El Texto Tradicional Del Nuevo Testamento-Por John Burgon

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El Texto Tradicional del Nuevo Testamento 

Por John Burgon 

Ofrecemos en las páginas que siguen una primicia encastellano, la traducción de la obra de John Burgon:El Texto Tradicional Del Nuevo Testamento. Ante la imposibilidad de publicar el texto en formato de libroimpreso, queremos ofrecer entre tanto algunos de suscapítulos. Es una obra clásica de crítica textual en defensa del Textus Receptus del Nuevo Testamento, por  uno de los

Eruditos más importantes, contemporáneo de Wescott y Hort. 

INTRODUCCIÓN 

Unas pocas observaciones al comienzo de este tratado, que fue dejado inacabado por

John Burgon con su repentina muerte, pueden hacer más comprensible su objetivo y perspectiva amuchos lectores. 

La crítica textual del Nuevo Testamento es una profunda investigación sobre cuál es el texto griegogenuino -el verdadero texto de los santos Evangelios, de los Hechos de los Apóstoles, de las EpístolasPaulinas y Apostólicas, y del Apocalipsis-. Puesto que ello concierne al texto solamente, está dentrodel campo de la baja crítica, según la nomenclatura alemana, así cómo el examen crítico delsignificado, con todas sus referencias y conexiones concomitantes, constituiría la alta crítica. Es poresto que es el preludio necesario para cualquier investigación científica sobre el lenguaje, el sentidoy la enseñanza de los diversos libros del Nuevo Testamento, y debe realizarse siguiendo principioscientíficos y definidos. El objeto de este tratado es llegar al establecimiento general de esosprincipios. Con éste propósito John Burgon ha despojado la discusión de todo disfraz extraño, y la hallevado adelante lúcidamente en múltiples detalles, a fin de que el uso de  términos difíciles osentencias complicadas no pudiera sembrar alguna mistificación sobre la cuestión discutida, y paraque toda persona inteligente interesada en estas cuestiones -y ¿quién no lo está?- pueda entenderlos asuntos y sus pruebas. 

En tiempos muy antiguos, hubo muchas variaciones en el texto del Nuevo Testamento, yparticularmente de los santos Evangelios. Nosotros trataremos principalmente esos cuatro libroscómo constituyendo el apartado más importante para acotar un área más pequeña, y por ser másconveniente para la presente investigación. Lo que suscitó en la Iglesia una gran diversidad enpalabras y expresiones. En consecuencia, la escuela de teología científica de Alejandría, en lapersona de Orígenes, fue la primera que encontró necesario tomar conocimiento de la materia.Cuando Orígenes se trasladó a Cesarea, llevó sus manuscritos con él, y parece que constituyeron elfondo con el que se inició la célebre biblioteca de esa ciudad, que más tarde fue ampliada porPánfilo y Eusebio, y también por Acacio y Euzoio1, que fueron los sucesivos obispos del lugar. Durantela vida de Eusebio, sino bajo su cuidado y control, los dos manuscritos unciales más antiguosexistentes hasta ahora descubiertos, conocidos cómo B y Alef, o Vaticano y Sinaítico,  

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fueron realizados en forma elegante y exquisita caligrafía. Pero poco después, a mediados del sigloIV -cómo ambas escuelas de críticos textuales concuerdan- un texto diferente al B y Alef alcanzóaceptación general y fue aumentándola hasta ser el predominante en el siglo VIII, superando a los definales del siglo IV, llegando a prevalecer de tal manera en el cristianismo, que el pequeño númerode manuscritos concordantes con B y Alef no eran de compararse con los muchos que diferían de esosdos. Así, el problema del siglo IV anticipó el problema del siglo XIX.

¿Estamos a favor de que el genuino texto del Nuevo Testamento siga a los manuscritos Vaticano ySinaítico y a los otros pocos que concuerdan básicamente con ellos, o seguiremos al cuerpo principalde manuscritos del Nuevo Testamento, que a finales del siglo en que aquellos dos fueron realizados,ya dominaban el campo de batalla, y lo han continuado dominando desde entonces? Ese es elproblema que este tratado se propone resolver, es decir, cual de esos dos textos o conjuntos delecturas tiene mejor testimonio, y puede retroceder en el tiempo mediante la evidencia máspoderosa hasta los autógrafos originales.

Es necesario decir ahora unas pocas palabras para describir y dar cuenta de cómo estáactualmente la controversia.

Después de la invención de la imprenta en Europa, la crítica textual comenzó a emergernuevamente. Su desarrollo se puede dividir en cuatro etapas, que podemos denominar

respectivamente: infancia, adolescencia, juventud e incipiente madurez2. 

I. Erasmo editó en 1516 el Nuevo Testamento sobre la base de un número muy pequeño demanuscritos, seguramente sólo cinco, reconocidos en aquella época. Seis años después apareció laedición Complutense dirigida por el Cardenal Ximenes, que fue impresa dos años antes que la deErasmo. Robert Stephen, Teodoro Beza, y también los Elzevirs, cómo es bien conocido, publicaronsus propias ediciones. En la última edición de los Elzevirs, publicada en 1633, apareció por primeravez la expresión “Textus Receptus”, tan ampliamente usada. El único objeto en este período eraadherirse fielmente al texto recibido por todas partes. 

II. En el siguiente período, la evidencia de los manuscritos, las versiones, y los Padres fue recopiladaprincipalmente por Mill y Wetstein. Bentley pensó en retroceder hasta el siglo IV para buscar unaevidencia decisiva. Bengel y Griesbach enfatizaron sobre las familias y las recensiones de los

manuscritos, que marcaron el camino para apartarse del estándar recibido. El cotejo demanuscritos fue llevado a cabo por esos dos críticos y por otros hábiles eruditos, y especialmentepor Scholz. Los materiales aumentaron, y aparecieron multitud de teorías. Mucho de lo que eraimpreciso y elemental se entremezcló con la promesa de que en el futuro se probaría mássatisfactoriamente. 

III. El líder en la siguiente etapa fue Lachmann, quien comenzó a descartar las lecturas del TextoRecibido, suponiendo que éste únicamente tenía dos siglos de antigüedad. Cómo las autoridadeseran inconvenientemente innumerables, limitó su atención a los pocos que concordaban con losunciales más antiguos conocidos en el momento, es decir, el llamado L (Regius de París), uno o dosotros fragmentos de unciales, unos pocos de cursivos, unos manuscritos de la Antigua Latina, y unnúmero reducido de Padres antiguos, reuniendo normalmente unos seis o siete en total para cadalectura individual. Tischendorf, el descubridor de Alef, el hermano gemelo de B, y cotejador de ungran número de manuscritos, siguió a Lachmann en lo principal, cómo también lo hizo Tregelles. Y

el Dr. Hort, quien, con el obispo Westcott, comenzó a teorizar y trabajar cuando la influencia deLachmann estaba en su punto más alto, en una muy ingeniosa y elaborada Introducción defendió los dos unciales más antiguos -especialmente B- y su reducido número de seguidores. Admitiendoque el Texto Recibido es, tan antiguo, cómo de mediados del siglo IV, Hort argumentó que estabaseparado por más de dos siglos y medio de los autógrafos originales y que, de hecho, tomóimportancia en Antioquía, por lo que debería llamarse “Sírio”,  a pesar de reconocer que era elpredominante desde finales del siglo IV. El llamó “Texto Neutral” a las lecturas de las que B y Aleferan los principales exponentes, y sostuvo que ese texto podía remontarse hasta los genuinosautógrafos.4 

IV. He colocado en último lugar los inicios de la escuela opuesta cómo evidenciando signos deincipiente madurez científica, no porque admitamos que ellos la evidencien, que no es el caso,sino debido a sus méritos intrínsecos, que serán desarrollados en este volumen, y a la adición

inmensa hecha recientemente de autoridades a nuestro depósito, cómo también a la influenciaindirecta ejercida recientemente por los descubrimientos alcanzados en otras procedencias.5 Ciertamente, se busca establecer una mayor provisión de autoridades válidas, y un método másacertado para usarlas. Los líderes que han defendido este sistema han sido: el Dr. Scrivener, en ungrado limitado, y especialmente John Burgon. Debe entenderse, en primer lugar, que nosotros noabogamos por la perfección del Textus Receptus. Nosotros reconocemos que requiere revisión aquí 

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y allí. En el texto que dejó John Burgon,6 se sugieren alrededor de 150 correcciones solamente enel Evangelio de Mateo. Lo que nosotros defendemos es el Texto Tradicional, remontándolo a lasépocas más antiguas de las cuales no tenemos ningún registro. Confiamos en el testimonio completoy la visión más clara de toda la evidencia. En humilde dependencia de Dios el Espíritu Santo, quien,afirmamos, ha multiplicado los testimonios a lo largo de las edades de la Iglesia, y cuya causacreemos defender, solemnemente requerimos a los muchos estudiantes de la Biblia, queactualmente están firmemente en pos de la verdad, sopesar sin prejuicio lo que decimos, orando

que ello pueda contribuir en algo al establecimiento de las verdaderas expresiones empleadas en lagenuina Palabra de Dios. 

