Eloy Alfaro y Sus Victimarios; Apuntes para la historia Ecuatoriana. Por: José Peralta.

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ELOY ALFAROY

Sus Victimarios(Apuntes para la historia Ecuatoriana)

Por

Jos Peralta1

P R E F A C I OUna de las finalidades fundamentales de la Fundacin Internacional Eloy Alfaro comienza a ser satisfecha mediante la edicin, bajo sus auspicios, de la obra que escribi el Doctor Jos Peralta acerca de negocios pblicos de la Repblica del Ecuador en cuyos avatares particip intensa y heroicamente el Viejo Luchador. Estas pginas estn llamadas a hacer luz en torno a los esfuerzos transformativos concebidos, propugnados y dirigidos por el General Alfaro. He aqu, en la difusin de la gran labor intelectual del Doctor Peralta, una va eficaz para expandir el conocimiento de los ideales y empeos por los cuales se movi y lleg al sacrificio extremo el ilustre caudillo liberal del Ecuador. La obra literaria del Doctor Peralta que ahora ve la luz pblica est avalorada por la altsima calidad del insigne autor en lo poltico y lo moral. La FIEA se honra divulgando bellas y trascendentales pginas que hablan de un proceso histrico inseparable del destino de Amrica. El Doctor Peralta fue colaborador del General Eloy Alfaro en horas cruciales para la Repblica del Ecuador. Su palabra, llena de saber y pulcritud, es fiel expresin de verdades de la mayor importancia para todos los hombres libres del Hemisferio Occidental.

Fundacin internacional Eloy Alfaro Emeterio S. Santovenia Presidente

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P R O L O G O No debe escribirse la Historia en el calor de las pasiones desbordadas, en cuyo torbellino suele extraviarse el criterio ms sereno y recto. El historiador ha de revestirse del augusto carcter de juez, inaccesible a las sugestiones de la amistad o el odio, superior a todos los intereses de partido y sordo a los rumores de las muchedumbres; y por lo mismo, debe estudiar detenidamente el pro y el contra en toda cuestin, examinar los documentos de acusacin y defensa, para la credibilidad de los testigos, analizar con severidad y calma las revelaciones mismas del tiempo, para poder aceptar nicamente lo verdadero. El historiador habla a la posteridad; y su voz no ha de dejarse or sino en defensa de la justicia, y narrando hechos estrictamente ciertos: quien falta a este sagrado deber, prevarica y se hace reo de traicin y engao a la humanidad. Por esto es que la historia es obra propia de las generaciones posteriores a la que presenci los hechos narrados: cuando las pasiones se han apagado, cuando la grita de los partidos contendiente se ha perdido, cuando la antorcha de la muerte ilumina aun las mayores tenebrosidades de la vida de los grandes actores en los dramas humanos, slo entonces habla claramente la verdad y se deja ver desnuda, como el arte griego la representaba. He aqu por que me limito a escribir estos ligeras apuntes sobre la horrorosa tragedia del 28 de Enero de 1912; valindome nicamente de los datos oficiales hasta hoy publicados, y de aseveraciones de testigos que no han podido ser contradichos de manera alguna por los defensores de los asesinos. Despus vendrn otras pruebas que sabr valorizar debidamente el historiador, para pronunciar el definitivo fallo; porque abrigo la conviccin de que el tiempo pondr muy pronto en claro la tenebrosa maquinacin de Enero, y denunciar a todos los criminales y sus fautores, determinando el grado de responsabilidad de cada uno. Nada queda secreto en la vida de los hombres y de los pueblos; y, ms o menos tarde, la inexorable justicia que no es sino la manifestacin de la conciencia humana, la encarnacin de la moral pblica cae sobre el culpado y lo presenta a la maldicin universal, atado a la picota de la ignominia, para escarmiento de malvados y saludable horror de las generaciones venideras. Tngase, pues, stas apuntaciones como folios del gran proceso histrico sobre la victimacin alevosa y brbara de uno de los ecuatorianos ms ilustres; proceso que no porque demore su tramitacin dejar de terminar con una sentencia condenatoria, de los que fueron capaces de infamar a la Repblica con crimen tan monstruoso y salvaje. J. PERALTA Lima 19183

Les massacres de prisonniers, qui ont eu lieu a diverses poques de notre histoire, et qui ont t quelquefois attribus a une explosin de la furcur populaire, ont t, en ralit, voulus, prepars par des meneurs politiques. Les massacres de Septembre ont t premedites, proposs dans plusieurs sections, voulus par Danton, accepts par Robes Pierre. LOUIS PROAL, "La Criminalit Politique".

CAPITULO

I

ANTECEDENTESCaamao fue la causa de la cada del Presidente Cordero, hombre probo y de mrito, pero, sencillo y sin versacin alguna en los negocios pblicos, sin carcter ni energas cvicas; hombre que, por su propio bien y el de la patria, no debi salir de sus literarias ocupaciones. El vergonzoso alquilamiento de la Bandera Nacional para el traspaso de una nave chilena a un imperio beligerante, agot la paciencia de los ecuatorianos, y el partido conservador se vino a tierra, bajo la enorme carga de sus iniquidades. Las revoluciones no las hacen jams los hombres, sino los acontecimientos: son la consecuencia ineludible de antecedentes, que nunca quedan estriles. Los caudillos, por prestigiosos que sean, cuando esos antecedentes no existen, apenas promueven motines de cuartel, convulsiones de la plebe, transformaciones de conveniencia personal; y, por tanto, efmeras, y siempre seguidas de formidables reacciones, que se traducen en ruina y devastacin para los pases. Pero esas revoluciones que cambian la faz do los pueblos, que destruyen el edificio antiguo y lo reconstruyen con materiales y sobre planos modernos y sapientes, que redimen y salvan a las naciones, son fruto exclusivo de premisas histricas y sociales, de elementos de transformacin lentamente acumulados por los mismos gobiernos que, en su caducidad, caminan a la ruina, de tropela en tropela, de crimen en crimen, como arrastrados al abismo por la fatalidad. A esta clase de revoluciones, redentoras pertenece la del 5 de Junio de 1895; fecha gloriosa que constituye, el punto inicial de la organizacin del rgimen liberal en el Ecuador. El partido conservador se haba hecho insoportable, y cay tal vez para no levantarse jams; pues sus constantes tentativas de reaccin si sangrientas, le han resultado siempre estriles. Y aunque volviera a escalar el poder, se vera en la precisin de entrar en transacciones con la civilizacin y el progreso; y no sera ya, por el mismo caso, el bando obscurantista y sanguinario, intolerante y opresor, fantico y monacal que cre y organiz Garca Moreno.4

La revolucin de Junio destruy el sistema garciano, hizo saborear al pueblo las dulzuras de la libertad, acostumbrlo a ser soberano de sus destinos; y ya no es posible que vuelva a sus antiguos hierros, que reconozca otra vez a sus derrumbados tiranos. El Partido Liberal ascendi al poder por la fuerza de los acontecimientos y la voluntad de las mayoras. Nada pudieron contra este impulso irresistible, ni el furor de las turbas fanticas, ni la guerrera actividad de la clereca, ni los esfuerzos sobrehumanos de los caudillos conservadores que no retrocedieron ante ningn medio de sostener sus granjeras, por ms que tuviesen que pasar por sobre la moral y por sobre la honra de la patria. Eloy Alfaro fue llamado a dirigir la obra de la regeneracin ecuatoriana; pero sta era una labor propia de titanes y de muy largo tiempo, porque el monaquismo y la servidumbre se haban encarnado, por decirlo as, en las masas populares, y no era fcil obrar rpidamente en la conciencia de una generacin encariada con la esclavitud e idlatra de las doctrinas monsticas. Por otra parte, inexperto el partido liberal en los diversos y complicados ramos de la administracin, hubo de tropezar no pocas veces; y cometi errores que justamente anotar la historia. Sin embargo, el gobierno presidido por Alfaro, emprendi resueltamente el camino de las reformas; y, con el fusil al brazo en medio del humo de los combates, continu adelante, venciendo todos los obstculos que se oponan a su paso. Yo mismo he trazado a grandes rasgos, las reformas realizadas por el General Alfaro, en un opsculo que publiqu en 1911, con el ttulo El Rgimen conservador y el Rgimen liberal juzgados por sus obras y aqu no har mencin sino de las ms trascendentales, de las que le han dado nueva existencia al pueblo ecuatoriano. El clericalismo era el cncer de la sociedad y lo haba envenenado todo: gobierno, leyes, justicia, ciencias, escuelas, talleres, familia, conciencia individual y conciencia pblica, todo estaba modelado, desfigurado, contrahecho por el espritu monacal. La Repblica del SAGRADO CORAZN DE JESS estaba regida por una teocracia absurda, asfixiante, que se sala an del marco que, segn el Conde de Maistre, debe contener a un Estado Catlico ultramontano; y nada, absolutamente nada, habra podido echar de menos el ms exigente de los obispos de la Edad Media, en este feudo de la Santa Sed. El Presidente de la Nacin no era sino a manera de vicario del romano pontfice: la soberana ecuatoriana, no exista en realidad; y hasta las leyes del Estado quedaban sin valar ni efecto, si contradecan en algo a los cnones y a las doctrinas de la Iglesia. El Ecuador no era una nacin, digmoslo as, sino una mera cofrada, dirigida por seores espirituales y despticos; una autocracia mstica, que no reconoca ms ley fundamental que el Syllubus, ni ms regla de gobierno que la arbitraria voluntad del amo. La santa, alianza del altar y del trono, para mantener sumisos a los pueblos prestndose mutuo apoyo las dos tiranas, la temporal y la eclesistica; esa alianza nefanda que ha retardado el perfeccionamiento humano por decenas de siglos, mantvose inalterable y estrecha por largos aos en la Repblica del Sagrado Corazn; y produjo todos los amargos frutos que siempre ha dado de s, en todos los pases dominados por ella.5

