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EL TÍBET: UNA NACIÓN SIN ESTADO ESTEFANÍA ESPASA, IGNACIO DAVID LARA, ESMERALDA MARTÍNEZ, JOSÉ RAMÓN VERA

INTRODUCCIÓN A LA GEOGRAFÍA HUMANA. FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

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El mapa de la portada, que sirve de fondo al póster que acompaña este trabajo, está extraído de la colección de David Rumsey: http://www.davidrumsey.com/. Se trata de “Map of Hindoostan, Farther India, China and Tibet. 1886” de Mitchell, Samuel Augustus.

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ÍNDICE

1. INTERÉS ACTUAL DEL CONFLICTO CHINO-TIBETANO 2. EL CONFLICTO CHINO-TIBETANO EN EL MARCO DE LA GEOGRAFÍA HUMANA

3. BREVE PERSPECTIVA HISTÓRICA DEL CONFLICTO CHINO-TIBETANO 4. EL TÍBET: UNA NACIÓN SIN ESTADO

5. CONCLUSIONES 6. BIBLIOGRAFÍA Y RECURSOS

RESUMEN

El conflicto que en la actualidad mantienen las naciones del Tíbet y de China forma parte de una confrontación histórica entre ambos pueblos en la que se debate si su propia identidad histórico-cultural justifica la existencia de dos Estados-Nación independientes. Esta situación ha pasado por distintas fases a lo largo de la historia, pero las transformaciones políticas y económicas acaecidas en China a lo largo del siglo XX han redefinido el conflicto bajo una perspectiva diferente, recrudeciendo el problema y colocando al Tíbet en una situación de inferioridad e indefensión bajo el auge internacional de la supremacía China.

El Tíbet es una nación histórica situada en la meseta del Himalaya. Entra en la Historia

hace 2300 años y desde la adopción del budismo en el siglo VII d. C. se ha ido conformando como una realidad cultural, política y social con unas características únicas.

Salvo algunos periodos dentro de su larga historia siempre ha sido una nación

independiente al lado del gran gigante: China. Después de la invasión iniciada en 1949 y que alcanza su momento más trágico con el Levantamiento nacional de 1959 con la huida del Dalai Lama de Lasha, el Tíbet perdió su independencia y los tibetanos se exiliaron masivamente estableciéndose un gobierno en el exilio, ante la pasividad de las demás naciones.

Desde el momento de la invasión se produce por un lado un intento de modernizar el

Tíbet mediante la realización de infraestructuras por parte del gobierno chino que ha ido acompañado por una masivo traslado de población china al Tíbet y una persecución sistemática de todo lo referente a la cultura, religión y costumbres autóctonas.

A pesar de eso, tanto los tibetanos en el exilio, como los que residen en suelo tibetano,

resisten aferrados a todo aquello ha ido conformando su tradición y cultura milenaria.

PALABRAS CLAVE: El Tíbet, China, Nacionalismo, Identidad Cultural, Geopolítica.

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1. INTERÉS ACTUAL DEL CONFLICTO CHINO-TIBETANO

El conflicto que en la actualidad mantienen las naciones del Tíbet y de China forma

parte de una confrontación histórica entre ambos pueblos en la que se debate si su propia identidad histórico-cultural justifica la existencia de dos Estados-Nación independientes. Esta situación ha pasado por distintas fases a lo largo de la historia, pero las transformaciones políticas y económicas acaecidas en China a lo largo del siglo XX han redefinido el conflicto bajo una perspectiva diferente, recrudeciendo el problema y colocando al Tíbet en una situación de inferioridad e indefensión bajo el auge internacional de la supremacía China. Esta situación actual supone, al margen de la problemática concreta de su posible independencia política, una severa amenaza de la identidad cultural del pueblo tibetano, sujeto a una violación sistemática de sus derechos fundamentales, internacionalmente reconocida.