Notas: 1 Ver Jerónimo, Epist. 34 (Migne, XXII, p. 448). El códice V de Filón tiene la siguiente inscripción: 

Edición de Filón de Leopold Cohn, De Opiticiis Mundi, Bratislava, 1889. 2 ver mi: Guide to the Textual Criticism of the New Testament, pp. 7-37. George Bell and Sons, 1886. 3 Para una estimación de la gran labor de Tischendorf, ver el artículo sobre el Testamento Griegode Tischendorf en Quaterly Review, julio de 1895. 4 La teoría del Dr. Hort, que es generalmente mantenida para suplir la explicación filosófica delos principios mantenidos por la escuela crítica que apoya a B y a cómo las fuentes preeminentes

del texto correcto, puede ser estudiada en su Introducción. También es explicada y refutada enmi Guide to the Textual, pp. 38-59; y ha sido poderosamente refutada por John Burgon en TheRevision revised, artículo III, o en el nº 306 del Quaterly Review, sin réplica. 5 Quaterly  Review ,  julio de 1895, “T i schend or   f  ́s Greek T e st ament ”. 

6 ver Prefacio. 

ARGUMENTOS PRELIMINARES 

Importancia del tema; necesidad de un nuevo avance y franqueza en lainvestigación 

En las siguientes páginas propongo discutir un problema de la mayor dignidad e importancia:1 ¿sobre qué principios se determinará el verdadero texto de las Escrituras del Nuevo Testamento?Mi tema es el texto griego de estas Escrituras, particularmente de los cuatro Evangelios; mipropósito, el establecimiento de ese texto sobre una base inteligible y digna de confianza.

Antes de 1880 no conocemos la existencia de ningún principio establecido, lo prueba el hecho deque los críticos más famosos no sólo difirieron considerablemente entre ellos, sino también en ellosmismos. Hasta entonces todo en este campo fue empirismo. De vez en cuando aparecía una sección,un capítulo, un artículo, un panfleto, un ensayo tentativo, y algunos de ellos eran excelentes en sugénero. Pero nosotros necesitamos algo mucho más metódico, argumentado y completo, que seacompatible con tan estrechos límites. Aún donde un relato de los hechos se ampliaba, ofreciendomayor plenitud y exactitud, había la ausencia de un principio científico suficiente para guiar a los

estudiantes a tomar una determinación satisfactoria y sólida de tan difíciles cuestiones. Las últimasdos ediciones de Tischendorf difieren entre sí al menos en 3.572 detalles. En 1872 contradijo encada página lo que en 1859 había ofrecido cómo el resultado de su meditada opinión. Cada uno,para hablar claramente, fuese un experto o un mero principiante, se consideraba competente parasentenciar sobre cualquier lectura reciente que se presentase a su consideración.

Fuimos informados que “según todos los principios de la sana crítica”,  esta palabra debía serconservadas y la otra rechazada. Pero hasta la aparición de la disertación del Dr. Hort, nadie fuetan amable de decirnos cuáles eran los principios a los que se referían, mediante la aplicación fielde los cuales llegaríamos por nosotros mismos al mismo resultado. Y la teoría de Hort, cómomostraremos más adelante, implica la violación de demasiados principios generalmente aceptados,y está desprovista de algo que la pruebe, para alcanzar una aceptación universal. En realidad, esfácilmente verificable el evidente antagonismo que mantiene con el juicio pronunciado por la Iglesiaa lo largo de las edades, y que en muchos aspectos no concuerda con las enseñanzas de los críticos

más célebres que le precedieron.

Confío que se me perdonará si, en el curso de la presente investigación, me aventuro a salir delcamino trillado, y a llevar hacia adelante a mis lectores en un estilo algo más humilde que el que 

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ha sido habitual por mis predecesores. Cada vez que han entrado a considerar los principios,siempre han empezado estableciendo un conjunto de proposiciones sobre la base de su propiaautoridad, algunas de las cuales, lejos de ser axiomáticas, son repugnantes a nuestro juicio, y sonhalladas falsas en la manera en que se presentan. Es verdad que yo también tendré que empezarpidiendo la aceptación de algunas posiciones fundamentales, pero me aventuro a prometer quetodas ellas son evidentes por si solas. Estaré muy equivocado si ellas tampoco nos llevan a unosresultados muy diferentes de aquéllos que han sido recientemente favorecidos por muchos de los

escritores y maestros más avanzados.

Ante todo pido a cada lector juicioso que se esfuerce para aproximarse a este tema con una actitudimparcial. Sería irrazonable esperar que tendrá éxito en despojarse de todas las nocionespreconcebidas acerca de lo que es o no probable; pero le invito al menos a ser tan imparcial cómole sea posible, para estar dispuesto a dejarlas si en cualquier momento se le demuestra que estánfundamentadas sobre un error; y a tomar la decisión de no asumir cómo garantizado nada queadmita ser probado cómo verdadero o falso. Y, para enfrentar una objeción que seguramente sehará contra mí, cuando digo “probar evidentemente” únicamente me refiero a lo más próximo auna demostración que sea factible sobre esta cuestión.

Así, pido que, excepto que se pueda probar de alguna manera, no se tome cómo un hecho que unacopia del Nuevo Testamento escrita en el siglo IV o V presentará un texto más fidedigno que una

escrita en el XI o XII. Que efectivamente, entre dos documentos antiguos se espere que el másantiguo pueda razonablemente ser el más fidedigno, no quiero discutirlo, ni lo discutiré aquí; aunquela probabilidad que sea así no es axiomática. No se encontrará, me atrevo a decir, que en la mayoríade las veces una copia del siglo XIV de los Evangelios puede exhibir la verdad de la Escritura, mientrasque la copia del siglo IV demuestre ser siempre la depositaria de un texto fabricado. Sólo pido que,hasta que el asunto se haya investigado completamente, los hombres suspendan su juicio sobre estepunto: no tomando cómo un hecho nada que necesite ser comprobado, y no considerando algo cómociertamente verdadero o falso hasta que se demuestre que es así. 

La crítica textual sagrada difiere de la profana; el Nuevo Testamentoatacado desde el principio 

Lo que distingue la ciencia sagrada, de toda otra ciencia que podamos mencionar, es que ésta esDivina, y tiene que ver con un Libro que es inspirado, el verdadero autor del cual es Dios. Es por estoque nosotros asumimos que la Biblia debe ser tomada cómo inspirada, y no considerarla al mismonivel que los libros orientales que son considerados sagrados por sus devotos. Es principalmente porno advertir esta circunstancia, que prevalecen conceptos falsos en el campo de la ciencia sagradaconocido cómo “crítica textual”. Aunque son conscientes de que el Nuevo Testamento no es cómocualquier otro libro en su origen, su contenido, su historia, muchos críticos actuales se permiten, noobstante, discurrir acerca de su Texto, cómo si no abrigaran la sospecha de que las palabras y frasesde las que está compuesto estuvieran señaladas para experimentar un destino extraordinario. Noestán dispuestos a conceder que influencias de un tipo completamente diferente a las que laliteratura profana está familiarizada se han hecho sentir en este campo, y, por consiguiente, queaun aquellos principios de crítica textual que los autores profanes consideran fundamentales son a

menudo inadecuados en este caso.Es imposible que todo esto pueda ser captado demasiado claramente. De hecho, a menos que los  que se dedican al estudio de las palabras del Nuevo Testamento, estén convencidos de que se muevenen un terreno diferente, en el que les esperan fenómenos únicos a cada paso, y en el que hace milsetecientos cincuenta años causas corruptoras desconocidas en cualquier otro campo delconocimiento actuaron enérgicamente, no puede hacerse progresos reales en éste debate. Loshombres deben, por todos los medios, librar sus mentes de los prejuicios que produce el estudio dela literatura profana. Permítame explicar esta cuestión un poco más detalladamente, y establecer laracionalidad de lo anterior mediante algunas consideraciones simples que deben, creo, convencer.No ofreceré opiniones, únicamente apelaré a ciertos hechos innegables. Lo que yo desapruebo, noes el uso discriminado de una crítica respetuosa, sino el confundir torpemente puntos esencialmentediferentes.

En cuanto se reconoció la obra de los Apóstoles y Evangelistas cómo la necesaria contraparte y elcomplemento de las antiguas Escrituras de Dios, y conformó el “Nuevo Testamento”, se encontróque el mundo la recibió de una manera muy similar a cómo lo hizo con Aquél que es el tema de suspáginas. Calumnia y tergiversación, persecución y odio asesino, le asaltaron a continuamente. Y lomismo les sucedió a la Palabra escrita, desde el principio fue vergonzosamente manipulada por los 

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hombres. No sólo fue oscurecida por la debilidad y la equivocación humana, sino que también sevolvió el objeto de una malicia incesante y de ataques implacables. Marción, Valentín, Basílides,Heracleón, Menandro, Asclepíades, Teodoto, Hermófilo, Apolónides y otros herejes adaptaron losEvangelios a sus propias ideas. Taciano, y después Amonio, confundieron con sus intentos porarmonizar los cuatro Evangelios, o Diatesarón,2 o haciendo un intrincado arreglo por secciones,trayendo cómo resultado que las palabras de un Evangelio se asimilaron a las de otro. 3 La falta defamiliaridad con las sagradas Palabras en las primeras épocas, el descuido de los escribas, la

enseñanza incompetente y la ignorancia del griego en Occidente, llevaron a la posterior corrupcióndel Texto Sagrado.