De consiguiente, deba comenzar por la extirpacin de aquel cncer; y el gobierno liberal, ataco con decisin y energa la enfermedad mortal que aquejaba a la Repblica. Emancip la conciencia de los ecuatorianos, estableciendo la libertad de cultos, la libertad de imprenta y la libertad de palabra; suspendi el Concordato y desconoci la supremaca del Syllabus sobre las leyes de la nacin; derog las contribuciones eclesisticas y los decretos cuasi cannicos que hacan del Ecuador un feudo papal; seculariz la enseanza y abri las puertas a la libre importacin de libros para la difusin de la ciencia moderna; priv al sacerdocio de su desptico poder y avasalladora injerencia en los negocios pblicos; prohibi la inmigracin de comunidades religiosas y despoj de las prelacas a los sacerdotes extranjeros que tiranizaban a los del pas; declar bienes nacionales a los llamados de manos muertas, adjudicndolos a la beneficencia pblica; estableci el matrimonio civil y el divorcio; dict leyes protectoras en favor de la raza india y del proletario; limit, en fin, hasta donde se pudo, la intromisin monstica en el manejo de los asuntos del Estado, vedando que los ministros del altar desempeasen cargos oficiales. Sin embargo, como verdadero liberal, Alfaro era tolerante y conciliador; no entr jams en su mente el violentar la conciencia ultramontana; y, salvas las reformas indispensables y de vital importancia para la Repblica, manifestse dispuesto a toda concesin razonable y justa en favor del bando poltico que enfticamente se daba, el nombre de catlico. Pero toda tentativa de conciliacin, todo proyecto de modus vivendi, todo llamamiento a la concordia y a la paz, escollaron en el fanatismo y terquedad del clero y sus adeptos. La Cancillera pontificia misma mostrse por dems inmoderada: la diplomacia eclesistica que cede siempre ante el poderoso se agiganta y torna intransigente con los dbiles; y por impotentes y desvalidos nos tena el Papa a los que en el Ecuador militbamos bajo la bandera liberal. Olvidaba e1 sabio Pontfice que los pueblos modernos perecen, antes que ir a Canosa; y el partido radical ecuatoriano prefiri la lucha sangrienta a la humillacin delante de la clereca, al vergonzoso retroceso en el terreno de sus nobles y trascendentales conquistas. Fracasada toda manera de avenimiento justo, Alfaro avanz, impertrrito en la senda de las reformas; y, de etapa en etapa, lleg a la separacin absoluta de la Iglesia y el Estado. El furor del clericalismo no reconoci diques; y dosbordse a la manera de un torrente de lava gnea que incendi toda la Repblica. Los obispos anatematizaron todas las mencionadas reformas, calificndolas de impas y herticas, de atentados monstruosos contra la religin y la Divinidad misma; y en Cartas pastorales y exhortaciones al pueblo, sealaban al Presidente y a sus Ministros, a los Legisladores y dems liberales, como forajidos que se deba combatir sin tregua, en defensa de la heredad del Seor. Los predicadores proclamaron la guerra santa; y algunos de ellos llegaron a sostener sin ambages la santidad del asesinato de los herejes, comparable a las hazaas de esos santos homicidas que libertaron al pueblo de Israel, inspirados por el mismo Jehov.6

Hasta las monjas contribuyeron con sus caudales para la guerra fratricida; y se colocaron pblicamente en los mercados de los pueblos colombianos fronterizos, vasos sagrados, candeleros de plata, capas de oro, casullas, etc., a fin de acumular fondos para el enganche de los soldados de la fe, a los que iba a reclutar el fanatismo al otro lado del Carchi, entre esas como hordas hambreadas que la frailera de Pasto no ces de lanzar sobre el Ecuador, por ms de cinco aos. El obispo de Portoviejo lleg al extremo de olvidar su misin de paz, y empu la tizona, homicida, dando ejemplo a los cruzados que guiaba, aun en el incendio de poblaciones indefensas; y el, obispo Moreno, de Pasto, y los capuchinos expulsados del Ecuador, encargronse - de organizar y disciplinar a los sanfedistas, que por tantas veces sucumbieron bajo las _armas del ejrcito liberal, en campos que han adquirido siniestro renombre por los torrentes de sangre derramada. Cada templo era un antro de conspiracin; cada fraile, un reclutador infatigable de cruzados; cada pulpito, una tribuna al servicio de esa demagogia eclesistica, de esa antropofagia mstica e implacable; cada congregante, un atizador del incendio, un espa habilsimo; cada prroco, un cuestor activo de contribuciones piadosas y destinadas a dar pbulo a ese insano frenes de sangre. Jams ha despertado el fanatismo con mayor fiereza en nuestro desventurado pas, ni cometido tan enormes iniquidades como en aquellos luctuosos tiempos: la historia de lucha tan impa y sangrienta sobrepuja en horror y en crmenes, aun a las escenas de canibalismo de las guerras coloniales. Y no haba un solo devoto que no soplase en la hoguera, as como transformado en verdadero energmeno, en ser ajeno del todo a los ms sagrados sentimientos de humanidad: hasta hubo mujeres que, despojndose de su natural dulzura y mansedumbre; trocronse en furias, al extremo de rematar sin compasin, y en honra y gloria de Dios, a los indefensos liberales heridos, que hallaban en los campos de batalla. La hueste catlica no proclamaba otro derecho ni otra regla de conducta, que la brutalidad de Breno: ser vencido vala tanto como ser destinado al martirio. Fue una guerra tenaz y prolongada; guerra cuyo sustento era el odio ms feroz e insaciable, ese odio que slo nace y se alberga en el corazn de la frailera y de sus secuaces. Vencida la cruzada en todas partes, vise el clericalismo reducido a la impotencia militar; pero no cej en su aborrecimiento de muerte al Reformador, ni en sus maquinaciones contra la libertad ecuatoriana. Las victorias mismas de las armas radicales encruelecieron y envenenaron el rencor del bando ultramontano; y Alfaro y sus principales colaboradores fueron condenados a la difamacin y a la muerte, como ateos y tiranos. La doctrina jesutica sobre la legitimidad del tiranicidio, se puso en boga; y fue pblicamente enseada en las aulas, propalada en los pulpitos, y hasta inculcada en los confesionarios. As, muy Juego, para la ciega intolerancia del vulgo, dar la muerte al General Alfaro y a sus compaeros de labor, lleg a equipararse a un acto de sublime herosmo, a una como manifestacin de virtud y santo celo por la fe de Cristo. Partirles el corazn de una pualada, era agradar a Dios y conquistar el cielo.7

Y hubo muchas conjuraciones abortadas, muchos brazos levantados para herir, y que no dieron el golpe slo por circunstancias ajenas a la voluntad del asesino. Dada la ceguedad y violencia de las pasiones del conservadorismo fantico, era lgico e inevitable semejante actitud contra el demoledor de la tirana hiertica, que por tan largos aos haba pesado sobre la Repblica. Cada golpe de piqueta del egregio Caudillo abra una brecha en los ms caros intereses de la clase dominadora de la nacin, cada trozo del viejo edificio que se vena a tierra, arrastraba consigo los privilegios, los honores y granjeras de nuestros amos: podran estos perdonarle al invasor de sus dominios, al audaz extirpador de su podero, al implacable adversario de la teocrtica opresin, que esa como casta de seores, ejerca sobre los embrutecidos pueblos? Porque ya lo he dicho, en ningn hispano-americano se han mantenido ms firmes e intangibles los prejuicios medievales, como en el Ecuador: nada han podido contra ellos ni las glorias y esplendores de la guerra magna con Espaa, ni los luengos aos de vida independiente que ya contamos, ni los adelantos del mundo moderno, ni los esfuerzos gigantescos de los patriotas ecuatorianos que, de tiempo en tiempo, han alzado bandera por la civilizacin y cado algunos en tan santa brega, como mrtires por redimirnos. Cuando Alfaro se puso al frente de la generacin ecuatoriana, toda la andamiada colonial hallbase todava en pe: el pueblo esclavizado, sumido en la miseria y en la ms crasa ignorancia, arrastrndose a los pies de una como aristocracia de sacrista, que se alimentaba, apoyada en divinos derechos, con los sudores y la sangre de las fanatizadas muchedumbres; la sociedad dividida, por lo mismo, en siervos y seores, en explotados y explotantes, en privilegiados y en irredimibles ilotas. El clero y los monjes, los devotos y los hipcritas, componan la clase predestinada a la absoluta dominacin: el usufructo del rebao les perteneca por ley de Dios: para ellos, exclusivamente, no slo los vellones, sino las carnes y la grasa de las humanas reses, sobre las que mantenan extendida, con descaro y de la manera ms irritante, la sangrienta y enrojecida garra. El gobierno, en todos los ramos de la administracin, propiedad suya; y, de consiguiente, el pueblo inteligente y trabajador, pero desheredado, jams hall francas las puertas de la vida pblica, ni pudo servir a la patria de otro modo que corrompindose en los cuarteles, muriendo sin motivo ni gloria en los campos de fratricidas contiendas, a donde lo arrastraba muy frecuentemente la ambicin torpe y menguada de sus tiranos. Los Congresos no eran sino cnclaves eclesisticos nicamente los obispos, los clrigos, los catlicos probados, los jesuitas de sotana corta, podan representar los derechos del pueblo y darnos leyes; a slo les estaba encomendado manejar la Repblica y encauzar su marcha hacia el porvenir. De igual manera, los municipios, patrimonio de aquella sagrada casta, contra la cual no era lcito levantar ni la mirada, menos la voz para reprocharle semejante tirana. El silln presidencial, las poltronas del gabinete, las gobernaciones de provincia, las jefaturas de catn, hasta las tendencias parroquiales, eran peculio exclusivo, no de los mritos y el patriotismo, sino del linaje de Rodin y de Tartufo.

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Quin fue jams vocal de las cortes de justicia, ni alcalde cantonal, ni acusador pblico, ni tesorero, ni alguacil, ni siquiera portero de una oficina de gobierno, sin certificado autntico de ortodoxia, sin ir cargado de camndulas, y reliquia, sin ser miembro de una congregacin religiosa, en fin, sin pertenecer de algn modo a la clase privilegiada y ultramontana? Hasta los militares, para mantenerse en servicio y tener piltrafa, haban de ostentar escapulario y rosario, a vueltas con los entorchados; y reconocer y sostener con la espada el derecho divino de los usufructuarios del Ecuador. En cuanto a los colegios y universidades, liceos y escuelas, nada hay que decir: el loyolismo se haba encargado de perpetuar la dominacin conservadora, mediante la formacin hbil y prodigiosa de sucesivas generaciones de parias, de multitudes abyectas y sin vista, de tina sociedad sui gneris, supersticiosa y fantica, adecuada para base y defensa del omnmodo poder sacerdotal. Qu inteligencia modernamente nutrida haba de irradiar en esos tenebrosos albergues de murcilago? Tan absurda era la doctrina que recibamos en los colegios, que despus cuando hemos podido adquirir conocimientos en las ciencias modernas , hace apoderado de nuestra alma verdadera indignacin contra los maestros traidores que, por obedecer una consigna criminal, malgastaron nuestros mejores aos en extraviarnos la mente y atrofiarnos el cerebro con una enseanza propia de la Edad Media. Las rentas pblicas, los empleos y los honores, todas las funciones administrativas de la nacin, eran, pues, mina explotada nicamente por los llamados catlicos; y, como si dijramos de adehala, quedbanles an otros muchos filones sociales que les rendan pinges e inagotables ganancias. Los legados pos, los fideicomisos cuantiosos y secretos, los albaceazgos bien remunerados, los depsitos considerables, las sindicaturas eclesisticas, la presidencia o tesorera de las congregaciones, etc., constituan los extras de sus ingresos; y para lograrlos, no tenan sino que asistir a misa mayor, puestos los brazos en cruz, besar humildemente la tierra en presencia de las turbas crdulas, aporrearse el pecho en las funciones de iglesia, ahitarse de agua bendita, exhibirse en las procesiones con el estandarte y cubiertos de cintajos y medallas piadosas, distinguirse, en fin, por el odio ms frentico a todo lo que signifique libertad, civilizacin y progreso. En este ideal reino de Jesucristo pelechaban todos los de la clase privilegiada: los seglares no se limitaban al monopolio do la administracin nacional y municipal, sino que iban a la parte con los eclesisticos en las exacciones propiamente religiosas. Arrendaban los diezmos y las primicias; y con el ttulo de asentistas de tan sagradas contribuciones, extorsionaban a los agricultores de la manera ms inhumana y brbara, tanto que los nombres de diezmero y primiciero, suenan todava con espanto a los odos de los infelices campesinos. La mayor parte de los curas prrocos saqueaban a sus feligreses, en nombre de los impos y ultrajantes derechos parroquiales: ni el dolor de la viuda, ni el llanto de los hurfanos, ni la miseria ostensible de aquel hogar enlutado, suavizaban el corazn de esos desapiadados pastores: la contribucin sobre la muerte no se condenaba jams, aunque hubiera de venderse a un hijo del difunto para pagarla.