2. EL CONFLICTO CHINO-TIBETANO EN EL MARCO DE LA GEOGRAFÍA

HUMANA

Podemos enmarcar la problemática chino-tibetana dentro de los movimientos nacionalistas característicos de las “naciones sin Estado”, donde la identidad cultural de una determinada sociedad le hace tomar conciencia de su singularidad y reclamar que esta diferenciación se vea reflejada en un Estado propio e independiente. Esta identidad cultural se fundamenta en el hecho de que los integrantes de la comunidad comparten características distintivas como la etnia, la lengua, la religión o la historia. En muchos casos, esta sociedad se identifica con un territorio concreto que ha sido su asentamiento histórico. El caso del Tíbet es paradigmático de esta situación ya que todas estas características se dan de manera incuestionable, coincidiendo en este caso la nación tibetana con el territorio conocido como “Tíbet Histórico”. Estos nacionalismos han sido históricamente, y siguen siendo en la actualidad, el origen de conflictos violentos, como el terrorismo y las guerras, y dan a luz a lo que conocemos como Estados-Nación. En la medida en que estos Estados son el factor determinante de la organización territorial, este es un tema de gran interés para los geógrafos. Tanto desde la perspectiva de la geopolítica como de la geografía cultural, los movimientos nacionalistas son un factor relevante para el estudio del territorio moderno y de la influencia que los aspectos culturales pueden tener sobre el mismo. La disciplina que analiza la relación existente entre todos estos factores y la estructura territorial es sin duda la geografía humana, desde sus diferentes ópticas.

3. BREVE PERSPECTIVA HISTÓRICA DEL CONFLICTO CHINO-TIBETANO

Como ya hemos avanzado, podríamos decir que el conflicto chino-tibetano es casi tan antiguo como estas dos naciones, aunque si hubiese que fijar un origen concreto del mismo podríamos establecerlo en el siglo VII, cuando el Tíbet se unifica en un estado llamado Yarlung, al parecer en gran medida para defenderse del acoso del pueblo chino. En el año 823 China y el Tíbet firman varios tratados para estabilizar sus fronteras. Estos tratados son exhibidos por los tibetanos como prueba de que históricamente el Tíbet ha sido una nación independiente.

Del siglo IX al XIII ambos estados viven un periodo de decadencia en el que las fronteras entre ambos se desdibujan, sus imperios se debilitan y los territorios pasan a ser gobernados por líderes locales, perdiendo poder las autoridades superiores. A mediados del sigo XIII, bajo la orden budista del sombrero rojo, el Tíbet se reunifica. Durante esta época, la superioridad territorial la detenta el imperio mongol con la dinastía Yuan (que más tarde invadirá China),con el que el Tíbet establecerá una relación singular denominada Chö-Yön,

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que consiste en una especie de protectorado en el que se regula la relación entre el que tiene el poder político (los mongoles) y el que tiene el poder religioso (los tibetanos). Este periodo representa para los chinos la prueba de que el Tíbet ha sido históricamente parte de China, ya que consideran que el periodo de conquistas mongoles son el origen de la unificación China.

La orden del sombrero amarillo o de los Dalai Lama se inicia en el último tercio del

siglo XIV con la llegada al Tíbet central del maestro Tsongkapa que fundara en 1409 Gaden, el primero de una serie de monasterios que se extenderán por todo el Tíbet. Durante toda esta época y hasta 1644, China no ejercerá ningún tipo de autoridad sobre la nación tibetana.

El estado lamaista se instaura en 1642, con la llegada al poder del quinto Dalai Lama,

gracias una vez más a la intervención armada de los mongoles y a su relación Chö-Yön. El jefe mongol Gushri Khan, tras ejecutar al último rey de la dinastía tibetana gobernante, se autoproclama rey del Tíbet y concede la autoridad suprema al quinto Dalai Lama. Esta autoridad lamaista durará poco, ya que en 1697, con el apoyo de la dinastía Qing que ya gobierna en China, Lhabsang Khan, jefe de los Qost, recupera el trono del Tíbet y acuerda pagar tributo al Emperador chino. En 1717 éste es asesinado y en 1720 China envía tropas al Tíbet para reponer el orden que por un momento parece peligrar. Desde ese momento, el rey del Tíbet reinará bajo la subordinación de la dinastía Manchú, y esta relación se extenderá a un protectorado cuando los Dalia Lama recuperen posteriormente el poder. Este protectorado perdurará en el tiempo hasta el siglo XX aunque no pasará de ser simbólico ya que el Tíbet siempre mantendrá su lengua, su sistema legal y su religión.

