El sujeto contemporáneo y la responsabilidad

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El sujeto contemporáneo y la responsabilidad ¿Se sabe hoy qué es lo verdadero? ¿Se sabe hoy qué es lo bello, o qué es lo bueno? ¿O acaso estos son conceptos se han relativizado tanto que han perdido su sentido para el sujeto contemporáneo? De ser así, ¿qué implicaciones tiene este hecho (de relativizar lo fundamental; y también lo nimio) para los vínculos humanos en nuestro tiempo? Ciertamente se sabe aun que esos tres conceptos poseen un peso decisivo para la orientación de los sujetos en el mundo y para sus relaciones entre sí; que son indispensables para considerar asuntos incluso muy triviales. Por ejemplo, para emitir un juicio acerca de las calidades de una canción popular; para hacerlo, es necesario tener alguna idea, así ésta sea torpe, acerca de lo bello. De igual manera para lo verdadero y para lo bueno. Sin embargo, el empleo que hoy se hace de ellos, a menudo resulta inconsistente, extravagante o insólito. Es razonable suponer que tales usos de estos conceptos está determinado por el hecho de que amplios sectores de la vida contemporánea han relativizado casi todo, y que de esa manera se ha llegado a aceptar como válido que cada uno declare, tácita o explícitamente, a su simple arbitrio, que por encima de lo verdadero está la opinión (la cual hoy se concibe como algo que no requiere argumentos, ni sustentación alguna, puesto que ésta la definiría sólo quien la emite, sin más); que lo cosmético vale más que lo propiamente bello (la decoración de sí y de todo, prima sobre lo bello), y que lo útil y lo rentable prevalecen sobre lo bueno, así se declare lo contrario en algunas circunstancias; porque finalmente, “todo vale”. Se ha instalado de esta manera el “todo vale” como consigna que se aplica al razonamiento, a los juicios y a los actos. Ésta rige hoy una parte importante de las posiciones individuales (de hecho o por derecho), y oponérsele expone a veces incluso a lo peor a quien lo intente. Se le ha homologado con la democracia y la libertad y con otros decires del mundo contemporáneo, y su vigencia ha llegado aun a imponer la validez de la estupidez y de lo ridículo; pero en especial del cinismo. En ese orden de ideas resulta necio desconocer la

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El sujeto contemporáneo y la responsabilidad

¿Se sabe hoy qué es lo verdadero? ¿Se sabe hoy qué es lo bello, o qué es lo bueno? ¿O acaso estos son conceptos se han relativizado tanto que han perdido su sentido para el sujeto contemporáneo? De ser así, ¿qué implicaciones tiene este hecho (de relativizar lo fundamental; y también lo nimio) para los vínculos humanos en nuestro tiempo?

Ciertamente se sabe aun que esos tres conceptos poseen un peso decisivo para la orientación de los sujetos en el mundo y para sus relaciones entre sí; que son indispensables para considerar asuntos incluso muy triviales. Por ejemplo, para emitir un juicio acerca de las calidades de una canción popular; para hacerlo, es necesario tener alguna idea, así ésta sea torpe, acerca de lo bello. De igual manera para lo verdadero y para lo bueno. Sin embargo, el empleo que hoy se hace de ellos, a menudo resulta inconsistente, extravagante o insólito.

Es razonable suponer que tales usos de estos conceptos está determinado por el hecho de que amplios sectores de la vida contemporánea han relativizado casi todo, y que de esa manera se ha llegado a aceptar como válido que cada uno declare, tácita o explícitamente, a su simple arbitrio, que por encima de lo verdadero está la opinión (la cual hoy se concibe como algo que no requiere argumentos, ni sustentación alguna, puesto que ésta la definiría sólo quien la emite, sin más); que lo cosmético vale más que lo propiamente bello (la decoración de sí y de todo, prima sobre lo bello), y que lo útil y lo rentable prevalecen sobre lo bueno, así se declare lo contrario en algunas circunstancias; porque finalmente, “todo vale”.