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La aza india era la peor librada en ese engullir constante de los ogros de sacrista: las fiestas inventadas por el clero, hacan indispensable el concertaje para satisfacer la supersticin y el fanatismo de los desgraciados descendientes de Atahualpa; supersticin que los sacerdotes fomentaban con habilidad suma para explotarlos a ms y mejor y a sus anchas. Y los terratenientes catlicos que se perecan por aumentar el nmero de sus esclavos apresurbanse a pagar el precio de aquella esclavitud inicua, a fin de que el cura no tardara en percibir l fruto de sus sacrilegios inventos. De esta manera, la supersticin ceda en beneficio del bando dominante; el sacerdote rellanaba la hucha y el tartufo gamonal adquira, a vil precio, nuevos y nuevos siervos; y se perpetuaba as el sistema de esclavitud colonial, en nombre de la iglesia y por el ministerio de sus sagrados ministros. El concierto pasaba a la categora de cosa: su amo le reduca a la miseria, le arrebataba hasta la mujer y los hijos, le flagelaba sin conmiseracin, lo empleaba en las faenas ms penosas, tenale casi siempre medio desnudo y atormentado por el hambre, lo consideraba inferior a las mismas bestias, y no le daba por libre ni despus de muerto; puesto que las obligaciones del desventurado siervo pasaban, como herencia fatal, a sus inocentes hijos. Pero el esclavo haba cumplido la imposicin del cura: pag el culto d san.......cualquiera, llev un guin de hojalata por una hora escasa en la procesin de su pueblecillo, se emborrach estrepitosamente en su categora de prioste; y a trueque de este acto de religiosidad y catolicismo acept la ms horrorosa esclavitud para el resto de su vida, y aun para su desgraciada descendencia . . . . ! El artesano tampoco trabajaba exclusivamente para su familia: la reservada alcanca iba rellenndose con, sus sudores, en forma de pequeas monedas; y ese oculto caudal arrebatado a sus hijos, era para la fiesta del Corpus Christi, de la Virgen del Carmen, de San Tadeo u otro bienaventurado, de las almas del purgatorio, etc.; es decir, para el clero, exactor insaciable y sin entraas. El Ecuador era una colmena: los znganos en todas partes, son znganos, pero en la Repblica del Sagrado Corazn de Jess, vestan cogulla y an iban de capa de coro, bien repletos con el sudor del pueblo, y todava bendecidos y aclamados por sus vctimas .... Al faro tom de su cuenta limpiar esta tierra do langostas tonsuradas y sanguijuelas msticas: e hiri por fuerza todos los intereses del clero explotador y fantico, todas las ambiciones y granjeras de los Tartufos y Rodines que nos chupaban hasta la medula de los huesos, todos los privilegios y exclusivismos de esta como casta sagrada, que alegaba el derecho divino de gobernarnos y, por lo mismo, se concit el odio implacable, el rencor frentico, 1a venganza ms negra y furibunda de lodos los explotadores de la necia credulidad de los ecuatorianos. Qu raro que el partido clerical le hubiese movido guerra perenne y conspirado contra su vida muchas veces? Qu admirable que la clase desposeda hubiera resuelto llevar hasta los ltimos trminos la venganza contra su vencedor y despojante, contra el que haba derruido el viejo edificio social y reducido a la nada, el intangible poder del clericalismo? Y no se nos arguya que hay muchos sacerdotes apostlicos y conservadores honorables y virtuosos, incapaces de ests pasiones de canbal, refractarios a los salvajes desbordamientos del rencor, condenadores inflexibles de todo crimen atroz y de10

todo atentado contra la humanidad: por fortuna, y para honra de nuestra especie, es muy cierto que hay tan laudables y numerosas excepciones; pero ella; no bastan para, exculpar al partido y salvarlo de las tremendas responsabilidades que le abruman. Un genial escritor colombiano deca que los conservadores proceden al contraro de los toros, que en manada son mansos, y embisten separados: los conservadores en junta, la cornada que dan es de muerte. Y Juan de Dios Restrepo tiene razn: en realidad de verdad, hay conservadores que individualmente rechazaran con horror toda participacin en un crimen; pero la colectividad est desposeda de conciencia; es cruel y vengativa, sanguinaria e implacable. El sistema poltico conservador es el ms inhumano y brbaro. La doctrina clerical es la que consagra el fanatismo, glorifica el patbulo y prescribe la hoguera para defender sus dogmas absurdos y terrales intereses. Y la colectividad conservadora es la encarnacin de esa doctrina de impiedad, de ese sistema de terror y exterminio inexorables; y se muestra, por lo mismo, framente cruel, con la impasibilidad de la cuchilla del verdugo, con la intransigencia de toda doctrina revelada por la divinidad, con el inflexible rigor y violencia ciega de todo sistema de tirana que se ve amenazado en su existencia. La terquedad y la barbarie del conservadorismo ecuatoriano han sido funesta herencia del despotismo colonial: como los conquistadores de Amrica, hacen dimanar sus prerrogativas y podero, de la voluntad del cielo; y establecen ntima relacin, unin perfecta, solidaridad perpetua entre los intereses religiosos y sus propias desenfrenadas concupiscencias, entre la fe de Cristo y la tirana clerical, entre la causa de Dios y las detestables acciones de los ministros del altar. Antes perecer que ceder, es su divisa; y todo el que vuelve por la verdad, todo el que se declara contra la supersticin y el fanatismo, todo el que invoca la libertad del espritu y la autonoma de la conciencia, todo el que se esfuerza en sacudir el yugo hiertico, es para el conservadurismo un ateo execrable, un criminal digno de muerte espantosa y ejemplo rizadora, un precito irremisiblemente destinado al fuego eterno. Anatema contra el escritor que se atreve a difundir las claridades de la ciencia; anatema contra el poltico que se duele de los males de la Repblica y arrima el hombro a la redencin del esclavizado pueblo; anatema al reformador social y emancipador de la conciencia de las multitudes; anatema y persecucin sin misericordia, odio inextinguible y eterna venganza para los impos que invocando los fueros de la humanidad osan extender la sacrlega mano a ese feudalismo poltico religioso fundado por la alianza del sacerdote y los tiranos! Y el conservadurismo ni olvida, ni transige, ni perdona: tan extremados sus prejuicios y arraigadas sus ambiciones, que se revuelve furibundo hasta contra sus propios dolos, si stos llegan a dar alguna muestra de acatamiento a los derechos de la humanidad. Po IX fue mal mirado por la secta cuando puso la planta en la senda de las reformas; y no se reconcili con ella, sino mediante el brusco retroceso al sistema de Gregorio VII, a los mtodos de intolerancia y anatema, al tradicional procedimiento de los sacerdotes enemigos de la libertad y el progreso, y la programacin del Syllabus, lpida funeraria del espritu humano. El mismo Fernando VII tipo del tirano fementido y cruel fue reputado como monstruo de impiedad por el clericalismo, nicamente porque, a ms no poder,11

consinti en el restablecimiento de la Constitucin de 1813; y los catlicos mexicanos justificaron con ello su rebelin contra l muy amado soberano por la gracia de Dios, y lo sustituyeron con Iturbide que les ofreci dar en tierra con toda idea de Constitucin y democracia. En el Ecuador, Flores Jijn y Cordero se concitaron el odio y el furor de los clericales, nicamente por su moderacin y respeto a la libertad de imprenta: tolerar la discusin libre, la propaganda de doctrinas modernas, la difusin de conocimientos filosficos y polticos, fue el gran crimen, la imperdonable traicin de aquellos magistrados, a los ojos de la clereca, para quien no hay autoridad humana, buena y santa sin el hacha y el ltigo de Garca Moreno, egregio fundador de la Repblica del Sagrado Corazn de Jess. Nadie se admire, pues, de los odios que el General Alfaro y sus colaboradores despertaron entre las turbas fanatizadas por los usufructuarios de la nacin, ni de los horrores cometido o impulsos de aquella sed de venganza y exterminio que constitua el tormento y la fuerza de los adversarios del liberalismo. Alfaro hiri a la hidra sagrada en el corazn, la encaden, le arrebat su presa, la incapacit para continuar en su tarea devastadora y sangrienta; y, natural y lgico, que el reptil herido mordiese la mano que lo estrangulaba, y que su inmunda progenie se lanzara furibunda contra el libertador de los dos millones de vctimas destinadas a servir de alimento a tan venenosa y voraz nidada. Y Alfaro se sacrific a sabiendas de lo que le aguardaba: la historia le adverta el fin y trmino de todos los reformadores de la sociedad, de todos los apstoles y libertadores de los pueblos: pero, arrebatado por un grandioso ideal, lanzse a la arena con la fe y el ardor propios de los mrtires. Alegan que Alfaro tuvo defectos? Y quin es perfecto en el linaje humano? Pero la misin de este Varn extraordinario no la puede negar nadie, pues lleva el sello de lo providencial y grandioso. Las almas grandes dice La Rochefoucauld no son aquellas que tienen menos pasiones y ms virtudes que las comunes, sino las que abrigan ms vastos designios. Y quin puede poner en duda la magnitud y brillantez, la trascendencia y bondad de las empresas de Eloy Alfaro? Redimir a un pueblo, romper sus cadenas y restituirle a la vida, aniquilar una raza de tiranos y tornar imposible la resurreccin de la tirana hiertica, desgarrar el velo de la noche, y hacer que los rayos del sol inunden la mente de las muchedumbres, luchar heroicamente hasta conseguirlo, llevar una vida de sacrificio, de entereza y tesn, sin ejemplo entre nosotros, y caer al final de la jornada como mrtir, no es haberse conquistado la Inmortalidad? Fue vencida la teocracia; pero la doctrina que los jesuitas depositaron en el corazn de los fanticos, como simiente venenosa en tierra fecunda, se conserv all pronta a germinar con el primer roco de sangre, al primer calor de las contiendas civiles, al primer hlito de una tempestad poltica. Esos grmenes de crimen, sembrados por los ministros de los dioses en el alma de pueblos esclavizados y rudos, jams han quedado sin brotar vigorosos y desarrollarse al llegar la ocasin favorable; y el clericalismo ecuatoriano puede tambin ufanarse de12