A pesar de esta situación, China mantendrá una política de laissez faire, dejando al

Tíbet plena autonomía, hasta la invasión británica del Tíbet en 1903, cuando por primera vez en la historia China reclama su soberanía sobre la región y la “Cuestión Tibetana”empieza a ser visible en el panorama internacional. Esta invasión supone el exilio del Dalai Lama en Mongolia y la firma de dos tratados, uno en 1904 entre británicos y tibetanos y otro en 1906 entre británicos y chinos. Este último permite en cierto modo a China iniciar un proceso de injerencia cada vez mayor en los asuntos del Tíbet. Sin embargo, la debilidad de China a causa de su revolución interna, permite a los tibetanos lanzar un ataque en 1912 y expulsar a los chinos de su territorio. Desde este momento y hasta 1951 el Tíbet funciona en la práctica como una nación independiente. La conferencia de Simla llevada a cabo en 1913 entre británicos, chinos y tibetanos define las relaciones entre las tres naciones: el Tíbet será una región autónoma de China pero los tibetanos mantendrán sus costumbres y leyes mediante una administración y un gobierno autónomos.

Esta independencia de facto de la que goza el Tíbet durante este tiempo se acaba de

golpe con la victoria de Mao Tse-Tung y la proclamación de la República Popular China (en adelante RPC) el 1 de octubre de 1949. Uno de los objetivos fundamentales de la nueva RPC será el restablecimiento de la Gran China. En 1950 el Ejército de Liberación Popular invade el Tíbet: su victoria es aplastante. El gobierno tibetano se ve forzado a negociar y en 1951 chinos y tibetanos firman el “Acuerdo de los diecisiete puntos para la liberación pacífica del Tíbet”. Este acuerdo supone el primer reconocimiento de la soberanía china sobre el Tíbet, que pasa a formar parte de la Gran China, a cambio de que sean respetados su sistema político, sus características culturales y religiosas y el estatus del Dalai Lama. Desde el principio el nuevo régimen comunista intenta imponer sus valores sobre una nación a la que acusa de mantener un sistema feudal, haciendo valer los puntos del acuerdo que son de su interés y olvidando cualquier compromiso de respeto de la autonomía tibetana. El descontento entre la población tibetana va en aumento y en marzo de 1959 estalla la revuelta en Lhasa que

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se salda con la muerte de miles de tibetanos y el exilio del Dalai Lama a la India, quien antes de exiliarse, proclama el gobierno tibetano y rechaza el acuerdo de los diecisiete puntos. Este es el gobierno que en la actualidad se desarrolla en el exilio de Dharamsala. A partir de este momento la RPC abolirá la estructura histórica de la sociedad tibetana e impondrá la propiedad comunal, establecerá divisiones políticas y regionales artificiales, aplicará medidas socioeconómicas contrarias a las tradiciones y la cultura tibetanas y creará instituciones del gobierno central que establecerá en Lhasa. En 1965 se crea la Región Autónoma del Tíbet y la política china de conversión del Tíbet al comunismo se mantendrá prácticamente hasta nuestros días. Con la muerte de Mao Tse-Tung y la llegada al poder de Deng Xiaoping en 1978 el gobierno tibetano en el exilio inicia una serie de contactos diplomáticos con el gobierno chino. En 1989 el Dalai Lama recibe el Premio Nobel de la Paz, hecho que repercute en una mayor difusión mundial del conflicto y en un reconocimiento internacional de la figura del Dalia Lama. Sin embargo, las negociaciones chino-tibetanas no han avanzado nada hasta nuestros días y el conflicto se encuentra estancado. La población tibetana sigue manifestando su oposición al gobierno chino y éste no ceja en su política de intento de reconversión del Tíbet en una región china más. La postura del gobierno tibetano ha ido evolucionando con el tiempo hasta manifestar su renuncia a la autodeterminación a cambio del respeto a su diversidad cultural y de la concesión de autonomía en la gestión de sus intereses internos. Sus propuestas están recogidas en el Plan de Paz de Cinco Puntos, presentado por el Dalai Lama en el Congresos de los Estados Unidos en 1987, y la Propuesta de Estrasburgo, presentada ante el Parlamento Europeo en 1988.