Luego, debido a la existencia de un gran número de copias corruptas, surgió la necesidad de unarecensión, que fue realizado por Orígenes y su escuela. Esta fue una fatal necesidad, que se hizosentir en una época en que los principios básicos de la ciencia no eran entendidos; porque “corregir” fue demasiado frecuentemente en aquellos días otra palabra para “corromper”. Y esto es lo primeroque debe ser brevemente explicado y afirmado: pero más de un contrapeso fue provisto bajo lasoberana providencia de Dios. 

El predominio de la providencia; condiciones únicas y abrumadora masade evidencia 

Antes de que nuestro Señor ascendiera al Cielo dijo a Sus discípulos que les enviaría el Espíritu Santo,quien lo supliría y moraría con su Iglesia para siempre. Agregó la promesa de que la función de eseEspíritu inspirador no sería sólo la de recordarles3 todas las cosas que les había dicho,4 sino tambiénla de “guiar” a Su Iglesia “a toda la verdad”  o completamente a la verdad.5 En consecuencia, elprimer gran logro de aquel tiempo fue cumplido al proveer a la Iglesia de las Escrituras del NuevoTestamento, en las que la enseñanza autorizada fue sagradamente preservada en forma escrita. Yprimero, guiándolos para discernir, de entre aquellos muchos evangelios sobre los que personasincompetentes habían “puesto sus manos” para escribir o compilar de entre mucho material flotantede naturaleza oral o escrita, cuatro que eran completamente diferentes del resto, aquellos que eranla verdadera Palabra de Dios.

Por tanto no existe razón alguna para suponer que el Agente Divino, que primeramente dio a lahumanidad las Escrituras de verdad, inmediatamente abdicara en su función, no tuviera ningún

cuidado posterior por su obra y abandonara esos preciados escritos a su suerte. Que un milagroperpetuo se produjera para su preservación –que los copistas fueran protegidos del riesgo de error,o del mal, prevenidos de adulterar vergonzosamente las copias del Depósito –, se presume que nadie puede ser tan poco razonable cómo para suponerlo. Pero es algo completamente diferenteafirmar que durante todas las edades las Sagradas Escrituras necesariamente deben haber sido elespecial cuidado de Dios; que la Iglesia bajo su acción las ha vigilado con inteligencia y habilidad;que ha reconocido que copias exhibían un texto fabricado, y cuales fueron honestamente transcritas;generalmente avalando una y desaprobado las otras. Estoy muy poco dispuesto a creer –parece tan groseramente improbable–  que después de 1800 años 995 copias de cada 1000,supongamos, se compruebe que son poco fiables; y que, contrariamente, las una, dos, tres, cuatroo cinco que restan, cuyos contenidos eran hasta ayer tan buenos cómo desconocidos, se encuentreque han preservado el secreto de lo que el Espíritu Santo inspiró originalmente.

Soy absolutamente incapaz de creer, en resumen, que la promesa de Dios haya fallado tancompletamente, que después de 1800 años mucho del texto del Evangelio debió de hecho ser sacadode un cesto de papeles por un crítico alemán en el convento de Santa Catalina; y que todo el textotuvo que ser remodelando según el modelo fijado por un par de copias que habían permanecidoabandonadas durante quince siglos, y que probablemente debían su supervivencia a dicho abandono,mientras cientos de otras habían sido usadas hasta hacerse pedazos, y habían legado su testimonioa las copias que si hicieron de ellas.

He dicho lo anterior pensando en las personas que simpatizan con mi creencia. Para otros seránecesario presentar el argumento de una manera diferente. Recuérdese, que en los primerostiempos existió gran abundancia de copias; que en la Iglesia siempre se sintió la necesidad cuidarcelosamente las Santas Escrituras; que sólo de la Iglesia hemos aprendido cuáles son los libros dela Biblia y cuáles no lo son; que en la época en la que el canon fue fijado, y en la que se presumepor muchos críticos que se introdujo un texto adulterado, la mayoría de los intelectuales del 

Imperio Romano se encontraba dentro de la Iglesia, y se dedicaron a las cuestiones discutidas; queen las edades que siguieron el arte de transcribir alcanzó un gran nivel de perfección; y que elveredicto de los diversos períodos desde la producción de aquellos dos manuscritos ha sido hastahace pocos años a favor del Texto que ha sido transmitido en sucesión. Se ha de tener presente queel testimonio no ha sido sólo de todas las edades, sino también de todos los países; y cómo 

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La pregunta que se plantea entonces, y que necesariamente debe ser contestada afirmativamenteantes de que una sola sílaba del texto actual sea cambiada, siempre será la misma: ¿Es seguro quela evidencia en favor de la nueva lectura propuesta es suficiente para autorizar la innovación? Porqueconfío que todos estaremos de acuerdo en que ante la ausencia de una respuesta afirmativa a estapregunta, el texto no puede ser alterado en ninguna manera. Acertada o equivocadamente ha tenidola aprobación de la cristiandad occidental durante tres siglos, y actualmente domina el campo. Porconsiguiente, el asunto que tenemos ante nosotros lo podríamos formular así: ¿Qué consideraciones

han de determinar nuestra aceptación de una lectura que no esté en el Texto Recibido? o, paradecirlo de una manera más general y básica:

¿Cuáles determinarán nuestra preferencia de una lectura sobre otra? Porque hasta que se llegue aalguna clase de entendimiento sobre este punto, el progreso es imposible. No puede haber unacrítica textual científica, y por consiguiente, no puede haber seguridad sobre la Palabra inspirada,mientras el juicio subjetivo –que fácilmente puede degenerar en un capricho personal–  puedadeterminar las lecturas que se han de rechazar y las que se han de retener.

En el siguiente capítulo discutiré los principios que deben formar el fundamento de esta ciencia.Entretanto, son necesarias algunas palabras para explicar el problema existente entre mí yaquellos críticos con quienes soy incapaz de concordar. Debo, si puedo, llegar a algún entendimiento con ellos; y usaré toda la claridad del lenguaje para que puedan ser completamenteentendidas mi posición e intenciones. 

La cuestión de la mayoría frente a la minoría; el alegato de laantigüedad de la minoría es virtualmente la pretensión de una sutilintuición; imposibilidad de un compromiso 

Aunque pueda parecer extraño, es innegablemente cierto que toda la controversia puede reducirseal siguiente asunto en concreto: ¿Mora la verdad del Texto de las Escrituras en la gran multitud decopias, unciales y cursivas, entre las cuales nada hay más notable que el maravilloso acuerdo queexiste entre ellas? O, ¿es preferible suponer que la verdad reside exclusivamente en un muy pequeñogrupo de manuscritos, los cuales a la vez difieren de la gran masa de testigos, y -es extraño decirlo-

también entre ellos mismos?Los defensores del Texto Tradicional propugnan que el consenso sin concierto de tantos cientos de  copias, realizadas por personas diferentes, en momentos diversos, en regiones de la Iglesiaampliamente separadas, es una prueba que indica su fidelidad, que nada puede invalidar a menosque haya alguna clase de demostración de que son guías poco fiables.

Los defensores de los antiguos unciales –porque ése es el texto exhibido por uno o más de los cincocódices unciales conocidos cómo B, Alef, A, C y D que se establecido con tanta confianza –  estánobligados a clamar que la verdad debe residir exclusivamente en los objetos de su elección. Pareceque basan su pretensión en la “antigüedad”, pero la verdadera confianza de muchos de ellos yaceen la pretensión de una sutil intuición que les permite reconocer una lectura verdadera o el textoverdadero cuando lo ven. No es extraño que no impresione a tales críticos que aprueban algo quedebe ser demostrado. Sea cómo fuera, el hecho es que lecturas fundadas exclusivamente en el 

códice B, o en el códice Alef, o en el códice D son a veces adoptadas cómo correctas. Ni el códiceA ni el códice C nunca les inspiran una confianza similar. Pero el consentimiento cómo testigos, deambos o de uno de los dos, siempre es aceptable. Ahora bien, es notable que los cinco códicesmencionados nunca se han hallado, a menos que esté equivocado, del todo de acuerdo.

Esta cuestión se discutirá más ampliamente en el siguiente tratado. Aquí sólo es necesario insistiradicionalmente sobre el hecho que, hablando en general, es imposible el compromiso sobre estosasuntos. La mayoría de la gente actualmente se inclina a destacar ante cualquier controversia quela verdad reside entre los dos combatientes (y a la mayoría nos gustaría encontrar a nuestros  oponentes a medio camino). La presente disputa desafortunadamente no admite tal decisión. Elconocimiento real de los numerosos puntos en cuestión revela la imposibilidad de tomar unaresolución cómo esta. Esto depende, no de la actitud, o el temperamento, o la inteligencia de lospartidos enfrentados: sino sobre los rígidos e incompatibles elementos de la materia de la disputa.