que sus disociadoras e inmorales doctrinas alcanzaron fatalmente a producir hechos de tal negrura, que sern una mancha indeleble en la historia ecuatoriana. El fanatismo religioso haba resuelto sacrificar al Reformador; pero hasta que llegara la tan deseada noche de San Bartolom, dise a la inicua labor de sepultar, bajo de olas y olas de cieno, la buena fama de los liberales y de su ilustre Caudillo. La prensa clerical vomit sin descanso toda clase de improperios y calumnias contra los principales sostenedores del liberalismo; y a semejante corriente de inmundicias, denominaban los frailes y los clrigos, defensa de la religin y de la iglesia! No hubo falta oculta de las familias, ni pecado olvidado entre las cenizas de los sepulcros, ni defecto individual ignorado, que no lo abultasen y ennegreciesen los apologistas del catolicismo, divulgndolos a son de trompetas, con escndalo y procacidad verdaderamente criminales, y como lcito medio de sostener la doctrina de Jess, es decir, la caridad, la mansedumbre, el perdn, el amor aun a los enemigos; bases de diamante de la religin que nos leg el Mrtir del Calvario! Y los conventos de frailes y de monjas erogaban fuertes sumas para costear tan inmundos libelos: y los curas prrocos y los congregantes tenan obligacin de suscribirse a las denigrantes y calumniadoras publicaciones contra los liberales; y los devotos andaban a caza de materiales para la difamacin, tomo espas expertos y activos; y los prelados mismos aprobaban el uso de armas tan protervas y ruines contra los regeneradores del pas. Hasta Gonzlez Surez, cuando Secretario del Arzobispado, sostuvo con insistencia y demasiado calor la doctrina inmoral y anticristiana, de que es lcito desacreditar cuanto se pueda a los enemigos de la religin, a fin de hacerlos odiosos y evitar as que el pueblo siga las perniciosas lecciones de esos propagadores del error . . . Y hubo Seminario conciliar que se convirti en fragua de Pasquino: los annimos ms inmundos y pornogrficos, las diatribas ms obscenas y repugnantes, eran obra de sacerdotes infames y cobardes, que asesinaban la honra del prjimo en medio de las tinieblas y a mansalva; de sacerdotes que traicionaban su misin santa, pues lejos de cultivar evanglicamente el corazn de los levitas cuencanos, los depravaban y degradaban, transformndolos en miserables aclumniantes y viles instrumentos de pasiones rastreras Cmo haban de ascender limpios y puros los escalones del altar, esos jvenes amaestrados en la difamacin y el odio, envenenados por la venganza y el furor religioso, familiarizados con las pinturas ms lbricamente sugestivas, y con un vocabulario propio slo de los ms abyectos prostbulos? El cannigo Alvarado, en un arrebato de ira contra sus colegas, denunci que en el Seminario de Cuenca se impriman tan abominables libelos ... Y la clase devota, las beatas y las milagreras, aun las inexpertas doncellas que se dejan arrastrar por la pasin religiosa, los jovenzuelos reclinados por los fanatizadores para los crculos piadosos y catlicos, atosigbanse el alma con la diaria lectura de aquellas obscenidades; y lo hacan con la conciencia tranquila, ms todava, en la creencia firme de que cumplan un deber religioso y agradaban de semejante manera a la Divinidad! El pueblo ignorante y crdulo aceptaba por completo las imposturas ms inverosmiles, como artculos de fe; y concibi un odio desenfrenado y feroz contra las13

vctimas de la clerical calumnia, contra todos los ciudadanos revestidos de autoridad y sealados por el sacerdote como fautores de impiedad y atesmo. Acostumbrse la multitud a no ver en los gobernantes y liberales sino execrables seres, trados y llevados por los libelistas catlicos, que impunemente los cubran de baldn y acusaban de enemigos de Dios y de la sociedad. El respeto a la autoridad, a la persona y buen nombre de los dems, a la moral que en sus severas prescripciones no reconoce diferencias de fe ni diversidad de partidos, ese santo respeto a las bases fundamentales de la sociedad bien organizada, fue minado, destruido, proscrito por el conservadurismo; y el desquiciamiento social que lamentamos y que tantos males ha causado y causar todava a la Repblica es fruto exclusivo de esa nefanda labor de la clereca. Y ni siquiera los obispos podan disculparse de esta campaa desleal y nefaria: puesto que ellos mismos varias veces han reivindicado la parte principalsima que les tocaba en los frutos de la prensa que llamaban catlica. Llenas estn sus Cartas pastorales exhortaciones a los feles, de esta clase de confesiones; pero bastar citar el testimonio del arzobispo Gonzlez Surez, calificado generalmente en el rebao catlico, como virtuoso, sabio e incorruptible guardin de la fe. Celossimo el seor Gonzlez Surez de que la prensa catlica no se desviase de la senda que el episcopado le ha trazado en el Ecuador, le dirigi la siguiente Caria al Redactor de la Hoja Dominica. Arzobispado de Quito seor Jos Mulet. Cura Prroco de San Marcos. En la Ciudad. Venerable seor: Con grande cuidado y vigilancia? observo la labor de la prensa catlica peridica en esta Capital, porque estoy convencido de que un peridico bueno hace muchsimo bien a sus lectores, as como un peridico malo causa males gravsimos. Ms, quin es el que ha de calificar de catlico a un peridico? Ser acaso el mismo redactor del peridico? Sern tal vez los suscriptores? Quin ser? Bien lo sabe usted., seor Cura; el nico que tiene Autoridad para calificar como catlico a un peridico, es el Prelado diocesano, es el Obispo. Todo periodista que se sujeta dcilmente a la enseanza del Prelado, que acata sus indicaciones, que respeta su Autoridad, es periodista catlico. Si un seglar debe proceder as, cmo deber proceder un sacerdote? ---------------------------------------------------------------------------------------------------------Un grave error ha cundido en esta Capital: ese error consiste en asegurar que los peridicos polticos catlicos en los asuntos de poltica, no estn sujetos ni a la Autoridad ni a la enseanza del Prelado. Este error lo conden y lo reprob ya el Papa Len dcimo tercio: este error est basado en la teora hertica de los modernistas sobre el origen y la organizacin de la Iglesia, y en su doctrina cismtica de las dos conciencias, la conciencia del creyente, y la conciencia del ciudadano: este error es ms funesto, que la opinin liberal de la absoluta libertad de conciencia. Ningn seglar, ningn eclesistico, por docto que sea, tiene derecho para fallar magistralmente sobre la catolicidad o heterodoxia de un peridico: ese derecho es propio y exclusivo del Prelado diocesano. Lo nico que pueden hacer los seglares y los14

sacerdotes es opinar, con ms o menos fundamento, con mayor o menor conocimiento de causa, con imparcialidad o con apasionamientos Espero que usted en esta ocasin, como en las anteriores, obedecer ejemplarmente las disposiciones de su Prelado. Dios Nuestro Seor guarde a usted. FEDERICO Arzobispo de Quito

Quito, 27 de Enero de 1914. No es mi nimo refutar la monstruosa doctrina que la carta del pastor qutense contiene: la esclavitud absoluta del pensamiento, aun en materias polticas; el anonadamiento completo de la conciencia pblica, ante la omnipotencia y arbitraria voluntad de los prelados; la renuncia suicida a la propia razn, para no regirse sino por el ajeno criterio, constituiran el colmo de la degradacin humana, el despotismo ms trascendental y vergonzoso que el sacerdocio pudiera ejercer sobre los pueblos catlicos. No quiero ocuparme en una confutacin de las absurdas doctrinas del Seor Gonzlez Surez que, indudablemente, se crea an en la Edad Media, en esa era de tinieblas en que la familia humana gema impotente y ciega bajo la sandalia de los monjes, generalmente feroces y brbaros; pero la citada carta contiene las siguientes categricas afirmaciones, las que por falsas y anticristianas que sean ponen de relieve la eficaz accin hiertica, en la campaa sin cuartel, emprendida por el conservadorismo contra la honra y la vida de los regeneradores de la Repblica: Primera. Los obispos, por lo menos, el jefe de la iglesia ecuatoriana, observa y vigilan con gran cuidado la obra de la prensa catlica: Segunda. Los obispos son los nicos que pueden calificar la catolicidad o la heterodoxia de las producciones de la prensa; y por lo mismo, tienen la obligacin inherente a su carcter de pastores vigilantes de la grey de censurar y reprobar las que no coinciden en todo con la enseanza episcopal: Tercera. Esta vigilancia y tutela se extienden, hasta los escritos meramente polticos; puesto que, segn lo declarado por Len XIII, es hereja emanciparse de la autoridad eclesistica y separarse del dictamen del obispo en las labores polticas de los catlicos: Y Cuarta. Todos los escritos ortodoxos tienen el deber estricto de consultar con su prelado sobre la ortodoxia, moralidad y conveniencia religiosa y social de sus escritos; y han de ajustar toda publicacin a lo que el pastor les ensee e Indique, como fieles y sumisas ovejas, so pena de que se las tenga por extraas al redil. Y no es esto, exactamente, lo contenido en los prrafos que he copiado de la carta al Cura Mulet? Luego las publicaciones que hacia la prensa catlica del Ecuador, y que no eran censuradas ni reprobadas por la autoridad eclesistica, deban repujarse como buenas y santas, conformes con la doctrina episcopal, y dignas del aplauso y veneracin de los fieles. De lo contrario, tendramos que deducir que no era cierto que el pastor vigilaba y observaba con sumo cuidado las labores de la prensa catlica; y que15

por falta de esa vigilancia escrupulosa; haban los escritores catlicos cado en el error y ensendolo a los pueblos. O deduciramos lo que sera peor todava que el metropolitano, a pesar de palpar los errores de la buena prensa, ya en poltica, ya en moral y religin, no haba querido condenarlos y proscribirlos, convirtindose as, voluntaria y deliberadamente, en cmplice de los sembradores de cizaa en el campo de Cristo, con gravsimo dao de las almas encomendadas al cuidado de los pastores. Cul de estos dos extremos habra escogido el arzobispo Gonzlez Surez? El mismo aseguraba que no poda faltar a sus deberes sacrosantos de guardin celoso e incorruptible de la fe y las costumbres, y que no se daba punto de reposo en observar y vigilar la prensa catlica, a fin de corregirla y reprimirla cada y cuando cayese en el menor renuncio. De consiguiente, todos los peridicos catlicos que jams han sido contradichos ni reprobados por la autoridad eclesistica desde 1895 han contenido la pura doctrina del episcopado ecuatoriano, la moral que nuestros pastores profesan y ensean, los principios de justicia y sociologa que los infalibles maestros del pueblo recomiendan; en una palabra, han coincidido exactamente con las advertencias, las lecciones y deseos de los conductores de la conciencia catlica. De otro modo, la voz autorizada de Gonzlez Surez, por lo menos, se habra levantado severa y solemne para condenar la inmoralidad y el error donde se hubieran presentado, sin consideracin a nada ni a nadie, con la entereza y la energa propias de verdadero representante de Jesucristo. De consiguiente, si no hubo ni una voz de reprobacin contra aquellas inmundas pasquinadas, por fuerza hemos de deducir que El Ecuatoriano, Fray Gerundio, La Patria, La voz del Sur, La Corona de Mara, El Diablo, El Eco del Azuay, La Prensa, La Repblica, etc.; todo ese diluvio de hojas annimas y volanderas, salidas muchas veces de los mismos talleres tipogrficos de las Curias eclesisticas, fueron para el sacerdocio y las fanatizadas turbas, obras verdaderamente apologticas, dignas de la edad de oro del cristianismo, que se iban a la par con los escritos de los Padres de la Iglesia, varones santos que jams insultaron ni a los cesares sus verdugos; hemos de deducir que se engaaba al pueblo, presentndole esas nefandas publicaciones como piadosas y ptimas, sustentadoras de la fe, de intachable moralidad y basadas en el Evangelio y en las doctrinas de la iglesia; como publicaciones en todo de acuerdo con las virtudes cristianas ms fundamentales, con e1 amor y la caridad aun a los enemigos, el perdn incondicional de las injurias y la resignacin a las imperfecciones y flaquezas del prjimo, la humanidad y la obediencia ante todos los que han recibido potestad de lo alto, la mansedumbre y el apego a la paz y la concordia entre hermanos, que forman el seductor y brillante lema de la religin de Cristo. Pero, lo repetir, todos los peridicos catlicos que he citado, no fueron otra cosa que rganos de calumnia y difamacin: los escritores de esas hojas tan elogiadas por el clero y tan ledas por la grey catlica no tenan ms tarea que arrastrar por el fango la buena fama, no slo de los hombres pblicos del liberalismo, sino aun de familias enteras, de mujeres inocentes y virtuosas, de muertos que dorman haca largos aos el tranquilo sueo del sepulcro; y esto nicamente por el canallesco afn de cubrir16

