el triste asunto de perder una billetera · 2010. 8. 19. · billetera cuando tenía catorce años....

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una historia de jon mooallem traducción de maría jesús zevallos [Y el peligro de recuperarla cuarenta años después] el triste asunto de perder una billetera

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una historia de jon mooallemtraducción de maría jesús zevallos

[Y el peligro de recuperarla cuarenta años después]

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El alcalde de Tulsa, Oklahoma, perdió su billetera. Pasó hace cincuenta años, cuando el alcalde, Dewey Bartlett, tenía unos trece años. Bartlett no recuerda exactamente cuándo o cómo perdió su billetera, pero sabe que fue en la casa de su mejor amigo de la infancia, Ricky Mahan. Sabe esto sólo porque en febrero del 2010, mientras esa casa estaba siendo

renovada, la billetera cayó desde uno de los paneles del techo en un clóset y poco después el nuevo dueño de la casa se presentó en la oficina de la alcaldía para devolverla.

El contenido de la billetera estaba intacto: la foto de un alcalde púber con un mechón de cabe-llo parado, una licencia para cazar y otra para pescar, su tarjeta de membresía para el club Hi Fi de Coca-Cola. Bartlett reconoció de inmediato la marca que el pastor escocés de la familia había araña-do en el interior de cuero. «Dios, mira eso, ¡que me parta un rayo!», le dijo Bartlett a la agencia de noticias Associated Press (AP), que había mandado un reportero a cubrir la reunión. Fue la clase de ocurrencia cósmica que sólo pasa una vez en la vida, un hecho insólito que al menos ameritaba un pequeño reportaje.

Sólo unos días antes, el octogenario Henry Leland había recibido de vuelta la billetera que le robaron en 1949. Fue encontrada entre las vigas de soporte de una casa en los suburbios de Cleve-land. (AP también cubrió la resurrección de esa billetera). Y, unos días antes de eso, una billetera que llevaba veintiocho años perdida cayó del techo de un hospital en Oregón y fue devuelta a su dueño.

Al parecer, cosas como éstas suceden todo el tiempo. Y cada vez, parecen encender algún tipo de sobrecogimiento existencial. A mediados del 2009, por ejemplo, una billetera robada en un bar en 1968, perteneciente a una mujer, apareció detrás del conjunto de ductos de una casa en Eau Claire, Wisconsin –una vivienda que se había incendiado e inundado, y que había sido levantada y movida a una nueva dirección en las cuatro décadas de intervalo–. Sería una de al menos tres billeteras reclama-das en el mismo mes de junio que harían noticia alrededor del país: también estuvo la billetera de cuero marrón del jubilado Bill Fulton, perdida en 1946 y encontrada mientras los constructores demolían las gradas de unas tribunas en el gimnasio de una escuela primaria en Oregón. («Dios mío, ¡se mantuvo en buena forma!», dijo Fulton). Y también estuvo la billetera de cuero azul de Ruth Bendik, perdida mien-tras ella veía la maratón de la ciudad de Nueva York en 1982. Un arboricultor de la ciudad la encontró dentro del tronco de un árbol de cerezas de quince metros de altura en Central Park. «Veinte dólares era mucho dinero en esa época», le dijo Bendik a CNN, maravillada, pues el dinero seguía adentro; y también, maravillada en general con el alucinante optimismo de todo eso. Porque –créeme– eso es lo que los propietarios de billeteras perdidas siempre hacen cuando las recuperan.

He estado recolectando historias sobre billeteras perdidas desde el verano del 2007. Fue en ese entonces que leí en internet que la billetera de James Bryant había sido devuelta a su familia en una zona rural de Minnesota. Bryant había perdido su billetera en julio de 1863; se le cayó del bolsillo de sus pantalones cuando le dispararon en el muslo, mientras luchaba en la Batalla de Gettysburg durante la Guerra Civil estadounidense. Un soldado de la Confederación la recogió en el campo de batalla, y ciento cuarenta años más tarde, la tataranieta del soldado descubrió la billetera en una caja de zapatos en el ático de su casa. Los historiadores pueblerinos se involucraron con la historia, y al final, la billetera fue devuelta a los descendientes de Bryant en una pequeña ceremonia en un pueblo cerca de la frontera canadiense. Se presentó una reconstrucción de la Guerra Civil y comentarios de legisladores locales. «Es una reconciliación entre el sur y el norte», exclamó un hombre. «Es uno de esos milagros del campo de batalla».

Sí, se sintió como un milagro, hasta para mí. Luego hice algunas búsquedas en Google, e instalé

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una alerta de noticias para «billetera encontrada». Desde entonces han estado bombardeando mi correo electrónico con estos casos en apariencia extraordinarios, pero en realidad muy comunes. A veces, las noticias que me llegan son demasiado deprimentes: uno de los lugares principales donde las billeteras aparecen es en víctimas de asesinato. Pero algunas veces, son los mails más graciosos y bienvenidos que recibo en todo el día, una especie de sopa de pollo para el alma en tiempo real.

