el oído: Te invito más champaña en mi
habitación.
—Eres un atrevido —ella le acarició la corbata.
—Vamos, no perdamos el tiempo —Julián la tomó de la mano.
En la mesa de centro de la pieza había un ramo de rosas, dos botellas de
champaña, una canasta con frutas, un pastel de chocolate.
—Tú sí sabes tratar a una mujer.
—Me gusta cuidar los detalles.
— o —
Julián tuvo el cuidado de casi no beber pero sí de embriagar a Graciela lo suficiente. Le
quitó el vestido; al llegar a la ropa interior, lo hizo a tirones, sin importarle arrancársela.
Abrió una segunda botella, se la vació en la cabeza y cuerpo; ella se rió, decía estaba muy
fría. Luego, una por una, le embarró las frutas como si fuera un juego. Le puso flores en la
cabeza, enmarañándolas con su cabello. De pronto le estrelló el pastel en plena cara,
soltando una carcajada, ella también reía. La llevó a la cama. No la besó ni una sola vez: le
hizo el amor de manera mecánica, sin interesarle si ella lo estaba disfrutando. Por fin había
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logrado algo desde tiempo antes deseado: tenerla a su disposición. Contempló la figura
grotesca, le dijo a la intoxicada mujer mientras oía sus ronquidos:
— ¿Dónde fue tu altivez, tu orgullo? ¿Dónde esta tu soberbia?
Julián vio su reloj; Lolo no tardaría. Se dio un baño; antes de salir, tomó el labial
de la bolsa de Graciela y escribió en el espejo frente a la cama:
Gracias, la pasé muy bien. Te dejo este dinero para reponer el labial, lo tomé
para escribir, aquí todo está pagado. Si te necesito, te busco, perdedora.
Apenas terminó, sonó el teléfono.
— ¿Todo bien, patrón?
—Sí, Lolo, sube a la habitación —se le había ocurrido algo.
Abrió la puerta en cuanto tocaron, Lolo al ver el desorden y la figura tendida
desnuda mostró una expresión de asombro, Julián aclaró:
—No te apures, no pasa nada; se puso borracha, mírala.
—Está bien dormida.
—Lolo, ¿te gusta la mujer?
— Si patrón, esta buena.
—Lógrala, cógetela —era una orden no una invitación—. Es una puta, aquí te
espero, tú acaba sin prisas, no te preocupes, no hay bronca.
Se sentó en un sillón para ver a Lolo haciéndole el amor a la mujer inerte. Con su
teléfono celular, tomaba fotografías, había ajustado otra cuenta más.
— o —
Al entrar a su recámara a oscuras, oyó una voz somnolienta desde la cama:
—¿Dónde estabas?
—Arreglando un asunto pendiente.
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—Ya me imagino; espero te hayas protegido, no me gustaría contagiarme con algo
de tus “pendientes” —Susana le dio la espalda; al poco tiempo ya estaba dormida.
—Mi hora ha llegado —exclamó Julián con determinación.
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XX
La presentación vía satélite contaría con efectos especiales. Obtuvieron el patrocinio de
importantes marcas cuyos productos serían publicitados por medio de mensajes comerciales
en los intermedios. Las entradas para el evento costaron el doble. Tanto Julián como Susana
vestían ropa auspiciada por la firma de un diseñador europeo.
Previo al comienzo de la transmisión, el director de cámaras, sosteniendo un
cronómetro, empezó a contar con los dedos de la mano:
—Todo listo, cinco, cuatro, tres...
— o —
Una hora antes del evento, unas manos de mujer tomaban el instrumento para vengarse.
“Verás cómo no soy ninguna perdedora. Maldito desgraciado.” La mujer llegó al lugar;
entre la multitud nadie noto quién era. Entregó su boleto, se encaminó a su butaca,
esperando el momento preciso de actuar.
— o —
—…dos, uno…
Un popular actor de series de la televisión nacional actuando como presentador
vestido de etiqueta dijo a la audiencia:
—Buenas noches, me complazco en presentar al filósofo moderno quien está
cambiando la manera de ver el mundo: Julián Huerta.
Julián emergió desde una plataforma mecánica en lo alto al centro del escenario;
un reflector lo iluminaba. La multitud estalló en una ovación.
Al descender al nivel del suelo, Julián abrió los brazos mientras gritaba con una
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gran sonrisa:
—Hola, perdedores de todas las latitudes quienes hoy nos acompañan…
Fue un derroche de creatividad en ejemplos y vivencias. Recomendó el material
existente, presentó su nuevo libro, repetía los números para realizar las compras mientras
aparecían en las pantallas de los televisores. En un intervalo para publicidad, fue a la parte
posterior del escenario.