de baldn e ignominia al competidor poltico, de tornarlo aborrecible y digno de desprecio ante las impresionables multitudes, por dar cumplimiento a la doctrina del mismo Gonzales Surez sobre lo conveniente y lcito de abrumar cuanto se pueda con el descrdito a los enemigos de la religin . . . Esas hojas inicuas y asquerosas, propias slo para ledas en una velada de burdel y entre padres de manceba, destilaban, hiel y veneno corrosivo y emponzoaban hasta la mano que las tocaba; esas hojas fueron de tal naturaleza, que desacreditaron por completo la prensa ecuatoriana, al extremo de que los cultos periodistas de las naciones vecinas, se negaran al canje da sus producciones literarias. Esos peridicos catlicos predicaron sin tregua ni descanso la revolucin y el exterminio, la guerra de asesinato y degello inmisericorde, el aniquilamiento del liberalismo por medio del hierro y del fuego, en fin, la lucha religiosa o salvaje, que viene a ser lo mismo. Clemente Ponce sostena la necesidad de pasear el patbulo del Carchi al Macar, lavando con sangre de liberales el suelo de la Repblica Nada ms anticristiano ni ms condenable que aquellas publicaciones con las que el fanatismo ecuatoriano pretendi defender la dominacin ultramontana y clerical; porque pisotean la caridad y la justicia, porque combaten la tolerancia y la mansedumbre evanglicas, porque proscriben el perdn y la misericordia para el enemigo, porque divinizan el odio y la venganza, por que inculcan la rebelin y la discordia, porque santifican el homicidio y la crueldad en nombre de la religin, porque legitiman la mentira y el fraude, porque aconsejan la calumnia y la deshonra contra el adversario como armas nobles y propias para el sostenimiento de la fe y la iglesia cristiana. Qu no? Ah estn todava esos libelos nauseabundos, Que los lean los defensores del episcopado, en la pgina en que se abran, indistintamente, y se convenzan de que escribo sin salirme una sola lnea de la verdad. Por qu no reprobaron semejantes publicaciones, si como dice Gonzlez Surez estaban los pastores obligados o vigilar cuidadosamente y con santo inters la obra de la prensa catlica, aun en su parte poltica? Si esos apasionados defensores de la clereca nos contestaran que los obispos no haban ledo esas hojas sediciosas, inmorales y anticristianas, resultara que los prelados de aquellos tiempos, fueron falsos pastores, guardianes infieles, perezosos e intiles, que no cumplieron la santa misin que Cristo les confiaba. Y si, habindolas ledo, no levantaron La voz para condenarlas, habra que concluir por fuerza, que las aprobaron, por lo menos con un silencio culpable, con tolerancia traidora, sin parar mientes en que esa propaganda de sedicin e inmoralidad, de asesinato y exterminio, de odio y rencor, de mentira y calumnia, de desbordamiento de las peores pasiones populares, haba de producir terribles desventuras para sus ovejas. Cmplices, si no autores, de este como aniquilamiento de la moral privada y pblica, de esta destruccin del principio de autoridad, de este verdadero envenenamiento social, no podran llamarse ministros de Jesucristo. Santificado el derecho de rebelin contra las autoridades constituidas, afilado y bendecido de nuevo el pual de Ravaillac, legitimadas la calumnia y la difamacin contra los llamados herejes e impos, de ninguna manera podan subsistir ni el orden17

social, ni la moral cristiana; y todas las atrocidades que el pas ha presenciado con estupor y vergenza, son ineludible consecuencia de la tenebrosa labor del tradicionalismo. Los que, como el poeta Crespo Toral, acusan al rgimen democrtico de ser causante de dichos crmenes, por haber soltado a la fiera, es decir, por haber reconocido la libertad del pueblo, manifiestan, refinada mala fe, o desconocimiento absoluto de la historia de las naciones libres. La libertad no corrompe, no encruelece, no hace retroceder a la barbarie, no degrada a los pueblos ni los transforma en hordas de canbales: la doctrina liberal y democrtica ha dado la vuelta al mundo derramando prosperidad y bienes en todas partes, difundiendo la luz y redimiendo a la humanidad. Jams ha llegado la depravacin humana a mayores excesos que en la Edad Media; y entonces no se conocan las doctrinas liberales, la misma palabra libertad era reputada como blasfemia, y los que osaban pronunciarla, eran bien presto consumidos en la hoguera. Arnaldo de Brescia, Giordano Bruno, Juan de Huss y otros muchos eminentes pensadores, vctimas ilustres de la Inquisicin, son testigos de ello. La espantosa corrupcin de aquellos tiempos, en que la obscenidad ms bestial se albergaba en los conventos, tanto como en los castillos seoriales, en las cabaas de los campesinos, y aun en la suntuosa morada de los llamados Vicarios de Cristo; esa crueldad sistemtica, resorte usual de la religin y la poltica, que solucionaba toda dificultad con el pual y el veneno, que tena el brasero y tormenta como los mas firmes sostenes de la sociedad civil y de la iglesia; esa preponderancia absurda de la fuerza sobre l espritu, que retard por siglos la evolucin humana; esa como barbarie sagrada que hoy tanto nos horroriza; esos clmenes monstruosos que forman el Inri ignominioso de nuestro linaje, nacieron de las doctrinas monsticas, fueron fruto; de la lajacin y el mal ejemplo del sacerdocio, se incubaron al calor de las concupiscencias eclesisticas y en las sombras naves del templo. La libertad no corrompe: estaba proscrita en la Edad Media, maldecida y condenada por el altar y el trono; y el asesinato y el exterminio, traicin y la alevosa, l pillaje y el incendio, el perjurio y el engao, el sacrilegio y la hipocresa, la brutalidad y la violencia, el verdugo y la tortura, componan la regla y norma de los gobiernos, el medio sapiente y piadoso con que dirigan la grey an los sucesores de San Pedro. En esos tiempos de absoluta dominacin monstica, se corrompi todo, religin, poltica, jurisprudencia, formas judiciales, prcticas piadosas, fe pblica, moral social y moral privada, el cetro y el bculo; todo, todo se arrastr por el fango y se puso al servicio de las peores pasiones; todo, todo se vendi y se compr en pblico mercado, as como por tarifa, sin exceptuar la gracia divina y la conciencia de los que se decan santos.... En los tiempos de Garca Moreno y Caamao poca en que floreca el catolicismo ecuatoriano, sin contradiccin alguna tampoco se conoci la libertad en nuestra desventurada Repblica; las doctrinas liberales hallbanse excomulgadas y proscritas, al igual que en la Edad Media. Y, sin embargo de conservarse muy bien atada la fiera, la corrupcin invadi an las alturas ms culminantes: el asesinato poltico ensangrent todas las comarcas; la prisin y el destierro inmotivados llevaron la18

orfandad y la miseria a muchos hogares; el despojo y la depredacin empobrecieron a innumerables familias; el espionaje y la delacin fueron instituciones administrativas; la arbitrariedad y la injusticia se erigieron en nica ley; el peculado y el agio vaciaron impunemente las arcas fiscales; el libertinaje se herman con la hipocresa; la codicia de los devotos dominadores del pueblo corri ciega tras del lucro y no perdon ni la bandera de la patria; el derecho de sufragio se convirti en burla trgica y motivo de asesinatos a mansalva; la Constitucin misma como lo confiesa el Padre Berthe, panegirista da Garca Moreno no pas de ser un pedazo de papel que lcitamente se poda hacer trizas cada y cuando a los gobernantes as les convena ... Cmo ha podido olvidar el seor Crespo Toral estas cosas de ayer y de antes de ayer, cuando aun viven testigos presenciales de aquellos luctuosos y criminales acontecimientos? Atribuir a la difusin del liberalismo todos los atentados cometidos en la Repblica; aseverar que los actos canibalescos que ltimamente nos han llenado de vergenza, son fruto de las libertades concedidas al pueblo, es irse contra el testimonio de la historia, romper con el buen sentido y hollar los ms elementales principios de lgica. Con toda exactitud y justicia podrase repetir al poeta Crespo Toral y a sus correligionarios, el vibrante apostrofe de Edgar Quinet al conservadurismo francs: Cuando, en la antigua Francia, estaba encarnada la violencia en las costumbres y la ley; cuando prevalecan los privilegios y las desigualdades sociales, las servidumbres de los hombres y la tierra; abreviemos, cuando formaba el fondo mismo de la vida civil, todo lo que reprueba Cristo, decs que el reino era cristiano?... Y despus, al contrario, cuando la fraternidad y la igualdad prescritas por la ley, tienden cada vez ms, a traducirse en hechos: cuando se ha reconocido que el espritu es ms fuerte que la espada y el verdugo; cuando la esclavitud y la servidumbre han desaparecido y se trabaja por abolir las castas; cuando la libertad individual ha sido consagrada y convertdose en derecho de toda alma inmortal, es decir, cuando el pensamiento cristiano, aunque dbilmente todava, penetra poco a poco en las instituciones, y viene a ser como la sustancia y el alimento del derecho moderno, afirmis que la nacin es atea? Qu entendis, pues, por religin y cul es vuestro Cristo? ... Esos atavismos de barbarie, latentes basta en los pueblos ms cultos; esa como antropofagia larvada de las multitudes, despiertan y se vigorizan comnmente bajo el ala del fanatismo y al calor de los odios de secta. Los horrores del Santo Oficio, la mstica ferocidad del sacerdocio medieval, el degello de poblaciones enteras en nombre de Dios y su Cristo, las devastadoras cruzadas para imponer la fe romana con el hierro y la tea, son prueba concluyente de lo que digo; puesto que semejantes atrocidades no contuvieron por causa la libertad de los pueblos, sino que, por lo contrario, iban encaminadas a mantener la esclavitud y degradacin del espritu humano. Y el Fundador del liberalismo ecuatoriano no mereci de manera alguna que se acumularan sobre su cabeza esas montaas de odio que, a la postre, produjeron el ms vergonzoso crimen de nuestra historia. Alfaro fue varn digno de los mejores tiempos de la democracia; y sus virtudes, as pblicas como privadas, sern reconocidas seguramente por la posteridad, cuando19