Se ha instalado de esta manera el “todo vale” como consigna que se aplica al razonamiento, a los juicios y a los actos. Ésta rige hoy una parte importante de las posiciones individuales (de hecho o por derecho), y oponérsele expone a veces incluso a lo peor a quien lo intente. Se le ha homologado con la democracia y la libertad y con otros decires del mundo contemporáneo, y su vigencia ha llegado aun a imponer la validez de la estupidez y de lo ridículo; pero en especial del cinismo. En ese orden de ideas resulta necio desconocer la significación que tal consigna posee para nuestro tiempo, a pesar de que se hayan producido rigurosas sustentaciones que demuestran su absurdo lógico, su inconveniencia subjetiva o los efectos degradantes que ello comporta en lo colectivo.

¿Qué consecuencias más específicas conlleva un tal estado de cosas? Si todo vale para muchos, sea el caso, para los actos, ¿dónde se sitúa lo que se conoce bajo el nombre de responsabilidad?

La pregunta es pertinente en la medida en que la responsabilidad implica, por definición, justamente, que no todo vale. Se podrá entonces reconocer que la responsabilidad, bajo el todo vale, deja de ser una condición para los vínculos y que la puesta en duda de su necesidad en la vida colectiva, pone de presente que de esta manera lo que se justifica es el cinismo.

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Aquí se habla de sujeto. ¿Cómo entender este concepto? Se refiere a aquel que está en posibilidad de asumir la responsabilidad de sus actos. Y por acto se entiende la ejecución de una acción, resultado de una decisión que un sujeto pudo efectuar, a partir de la opción que tuvo para elegir entre hacerlo o no. En ese sentido, un bebé no es entonces, propiamente hablando, un sujeto, ya que puede ejecutar acciones, mas no actos; el niño gradualmente irá logrando serlo, en la medida en que se le asignen responsabilidades acordes con sus posibilidades. En ese orden de ideas, la responsabilidad constituye la capacidad que tiene alguien de poder responder por aquello con lo cual se compromete y actúa. En esa medida se llega a ser sujeto de sus relaciones con lo existente.

Alguien, por ejemplo, bajo los efectos de una droga que le sea administrada sin su consentimiento y la cual afecte severamente sus facultades mentales, pierde la posibilidad de responder por sus actos y en ese sentido carece de responsabilidad al realizar una acción. Sujeto y responsabilidad son entonces, en contextos como éste, dos conceptos correlativos, mutuamente determinados. Ello ya sugiere, por ejemplo, el porqué del afán de nuestros días, más que nunca, por el consumo de sustancias que perturban... la responsabilidad, justamente.

En esa perspectiva se afirma que los sujetos contemporáneos son menos responsables que los de otras épocas. También, que el fenómeno se hace cada vez más grave, puesto que los más jóvenes tienden, al menos una parte significativa de ellos, a ser menos responsables que sus mayores. Que el funcionamiento social se hace más difícil y belicoso por cuanto para los miembros de las sociedades actuales la responsabilidad está puesta en cuestión como condición necesaria para la vida social. Si es cierto, como aquí se afirma, que lo colectivo tiende hoy a regirse esencialmente por lo rentable, por lo útil, por lo cosmético y por la opinión más elemental y primaria, en detrimento de otras maneras de concebir la vida, es posible entonces reconocer que ello se traduce finalmente en cinismo y por tanto que la responsabilidad se ausenta. El cinismo ha llegado así a definir la posición esencial del sujeto contemporáneo ante sus actos y sus juicios para darle así forma propia a la época.

Observemos un hecho al menos (dados los límites de este escrito), relativo a cómo se traduce lo anterior en la vida cotidiana. No hay duda que hoy existe la tendencia a la infantilización del sujeto. En esa perspectiva, se ha llegado al estado anticipado por Lacan, el psicoanalista francés, de la aparición del “niño generalizado”, como rasgo propio de la época. Los signos de ese “niño” son de todo tipo. Los mayores se niegan a envejecer, los menos mayores se niegan a definirse como adultos (es notable observar, por ejemplo, que la palabra “adulto” no se acepta hoy por muchos para designar a quien, por ejemplo, la ley define como mayor de edad) y ser “infantil” deja de ser un hecho negativo para designar ideales y conductas de los adultos,... La vida tendría como razón esencial el disfrute sin barreras y más inmediato,... rasgo este propio del niño... generalizado.