—¿Cuál es nuestro nivel de audiencia?
Susana, con diadema telefónica y al frente de un rack de computadoras atendidas
por docenas de operadores, contestó sin vacilar:
—El nivel de audiencia sintonizándonos es mayor al de la suma de todos los
demás programas en este mismo horario.
—¿Y cómo van las ventas?
—Ya comenzaron en todos los países, los teléfonos no dejan de sonar, la pagina de
Internet esta saturada de visitantes. Eres un éxito.
Julián iluminó su rostro con una sonrisa, al tiempo de decir:
—Perfecto. Nada me puede detener.
Un asistente de producción se acercó.
—En 30 segundos reanudamos la transmisión, debe regresar al escenario.
El programa siguió. La mujer esperó hasta el momento del cierre, cuando el
clímax y la atención fueran mayores.
Cerca de los últimos momentos, Julián decía a la audiencia:
—Vamos, todos digan: soy un perdedor. Acéptenlo en sus corazones, convencidos
de esto, se liberaran de todo impedimento para ser felices...
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Una mujer se puso de pie; portaba un enorme ramo de flores en sus manos, se
dirigió al escenario quería dárselo a Julián en las manos. El director de cámaras comentó al
productor:
—Esa tipa no está en el libreto. ¿La tomo?, ¿desvío la atención?, ¿corto la
transmisión?
—Espera, parece ser una espontánea, le va a dar el ramo al conferencista; no
cortes, no la pierdas de vista, enfoca más cerca para cuando se lo de.
La mujer subió al escenario, al estar cerca de Julián soltó el ramo, apareció una
pistola en sus manos. Apuntó hacia Julián, paralizado por la sorpresa, desconcertado, con
los ojos abiertos a más no poder.
—¡No soy una perdedora!—Gritó la mujer.
Sin demora detonó el arma a quemarropa, impactó en el pecho de Julián, quien
cayó de espaldas en el centro del escenario. Hubo gritos en todo el teatro, gente corriendo,
buscando atropelladamente la salida. Los guardaespaldas de un salto, subieron al
escenario; de inmediato desarmaron y derribaron a la agresora.
—¡Fue Fabiola, fue Fabiola!—gritaba Susana fuera de sí.
Lolo llegó hasta el cuerpo caído, en la camisa, una mancha roja crecía sin control;
se arrodilló, le levantó la cabeza.
—Patrón, no se me muera, por favor.
Julián movía sus labios lentamente, Lolo acercó un oído hasta ellos.
— o —
Mientras la gran mayoría buscaba la salida, Magaly permaneció en su asiento; en su
avanzado estado de gravidez era mejor esperar ahí. Apretaba con fuerza el resultado donde
se ratificaba a Julián como el padre del hijo por nacer. Había esperado el final del evento
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para mostrarle esa prueba; pudo obtener el análisis gracias a convencer a Lolo de dejarla
usar un poco de la sangre cuando la llevaba al laboratorio. Al ver a Julián herido de
muerte, un par de lágrimas corrió por sus mejillas.
— o —
Graciela iba dentro de la multitud precipitada hacia la salida. Asistió al evento sólo para
ver si podía volver a salir con Julián; no recordaba muchas cosas de su cita, al final fue
como un sueño confuso. Dijo para sí en voz baja:
—Pobre Juliancito, terminó mal, ya me imaginaba algo así.
— o —
Días después apareció en la prensa una nota reportando:
La batalla legal inició al haber muerto intestado el motivador moderno Julián
Huerta, recientemente asesinado ante las cámaras de televisión por una fanática. Quienes
disputan sus bienes materiales, así como los derechos de explotación del material escrito
como del producido en audio y video, son una mujer quien afirma haber sido su pareja
además de colaboradora laboral, también otra la cual asegura contar con un estudio
genético donde se confirma a Julián como el padre de su hijo recién nacido; reclaman
además sus familiares. Se espera un largo proceso en los tribunales.
— o —
—Mira cómo terminaste, güey —se lamentó Miguel en voz alta.
Mientras meneaba la cabeza, colocó un ramo de flores sobre la tumba de Julián;
era una solitaria tarde de sábado, continuó dirigiéndose a la lapida:
—Me encontré al señor quien era tu chofer, me dijo cuales fueron tus últimas
palabras antes de morir: “Me lleva la chingada”.