los rencores se extingan, cuando el aullido de las hienas deje de profanar el silencio del cementerio. Alma noble y generosa, sus ideales fueron siempre elevados y grandiosos: jams tuvieron entrada en su pecho las pasiones ruines y rastreras que brotan en los corazones depravados y en los caracteres vulgares. Lejos de l, muy lejos, la venganza y el odio, la envidia y la doblez, la crueldad y la ira insensata: leal, generoso, verdico, tolerante y magnnimo hasta con sus peores adversarios, sus palabras favoritas eran: Perdn y Olvido. Los prisioneros de guerra, sagrados para l: la amnista irrestricta y general segua inmediatamente a toda victoria de las armas radicales, era el complemento indispensable de la gloria del vencedor. Muchas veces estrech la mano de sus enemigos vencidos, encomi su valor, los sent a su mesa y volvi a vencerlos con la amabilidad y la misericordia. Socorra de preferencia a los heridos del bando contrario; y juzgaba como deber ineludible vestir, alimentar y poner en libertad inmediata a los que haba tomado con las armas en la mano, en flagrante crimen contra su gobierno. Garca Moreno los habra fusilado sin compasin, como lo hizo con los prisioneros de Jambel; Caamao se habra ensaado en atormentarlos, en hacerlos saborear todas las amarguras de la derrota y de la muerte, como a los vencidos en Loja y en Manab: Alfaro los perdonaba y colmaba de atenciones y garantas... Apenas acallado el fragor de una sangrienta batalla, librada en los alrededores y en las calles mismas de la ciudad, Cuenca respiraba libremente: el generoso vencedor haba perdonado sin excepcin a los rebeldes, entre los que se contaban muchos conjurados para asesinarle. Tena verdadero corazn de Madre, como deca Juan Montalvo: su mayor complacencia era perdonar con espontaneidad y cierto apresuramiento a sus ms encarnizados enemigos, y esto cuando poda infligirles un severo y merecido castigo con slo entregarlos a la accin de las leyes y de los tribunales. Sus ms desalmados detractores gozaron siempre de la impunidad ms completa: los dardos de la maledicencia embotbanse, en su pecho sin dejar huellas, como si diesen sobre un broquel de diamantes. Nunca quera que sus amigos se ocuparan seriamente en refutar las diarias calumnias de que era vctima: el sentimiento de la propia conciencia deca basta para la tranquilidad de un hombre honrado; y no son los difamadores los quo pueden quitarme mi propia estima y la de los dems. Dirase que busc con ansia, durante toda su vida, la ms pequea ocasin para manifestar a los que le movan guerra, y guerra sin cuartel, lo inagotable de su magnanimidad y nobleza. Alfaro posea inteligencia clara, juicio recto, conocimientos prcticos variados; y su admirable tacto social, su potencia vidual en poltica, su carcter de acero y tesn administrativo, hacan de l un hombre superior en todo concepto. Alma inconmovible, pona frente serena a todas las dificultades; y casi siempre las venca. Fecundo en recursos polticos, cuando se le crea perdido, dejbase ver sobre la ola tempestuosa y dominando la tormenta. Audaz en sus empresas, jams retroceda en lo que haba resuelto, por invencibles que pareciesen los obstculos: la construccin20

del ferrocarril a Quito, es una de las pruebas ms elocuentes de la constancia y fuerza de esa voluntad fundida en los viejos moldes de la Roma republicana. Nadie lo dominaba por muy amigo que fuese: consultaba a sus colaboradores, y muchas veces aceptaba observaciones; pero generalmente haca prevalecer su propia opinin, cuidando s de no herir en lo mnimo la de los dems. Sola escribir los documentos pblicos de su incumbencia, en pequeas cuartillas y a lpiz; luego entregaba lo escrito a uno de sus amigos para que, despus de la revisin conveniente, lo mandase poner en limpio o en castellano, como l deca riendo. Muchas veces le ped que pusiera en orden sus memorias y manuscritos, los que individualmente deban contener datos importantsimos para la historia, ms aunque me lo ofreci reiteradamente, no consegu que se ocupara en esa labor de utilidad nacional. Versado en la Gramtica, complacase en sus momentos de buen humor en tomarles puntos a ciertos periodistas de fama en las filas de la oposicin; y se rea de esas celebridades que la opinin del vulgo improvisa. Esta era la nica venganza que se tomaba de los que tan sin descanso lo denigraban por la imprenta. Jovial y lleno de chiste en el trato ntimo, de agradable y chispeante conversacin en los salones, era demasiado serio en los negocios pblicos: el hombre de Estado difera completamente del caballero particular. Soldado de valor indmito y dotes militares nada comunes, era el primero en colocarse en la zona peligrosa; y su ejemplo infunda denuedo en los ms pusilnimes. Su tctica lo haca invencible en los campos de batalla; y con un puado de valientes desbarat todas las invasiones que por cinco aos organiz el conservadorismo en territorio extranjero, aplast la reaccin ultramontana cada vez que levant cabeza auxiliada por el fanatismo colombiano y peruano; y cuando sobrevino el conflicto con nuestros vecinos del Sur impuso respeto y contuvo a los ejrcitos que iban a lanzarse ya sobre el Ecuador en Abril y Marzo de 1910. La pica jornada de Jaramijo basta para pintar al hroe; aunque no existieran otros muchos campos de batalla que atestiguasen el valor proverbial y la pericia militar del General Alfaro. Nadie como l am a su patria, con apasionamiento verdadero, desinteresado, inextinguible: su sueo de oro su aspiracin constante, su anhelo ms ardoroso, eran llevar la Repblica a un grado tal de prosperidad y grandeza, que tuviese puesto muy visible entre sus hermanas de Amrica. Y nada emprendi que no estuviera estrechamente ligado con este fin primordial de toda su vida poltica, de toda su larga existencia de lucha, de sacrificios y dolores que la Historia relatar ms tarde, como ejemplo de abnegacin y patriotismo. Ilustrar las masas populares, propagar la ciencia moderna en las esferas superiores de la intelectualidad ecuatoriana, desarrollar la riqueza pblica y el comercio, dar vida a todas las industrias, atraer la inmigracin y poblar nuestros extensos territorios, cruzar de ferrocarriles las feracsimas regiones de la Repblica, proteger el trabajo y garantizar la seguridad del taller, buscar trmino ventajoso a nuestras diferencias de lmites con las naciones vecinas, en fin, levantar el Ecuador de la

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postracin en que le haban dejado tantos aos de opresin clerical y oscurantista, componan el programa patritico de Alfaro. Bien conoca que la vida de un hombre no era suficiente para realizar tan grandiosa tarea; pero entr de lleno a la colocacin de las piedras angulares del edificio, seguro de que sus sucesores haban de continuar el mismo camino hasta coronar el engrandecimiento de la patria. Probo y desinteresado, ha muerto con las manos vacas: la pobreza de su familia es la refutacin ms elocuente a las calumnias que sus enemigos le han lanzado, respecto al manejo de las rentas pblicas. Alfaro no conoci la aficin al dinero: dadivoso hasta la prodigalidad, compasivo y filntropo, distribua buena parte de sus escasas rentas entre los necesitados. Alfaro no ahorraba, porque tena siempre las manos abiertas para socorrer toda clase de desgracias; y un da me dijo rindose: Vea usted mi fondo de reserva... y me alarg un papel: era una pliza de seguros sobre la vida por el valor de diez dlares apenas. Y hubo ocasin en que, sin que lo supiese, sus amigos evitaron que esa misma cdula caducase por descuido en el pago de los dividendos respectivos. Calumnia, villana calumnia, propalar que Alfaro dispuso de las arcas fiscales: jams el robn manch la noble diestra del Regenerador ecuatoriano. Alfaro tena una fe tan inquebrantable en su misin patritica, qu no dud consagrar su existencia a la realizacin de esos nobilsimos ideales. Ms de treinta aos luch con todo gnero de obstculos y dificultados: vmosle recorrer la Amrica Latina en busca de proteccin y apoyo para derrocar a nuestros tiranos; vmosle sufrir tremendas derrotas y alzarse de nuevo tremolando siempre la bandera roja, como imperecedero emblema del porvenir ecuatoriano vmosle sumido en oscuros calabozos, cargado de grillos, amenazado de muerte inminente a manos del verdugo, perseguido sin tregua, proscrito y errante, pero sin desmayar ni desalentarse nunca. Los desastres mismos reanimaban el entusiasmo patritico de aquel hombre extraordinario; y al da siguiente de un descalabro militar, ya se hallaba organizando una nueva y ms formidable campaa contra los opresores del pas. Dinero, elementos de guerra, ejercito, todo lo improvisaba, todo lo sacaba de la nada. Cuando nuestros dspotas crean tenerlo en la mano y se disponan a sacrificarlo con seguridad y saa, se les escapaba con la mayor facilidad y apareca donde menos lo haban pensado, con nuevas fuerzas y apercibido ya para el combate. Su fe lo sostena e impulsaba haca adelante; crea con firmeza inconmovible que la Providencia le haba confiado la ardua misin de regenerar la Repblica; y, seguro de cumplirla, no retrocedi jams ante ningn peligro ni sacrificio. As lleg al poder: los pueblos lo llamaron para que estableciera la verdadera democracia; y Alfaro vio en este llamamiento la confirmacin de su creencia; y se robustecieron en l ese ardor y tenacidad en la ejecucin de los deberes que desde su juventud se haba impuesto para con la patria. Abnegacin y fe de apstol, fortaleza y valor de mrtir, constancia y fervor de propagandista, todo esto se hallaba en el alma de Alfaro, formando un conjunto de energas incontrastables, de impulsos irresistibles que lo arrastraban rpidamente al logro de sus caras y grandiosas ambiciones. S, ambicin, excesiva ambicin tuvo22