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Desde la revuelta de 1959, la RPC y el Tíbet enfrentan internacionalmente sus distintas visiones de la historia para validar cada uno de ellos su postura ante el conflicto que los separa. Para los primeros, el Tíbet siempre ha sido parte de la Gran China y el gobierno tibetano solo supone la imposición del viejo sistema feudal a la población y su mantenimiento en el subdesarrollo económico y social. Para el Tíbet la invasión de la RPC ha supuesto una colonización cultural y el establecimiento de un sistema político en la región llevados a cabo mediante la violación sistemática de los derechos humanos, llegando incluso al genocidio y a la aniquilación sistemática de toda manifestación contraria al régimen comunista impuesto desde Pequín. En realidad, la situación actual del conflicto chino-tibetano puede dividirse en dos aspectos diferentes: por un lado nos encontramos con la problemática histórica de determinar si el Tíbet y China son o no dos Estados independientes, y por otro nos hallamos ante las consecuencias que se derivan la política llevada a cabo por la RPC en la región del Tíbet. La cuestión de la independencia tibetana es complicada ya que su resolución debe basarse en hechos históricos que, como hemos visto, son complejos y a veces difíciles de interpretar. Parece indiscutible que el Tíbet, a lo largo de su historia, ha disfrutado de momentos de auténtica autonomía, reconocidos internacionalmente en varias ocasiones1. Esta independencia sólo se ha visto truncada en dos momentos: durante la ocupación mongol, en la que pasa a formar parte del imperio chino al ascender al trono imperial dinastías de esta etnia y que comienza a principios del s. XIII y finaliza al caer la dinastía Yuan en el año 1368, y desde 1720 a 1795, en la que se produce la ocupación china bajo la dinastía Manchú. Esta es una cuestión que el derecho internacional debería resolver y que probablemente ya se habría

1 En 1959-60 la Comisión Internacional de Juristas redactó un informe en el que concluía el Tíbet era un estado históricamente independiente.

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solventado si el peso político y económico de China no fuera tan desmesuradamente superior al que puede ejercer el pueblo tibetano (tanto el que se encuentra en la actual región autónoma como el que vive en el exilio). A pesar de la trascendencia que puede llegar a tener esta primera cuestión, lo cierto es que lo realmente preocupante en la actualidad es la manera en que la RPC ha intentado transformar la sociedad tibetana desde su ocupación militar en 1951. Los hechos acaecidos desde entonces son menos discutibles que los acontecimientos históricos y sobre los mismos hay un consenso internacional bastante extendido. Basándose en la premisa de que la sociedad tibetana estaba bajo una estructura feudal que limitaba su desarrollo socioeconómico, el gobierno chino ha intentado llevar a cabo una transformación social, basada en su sistema comunista, que choca frontalmente con la cultura y la tradición de la población. Los medios para llevar adelante esta “modernización” han sido internacionalmente cuestionados ya que atentan contra los derechos fundamentales.

La identidad cultural tibetana no es respetada por el gobierno de la RPC que, desde su llegada, ha combatido duramente sus símbolos más importantes. El budismo tibetano, que impregna toda la vida de los tibetanos y que caracteriza su sociedad en todos los ámbitos (desde la política hasta la medicina, el calendario, las relaciones familiares etc.) ha sido, prácticamente destruido: más de 6000 monasterios y lugares sagrados han sido devastados desde tiempos de la Revolución Cultural hasta nuestros días, obligando a los monjes que no aceptan las directrices del Partido Comunista Chino a abandonar la vida monástica. Esta situación es particularmente dolorosa para los tibetanos, ya que se crea en los monasterios una suerte de monjes colaboracionistas que trastocan toda la doctrina tibetana en pro de un adoctrinamiento favorable a los chinos. Así mismo se ha producido una total “xinificación” en las escuelas, en la que se margina el estudio de la lengua, la historia y la cultura tibetana.

La RPC desde la invasión, ha llevado a cabo una política migratoria de mano de obra china hasta el Tíbet, desplazando por completo a la población tibetana que, sorprendentemente, pasa a ser minoritaria en su propia región. Así mismo hay una gran presencia militar como medio de presión y represión de cualquier intento de manifestación contraria al gobierno chino. Las revueltas de la población tibetana, generalmente pacíficas, son sofocadas por el gobierno central de manera violenta, con muertes y encarcelamientos políticos.

La explotación de los recursos naturales de la región, en especial la madera, ha degradado de manera muy significativa el medio natural del Tíbet. Las formas tradicionales de aprovechamiento de la tierra, adecuadas a las condiciones climáticas y orográficas, y la explotación de ganadera de especies autóctonas como el yak, son sustituidas por las nuevas actividades económicas desarrolladas por los nuevos pobladores chinos.