Por mucho que podamos lamentarlo, lo cierto es que no hay otra solución.De hecho sólo existen dos escuelas rivales de crítica textual. Y éstas tienen posiciones opuestas eirreconciliables. Al final, una de las dos tendrá que claudicar: y, ¡ay de los vencidos!, la rendiciónincondicional será su único recurso. Cuando una sea reconocida cómo la correcta, no se encontrará lugar para la otra. Tendrá que ser quitada de la atención cómo una cosa absoluta ydesesperadamente errónea.10 

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Notas: 

1 Llama la atención que en campos en los que esperaríamos un procedimiento más científico,la importancia de la crítica textual del Nuevo Testamento es menospreciada, sosteniendo que la doctrina teológica puede establecerse en base a otros pasajes diferentes de aquélloscuyo texto ha sido impugnado por la escuela destructiva. Sin embargo: (a) en todos los casosla consideración del texto por un autor debe forzosamente preceder a la consideración deinferencias desde el texto -la baja crítica se debe fundamentar en la alta crítica; (b) los pasajesconfirmatorios no pueden dejarse de lado ante cualquier ataque a la doctrina; (c) la SagradaEscritura es demasiado única y preciosa para admitir que el estudio de las diversas palabrasde ésta sea interesante en lugar de importante; (d) muchos de los pasajes que la críticamoderna borraría o pondría bajo sospecha -cómo los últimos doce versículos de Marcos, la

 primera palabra desde la Cruz, y la estremecedora descripción de la profundidad de su agonía,además de muchos otros- son extremadamente valiosos; y, (e) generalmente hablando, esimposible pronunciar, sobre todo en medio del pensamiento y la vida bullendo por todas partesen derredor nuestro, qué parte de Sagrada Escritura no es, o puede no demostrar ser, de lamayor importancia e interés. E. M.

2 N.T.: El Diatesarón era una pretendida armonización de los cuatro Evangelios en uno solo 3 Ver volumen II, y un pasaje notable citado de Caius o Gaius por John Burgon en The Revision Revised (Quarterly Review, nº 306, pp. 323-324). 4 Juan 14:26. 5 Juan 16:13. 6 Sermón del pastor John Oxlee sobre Lucas 22:28-30 (1821), p. 91 (Tree Sermons on the 

 power, origin, and succession of the Christian Hierarchy, and especially that of the Church of  England). 7 Westcott y Hort, Introduction, p. 92. 8 Ibíd p. 142. 9 Scrivener, F. A. H. A Plain Introduction to the Criticism of the New Testament (4ª edición de Miller), vol. I, pp. 75-76. 10 Por supuesto que este incisivo pasaje sólo se refiere a los principios de la escuela que

 fracase. Una escuela puede dejar frutos de investigación muy valiosos, y no obstante estar  absolutamente equivocada acerca de las inferencias implicadas en tales y cuales hechos, JohnBurgon lo admitió ampliamente. El siguiente extracto de uno de los muchos artículos sueltosdejados por el autor se añade por su interés tanto ilustrativo cómo  personal: “ A sí cómo todoslos presentes detalles deben ser muy familiares para aquellos que han hecho de la crítica textual su objeto de estudio, ellos de ninguna manera pueden ser detenidos. No me estoy dirigiendo sólo a personas eruditas. Me propongo, antes de abandonar mi pluma, hacer

 participantes a las personas educadas, allí donde se encuentren, de mi profunda convicción deque es posible para la mayoría tener certeza sobre este tema; y al contrario, que los decretosde esa popular escuela -a la cabeza de la cual se levantan muchos de los grandes críticos de lacristiandad- son totalmente erróneos. Fundadas, cómo me atrevo a pensar, en premisascompletamente falsas, todas sus conclusiones casi invariablemente están equivocadas. Ysostengo que esto es demostrable; y me propongo en las páginas siguientes establecerlo. Si no

tengo éxito, pagaré la pena de mi presunción y necedad. Pero si tengo éxito -y deseo que mis jueces sean juristas y personas expertas en las leyes de la evidencia, o por lo menos a personas pensantes e imparciales, allí donde se encuentren, y no a otros-, siestablezco mi posición, digo, permítase que el hijo de mi padre y de mi madre sea recordadoamablemente  por la Iglesia de Cristo cuando él haya  par t id o de aquí” 

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Dos ramas principales de examen; colección de evidencia; uso de laevidencia 

El objetivo de la crítica textual, cuando se aplica a las Escrituras del Nuevo Testamento, esdeterminar lo que los Apóstoles y Evangelistas de Cristo realmente escribieron -las precisaspalabras que emplearon, y su verdadero orden-. Es, por lo tanto, uno de los más importantes

temas que se pueden se propuestos para su examen; y, a menos que se haga con impericia,mostrará que no carece de auténtico interés. Más aún, es claramente preeminente, en orden alpensamiento sintético, sobre toda otra rama de la ciencia sagrada, en la medida en que reposasobre el gran pilar de las sagradas Escrituras.

Actualmente la crítica textual se ocupa principalmente de dos ramas distintas de investigación:

(1) Su primer objetivo es reunir, investigar y ordenar la evidencia provista por los manuscritos, lasversiones y los Padres. Y esta es una tarea poco gloriosa, ya que demanda un trabajo prodigioso, unaexactitud estricta, una atención incansable, que nunca puede realizarse con éxito sin una muy sólidaerudición.

(2) Su segundo objetivo es extraer inferencias críticas; en otras palabras, descubrir la verdad deltexto -las genuinas palabras del santo Escrito. Y esta es su función más alta, que requiere el ejerciciode capacidades aún mayores. No se puede alcanzar el éxito en ello sin un conocimiento amplio yexacto, libre de parcialidad y prejuicios. Sobre todo, se debe tener un entendimiento claro y juicioso.Una perfecta facultad lógica siempre debe estar activa, o el resultado puede estar constituidosolamente por equivocaciones, que fácilmente pueden probar ser calamitosas.

Mi próximo paso es explicar lo que se ha hecho hasta ahora en cada uno de esos departamentos, ymostrar los resultados. En la primera rama de la materia mencionada, recientemente se ha hechomuy poco; pero este poco ha sido hecho muy bien. Mayores resultados se han incorporado en losúltimos treinta años: una gran cantidad de evidencia adicional ha sido descubierta, pero solamenteuna pequeña porción se ha acabado de examinar y cotejar. En la última rama, se han intentadomuchas cosas, pero el resultado evidencia estar lleno de frustración para aquellos que esperabanmucho de él. Los críticos de este siglo se han apresurado demasiado. Se han precipitado a hacerconclusiones, confiando en la evidencia que tenían en sus manos, olvidando que solamente pueden

ser científicamente sanas las conclusiones que se extraen de todos los materiales existentes. Ladecisión debería haber sido precedida por una investigación más amplia. Permítaseme explicar yestablecer lo que he estado diciendo. 

Providencial multiplicación de copias, ordinarios y leccionarios –de lasversiones– de las citas patrísticas 

Era ciertamente de esperarse que el Autor del Evangelio Eterno -esa obra maestre de la sabiduríaDivina, ese milagro de sobrehumana destreza- se mostraría extremadamente cuidadoso en laprotección y preservación de su propia y principalísima obra. Cada descubrimiento nuevo de labelleza y preciosidad del Depósito en su estructura esencial ciertamente sólo sirve para consolidarla convicción de que necesariamente una maravillosa provisión debió hacerse en el eterno consejo

de Dios para la efectiva conservación del Texto inspirado.

Sin embargo, no es excesivo afirmar que nada que la destreza inventiva del hombre ha diseñado seaproxima siquiera a la auténtica verdad del asunto. Echemos una mirada sencilla pero general de lo que se ha encontrado mediante la investigación, de lo que sostengo que ha sido el método Divino en relación a las Escrituras del Nuevo Testamento. 

I Por la misma necesidad del caso, copias de los Evangelios y Epístolas del original griego semultiplicaron extraordinariamente a través de las edades y en cada parte de la Iglesia Cristiana. Elresultado ha sido que, aunque los más antiguos perecieron, permanecen hasta hoy un númeroprodigioso de aquellas transcripciones; algunas muy antiguas. Examinándolas cuidadosamente,descubrimos que necesariamente han sido (a) producidas en diferentes países, (b) realizadas aintervalos a lo largo de mil años, (c) copiadas de originales que ya no existen. Y se ha acumulado tal

cuerpo de evidencia sobre cuál es el auténtico texto de la Escritura, cómo no hay sobre ningún otroescrito en el mundo.1 Actualmente se conoce la existencia de más de dos mil copias manuscritas(1888).2

Debe añadirse que la práctica de leer la Escritura en voz alta delante de la congregación -unapráctica que se observa desde la era apostólica- ha aumentado la seguridad del Depósito, porque:(1) ha conducido a la multiplicación, por mandato, de libros conteniendo los leccionarios de laIglesia; y (2) por ello ha asegurado un testigo viviente para las mismas palabras del Espíritu, en  

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todas las Iglesias de la cristiandad. El oído, una vez completamente familiarizado con las palabrasde la Escritura, se resiente a la más leve desviación del modelo establecido. Así que rotundamentequeda fuera de discusión que se tolerasen cambios importantes. 

II Luego, cómo el Evangelio se extendió de país en país, llegó a ser traducido a las diversas lenguasdel mundo antiguo. Porque, aunque el griego era ampliamente entendido, debido al comercio y alpredominio intelectual Griego y a las conquistas de Alejandro que hicieron que fuese hablado casien todo el Imperio Romano, se necesitaron versiones siríacas y latinas para la lectura ordinaria,probablemente aún en la misma época de los Apóstoles. Y esas tres lenguas en que se escribió “eltítulo de su causa” sobre la cruz -sin insistir sobre la absoluta identidad entre el siríaco de la  época con el “hebreo” de Jerusalén de entonces-, llegaron a ser desde tiempos muy antiguos losdepositarios del Evangelio del Redentor del mundo. El siríaco estaba estrechamente relacionadocon el arameo vernáculo de Palestina y se hablaba en la región adyacente; mientras que el latínera el idioma familiar de todas las Iglesias occidentales.