Un contratista de demolición encuentra una billetera en la pared del Teatro Paramount de Bos-ton, exactamente cincuenta y seis años después del día en que fue robada de un marino durante su

tiempo de permiso. («Tal vez estaba destinada a ser encontrada», dijo la esposa del contratista). En Illinois, un hombre llamado Gary Karafiat recupera la billetera que perdió mientras veía un partido de básquetbol cuando tenía catorce años. («Es como si una parte de tu pasado de repente apareciera treinta y cinco años después»). Una mujer, tras recibir por correo la billetera que su padre había per-dido sesenta años antes –fue encontrada en la grieta de un techo, cerca de donde estaba en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial–, le dice a un reportero: «Mi padre falleció en el 2002, así que casi siento que he tenido algún contacto con él otra vez». Ella le ha estado mostrando el contenido de la billetera a su hija, diciéndole a la niña historias sobre su abuelo. Otra mujer recupera el recorte de periódico que informaba sobre la muerte de su hermano mayor en Vietnam, el cual cargaba en su billetera cuando tenía catorce años. («Era todo lo que tenía de él»).

1966: un hombre pierde su billetera mientras navega por el Puerto de Marblehead de Boston. 2005: un pescador recoge la billetera con su red de pescar.

Estas historias se han convertido en su propio género periodístico, y sin querer han presenta-do las mismas características y tópicos. Una y otra vez, recibimos descripciones del «cuero partido marrón»; de recuerdos «inundando», «fluyendo», «destellando», o «sacudiendo» su regreso. La billetera en sí es usada como un «libro de historia», una «cápsula del tiempo con empastado de cuero», o «una cápsula del tiempo de otra vida». Los inventarios de las billeteras se acumulan como conmovedoras medidas del pasar del tiempo: las tarjetas de crédito de bancos extintos. El cupón de descuento para comprar un perfume. El «calendario holográfico de bolsillo de 1972» de una marca de cerveza. El alguna vez valioso autógrafo que ahora es imposible de descifrar. («El nombre del sujeto es Tom, y su apellido empieza con lo que parece una W», dijo Gary Karafiat, entrecerrando un ojo para poder descifrarlo). Hay cartillas militares, instrucciones laminadas para sobrevivir a una explosión atómica. Una foto de la «mejor amiga» del propietario, que, medio siglo después, ha recibido la billetera por ser su viuda.

En el 2003, veinticinco billeteras que habían sido robadas décadas antes se desparramaron

En Illinois, un hombre llamado Gary Karafiat recupera la billetera que perdió mientras veía un partido de básquetbol cuando tenía catorce años. «Es como si una parte de tu pasado de repente aparece treinta y cinco años después»

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desde un ducto de calefacción durante la demolición de un cuartel del Ejército del sur de California. (Una conclusión de todo esto es que un sorprendente número de ladrones de billeteras arroja los res-tos de su botín dentro de muros y techos). Tomó un tiempo, pero un oficial de la Guardia Nacional se las arregló para devolver todas las billeteras excepto tres, incluyendo una cuyo propietario, explicó el guardia, fue «una especie de Cocodrilo Dundee, el cual se piensa que estaba deambulando por el desierto entre Arizona y México».

Los dueños ya eran ancianos para entonces, veteranos distantes y arrugados en asilos o con má-quinas de oxígeno. Uno había tenido un derrame –un hombre silencioso que nunca sintió que tenía nada interesante que decirle a sus hijos–. Pero ahora, mientras rebuscaba su vieja tarjeta de Seguri-dad Social y su chapa de identificación, las historias repentinamente empezaron a fluir. «Éste ha sido un buen empujón para Bob», le dijo su mujer a Los AngeLes Times. «Es como si un pedazo de tiempo hubiera regresado para saludarlo de nuevo con recuerdos de viejos días, de tiempos mejores».

En el pasado, estos tipos de rarezas pocas veces se convertían en noticias nacionales. Por lo general se mantenían como un asunto local y con el tiempo caían en el olvido. En el pequeño ám-bito de los medios locales, cada retorno de una billetera perdida podía parecer un impresionante y singular evento, sin ser cuestionado. Pero en la época del internet, estos pequeños milagros son agrupados, archivados, e investigados. Con un poco de persistencia, puedes pasar toda una tarde leyendo historias de billeteras perdidas. Pero mientras más historias de billeteras perdidas lees –y tu perspectiva se amplía más que la de sus protagonistas–, más fácil te resulta ver los temas y detalles que se repiten en todas. Los personajes involucrados encarnan en diferentes tipos (el emprendedor buen samaritano y el anciano destinatario bonachón). El hecho no parece tan raro, y puedes empezar a desanimarte, porque quizás estas personas no habían sido tan bendecidas o especiales como ellas pensaban (y, por tanto, ninguno de nosotros lo es).

En el invierno del 2009, empecé a ponerme un poco cínico. Las alertas de noticias siguieron llegando a mi correo electrónico, pero dejé de entrar a los enlaces. Luego lo entendí: es ridículo dejar que la frecuencia de un evento haga que éste sea menos milagroso. Así que he estado tratando de pensar que todas estas historias de billeteras perdidas son evidencia de que hay pequeños milagros altruistas sucediendo alrededor de nosotros todo el tiempo. El truco es no pensar en estas historias desde el punto de vista de los dueños de las billeteras, sino desde el punto de vista de quienes las encuentran, las devuelven, y luego continúan con su vida. Como esa persona de un pueblo al sur de Suecia que recuperó la billetera perdida por Gulli Wihlborg mientras ésta montaba su bicicleta cuando tenía dieciocho años, en 1963. Tras el hallazgo, ubicó la dirección actual de Wihlborg y puso la billetera en un sobre con una nota anónima. El dinero –algo más de seis coronas suecas– seguía adentro. La nota decía: «Querida Gulli, nunca debes perder las esperanzas».

En el pequeño ámbito de los medios locales, cada retorno de una billetera podía parecer un evento impresionante, sin ser cuestionado. Pero en la época del internet, estos milagros son agrupados, archivados e investigados

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