Alfaro; pero ambicin noble, ambicin santa, ambicin de redimir, su patria y conquistarse la corona del martirio; porque no debe olvidarse que jams decreci su ntima conviccin d que lo asesinaran en pago de sus grandes servicios a la Repblica. Saba muy bien que el fanatismo religioso no perdona a los que lo atacan; saba muy bien que la, venganza da la frailera es implacable e inmortal, que persigue a sus vctimas por todas partes, aun al otro lado del sepulcro: saba muy bien que haba puales bendecidos contra los que osaban romper el yugo sagrado de la hierocracia; saba muy bien que l nico galardn de los benefactores de los pueblos eran la cicuta de la cruz; y, a pesar de este convencimiento, Alfaro se resign al sacrificio, inmolase voluntariamente y de antemano por la libertad y engrandecimiento de los ecuatorianos. Me asesinarn repeta con frecuencia y con la mayor serenidad y calma pero mi sangre ahogar a mis asesinos y consolidar el liberalismo en el Ecuador" Este era Alfaro: Puede comparrsele, como lo hace Crespo Toral, con Sila y con Mario? En su vida privada, Alfaro fue intachable: su hogar, semillero de virtudes; su familia, dechado de moderacin y buenas costumbres. Amigo consecuente y leal, jams consenta que se hablara mal ni se pusiera en duda la hombra de bien de las personas que estimaba. Sin embargo, reprenda severamente cualquiera falta grave de los suyos; y varias veces retir su amistad a sujetos de consideracin, por hechos que no se compadecan con la inquebrantable moralidad del egregio anciano. Era intransigente con la embriaguez y la mentira; y calificaba el libertinaje como lepras en el libertino sola decir hay tela para toda clase de ruindades y delitos. Alfaro fue una personalidad tan notable y ameritada, que ni sus ms grandes enemigos han podido desfigurar por completo su retrato. Aun Crespo Toral que con colores tan negros y rol cargados ha querido pintar la administracin alfarista se ha visto forzado a consignar en La Unin Literaria, las siguientes palmarias confesiones: El General Alfaro fue patriota indudablemente por que am mucho a su patria y se habra sacrificado mil veces por ella. Se distingui por el valor, un valor sin un solo espasmo de flojedad, un valor permanente y reflexivo. Tampoco como gobernante se mantuvo en la vulgaridad, como decan sus adversarios o rivales. Astuto y reservado cualidades stas de su origen indgena supo hasta dnde poda valerse de los dems. . . El, mejor que Mores, mejor que Garca Moreno, logr dominar al Ecuador hasta creerse invencible.... A tener menos aos y ms elementos, habra tratado la reconstitucin de Colombia la antigua. . . En el Exterior, el General Alfaro nos garantizaba el respeto de las dems naciones: en la ltima crtica emergencia con l Per, su valor y prestigio nos redimieron de muchos males. Adems, como jefe de familia se distingui como modelo: en su casa, a pesar de ser la de un proscrito eterno pretendiente, hubo siempre rgimen y honorabilidad. Su corazn se abra casi siempre a la misericordia: no extrem la venganza, practic la limosna y olvid las injurias. Se nota, se palpa, por decirlo as, la repugnancia con que el ultramontano escritor deja caer estas confesiones, slo a trueque de presentarse como imparcial y justo en sus apreciaciones histricas; pero no ha podido ahogar del todo su inquina contra el derrocador del clericalismo, y ha salpicado sus maquiavlicos elogios con23

frases hirientes, con eptetos que vapulan, con falsedades que no se compaginan con lo confesado y ponen en relieve la mala fe del confesante. Pero el hecho mismo de que los adalides del conservadorismo acaso por un resto de acatamiento a la verdad se vean incapacitados para negarle todo mrito al hombre que los despaj del poder y sus granjeras, es prueba irrecusable de la gran vala del Caudillo radical: no es, de consiguiente, el tiranuelo vengativo y sanguinario, el malhechor adocenado, el soldado vicioso y detestable que los libelistas catlicos de menor talla han pintado, desde hace muchos aos, con los tintes ms sombros para extraviar el criterio de las muchedumbres y descontar as el salario que reciban de la clereca. Y tal es el poder de la verdad, que en el bando placista mismo tan ciego en su furor como el bando catlico no han podido ocultarla por completo, ni los ms empeados en denigrar al General Alfaro. Manuel J. Calle el eterno difamador del caudillo radical y defensor decidido de todos los crmenes de Plaza se ha visto precisado a confesar las inmortales obras del Mrtir del 28 de Enero de 1912, si bien menoscabando los mritos del prcer con imputaciones deslayadas y temerarias. He aqu lo que ese calumniador consuetudinario dice en "EL GRITO DEL PUEBLO ECUATORIANO", diario que se ha distinguido en Guayaquil por su procacidad y furia contra Alfaro y sus colaboradores: lanse las frases que copio de la edicin del 27 de Abril de 1915, y vase cmo esos mismos encarnizados enemigos del alfarismo, no embargante su odio sistemtico, han tenido que rendir parias a la justicia y a la verdad: El conservatismo reacciona por dentro. Es un hecho que podemos comprobar sin gran dificultad. Y en este afn de retroceso, los liberales nos hemos olvidado de cuanto hemos podido alcanzar durante la' tempestuosa dominacin de nuestro partido. Nos comimos a Alfaro en las ms estupenda y brbara de las bacanales; pero no nos es lcito engaar a la Historia, ocultando o negando el hecho trascendental de que ese Alfaro, tirano y dspota desde luego, por una malvada desviacin de acontecimientos que malograron la revolucin de Junio, puso el dedo en todos los registros sociales, aunque sin resolver ninguna cuestin, por falta de tiempo y de tranquilidad, y que a l, inspirado por un pensamiento liberal y generoso, se le deben la innegable transformacin del alma ecuatoriana y la variacin de las corrientes de vida de esta sociedad, cuyas convulsiones son ms efecto de sobra de nerviosidad y energa, que de postracin y abatimiento. En lo sustancial, se echo tajo al peligroso problema de la libertad de conciencia, desarmando al clero y desahuciando el Concordato; se devolvi el individuo al Estado, sacndole del poder de la Iglesia, con el Registro y el Matrimonio civil; la instruccin laica, la secularizacin de los cementerios, la abolicin de los derechos parroquiales y, ms que todo, con la irrestricta garanta a cuantas son las manifestaciones del pensamiento ciencias, letras, artes, etc.; y al arrojar al cura de los empeos de la vida civil, no le echamos a Dios, como dicen los 44 interesados, sino que suprimimos un elemento extrao y disociador, que no puede ser otra cosa que rmora y talanquera a la natural expresin de la actividad humana.

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Y en lo que mira al progreso social, cundo mayor empuje, desde que la Repblica es Repblica? Bastara citar el ferrocarril trasandino y la fundacin y establecimiento de muchsimos centros de trabajo, cooperacin, adelant, civilizacin, en fin. Se ha hecho y se ha rehecho; y nada pueden decir los gobiernos sucesivos en orden a planes o programas de mejoras nacionales o locales ,1a higienizacin de los centros mayores de poblacin, inclusive, cuya raz no est en la accin Alfarista Caminos, beneficencia, explotacin de minas, descuaje de bosques, colonizacin al Oriente, redencin de la Deuda inglesa todos!... Ah, si no hubiese sido por la revolucin conservadora que convirti en jefe de bandidos y azote de sus compatriotas a un hombre tan bien inspirado Hoy le odiamos todava mucho a Alfaro, porque an nos duelen las heridas que nos infiri, en una defensa desesperada, cuyas urgencias le desataron como una fiera daina; pero hay que dejar pasar el tiempo, y que una generacin menos iracunda y resentida le juzgue en virtud de autos. Naturalmente, esta obra de recomposicin, si as cabe de recomposicin, si as cabe decirse, se llev adelante de una manera improvisada y como de trueno, al travs de la lucha y de grandes derramamientos de sangre y solemnes, horrendas injusticias. Pero si consumbamos una revolucin, yo preguntar no slo qu revolucin es justa, sino cul es siquiera consecuente consigo misma; y que esa fue una verdadera revolucin aunque sea consabida, tempestad en un vaso de agua, ello se lo est diciendo. Y en cuanto a nuestra obra de liberales, ella est ah, todava en estado de amoldamiento y de tornar forma; mejor dicho, como un fuego latente que no espera sino la pericia de ingenieros de primera orden, para convertirle, en un proceso cientfico, en calor, luz, fuerza, movimiento vida! Se ha puesto la semilla y palpita el germen: qu importa que la mano que la deposit y el sudor de sangre y el riego de lgrimas que la ha fecundado? . . . Esa luz que se desprende de los sepulcros, como dice un escritor, disipa siempre las nieblas de la calumnia; y principia a iluminar ya la huesa de Eloy Alfaro, tan desapiadadamente profanada por los chacales de sacrista, por esos fanticos que, como en la Edad Media, no creen honrar a su Dios sino quemando los huesos y aventando las cenizas de los que se atrevieron a combatir los errores y supersticiones de la multitud adredemente extraviada por el sacerdocio. La Verdad y la Justicia, aunque lentamente, van ya demoliendo prejuicios y abrindose campo por entre los odios y venganzas que consumaron el sacrificio del Mrtir de la libertad ecuatoriana; y que todava turban sacrlegamente su eterno sueo Comienza ya a imponerse la necesidad de reconocer los mritos y virtudes del gran perseguido del clericalismo; y estas mismas tardas confesiones hacen resaltar ms la negrura y la infamia de los detractores que han esmerado su empeo en cubrir de oprobio la memoria de uno de los ms ilustres varones de la Repblica. La clereca, con sus maldiciones y anatemas prfidos, sembr el odio ms profundo y mortal contra Alfaro; y le seal a la venganza de los fanticos, como vctima cuya inmolacin exiga el cielo para aplacar sus iras y apiadarse del pueblo fiel y devoto; como vctima cuya sangre era indispensable para limpiar las manchas de la hereja que afeaban el suelo bendito de la Repblica del Sagrado Corazn de Jess ....25

Los apologistas de la religin mojaron su pluma en fango venenoso; y, durante quince aos, no cesaron de calumniar, denostar, vituperar, de manera criminal y nunca vista, al hombre que nos trajo libertad y progreso. Y esas corrientes de veneno corrosivos; que inundaron a la continua conciencia de las muchedumbres, la ulceraron y gangrenaron a la postre; El fanatismo religioso sobrepas todo lmite; el respeto a la autoridad desapareci por completo; la animosidad: contra el fundador y sostenedor del liberalismo, rayo en el delirio; y, en concepto de las turbas, no hubo ya malhechor ms odioso y execrable que el egregio Vencedor del clericalismo. El bando conservador prepar la mina bajo los pies de Alfaro; los obispos y la frailera la bendijeron, y elevaron a la Divinidad para que el golpe homicida no marrase: faltaba la chispa, y sta salt al soplo de otras pasiones desbordadas y brutales, como vamos a verlo.

