El voto de ingersoll
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EL VOTO DE INGERSOLL
Cuando me convencí de que el Universo es natural, de que todos
los espíritus y dioses son mitos, entró en mi mente, en mi alma, en
cada gota de mi sangre, el sentido, el sentimiento y la alegría de la
libertad.
Los muros de mi cárcel se desmoronaron y cayeron, la mazmorra se
inundó de luz y todas las cerraduras, barreras y esposas se hicieron
polvo. Ya no era más un servidor, un siervo ni un esclavo.
No había dueño para mí en todo el mundo, ni tampoco en el
espacio infinito.
¡Era libre!.
Libre para pensar, para expresar mis ideas, libre para vivir mi propio
ideal, libre para vivir por mi mismo y para aquellos a quienes yo
amaba, libre para usar todas mis facultades, todos mis sentidos,
libre para extender las alas de la imaginación, libre para investigar,
para dudar, soñar y esperar, libre para juzgar y determinar por mí
mismo, libre para rechazar todos los credos ignorantes y crueles,
todos los libros “inspirados” que han producido los salvajes, y
todas las leyendas bárbaras del pasado, libre de Papas y
sacerdotes, libre de todos los “llamados” y “elegidos”, libre de los
errores santificados y de las mentiras sagradas, libre del miedo al
castigo eterno, libre de los monstruos alados de la noche, libre de
demonios, fantasmas y dioses.
Por primera vez era libre.
No había lugares prohibidos en todo el dominio de la mente, no
había aire ni espacio en donde la fantasía no pudiera extender sus
alas de colores, no habían cadenas para mis miembros ni azotes
para mis espaldas, ni fuegos para mi carne, no había enfado ni
amenaza del dueño, no había que seguir los pasos de otro, ni
necesidad de inclinarse o adular o arrastrarme ni de proferir
palabras mentirosas.
Yo era libre.
Permanecí enhiesto, y sin temblar, alegremente, me enfrenté con
todos los mundos.
Y entonces mi corazón se llenó con gratitud, con agradecimiento, y
quedé enamorado de todos los héroes, de los pensadores que
dieron sus vidas por la libertad de sus brazos y su mente, por la
libertad de trabajo y de pensamiento, de aquellos que murieron
encadenados en sus mazmorras, de aquellos cuyos huesos fueron
quebrantados, cuya carne fue marcada a fuego y arrancada, de
aquellos consumidos por la llamas, de todos los sabios, los buenos,
los valientes en todos los países, cuyas ideas y hechos han dado la
libertad a los hijos de los hombres.
Y entonces hice el voto de empuñar la antorcha que ellos habían
llevado y mantenerla en alto, para que su luz pudiera seguir
conquistando la oscuridad.
Robert Green Ingersoll.