Así, desde el principio, en las asambleas públicas, tanto orientales cómo occidentales, leíanhabitualmente en voz alta los escritos de los Evangelistas y Apóstoles. Antes de los siglos IV y V elEvangelio también se había traducido a los idiomas particulares del Bajo y el Alto Egipto, en lasque ahora llamamos versiones Bohaírica y Sahídica, y en los idiomas de Etiopía, de Armenia, y de los godos. El texto quedó claramente cómo embalsamado en tantos nuevos lenguajes, protegido en

gran medida contra el riesgo de posteriores cambios; y esas varias traducciones han permanecidohasta hoy cómo testigos de lo que se encontraba en las copias del Nuevo Testamento que hacetiempo han perecido. 

III Pero la más singular provisión para preservar la memoria de lo que fue antiguamente leído cómoEscritura inspirada, todavía no lo hemos descrito. La ciencia sagrada se jacta de tener una literaturasin paralelo en ningún otro apartado del conocimiento humano. Los Padres de la Iglesia, los obisposy doctores del cristianismo primitivo, fueron en algunos casos escritores muy prolíficos, llegandomuchas de sus obras hasta nuestros días. Esos hombres comentan frecuentemente, citan libremente,y se refieren habitualmente, a las Palabras inspiradas, produciendo así una hueste de insospechadostestigos de la verdad de la Escritura. Los pasajes citados por los Padres son pruebas de las lecturasque encontraron en las copias que usaban. Así ellos testifican en citas ordinarias, aunque sea desegunda mano, y a veces su testimonio tiene un valor inusual cuando argumentan o comentan elpasaje en cuestión. Ciertamente, con mucha frecuencia los manuscritos que tenían en sus manos,que hasta hoy perviven en sus citas, son más antiguos -quizás siglos más antiguos- que cualquiera delas copias que han sobrevivido. Así, vemos que una triple seguridad se ha provisto para la integridaddel Depósito: en las copias, las versiones y los textos de Padres. Sobre la  relación de cada uno conlos otros, a continuación diremos algo en particular. 

Semejanza entre los unciales y los cursivos tardíos; sobrestimación delos unciales más antiguos; las copias, la clase de evidencia másimportante; pero virtualmente no tan antiguas cómo las más antiguasversiones y Padres 

Las copias de los manuscritos comúnmente se dividen enunciales, es decir, las que están escritas en letras mayúsculas,y cursivos o “minúsculos”, es decir, los que están escritos enletra “corrida”  o letra pequeña. Esta división, aunqueconveniente, es engañosa. Los más antiguos “cursivos”  sonmás antiguos que los últimos “unciales”  por cien años.1 Elúltimo grupo de unciales pertenece virtualmente, cómo seprobará, al grupo de los de cursivos. Un manuscrito no tieneningún mérito, por así decirlo, por ser escrito en caracteresunciales. El número de los unciales es muy inferior al de loscursivos, aunque usualmente presumen de mayor antigüedad.Se mostrará en un capítulo posterior, a la vista de los recientes

descubrimientos de manuscritos en papiros de Egipto, haymuchas razones para inferir que los manuscritos cursivosderivaron en su mayor 

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parte de los manuscritos en papiro, igual que lo fueron los mismos unciales, y que la prevalenciade los unciales por algunos siglos se debió a la biblioteca local de Cesarea. Para un completoinforme sobre los diversos códices, y para otras muchas peculiaridades de la crítica textualsagrada, remitimos al lector a la Introducción de Scrivener, de 1894. 

Ahora, no es tanto una exageración si no una evaluación totalmente errónea la importanciaatribuidas a los decretos Textuales de las cinco copias unciales más antiguas, que descansan en la

raíz de la mayor parte de la crítica de los últimos cincuenta años.

En consecuencia, somos constreñidos a conceder una atención al parecer desproporcionada dealgunos a esos cinco códices: el códice Vaticano, el B, y el códice Sinaítico, el Alef, ambossupuestamente del siglo IV; el códice Alejandrino, el Alef, y el fragmentario códice de París, el C,que son asignados al siglo V; y finalmente el códice Bezae de Cambridge, el D, supuestamenteescrito en el siglo VI. A estos ahora se les puede añadir, en lo que concierne a Mateo y Marcos, elcódice Beratino, el F, y el códice Rossano, el S, ambos de la primera parte del siglo VI o de finalesdel V. Pero esos dos generalmente testifican contra los dos más antiguos, y todavía no han recibidotanta atención cómo merecen.

Finalmente se verá que no se nos puede acusar de ninguna exageración al describir desde el principioa B, Alef y D cómo tres de las copias más corruptas existentes. Nadie crea que la edad de esos cinco

manuscritos los coloca sobre un pedestal por encima de todos los demás. Se puede comprobar queson erróneos vez tras vez por la evidencia de un período más antiguo del que pueden presumir. 

Ninguna persona competente negará que, ciertamente, estas copias de la Escritura, cómo grupo,sean los más importantes instrumentos de la crítica textual. Las principales razones de esto son sutexto continuo, su diseñada corporización de la Palabra escrita, su número y su variedad. Peronosotros tenemos tan en cuenta los manuscritos, porque: (1) proveen de una evidencia ininterrumpidapara el texto de la Escritura desde una fecha antigua a través de la historia hasta la invención de laimprenta; (2) se observa que han marcado una línea continua a través del tiempo de la Iglesia a partirde los tres primeros siglos; (3) son el producto unido de todos los patriarcados en la cristiandad.

No puede haber habido, por lo tanto, una confabulación en la preparación de esta clase deautoridades. El riesgo de transcripción errónea ha sido reducido al mínimo posible. El predominio del

fraude de una manera universal es sencillamente algo imposible. Las correcciones conjeturales deltexto son bastante seguras, con el paso del tiempo, para ser efectivamente excluidas. Al contrario,el testimonio de los Padres es fragmentario, sin diseño, aunque frecuentemente se lo considera elmás valioso.

Y ciertamente, cómo se ha dicho, normalmente no se encuentran; sin embargo en ocasiones es muyvalioso, ya sea por su eminente antigüedad o por la claridad de su veredicto; mientras que lasversiones, aunque en detalles más amplios ofrecen una evidencia concurrente sumamente valiosa,todavía, por su naturaleza, son incapaces ayudarnos en muchos aspectos concretos importantes.Ciertamente, por respeto a las mismas palabras de la Escritura, la evidencia de las versiones en otraslenguas debe tomarse con mucha precaución.

Innegable cómo es, el primitivismo de ciertas versiones y de no pocos Padres, hace palidecer a los

manuscritos. No poseemos copias actualmente del Nuevo Testamento tan antiguas cómo la versiónSiríaca y las versiones latinas, con una diferencia probablemente de más de doscientos años, exceptofragmentos. Algo similar debemos decir de las versiones realizadas en las lenguas del Bajo y AltoEgipto, que podrían ser del siglo III.4 Es también razonable asumir que en ningún caso una versiónantigua fue hecha a partir de un solo ejemplar griego; consecuentemente, las versiones gozarontanto en su origen cómo en su aceptación, de más publicidad que la que necesariamente acompañóa cualquier copia individual. Y es innegable que en incontables ocasiones la evidencia  de unatraducción, a causa de la claridad de su testimonio, es tan satisfactoria cómo la de una auténticacopia del griego. 

Pero quisiera recordar especialmente a mis lectores el precepto de oro de Bentley: “El texto realde los sagrados escritores no reposa ahora, teniendo en cuenta que los originales han estado tantotiempo perdidos, en ningún manuscrito o edición, sino que está disperso en todos ellos”.  Estaverdad, que era evidente para el poderoso intelecto de este gran erudito, constituye la raíz de toda

crítica textual sana. Confiar en el veredicto de dos, o cinco, o siete de los manuscritos más antiguoses plausible a primera vista, y es el refugio natural de los estudiantes que son o superficiales, o quequieren hacer su tarea tan fácil y simple cómo sea posible. Pero dejar de lado a los testigosinconvenientes es contrario a todos los principios de justicia y de ciencia. El problema es máscomplejo, y no ha de ser resuelto tan fácilmente. La evidencia de una calidad fuerte y variada nose puede descartar con seguridad, cómo si fuera sin valor. 

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Búsqueda de la lectura de los autógrafos; el mejor atestado, la lecturagenuina; necesidad de pruebas o marcas de la veracidad; sietepropuestas 

Por lo tanto somos constreñidos a considerar el gran número de testimonios que se encuentran anuestra disposición. Y debemos buscar, tanto justa cómo evidentemente, principios que nos guíen

en el uso de dicho testimonio. Porque es la ausencia de una carta oceánica lo que ha conducido aalgunas personas a dirigir su nave hacia una isla desierta, que bajo la apariencia de una mayorantigüedad pudo, a primera vista, presentar la engañosa apariencia de ser el único puerto seguro. 