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CAPITULO II OTROS ANTECEDENTES DEL CRIMEN El valor de Alfaro rayaba en temeridad; y esto mismo le perjudicaba grandemente, porque produca en su nimo tan ciega confianza, que llegaba a descuidar y hasta despreciar las medidas de precaucin y prudencia, juzgndolas como innecesarias y nimias. Cuando le decamos que era mejor prevenir una revuelta que tener que sofocarla y castigarla, y que mirase con tiempo por la seguridad del Estado, invariablemente nos contestaba: Dejmoslos obrar; que los conspiradores se lancen al campo para tomarlos con las armas en la mano y vencerlos. Crea que la paz no poda quedar suficientemente garantizada, sino con la victoria; que una revolucin no poda ser aplastada sino por medio de las armas. Error fatal que produjo el golpe de cuarteles del 11 de Agosto de 1911; cuando pudo haberse conjurado la tempestad sin otros procedimientos que la baja de los militares que meditaban tan inicua traicin. Pero, leal y caballero, imaginbase que ninguno de sus soldados era capaz de felona; y su fe en el Ejrcito era tan grande, que horas antes de la mencionada traicin, rechazaba indignado todo aviso relativo a la defeccin de las fuerzas acantonadas en Guayaquil y la Capital. Jams quiso poner atencin en las ambiciones de sus Tenientes; jams pens en la posibilidad de que lo rodearan traidores; jams sospech que la pasin poltica engendrara crmenes tan negros, como el de los felones que almorzaron a su mesa, el da mismo en que iban a venderlo. Esta confianza suma caus su ruina, y ha puesto al borde del abismo al Partido Regenerador: como Csar desech las denuncias de la conspiracin, y cay a los golpes aleves de los que ms haba favorecido. Pero la traicin necesitaba un pretexto que por lo menos, la explicase; la felona deseaba cubrirse con las apariencias de patriotismo y justicia, para paliar su negrura; la ingratitud buscaba un medio de romper ese lazo sagrado que une al favorecido con el benefactor; y los desleales creyeron haber hallado todo esto en un grave error de su amigo, protector y caudillo. Este error capital y de consecuencias funestas para si mismo y para el pas, lo cometi Alfaro por dos veces, en la designacin de sus sucesores. Lo vimos vacilar mucho tiempo ante este grave problema poltico, en ambas ocasiones que tuvo que resolverlo; pues conoca que del acierto en la resolucin, dependa la vida o muerte del radicalismo ecuatoriano. El temor de que no se continuara con eficacia la obra de redencin, comenzada el 5 de Junio de 1895: de que se imprimiera otro rumbo a la poltica regeneradora, llegndose tal vez a traicionar de alguna manera a la causa del pueblo, lo atormentaba atrozmente y sostena sus vacilaciones. El empeo de Alfaro en dar cima a la regeneracin de la Repblica, no se compaginaba con un candidato que no estuviera, como si dijramos, encadenado al radicalismo; mancomunado en ideas y en propsitos con el Caudillo que haba dado los primeros pasos en la liberacin del pas. Y este candidato destinado a continuar la grandiosa labor de la redencin nacional, en concepto de Aliare, haba de reunir cualidades eminentes, sin las que no27

juzgaba fcil ni posible cumplir el gigantesco programa de la Regeneracin. He aqu lo que lo obligaba y compela a intervenir ineludiblemente en la eleccin del nuevo Jefe del Poder Ejecutivo: lo que haca que meditase y vacilase por largo tiempo en la designacin del ciudadano digno de ser favorecido con el apoyo oficial. Temblaba ante el malogramiento de sus fatigas y sacrificios de treinta aos, en pro de la libertad de su patria; y, en su fervor cvico, calificaba como traicin al liberalismo, el confiar la suerte del Partido y de la Nacin, al azar de un Comicio, sin directa injerencia del gobierno. Y vaselo que es la condicin humana: ese mismo inters de escoger lo mejor y ms beneficioso para el pueblo, esas mismas largas y penosas vacilaciones, lo extraviaron lamentablemente en ambas ocasiones en que Alfaro se ocup en solucionar tan ardua como trascendental cuestin. Ciertamente, si alguna vez pudiera ser disculpada la intromisin del gobierno en los Comicios; as como limitando el libre sufragio, sera en el caso en que Alfaro y el pas se encontraban en aquel entonces; porque, an no consolidado el liberalismo, combatidas sin tregua y a iodo trance las reformas realizadas, empeado, el bando clerical en reconquistar su poder en la primera oportunidad, pareca justo y conveniente cerrarle los caminos a la reaccin teocrtica, an para cimentar ese mismo derecho electoral, piedra fundamental de la democracia. Sin embargo, aferrarse en ello fue el mayor de los errores del Caudillo liberal; error del que se aprovecharon, sus enemigos para perderlo. Al final de su primera administracin, rechaz la candidatura del General Manuel Antonio Franco, al que pretendan alzar al poder supremo, los extremistas; los liberales exaltados, que se haban colocado a la vanguardia de la reforma, y la casi totalidad del Ejrcito. Estuve presente cuando Alfaro desahuci a Franco de la manera ms categrica y terminante. Hallbamosnos los tres en el escritorio particular del Presidente; y despus da una larga discusin, djole el General Franco al Caudillo liberal: Es decir, que no apoya Ud. mi candidatura? , No puedo hacerlo contest Alfaro: antes que amigo de Ud., soy jefe de un partido que hay que robustecer y conservar en el poder; y soy magistrado de una Repblica que ha menester paz y libertad para reponerse de los pasados quebrantos, y progresar. Las intransigencias del bando que Ud. se ha formado, produciran infatigablemente reacciones terribles en el partido de clerical; y su gobierno, Manuel Antonio, sera una como orga de sangre, en que desaparecera el liberalismo, a lo sumo, dentro de tres meses. En mis Memorias Polticas he referido con mayor extensin esta escena; la que, an cuando luego se hiso pblica, no fue conocida en todos sus graves detalles, sin embargo de haber sido origen de la tirantez de la situacin que sigui a la penosa conferencia a que me refiero. Franco sali de la casa presidencial sumamente ofendido; y quedaron rotas las hostilidades entre el franquismo y el gobierno, sin que el candidato extremista juzgara necesario ni siquiera disimular su actitud rebelde. La conspiracin militar surgi descarada y poderosa, bajo la bandera radical extrema; y a no ser por el gran prestigio

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de Alfaro, y la extraordinaria energa que despleg en aquel entonces, la Repblica se habra anegado de sangre. La vspera del pronunciamiento militar en Ibarra encabezado por el Jefe de la Divisin del Norte, Coronel Emilio Mara Tern, uno de los militares jvenes favorecidos por Alfaro dio ste el paso ms atrevido y enrgico que poda darse en tan escabrosa situacin. Destituy por telgrafo al Coronel Tern y a buen nmero de jefes y oficiales franquistas, ordenndoles que se presentaran al Ministro de Guerra, en el trmino de la distancia. Era de presumir que esta medida hiciera estallar el incendio; y en esta creencia, tena Alfaro preparados los elementos necesarios para apagarlo. Pero los militares destituidos de manera tan violenta, se desalentaron y sometieron; y este ejemplo de extraordinario vigor, as como otros golpes oportunamente dados al franquismo en Quito, Guayaquil y Cuenca, refrenaron por completo las tendencias del Ejrcito en favor del General Franco. No obstante, la clase militar haba conseguido imponerse de tal manera, que algunos jefes tuvieron la audacia de declarar solemnemente que no aceptaran ninguna candidatura civil, por digna que fuera; puesto que necesitaban que ascendiese a la Presidencia, un General que mirase por el Ejrcito y defendiese sus prerrogativas contra los prejuicios y pretensiones del civilismo. El bando militar alz la cabeza, juzgndose invulnerable, y amenaz imponer su voluntad a la Repblica. Mientras tanto, el partido conservador se horrorizaba ante el posible triunfo del bando franquista, que encarnaba todas las impaciencias del ms avanzado radicalismo; faccin intransigente y clerfoba, que combata encarnizadamente al General Alfaro y sus colaboradores, acusndolos de moderacin y tolerancia con los vencidos, y por sus tentativas de avenimiento para la pacificacin del pas, abrumado por tantos aos de guerra tenaz y sangrienta. La gran mayora liberal que repetidas veces se haba visto precisada a protestar enrgicamente contra los malaventurados arranques de clerofobia y tirana del General Franco se opona tambin con todas sus fuerzas a una candidatura que significaba el triunfo de la anarqua militar, el entronizamiento del sable, el predominio de la fuerza bruta y la abolicin de esas mismas libertades que haba proclamado la Revolucin de Junio, como el mayor de los triunfos de la democracia ecuatoriana. Haba llegado una poca como de cansancio para el Partido Regenerador; y los hombres de Estado del nuevo Rgimen procuraban reconciliar a los ciudadanos, cegar los abismos que el furor partidarista haba abierto entre las facciones, excogitar los medios ms eficaces para restablecer la concordia y la paz en la familia ecuatoriana. Y, precisamente, en esta hora que se crea propicia a la consolidacin del orden, surgieron las graves dificultades y rompimientos que he detallado; de modo que el gobierno se vio colocado nuevamente al bord de mi precipicio insondable. Haba nada menos que optar entre el apoyo a la candidatura de Franco, o la revuelta indefectible, en el momento mismo en que Alfaro dejase el poder. Y esta disyuntiva no poda ser ms pavorosa; porque la eleccin de Franco era la dominacin militar desptica y absorbente, la retrogradacin del pas a los tiempos de Juan Jos Flores, en que la arbitrariedad del sable pasaba por sobre toda ley y todo derecho; y la revolucin militar que se prometa alzar al mismo caudillo aada a los anteriores males,29

la efusin de sangre, el dispendio de los caudales pblicos, el atraso y la miseria del pueblo, en fin, la demagogia militar que es la peor de las formas demaggicas. La perspectiva era por dems aterradora; pero Alfaro se mantuvo firme y se aferr a sus primeras ideas, como verdadero republicano. Tengo que mirar an por la seguridad y garantas de los conservadores, no slo de mis partidarios deca: soy jefe de la nacin, y estoy obligado a dejarle un gobernante que la haga feliz. Por otra parte, soy enemigo de los gobiernos militares; y debemos buscar un candidato civil que piense y obre como nosotros. En Lizardo Garca no hay que fijarse, porque no rene las condiciones necesarias para gobernar al Ecuador. Buenas, ptimas las ideas del Presidente Alfaro; laudable, por dems laudable, su propsito de combatir con toda entereza a la faccin demaggica, oponindole una candidatura civil prestigiosa, apoyada por la mayora liberal. Ms, todo ello no era suficiente para dejar favorablemente resueltas las dificultades; ya que cualquier candidato civil triunfante, habra cado a causa de la rebelin del Ejrcito, el da mismo que Alfaro hubiera tomado la vuelta de su casa. El germen revolucionario se desarrollaba y tomaba forma espantable, a ojos vistas, en el seno de todos los cuerpos del Ejrcito; y el temor disciplinario, acaso solamente el habitual respeto a su antiguo Jefe, contenan todava al soldado; pero el instante en que Alfaro descendiese a la simple condicin de ciudadano, desaparecera aquella dbil valla, y la conflagracin haba de extenderse rpidamente por todos los mbitos de la Repblica. "Franco perder al Partido y a la Nacin" repeta Alfaro con mucha frecuencia; y esta fue su idea dominante y fija en aquellos das de vacilacin y borrasca. Nadie poda prever el desenlace de situacin tan lbrega; y nos desesperbamos con el indefinido aplazamiento de una resolucin que conjurase la tormenta que se cerna sobre el pas y sobre nuestras propias cabezas, Alfaro permaneca vacilante, silencioso y grave: muchas veces pareca que ni escuchaba nuestros razonamientos, como abstrado en hondas y penosas meditaciones. Aterrados ante un porvenir siniestro, algunos propusironle que se hiciese reelegir; consejo que rechaz con severidad, expresando que jams cometera ese crimen que lo pondra al nivel del General Ignacio de Veintemilla. Siempre firme en su pensamiento de establecer un gobierno civil, propuso a varios de sus amigos que aceptaran la candidatura; pero se negaron todos, pues vean que la aceptacin en semejantes circunstancias, constitua un sacrificio estril, siendo la clase militar enteramente contraria al sistema civilista. Nadie dudaba de que Franco se levantara en armas para apoderarse del Capitolio; y, por lo mismo, era casi imposible que Alfaro diese con un ciudadano tan abnegado que, por salvar un principio, prestase su nombre para una eleccin sin efecto prctico alguno; eleccin que, por lo contrario, hara recrudecer la guerra civil, multiplicando y prolongando sus horrores. La ansiedad aumentaba hora por hora; el desasosiego se hizo general en el pas; el clamor de los bandos polticos ensord