Curiosamente, todos los esfuerzos del gobierno chino por mejorar las condiciones de

vida de los tibetanos, a los que ha dotado de grandes infraestructuras, de nuevos modos de producción económicamente más rentables, de un nuevo sistema de educación que sustituye a las antiguas órdenes monásticas, no parecen redundar en un aumento significativo de su calidad de vida. Tal y como reflejan los “Informes Nacionales sobre Desarrollo Humano en China”, realizados en 2005, 2008 y 2010 por el Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas, el Índice de Desarrollo Humano de la región del Tíbet está muy por debajo del resto de regiones y de la media nacional. Los indicadores que influyen en el mismo relativos a la esperanza de vida, calidad/cantidad de los servicios sanitarios o alfabetización, son asimismo

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mucho peores que los del resto de regiones. Al parecer, la utopía comunista llevada a cabo a costa de sacrificar la identidad cultural tibetana no está logrando los resultados deseados.

La postura actual del gobierno tibetano en el exilio parece haber renunciado a la

autodeterminación del Tíbet a cambio de poder conservar su identidad cultural. En estos términos se ha manifestado reiteradamente el Dalai Lama desde su Propuesta de Estrasburgo en 1988. Esta postura, denominada como la “Vía Media”, parece un buen punto de partida para conseguir un acuerdo pacífico entre el gobierno Tibetano y la RPC que permita un desarrollo socioeconómico de la población tibetana compatible con el respeto a su identidad cultural. Sin embargo, las negociaciones no avanzan, la RPC mantiene su postura de fuerza, reforzada por el auge de su primacía internacional, y la cultura tibetana languidece ante la mirada pasiva de los organismos internacionales.

5. CONCLUSIONES

A lo largo de dos mil años de historia, el Tíbet ha sido una nación independiente y en el momento de la invasión china no se encontraba bajo el poder de ninguna potencia extranjera, tal y como lo demuestran las relaciones que mantenía por ejemplo con Inglaterra. Desde el punto de vista del derecho internacional no ha perdido, su status quo y podría considerarse como una nación que se encuentra bajo la ocupación ilegal de China, que nunca ha reconocido haber adquirido la soberanía sobre el Tíbet a pesar de la ocupación militar continua y las campañas de “xinificación” de la población tibetana y emigración de población china.

Si la reclamación de China se basa en ocupaciones realizadas en siglos pasados por un Imperio no existente pero del que se consideran herederos, a pesar de su ideología comunista, y esta reclamación se acepta por los demás países: ¿qué sucedería si España volviera a conquistar Méjico teniendo como base la ocupación histórica que duró más de 300 años, o si Italia invadiera Egipto alegando que formó parte una vez del Imperio Romano?

Desde el momento en que el Tíbet fue ocupado por China se inició una lucha titánica entre el ratón y el dragón, según la metáfora utilizada por los propios tibetanos. Se ha alegado en muchas ocasiones que China sacó al Tíbet de la Edad Media y de un sistema teocrático de gobierno y lo introdujo en el siglo XX. ¿Pero es esto lo que querían los tibetanos? ¿Lo que consideran bueno los dirigentes del Partido en Pequín para los chinos, tiene que ser necesariamente también bueno para los habitantes del Techo del Mundo? La realidad nos dice que no, pues el pueblo tibetano sigue aferrado a sus costumbres y tradiciones, a su propia visión del mundo; sigue respetando sus preceptos religiosos y a sus dirigentes aunque estén en el exilio (aún más, se exilió con ellos).

Hay un indicador que se reclama desde hace tiempo para medir la calidad de vida de la población de un país y es el de la felicidad de sus habitantes. Quizás los tibetanos no tuvieran todos los adelantos tecnológicos, los avances hidrográficos y agrícolas y las infraestructuras que les trajo china, pero parecían ser más felices en el país de los Budas vivientes de lo que son ahora en la próspera China.

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6. BIBLIOGRAFÍA Y RECURSOS

ESTEVE MOLTÓ, J.E. (2004): El Tïbet: la frustración de un Estado. Ed. Tirant Lo

Blanch. Valencia, 644 pp. DURAND, M-F Y OTROS (2008): Atlas de la Globalización. Comprender el espacio

mundial contemporáneo. Publicaciones de la Universitat de València. Pp. 114-133. SUSANNA LÓPEZ, E y ESTEVE MOLTÓ, J.E (2007): Serie Conflictos Olvidados.

El Tíbet. Institut Cátala de Drets Humans. Barcelona, 100 pp.

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Artículo de Jorge Alberto Arriaga La paradiplomacia identitaria del Tíbet y su autonomía de la República Popular China.. Página Web de la Escenarios XXI.

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UNDP China CHINA HUMAN DEVELOPMENT REPORT 2005

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