El turno le lleg al dios de la luna y ste se esmer en fabricar un reluciente hombre de plata forjada en exquisito detalle. Brillaba tanto que deslumbraba con slo unos atisbos de luz del sol. Todos los dioses se maravillaron al principio, pero su ceo se ensombreci al ver al dios lunar tan contento, tan engredo, que no se daba cuenta de que el resplandor con que se iluminaba el rostro del hombre de plata era producto de los rayos ajenos del dios sol. El dios sol, airado, tom al hombre de plata y se lo trag, fundindolo en sus entraas. Todos los dems dioses se dieron por satisfechos y el dios lunar se desentendi del asunto, comprendiendo que aunque importante, no tena fulgor propio.