1 Todos estamos, espero, de acuerdo al menos en esto: que lo que siempre estamos buscando es elTexto de la Escritura tal cómo provino realmente de los escritores inspirados. Lo que proponemoscómo el último objeto de nuestra investigación nunca son, afirmo, “lecturas antiguas”. Deseamosprecisamente la más antigua lectura de todas; en otras palabras, el Texto original, nada más ni nadamenos que las mismas palabras de los mismísimos santos Evangelistas y Apóstoles.

Y, axiomático cómo es, requiere ser claramente establecido. Porque a veces, los críticos parecenestar absortos únicamente preocupados en establecer que las lecturas que defienden deben sernecesariamente muy antiguas. Ahora, ya que todas las lecturas deben ser necesariamente muy

antiguas, encontrándose en documentos muy antiguos, no se ha conseguido probar que esas lecturasexistieran en el siglo II de nuestra era, a menos que también pueda ser probado que hay asociadasotras circunstancias concurrentes a esas lecturas, que constituyen una correcta presunción, paraque sean consideradas cómo la única redacción genuina del pasaje en cuestión. Las sagradasEscrituras no son un lugar para que los críticos ejerciten o desplieguen el ingenio. 

2 Confío que posteriormente podamos establecer cómo un principio fundamental que entre dosmodos posibles de leer el Texto, aquel que examinado demuestra ser el mejor atestiguado yautentificado -o sea, la lectura del cual se comprueba mediante investigación que está sustentadapor la mejor evidencia- debe presuponerse cómo la lectura real, y por lo tanto ha de ser aceptadapor todos los estudiosos. 

3 Me aventuraré a hacer solamente un postulado más: Que hasta ahora no hemos conocido una solaautoridad que esté facultada para dictaminar de forma absoluta, lo que debe ser y lo que no debe

ser considerado cómo el Texto verdadero de la Escritura. No tenemos un testigo infalible, quierodecir, uno cuyo único dictado sea competente para resolver las controversias. El problema que se hade investigar, a saber, qué evidencia ha de ser sostenida cómo “la mejor”,  puede expresarseindudablemente de muchas maneras, pero supongo que no más correctamente que proponiendo lasiguiente pregunta: ¿Se pueden ofrecer algunas reglas para que en caso de conflictivo de testimoniosse pueda precisar con certeza qué autoridades se deben seguir? Los juicios están llenos de testigosque se contradicen entre ellos. ¿Cómo sabremos a quien hemos de creer? Aunque suene extraño,observamos que los testigos están comúnmente, de hecho casi invariablemente, divididos en dosbandos. ¿No podemos descubrir algunas reglas que nos permitan determinar de una forma creíble enque bando de los dos reside la verdad? 

Procedo a ofrecer a la consideración de los lectores siete marcas de veracidad, que posteriormenteexplicaré. Finalmente requeriré a los lectores que reconozcan que allí donde esas siete marcas se

den, podemos asumir confiadamente que la evidencia es digna de toda aceptación, y que ha de serimplícitamente seguida. Una lectura debería ser atestiguada entonces por estas siete: 

Marcas de veracidad  

1. Antigüedad, o Primitividad. 

2. Consenso entre los testigos, o número. 

3. Variedad de la evidencia, o universalidad. 

4. Respetabilidad de los testigos, o peso. 

5. Continuidad, o tradición ininterrumpida. 

6. Evidencia del pasaje completo, o contexto. 7. Consideraciones internas, o razonabilidad. 

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La mera antigüedad de una autoridad no es suficiente; sin embargo laantigüedad es un principio muy importante 

Una detallada consideración de esas marcas de veracidad la pospondremos para el próximocapítulo. Mientras tanto, tres consideraciones de un carácter más general requieren atencióninmediata. 

I La antigüedad, en y por sí misma, veremos que no avala nada. Una lectura ha de ser adoptada nopor su antigüedad, sino por ser la mejor atestiguada, y por lo tanto la más antigua. Puede pareceruna paradoja de mi parte, pero no lo es. He admitido, e insisto en ello, que la lectura más antiguade todas es lo que realmente buscamos; porque debe ser necesariamente la que procedió de lapluma del mismísimo escritor sagrado.

Pero, por norma, se deben asumir cincuenta años,  más o menos, entre la producción de losautógrafos inspirados y el más antiguo representante escrito de ellos existente actualmente. Yprecisamente fue en aquella primera época que los hombres se mostraron menos cuidadosos oprecisos en guardar el Depósito, y menos exactos críticamente en su modo de citarlos; al mismotiempo el enemigo de la verdad se mostró más incansable, más perseverante procurando sucorrupción.

Aunque pueda sonar extraño –perturbador cómo este descubrimiento debe necesariamentecomprobarse cuando es claramente percibido al principio-, los fragmentos y restos más antiguos(porque ellos no son más que eso al principio) que vienen a nuestras manos cómo citas del texto delas Escrituras del Nuevo Testamento, no son solamente decepcionantes por su inexactitud, sucarácter fragmentario y su imprecisión; sino que, además, frecuentemente se demuestrandescuidados. Procederé a dar un ejemplo de entre muchos: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me hasdesamparado?”. 

Así está tanto en Mateo 27:46, cómo en Marcos 15:34; pero debido a que en la última referenciaAlef, B, la Antigua Latina, la Vulgata, y las versiones Bohaíricas, además de Eusebio, seguido por L,y unos pocos cursivos, cambian el orden de las últimas dos palabras, los editores recientesunánimemente hacen lo mismo. Cuentan también con autoridades más antiguas, para hacer eso:Justino Mártir (164 d.C.) y los Valentinianos (150 d.C.) están entre ellas. En lo que se refiere aantigüedad, la evidencia para la lectura…es realmente muy fuerte. 

Y aun así la evidencia por el otro lado, cuando es considerada, resulta que es abrumadora.5 Añádase el descubrimiento de que… es la lectura establecida por la familiar Septuaginta, y novacilamos en retener el Texto comúnmente Recibido. Porque el secreto se desvela al reconocer

que Alef y B seguramente seguían la Septuaginta que era tan apreciada por Orígenes. Una mayordiscusión sobre éste punto es superflua.

Seguramente se me preguntará: ¿Debemos entonces entender que usted condena el cuerpo enterode antiguas autoridades cómo no confiables? ¿Y si hace eso, a qué otro grupo de autoridadesrecurrirá? 

A lo que respondo: Lejos de considerar el cuerpo entero de autoridades antiguas cómo no confiables,yo insisto precisamente en que invariablemente hemos de apelar “al cuerpo entero de autoridadesantiguas”, y que eventualmente debemos diferir. Las considero por lo tanto con más que reverencia:me someto a su decisión sin reservas. Indudablemente, rehusó considerar uno sólo de esos

manuscritos más antiguos -ni siquiera dos o tres de ellos- cómo sentencia. ¿Por qué?

Porque puedo demostrar que cada uno de ellos individualmente tiene un alto grado de corrupción,y está condenado por una evidencia más antigua que ellos. Condicionar mi fe en uno, dos o tres deesos excéntricos ejemplares, sería verdaderamente insinuar que el cuerpo entero de antiguasautoridades es indigno de crédito. 

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Es a la antigüedad, repito, a lo que apelo; y, es más, insisto que es preciso aceptar el veredicto dela antigüedad. Pero entonces, ya que por “Antigüedad” no quiero decir exactamente una autoridadantigua en singular, a pesar de su edad, con la exclusión de, y en preferencia a, todo el resto, sinoque me refiero al cuerpo colectivo completo, “el cuerpo de antiguas autoridades”; propongo quesean precisamente estos los árbitros. Entonces, no me refiero al hablar de “Antigüedad” ni: (1) a la Peshitta siríaca, ni (2) a la Curetoniana siríaca, ni (3) a las versiones de la Antigua Latina, ni (4)  

a la Vulgata, ni (5) a las egipcias, ni (6) a ninguna otra de versión de la antigüedad, ni (7) a Orígenes,ni (8) a Eusebio, ni (9) a Crisóstomo, ni (10) a Cirilo, ni siquiera (11) a otro antiguo Padre cualquierpor sí solo, ni (12) al Códice Alef, ni (13) al códice B, ni (14) al códice C, ni (15) el Códice D, ni (16)al códice a, ni, de hecho, (17) a ningún otro códice individual que ser pueda mencionar. Me seríamás fácil confundir la catedral cercana con una o dos de las piedras que la componen. Por Antigüedadyo entiendo el cuerpo total de documentos que me traen la visión de la antigüedad, transportándomea la época primitiva, y familiarizándome, tanto cómo sea posible, con lo que fue su veredicto.  

Y por simetría de razonamiento, declino por completo aceptar cómo decisivo el veredicto de dos otres de éstos desafiando la autoridad precisada del todo, o de la mayoría restante. En resumen, me niego a aceptar un fragmento de la antigüedad, arbitrariamente desgajado, en 

substitución de la masa completa de los antiguos testigos. Y además de ésta, también reconozcootras marcas de veracidad, cómo ya he afirmado; que probaré en el próximo capítulo. 

“Diversas lecturas”, un expresión queconfunde; la corrupción patente en B yA; cuatro pruebas de que su texto hasido elaborado, y no el Tradicional; la

equivocación de Scrivener al suponerque los textos verdaderos se debenbuscar entre los unciales más antiguos;el constante desacuerdo entre uno yotro; auto empobrecimiento de algunoscríticos 

II El término “diversas lecturas” transmite unaimpresión totalmente incorrecta sobre las graves

discrepancias que pueden encontrarse entre un pequeño grupo de documentos -de los cuales los códices B y Alef, del siglo IV, D, del VI, L, del VIII, sonlas muestras más conspicuas- y el Texto Tradicional del Nuevo Testamento.

La expresión “diversas lecturas”  pertenece a la literatura secular y se refiere a un fenómenoesencialmente diferente del que muestran las copias recién mencionadas. La expresión “diversaslecturas” no es tan satisfactoria para los códices sagrados cómo para los profanos. Uno no tiene más queexaminar la obra Full and Exact Collation of about Twenty Greek Manuscripts of the Gospels, de Scrivener(1853), para convencerse del hecho. Pero cuando estudiamos el Nuevo Testamento a la luz de códicestales cómo B, Alef, D y L, nos encontramos en una región totalmente nueva de la experiencia,confrontados con fenómenos que además de únicos también son portentosos.

El texto ha sufrido, aparentemente, una habitual, cuando no sistemática, depravación, y ha sidomanipulado completamente de una manera salvaje. Han estado actuando influencias demostrables quedejan completamente perplejo el juicio. 

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El resultado sencillamente es desastroso. Hay evidencias de una persistente mutilación, nosolamente de palabras y cláusulas, sino incluso de oraciones completas. La substitución de unaexpresión por otra y la arbitraria transposición de palabras, son fenómenos que ocurren tanconstantemente, que finalmente llega a ser evidente que lo que tenemos delante de nosotros noes tanto una antigua copia, sino una antigua recensión del Texto Sagrado.

Y, ciertamente, no es una recensión en el sentido usual de la palabra, cómo si fuese una revisiónautoritativa, sino que le aplicamos sólo este nombre al producto de la inexactitud o del caprichoindividual o a la bárbara laboriosidad de uno o muchos, en un tiempo concreto o a través de muchosaños. Hay razones para inferir que nos encontramos ante cinco muestras de lo que la piedaddesviada de una época primitiva ha sido conocida por producir en profusión. De fraude,estrictamente hablando, puede haber habido poco o ninguno.

Deberíamos evitar imputar un motivo maligno en donde otra materia sostendría una interpretaciónhonorable. Pero, cómo veremos más tarde, esos códices muestran tantas licencias o descuidoscómo para sugerir la inferencia que ellos deben su preservación a que fueron desahuciados. Así,parece ser que su abandono en tiempos antiguos se debió a su mala reputación; y esto provocóque sobrevivieran hasta nuestros días, mucho después de que multitudes de manuscritos quefueron mucho mejores perecieran en el servicio al Maestro. 

Dejemos que los hombres piensen lo que quieran sobre este tema; lo que pueda probarse ser lahistoria de ese peculiar Texto, que encuentra sus principales exponentes en los códices B, Alef, D yL, en algunas copias de la Antigua Latina y en la versión Curetoniana, en Orígenes, y en menor medidaen las traducciones Bohaírica y Sahídica, todos deben admitir cómo hecho comprobado que éstedifiere esencialmente del Texto Tradicional, y que no es una mera variación suya.

¿Pero, porqué –se preguntará– no pueden ser el objeto genuino? ¿Por qué no puede ser el “Texto Tradicional” una elaboración? 

1 El peso de la prueba está sobre nuestros oponentes. El consenso sin concierto de, supongamos,  

990 de cada 1000 copias -de diferentes fechas que van desde el quinto V al XIV, y pertenecientes atodas las regiones de la antigua cristiandad-, es un hecho colosal que no puede ser obviado porgrande que sea la ingeniosidad. La preferencia por dos manuscritos del siglo IV muy parecidos entreellos, pero que permanecen separados en cada página, tan seriamente que es más fácil encontrardos versículos consecutivos en los que difieran, que dos versículos consecutivos en los queconcuerden del todo; tal que, aparte de no tener abundantes pruebas o ninguna claramente de queesté bien fundada, no se encuentra en condiciones para ser aceptada cómo concluyente. 

2 Después: debido a que -aunque por conveniencia hemos hablado hasta ahora de los códices B,Alef, D y L, cómo presentando un solo texto- en realidad no es un texto sino fragmentos de muchos,que encontramos en el pequeño puñado de autoridades enumeradas arriba. Su testimonio no

concuerda. El Texto Tradicional, al contrario, es inconfundiblemente uno. 

3 Más aún, porque es extremadamente improbable, si no imposible, que el Texto Tradicional fuerao pudiera haberse derivado de documentos cómo B y Alef funcionando cómo arquetipos, mientrasque la operación contraria es a la vez obvia y fácil. No es difícil producir un texto corto, medianteomisión de palabras, cláusulas o versículos, a partir de un texto más completo. Pero el texto máscompleto no se habría podido producir del más corto por ningún desarrollo que fuera posible en estascircunstancias.6 Las glosas se pueden justificar cómo cambios del arquetipo de B y Alef, pero alrevés.7 

4 Pero la razón principal es: porque, cuando apelamos sin reservas a la Antigüedad–

a las versionesy a los Padres, así cómo a las copias-, el resultado es inequívoco. El Texto Tradicional se establecetriunfalmente, mientras que las excentricidades de B, Alef, D y sus colegas llegan a ser todas, sinexcepción, enfáticamente condenadas. 

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Todos estos son, mientras tanto, puntos respecto a los que ya se ha sido dicho algo, y más se habráde decir a medida que desarrollemos el tema. Volviendo ahora al fenómeno indicado al comienzo,deseamos explicar que mientras que las “diversas lecturas”, propiamente llamadas así, es decir, las lecturas que están fuertemente atestiguadas -porque, de las “diversas lecturas” comúnmentecitadas, más de diecinueve de cada veinte son solamente caprichos de escribas, y no pueden

llamarse “lecturas” en absoluto-, no requieren ser clasificadas en grupos, cómo Griesbach y Hortlas han clasificado.

Las “lecturas corruptas”,  si han de ser usadas inteligentemente, deben ser distribuidas por todoslos medios bajo diferentes encabezados, cómo haremos en la segunda parte de esta obra. 

III “No es nuestro plan en absoluto” -destacaba el Dr. Scrivener- “buscar nuestras lecturas delos últimos unciales, apoyados cómo están usualmente por la multitud de manuscritos cursivos; sinoemplear su confesada evidencia secundaria en las innumerables instancias donde sus hermanosmayores están desesperadamente en desacuerdo”.8 Se evidencia claramente que, en opinión deeste excelente escritor, la verdad de la Escritura ha de ser buscada en los unciales más antiguos,

en primera instancia, y que solamente cuando ofrezcan un testimonio conflictivo podemos recurrira la “confesada evidencia secundaria”  de los últimos unciales, y que solamente así hemos deproceder para inquirir el testimonio de la gran masa de las copias cursivas. No es difícil prever cualsería el resultado de semejante método de actuación.

Me aventuro, a objetar, respetuosa pero firmemente, sobre el espíritu de las observaciones de mierudito amigo en la presente y en otras muchas ocasiones similares. Su lenguaje está calculado paraaprobar la creencia popular de que: (1) la autoridad de un códice uncial es, debido a que es ununcial, necesariamente mayor que la de un códice escrito en caracteres cursivos; una suposiciónque sostengo con pruebas que es sin fundamento. Entre el texto de los últimos unciales y el textode las copias cursivas, no he podido detectar ninguna diferencia separadora; ciertamente talesdiferencias no son cómo para inducirme a darle el visto bueno a los primeros. Más adelantemostraremos en este tratado, que es pura suposición garantizar, o inferir, que todas las copiascursivas descendieron de los unciales. Nuevos descubrimientos paleográficos han dictaminado queese error esté fuera de duda. 

Pero (2) especialmente objeto sobre por la noción popular, en la que lamento encontrar laimportante aprobación del Dr. Scrivener, que el texto de la Escritura ha de buscarse en primer lugaren los unciales más antiguos. Me aventuro pues a mostrar mi asombro hacia el hecho que un hombretan erudito y reflexivo no haya visto que antes de que ciertos “hermanos mayores”  se erijan entribunal supremo de justicia, alguna otra señal, además de la edad, debe presentarse a su favor.Por lo que no puedo, sino preguntar: ¿Cómo es que nadie se ha tomado el trabajo de establecer locontradictorio de la siguiente proposición, a saber, que los códices B, Alef, C y D son los diversos

depositarios de un texto elaborado y corrupto; y que B, Alef y D (porque C es un palimpsesto, puestoque tiene las obras de Efrén el sirio escritas sobre él cómo si no fuera útil) probablemente deben supreservación misma al hecho de que fueron reconocidos antiguamente cómo documentos noconfiables? ¿Realmente la gente encuentra imposible entender la noción de que existieron copiasrehusadas en los siglos IV, V, VI, y VII, así cómo en el VIII, IX, X y XI? Y ¿que los códices que llamamosB, Alef, C y D posiblemente, o probablemente, cómo yo sostengo, fueron de esa clase?9 

Ahora, propongo que es un suficiente para condenar los códices B, Alef, C y D ante el tribunalsupremo de judicial: (1) que se observa cómo regla general que son discordantes en sus juicios; (2)que cuando difieren entre ellos en general se puede demostrar mediante la apelación a la antigüedadque los dos principales jueces B y a dan un juicio equivocado; (3) que cuando difieren los dosanteriores entre ellos, el supremo juez B frecuentemente está errado; y, finalmente, (4) que sucede

constantemente que los cuatro concuerdan y no obstante cada uno de los cuatro está equivocado. 

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Si alguien pregunta: ¿Por qué no se puede recurrir entonces en primera instancia a los códices B,Alef, A, C y D? Respondo: Porque la investigación está predispuesta a juzgar la cuestión, yseguramente desviará el juicio, reduciendo únicamente el asunto y haciendo que sea muy difícilalcanzar la verdad. Por esa razón, estoy inclinado a proponer el método de actuación precisamenteopuesto, cómo el método más seguro y, a la vez, el más razonable.

Cuando oigo decir que existe alguna duda respecto a la lectura de un lugar en concreto, en vez debuscar la cantidad de discordancia que existe entre los códices A, B, Alef, C y D sobre el tema(porque el caso es que habrá un enfrentado desacuerdo entre ellos), averiguo el veredicto queofrece el cuerpo principal de las copias. Generalmente éste es inequívoco.

Pero si (lo que raramente sucede) encuentro que es una cuestión dudosa, entonces ciertamenteempiezo a examinar los testigos por separado. No obstante aún en ese caso esto me es de pocaayuda, o mejor, no me ayuda en nada encontrar, cómo comúnmente me ocurre, que A está de unlado y B del otro excepto, dicho sea de paso, cuando Alef y B son encontrados juntos, o cuando Dpermanece aparte solamente con unos pocos aliados, la lectura inferior seguramente se encontraráallí también.

Supongamos no obstante (cómo sucede comúnmente) que no hay ninguna división seria entre copias -por supuesto, la importancia no se asocia con ningún grupo de copias excéntricas-, sino

que hay una práctica unanimidad entre los cursivos y unciales tardíos. En este caso, no puedo verque el veto pueda depender de tan inestables y discordantes autoridades, a lo sumo sólo puedenañadir mayor peso al voto ya pronunciado.

Es cómo de cien a uno que el uncial o los unciales que están con el cuerpo principal de los cursivossean correctos, ya que (cómo será mostrado) en su consenso ellos corporizan virtualmente ladecisión de toda la Iglesia; y que los disidentes -sean pocos o muchos- están errados. Pero,pregunto: ¿Qué dicen las versiones?, y por último, aunque no por ello menos importante: ¿Quédicen los Padres? 

El error esencial del procedimiento que objeto se ilustra mejor apelando a hechos elementales.Solamente dos de los “cinco unciales antiguos”  son documentos completos, B y Alef; y, dado queconfesadamente ambos derivan de un mismo ejemplar único, no pueden considerarse cómo dos. Elresto de los “unciales antiguos”  son lamentablemente defectuosos. Del códice Alejandrino (A) sehan perdido los primeros veinticuatro capítulos del Evangelio de Mateo, es decir, que el manuscritocarece de 870 versículos sobre 1071. El mismo códice carece de 126 versículos consecutivos delEvangelio de Juan. Así pues, la cuarta parte del contenido del códice A en los Evangelios se haperdido.10 D está completo únicamente en lo que respecta a Lucas; faltan 119 versículos de Mateo,5 versículos de Marcos y 166 versículos de Juan. Además, el códice C es defectuoso principalmenterespecto a los Evangelios de Lucas y de Juan, ya que omite del primero 643 versículos sobre 1.151,y del último 513 sobre 880; o sea, mucho más de la mitad en cada caso. El códice C, de hecho,únicamente puede ser descrito cómo una colección de fragmentos, porque también le faltan 260versículos de Mateo, y 116 de Marcos. 

Las desastrosas consecuencias de todo esto para el crítico textual son evidentes. Únicamente le esposible comparar los “cinco antiguos unciales” juntos un versículo de cada tres. En ocasiones estálimitado al testimonio de A, Alef y B; para muchas páginas juntas del Evangelio de Juan está limitadoal testimonio de Alef, B y D. Ahora, cuando se considera la fatal y peculiar simpatía que subsistehacia esos tres documentos, llega a ser evidente que el crítico tiene de hecho poco más que dosdocumentos ante él. Y ¿qué diremos cuándo (cómo en Mateo 6: 20 a 7:4) está limitado al testimoniode dos códices, y estos son Alef y B? Evidentemente sucede que, mientras que el Autor de la Escrituraha provisto bondadosa y abundantemente a su Iglesia con (aproximadamente) más de 2.30011 copiasde los Evangelios, por un acto voluntario de autoempobrecimiento, algunos críticos se restringen altestimonio de poco más de uno; y ese uno es un testigo a quien muchos jueces consideran indignode confianza. 

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Notas: 

1 Existen, pero, alrededor de 200 manuscritos de la Ilíada y la Odisea de Homero, y alrededor de  150 de Virgilio. Pero en el caso de muchos libros las autoridades existentes son muy escasas. Así, por

ejemplo, no hay más que treinta de Esquilo, y W. Dindorf dice que son copias de un ejemplar del

siglo XI. Solamente unas pocas de Demóstenes, las más antiguas del siglo X o XI. Solamente  

una autoridad para los primeros seis libros de los Anales de Tácito (ver también la Introducción deMadvig). Solamente una para las Clementinas. Solamente una para la Didaché, etc. Ver el: Companion

to School Classics de Gow, Macmillan & Co. 1888. 2 “ He ayudado a mi amigo Scrivener en ampliar g r and ement e la l i st a de Scholz.  De hecho , hemo s 

elevado el número de „ E van gel ia‟  [copias de los Evangelios] a 621.  De „l o s  Hechos y  E  pí  st ol as

Catól icas‟ ,  a 239. De „ P abl o‟ ,  a 281.  De A pocal ip si s ,  a 108. De los „ E van gel i st ar ia‟  [copias d e

leccionarios de los  E van gel io s ] ,  a 299. Del libro llamado „ A pó st ol o s‟  [copias de leccionarios de l o s

Hechos y las Epístolas], a 81. Haciendo un total de 1629. Pero al final de una prolongada y laboriosa

correspondencia con los custodios de no pocas grandes bibliotecas continentales, puedo afirmar que

nue st ro s  „ E vangel ia‟  ascienden al menos a 739.  N ue st ro s  „ H echos y Epístolas Catól icas‟ ,  a 261.

 N ue st ro s “ P abl o‟ , a 338.  N ue st ro s „ A pocal ip si s‟ , a 122.  N ue st ro s 

„ E van gel i st ar ia‟ , a 415.  N ue st r as copias de „ A pó st ol o s‟ , a 128. Haciendo un t ot al  de 2003.  E  st o mue st r a 

un incr ement o de t r e s cient o s  set ent a y cuatro” (Revisión Revised, p. 521). Pero desde la publicación

de los Prolegomena del Dr. Gregory, y de la cuarta edición de Plain Introduction to the Criticism of the New Testament, luego de la muerte de John Burgon, la lista se ha  incrementado considerablemente. En la cuarta edición de la Introduction (apéndice F) el número  t ot al  bajo las seis categorías de „ E vangel ia‟ , „ H echo s y  E  pí  st ol as Catól icas‟ , „ P abl o‟ , „ A pocal ip si s‟ , 

„ E van gel i st ar ia‟ y „ A pó st ol o s‟ , alcanzan casi las 3.829, y se calcula que una vez se incor  por en todas

serán más de 4.000. Los manuscritos separados (algunos se han contado más de una vez en el cálculo

anterior) ya son más de 3.000. 

3 Evan. 481 está fechado en el 835 d.C.; Evan. S. está fechado en el 949 d.C. 4 O, cómo algunos piensan, a finales del siglo II. 5 A C S (F en Mateo) con otros catorce unciales, la mayoría de los cursivos, cuatro de la Antigua Latina, la gótica, Ireneo, etc. 6 Ver volumen II. 7 Todas estas cuestiones se entienden mejor mediante una ilustración. En Mateo 13:36, los discípulos

dicen a nue st ro Señor: “ Decláranos ( … ) la  parábola de la cizaña”. Todos los cursivos (y los unciales

tardíos) concuerdan en esta lectura. ¿Por qué entonces Lachmann y Tregelles (no Tischendorf) exiben

diasa/fhson? Solamente porque ellos encont r aron… en B. De haber sabido que la primera lectura del

códice a exhibía también esa lectura, habrían estado más confiados que nunca. ¿Pero qué pretexto

 puede haber para asumir que la lectura Tradicional de todas las copias no es confiable aquí? La

alegato de la antigüedad no puede argüirse, porque Orígenes lee Fra/son cuatro vece s. Las versiones

no nos ayud an.  ¿Qué  ot r a  cosa es diasa/fhson  sino clara  glo sa?  … (Elucida) explica Fra/son, pero

Fra/son (di) no explica diasa/fhson. 8 Edición de Miller de Plain Introduction to the Criticism of the New Testament, de Scrivener,,

vol. I, p. 277. 9 Es de destacar que la suma de la evidencia de Eusebio está en contra de los unciales. No

obstante, lo más probable parece ser que tuvo B y a ejecutado d el …  o copias “cr í t icas” d e

Orígenes. Ver más adelante, capítulo IX. 10 o sea, 996 versículos sobre 3.780  11 Scrivener, F. A. H. A Plain Introduction to the Criticism of the New Testament (4ª edición de Miller), vol. I, apéndice F, 1326+73+980 = 2379.